9/3/17

Karl Polanyi, ese gran olvidado

Joaquín Juan Albalate
Karl Polanyi ✆ Tiffet 

Karl Paul Polanyi 1 nació en octubre de 1886 en el seno de una familia judía en Viena, capital del imperio Austro-húngaro de entonces. Su obra se inscribirá en una sociedad (primera mitad del siglo XX) marcada por la aparición de importantes catástrofes y por el hundimiento de la primera sociedad de mercado iniciada a finales del siglo XIX, hecho éste que influirá en su obra. Murió en 1964 en la ciudad canadiense de Pickering, Ontario. En 1933 se vio obligado a emigrar a Londres por el ascenso del fascismo en Austria. Posteriormente, y gracias a una beca de la Fundación Rockefeller, se trasladó a Estados Unidos donde escribió su principal e inicial obra La gran transformación, publicada en 1944, a la vez que fue nombrado profesor visitante en la Universidad de Columbia en 1947. Sin embargo, el gobierno estadounidense negó el visado de entrada a su mujer Ilona Duczynska a causa de su antigua militancia comunista en Austria. Finalmente el matrimonio se instaló en Canadá, cerca de Toronto, desde donde Polanyi se desplazaba habitualmente a Nueva York para impartir sus clases.

 Polanyi había estudiado abogacía en la Universidad de Hungría aunque ejerció como economista, sociólogo de la economía y filósofo social a lo largo de su vida. En su ánimo de reconciliar las herencias cristiana y marxista, pasaría a la historia por su crítica directa a la economía neoclásica de mercado que postulaba la escuela austríaca durante los años veinte y treinta apoyándose, para ello, en una perspectiva analítica institucional. Sus originarias teorías se convirtieron en uno de los fundamentos más sustantivos de la corriente de pensamiento que propugnaba la democracia económica. A su obra principal, le sucedieron otras importantes y numerosas contribuciones de las que cabe destacar Trade and Markets in the Early Empires -como coautor con otros autores-, Dahomey and the Slave Trade o The Livelihood of Man (El sustento del hombre), en buena medida, relacionadas con las prácticas culturales con las que las diversas sociedades del pasado han organizado la provisión colectiva de la manutención humana.
1. Las contradicciones de la sociedad de mercado
La influencia de las ideas del socialista utópico Robert Owen sobre el pensamiento de Polanyi -en particular, las que ese autor desarrolló a cerca del sistema de cooperativas que debería prefigurar la abolición del salario como medio de intercambio entre capital y trabajo- se convirtió en uno de los principales puntos de partida de la visión política que Polanyi acabaría desarrollando años después. Interesarse por Owen le permitió comprender el significado económico y social de la revolución industrial a través de la observación de la evolución de la sociedad inglesa de comienzos del siglo XIX. Según Polanyi, el hundimiento económico sucedido en la Inglaterra de esa época se debió a una catástrofe cultural: el trabajador perdió las referencias sociales de su comunidad de origen como consecuencia de la degradación cultural a que le somete el maquinismo. Se trata de una ruptura brutal con las antiguas tradiciones que guiaban el comportamiento social en la sociedad pre-industrial y que condujo, entre otras cosas, a que aparecieran hambrunas de una amplitud inédita hasta entonces, fruto del hundimiento de los viejos sistemas de redistribución y reciprocidad, en un contexto histórico en el la regulación pública de la sociedad aún estaba por llegar (Mancourant; 2004; 121).

Con posterioridad, a principios del siglo XX, la sociedad de mercado en Europa volvería a entrar en una crisis aún mayor que acabaría por desembocar en la 1ª Guerra Mundial, la gran depresión y, no mucho más tarde, en el fascismo. Polanyi atribuirá esa crisis a las disfunciones monetarias y financieras que darán lugar a la aparición de una deuda insoportable a largo plazo para las economías occidentales. Quedará patente que la auto-regulación de la economía capitalista era una mera ilusión. Polanyi, ante las evidentes contradicciones inherentes a la dinámica del sistema capitalista propondrá un modelo de "socialismo funcional", contrario al del "marxismo ortodoxo" y al del liberalismo "burgués" de Misse, a quien le advertirá que "...la economía no es una cosa de la que uno se pueda apoderar mediante las estadísticas -como creen los defensores de la planificación central- sino que es un proceso que debe construirse con sujetos colectivos reales, grupos autogestionados que integren las constricciones colectivas..." (Mancourant; 2004; 124). Eso no significa que, según Polanyi, vayan a desaparecer los conflictos sociales, pues son la manifestación de la vitalidad de una sociedad socialista y no dirigista.

La tesis principal de la obra La gran transformación consiste en demostrar que en la sociedad del siglo XIX se construyó un sistema auto-regulador en base a tres pilares del liberalismo económico y la sociedad de mercado: el trabajo y la moneda (ambos tendrán un precio establecido por el mercado), y los bienes que tendrán que circular libremente entre países (Mancourant, 2004: 125). No obstante, aunque Polanyi no negará un cierto número de virtudes de la autorregulación del mercado, afirma de éste su carácter esencialmente utópico, ya que la sociedad nunca hubiera soportado todas las consecuencias concretas de tal concepción. Por una parte, los mecanismos del mercado deben instituirse por procesos políticos deliberados; por otra, los elementos esenciales para el funcionamiento de los mercados han de ser protegidos contra los mercados mismos. Así, históricamente, las formas de protección del trabajo y de la moneda se han impuesto de manera “imprevista”, ¿cómo?, mediante compromisos colectivos sancionados o creados deliberadamente por el Estado que, desde hace tiempo, hacen que la sociedad de mercado sea tolerable para la vida de los hombres. De todas formas, poco a poco, los "contra-movimientos" han ido obstaculizando la capacidad auto-reguladora del gran mercado. Esa es, según Polanyi, la gran contradicción de la sociedad de mercado, de la que se debe medir todas sus consecuencias que de ellos se derivan (Mancourant, 2004: 126).
2. ¿El socialismo como una alternativa a la crisis de la sociedad de mercado?
La crisis del capitalismo durante los años veinte y treinta condujo a Polanyi a proponer la necesidad de un nuevo sistema sociopolítico: el socialismo. Un socialismo, sin embargo, un tanto distinto al de la planificación centralizada y del “empirismo” del marxismo ortodoxo, pero también contrario al de máxima libertad económica y que sólo beneficia a las clases dominantes. Polanyi, entiende que sólo actuando en las instituciones será posible influir en los comportamientos humanos. Y es en ese marco que concederá una especial atención a la institución educativa, al considerarla esencial para el avance social. El ideal (socialista) no puede ser conseguido sin que cada individuo sea consciente de su función particular (funcionalismo). El cambio no puede llevarse a cabo sin que la gente cambie. Polanyi no cree en el supuesto magnetismo de la acción, necesariamente, benéfica del poder del Estado (Mancourant, 2004: 133).

Desde el punto de vista económico, se opone a la teoría objetiva del valor de Marx porque presupone que la oferta de trabajo es ilimitada. Aunque tal teoría podría ser comprendida durante el siglo XIX, no puede funcionar de la misma manera para el socialismo futuro. Es necesario utilizar una teoría subjetiva del valor que dé importancia a la escasez de los recursos (teoría desarrollada por la escuela marginalista de Viena).

Ahora bien, Polanyi, en lugar de pensar en un sujeto individual, estaba pensando en un individuo colectivo: un grupo de trabajadores o consumidores que actúan en un ámbito descentralizado en un municipio. Grupos que, a diferencia de aquella teoría, poseen cierta autonomía para decidir. El modelo de socialismo “funcional” de Polanyi es una articulación esbozada entre la dimensión subjetiva del valor que atribuye cada individuo a los hechos y las cosas y la consideración colectiva que hacen dentro de cada grupos autónomo a los que pertenecen.

Por otro lado, el rechazo que Polanyi hace del capitalismo se basa en que, según él, este sistema no encarna la justicia social. Son muchas las formas de ingresos que no proceden del esfuerzo productivo, sino que proceden de la acción monopólica, de la mera especulación y de la manipulación de los mercados. Con ello, se impulsa espontáneamente la reducción del precio del trabajo, lo cual se contradice con el derecho “a la vida” (Mancourant, 2004: 135). El modo de apropiación de los bienes y de los capitales conlleva a una competencia desenfrenada, pero también, a situaciones de monopolio. Todo ello, se opone a una buena difusión del progreso técnico que asociaciones regionales de productores podrían beneficiarse. El monopolio, afirma Polanyi, permite -como ya dijera Veblen cuando hablaba de las patentes- restringir la oferta y disminuir el ritmo de la producción y, por tanto, de la productividad.

La factibilidad del socialismo que plantea Polanyi se fundamenta en poder construir una contabilidad coherente de los costes económicos. Se trata de un socialismo basado en la apropiación social de los medios de producción y del intercambio que se realiza entre grandes unidades autogestionadas. Este sistema reposa en la idea de que los precios expresan las preferencias colectivas decididas según son las percepciones microeconómicas de tales colectivos. Este procedimiento es el que determinará el valor del trabajo así como la remuneración de las materias primas, cuestión ésta, esencial para una sociedad socialista en sus relaciones con terceros países y donde el Estado juega un papel determinante. El sistema de precios engloba también las percepciones microeconómica formuladas por los grupos descentralizados (municipios y asociaciones de consumidores). Las discusiones políticas fijan las orientaciones de la acumulación según el imperativo de justicia social cuyas modalidades determina el Estado. No obstante, la parte tecno-económica de la inversión involucra únicamente a los grupos implicados en la producción. Se trata de un socialismo dual de precios: los precios fijados (encarnaciones de las intervenciones de “derecho”), y los precios de “convención” (característicos de una economía de intercambio).

La contabilización de los costes (del valor del trabajo y de las cosas) constituye en este modelo el punto crucial en tanto que es, para Polanyi, la clave del modelo de socialismo que este propugna frente a aquellos (L. Von Mises, por ejemplo), que cuestiona la capacidad del socialismo para llevar a cabo ese proyecto de forma racional sin caer en el despilfarro. Así pues, la originalidad de la propuesta de Polanyi residirá en que la formación de los precios en el socialismo “polinyiano” procederá de las evaluaciones contradictorias que aparecen de las “instancias elementales de la sociedad”, es decir, del valor que resulta de la voluntad -y no de la imposición- de pagar o no los productos que se intercambian entre productores y asociaciones de consumidores. Se trata de demostrar que es posible establecer un espacio de discusión razonable de formas de intercambio en una economía auténticamente socialista. A partir de ahí, el socialismo integra y supera el principio de mercado (Mancourant, 2004: 137).

Por otra parte, Polanyi también afirma que una economía planificada (dirigista) no es eficiente porque no dispone de la información necesaria (estadísticas adecuadas y suficientes) para gestionar las decisiones sobre los procesos de producción. Es ilusorio establecer de manera centralizada los costes del esfuerzo del trabajo (la denominada desutilidad de la teoría neoclásica). El socialismo centralizado no tiene en cuenta la dificultad inherente al trabajo humano al considerar que su valor es fruto del decreto administrativo y objetivo. Por eso la economía centralizada cree que los fenómenos económicos son sólo cosas y la economía un proceso social-natural.

Polanyi contradice, además, a los marxistas afirmando que, a diferencia de lo que ellos defienden, sí que son posibles los conflictos entre productores y consumidores. Y es que, el socialismo no libera al hombre de la cuestión del valor económico. La humanidad no será libre hasta que sepa lo que le cuestan sus ideales. El socialismo centralista es incapaz de evaluar el carácter arduo del trabajo si no es de forma autoritaria e ineficiente. No hay lugar para evaluar los costes específicos de la justicia social. Por eso es importante encontrar las instituciones que se hagan cargo, descentralizada y contradictoriamente, de evaluar también ese otro tipo de costes, derivados de la intervención del Estado socialista centralizado en la estructura de los precios (Mancourant, 2004: 138).
3. El modelo institucional del “socialismo funcional” de Polanyi
Según Polanyi, las instituciones de un “socialismo funcional” están reguladas por el principio de “funcionalidad”: el hombre como productor o consumidor representa dos aspectos de las motivaciones humanas que están determinadas por un único proceso vital: la actividad económica del individuo. Se representa así al hombre a través de dos entidades separadas pero, no por ello, incompatibles. La transparencia de los procesos económicos producida por el funcionamiento del modelo, permite a los ciudadanos participar de manera responsable en los debates políticos y económicos a través de sus representantes.

En consecuencia, Polanyi propone que los grupos de producción autogestionados (las federaciones regionales y locales por sectores de actividad), se asocien a escala nacional para formar así el “congreso de productores” y obtener un nivel de ingresos tal, que los salarios y los costes suplementarios (debidos a la exigencia de justicia social y de inversión) puedan ser financiados.

Paralelamente, Polanyi propone que las federaciones de consumidores estén organizadas de la misma manera que las federaciones de productores. Es así como los precios resultan de un proceso mercantil descentralizado. Estas federaciones deben de asociarse para integrarse en una instancia política central: el Estado socialista (o Comuna).

Ahora bien, el hecho de que el Estado integre también a los consejos delegados por los ciudadanos, podría dar lugar a que ese Estado detente el poder supremo y se convirtiera en una estructura aún más “inquietante” que el Estado burgués moderno. No obstante, Polanyi no prevé que las decisiones puedan ser fruto de la exclusión del congreso de los productores. Además, los inevitables litigios que puedan surgir serán, necesariamente, transitorios (en consonancia con el funcionalismo), ya que serán resueltos remitiéndolos a una instancia judicial superior.

Todo lo anterior, permite a Polanyi afirmar que es posible establecer una contabilización de los costes en el socialismo descentralizado porque es factible distinguir entre costes “naturales” y costes “sociales” de la producción: la autonomía contable de las unidades elementales de la producción es el medio para distinguir los costes que resultan directamente del proceso de producción, del resto de los costes, los que expresan los imperativos de la justicia social e instituidos por la Comuna. Así, cada balance elemental de las firmas autogestionadas comporta dos estadísticas distintas. Las distribuciones en especie o a precio de coste pueden imputarse a la cuenta de “costes sociales” junto a los costes suplementarios como consecuencia de las localizaciones no óptimas, desde el punto de vista técnico-económico de las unidades de producción. Por su lado, los costes “naturales” comprenderían la usura del capital, los salarios y el precio de las materias primas.

No obstante, Polanyi es consciente de que el cambio técnico puede modificar el valor de los costes de producción. Esos cambios se someterían a la negociación entre ambas partes (productores y consumidores). Sin embargo el problema de fondo (la coexistencia de dos tipos de precios: los “fijos” –que expresan las finalidades colectivas- y los “negociados” –los que afectan a muchos de los bienes de consumo o de producción- sigue aún sin resolverse. En el caso de la fijación artificial de los precios de las materias primas no hay influencia en la lógica del sistema de los precios “negociados”. No así con los precios de los bienes intermediarios.

Si bien estos precios pueden ser considerados como inputs primarios, no ocurre lo mismo con la inversa: la fijación artificial de los precios no permitiría una contabilización racional. Para que las unidades autónomas no sufran déficits es necesario que las unidades de producción no soporten el coste social que, por su construcción, no depende de sus propias decisiones. Para resolver ese tema es importante contar con la participación de unos adecuados mecanismos financieros y de un sistema monetario eficaz que ayuden a equilibrar los posibles desajustes. De ese modo, algunos precios pueden ser artificialmente elevados para que reflejen la finalidad social de la producción. Es así como los excedentes registrados financian el descenso de los precios de los bienes necesarios y la Comuna se convierte en el lugar donde se redistribuyen tales excedentes

El socialismo de Polanyi sigue siendo una economía monetaria dotada de un verdadero sistema fiscal en contra de la opinión de los que apuestan por la economía planificada que atribuyen a la moneda un simple vestigio del capitalismo. En el socialismo funcional la introducción de un medio de pago y de una unidad de cuenta permite la fluidez de las necesarias transferencias entre unidades económicas para cubrir los "gastos sociales" y "naturales", lejos del papel nulo o residual que le concede el socialismo centralizado.

En definitiva, lo esencial del modelo polanyiano consiste en la posibilidad de distinguir los costes según su naturaleza y en el hecho de que, globalmente, la suma de los excedentes obtenidos más allá de los salarios, debe cubrir los costes sociales y la acumulación de bienes de producción. La cuestión de la propiedad (privada) se opone a la de la gestión: la apropiación social aquí no se contrapone a la gestión descentralizada de la economía. La voluntad de Polanyi de distinguir los costes sociales de los "naturales" es la vía para dar sentido a la descentralización de las decisiones, éstas, siempre en el marco de un conflicto institucionalizado y "controlado" (Mancourant, 2004: 140).
Nota
1/ De todas las contribuciones que se han realizado sobre la obra y la vida de Karl Polanyi, destaca por su novedad y calidad la aportación que ha realizado Jérôme Maucourant en su libro "Descubrir a Polanyi" y publicado en España por Edicions Bellaterra en 2006. En él Maucourant ofrece una perspectiva del conjunto de la obra de Polanyi que resulta ser de gran interés y de notable actualidad. Las líneas que aquí se exponen proceden de una selección esmerada de las principales ideas contenidas en algunos de los capítulos más relevantes de la citada obra: Maucourant, Jérôme (2006), Descubrir a Polanyi, Barcelona: Edicions Bellaterra
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