- “Estos nuevos guerreros no clasistas de cierta izquierda académica actual aceptan en la práctica la construcción neoliberal del universo social. Tampoco para ellos hay clases o política de clases; simplemente, un mundo postmoderno en el que la fragmentación, la diversidad y las identidades ‘múltiples’ han acabado con las viejas solidaridades de clase.”
Edward P. Thompson ✆ A.d. |
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Justo cuando los gobiernos impulsados por la doctrina neoliberal estaban llevando a cabo una guerra abierta de clases en nombre del capital y en contra del trabajo, el concepto de clase declinaba. En Gran Bretaña, por ejemplo, mientras el gobierno de Margaret Thatcher ponía en práctica su despiadada lucha de clases contra los trabajadores, su propia estrategia retórica consistía en negar la existencia misma de las clases. Esa estrategia ideológica es más alarmante aún porque reaparece en la izquierda intelectual como una imagen en el espejo. Y no solamente ocurre con el postmarxismo. Incluso el Marxism Today, la revista teórica de moda del partido comunista británico que inventó el concepto de “thatcherismo”, se suma entusiásticamente al “repliegue del concepto de clase”
Estos nuevos guerreros no clasistas de izquierda aceptan en
la práctica la construcción neoliberal del universo social. Tampoco para ellos
hay clases o política de clases; simplemente un mundo postmoderno en el que la
fragmentación, la diversidad y las identidades “múltiples” han acabado con las
viejas solidaridades de clase.
Muchos piensan, es cierto, que puede ser una estrategia para
librar las luchas necesarias frente a formas de opresión distintas,
especialmente las relacionadas con el género y la raza. Pero hay algo más en
ese repliegue –quizá deberíamos decir algo menos– que un interés en formas
alternativas de lucha; y ese abandono del concepto de clase no puede
simplemente atribuirse al declinar del movimiento obrero en los 70 y 80. El
repliegue del concepto de clase, que comparten algunos sectores de la izquierda
intelectual, tiene otras raíces que le preceden. [1]
Los intelectuales de izquierda más decididos a abandonar el
concepto de clase también se inclinan a sugerir que no tenemos necesidad de
confrontar con el capitalismo como una totalidad sistémica, porque no existiría
algo así como un sistema capitalista –si es que alguna vez existió— en la nueva
realidad fragmentada. Nos cuentan que se está dando una tremenda expansión de
la “sociedad civil” que amplía considerablemente el abanico de nuestras
elecciones individuales. El modo de combatir a las doctrinas liberales consistiría
aparentemente en aceptar sus supuestos básicos y tratar de vencerlos en su
propio juego retórico.
La crisis capitalista
real
Nos enfrentamos hoy a un capitalismo real con
características que no conocíamos desde hace mucho tiempo. Desde la crisis de
2008 y del desastroso proyecto de austeridad que le siguió, es casi imposible
desconocer los brutales efectos sistémicos del capitalismo o las crudas
realidades de las clases.
Ha habido algunos signos alentadores de nuevos movimientos
contestatarios, como el movimiento “Occupy”, que si bien no han cristalizado
aún en un movimiento político coherente, sin embargo comenzaron a cambiar el
discurso sobre las consecuencias del capitalismo y las desigualdades de clase.
Pese a ello, gran parte de la izquierda intelectual ha perdido el hábito, los
medios o incluso la voluntad de oponerse al capitalismo, no sólo en la práctica
sino también en la teoría.
Por eso pienso que es el momento indicado para revivir a
Edward Thompson. No solamente porque Thompson es, probablemente más que
cualquier otro historiador, quien le dio vida a los procesos de la formación y
lucha de clases, sino también porque aún más que cualquier otro historiador y
quizás incluso que cualquier académico o escritor, Thompson fue quien con más
claridad definió al capitalismo como una forma social históricamente específica
–no como una ley de la naturaleza—, obligándonos a verlo con distancia crítica
y antropológica.
Y esto tiene una importancia hoy, pues hace mucho tiempo que
hemos adquirido el hábito de considerar el capitalismo como dado, como si se
tratara de algo tan universal e invisible como el aire que respiramos. Thompson
desafió los presupuestos básicos del capitalismo, entendiéndolo como un
conjunto de prácticas sociales y principios morales y estudiando su desarrollo
como un proceso en lucha constante.
No sólo mostró este proceso en su libro La
formación de la clase obrera en Inglaterra, sino también en otros trabajos,
por ejemplo en su clásico ensayo Moral Economy of the Crowd en el que sigue las
pistas de las luchas contra de la racionalidad del mercado, impuesta a pesar de
la resistencia de grupos con costumbres y expectativas distintas y con
diferentes concepciones del derecho a la subsistencia; o su ensayo Custom, Law,
and Common Right, en el que nos muestra el modo en que las definiciones de
propiedad fundadas en la productividad para el beneficio capitalista se
afianzaron a costa de las prácticas prevalecientes y las concepciones de
derecho al uso; o su ataque –especialmente en su ensayo “Time, Work Discipline
and Industrial Capitalism”— al concepto de “industrialización” y su insistencia
en la especificidad del capitalismo industrial como un modo históricamente
indexado de explotación –no como un proceso neutral de cambio tecnológico—, con
efectos que afectaron a las prácticas laborales y también a algo mucho más
central para nuestra vida cotidiana, que es nuestra experiencia del tiempo. [2]
El abordaje thompsoniano de la historia resume lo que creo
es la esencia del materialismo histórico, una aproximación que arroja luz sobre
la teoría y la práctica, sobre la historia y la política. Si bien Thompson
intenta evitar el lenguaje teórico, su trabajo histórico siempre me ha parecido
tan fértil para la teoría como iluminador para la historia.
Según Thompson, el conocimiento teórico no lo es acerca de
una “representación conceptual estática”, sino sobre “conceptos apropiados para
investigar los procesos”. Esto significa, entre otras cosas, que no existe esa
suerte de sencilla antítesis entre historia y teoría o entre lo empírico y lo
teórico en la que insisten algunas corrientes muy influyentes del marxismo.
El desafío, según Thompson, consiste en captar e iluminar los
procesos históricos, no considerar a la clase como una ubicación estática en
una estructura de “estratificación”, sino como un proceso y una relación
social. Para decirlo con otras palabras, Thompson se tomó en serio la idea de
Marx de que el materialismo histórico se ocupa de la “actividad práctica”
humana, de la agencia humana, con los apremios que imponen las condiciones
históricas y sociales específicas. Eso es lo que lo convierte en un analista
tan efectivo del capitalismo entendido como un terreno en disputa y blanco de
lucha.
[1] Discuto este tema en detalle en mi A Chronology of the New Left and Its
Successors, or: Who’s Old-Fashioned Now? Socialist Register 1995,
22-49 y en el Prefacio a la edición de 1998 de mi Retreat from Class.
[2] Estos ensayos están incluidos en Customs in Common: Studies in Traditional
Popular Culture (New York: New Press, 1993).
Foto: Ellen Meiksins Wood |
Ellen Meiksins
Wood ha sido durante muchos años profesora de ciencia y filosofía políticas en
la York University de Toronto, Canadá. Entre 1984 y 1993 estuvo en el comité
editorial de la New Left Review británica, y entre 1997 y 2000 coeditó, junto
con Paul Sweezy Harry Magdoff la revista norteamericana Monthly Review.
Filósofa e historiadora marxista y feminista mundialmente reconocida, ha
realizado contribuciones fundamentales en el campo de la filosofía política, de la historia de las ideas políticas y de la historia política y social. Sus
últimos libros publicados: Citizens to Lords. A Social History of Western
Political Thought from Antoiquity to the Middle Ages (Verso, Londres, 2008) y The
Origin of Capitalism. A Longer View (Verso, Londres, 2002). Actualmente, reside
en Londres.
Traducción del inglés por María Julia Bertomeu
Traducción del inglés por María Julia Bertomeu