25/10/13

El Marxismo y la Cuestión Nacional en la Obra de Rodolfo Puiggrós

José Miguel Candia  |  La construcción de las formaciones políticas de izquierda y de una corriente del pensamiento marxista que explicara la realidad social latinoamericana debió cruzar por un campo minado de tensiones y dilemas.  Un puñado de dirigentes sociales y estudiosos  de los presupuestos teóricos establecidos por los autores clásicos del socialismo, se dieron a la tarea de afrontar la enorme labor de responder un amplio abanico de preguntas, entre otras, y ocupando un lugar preponderante, se encuentra la denominada “cuestión nacional”. Consciente de la magnitud de este desafío el historiador y militante revolucionario Rodolfo Puiggrós – verdadero paradigma del intelectual crítico - se involucró en la búsqueda de un camino original para la transformación de la realidad social de los países de la región. Su vasta obra escrita está cruzada por dos interrogantes principales: ¿Cómo entender desde el marco socio-cultural y económico del sur, la constitución y el comportamiento político de los actores sociales que integran el campo popular?; ¿Cómo explicar y resolver la vinculación entre los objetivos históricos de carácter socialista y las tareas antiimperialistas propias de la izquierda en sociedades dependientes o semi-coloniales? En este ensayo se reflexiona  acerca del aporte de este autor y militante social, sobre esas dos grandes interrogantes.
La izquierda latinoamericana y el estudio de los llamados procesos “nacional-populares” han escrito una historia plagada de desencuentros y sinsabores. Algo no ligaba en las caracterizaciones y lecturas que las formaciones políticas de base marxista hacían de la realidad social latinoamericana. Dicho en otras palabras, desde que perspectiva debían afrontarse dos interrogantes sustantivas: a. ¿Cómo entender desde la periferia y desde el marco socio-cultural del sur, la constitución y el comportamiento político de los trabajadores y de otros actores sociales del llamado campo popular?; b. ¿Cómo explicar y resolver con propósitos políticos la vinculación – y desencuentros - entre los objetivos históricos de carácter socialista y las tareas antiimperialistas propias de la izquierda en sociedades dependientes o semi-coloniales?. En ese abanico de preguntas – y otras que omitimos por razones de espacio - ocupa un lugar preponderante la denominada “cuestión nacional”, sobre ese obstáculo fueron a chocar buena parte de las izquierdas latinoamericanas. Este es, precisamente, el tema  que se aborda en este ensayo a partir de la vasta obra escrita por el historiador y militante revolucionario Rodolfo Puiggrós, un paradigma del intelectual crítico,  comprometido de principio a fin con la búsqueda de un camino original para la transformación de nuestras sociedades. Cabe señalar, que en esta tarea la producción teórica de Puiggrós coincidió con el esfuerzo de otros intelectuales antiimperialistas de época que pensaron la realidad de los países de la región con igual preocupación, así lo muestra la obra monumental  del peruano José Carlos Mariátegui y del socialista argentino Manuel Ugarte.[1]

Desde las filas del Partido Comunista primero y después como un pensador y militante social marxista “sin partido”, Puiggrós emprendió – casi en solitario -  la dificultosa tarea de reexaminar con detenimiento y fuera del dogmatismo ideológico establecido en los marcos conceptuales impuestos por la Tercera Internacional, fenómenos como el “yrigoyenismo” y la posterior emergencia en el escenario político argentino, de un vigoroso movimiento nacional-popular: el peronismo.[2]  En una polémica carta abierta al Dr. Arturo Jauretche (de origen yrigoyenista y promotor del grupo FORJA) Puiggrós relata su paso por el comunismo y el proceso de ruptura con ese partido: “Ingresé muy joven al Partido Comunista, impulsado por el irresistible anhelo de justicia y fraternidad entre los hombres […] Al terminar la Conferencia Nacional del Partido Comunista de diciembre de 1945, después de cuatro días de deliberaciones que dieron por muerto y enterrado al histórico movimiento popular nacido el 17 de octubre de ese año, demostré desde la tribuna […] la traición de la secta codovillista […] Fuimos desterrados de la vida partidaria, mientras Codovilla y Ghioldi preparaban en la trastienda sus mezclas repulsivas. Al producirse en enero de 1947 nuestra ruptura definitiva con la secta, los siervos y las brujas se arrojaron sobre nosotros para despedazarnos.”[3] 

En las primeras tres décadas del siglo XX las izquierdas latinoamericanas habían pagado un tributo demasiado caro a los postulados teóricos y a las cambiantes estrategias políticas de la Segunda Internacional Socialista y desde 1919, a la Tercera Internacional Comunista, gestada y promovida por el naciente Estado Soviético. Ambos agrupamientos multinacionales de la izquierda de la época, fueron el referente ideológico para todas las fuerzas políticas que asumían el marxismo como marco conceptual y proyecto de sociedad futura. De la consigna de guerra de “clase contra clase ” en los años veinte, a la propuesta de los  “frentes populares antifascistas” durante los años treinta, la “cuestión nacional” y el papel de las emergentes burguesías locales, sectores campesinos y productores rurales, quedaban entrampadas en caracterizaciones “utilitarias” que respondían a las necesidades de los partidos de izquierda  de contar con aliados – o prescindir de ellos- según las necesidades de cada coyuntura y de acuerdo a las condiciones que la correlación de fuerzas imponía para cada momento.[4]

Las directivas y orientaciones generales recibidas desde el movimiento comunista internacional y también desde las organizaciones socialistas no vinculadas a la estrategia establecida por la Unión Soviética, giraban en torno a por lo menos seis ejes fundamentales. Entre otros y sin hacer en este ensayo un repaso exhaustivo de las orientaciones más relevantes de la izquierda de aquellos años, es posible identificar los aspectos medulares a partir de los cuales se leía la realidad social de los capitalismos periféricos:

Se reconocía como tarea universal de la izquierda, el impulso a la descolonización de los territorios que las potencias europeas poseían en África y Asia así como la plena incorporación de esas colonias al mercado mundial y al libre comercio;

La inexistencia o debilidad de sectores empresariales locales con la suficiente pujanza como para desarticular formas tradicionales de producción y librar de ataduras el desarrollo de las fuerzas productivas planteaba la necesidad de aceptar la constitución de bloques sociales en los que convergieran capitales nacionales y extranjeros, recursos públicos y aportes tecnológicos foráneos;

El carácter minoritario de una clase obrera industrial en condiciones de ser portadora del mandato histórico del proyecto socialista establecía otras prioridades para las fuerzas de izquierda de los países semicoloniales. Si en Europa la revolución anti-capitalista y la hegemonía obrera eran los deberes de la hora para todas las organizaciones marxistas, en las sociedades menos desarrolladas el socialismo no podía ser la misión prioritaria de la izquierda  hasta tanto las tareas de las llamadas “revoluciones democrático-burguesas” no se hubiesen cumplido a cabalidad;

Las prioridades establecidas en el programa de las fuerzas políticas y sociales de izquierda y del llamado “progresismo” en sentido más incluyente, debía resolver primero las tareas agrarias “anti-feudales” y desatar las relaciones monopólicas y de economías de enclave dominantes en la mayoría de las naciones que iniciaban su proceso de liberación del yugo colonial;

La consolidación de sociedades capitalistas modernas, ya sin ataduras ni obstáculos estructurales que bloquearan el desarrollo de las fuerzas productivas, crearía las condiciones propicias para las constitución de un proletariado urbano mayoritario con respecto al resto de las clases subalternas (campesinos; pequeños productores urbanos y rurales; artesanos y comunidades indígenas dedicadas a actividades de subsistencia; etc.);

A partir de la expansión del trabajo asalariado y la constitución de una clase obrera moderna adquiría pleno sentido la conformación de la organización política de vanguardia, desde el mismo momento en el cual las relaciones capitalistas de producción subordinaban a todas las formas de producción preexistentes, el programa socialista adquiría entonces, un verdadero sentido histórico.

La atipicidad de las sociedades latinoamericanas: La constitución del sujeto nacional-popular

¿Y América Latina que papel ocupaba en el contexto de la estrategia establecida por el movimiento comunista internacional? ¿Cómo se leía el proceso de constitución de las formaciones sociales latinoamericanas, políticamente independientes desde las primeras décadas del siglo XIX pero con un papel subordinado en el mercado mundial como productoras de materias primas?

Para la mayoría de las fuerzas políticas de la izquierda y de los pensadores marxistas de la época, el eje articulador de las clases y sectores sociales capaces de impulsar las tareas antioligárquicas y antiimperialistas giraba en torno a la conformación de un frente policlasista en el cual el papel de las izquierdas era ser garantía de cumplimiento del “programa democrático”.

En este enfoque acerca de los compromisos de las fuerzas políticas y sociales progresistas subyacía cierto lastre conceptual  de la sociología positivista y del marxismo entendido como “filosofía de la historia”. Cada actor social tenía una “misión histórica asignada” y la humanidad estaba destinada a recorrer un mismo camino que partía de las comunidades primitivas hasta la liquidación de la sociedad burguesa y la instauración del reino de la libertad.

¿Dónde se produjo entonces el punto de ruptura de lo que parecía un guión de cumplimiento inexorable? Esta pregunta solo puede responderse desde la especificidad del proceso histórico que dio lugar a la conformación de las sociedades latinoamericanas y a las particularidades de los sujetos sociales. El peso de las culturas pre-colombinas y la cosmovisión heredada de los pueblos originarios – en el caso de las naciones andinas-  así como la simbiosis, no siempre bien lograda entre lo “tradicional” y lo “moderno”, fueron factores que no se diluyeron con la expansión de las relaciones capitalistas de producción. Por el contrario, la impronta que marca a la mayoría de los procesos sociales está fuertemente determinada por el peso de relaciones históricas y de horizontes culturales, que resultan un tanto extraños cuando solo se los lee desde el prisma de la constitución de los “sujetos populares” en los países centrales. De esta forma, el conglomerado “nacional-popular” y los referentes discursivos, simbólicos y culturales en torno a los cuales se aglutinaron los grupos y sectores de trabajadores, no se nutrieron solo de las tradiciones heredadas del pensamiento socialista y de los postulados “obreristas” del sindicalismo europeo. Son tributarios también de las tradiciones criollas y prehispánicas que pudieron sobrevivir y generar espacios y expresiones organizativas propias, aún en el marco de la expansión de las relaciones capitalistas de producción y de la llegada de los primeros contingentes de trabajadores migrantes europeos a finales del siglo XIX.

Puiggrós y la interpretación de la cuestión nacional

En el caso argentino, Rodolfo Puiggrós fue uno de los precursores de la gestación de una lectura “nacional” de la emergencia de movimientos populares que impulsaban consignas antioligárquicas y demandas democráticas sin estructurarse ni contar entre sus filas – al menos como corrientes hegemónicas – a fuerzas políticas identificadas de manera explícita con las bases ideológicas del marxismo.

Por razones de espacio no es posible hacer referencia, en este ensayo, a toda la obra de este autor, por lo cual tomaremos aquellos textos y caracterizaciones, en los que  marcó un verdadero punto de ruptura con los enfoques de la izquierda socialista y comunista acerca de los dos movimientos populares de mayor relevancia en el escenario político argentino del siglo XX: el yrigoyenismo en la segunda década y el peronismo a mediados de los años cuarenta. La fuente  bibliográfica de la cual tomaremos los aspectos interpretativos más relevantes, fueron sistematizados por Puiggrós en la colección que tituló Historia Crítica de los Partidos Políticos Argentinos, dentro de las cinco obras que integran esta serie haremos referencia al tomo (II) El Yrigoyenismo, el (III) Las Izquierdas y el Problema Nacional y el (V) dedicado al estudio sobre el surgimiento del movimiento peronista, El Peronismo.Sus Causas.

Un aspecto clave de la lectura de Puiggrós sobre la aparición en el escenario político argentino, de un caudillo de fuerte arraigo popular como Hipólito Yrigoyen y de la corriente que encabezó dentro de su partido – la Unión Cívica en sus comienzos a fines del siglo XIX y después la Unión Cívica Radical – es la ponderación y el rescate de las particularidades de un movimiento de amplias bases ciudadanas, con capacidad de agrupar a vastos sectores populares y confrontar, desde ese mandato surgido de capas medias urbanas y de importantes núcleos de trabajadores, a las instituciones de la República conservadora. El bloque político-social que se aglutinó en torno a un líder carismático que ni en las formas organizativas ni en el discurso, era equiparable al perfil ideológico de las direcciones de la socialdemocracia europea, desconcertó a las fuerzas de la izquierda nativa las que optaron por buscar un atajo conceptual que resolviera el entuerto teórico. Si la realidad política del país  mostraba que el avance de las luchas democráticas y los reclamos por mejores condiciones de vida para la naciente clase trabajadora transitaba por caminos que parecían usurpados por liderazgos y agrupamientos políticos ajenos a los partidos de origen marxista, no quedaban dudas de que se estaba ante la  evidencia irrefutable que confirmaba la existencia de un proceso de copamiento de las organizaciones sociales por parte de líderes advenedizos. Para esta visión conspirativa, se trataba de un despliegue destinado a establecer la implantación de direcciones partidarias surgidas en las usinas de obscuras “fuerzas oportunistas de origen burgués” con el fin de engañar a las masas y desvirtuar la lucha de los sectores populares detrás de programas “electoreros”.[5]

Esta lectura, incapaz de apreciar en toda su magnitud la especificidad de un fenómeno nacional surgido de la lucha contra la institucionalidad oligárquica emanada de los acuerdos sellados por las clases dominantes en las últimas tres décadas del siglo XIX, acudió al recurso fácil de asimilar al movimiento “yrigoyenista” con los partidos conservadores europeos de base campesina y pequeño-burguesa. El equívoco fue más grande cuando unos pocos años después (1916-1922) - siendo ya Yrigoyen presidente de la República - la izquierda comunista caracterizó  al gobierno, surgido de las primeras elecciones en las que se aplicó la legislación que establecía el voto universal, obligatorio y secreto, como una réplica grotesca  del naciente fascismo italiano.

Puiggrós responde a este doble error – teórico y político – con argumentos que ofrecen una mayor riqueza argumentativa y ayudan a situar en sus justos términos la aparición de una emergencia ciudadana de enorme relevancia para la época como fue el yrigoyenismo. Entre otros factores que contribuyeron a enturbiar el análisis, Puiggrós destaca la actitud personalista y el manejo sinuoso y enigmático de los asuntos públicos, dos características que eran frecuentes en las alianzas que tejía Yrigoyen como líder partidario y después como presidente, y que contribuyeron a difundir la leyenda negra que rodeó muchos pasajes de su vida política. Estos rasgos eran para la izquierda  la confirmación de la adscripción del veterano caudillo a la cosmovisión  esotérica del devenir histórico y a ciertas corrientes del pensamiento conservador europeo. Socialistas y comunistas fueron incapaces de leer y descifrar las verdaderas fuentes de las cuales se nutrían los discursos y bases doctrinarias del presidente Yrigoyen, la mayoría de las cuales provenían  de la misma práctica partidaria y de corrientes teóricas y tradiciones políticas criollas que poco o nada tenían que ver con el arsenal ideológico de los camisas negras del dictador Benito Mussolini. No había en los referentes simbólicos del presidente Yrigoyen, ni en los postulados doctrinarios que le daban soporte a su discurso, nada que se asemejara a la exaltación heroica de un pasado imperial, ni a la supremacía cultural de razas o etnias, ni al fundamentalismo religioso que caracterizó a otros regímenes conservadores de la época. Con toda certeza Puiggrós señala:”Yrigoyen apeló a una confusa espiritualización, a una especie de recogimiento místico que lo evadía de las maneras corrientes de expresarse y provocaba el desprecio y la burla de los intelectuales a la última moda”.[6]

Puede reprochársele a quien ejerció el gobierno en dos ocasiones, un período completo (1916-1922) y otro inconcluso (1928-1930) no haber profundizado la remoción del andamiaje institucional heredado de la República oligárquica, en esencia, Yrigoyen conservó el dispositivo jurídico formulado en 1880 por el pacto entre el presidente Julio A. Roca y los jefes políticos de las burguesías provinciales. Y este titubeo, que también dejó en el camino un acuerdo más sólido con las nacientes organizaciones obreras, lo pagó más tarde con los costos trágicos  del golpe de Estado mediante el cual una cúpula de oficiales filo-fascistas lo derrocó en septiembre de 1930. En las palabras de Puiggrós está puntualmente señalado el flanco débil que propició el derrumbe del segundo gobierno de Yrigoyen, al respecto afirma el autor:”…la política yrigoyenista, respetuosa de la Argentina modelada por la colonización capitalista, no clausuró la etapa precedente y dejó abiertas las entradas a las viejas y nuevas corrientes liberales, que si bien nunca tuvieron mayor ascendiente sobre las amplias capas del pueblo, orientaban la conducta política y económica del país”.[7] Pero aún así, nada de esto justifica la lectura que la izquierda quiso heredarle a las futuras generaciones, acerca del yrigoyenismo como el primer intento de imponer desde las estructuras del Estado, el régimen de un “caudillo” construido a imagen y semejanza del “fascio” italiano.

El Peronismo: una nueva identidad para el campo nacional-popular

En poco menos de tres años (1943-1946) el panorama político argentino se vió sacudido por la confluencia de un amplio y heterogéneo movimiento de masas que se aglutinó detrás de un oficial nacionalista del ejército encargado, en ese entonces, de un despacho que todos despreciaban: la Secretaría del Trabajo y Previsión Social. Sin episodios graves de violencia, ni de confrontación armada entre fracciones de los partidos tradicionales, la figura del entonces coronel Juan Domingo Perón se constituyó en el punto de referencia para el movimiento obrero, para importantes franjas del empresariado nacional vinculadas al mercado interno y para las corrientes industrialistas del ejército.

¿Qué extraño fenómeno echó por tierra antiguas estrategias y desplazó del escenario político a los viejos partidos para dar lugar a una confluencia de fuerzas políticas y sociales que pasó a identificarse con el apellido de su líder y hacer suyas las propuestas de igualdad, democracia y justicia social? Para las viejas dirigencias políticas, conservadoras o de izquierda, se trataba de los manejos maquiavélicos de un oficial advenedizo, en esencia de un demagogo inescrupuloso y oportunista que especulaba con las demandas históricas de justicia social de amplias capas de las clases trabajadoras. Por este camino, parecía fácil entender que el fenómeno social emergente se reducía a los manejos astutos de quien representaba la nueva expresión de la “política criolla”, algo así como la versión doméstica de un “príncipe florentino” capaz  de cautivar a un auditorio de ingenuos trabajadores y gente desposeída, que se rendía ante las prebendas de un coronel taimado de discurso fácil y gestos coloquiales. La caracterización tuvo cierta eficacia mientras el movimiento de masas no pasó de ser un público fervorosamente entusiasta de los programas sociales impulsados desde la Secretaría del Trabajo. Pero todo se complicó a partir de las jornadas de octubre de 1945 cuando los trabajadores ocuparon la emblemática Plaza de Mayo para reclamar la libertad de su líder –detenido por sus propios camaradas del ejército – y al calor de las consignas callejeras el nuevo movimiento adquirió formas políticas y decidió postular, poco después,  la candidatura del coronel Perón para la presidencia de la República. Se había constituido un nuevo bloque de poder que disputaba la hegemonía política y el control del Estado a la antigua alianza conservadora.[8]

¿Cómo interpretar un fenómeno un tanto atípico y de crecimiento vertiginoso en las masas trabajadoras y, al mismo tiempo, que explicación ofrecer a quien se suponía era el sujeto portador del mandato histórico revolucionario y base social de la izquierda socialista y comunista? Puiggrós describe, con lenguaje transparente, la desazón de intelectuales y políticos de izquierda frente a la consolidación de este nuevo conglomerado social, al respecto señala: “Los políticos y la intelligentsia, desconcertados por un fenómeno social que desbarataba sus planes y ambiciones del futuro, desfiguraron lo que sucedía y dijeron que se trataba de un pasajero renacimiento del caudillismo o de un trasplante del régimen imperante en Italia y Alemania que los ejércitos aliados no tardarían en derrumbar.”[9]

Desde la izquierda troskista hubo intelectuales que hicieron un esfuerzo de interpretación más elaborado y mejor fundado, según estos autores el peronismo podía entenderse como un agrupamiento social policlasista de carácter “bonapartista”. De acuerdo a este concepto, desarrollado por el propio Trotsky unos años antes, los rasgos que le daban un carácter particular a las expresiones sociales en las que convergían obreros, pequeños productores del campo y de la ciudad, gestores de las antiguas dirigencias políticas y representantes de la burguesía industrial, eran la manifestación de un “empate” transitorio en la correlación de fuerzas entre esos sectores sociales que delegaban en un líder carismático, el arbitraje del conflicto social a través del manejo de un Estado que se colocaba “por encima de las clases”. A partir de esta lectura se propusieron ciertas alianzas con el peronismo y se buscó profundizar “desde dentro”, las reformas sociales más audaces del gobierno que asumió Perón después del triunfo electoral de febrero de 1946.[10]

La posición adoptada por la izquierda comunista fue más patética, repitió los argumentos que ya habían aplicado para definir al gobierno de Yrigoyen pero ahora potenciados por los horrores del fascismo alemán y la secuelas terroríficas de la Segunda Guerra. Para el Partido Comunista ya no existían dudas de que se estaba en presencia del surgimiento de una modalidad local de dictadura conservadora con tintes propios del fascismo europeo. El liderazgo, marcadamente personalizado – en este caso por Perón – y la consolidación de una poderosa central única de trabajadores, como base de organización social y apoyo al nuevo gobierno, constituían para los dirigentes comunistas, la evidencia irrefutable de que el peronismo expresaba el intento encubierto, por parte de ciertas franjas de la burguesía y sectores del ejército, de instaurar un régimen corporativo de perfil “mussoliniano” con apoyo de masas.[11]

Si esta era la naturaleza del régimen - pese a que asumió el gobierno por la vía constitucional - no había márgenes para alianzas ni acuerdos ni siquiera en aspectos puntuales referidos a las políticas sociales del gobierno de Perón: pago obligatorio del aguinaldo; regulación de la jornada de trabajo; legalización de los cuerpos de delegados por empresa; promoción de las viviendas para familias obreras; extensión del sistema de seguridad social, entre otros programas de beneficio para los sectores populares. La relación de la izquierda comunista con el gobierno de Perón fue de permanente confrontació  n y la revisión de la caracterización del peronismo como “fascismo” fue tardía y ya derrocado el régimen peronista por el golpe de Estado de septiembre de 1955.

Por su parte, Puiggrós entendió que un fenómeno social que nació al amparo de una coyuntura internacional particular marcada por las consecuencias del triunfo de las potencias aliadas en la guerra y bajo condiciones locales definidas por la postergación de demandas obreras de antigua data, requería algo más que el simple ejercicio de reflotar conceptos ya cristalizados. Después de renunciar a su afiliación al Partido Comunista, orientó su trabajo intelectual a identificar los componentes novedosos que confluían en la constitución de un nuevo movimiento político-social. Como parte de esta tarea de reflexión focalizó su análisis en cinco aspectos principales:
a. Sostuvo que era necesario rechazar ciertas lecturas que sostenían la “pasividad” de las poblaciones criollas e indígenas, indiferentes a las luchas sociales y manipulables por caudillos oportunistas. La mayoría de los estudios históricos y sociales eran herederos, en buena medida, de la filosofía positivista del siglo XIX y se inscribían en el paradigma civilización o barbarie. La influencia de este referente conceptual, derivó en una lectura lineal de la historia que culminaba con el triunfo de la “racionalidad científica” traída de la mano por la inmigración europea y el desarrollo de la industria. La impronta de esta corriente filosófica contaminó a no pocos intelectuales marxistas de la época que suscribieron el enfoque que atribuyó a los pueblos originarios, a las poblaciones criollas y a los habitantes de los primeros suburbios urbanos, una especie de “incapacidad congénita” para generar una clase de artesanos emprendedores, embrión de una futura burguesía industrial; 
b. El despegue de la economía urbana y la extensión de las actividades industriales y de servicios, demandó nueva mano de obra que fue cubierta por contingentes llegados del interior del país, se trataba de trabajadores ligados a tradiciones locales y ajenos a la prédica de los partidos de izquierda implantados en los grandes centros urbanos. Este dato sociológico de enorme relevancia, no fue percibido o no fue valorado en toda su dimensión, por las dirigencias de la izquierda que centraban su prédica en la lógica de la confrontación internacional: fascismo-antifascismo; 
c. La situación política nacional fue enmarcada en los parámetros europeos, que habían regido la relación entre las naciones “democráticas” y las potencias del “eje” hasta el fin de la guerra, se perdía, según Puiggrós, un aspecto fundamental de la política antiimperialista en América Latina, el papel dominante de los capitales británicos y la creciente injerencia de Estados Unidos en el mundo de los negocios y en la política de la región; 
d. El arribo de un flujo significativo de población trabajadora que provenía de las zonas más pobres, a los centros urbanos de mayor desarrollo industrial (Rosario, Avellaneda, el área metropolitana de Buenos Aires, entre otros) trajo consigo dos fenómenos que no fueron apreciados en toda su magnitud: el crecimiento acelerado de una clase trabajadora “joven” bajo régimen salarial pero escasamente sindicalizada y la conformación de un sujeto obrero con referentes culturales y simbólicos que guardaban mayor relación con los valores regionales de origen que con la prédica partidaria de las fuerzas de la izquierda convencional; 
e. Sobre el perfil de este nuevo actor social, Puiggrós fincó buena parte de su reflexión acerca de la constitución de un vigoroso movimiento popular con banderas y consignas que se sistematizaron a partir de los discursos del propio líder más que del arsenal teórico que inspiraba la práctica de los partidos de izquierda. El reconocimiento que la clase obrera hizo  del liderazgo carismático de Perón, fue entendido por la intelectualidad marxista como una muestra de la “inmadurez” y atraso político de las masas trabajadoras y como una versión tardía de la “política criolla”. Por este camino la izquierda no tardó en encontrarse, pocos años después, compartiendo ideas y tribuna, con los representantes académicos de la denominada sociología “de la modernización”, cuyos conceptos fundantes fueron sistematizados por Gino Germani, el gran pensador italiano radicado en Argentina.[12] Aunque “desarrollistas” y marxistas terminaron en malos términos al derrumbarse el gobierno de Arturo Frondizi en 1962, la afinidad en el plano teórico se mantuvo y la lectura del peronismo como una expresión del “paternalismo populista”, conservó su vigencia en franjas importantes de la intelectualidad argentina.
Terciando en el debate de los años cincuenta, y sin abandonar el referente teórico marxista, Puiggrós dio forma a otra lectura y a otra manera de explicar la emergencia política y el fuerte arraigo del peronismo en la clase trabajadora. Rescató la presencia fundamental de los migrantes internos y el valor del proceso de movilización social que trajo aparejado, pero negó de manera radical la presunta “inmadurez” de las masas peronistas y replanteó el fenómeno del liderazgo a partir de una concepción que vinculaba el surgimiento de personalidades políticas de perfil carismático con antecedentes históricos que venían del siglo XIX. Ya las luchas políticas durante la etapa de las guerras civiles y por la unidad nacional habían gestado liderazgos regionales de fuerte anclaje en los sectores  populares, el surgimiento del peronismo expresaba, de alguna manera, la búsqueda de una personalidad que interpretara el sentir nacional y abriera cauce al reclamo de los “nuevos y viejos” trabajadores y  pueblos olvidados de las regiones más pobres de la República.

Al referirse al desconcierto de las dirigencias partidarias por la aparición de un liderazgo que parecía surgido para negar el concepto construido por la izquierda acerca del “partido obrero de vanguardia”, Puiggrós reseña, en un párrafo de su libro El Peronismo. Sus Causas, las dificultades de la intelectualidad marxista de la época, para comprender los rasgos “atípicos” de este  nuevo liderazgo popular. En palabras del propio autor:
"Con la aparición de Perón, el caudillo que parecía sepultado para siempre por la mediocridad liberal resucitaba y se modernizaba en el líder. Vino a llenar la oquedad de los partidos y a suplantar a dirigentes enajenados a una concepción colonial […] superada por las masas trabajadoras. Había que explicar de alguna manera  la presencia casi repentina de ese advenedizo de la política. Pocos tuvieron el coraje de mirarse a sí mismos y reconocer que marchaban a contramano de la historia. Los más se abroquelaron en su infalibilidad y decidieron que el nuevo movimiento de masas y su líder  reproducían […] al fascismo italiano. No los juzgaban desde la historia y la realidad argentina. Hicieron del líder una individualidad en sí, dominada por pasiones subalternas, y de las masas trabajadoras un rebaño dócil a los manejos del mefistofélico conductor”.[13]
Puiggrós no agotó en su obra la formulación de un marco conceptual que rescatara desde las categorías marxistas, la especificidad de la cuestión nacional, pero abrió una brecha sobre la cual otros pensadores contribuyeron con aportes sustantivos a la tarea de definir la relevancia del nacionalismo popular en los países periféricos. Es justo recordar la obra pionera que realizaron en los años cuarenta los fundadores del grupo FORJA y de otros estudiosos y militantes como Eduardo Astesano, John W. Cooke, Juan J. Hernández Arregui, Rodolfo Ortega Peña, Rodolfo Walsh, Roberto Carri y el grupo docente que integró las Cátedras Nacionales en la Universidad de Buenos Aires, quienes contribuyeron a buscar la síntesis superadora de las divergencias que separaban a las distintas corrientes de la izquierda argentina.[14] Es preciso apuntar que la tensión entre la resolución  del tema “nacional” y las “reivindicaciones de clase” se vinculó a la caracterización que cada vertiente política hizo del papel que podía jugar el peronismo en el proceso revolucionario. Por  un lado se agruparon quienes entendían al peronismo como la expresión más sólida del nacionalismo popular, paso necesario para impulsar desde esa experiencia histórica, la construcción de una alternativa socialista. Por el contrario, desde otro polo la izquierda no-peronista postulaba la construcción de una organización obrera de vanguardia sobre un campo político externo al fenómeno histórico que marcó el peronismo.  Solo a partir de la ruptura con los referentes simbólicos y la  liturgia heredadas  del “populismo”, los trabajadores podrían acceder a un nivel de conciencia y organización política verdaderamente capaz de representar sus intereses históricos.

El debate sigue abierto, pero sin duda todo intento de aporte en esta materia, cualquier sea la perspectiva teórica o la adscripción política de los autores, no podrá prescindir del camino abierto por la obra pionera y fecunda que nos legó el intelectual y militante comprometido, que fue Rodolfo Puiggrós.

Notas

[1] Melgar, Ricardo, (2012) “Entre resquicios, márgenes y proximidades: notas y reflexiones sobre los siete ensayos de Mariátegui”,Pacarina del Sur, No.11, abril-junio, www.pacarinadelsur.com, México.
[2] Acha, Omar, (2006), La Nación Futura. Rodolfo Puiggrós en las encrucijadas argentinas del siglo XX, Eudeba, Buenos Aires.
[3] Puiggrós, Rodolfo, (1957), Revista Qué, Buenos Aires, 12 de agosto, consulta en  www.elhistoriador.com.ar, (15/X/2012).
[4] Puiggrós, Rodolfo, (1965), Las izquierdas y el problema nacional, Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires, pp. 73-100.
[5] Puiggrós, Rodolfo, (1965), El Yrigoyenismo, Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires, pp. 15-33.
[6] Ibíd. p. 74
[7] Ibídem
[8] Portelli, Hugues, (1976), “Hegemonía y bloque histórico”, en Gramsci y el bloque histórico, Siglo XXI Editores, México, pp. 65-89.
[9] Puiggrós, Rodolfo, (1965), El Peronismo. Sus Causas, Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires, pp. 15-33.
[10] Ramos, Jorge A, (2005), “La era del bonapartismo 1943-1970” en Revolución y Contra-revolución en la Argentina, Editorial Distal, Buenos Aires.
[11] Puiggrós, Rodolfo, (1965), El Peronismo. Sus Causas, Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires, pp. 15-33.
[12] Germani, Gino, (1968), Política y sociedad en una época de transición, Paidós, Buenos Aires.
[13] Puiggrós, Rodolfo, (1965), El Peronismo. Sus Causas, Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires, p. 32.
[14] Carri, Roberto, (1973), Poder imperialista y liberación nacional, Efece Editores, Buenos Aires.

Bibliografía

Acha, Omar, (2006), La Nación Futura. Rodolfo Puiggrós en las encrucijadas argentinas del siglo XX, Eudeba, Buenos Aires
Carri, Roberto (1973), Poder imperialista y liberación nacional, Efece Editores, Buenos Aires
Germani, Gino, (1968), Política y sociedad en una época de transición, Paidós, Buenos Aires
Melgar, Ricardo, (2012), “Entre resquicios, márgenes y proximidades: notas y reflexiones sobre los siete ensayos de Mariátegui”,Pacarina del Sur, No. 11, abril-junio, www.pacarinadelsur.com, México
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Ramos, Jorge A., (2005), “La era del bonapartismo 1943-1970” en Revolución y Contra-revolución en la Argentina, Editorial Distal, 4ta. Edición, Buenos Aires.