22/9/13

Karl Marx en México | Entre la revolución y los privilegios

Karl Marx visto en el detalle de un mural de Diego Rivera en el
Palacio Nacional que muestra la historia de México 
 Wolfgang Sauber
Enrique Toussaint  |  Tras el derrumbe del Muro de Berlín las citas de Karl Marx comenzaron a declinar. Es como si de un día a otro la propia izquierda se diera cuenta de las falencias de su pensamiento. Se sustituyó “la lucha de clases” y la “explotación” por conceptos como el combate a la desigualdad y a la polarización de la riqueza. La izquierda partidista, en general, aceptó la posibilidad y la viabilidad de construir una democracia y un sistema económico más equitativo, incluso dentro del capitalismo. Sin embargo, esta transformación sufrida por la izquierda latinoamericana, y también mexicana, no borró de un plumazo a esa resistencia antisistémica y anticapitalista que siguió viva. 

La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) es un ejemplo de la supervivencia del sindicalismo de raigambre marxista y socialista, incluso anarquista, que significó la base de apoyo más importante a las ideas de Marx y de Engels, sobre todo en Europa. El auge de la izquierda partidista no se puede explicar sin ese vínculo
entre sindicatos y los nuevos partidos de masas. El peronismo en Argentina e incluso el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), fundado por Lázaro Cárdenas, son lo que se llamó “la alianza entre el poder y los trabajadores”. La CNTE se forma en 1979 a raíz de una escisión al interior del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), el gremio de maestros afín al régimen y constituido como un apéndice del sistema corporativo que mantuvo al Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante más de siete décadas ininterrumpidas en la presidencia de la República. El corporativismo es esa forma de relacionamiento del Estado no con los ciudadanos, sino con las corporaciones. En el régimen de partido único, donde Estado, partido y Gobierno se funden hasta el punto de disolver sus líneas de separación, el corporativismo sirve como una plataforma que al mismo tiempo le imprime orden y estabilidad al régimen, así como una apariencia de pluralidad. El ciudadano no existe como tal, ya que los derechos se otorgan en la medida en que se encuentra adherido a una corporación, ya sea de corte sindical, empresarial o de clase. El individuo se desvanece para dar paso a la lógica colectiva de relación entre autoridades y ciudadanos. El trato fue muy claro: el régimen aprobó todo tipo de concesiones a los sindicatos, siempre y cuando los gremios se convirtieran en “fieles vasallos” de la causa priista. Por ello, décadas y décadas después de ese pacto fundacional del México posrevolucionario seguimos cargando con las negociaciones políticas de contratos colectivos insostenibles y que dañan a las finanzas del Estado.

Fundación e ideología

La CNTE se funda en Chiapas por corrientes autodenominadas democráticas, que deciden dejar al SNTE en los tiempos de José López Portillo. La razón: su “cercanía” con el régimen y la renuncia a defender los intereses de los maestros. Así, la CNTE se definió desde un principio como un movimiento sindical de cimiento nacionalista y con apego a la izquierda más radical. Para ellos, la batalla en las aulas es simplemente una arena más que debe contribuir al objetivo de desmantelar el sistema económico neoliberal “que oprime a la clase trabajadora”, como dicen sus documentos fundacionales. La CNTE se define como democrática, pero no de la que se construye en los congresos o en los Gobiernos estatales, sino de la democracia social de las calles, las asambleas y los comités de bases. Es un gremio de izquierda con profundos desacuerdos con el liberalismo, el capitalismo y la globalización económica. La CNTE ve en el maestro a la pieza clave de la transformación nacional. Pero no a ese maestro puntual, ortodoxo y apolítico, sino al profesor revolucionario, al nacionalista y al de la praxis.

Así lo cuenta Ramón Couoh Cutz, en su libro Breve Historia de la CNTE. “Los maestros conforman un sector de clase estrechamente vinculado con los niños, adolescente y jóvenes, así como con los padres de familia y el pueblo, por lo que se hacen sensibles al sufrimiento y a la vida de ellos, por lo que en un alto porcentaje —con una posición proletaria— no cumplen con el cometido del Estado, de ser reproductores de ideología, transmisores de cultura y formadores de los cuadros y la mano de obra que el sistema necesita; al contrario, han sido impulsores del cambio social, de ahí que no es de extrañarse que en todas las luchas sociales estén presentes los maestros”. Así, la CNTE proclama esa idea del maestro como eje de la comunidad, el maestro como instructor y transformador. Un maestro político-revolucionario que más que enseñar, adoctrine. Si cabe la expresión, la CNTE está a favor de un “conservadurismo revolucionario” (aunque parecerían palabras contradictorias), una vuelta al México rural, de los lazos colectivos y las identidades primigenias, que el “capitalismo salvaje” y el “liberalismo antisocial” han destruido de raíz. También es fiel protector del federalismo y la autonomía de las regiones, un sindicato anticentralista que apoya el fortalecimiento del papel de las autoridades locales en el proceso educativo.

Heterogeneidad interna: moderados y duros

A pesar de lo que muchas veces se cree, la CNTE no es un ente monolítico. Por el contrario, es un sindicato-movimiento donde coexisten sectores moderados con alas mucho más radicales de extracción anarcosindicalistas y comunistas. Y aunque existen principios sociales y políticos que le dan cierta unión al gremio, particularmente fuerte en el sur del país, la realidad es que es un espacio heterogéneo que se organiza a través de asambleas y comités de base. Una de las fuentes de legitimidad de la CNTE hacia el interior es precisamente su proceso decisorio, que como dicen sus líderes “siempre escucha a los maestros y al pueblo”. Esta estructura descentralizada en células locales diluye el posible protagonismo de las cúpulas, por ello dan la apariencia de ser un sindicato sin cabeza, sin un personaje líder.

La reforma educativa mostró la capacidad de movilización y de presión política que aún posee la CNTE. Actualmente tiene una militancia de poco más de 100 mil maestros que se distribuyen en estados como Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Michoacán e incluso en el Distrito Federal. Dominan en el eje del Pacífico-Sur donde históricamente ha habido reivindicaciones guerrilleras y antisistema. Estados con amplias contradicciones sociales y económicas, y que al mismo tiempo, excluyendo el DF, son las entidades con el peor nivel educativo. Y aunque están muy lejos de llegar al número de afiliados de su enemigo histórico, el SNTE, que tiene entre sus filias a millón y medio de maestros, el grado de radicalidad de la CNTE es mucho mayor.

Por el contrario, la naturaleza de corporación gubernamental ha hecho del SNTE un espacio domable y que se demostró con el encarcelamiento de Elba Esther Gordillo y la llegada al trono sindical de Juan Díaz de la Torre. Ésa es una de las grandes diferencias entre ambos gremios, lo que no significa que la CNTE no tenga sectores proclives a negociar y a acordar con las autoridades.

La CNTE tiene su epicentro de poder político en Oaxaca, a través de la Sección 22. Ante la posibilidad de que Gabino Cué llegara a la gubernatura del Estado, en 2010, la CNTE pactó una alianza con el candidato de la izquierda (en alianza también con el PAN). Al final, Cué derrotó a Ulises Ruiz, ex gobernador de extracción priistas, y con el que la CNTE nunca se logró entender. Con el compromiso de la alianza, Cué decidió darle la titularidad del Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca a Manuel Antonio Iturribarría Bolaños Cacho, hombre de mucha cercanía con la CNTE. Es decir, al día de hoy, la CNTE es “juez y parte” en materia educativa en Oaxaca, controlando tanto al órgano estatal de educación como al gremio de maestros. Un poder que ni siquiera Cué ha podido retar en los últimos meses.

En la misma lógica, el sesgo pactista de la CNTE se ve reflejado en dos aspectos: las negociaciones para abandonar el Zócalo en la semana previa al Grito de Independencia y la inclusión de algunos elementos propuestos por la CNTE para las leyes secundarias en materia educativa. Si podemos decir que las leyes secundarias no fueron lo rígidas que se plantearon en un principio en el seno del Pacto por México es porque algunos líderes de la CNTE sí aceptaron el llamado del Gobierno Federal a la negociación. Ahí tenemos la flexibilidad para que los estados participen en el proceso de evaluación o que se haya diluido el tema de los efectos de la evaluación. Su composición heterogénea permite hacer esta división muy clara entre una élite negociadora y pactista, y las bases más radicales y que le dan la espalda a entablar cualquier tipo de contacto con el “Gobierno usurpador”.

Al día de hoy, la CNTE aparece como el gran opositor, desde los gremios a las reformas impulsadas por el Presidente Enrique Peña Nieto y un aliado caprichoso, pero aliado al fin, de Andrés Manuel López Obrador y de algunos sectores ultraizquierdistas del PRD. Es difícil definir con exactitud a la CNTE. Para unos es simplemente un sindicato anacrónico y anquilosado que patalea por mantener intactos sus privilegios laborales y su baja eficiencia. No son más que sectores conservadores que quieren el estatus quo y el inmovilismo por beneficios de grupo. Para otros, la CNTE es el único sindicato democrático que se atreve a desafiar los planteamientos neoliberales del Presidente de la República. El único gremio que no ha sido domado por el Estado. Lo más seguro es que la verdad se encuentre a la mitad de ambas posturas. Lo cierto es que a los maestros de la Coordinadora los veremos en las calles muchas veces a lo largo de este sexenio.