Hernán Andrés Kruse
Karl Marx ✆ Pitu |
El salario diario, semanal, etc. puede seguir siendo el
mismo pese a que el precio del trabajo descienda de manera constante. Ejemplo:
la jornada laboral normal es de 10 horas y la fuerza laboral diaria vale 3
chelines. En consecuencia, el precio de la hora de trabajo asciende a 3 3/5
peniques. Ahora, la jornada laboral es de 12 horas. En consecuencia, el precio
de la hora de trabajo baja a 3 peniques. Si, por último, la jornada laboral es
de 15 horas, el precio de la hora de trabajo baja a 2 2/5 peniques. Sin
embargo, remarca Marx, el salario por días o por semanas puede incrementarse
aún si permanece constante e incluso desciende el precio del trabajo. Ejemplo:
la jornada laboral es de 10 horas y un día de fuerza laboral vale 3 chelines.
En consecuencia, una hora de trabajo vale 3 3/5 peniques. Si el obrero trabaja
12 horas diarias (sin que se altere el precio del trabajo), su jornal alcanzará
los 3 chelines y 7 1/5 peniques sin que se produzca variación alguna en el
precio del trabajo.
“Como ley general, se sigue de aquí que, dada la cantidad del trabajo diario, semanal, etc., el jornal diario o semanal depende del precio del trabajo, que a su vez varía con el valor de la fuerza del trabajo o con las desviaciones entre su precio y su valor. Por el contrario, dado el precio del trabajo, el jornal diario o semanal depende de la cantidad del trabajo rendido por días o por semanas”
¿Cómo surge el precio de la hora de trabajo? Surge de
dividir lo que vale un día de fuerza laboral por la cantidad de horas de la
jornada normal laboral. Ejemplo: la jornada de trabajo normal es de 12 horas
mientras que un día de fuerza laboral vale 3 chelines y el producto de valor 6
horas de trabajo. En virtud de ello, la hora de trabajo vale 3 peniques y su
producto de valor 6 peniques. Si el obrero trabajo menos de 12 horas diarias o
menos de 6 días a la semana, por ejemplo 6 u 8 horas diarias, suponiendo que se
mantenga este precio del trabajo percibirá 2 o 2 ½ chelines de jornal. Como
este obrero debe trabajar al menos 6 horas diarias para producir un salario que
equivalga al valor de su fuerza laboral y como de cada hora de trabajo la mitad
trabaja para su provecho y la otra mitad para el capitalista, resulta por demás
evidente que le resultará imposible arrancar el producto del valor de 6 horas
si trabaja menos de 12 horas diarias. Emergen en toda su magnitud las penurias
del obrero por trabajar menos de lo normal. Dice Marx:
“Si el salario por horas se fija de tal modo que el capitalista no se comprometa a pagar al obrero el jornal de un día o de una semana, sino solamente el de las horas que trabaje, es decir, el de las horas que le ponga a trabajar según su capricho, podrá ocurrir que le tenga trabajando menos tiempo del que se toma como base original para calcular el salario por horas o la unidad de medida del precio del trabajo. Y como esta unidad de medida se determina por la relación “valor de un día de fuerza de trabajo sobre jornada de trabajo de un determinado número de horas” pierde, naturalmente, toda razón de ser, a partir del momento en que la jornada de trabajo deje de contar un determinado número de horas”.
En términos coloquiales: el capitalista explota sin
misericordia al obrero. Se quiebra la relación entre el trabajo remunerado y el
no remunerado. El capitalista dispone ahora a su antojo del obrero, a quien le
exprime una determinada cantidad de plusvalía sin concederle el tiempo de
trabajo que requiere para sobrevivir. Nada le impide al capitalista para
pulverizar todo ritmo regular del trabajo, lo que significa que puede obligar
al obrero a trabajar un día entero o, por el contrario, obligarlo a padecer la
desocupación absoluta o relativa. El obrero pasa a ser un juguete en manos de
su dueño. Puede alargar la jornada de trabajo de manera inhumana sin pagarle al
obrero el salario que le corresponde por el esfuerzo realizado. Esta vil
explotación justifica, con creces, la rebelión de los obreros de la
construcción londinense en 1860 contra la pretensión capitalista de imponerles
el salario por hora.
A veces sucede que, pese a aumentar el salario por día o por
semana, el precio del trabajo permanezca nominalmente constante y que, a pesar
de ello, se produzca una disminución de su nivel nominal. Así acontece cuando
la jornada laboral rebasa su duración normal. Si en la relación “valor diario de la fuerza de trabajo sobre
jornada de trabajo” se produce un incremento del denominador, habrá un
aumento mayor del numerador. Al aumentar el tiempo de trabajo, mayor es el
valor de la fuerza de trabajo, mayor es su desgaste. Y la proporción en que lo
hace (en referencia al valor de la fuerza laboral) es mayor. Un obrero que
comienza a trabajar 12 horas por día sufrirá un desgaste mayor que antes,
cuando trabajaba 10 horas diarias. Ello explica por qué en muchas ramas de la
actividad industrial, remarca Marx, en donde impera el régimen del salario por
tiempo sin que haya limitación legal alguna de la jornada laboral, se impuso la
costumbre de no considerar como normal la jornada laboral a partir de un cierto
límite, de un determinado número de horas (10, por ejemplo). Más allá de ese
límite, el tiempo de trabajo se considera “overtime” (tiempo extra) y,
considerando la hora de trabajo como unidad de medida, se le paga al trabajador
una tarifa superior (extrapay), aunque en una proporción muy pequeña. Esto
sucedía, por ejemplo, en la manufactura de estampados de alfombras con
anterioridad a la aplicación de la última ley fabril.
En la industria, cuanto mayor es la jornada laboral, menores
son los salarios. De la ley según la cual
“dado el precio del trabajo, el salario diario o semanal depende de la cantidad
de trabajo rendido”, Marx elucubra lo siguiente:
“cuanto menor sea el precio del trabajo, mayor deberá ser la cantidad de trabajo suministrado y más larga la jornada de trabajo, si el obrero quiere percibir un salario medio suficiente para no morirse de hambre. Aquí, el bajo nivel del precio de trabajo sirve de acicate para prolongar la jornada. A su vez, la prolongación de la jornada de trabajo determina un descenso en el precio de éste, y por tanto en el salario diario o semanal del obrero”.
La explotación del hombre por el hombre en su máximo
esplendor. El precio del trabajo se determina por la siguiente fórmula: “valor
diario de la fuerza de trabajo sobre jornada de trabajo de un determinado
número de horas”. En consecuencia, cuando se prolonga la jornada laboral el
precio del trabajo disminuye de no mediar algún tipo de compensación. Aquellos
factores que hacen factible la prolongación de la jornada laboral dispuesta por
el capitalista, lo obligan a posteriori a reducir nominalmente el precio del
trabajo hasta provocar el descenso del precio total del número de horas
aumentadas. Aquí Marx alude sólo a dos factores. Si el obrero realiza, por
ejemplo, el trabajo de 2 obreros (incremento de la fuerza laboral) se producirá
un incremento de la afluencia de trabajo, aunque permanezca constante la
afluencia de las fuerzas laborales localizadas en el mercado de trabajo. Al
competir los obreros entre sí, el capitalista reduce el precio del trabajo y, a
raíz de ello, prolonga aún más la jornada laboral. El capitalista dispone a su
antojo de “una cantidad anormal de
trabajo (de trabajo que rebasa el nivel social medio) no retribuido” que
rápidamente motiva a los capitalista a competir ferozmente entre sí. Antes
competían los obreros; ahora lo hacen los dueños de los medios de producción.
Según Marx, el precio del trabajo constituye una parte del
precio de la mercancía. El precio del trabajo posee una parte no retribuida que
puede regalarse al comprador. He aquí el primer paso que pone en funcionamiento
al proceso de la concurrencia. El segundo paso “consiste en desglosar también del precio de venta de la mercancía una
parte por lo menos de la plusvalía anormal conseguida mediante la prolongación
de la jornada de trabajo”. Así se va constituyendo de manera paulatina un
precio de venta de la mercancía anormalmente bajo “que, si en un principio era el fruto de los salarios raquíticos y de
las jornadas excesivas, acaba por convertirse en base constante de estos
fenómenos”. Los propios capitalistas lo han reconocido, exclama Marx. “En
Birmingham, la concurrencia entablada entre los maestros es tan grande, que
algunos de nosotros nos vemos obligados a hacer como patronos lo que en otras
circunstancias nos avergonzaríamos de hacer; y sin embargo, no se saca más
dinero, sino que todas las ventajas se las lleva el público” (Child Empl. Comm.
III Rep. Declaraciones, p. 66, n. 22).
A manera de colofón, Marx expresa lo siguiente:
“El capitalista ignora que el precio normal del trabajo envuelve también una determinada cantidad de trabajo no retribuido, y que precisamente este trabajo no retribuido es la fuente normal de la que proviene su ganancia. Para él, la categoría del tiempo de trabajo excedente no existe, pues aparece confundida en la jornada normal de trabajo que cree pagar con el salario. Lo que sí existe para él son las horas extraordinarias, la prolongación de la jornada de trabajo, rebasando el límite que corresponde al precio normal del trabajo. Frente a sus competidores que venden la mercancía por menos de lo que vale exige incluso que estas horas extraordinarias se paguen aparte (extra pay). Tampoco sabe que este pago extraordinario envuelve también trabajo no retribuido, ni más ni menos que el precio de la hora normal de trabajo. Así por ejemplo, el precio de una hora de una jornada de trabajo de 12 son 3 peniques, valor producido en media hora de trabajo, mientras que el precio de la hora extraordinaria son 4 peniques, supongamos, valor que se produce en 2/3 de hora de trabajo. Es decir, que en el primer caso el capitalista se embolsa gratuitamente la mitad de cada hora de trabajo y en el segundo caso la tercera parte”.
http://www.redaccionpopular.com/ |