«El 14 de marzo, a las
tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de
nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos
dormido suavemente en su sillón, pero para siempre. Es de todo punto
imposible calcular lo que el proletariado militante de Europa y América y la
ciencia histórica han perdido con este hombre. Muy pronto se dejará sentir el
vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigantesca. Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo.
