Karl Marx ✆ René Houlekc |
Juan Dal Maso
Luego de la derrota de la clase obrera en las revoluciones
de 1848, Marx dedicó una gran parte de sus esfuerzos a estudiar la economía
capitalista. En 1859 publicó la Contribución
a la crítica de la economía política, de la que es muy conocido
su "Prólogo". Ese libro, contiene un pasaje también
bastante conocido sobre el método de la economía política. Cabe aclarar que
Marx nunca formalizó un “método” en el sentido estricto de una serie de pasos
claramente delimitados para hacer ciencia. Quizás por este motivo, otros
autores han buscado indagar más en la “estructura lógica” de sus obras, en
particular de El Capital, así
como en su modo de hacer ciencia, en un abanico que va desde Roman Rolsdolsky
hasta Manuel Sacristán, pasando por Daniel Bensaïd.
Sin embargo, en este apartado de
la Contribución que se titula “El
método de la economía política” Marx plantea una aproximación a lo que
sería la dialéctica marxista y su diferencia con la hegeliana. Veamos.
Marx propone tres problemas a tener en cuenta en la economía
política (y su crítica): uno, cuál es el modo de construir los conceptos; dos,
cuál es el modo de establecer relaciones entre ellos y; tres, qué relación
guarda esta construcción conceptual con la realidad objetiva que busca
explicar. Para explorar estas cuestiones, utiliza los términos
“abstracto” y “concreto”. A simple vista lo más “concreto” sería aquello más
cercano a la realidad o a la experiencia práctica. Es decir conceptos simples,
no basados en teorías abstractas sino en hechos respecto de los cuales
representan una abstracción mínima.
Marx señala que esto es un error. Pone el ejemplo de un
concepto básico para la economía política como el de la población. Dice:
“Cuando consideramos un país dado desde el punto de vista económico-político comenzamos con su población, con su distribución en clases, la ciudad, el campo, el mar, las diferentes ramas de la producción, exportación e importación, producción mercancías, etc. Parece correcto empezar por lo real y concreto, con el presupuesto efectivo; y en consecuencia, empezar, por ejemplo, en la economía con la población, que es el fundamento y sujeto de todo acto de producción social. Sin embargo, ante un examen más detenido, esto se manifiesta como falso”.
¿Por qué esto sería falso? Porque la noción de “población” a
su vez está compuesta de múltiples elementos, como las clases en las que está
dividida. Y estas clases no son estamentos cuyo origen es indeterminable sino
que se asientan en relaciones sociales como el trabajo asalariado y el capital.
El trabajo asalariado y el capital, a su vez, presuponen
toda otra serie de conceptos como “el cambio, la división del trabajo, los
precios, etc.” y estas nociones plantean que cada concepto puede
“descomponerse” en otros que forman parte necesaria de su explicación: “El capital, por ejemplo, no es nada sin el
trabajo asalariado, sin el valor, el dinero, el precio, etc.”.
Aquí Marx destaca un procedimiento que habíamos comentado a
propósito de la exposición de Antonio Labriola sobre el “método genético”: el
análisis. El análisis consiste precisamente en descomponer las nociones
iniciales que supuestamente permitirían conocer la realidad de manera más o
menos inmediata en múltiples conceptos simples. En este caso, el análisis
llevaría de la idea de población a sus muchos componentes. Según Marx:
“Si comenzara, por lo tanto, con la población, esto sería una representación caótica de la totalidad y mediante una determinación más precisa llegaría analíticamente a conceptos cada vez más simples; de lo concreto representado llegaría a abstracciones cada vez más sutiles, hasta alcanzar las determinaciones más simples”.
Este procedimiento de análisis, permite entonces descomponer
una primera representación de la realidad en múltiples elementos, sin los
cuales resultaría imposible superar un estadio de definiciones generales con
escaso poder explicativo.
Sin embargo, para lograr un conocimiento “complejo” de la
realidad, el análisis no resulta suficiente. Aquí interviene un segundo momento
de la dialéctica que es de “síntesis” o “mediación”, es decir la explicitación
de las relaciones entre los conceptos más simples, para intentar aproximarse a
una idea más cercana a la complejidad de la realidad.
Por eso Marx señala que una vez realizado este procedimiento
de análisis es necesario desarrollar este movimiento de síntesis y “emprender
de nuevo el viaje a la inversa, hasta llegar finalmente de nuevo ala población,
pero esta vez no como una representación caótica de un todo, sino como una
totalidad rica de múltiples determinaciones y relaciones”. De este modo, la
unidad de ambos procedimientos caracteriza al “método correcto”.
Esta unidad de análisis y síntesis (o mediación) es lo que
permite arribar a una concepción de lo “concreto” distinta a la del sentido
común: “Lo concreto es concreto, porque es la síntesis de muchas
determinaciones, porque es, por lo tanto, unidad de lo múltiple. En el pensamiento
lo concreto aparece, consiguientemente, como proceso de síntesis, como
resultado, y no como punto de partida, a pesar de que es el punto de partida
real y, en consecuencia, también el punto de partida de la intuición y la
representación. En el primer camino la representación completa se volatiliza en
una determinación abstracta; en el segundo las determinaciones abstractas
conducen a la reproducción de lo concreto por el camino del pensamiento”.
En este marco, las diferencias entre Marx y Hegel residirían
en que Hegel identificaba erróneamente el concepto de lo concreto, con lo
concreto real: “De ahí que Hegel cayera en la ilusión de concebir lo real como
resultado del pensamiento que se concentra en sí mismo, profundiza en sí mismo
y se mueve a partir de sí mismo, mientras que el método de elevarse de lo
abstracto a lo concreto sólo es la manera que tiene el pensamiento de
apropiarse lo concreto, de reproducirlo como un concreto espiritual. Pero en
modo alguno se trata del proceso de génesis de lo concreto mismo”.
Esta diferencia que establecía Marx entre “representar” lo
concreto por medio del pensamiento y “generarlo”, implica una limitación
materialista para la propia potencia del pensamiento teórico respecto de la
realidad: en el primer caso, la reconstrucción es aproximativa, se intenta
reconstruir un conjunto de relaciones y arribar a una comprensión total pero
sin lograrlo de manera definitiva y concluyente. En la segunda concepción
(idealista) la realidad se termina identificando con el pensamiento y la
reconstrucción de la totalidad sería absoluta y totalmente transparente.
Si bien analizar cómo fue complejizando el propio Marx sus
desarrollos teóricos respecto de la crítica de la economía política y el
capital excede el espacio de estas líneas, estas ideas expuestas en 1859
siguieron presentes en sus reflexiones.
Se puede tomar, por ejemplo lo que dice en sus palabras
finales a la segunda edición alemana de El
Capital, escritas en enero de 1873:
“Mi método dialéctico no sólo es en su base distinto del método de Hegel, sino que es directamente su reverso. Para Hegel, el proceso del pensamiento, al que él convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo [creador NdR] de lo real, y lo real su simple apariencia. Para mí, por el contrario, lo ideal no es más que lo material transpuesto y traducido en la cabeza del hombre.
[...] La mistificación sufrida por la dialéctica en las manos de Hegel, no quita nada al hecho de que él haya sido el primero en exponer, en toda su amplitud y con toda conciencia, las formas generales de su movimiento. En Hegel la dialéctica anda cabeza abajo. Es preciso ponerla sobre sus pies para descubrir el grano racional encubierto bajo la corteza mística”.
El joven Marx, el Marx maduro y el Marx tardío, mantuvieron
siempre una relación de crítica y apropiación del pensamiento dialéctico de
Hegel. Cuáles fueron los términos de esa relación en cada etapa fue un tema de
debate intenso en el marxismo del Siglo XX y lo sigue siendo en la actualidad,
cuestión que excede los límites de este repaso elemental.
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