Karl Marx ✆ Die Kleinert |
Horacio Tarcus | Ha transcurrido un siglo y medio desde que
llegaron a Latinoamérica los incipientes ecos de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Con ellos y detrás de
ellos, el nombre de Karl Marx aparecía por primera vez en la prensa del
continente. Era el comienzo de una historia compleja, signada por los más
intrincados procesos de recepción, adaptación, traducción, aclimatación,
aculturación, hibridación o antropofagización, según ha querido pensárselos
desde perspectivas diversas. Si dejamos fuera las visiones más simplistas y
exteriores de la relación entre Marx y Latinoamérica (una concibe el marxismo
como una teoría universal disponible para su aplicación en cualquier tiempo y lugar; otra lo data y localiza de
modo tan radical que termina reduciéndolo a una astucia de la razón
eurocéntrica), descubrimos una historia densa en acercamientos, usos y
apropiaciones, rica en perplejidades y malentendidos, encuentros y
desencuentros. Las relaciones
entre Marx y Latinoamérica nacieron con la forma de un doble desencuentro: el
de Marx con Latinoamérica —cuyo revelador más evidente fue su diatriba contra “Bolívar y Ponte”, por no hablar de los
textos de Engels sobre la invasión francesa a México de 1861—2 y el de Latinoamérica con Marx —si
traemos a cuento el texto de Martí de 1883, que rendía honores a éste por
haberse puesto del lado de los débiles, pero le reprochaba predicar la religión
del odio de clases y no la del amor—.3