Nicolás González Varela
Por muy desnaturalizado que esté el mecanismo de representación popular en el Parlamento burgués, no obstante para Lenin (y Kautsky) tal mecanismo político proporciona: 1) materiales para analizar las políticas de las diferentes clases en pugna; 2) ayuda a corregir opiniones erróneas y puntos de vista estrechos sobre las políticas de las distintas clases sociales (precisamente es aquí, dirá Lenin, “en donde reside el fundamento de la Táctica”). Lenin reconoce en una editorial del diario bolchevique legal Vperiod (Adelante!) que la fracción socialdemócrata parlamentaria podría ser “de gran utilidad para la causa de la Revolución. Ya habíamos señalado la importancia que le otorga Lenin a revelar de modo materialista la “nomenclatura de clase” que poseen, de manera velada y codificada, todos los partidos políticos. Esta “nomenclatura de clase” tiene grados en el análisis leniniano: puede ser que un partido sea una “organización de clase” cuasi pura, de manera que se encuentra vinculado en forma total con una clase social determinada (sea esta dominante o no); pero también, Lenin señala, puede no estar relacionado en “forma exclusiva” con una clase particular pero aún a pesar de ello, ser “esencialmente expresión general de un interés de clase (ideal)”, con lo que su vinculación tiene una grado intermedio, su pureza clasista se encuentra degradada, como en los casos de partidos semi-burgueses o semi-terratenientes.
Por ello es que se remarca una y otra vez el principio metodológico materialista-dialéctico: “nunca sustituir un problema histórico concreto por una consideración abstracta”. En el análisis de toda lucha parlamentaria hay que establecer la “concordancia” de las fuerzas parlamentarias con la posición de las fuerzas verdaderas que existen en la Sociedad, en el Pueblo. El Lenin maduro dirá que “el Marxismo exige de nosotros un análisis estrictamente exacto y objetivamente verificable de las relaciones de clase y los rasgos concretos propios de cada momento histórico. Nosotros siempre hemos tratado de llenar este requisito absolutamente esencial para dar a la Política una base científica”. La pregunta para Lenin, y aquí sigue la productiva intuición de Ferdinand Lassalle de 1862, [1] es: ¿diverge la Constitución escrita con la Constitución “real”, con la relación de fuerzas existente (la fuerza de combate relativa)? Lenin, como Marx y Schmitt, sabe que la Constitución no es una “simple Ley”, ni un “papel mojado”, ni una mascarada institucional, sino un “poder efectivo” configurado (como un pacto a la sombra) en un momento específico en la relación cambiante de fuerzas entre las clases fundamentales. Toda Constitución expresa una concreta y peculiar Machtverhältnisse. “Los grandes banqueros” –decía Lassalle– son “un fragmento de la Constitución… Se toman estos factores reales de poder, se extienden en una hoja de papel, se les da expresión escrita, y a partir de este momento, incorporados a un papel, ya no son simples factores reales de poder sino que se han erigido en derecho, en instituciones jurídicas, y quien atente contra ellos atenta contra la ley, y es castigado.” Ya Hegel (y el joven Marx en su Kritik de 1843) había dado suma importancia a la Constitución en la idea del Estado, ya que configuraba el propio Derecho político como una “necesidad externa” que se presenta como universal, aunque no lo fuera.
Por muy desnaturalizado que esté el mecanismo de representación popular en el Parlamento burgués, no obstante para Lenin (y Kautsky) tal mecanismo político proporciona: 1) materiales para analizar las políticas de las diferentes clases en pugna; 2) ayuda a corregir opiniones erróneas y puntos de vista estrechos sobre las políticas de las distintas clases sociales (precisamente es aquí, dirá Lenin, “en donde reside el fundamento de la Táctica”). Lenin reconoce en una editorial del diario bolchevique legal Vperiod (Adelante!) que la fracción socialdemócrata parlamentaria podría ser “de gran utilidad para la causa de la Revolución. Ya habíamos señalado la importancia que le otorga Lenin a revelar de modo materialista la “nomenclatura de clase” que poseen, de manera velada y codificada, todos los partidos políticos. Esta “nomenclatura de clase” tiene grados en el análisis leniniano: puede ser que un partido sea una “organización de clase” cuasi pura, de manera que se encuentra vinculado en forma total con una clase social determinada (sea esta dominante o no); pero también, Lenin señala, puede no estar relacionado en “forma exclusiva” con una clase particular pero aún a pesar de ello, ser “esencialmente expresión general de un interés de clase (ideal)”, con lo que su vinculación tiene una grado intermedio, su pureza clasista se encuentra degradada, como en los casos de partidos semi-burgueses o semi-terratenientes.
Por ello es que se remarca una y otra vez el principio metodológico materialista-dialéctico: “nunca sustituir un problema histórico concreto por una consideración abstracta”. En el análisis de toda lucha parlamentaria hay que establecer la “concordancia” de las fuerzas parlamentarias con la posición de las fuerzas verdaderas que existen en la Sociedad, en el Pueblo. El Lenin maduro dirá que “el Marxismo exige de nosotros un análisis estrictamente exacto y objetivamente verificable de las relaciones de clase y los rasgos concretos propios de cada momento histórico. Nosotros siempre hemos tratado de llenar este requisito absolutamente esencial para dar a la Política una base científica”. La pregunta para Lenin, y aquí sigue la productiva intuición de Ferdinand Lassalle de 1862, [1] es: ¿diverge la Constitución escrita con la Constitución “real”, con la relación de fuerzas existente (la fuerza de combate relativa)? Lenin, como Marx y Schmitt, sabe que la Constitución no es una “simple Ley”, ni un “papel mojado”, ni una mascarada institucional, sino un “poder efectivo” configurado (como un pacto a la sombra) en un momento específico en la relación cambiante de fuerzas entre las clases fundamentales. Toda Constitución expresa una concreta y peculiar Machtverhältnisse. “Los grandes banqueros” –decía Lassalle– son “un fragmento de la Constitución… Se toman estos factores reales de poder, se extienden en una hoja de papel, se les da expresión escrita, y a partir de este momento, incorporados a un papel, ya no son simples factores reales de poder sino que se han erigido en derecho, en instituciones jurídicas, y quien atente contra ellos atenta contra la ley, y es castigado.” Ya Hegel (y el joven Marx en su Kritik de 1843) había dado suma importancia a la Constitución en la idea del Estado, ya que configuraba el propio Derecho político como una “necesidad externa” que se presenta como universal, aunque no lo fuera.
Toda la política de la Socialdemocracia
revolucionaria consiste para Lenin en “iluminar” el camino que deberán recorrer
las masas populares, pero eso significa, al mismo tiempo, que nunca se debe
reducir la Taktik a la tarea
complementaria de “educar políticamente al Pueblo”. En esto nuevamente Lenin
sigue la actividad de Engels y Marx en la “primavera europea” de 1848-1850.[2]
Desde este punto de vista la “actitud” leninista hacia el Parlamento puede
formalizarse hacia 1906 en dos grandes puntos focales: 1) aprovechar “sistemáticamente” todos los conflictos
que surjan, tanto entre el Gobierno de turno y el Parlamento como en los
conflictos inter-parlamentarios, con la finalidad tanto de ampliar (ejercicio
extensivo) como de profundizar (ejercicio intensivo) el movimiento
revolucionario; para este trabajo extensivo-intensivo, Lenin afirma que deben
plantearse los conflictos de tal manera que puedan convertirse en el origen de
“vastos movimientos de masas”, orientados a modificar el sistema político
actual, acciones de masas que mediante la agitación puedan lograr presentar al
Parlamento “reivindicaciones revolucionarias” y organizar la presión sobre el
Parlamento “desde afuera”, desde la calle, a fin de ganarlo para la causa
socialista. En cada caso concreto, intentar vincular las tareas políticas del movimiento
con las reivindicaciones económico-sociales de la mayoría de la masa obrera. Y:
2) como segundo momento en este ejercicio extensivo-intensivo de la lucha
electoral y parlamentaria Lenin enumera la tarea de “interferencia” de la
organización en los conflictos institucionales más agudos y subversivos, con el
objetivo doble de “revelar” a las masas la inconsecuencia de los partidos
políticos burgueses que asumen en el Parlamento l papel de portavoz de la
voluntad general, y, además, hacer comprender a las más amplias capas
trabajadoras (Lenin enumera entre ellas al proletariado, al campesinado y a la
pequeña burguesía urbana) la “total inutilidad” del Parlamento como institución
representativa auténtica, generando la necesidad de un nuevo proceso constituyente.
Para Lenin (siguiendo a Kautsky)[3]
el Parlamentarismo es un “arma” que puede servir (y ha servido) a diferentes
partidos y clases, pero que requiere entre el “ganado electoral” (sic) poseer
cierta “habilidad parlamentaria” de la que generalmente carecen las clases más
populares (facilidad de palabra, visión amplia de las cosas, comprensión de los
problemas administrativos y organizativos, formación jurídica y manejo de todos los “trucos y recursos” de
la abogacía). Por eso, en esto coinciden tanto Kautsky como Lenin, la “casta
parlamentaria” procede predominantemente de aquellas clases cuya profesión
lleva consigo automáticamente estas condiciones previas: abogados, profesores,
notarios, periodistas, funcionarios de la nobleza estatal, etc. Por ello tarea
primordial de la organización socialdemócrata es la generación-formación de
“oradores y políticos de clase”, capaces de competir con los parlamentarios
burgueses. Es indispensable, subraya Lenin, escapar de las pequeñeces de la
“Técnica parlamentaria”, que oscurece los problemas de principio de la lucha
proletaria de clase. Y para evitar el momento populista, Lenin también subraya
la capacidad de “control” del proletariado militante sobre estos nuevos
parlamentarios obreros. No es el grupo parlamentario (para Lenin carece de
autonomía propia) quién dirige la organización sino lo contrario. Esto es más
importante que todo lo anterior. Para Lenin allí donde exista un movimiento
obrero desarrollado y progresista (supuesto el derecho electoral universal) la
“participación práctica” en el trabajo parlamentario deja de ser un monopolio
de los propietarios o de la pequeña burguesía tradicional. Incluso en momentos
de “primavera de masas” Lenin cree que se debe meditar si en el “aquí-y-ahora”
puede utilizarse el Parlamento, trabajando dentro de él con las condiciones
mínimas, si se dispone de los “socialdemócratas adecuados” para esa tarea y si
las “condiciones externas” son favorables para el trabajo parlamentario. La
figura del “socialdemócrata adecuado” requiere una digresión por su importancia
decisiva, no solo en Lenin sino en el Marx de 1847-1851. Aquí podemos entender
la obsesión de Marx, Engels y Lenin, en momentos históricos precisos, por
asegurar la autoemancipación de la clase por sí misma en la práctica,
asegurando ya sea candidatos de extracción obrera y proletaria al Parlamento o
promocionando cuadros de origen trabajador a las mejores escuelas de cuadros
del partido en el extranjero (Bolonia, Capri o Longjumeau en París)[4]
con el objetivo doble de generar una “Intelligentsia
obrera” y “dirigentes-obreros”, los “socialdemócratas adecuados”, para la lucha
parlamentaria y política en general. Lenin utilizaba el concepto de “instinto
de clase” (klassovyi instinkt, klassovoe chut'ie), basado profundamente
en las condiciones materiales del trabajador, que contrariamente a la pulsión
espontánea, se encontraba arraigado firmemente como una fuerza positiva, se
trata de un rasgo caracterológico irrenunciable, punto de partida de la
conciencia de clase plena. El “instinto d clase” no puede ser reemplazado por
ninguna máscara electoral o subcontratado por políticos profesionales
provenientes de la pequeña burguesía. En esta cuestión Engels y Marx coinciden
con Lenin, cuando sugieren para las elecciones para la Asamblea Constituyente
de Prusia en 1850, aprendiendo de las fallas propias en la “primavera europea”
de 1848: “contra los candidatos burgueses democráticos se deben presentar en
todas partes candidatos de la clase trabajadora, quienes, en la medida que ello
sea posible, deberán ser miembros de la Liga [de los Comunistas] y por cuyo
triunfo todos deben trabajar por todos los medios a su alcance. Incluso en los
distritos donde no hay posibilidad de que nuestro candidato salga triunfante,
los obreros deben, no obstante, presentar sus propios candidatos a los fines de
mantener su independencia [de clase], templar sus fuerzas y presentar su
actitud revolucionaria y los puntos de vista del partido ante el público.” Aquí
se puede entender ese epigrama de Brecht que dice que es más importante el que
aprende que lo que aprende…
También coincide con Kautsky en el papel
bivalente y equívoco del Parlamento en la “mente del Pueblo”, a la que se lleva
a la confusión irremisiblemente con la maraña de una “proyectomanía legislativa
constructiva”, que le ofusca, le embota, desmoraliza y le deja indiferente. Por
ello, en la lucha electoral, es necesario demostrar la necesidad de “otra”
institución mucho más fuerte, más democrática que el viejo Parlamento burgués,
tarea que Lenin define como “tarea fundamental del Proletariado
revolucionario”. Lenin elabora una máxima en forma proverbial: “la vida real
habla con su voz más allá del Parlamento”. La conclusión no puede ser más
radical: una clase sólo tendrá la certeza de que sus intereses están siempre
bien garantizados en el Parlamento, de una manera decidida y visible, cuando no
se contente únicamente con “elegir a sus representantes”, sino que puede
“vigilar e influenciar” siempre y en todo momento su quehacer parlamentario. Por
ello para Lenin hay que explicar a las más amplias capas populares que el
Parlamento “solo expresa tímida e inadecuadamente las reivindicaciones
fundamentales de un pueblo”. Para
satisfacer de modo efectivo las necesidades apremiantes de las masas, Lenin,
concluye, “se requiere que todo el Poder esté en manos del Pueblo”, sin
que queden áreas autónomas sin “democratizar” o arcanos “Guardianes de la
Constitución” que posibiliten la reversión de los proceso de cambio o incluso
consolidar una contrarrevolución pasiva a pesar de la hegemonía parlamentaria. La
conclusión de Lenin es que la lucha del Proletariado por la Libertad política,
por su ampliación y profundización, es una lucha eminentemente revolucionaria,
porque “su objetivo es lograr una Democracia total”. En cuanto al Parlamento
como institución ética, Lenin como Kautsky no tienen duda que dado el rol que
juega en el Estado moderno es una fuente de corrupción “innata”. En un Estado
centralizado y ampliado regido de “forma parlamentaria”, como en las
democracias y monarquías liberales, se encuentra en manos de los parlamentarios
(y de la burocracia) no solo los intereses de las distintas clases, sino miles
de intereses particulares que provocan tentaciones que pocos saben resistir. Los
enemigos “absolutos” del Parlamentarismo, con los que Lenin tendrá que lidiar
después de 1918 en Europa, se olvidan que la abolición de la “limitada”
Democracia liberal nunca podrá anular la influencia corruptora perenne del
propio Capitalismo sobre el Estado moderno (en especial sobre la burocracia y
los funcionarios de alto grado). Relacionado con el tema de la corrupción y la
actividad parlamentaria, Lenin comienza a establecer un concepto político
novedoso, el “Oportunismo político”, que en un primer momento se define como el
sacrificio “de los intereses permanentes y duraderos del proletariado a
intereses superficiales y momentáneos”, en el caso más simple y menos
ideologizado, y en casos más ideológicos, como políticos de buena fe que se
reclaman en la tradición socialista u obrera, Lenin habla de la aplicación
mecánica de un “modelo estereotipado”, copiado de períodos de la Historia
pasados o transplantados de la experiencia de otros países sin su
“traducibilidad” materialista. Un método usual del Oportunismo histórico es,
según Lenin, el de tratar de probar “que la consigna más moderada es la más
razonable, porque en torno a ella se puede unir el mayor número de elementos
sociales”. El falso dilema oportunista es que se debe elegir siempre y en todo
momento no entre Reforma o Revolución sino entre Reacción o Reforma. El
Oportunismo afirma que por ello no se necesita ni un programa revolucionario
(mucho menos “marxista”), ni una forma-partido revolucionaria, ni siquiera una
táctica revolucionaria: solo consignas electorales moderadas, reformas y más
proyectos de reformas. Lenin afirma que en realidad lo que demuestra la
Historia parlamentaria europea es que “la táctica de los reformistas es la
menos apta para logra reformas reales”. O como decía el Marx en 1851 después de
las primaveras europeas de 1848: “Las peticiones democráticas no pueden
satisfacer nunca al Partido del Proletariado. Mientras la democrática pequeña
burguesía desearía que la revolución terminase tan pronto ha visto sus
aspiraciones más o menos satisfechas, nuestro interés y nuestro deber es hacer
la revolución permanente, mantenerla en marcha hasta que todas las clases
poseedoras y dominantes sean desprovistas de su poder.”
“La lógica de la Vida” –escribe Lenin en
una bella fórmula– “es más fuerte que la de los manuales de Derecho
Constitucional. La Revolución enseña”. Las amplias masas populares deben
convencerse “por su propia experiencia” de que toda asamblea representativa
democrática no es nada si no tiene pleno poder. Todas las leyes, todos los
proyectos, todos los bellos discursos en la tribuna y todos los diputados no
significan nada si no tienen el poder efectivo. Por ello, la educación
socialdemócrata debe inculcar la idea que una asamblea representativa del
Pueblo con poder irrestricto, plural, es incompatible con la subsistencia de un
régimen basado en la lógica del Capital. Lenin también se ve obligado a
desarrollar, dentro de su reflexión sobre lo electoral, lo que podemos
denominar la “Ciencia de la Consigna”, el arte de analizar de manera dialéctico-materialista
la coyuntura y el acontecimiento. Subraya una y otra vez que un marxista no
debe olvidar nunca que la consigna de toda lucha inmediata “no puede ser
deducida sencilla y directamente de la consigna general” de un determinado programa.
Hay que tener en cuenta la situación histórica específica (el universal
concreto, un universal que abarca en sí toda la riqueza de lo individual, de lo
singular, de lo individual), seguir todo el desarrollo y todo el curso sucesivo
del ciclo revolucionario. Se puede hablar de una auténtico axioma leninista: El
Tiempo (devenir) es a la Política lo que el Espacio es a la Física. Por eso, en
una rara reflexión cuasi-filosófica, incluso heideggeriana, Lenin decía que “la
Clase Obrera crea la Historia mundial con historicidad, abnegación y espíritu
de iniciativa”. La tarea más ardua, incluso para alguien que posea el método y
la teoría de Marx, es para Lenin éste: determinar los tempos y ritmos de la Política en su relación con la situación
revolucionaria. Durante este período vemos que paralelamente a sus análisis
materialistas sobre la Política qua
parlamentaria, Lenin comienza a profundizar tanto en sus estudios sobre Marx
como sobre su formación filosófica. En una carta a uno de los benefactores
financieros de la fracción bolchevique (tanto de la leninista como de la de
Bogdanov), el escritor Máksim Gorki,[5]
Lenin comenta que precisamente a comienzos de 1906 leyendo una obra de
Bogdanov, se vio obligado a exponer los principios de Marx en una “cartita filosófica
en tres cuadernos”. Lenin, que se autodefinía como “un marxista de filas en
materia de Filosofía”, termina escribiendo una obra sobre la teoría de Marx que
titula: Observaciones de un marxista de
filas en materia de Filosofía,[6]
que intenta publicar, sin llegar a lograrlo por la irrupción de la Revolución
de 1905. O sea que en el punto más complejo de sus reflexiones sobre la
Política electoral, Lenin se encontraba inmerso en una nueva profundización
crítica de Marx.
Notas
[1] Su ponencia a trabajadores en Berlín,
edición actualizada: Über
Verfassungswesen. Rede am 16. April 1862 in Berlin. Europäische
Verlagsanstalt, Hamburg 1993; en español: Sobre
la Constitución, Planeta, Barcelona, 2012.
[2] El marxólogo David Riazanov, que
dirigirá el IME, decía que Lenin se sabía de memoria el texto “Circular del
Comité Central a la Liga Comunista” de 1850 y que la citaba con frecuencia;
veáse en español: Riazanof, David: Marx y
Engels. Conferencia del curso de Marxismo en la Academia Comunista de Moscú),
Claridad, Buenos Aires, 1962, p. 79.
[3] En 1906, entre noviembre y diciembre,
Lenin traduce y corrige una versión en ruso del artículo de Kautsky: “Bewegungskrafte
und Perspektiven der russischen Revolution” (Fuerzas motrices y las perspectivas
de la Revolución rusa), aparecido en dos partes en Die Neue Zeit, Vol. 25, 1906-1907, I: pp. 284-290 y II: pp. 324-333; además de
escribir una introducción muy elogiosa, en español: “Prólogo a la traducción al
ruso del folleto de K. Kautsky ‘Las fuerzas motrices y las perspectivas de la
Revolución rusa’”, en: Lenin. Obras
Completas, Tomo XI, Akal Editor, Madrid, 1976, pp. 447-453.
[4] La escuela de partido se denominaba
oficialmente “Escuela Superior de Agitación y Propaganda socialdemócrata para
los obreros”, participaron entre otros Bogdanov, Gorki, Kollontai, Lunacharski,
Riazanov y Trotsky; véase: Jutta Scherrer: “Les écoles du parti de Capri et de
Bologne: La formation de l'intelligentsia du parti”, en: Cahiers du Monde russe et soviétique, Vol. 19, No. 3, Hommage à Georges
Haupt (Jul. -Sep., 1978), pp. 259-284.
[5] Carta a A. M. Gorki, 25 de febrero de
1908; en: Lenin. Obras Completas,
Tomo XIII, Akal Editor, Madrid, 1977, pp. 455-462.
[6] Los cuadernos con los manuscritos del
libro, que quedaron en San Petersburgo, nunca fueron hallados.