Karl Marx ✆ Rozas |
Antoine Artous
Aunque participó en el último congreso Marx Internacional en París en setiembre de 2007, Moishe Postone,
profesor de historia de la Universidad de Chicago, es poco conocido en Francia.
Sólo había sido publicado, en 2003, una colección de tres artículos con el
título ¿Ha enmudecido Marx? Frente a la
mundialización. Editado en lengua inglesa en 1993 -con una reedición en
2003-, Tiempo, trabajo y dominación
social no ha sido objeto de discusión en Francia, aunque ha ocasionado
muchos debates en el mundo anglosajón [1].
Es un libro importante. En primer lugar, por el carácter
particularmente ambicioso de su proyecto, formulado desde su subtítulo: “Una reinterpretación de la teoría crítica
de Marx”; también por la fuerza que tiene su crítica a lo que denomina “marxismo tradicional” y por su propia
lectura de Marx, desarrollada a partir de la cuestión decisiva en la tradición
marxista de la crítica del trabajo, en relación con la problemática de la
crítica de la economía política.
Aunque se trata de un libro teórico que se sitúa a un alto
nivel de abstracción, Postone no esconde sus presupuestos políticos. Se trata
de releer a Marx y de criticar al “marxismo
tradicional” a la luz de la historia del pasado siglo de las experiencias
del “socialismo realmente existente” y más en general de lo que llama la
evolución neo-liberal del capitalismo. La concepción marxista de la superación
del capitalismo no puede ser comprendida ni “como
simple superación del mercado”, ni como “extensión
a toda la sociedad del orden planificado que reina en el taller, puesto que
Marx describe este orden como la servidumbre total de los trabajadores al
capital” (p. 489).
Este libro de 600 páginas se divide en tres grandes bloques:
una crítica del “marxismo tradicional”,
una discusión rigurosa con autores de la escuela de Frankfurt y una “reconstrucción
de la crítica marxista” partiendo de los textos de madurez (Grundrisse, El Capital…). Sería un empeño vano pretender resumir aquí semejante
libro, o tratar el conjunto de discusiones que emprende, sobre todo cuando la
mayor parte de los temas abordados han sido objeto de largos debates en los
años 1960-1980[2]. Por otra parte, uno de los defectos
del libro es cuasi ignorar (al menos en las referencias) estos debates; por
esto, se tiene a veces la impresión de que Postone es el único en llevar a cabo
una crítica radical del marxismo tradicional...
Además de esta crítica, mi intención es retomar de forma
polémica los temas que giran en torno a la crítica de la economía política, de
la teoría marxista del valor y del trabajo. Ante todo, porque me parecen
interesantes para aclarar algunos debates actuales; y también porque permiten
conectar con aquellos autores franceses que también han desarrollado la
temática de la crítica de la economía política y cuestionado una lectura “ricardiana”
de la teoría marxista del valor, desarrollando al mismo tiempo (en particular
Jean-Marie Vincent) una crítica del trabajo[3].
Por lo demás, esta conexión no es fortuita. Estos autores
franceses han concedido un lugar importante al libro de Isaak Roubine Ensayos sobre la teoría del valor de Marx
que acaba de ser reeditado[4]. Este economista ruso de
los años 1920, desaparecido en los campos de concentración estalinistas, ha
sido el primero en poner claramente en evidencia las rupturas de Marx con la
teoría del valor-trabajo de la economía política clásica, sobre todo a través
de la categoría de trabajo abstracto. Desde este punto de vista, remito a mi
introducción a esta nueva edición (que se encuentra en la web) para una
historia más detallada de la reactivación de los debates sobre la teoría del
valor, donde se puede encontrar a esos autores[5].
El “marxismo tradicional” según Postone
Con la categoría de “marxismo
tradicional”, Postone no se refiere a una corriente concreta del marxismo,
ni a un conjunto de autores, sino a una matriz de lectura de Marx. Esta lectura
consiste en oponer la dinámica de socialización de las fuerzas productivas
desarrollada por el capitalismo a la propiedad privada y a la anarquía del
mercado. La producción industrial es considerada entonces como la futura base
del socialismo, a través de la apropiación colectiva de los medios de producción.
La crítica del capitalismo, continúa Postone, se centra en la forma de
circulación de los productos del trabajo (el mercado) y no en la forma de
producción. Se trata de hecho de una “crítica del capitalismo hecha desde el
punto de vista del trabajo”, mientras que se trata de desarrollar, con Marx, “una
crítica del trabajo bajo el capitalismo”(p. 19).
Volveremos a encontrar estos temas que se van a aclarar,
sobre todo en lo que se refiere al trabajo. Se podría discutir la categoría de “marxismo tradicional”. Por mi parte,
pienso que habría que hablar de contradicciones y de tensiones en el seno mismo
del marxismo (incluyendo a Marx), muchas de las cuales han sido además
discutidas durante el período de reactivación de un trabajo sobre Marx, en los
años 1960-70. Como ya he señalado, es una lástima que Postone no se refiera a
ello. Escribe por ejemplo que no existe lógica “neutra” de desarrollo de las
fuerzas productivas y que la producción industrial está moldeada por el
capital, que es “la materialización de las fuerzas productivas y de las
relaciones de producción” (p. 520). La fórmula parece salida de este período en
que se han desarrollado críticas del “economicismo” de cierto marxismo que
escamotea el hecho de que fuerzas productivas y relaciones de producción están
totalmente imbricadas.
Esta matriz queda bien ilustrada por Engels en el Anti-Dühring. Para él, el desarrollo de
la gran industria traduce una socialización de las fuerzas productivas cuyo
desarrollo está bloqueado sólo por la propiedad privada y la anarquía del
mercado. Esta socialización es realizada por la clase obrera. Cuando la clase
obrera tome el poder político, basta con estatizar la producción (suprimir la
propiedad privada) para que esta socialización se exprese. El Estado comienza a
desaparecer y se puede pasar a la administración de la producción, a través del
plan que sustituye al mercado como forma de regulación.
Esto se convirtió en una visión dominante en las primeras
décadas del siglo XX, aunque, como se sabe, operaron rupturas sobre la cuestión
del Estado. Karl Kautsky, teórico de la social-democracia alemana, presenta al
socialismo como la extensión de la administración de los ferrocarriles al
conjunto de la sociedad. En El Estado y
la revolución, Lenin explica que, una vez estatizada, la gran industria
capitalista es una base económica completamente lista para la dictadura del
proletariado. Más tarde, presentará al taylorismo como una organización
científica de la producción que el proletariado debe aprovechar. La mayor parte
de los autores marxistas críticos de la época piensan que, una vez estatizada,
la gestión de la economía compete a un nivel tecnológico, organizado a través
del plan [6].
Aunque sería un tanto simplista imputar el devenir de la
revolución rusa a una cierta lectura de Marx, está claro que este devenir (el
Estado-plan burocrático que domina y explota a los trabajadores a través de la
organización industrial) da cierta luz a esta temática. Y es necesario subrayar
que el advenimiento del capitalismo supone una doble desposesión de los
productores; éste es también un tema de los años 1960-70. La primera,
clásicamente recalcada, es de orden jurídico, con el desarrollo de la propiedad
privada de los medios de producción. La segunda se refiere al dominio técnico-administrativo
del proceso de producción. En las formas de producción precapitalista, la
producción se rige en esencia por un “proceso
de trabajo individual” (Marx), cuyo dominio lo tiene el productor directo;
mientras que el capitalismo desarrolla un “trabajador
colectivo” (Marx). Pero este proceso de producción colectivo se organiza
directamente bajo la férula del capital, a través de una desposesión, renovada
sin cesar, del dominio de los productores directos. En El Capital, Marx tiene notables análisis (olvidados por Engels)
sobre el desarrollo de una nueva forma de dominación, que designa con el
término de “despotismo de fábrica” y
que trata con la categoría de “subsunción
(sumisión) real” del trabajo por el capital.
Volveremos a esta cuestión en el análisis del trabajo
capitalista. Pero hay que subrayar que esta construcción de un “trabajador colectivo” (en el sentido de
proceso de trabajo colectivo) estructurado por el capital, permite comprender
que la cuestión no es sólo la dominación del capital sobre el trabajo, sino
también la dominación del trabajo capitalista, como forma social, sobre los
productores.
¿Y el mercado?
Al igual que el análisis del capitalismo no depende sólo de
la esfera de la circulación, continúa Postone, el valor no debe “ser comprendido como expresión sólo de la
forma de riqueza mediatizada por el mercado” (p. 185), remite también a una
forma social específica, la mercancía, producida no por el trabajo en general
sino por una forma específica de producción. Esta es, como se verá, una
cuestión decisiva. Aunque aparece un problema con la fórmula “sólo”. Postone
multiplica este tipo de fórmulas en su libro (no se puede recurrir sólo al
mercado), sin que se sepa muy bien el lugar que hay que conceder a las
relaciones mercantiles. De hecho, Postone no trata del lugar estructurante de
estas relaciones en el proceso de valorización.
O lo hace distinguiendo una fase histórica del capitalismo
liberal, en la que el lugar del mercado es importante, de una fase histórica
post-liberal en la que el lugar de la circulación se vuelve marginal. Es un
análisis desarrollado en los años 1930-1940 por autores de la escuela de
Frankfurt y otros frente a los desarrollos de las formas estatales (New Deal, nazismo, estalinismo)
cristalizando, según ellos, diversas formas de capitalismo de Estado y/o una
convergencia de nuevos sistemas estatales de dominación. No voy a repetir aquí
los debates sobre estas caracterizaciones. Me parece sin embargo que los
posteriores desarrollos históricos han mostrado el lugar siempre central del
mercado en el desarrollo del capitalismo; sobre todo (como hacía Marx) si se
razona a nivel mundial.
Lo importante no es tanto esta discusión como constatar la
ausencia de rigor crítico de Postone (en comparación con el que desarrolla en
otras categorías) en el enfoque de la categoría de mercado. No parece conocer
más que la versión liberal del “mercado
autoregulado”. El mercado siempre ha sido una realidad construida
socialmente. También aquí, hay que continuar con la crítica a cierta tradición
marxista (apoyada en algunas debilidades de El
Capital) que considera al mercado y al Estado como dos entidades exteriores
la una respecto a la otra, mientras que son constitutivas la una de la otra;
así, los análisis de la relación monetaria y de la relación salarial hacen
aparecer el lugar constitutivo del Estado en estas relaciones. Y como han
señalado Pierre Salama y Tran Hai Hac, la oposición de la tradición marxista
entre un mercado, calificado de anarquista, opuesto a un plan, que se supone
racional, es un factor que ha empujado a creer que bastaba con sustituir al
mercado por el plan (el Estado de hecho) para orientarse hacia una gestión
«consciente» de la economía [7].
No es desde luego el caso de Postone. Pero sorprende ver
cómo el lugar del Estado no existe en sus análisis del capital. De forma más
general, Marx analiza el capitalismo como una relación mercantil de
explotación. Es una fuente de dificultad (hay que articular dos niveles de
análisis[8]), pero es también lo que hace la
especificidad del enfoque de Marx en el análisis de la relación de explotación
capitalista y en la figura del asalariado como “trabajador libre”. Veremos cómo Postone difumina esta dimensión.
Una cosa es recusar la visión de la clase obrera como clase social portadora de
una verdadera socialización por el trabajo, y otra es borrar las
contradicciones producidas por la figura del “trabajador libre”.
La crítica de la economía política
Todas estas notas no quitan interés al enfoque de Postone,
que quiere fundar el marxismo como teoría crítica partiendo de la temática de
la “crítica de la economía política”
marxista, y, más en particular, de los llamados textos de “madurez”; esto es,
el período de El Capital cuyo
subtítulo es “crítica de la economía
política”. La referencia a la “crítica
de la economía política” es una constante en la obra de Marx, sobre todo a
partir de los Manuscritos de 1844.
Esta fórmula traduce sin duda alguna no sólo una postura
crítica frente al mundo “tal como es”, sino también un constante enfoque
científico (epistemológico) que consiste en especificar la objetividad
particular de la relación económica, y en general de la relación social, de lo
“socio-histórico”. Esta objetividad es real, pero especificada siempre
históricamente. Así hay que comprender la fórmula de Marx en el libro 1 de El Capital donde trata del fetichismo de
la mercancía: “Las categorías de la economía burguesa son formas del intelecto
que tienen una verdad objetiva, en tanto reflejan relaciones sociales reales”,
pero históricamente situadas[9]. No hay que entender de
forma mecánica esta fórmula de “reflejo” que también emplea Roubine. Estas
categorías son un elemento estructurante de lo social que tiene siempre una
dimensión ideal, como subraya Maurice Godelier[10].
Dicho esto, el sustrato de esta crítica evoluciona. En los Manuscritos de 1844, es abordada por
medio de un discurso antropológico sobre el trabajo, considerado como esencia
del hombre; es decir, como cuadro transhistórico de autoproducción del hombre
en tanto ser humano. El joven Marx alaba además a la economía política por
haber puesto al día esta dimensión del trabajo, pero esta esencia aparece de
manera alienada en el capitalismo. La crítica es, en cierta medida, exterior a la
economía política cuyos autores se supone que expresan “científicamente” la
realidad de la sociedad burguesa.
En el período de El Capital,
el enfoque es muy diferente: Marx quiere cuestionar la economía política
clásica en el terreno mismo del conocimiento de las relaciones económicas. Por
eso –y Marx tiene fórmulas que van en este sentido– , El Capital ha sido presentado muchas veces como una obra
continuadora del esfuerzo de cientifismo de la economía política, en particular
de Ricardo, para quien el trabajo es la sustancia del valor; incluyendo a
marxistas críticos[11].
Ahora bien –y en todo caso es mi lectura-, Marx no pretende
fundar una ciencia de la economía, para él se trata de cuestionar los
presupuestos de la economía política clásica (Smith, Ricardo) que aborda las
categorías económicas como datos transhistóricos naturales. La teoría
ricardiana del valor trabajo es una “categoría fetichizada”[12],
según la fórmula de Pierre Salama y Tran Hai Hac, en el sentido de que
naturaliza lo que es el producto de determinadas relaciones sociales, haciendo
así del trabajo una categoría transhistórica. Como escribe Postone: “Ricardo no ha reconocido la determinación
histórica de la forma de trabajo ligada a la forma mercancía, la ha
transhistorizado” (p. 91).
La categoría de forma social
Rechazando esta problemática transhistórica, Marx reactiva
su problemática de la especificidad de la objetividad de lo socio-histórico.
Muchas veces, escribe Postone, “las categorías de la crítica de Marx han sido
tomadas como categorías puramente económicas” cuando deberían ser comprendidas “en tanto determinación del ser social bajo
el capitalismo” (p. 37). La fórmula es muy parecida a la de Roubine sobre
fetichismo: “no es sólo un fenómeno de la
conciencia, es también un fenómeno del ser social [13]”.
Además de dar cuenta de la teoría del fetichismo de la
mercancía en su relación con la teoría marxista del valor, Roubine se toma en
serio la categoría marxista de trabajo abstracto, hasta entonces poco tratada en
los comentarios. Pero es importante porque una de las aportaciones de Marx es
explicar que el trabajo abstracto crea el valor. El propio Marx tiene fórmulas
que sugieren que el contenido de este trabajo abstracto tiene una realidad
puramente fisiológica (gasto de energía). Si es así, señala Roubine, no se
comprende cómo el valor puede ser una forma social objetiva, aunque esté ligada
a relaciones sociales específicas. Postone cita a Roubine en este sentido y
explica cómo el trabajo concreto, que produce el valor de uso, y el trabajo
abstracto, que produce el valor, “no se relacionan como dos tipos de trabajo
diferentes, sino como dos aspectos del mismo trabajo en la sociedad determinada
por la mercancía” (p. 215).
Volveré a tratar la articulación del conjunto de categorías
de la teoría marxista del valor, pero antes hay que destacar que una de las
particularidades de Roubine es haber insistido en la importancia de la
categoría de “forma social” en Marx, para dar cuenta de una objetividad no
material, sino social, es decir, referida a relaciones sociales históricamente
situadas. Así, una mesa considerada como mercancía tiene una materialidad
física (madera, por ejemplo) cuando es considerada como valor de uso; por el
contrario, como valor, no contiene ni una onza de materia, aún teniendo una
objetividad social.
También Postone insiste, desde el punto de vista
epistemológico, en la noción de forma social o de forma sociohistórica. Desde
ese punto de vista, como ya he subrayado, la referencia al método marxista de
crítica de la economía política supone un determinado enfoque de la
especificación histórica de lo social. Tal como escribe Postone, la crítica de
Marx no implica una teoría del conocimiento en sentido propio, sino más bien “una
teoría de la constitución de formas sociales históricamente específicas que son
formas de objetividad y de subjetividad sociales” (p. 323).
O incluso, retomando una fórmula de Étienne Balibar, la
sociedad (como conjunto de relaciones sociales) “produce representaciones sociales de objetos al mismo tiempo que
produce objetos representables” y formas de individualización
sociohistórica de los individuos [14]. Así, por tomar
este ejemplo, las relaciones sociales capitalistas generan una forma de
objetividad particular de los productos del trabajo (la mercancía), pero
también una determinada figura social del individuo librecambista (el sujeto
del derecho moderno). Y esta forma de individuación es contradictoria con la
generada en el proceso inmediato de producción (el proceso de trabajo) que Marx
designa con la figura del “trabajador parcelario”, simple apéndice de la
máquina.
El valor como forma social
Marx no se contenta con cuestionar los presupuestos de la
economía política, también quiere producir un mejor conocimiento de las relaciones
de producción capitalistas en términos de análisis económicos y de
conceptualización. Ya se ve que esta manera de “hacer ciencia” supone
dificultades y contradicciones (por tanto, diferentes lecturas posibles de
textos de Marx). Tanto más porque los modelos científicos de la época están muy
marcados por el positivismo.
Desde el punto de vista conceptual, Marx toma como punto de
partida la economía política clásica, en particular la teoría del valor de
Ricardo para quien el trabajo es la sustancia del valor de cambio. A menudo,
incluso en el marxismo crítico y/o radical[15], se
suele contentar con subrayar la ruptura de Marx respecto a Ricardo en lo que se
refiere al análisis del sobrevalor (plusvalía): producida por una mercancía un
tanto particular, la fuerza de trabajo, cuyo valor de uso es producir valor.
Para el resto, se tiene la impresión de que Marx se ha limitado más o menos a
”historizar” las categorías de Ricardo, aunque produce su propio sistema
conceptual en el análisis mismo de la mercancía[16].
Veámoslo más en detalle.
Bajo el capitalismo, prácticamente todo se compra y se
vende, esto es, toma la forma de mercancías. Como forma social, “cosa social”
(Marx), la mercancía se presenta, según Marx, bajo dos aspectos: valor de uso y
valor. Como valor de uso [17] (bien material y/o
servicio) las mercancías pretenden satisfacer tal o cual necesidad particular
(utilidad del producto) y se distinguen así las unas de las otras. Como valor,
la mercancía tiene la propiedad de intercambiarse en proporciones determinadas
–valor de cambio– con otras mercancías; es lo que hace la unidad de las
mercancías.
El trabajo concreto es el que produce la mercancía desde el
punto de vista del valor de uso; se trata por tanto del trabajo como actividad
técnica de producción de un objeto (bien y/o servicio). Por definición, los
trabajos concretos son diferentes unos de otros. El trabajo abstracto produce
la mercancía considerada desde el punto de vista del valor; designa una
cualidad común, homogénea de todo trabajo, independientemente de su forma
concreta, haciendo abstracción de las formas técnicas de producción.
El sistema conceptual de Ricardo es diferente porque sólo
habla de la pareja valor de uso/valor de cambio y de trabajo en general. Marx
dice de forma explícita que, además de su teoría de la plusvalía, su aportación
conceptual respecto a la economía política clásica es el análisis del doble
carácter del trabajo. Marx no se contenta por tanto con “historizar” el enfoque
de Ricardo, introduce dos conceptos particulares que expresan que no se refiere
al trabajo en general, sino a un trabajo especificado históricamente: el
trabajo abstracto que es la sustancia del valor.
La categoría de trabajo abstracto cristaliza la
especificidad (y la dificultad) de la teoría marxista del valor. Su
homogeneidad no proviene de la naturaleza, sino de una relación social
específica. Designa el carácter social (validado socialmente) del trabajo bajo
el capitalismo. A través del intercambio mercantil se comparan (se igualan) los
diferentes trabajos y se cristalizan en el trabajo abstracto como forma social.
El trabajo abstracto se denomina así porque hace abstracción de las formas
concretas. Éste es, me parece, el enfoque dominante en el período del Capital.
Me remito al Anexo 1 sobre el trabajo abstracto para un repaso más detallado a
estas discusiones y notas sobre Postone que tienen dificultades de
argumentación por su falta de referencia al mercado.
En fin, Smith y Ricardo (y Aristóteles) se refieren sólo al
valor de cambio, el más “visible” socialmente. La introducción de la categoría
de valor expresa la crítica de Marx a la economía política clásica. La única
preocupación de esta última era el análisis de la conmensurabilidad de las
mercancías (la medida de la proporción con que se intercambian; esto es lógico
ya que la creación del valor por el trabajo era un dato natural. Para Marx, por
el contrario, el problema es comprender en qué condición histórico-social el
trabajo produce valor. ¿Por qué los productos del trabajo se presentan como
mercancías que tienen un valor? La teoría marxista no es una teoría del
valor-trabajo, sino del valor como forma social de los productos del trabajo y,
más en general, “una teoría de la forma valor de los actores y de las
relaciones sociales”, como escribe Jean-Marie Vincent [18].
Trabajo y dominación
La producción capitalista no produce las mercancías por su
valor de uso, sino como simple porta-valor, como simple soporte del proceso de
valorización. El dinero sólo se convierte en capital si este último se
auto-valoriza, si crea valor. Ya se conoce el enfoque de Marx. Pone en
evidencia la existencia de una mercancía particular – la fuerza de trabajo–
cuyo valor de uso es producir valor. El sobrevalor (la auto-valorización del
capital) es la diferencia entre el salario (que supuestamente representa el
valor de cambio de la fuerza de trabajo mercancía) y el valor cristalizado en
la mercancía producida por el trabajo asalariado.
Marx analiza la especificidad de la explotación capitalista
en su diferencia con, por ejemplo, la explotación feudal, donde la explotación
toma una forma directa, visible: los campesinos van a trabajar al dominio del
señor o le entregan directamente excedente. En este caso, y el ejemplo vale
para todas las formas precapitalistas, Marx explica que la sociedad se
estructura a través de las relaciones personales de dependencia. Como escribe
Postone, el trabajo está “encajado” (“encastrado” decía Karl Polanyi [19]) en relaciones sociales «no disfrazadas», que
afirman explícitamente las jerarquías sociales.
El advenimiento del capitalismo se traduce en una profunda
reorganización de las relaciones sociales y de la objetividad de lo social,
sobre todo en lo que se refiere al trabajo. Este último se “desencastra” de las
relaciones sociopolíticas y la sociedad pone en el centro las actividades de
producción. Para caracterizar este vaivén, Postone explica que el trabajo se
convierte en la nueva forma de mediación social que inerva al conjunto de
relaciones sociales. Hay que señalar que Postone, aún cuando destaca que la
característica del nuevo sistema es que «los individuos son forzados a producir
y a intercambiar mercancías para sobrevivir» (p. 237), no indica la otra cara
de esta nueva mediación: la generalización de las relaciones mercantiles, cuyo
punto de llegada es precisamente la mercantilización de la fuerza de trabajo.
Se puede desde luego discutir sobre ello, pero es innegable que en El Capital Marx quiere dar cuenta de un
proceso social de producción (y más en general de socialización) en el que
procesos de producción privada se transforman en producción social, a través
del mercado.[20]
Dicho esto, el advenimiento del capitalismo no es
efectivamente reductible al desarrollo de la propiedad privada de los medios de
producción. Los productores pierden también el dominio de un proceso de
producción que se organiza como un proceso colectivo, a través del “trabajador
colectivo” (Marx). Pero este último se estructura a través de una forma
particular de dominación que Marx caracteriza como “despotismo de fábrica”,
este “trabajador colectivo” cristaliza bajo la forma de la organización
capitalista del trabajo. Esta nueva forma histórica de dominación se desarrolla
también fuera de la empresa, con el fin de fabricar la mercancía fuerza de
trabajo (para constituir la fuerza de trabajo como mercancía). Sobre todo, con
lo que Marx llama la “subsunción (sumisión) real” del trabajo por el capital.
La sumisión real no quiere decir que el capital se contente
con desarrollar una dominación sobre un proceso de trabajo que, por su parte,
mantendría un aspecto más o menos artesanal. Produce, sobre todo con el
maquinismo, un sistema específico de producción y de dominación. Y se puede
decir con Postone que, bajo el capitalismo, el trabajo no es sólo el objeto de
la dominación: es la fuente constitutiva de la dominación (p. 415). Por lo
demás, desde 1977, en un artículo titulado “La
dominación del trabajo abstracto”, Jean-Marie Vincent había subrayado cómo
el proceso de valorización transformaba el trabajo en una serie de formas
sociales abstractas que modelan la actividad de los individuos [21].
Si sacamos la teoría marxista del valor del lado de Ricardo
y de un discurso transhistórico sobre el trabajo, la luz es diferente. El eje
dominante se vuelve la emancipación del trabajo. Como destaca Jean-Marie
Vincent [22], Engels lleva la voz cantante “haciendo del trabajo un referente natural
del valor” y considerando al trabajo como un elemento clave de toda
sociedad. Es un elemento antropológico fundamental que ha conocido muchas
transformaciones en la historia, pero siempre ha quedado dominado, incluso bajo
el capitalismo que permite vislumbrar a una sociedad entera centrada en el
trabajo al fin emancipado. “El principio
ontológico de la sociedad aparece abiertamente, mientras que bajo el
capitalismo está escondido”, escribe Postone (p. 98).
La figura del “trabajador libre”
Postone no se contenta con criticar las problemáticas que
hacen de la clase obrera una clase portadora de la emancipación del trabajo.
Añade: “la clase obrera forma parte
integrante del capitalismo en lugar de encarnar su negación” (p.35). No hay
que equivocarse de discusión. Postone no ignora que la relación de explotación
capitalista genera conflictos renovados sin cesar, subraya que estos conflictos
no se integran en una contradicción antagónica, por emplear una vieja
categoría, sino que forman parte de los mecanismos contradictorios de
reproducción del capital. Y es cierto que su tendencia a revolucionar las
fuerzas productivas no es el efecto de una simple lógica “económica”, sino la
expresión siempre renovada de la lucha de clases. En efecto, por decirlo en
pocas palabras, se trata de desarrollar la plusvalía relativa por medio de
mejoras de productividad y/o de remodelar sin cesar el proceso de trabajo para
romper las resistencias de los trabajadores.
Hay que entrar sin embargo en más detalle en el análisis de
la relación de explotación capitalista [23]. Se traduce
en la generalización del trabajo asalariado, que no se reduce sólo a la
mercantilización de la fuerza de trabajo, sino a la figura del “trabajador
libre” que se opone a la del productor dependiente como el esclavo y el siervo.
Ya he señalado cómo la relación salarial se apoderaba del individuo a través de
un proceso de individuación contradictoria: por una parte como individuo libre
e igual; por otra como trabajador “parcelario” sometido al despotismo de
fábrica. Hay que entender bien lo que está en juego en esta contradicción.
En primer lugar, el secuestro del asalariado como sujeto de
derecho (igualdad y libertad) es desde luego una forma que disimula un
contenido (la explotación), pero no es pura forma y/o simple superestructura
jurídica, genera formas de socialización contradictoria en la lógica de sumisión
real del trabajo al capital. Más en general, mientras la situación del esclavo
o del siervo está enteramente estructurada por la relación de explotación como
relación de dominación, la dominación (fuera del proceso de trabajo) del
capital sobre la reproducción de trabajo no está dada; en especial porque esta
reproducción no se hace a través de una dominación directa del capital. Y esto,
naturalmente, tiene consecuencias en el seno del proceso de trabajo inmediato.
No voy a entrar aquí en detalle en estos análisis [24]. Quería simplemente subrayar que las relaciones de
explotación capitalista (por tanto, las luchas de clases) producen una serie de
contracciones que tienen su raíz, justamente, en la especificidad de este
sistema de explotación. La figura del trabajador libre, que define la
especificidad de la explotación capitalista, produce dinámicas irreductibles a
la dominación capitalista.
Los individuos son dominados por abstracciones
La temática de la abstracción como forma moderna de
dominación desarrollada por Postone tiene importancia. Está presente en Marx,
sobre todo en los Grundrisse. Al
contrario de las relaciones personales, las relaciones de dependencia se
manifiestan “de manera tal que los
individuos están en adelante dominados por abstracciones, mientras que antes
eran dependientes los unos de los otros [25] “.
Pero Marx no echa ninguna mirada romántica hacia las sociedades donde reinaban
relaciones personales (de dependencia), ni tampoco Postone. Ni Jean-Marie
Vincent que, en Francia, se ha referido a la dialéctica de las “abstracciones
reales”[26] como forma específica de dominación
producida por el proceso de valorización. Las relaciones sociales se coagulan
fuera de los hombres, se colocan «en exterioridad» respecto a las relaciones
sociales más inmediatas, porque acaban por depender de abstracciones sociales.
El encuentro de Postone y Jean-Marie Vincent sobre esta
temática y sobre la categoría de abstracción real debe mucho a la permanente
confrontación de los dos autores con la escuela de Frankfurt. Ello en
referencia a la crítica de la economía política, mal conocida por esta
corriente que tiene tendencia a desarrollar una lectura “economista” de El Capital. Por el contrario, para
Postone y Jean-Marie Vincent, el movimiento de dominación de las abstracciones
sociales y la dialéctica de las “abstracciones reales” muestra ante todo la
dialéctica de la forma valor y no la de diferentes figuras de la razón (razón
instrumental). Como escribe Postone: “El trabajo social en cuanto tal no es una
actividad instrumental; pero el trabajo bajo el capitalismo es una actividad
instrumental” (p. 268).
Postone, por otra parte, tiene un handicap en el análisis
por su rechazo a considerar la dimensión estructurante de las relaciones
mercantiles y por tanto a tratar frontalmente la teoría del fetichismo de la
mercancía que es sin embargo la otra cara de la teoría marxista del valor. El
fetichismo es el movimiento a través del cual el producto del trabajo se
transforma en una “cosa social”. Isaak Roubine muestra que es un elemento clave
del proceso de abstracción de las relaciones sociales. Las mercancías son
«cosas sociales» (Marx) que ya no se contentan con esconder las relaciones
sociales entre los hombres, sino que las organizan, funcionan entonces, a
través del mercado, como lazo mediador entre los hombres.[27]
Las experiencias del “socialismo real” han mostrado que la
dominación de los individuos por abstracciones sociales no ha sido suprimida
sino, bajo un cierto ángulo, reforzada. Para Postone, esto no plantea problemas
teóricos particulares puesto que esos países, que habían marginalizado el
mercado, eran una simple variante de capitalismo. Se trataba de “formas
controladas por el Estado en el Este (y) de formas centradas en el Estado en el
Oeste” (p. 572). Si no se piensa así –como es mi caso– hay que mostrar cómo han
cristalizado esos mecanismos de abstracción social a través del fetichismo del
“Estado-plan” (ver Anexo 2).
Queda, justamente, la cuestión del Estado, sobre la que
Postone no dice una sola palabra. La cosa es bastante sorprendente. Se podrá
decir que se ciñe al análisis de las categorías centrales de la “crítica de la
economía política”. Justamente, los debates de los años 1960-1980 han mostrado
que no bastaba con hacer del Estado una simple superestructura, sino que había
que dar cuenta de su presencia desde la forma de exposición general de estas
categorías. Resulta en particular difícil de analizar la mercantilización de la
fuerza de trabajo sin tener en cuenta la presencia constitutiva del Estado.
Pero ya se ha visto que Postone no trata de la relación salarial.
De hecho, este olvido del Estado remite a un problema más
profundo. Postone habla del “carácter
impersonal, abstracto y generalizado de una (nueva) forma de poder desprovista
de lugar institucional concreto o personal real”( p. 564). Ciertamente, el
Estado moderno rompe con el de las sociedades precapitalistas, donde la
dominación se da a través de las relaciones personales de dependencia y el
poder político es siempre concreto. Pero aunque se convierte en un poder
político impersonal y abstracto, no por ello juega un papel menos estructurante
en la producción y la reproducción de las relaciones sociales.
Un desarrollo contradictorio
Aunque no le gusta demasiado la categoría de clase, Postone
se refiere a la explotación capitalista para tratar la “trayectoria” de la
producción. “Puesto que el objetivo de la
producción capitalista es el sobrevalor, engendra una pulsión incesante hacia
el aumento de la productividad, lo que acaba por conducir a la superación del
trabajo humano inmediato por las fuerzas productivas del saber social general
como primera fuente de riqueza material. No obstante –y es esencial–, la
producción capitalista sigue estando basada en el gasto de tiempo de trabajo
humano, precisamente porque su objetivo es el sobrevalor” (p. 501).
La cita es un poco larga, pero necesaria
[28]. Postone comenta pasajes de los Grundrisse
– y más en general una temática de Marx. Por decirlo en pocas palabras, Marx
insiste en las posibilidades abiertas por el desarrollo capitalista de las
fuerzas productivas y, en particular, por el desarrollo de la ciencia en la
producción. Se trata de una producción “en
la que el hombre se comporta como vigilante y regulador del proceso de
producción” y donde el tiempo de trabajo inmediato necesario para la
producción de riqueza tiende a desaparecer en favor de esta productividad e
inteligencia cristalizadas socialmente.[29] Estos
pasajes son destacables por la intuición teórica del futuro que demuestra Marx,
pero están abiertos también a muchas interpretaciones y discusiones.
Así, han sido usado por teóricos del “final del trabajo” o
del “capitalismo cognoscitivo” para anunciar la apertura de una nueva fase del
capitalismo en que el valor habría (más o menos tendencialmente) desaparecido o
convertido en una cáscara vacía, en relación con una producción que se ha
vuelto inmaterial; habría que matizar el planteamiento porque se encuentran
autores muy diferentes (André Gorz, Tony Negri, Carlo Vercellone…) y
problemáticas en evolución [30]. Lo importante aquí es
subrayar que, además de demostrar que el proceso de valorización no está
vinculado a la materialidad física de un producto[31],
Postone afirma claramente que se trata de una tendencia contradictoria
manifestada por el desarrollo del capitalismo, ya que este último se basa en el
sobrevalor producido por el gasto del tiempo de trabajo. Añade con razón que
esto se traduce en fenómenos de reforzamiento de la parcelización del trabajo
inmediato. En este sentido, pero sólo en éste, se puede utilizar una fórmula de
André Gorz: «El capitalismo cognoscitivo
es la crisis del capitalismo»[32].
Es una contradicción interna al desarrollo de las fuerzas
productivas capitalistas, precisa Postone. No sólo. También aquí hay que
distinguir dos niveles de discusión. Con este tipo de fórmula Postone quiere
rechazar –con toda razón– cualquier enfoque que deje creer que este desarrollo
conlleva una sociabilidad genérica, como lo creía cierto marxismo. Pero
conlleva desde luego una dinámica de socialización de la producción, aunque
exista bajo la forma de una socialización capitalista que cristaliza en las
abstracciones sociales de las que hemos hablado. Postone lo dice a su manera:
el capital es “la forma real de
existencia de las capacidades de la especie (y ya no sólo de los trabajadores)
que se constituyen históricamente bajo una forma alienada en tanto que fuerzas
socialmente generales” (p. 512). Esta contradicción abre por tanto un
posible efecto, contradictoriamente con el desarrollo del capitalismo.
Teoría crítica y estrategia
Lo que plantea problemas no es la referencia a las
capacidades de la especie, y no sólo de los trabajadores, sino la referencia a
la problemática de la alienación. En su libro, critica en varias ocasiones la
temática de la alienación de los textos de juventud –en particular los Manuscritos de 1844– porque
desarrollarían una problemática esencialista a-histórica, pretendiendo
reencontrar una esencia humana ya constituida, pero que estaba perdida. Por el
contrario, en los textos de madurez, se trata de superar la alienación no por “la reapropiación de una esencia que ya
existía antes, sino la reapropiación de lo que se ha constituido bajo una forma
alienada” (p. 57). Es necesario criticar la problemática esencialista que
se traduce en la teoría de la alienación de los textos del joven Marx [33]. Pero es importante comprender que, al contrario de
lo que dice Postone, para el joven Marx la esencia humana no está ya
constituida: se construye a través de la historia.
Así, en los Manuscritos
de 1844, cuando el joven Marx explica que el trabajo es la esencia del
hombre, no se refiere a una esencia que ya existía en el pasado. Conocía a
Hegel: es una esencia que es construida históricamente y que se presenta bajo
una forma alienada en el capitalismo. La superación de esta alienación permite
por tanto a esta esencia realizarse; el trabajo no alienado se convierte de
hecho en la expresión de la libre auto-actividad del hombre. Por esa razón en
esa época la perspectiva de Marx es la abolición del trabajo, que se encuentra
además en La Ideología Alemana. En los Grundrisse,
Marx explica que el trabajo no se transforma nunca en un “juego”, como
avanzaban algunos socialistas utópicos (como Fourier). Pero la perspectiva de
transformación del trabajo en modelo de auto-actividad libre reaparece también
en un texto tardío como la Crítica del
programa de Gotha.
Existe por tanto en Marx una utopía recurrente de
transformación del trabajo en actividad libre. Eso permite comprender cómo al
lado de la evolución del movimiento obrero que, bajo formas diversas, va a
revalorar la figura del homo faber
productor y dar un estatus cuasi ontológico a la producción, se haya mantenido
un marxismo que critica las formas de trabajo capitalista, manteniendo al mismo
tiempo una problemática de emancipación centrada en el trabajo. Postone no se
sitúa por completo en esta lógica, habla simplemente de abolición del “trabajo
proletario”, sin que se sepa bien lo que eso quiere decir. Postone toma como
punto de partida la crítica de la economía política de los textos de madurez,
pero hace de alguna manera una regresión hacia los textos de juventud y la
temática de la alienación para resolver los problemas encontrados.
Al contrario de lo que afirma pretender, estos análisis de
la alienación y de su superación confirman en definitiva, con creces, una
postura clásica en la tradición marxista; permiten sobre todo el despliegue de
un discurso radical sobre la abolición del “trabajo proletario” –sin detenerse
demasiado en el contenido de esta superación. Cuando no refiriéndose,
brevemente, a la posibilidad de una reorganización radical de la producción
social sobre la base de una casi completa automatización de las actividades que
hoy día son realizadas a través del tiempo de trabajo inmediato (el trabajo
inmediato restante sería organizado en forma de rotación de tareas) y una renta
universal. Es una problemática utópica, en el mal sentido del término: no
compromete al presente. De hecho se encuentra aquí una cuestión esencial para
la teoría crítica en sus relaciones con una problemática de emancipación: la
dimensión estratégica.
Postone rechaza, con razón, cualquier inscripción de futuro
como una necesidad histórica, donde el marxismo sería el manual de lectura
científica y el proletariado su portador. Hay que añadir también que la
problemática de la alienación de los textos de juventud está inserta en una
visión teleológica del devenir histórico. ¿Cómo situar entonces una teoría crítica,
si no es pensada como expresión de una racionalidad ya en marcha en la
historia, y si no se quiere contentar con apelar a simples normas éticas? No se
trata de rebatir toda la elaboración de una teoría crítica sobre la dimensión
estratégica, ni aún menos de tener una visión estrecha e instrumental de la
categoría de estrategia, que debe ser comprendida como un enfoque en
perspectiva de un posible histórico a partir del presente y de sus
contradicciones [34]. Hay que constatar que la
referencia que hace Postone a la alienación borra cualquier posible recurso a
un discurso estratégico.
Trabajo y emancipación
En los Grundrisse,
sobre los que insiste mucho Postone, se encuentra sin embargo otra forma de
problematizar la emancipación del trabajo, señalada por Ernest Mandel desde los
años 1960: una dialéctica entre tiempo de trabajo y desarrollo del tiempo libre[35]. Se la encuentra también en la conclusión del libro
III de El Capital. Postone se refiere
a esta última, aunque desde otro ángulo. Es verdad que esta problemática cuadra
mal con la de la abolición del trabajo. Según Marx, “el reino de la libertad no puede comenzar más que a partir del momento
en que cesa el trabajo guiado por la necesidad”. No puede situarse por
tanto en la esfera de la producción, que siempre será necesaria. Marx matiza
sin embargo precisando que puede existir cierta libertad si “los productores asociados – el hombre
socializado– regulan de manera racional sus intercambios orgánicos con la
naturaleza y los someten a su control común, en lugar de ser dominados por la
potencia ciega de estos intercambios”. Pero la verdadera expansión de la
potencia humana comienza más allá: “la
reducción del tiempo de trabajo es la condición fundamental de esta liberación” [36].
La distinción entre el reino de la libertad y el de la
necesidad procede de la filosofía clásica. Marx la retuerce en parte para hacer
de la libertad y de la necesidad valores relativos que se condicionan una y
otra. ¿Puede existir una cierta libertad en la producción? Además –y esto es
importante en relación a una determinada tradición marxista–, la emancipación
no es pensada como un movimiento histórico que desemboca en el “reino de la
libertad”, sino como un proceso histórico –sin fin, podría decirse– producido
por esta dialéctica del tiempo de trabajo y del tiempo libre. Y no expresa una
voluntad de apropiación productivista de la naturaleza: se trata (por el
contrario) de organizar racionalmente las relaciones que mantenemos con ella, y
no de ontologizar el homo faber. Además, en los Grundrisse, Marx subraya cómo el desarrollo del tiempo libre puede
transformar las actividades de los individuos en el seno de la producción.
Se trata por tanto de emancipar (transformar) el trabajo,
emancipándose del trabajo. Hay que partir de esta problemática para poner en
perspectiva histórica algunos ejes contemporáneos de discusión. A no ser que
demos por buena la utopía de la transformación del trabajo en actividad libre,
el horizonte que ilumina el presente no es la desaparición del trabajo, sino su
transformación a través de esta dialéctica del tiempo de trabajo y del
desarrollo del tiempo libre. En este marco, es posible preguntarse cómo tratar
la perspectiva clásica de abolición del trabajo asalariado. Aunque se entiende
bien lo que quiere decir abolición de la explotación capitalista, la figura de
la abolición del trabajo asalariado resulta más vaga; a menos que se sueñe con
una vuelta a la producción artesanal.
Podemos discutir si, a largo plazo, será posible desarrollar
una prestación universal para todos que sustituya al salario. Yo no soy muy
favorable a ello, y se puede leer aquí mi nota sobre la abolición del trabajo
asalariado. Pero, en el momento histórico actual, me parece que esta dialéctica
debe articularse con reivindicaciones bastante clásicas (derecho al empleo,
reducción del tiempo de trabajo, desarrollo de prestaciones sociales
mínimas..), y una problemática general de desmercantilización de la fuerza de
trabajo; sobre todo por medio del desarrollo de la parte socializada del
salario y/o extensión de las zonas de gratuidad.
Esta dialéctica de tiempo de trabajo y del tiempo libre
desemboca en el cuestionamiento de la centralidad del trabajo. Aunque es
difícil darle una perspectiva inmediata (no voy a recordar los debates y las
experiencias pasadas), debe ser claramente afirmada como horizonte ligado al
cuestionamiento del proceso de valorización capitalista. Postone habla en este
sentido de aparición “de nuevas formas de mediaciones sociales, muchas de ellas
de naturaleza política” (p. 546). La fórmula es buena, pero abre dos grandes
debates.
El primero, ya señalado, tiene que ver con el análisis del
lugar estructurante del Estado en las relaciones sociales; no se puede eludir
la cuestión. No se entiende cómo se pueden levantar nuevas formas de
mediaciones sociales, y en particular políticas, sin una perspectiva de
democratización política radical de este Estado.
Pero esto quiere decir también –y es el segundo debate, que
tampoco aborda Postone– que dicho enfoque supone cuestionar la utopía de la
desaparición del Estado, entendida como desaparición de todo poder político.
Hay que manejar con prudencia la categoría de los «productores asociados» que,
en la tradición marxista, ha equivalido muchas veces a una problemática de
disolución de la política en lo social; y más precisamente, de disolución de la
política en la auto-administración de la producción industrial.
Como conclusión
El libro de Postone abre debates con múltiples facetas.
Habría que discutir más en detalle su visión de las experiencias del
“socialismo real” del pasado siglo que, de forma manifiesta, sobredetermina su
enfoque de la dinámica de las formas de evolución hacia un “despotismo ‘planificado’, organizado, burocrático, engendrado en la
esfera de la producción” (p.489) que habría tomado el control del conjunto
de la sociedad.
Es necesario criticar esta visión y el olvido de las
relaciones mercantiles por parte de Postone. Pero es también importante volver
a abordar de manera crítica toda una tradición marxista radical y
anti-estalinista que se ha contentado muchas veces con defender una versión
democrática del Estado-plan contra su versión burocrática. No se trata de
rehacer la historia, pero hay que explicar claramente que la sola referencia a
esta versión democrática (plan + consejos obreros) se ha vuelto obsoleta.
Sin embargo, en este artículo he elegido otro ángulo de
ataque que me parece de mayor actualidad y que gira sobre todo en torno a la
crítica de la economía política, de la teoría marxista de la forma valor y de
la crítica del trabajo Uno de los intereses del libro de Postone es tomar como
marco general un tema recurrente del actual momento histórico (análisis y
crítica del trabajo), articulándolo directamente con una reactualización de los
debates sobre las lecturas de Marx [37].
Notas[1] Moishe Postone, Marx est-il devenu muet ? Face à la mondialisation, traducido por Olivier Galtier y Luc Mercier, La Tour d’Aigues, L’Aube, 2003 ; Temps, travail et domination sociale, Mille et une nuits, 2009. Postone es profesor en el departamento de Historia y de Estudios judíos de la Universidad de Chicago.
Anexo 1
Sobre el trabajo abstracto
La primera dificultad que se encuentra en relación a la
categoría marxista de trabajo abstracto es no sólo su olvido por el marxismo
tradicional, sino también las dificultades de conceptualización de Marx en El Capital. No voy a repetir la lectura
desarrollada en el texto adjunto, en línea con la de Roubine. Quiero abordar
aquí algunas variantes en las determinaciones de esta categoría y los problemas
que esto plantea.
1) La evolución de las problemáticas de Marx
En El Capital,
cualesquiera que sean las dificultades de interpretación, está claro que el
trabajo abstracto pretende, por una parte, definir el trabajo creador de valor
y, por otra, está ligado a la relación mercantil, porque sólo a través del
intercambio de mercancías se igualan los diferentes trabajos. En realidad, el
concepto aparece sólo en El Capital.
Dicho esto, las aclaraciones sobre la categoría dependen también de la
evolución de las problemáticas de Marx.
Así, si se lee la categoría a través de la problemática de
los Manuscritos de 1844, el trabajo
abstracto y en general la abstracción aparecen como una forma suprema de
alienación, refiriéndose entonces el trabajo concreto al “buen” trabajo, el de
tipo artesanal. En Miseria de la filosofía, Marx rompe con Proudhon que,
justamente, vehiculiza una visión artesanal del proceso de trabajo; y esta
ruptura es una importante evolución.
Para Marx, en este libro, la determinación del valor por el
tiempo de trabajo está generada por la producción capitalista en la cual los
trabajos “son igualados por la subordinación del hombre a la máquina o por la
extrema división (…). El balancín se ha vuelto la medida de dos obreros (…). El
tiempo es todo, el hombre no es nada; todo lo más es la carcasa del tiempo”[1].
La modernidad de los análisis no debe hacer olvidar que, con
ello, Marx no resuelve el problema de la igualación social de los trabajadores
puesto que se mantiene al nivel del proceso inmediato de trabajo, teniendo como
únicas referencias trabajos concretos (en El
Capital) que por naturaleza son diferentes los unos de los otros. A fin de
cuentas, Marx se reclama entonces de Ricardo y todavía no ha producido el
concepto de mercantilización de la fuerza de trabajo (para Ricardo el trabajo
es una mercancía) que es indispensable para abordar el lugar del intercambio en
la igualación de los diferentes trabajos concretos. Y no hay que confundir la
puesta en práctica de standards de tiempo en el trabajo abstracto que permiten
cuantificar la actividad productiva según un tiempo medio con el trabajo
abstracto del que habla El Capital y
que se refiere a la producción social.
3) El trabajo abstracto via Lukacs
En Historia y Conciencia de clase (1923), donde intenta
reactivar la temática marxista del fetichismo a través de su propia teoría de
la reificación, Lukacs se refiere a este pasaje de Miseria de la filosofía. Y
va a buscar las raíces del trabajo abstracto en la evolución del proceso
inmediato de producción que pasa por la manufactura y después por el
maquinismo, y lleva a “una racionalización creciente sin cesar, una eliminación
cada más grande de las propiedades cualitativas e individuales del trabajo
humano”[2]. Es una categoría que reproduce la descomposición del trabajo en
unidades abstractas e individuales, bajo el efecto del desarrollo del proceso
capitalista caracterizado por el principio de racionalización basado en el
cálculo, la posibilidad del cálculo.
De hecho aquí (y en su teoría de la reificación), Lukacs se
orienta más hacia Max Weber y su relación entre el advenimiento del capitalismo
y el principio de racionalidad. Pero se interesa poco por los análisis del Capital
sobre la mercancía y la propia conceptualización de Marx en este sentido. Esta
referencia a la sola lógica interna del proceso de trabajo es tan fuerte que no
da casi importancia al concepto de mercantilización de la fuerza de trabajo. De
hecho Lukacs tiene un enfoque más bien ricardiano de la teoría del valor y se
interesa por las cuestiones de la cuantificación, desde el punto de vista de
sus efectos negativos.
Dicho esto, Historia y conciencia de clase (declarado no
ortodoxo por la III Internacional) es un libro excelente. Y su recuperación
crítica de la temática weberiana de la racionalidad va a tener una gran
influencia subterránea, sobre todo en la escuela de Frankfurt y en una
determinada tradición marxista crítica. Al margen del interés de los análisis
que ha permitido producir, el enfoque tiene equívocos y callejones sin salida,
bien mostrados en Francia por André Gorz. Además de la temática de la
racionalidad instrumental (desmenuzada por Postone), la aplicación de la
ciencia a la producción se convierte en el factor de explicación del desarrollo
del capitalismo y la ley del valor pierde cada vez más su pertinencia ya que
estaría ligada sólo a la gran producción industrial en declive.
4) Trabajo abstracto y proceso de abstracción social
Entre los autores franceses citados en el artículo que hacen
referencia a Roubine, existen matices, aunque todos hacen del momento del
intercambio de los productos un momento estructurante. En los análisis de
Jean-Marie Vincent sobre la dialéctica social de la forma valor, que funciona
como sustancia sujeto (un poco a la manera hegeliana), el trabajo abstracto
aparece como un momento de esta dialéctica. Y, poco a poco, el trabajo
abstracto ha sido identificado en el conjunto de formas sociales abstractas que
domina a los individuos a través del proceso de sumisión real del trabajo al
capital.
La problemática de las metamorfosis de la forma valor ha
permitido a Jean-Marie Vincent escribir páginas destacables sobre la dialéctica
de las formas sociales capitalistas, pero a veces tiene tendencia a confundir
los distintos niveles de análisis. Tran Hai Nac, por su parte, se centra en el
nivel del intercambio (bien tratado por Marx sobre este tema) para explicar que
la forma de existencia del trabajo abstracto es la moneda; ella expresa y mide
el valor de las mercancías.
Tomando como punto de partida los análisis de Jean-Marie
Vincent, me he ido progresivamente convenciendo por el enfoque de Tran Hai Hac.
Y creo que, desde el punto de vista conceptual, hay que distinguir el momento
de la categoría de trabajo abstracto (forma de existencia del trabajo social
bajo el capitalismo) de la dialéctica más general de dominación llevada a cabo
por formas sociales abstractas y abstracciones sociales. Tanto más cuando estos
fenómenos han existido también en el “socialismo real”.
5) El trabajo abstracto en Postone
La cuestión del trabajo abstracto como forma objetiva
capitalista está en el centro de los análisis de Postone. Eso permite muchos
análisis interesantes, sobre todo cuando retoma la teoría marxista de la forma
valor; aunque su rechazo a cualquier referencia al intercambio mercantil lo
desequilibra a veces.
La determinación del trabajo abstracto por Postone no entra
en ninguna de las grandes problemáticas que acabo de enunciar; por ello tal vez
resulta difícil de captar (en todo caso para mí). De hecho Postone planea la
existencia del trabajo abstracto al mismo tiempo que enuncia su tesis
fundamental: bajo el capitalismo, el trabajo no está mediatizado por relaciones
sociales, se constituye él mismo como mediación. Se auto-objetiva, de alguna
manera, como marco de estructuracion de relaciones sociales. Y esto se traduce
en un proceso social que, en un extremo, afecta al trabajo concreto, y en
el otro, al trabajo abstracto.
Volvemos a encontrar el problema subrayado en este artículo.
El capitalismo pone al trabajo en el centro de la vida social. Pero esto no
quiere decir que el trabajo se convierta en la única mediación social que
auto-produciría, en su movimiento de objetivación, el conjunto de relaciones
sociales.
Notas
[1] Karl Marx, Misère
de la philosophie, Œuvres, t 1, op. cit. p 29
[2] Georg Lukacs, Histoire
et conscience de classe, Les Editions de Minuit, 1960, p. 115.
Anexo 2
El fetichismo del Estado-plan y el «valor-índice»
Antoine Artous |
Moishe Postone |
No creo que se pueda calificar a los Estados burocráticos
del “socialismo real” como una variante de capitalismo de Estado aunque, por
otro lado, haya hecho un balance crítico de las tradiciones de análisis
trotskistas o trotskizante de la URSS[1]. Dicho lo anterior, no quiero
reproducir aqui estas discusiones, sino tratar algunos problemas de
conceptualización general ligados al análisis de estos Estados. No se trata de
ocultar las historias particulares (el totalitarismo estaliniano es el producto
de una contra-revolución), sino subrayar algunos rasgos generales. Esta es una
forma de continuar la discusión con Postone en este terreno.
1) Una cierta ceguera
Una tradición de marxismo crítico anti-estaliniano de
tradición trotskista, que por otra parte defendía una perspectiva “auténticamente
marxista” (desaparición de la ley del valor y del Estado, etc.), ha vehiculado
cierta ceguera teórica (ligada a aspectos del “marxismo tradicional”) sobre la cuestión de la estatización de los
medios de producción a través del plan. Éste no es entendido como una relación
social específica; más exactamente, se percibe como portador por naturaleza de
una forma de producción transparente en sí misma. Así, para Ernest Mandel, en
la economía soviética el trabajo asalariado es una simple categoría contable;
no tiene ninguna densidad social y no se entiende cómo podría ser una forma
social que cristaliza una relación de dominación y de explotación sobre
productores directos que siguen separados del dominio de los medios de
producción. Más en general, Ernest Mandel habla de un modo de producción
socializado donde los productos del trabajo funcionan también en la
transparencia, es decir como simple valor de uso, estando organizada la
planificación soviética sobre la base de objetivos en especie (cuantificación
directa de la producción).
2) El plan como relación social
Existirían por tanto más mediaciones sociales (en la
producción) en el sentido que da Postone a esta palabra. Eso parece difícil.
Pero en general, los autores que rechazan esta simplificación se contentan con
repetir las categorías forjadas por Marx (valor de uso y valor) para la
mercancía. Una vez más, no comprendo cómo puedan existir mercancías sin
mercado.
Gérard Roland es uno de los pocos en intentar especificar en
función de los países del “socialismo real”. En la URSS, la cantidad jugaba un
papel central en la producción, pero si los objetos eran diferentes bajo el
ángulo del valor de uso desde el punto de vista del consumidor, funcionaban
como equivalente desde el punto de vista del plan “La relación entre los
productores y el objeto está por tanto determinada no por el valor de uso, sino
por el índice estadístico del plan que denominaremos el valor-índice y que
representa la forma de mediación fundamental en el modo de producción soviético”[2].
El índice estadístico se da como simple índice de cantidad,
pero cuando se transforma en plan se convierte en una relación social que manda
y evalúa la actividad. El “valor índice” expresa entonces una relación de
subordinación del organismo inferior respecto al organismo superior.
3) Estado-plan y abstracciones sociales
Se pueden discutir los análisis de Gérard Roland sobre la
URSS de la época. El enfoque es destacable por la manera como muestra cómo un índice
estadístico, que aparecía como un simple dato técnico, funciona de hecho como
una forma social estructurando las relaciones de los productores con el objeto
producido y, más en general, las condiciones de producción de esta relación
social específica que es el plan. Más exactamente, es lo que se puede llamar el
Estado-plan, puesto que el plan en cuestión no es pensable sin estatización de
la producción (pueden existir otras formas de planificación).
Las características políticas concretas del Estado-plan
pueden ser diferentes, pero todas surgen de la misma matriz. Se presentan como
una institución que cristaliza las funciones administrativas ligadas a la
gestión de los medios de producción convertidos en propiedad colectiva y que
funcionan como una misma fuerza social de trabajo. Todo ello sin que los
productores tengan el dominio directo de un proceso de trabajo que se ha vuelto
colectivo y que, por ello (y al contrario del proceso de trabajo artesanal)
genera funciones administrativas específicas. El fetichismo del Estado-plan,
que se refiere a una objetividad social muy real, hace creer que cristaliza
estas funciones administrativas (y políticas, ambas están imbricadas) de la
cooperación de los trabajadores asociados, mientras que se les confisca y transforma
en una mecánica de dominación impersonal sobre los productores.
A través de esta mecánica cristalizan las abstracciones
reales y las formas sociales abstractas, según modalidades diferentes (por
partida) de las formas capitalistas. En efecto, en estas sociedades las
relaciones sociales se presentan como relaciones entre personas, en el sentido
de que son directamente políticas. Pero esta dimensión política se estructura a
través de formas sociales abstractas que flotan sobre las cabezas de los trabajadores,
aunque también, desde cierto punto de vista, de los burócratas: el partido
representa el proletariado, el plan es la expresión de la cooperación de los
trabajadores, etc.
4) Los efectos del trabajador colectivo
Estas cuestiones nos llevan a un problema poco tratado
(Postone no habla de ello) que se refiere a la categoría de trabajador
colectivo aparecida con el capitalismo. Desde luego, las formas de organización
de este trabajador colecivo deben ser radicalmente transformadas, pero no se
entiende que puedan desaparecer, a menor que se sueñe con una vuelta al
artesanado o una abolición del trabajo. En el proceso de trabajo individual, el
productor tiene un acceso directo al dominio del proceso de trabajo y a la «posesión»
(que no implica necesariamente la propiedad privada), mientras que no es el
caso en el trabajador colectivo que, lo recuerdo, no afecta sólo al taller sino
a la sociedad entera.
Esto quiere decir que, por una parte, la inserción del
productor en el trabajador colectivo está siempre mediatizada (debe «entrar» en
un proceso de trabajo que le supera ampliamente) y por otra, que la existencia
del producto del trabajo pasa por mediaciones, nosólo en la esfera de la
circulación, sino en la de la producción. Bajo este ángulo, se mantiene siempre
una cierta separación. Pierre Naville ha sido uno de los primeros en subrayar
que este aspecto de la separación (el productor ya no está soldado a los medios
de producción) supone una dinámica emancipadora[3].
Al contrario de las sociedades pre-capitalistas –aunque de
forma análoga a la producción capitalista-, las sociedades post-capitalistas se
organizan en base a una objetivación del trabajo como trabajo social que toma
una forma abstracta, en el sentido de que se objetiva en una forma social diferente
de los diversos trabajos concretos. Por dos razones: por una parte, la
existencia de un trabajador colectivo, y por otra, la necesidad de una
igualación de los productos del trabajo[4].
Para dar cuenta de sus análisis, Gérard Roland explica que
emplea la categoría de valor en el marco de una «antropología económica». Se
habrá entendido que no soy partidario de un discurso transhistórico. Por el
contrario, el desarrollo del capitalismo introduce muchas rupturas históricas
con las formas precapitalistas, algunas de las cuales son «adquisiciones»
(Marx) para pensar el porvenir. Por esta razón existen los problemas de
conceptualización que acabo de tratar; existen también en otros terrenos (abolición
del trabajo asalariado, desaparición del Estado, etc.).
5) Sobre el despotismo
Postone (no es el único) presenta a veces al «socialismo
real» como un sistema social en el que las formas de dominación analizadas por
Marx a propósito del despotismo de fábrica se habrían extendido a toda la
sociedad. Esta era la raíz de dicha afirmación, pero sólo podía tener un valor
analógico. Con todo rigor es falsa, porque el despotismo de fábrica capitalista
se articula con el mercado; y esta articulación es la que permite comprender la
dinámica de conjunto. Existen también diferencias en el seno de la organización
del proceso de trabajo inmediato. Así, según Pierre Rolle[5], la planificación
soviética dejaba una autonomía relativamente importante a los colectivos de
producción en la organización del trabajo, a causa precisamente de la
organización del plan en términos sólo cuantitativos.
Notas
◆ Français |
[1] Antoine Artous, «Trotski
et l’analyse de l’URSS», «Ernest Mandel et la problématique des Etats
ouvriers», Critique communiste n°157, invierno 1999. Estos dos textos están
disponibles en libre acceso en la web de Europe solidaire sans frontières
(ESSF), à l’adresse : http://www.europe-solidaire.org/
[2] Gérard Roland, Economie
politique du système soviétique, L’Harmattan, 1989, p. 58.
[3] Pierre Naville, De
l’aliénation à la jouissance, Anthropos, 1974 (1ª edición 1957).
[4] Ver sobre este tema mis intercambios con Tran Hai Hac en
la revista Variations, primavera 2005.
[5] Pierre Rolle, Le
travail dans les révolutions russes, Page deux, 1998.
15/10/2009
Título original en
francés: “L’actualité de la théorie
de la valeur de Marx. A propos de «Temps, travail et domination sociale», de
Moishe Postone”
https://www.contretemps.eu/ |
http://vientosur.info/ |