23/3/16

El concepto de Estado capitalista en el pensamiento de Nicos Poulantzas

Alberto Bonnet    |    Este trabajo analiza críticamente el concepto de Estado capitalista de Nicos Poulantzas/1. La importancia de los aportes de Poulantzas a la crítica marxista del Estado alcanza para justificar nuestra empresa. La teoría del Estado formulada por Poulantzas entre fines de los sesenta y comienzos de los setenta sobre las bases del marxismo estructuralista francés de cuño althusseriano, junto con la formulada casi simultáneamente por los intelectuales reunidos en el denominado debate de la derivación del Estado dentro de la tradición más dialéctica del marxismo alemán, es en los hechos uno de los dos abordajes más sistemáticos de la problemática del Estado capitalista en el marxismo del siglo pasado/2.

Pero a esta justificación se agrega el hecho de que el pensamiento de Poulantzas suscita en nuestros días un renovado interés. La estrategia política de la “vía democrática al socialismo” propuesta por Poulantzas a fines de los setenta, en particular, ha sido rescatada por varios de los intelectuales vinculados con las nuevas fuerzas de izquierda emergentes de la crisis europea como Syriza y, en menor medida, Podemos. Stathis Kouvelakis, miembro del Comité Central de Syriza y firmante de la Plataforma de Izquierda, por ejemplo, decía en una entrevista reciente: “por una parte, vemos una confirmación de la aptitud de la opción gramsciana-poulantziana de tomar el poder a través de elecciones, pero combinando esto con movilizaciones sociales, y rompiendo con el concepto del poder dual como un ataque insurreccional al Estado desde afuera –puesto que el Estado debe ser tomado desde adentro y desde afuera, desde arriba y desde abajo”/3. 

El rescate de Poulantzas parece más acotado en la izquierda latinoamericana. Pero tampoco Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia, se privó en una reciente conferencia de recordar –aunque de una manera mucho más sui generis, por cierto- esa estrategia del último Poulantzas: “el socialismo, entendido como la transformación estructural de las relaciones de fuerzas entre las clases sociales, necesariamente tiene que atravesar al propio Estado, que por otra parte no es más que la institucionalización material e ideal, económica y cultural, de esa correlación de fuerzas sociales”/4. L´etat, le pouvoir, le socialisme, en cuya conclusión Poulantzas ofreciera la versión más acabada de esta estrategia política, acaba de ser reeditado en francés por primera vez desde su edición original de 1978. En el prefacio a esta nueva edición, Ramzig Kecheyan explica dicha estrategia en los siguientes términos: “La ‘vía democrática al socialismo’ preconizada por Poulanzas combina radicalización de la democracia representativa con experiencias de autogestión en la sociedad civil, especialmente –aunque no únicamente- en el lugar de trabajo, y en el sector industrial tanto como en los servicios y la función pública. Ella busca incidir en las contradicciones del Estado capitalista desde el interior y desde el exterior, es decir interviniendo en las instituciones vigentes cuando pueden obtenerse avances en ellas y a la vez presionando sobre los aparatos de Estado a partir de espacios que escapan a ellos, que se mantienen a distancia del poder del Estado” (Keucheyan 2013: 31). La academia, por su parte, acompañó en alguna medida este interés político y, tanto en Europa como en América Latina, se organizaron encuentros exclusivamente dedicados al pensamiento de Poulantzas/5.

Sin embargo, aun aceptando la importancia del pensamiento de Poulantzas así como el renovado interés que suscita en nuestros días, podríamos preguntarnos por qué razón este pensamiento y, más específicamente, su concepto de Estado capitalista, requiere un análisis crítico. La razón radica en que, dentro del pensamiento de Poulantzas, este concepto es clave y es también problemático. En efecto, acaso su principal aporte a la historia del marxismo resida precisamente en su intento de construir una teoría marxista sistemática del Estado capitalista. El concepto de Estado está en el centro de toda su obra. Y, a pesar de que la trayectoria intelectual completa de Poulantzas se desarrolló en la escasa década y media que se extendió entre sus primeros escritos jurídicos de mediados de los sesenta y la publicación de su último libro, unos meses antes de su suicidio a fines de la década siguiente, esa trayectoria fue muy vertiginosa y, en consecuencia, ese concepto de Estado sufrió importantes cambios.

En las siguientes páginas nos valdremos prácticamente de todos los escritos publicados por Poulantzas. Pero no seguiremos la evolución del concepto de Estado a lo largo de ellos de una manera cronológica, sino que partiremos de la definición que propone Poulantzas en sus últimos escritos, que es la más influyente en nuestros días y la que más interesa discutir en estas páginas y, a partir de ella, reconstruiremos su evolución previa. Esto equivale a partir de la definición del Estado propuesta en su último libro, el citado L´etat, le pouvoir, le socialisme (EPS) de 1978, en el que se distancia en mayor medida de su anterior marco estructuralista althusseriano. Y vamos a comparar esta definición del Estado precisamente con la correspondiente a ese marco estructuralista previo, expuesta por excelencia en Pouvoir politique et classes sociales de l`état capitaliste de 1968 (PPCS), ambicioso escrito que contiene el resultado más acabado de su intento de construir una teoría marxista sistemática del Estado capitalista/6.

Estos dos son los escritos que ordenarán nuestra exposición porque polarizan la evolución de su concepto de Estado ‒y, en alguna medida, su pensamiento en general‒. Pero también deben considerarse otros escritos. En este sentido, en primer lugar, son complementarios de su concepción estructuralista del Estado algunos artículos escritos a mediados de los sesenta, tras su ruptura con su temprano marxismo fenomenológico-existencialista de cuño sartreano que había adoptado en su tesis de doctorado en derecho (Nature des choses et droit, publicada en 1964) y en una serie de artículos académicos acerca de diversas cuestiones de filosofía del derecho (publicados en la principal revista francesa de filosofía del derecho, los Archives de philosophie du droit, y en Les Temps Modernes de Sartre)/7. En efecto, en la misma medida en que durante a mediados de los sesenta Poulantzas comenzó a interesarse por una problemática política más amplia, centrada en el Estado, empieza a advertirse su creciente interés por el pensamiento de Althusser/8. Los escritos en los que comienza a expresarse este interés por la teoría del Estado, notablemente su extenso ensayo sobre la hegemonía (Poulantzas 1965b) y su discusión del marxismo británico (Poulantzas 1967a), son ya escritos de transición hacia la concepción estructuralista de Estado que propondría poco después en PPCS.

Tenemos, en segundo lugar, los artículos mediante los cuales mantuvo el célebre debate con Ralph Miliband sobre las relaciones entre las clases dominantes y el Estado y otros problemas de teoría del Estado, en las páginas de la New Left Review, entre fines de 1969 y comienzos de 1976. Las intervenciones de Poulantzas en este debate –quizás como consecuencia de las duras críticas que Miliband le planteara- están crudamente polarizadas entre las concepciones del Estado del primer Poulantzas (véase Poulantzas 1969) y del segundo (véase Poulantzas 1976c). Más adelante volveremos sobre este debate con mayor detalle.

En tercer lugar, durante esos años en que debatía con Miliband y en estrecha relación con dicho debate, Poulantzas realizó una serie de análisis de procesos políticos concretos en cuyo centro estaba el Estado capitalista y, más específicamente, diversas transformaciones en las formas de Estado y en los correspondientes regímenes políticos. También estos análisis son decisivos, naturalmente, dentro de la evolución del concepto de Estado en Poulantzas. Nos referimos a Fascisme et dictature de 1970 (FD), una extensa investigación acerca del ascenso del fascismo y del nazismo en la Italia y la Alemania de los años 1920-30, las relaciones que guardaron con las distintas clases sociales, las transformaciones en la forma de Estado y el régimen político que acarrearon y los errores de caracterización del fenómeno cometidos por la Comintern. Ya en Fascisme et dictature, concluido apenas dos años y medio después de PPCS, como veremos, puede advertirse el comienzo de una evolución que alejaría su concepto de Estado del marco estructuralista. Y nos referimos también a La crise des dictatures, ya de 1975 (CD), un ensayo más breve en el que Poulantzas analizó las caídas de las dictaduras contemporáneas de Grecia (tomas del Politécnico de Atenas de 1973), Portugal (revolución de los claveles de 1974) y España (muerte de Franco en 1975). Aquí, como también veremos, esa evolución queda confirmada.

En cuarto y último lugar, existen también otros escritos en los cuales Poulantzas se interesó por un proceso político diferente. Los mencionados fascismos y dictaduras son, para Poulantzas, regímenes y formas de Estado de excepción. Pero Poulantzas también se interesó en el análisis de las transformaciones que estaba sufriendo la forma de Estado y el régimen normales, es decir, los vigentes en los Estados de los países capitalistas europeos más avanzados, que conceptualizó como una transición hacia un “estatismo autoritario”. Este interés ya está presente en los primeros ensayos de Les clases sociales, de 1973, pero motivará más tarde algunos escritos específicos, como su intervención en el debate colectivo sobre la crise de l´état (Poulantzas 1976a) y la cuarta parte de EPS. En estos últimos análisis, el concepto de Estado que está en juego es ya, naturalmente, el del último Poulantzas/9.

La estructura de este trabajo es la siguiente. Después de este primer apartado, introductorio, en el segundo presentaremos y discutiremos el concepto de Estado del Poulantzas de EPS. En el tercer apartado, por su parte, presentaremos el concepto de Estado del Poulatzas de PPCS y relevaremos los usos del concepto de Estado en los trabajos escritos en el ínterin, para analizar críticamente la trayectoria que atravesó dicho concepto. En el cuarto y último apartado volvemos sobre el concepto de Estado capitalista del último Poulantzas, pero esta vez para discutir sus implicancias políticas.
El concepto de Estado del último Poulantzas
El último Poulantzas define al Estado capitalista como la condensación de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase que se materializa en su aparato. Así sucede, con unas pocas variantes, a través de las páginas de EPS. Adoptemos la versión más acabada de esta definición: el Estado capitalista es “la condensación material de una relación de fuerza entre clases y fracciones de clase, tal como se expresa, siempre de manera específica, en el seno del Estado” (1978: 154 y 159)/10. Y analicemos esta definición.

Poulantzas no afirma, como suele atribuírsele en las lecturas más vulgares, que el Estado es una mera plasmación de unas relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase. Definir al Estado capitalista de esta manera sería recaer en la vieja concepción reformista del Estado como una arena neutra de la lucha de clases. Poulantzas afirma, en cambio, que esas relaciones de fuerzas entre clases y fracciones de clases se condensan materialmente en el aparato de Estado. Aclaremos la diferencia antes de continuar. El Estado capitalista siempre está atravesado por relaciones de fuerzas entre clases y fracciones de clase, desde luego, pero no puede definirse simplemente como algo atravesado por esas relaciones de fuerza. La razón es sencilla. El Estado está atravesado por relaciones de fuerzas entre clases (y fracciones de clase) porque es uno de los modos de existencia de las relaciones sociales capitalistas y estas relaciones sociales son antagónicas (y competitivas). 

Pero el Estado no es el único modo de existencia de esas relaciones sociales. El Estado es el modo de existencia de esas relaciones sociales capitalistas en tanto relaciones de dominación, más específicamente, junto con el propio capital en sentido estricto, como modo de existencia de esas relaciones sociales en tanto relaciones de explotación. Tanto el Estado como el capital, en pocas palabras, como modos de existencia diferenciados de unas mismas relaciones sociales antagónicas, están atravesados por relaciones de fuerzas entre clases. Pongamos un ejemplo: en el establecimiento por ley de un salario mínimo se plasma (políticamente) una relación de fuerzas entre clases de la misma manera en que se plasma (económicamente) en el establecimiento de determinado nivel de salario en el mercado de trabajo como resultado de las negociaciones entre patronales y sindicatos. El atributo de plasmar relaciones de fuerza, en consecuencia, no es un atributo suficientemente específico como para definir el concepto de Estado. Definir al Estado exclusivamente como una plasmación de unas relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase, en pocas palabras, es como definir al perro como un ente movedizo.

Poulantzas nunca incurre en semejante trivialidad/11. Insiste, en cambio, en el hecho de que esa relación de fuerzas entre clases y fracciones de clases se condensa materialmente en el aparato de Estado. En este sentido, a continuación de la definición del Estado que acabamos de citar, insiste en que “el Estado no es pura y simplemente una relación, o la condensación de una relación; es la condensación material y específica de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase” (1978: 155). Y un poco más adelante: “[e]l Estado no es una simple relación, sino la condensación material de una relación de fuerzas” (idem: 184). E insistir en este punto es importante para Poulantzas porque quiere descartar desde el comienzo tanto una concepción instrumentalista del Estado, que reduce el aparato de Estado al poder del Estado, como una concepción tecnocrática del Estado, que imagina una doble naturaleza del Estado que redundaría en la existencia de un sector neutro dentro de su aparato. Poulantzas sintetiza así: “el Estado presenta, desde luego, un armazón material propia, que no puede reducirse, en absoluto, a la sola dominación política. El aparato de Estado es algo especial, y por tanto temible, que no se agota en el poder del Estado. Pero la dominación política está, a su vez, inscripta en la materialidad institucional del Estado. Si el Estado no es producido de arriba abajo por las clases dominantes, tampoco es simplemente acaparado por ellas: el poder del Estado (el de la burguesía en el caso del Estado capitalista) está trazado en esa materialidad” (1978: 8-9). O bien “el aparato de Estado no es una cosa ni una estructura neutra en sí y la configuración del poder de clase no interviene allí solamente como poder de Estado. Las relaciones que caracterizan al poder del Estado impregnan la estructura misma de su aparato, siendo el Estado la condensación de una relación de fuerzas. Precisamente esa naturaleza del Estado –del Estado como relación-, atravesada de lado a lado por contradicciones de clase, es la que les atribuye y permite a esos aparatos y a los agentes que los componen un papel propio y un peso específico” (1975: 104).

Sin embargo, antes de pasar a examinar esta condensación material en el aparato de Estado de aquellas relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase, es preciso advertir que, en cualquier caso, Poulantzas pone a estas relaciones de fuerza como contenido del Estado. El concepto de relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase opera así, en su definición del Estado capitalista, como un sucedáneo del concepto de relación social, en el más estricto sentido del término. Un sucedáneo, como sucede, por ejemplo, con el indicio como sucedáneo de la prueba en el derecho, no es un sustituto arbitrario, sino un sustituto emparentado de alguna manera con lo sustituido, e incluso capaz de sustituirlo legítimamente en ciertas condiciones. Y aquí las relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase operan como un sucedáneo de la relación social. El Estado capitalista no puede definirse a partir de las relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase que condensa en su aparato, sino a partir de la propia naturaleza de las relaciones sociales capitalistas, aún cuando es cierto que la naturaleza antagónica de estas relaciones sociales haga que el aparato de Estado siempre condense relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase. Volvamos a nuestro anterior ejemplo para aclarar este punto. El salario no puede definirse a partir de las relaciones de fuerza entre clases que se condensa en cierto nivel de los salarios, sino de la relación de explotación involucrada en el trabajo asalariado, aún cuando es verdad que la naturaleza antagónica de esta relación de explotación haga que el nivel de los salarios siempre exprese las relaciones de fuerza entre capitalistas y asalariados. Esta sustitución de la relación social por las relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase es una manifestación específica, dentro de su definición del Estado, del sociologicismo que en términos más generales ya había encontrado Clarke (1991) en el pensamiento de Poulantzas.

Pasemos, ahora sí, a examinar esta condensación material en el aparato de Estado de las relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase, condensación en la que Poulantzas radica la especificidad del Estado capitalista. El concepto de condensación parece implicar ya por sí mismo cierta especificidad. Esto porque Poulantzas emplea este concepto en un sentido análogo al que Verdichtung reviste en psicoanálisis, a saber, la representación de varias cadenas asociativas por una única representación, o punto nodal, que se encuentra en la intersección entre ellas. Pero en EPS Poulantzas sitúa esa especificidad más bien en la materialidad del aparato de Estado en el que tiene lugar dicha condensación/12. Es precisamente esta materialización de las relaciones de fuerzas en el aparato de Estado la dimensión de su definición del Estado capitalista gracias a la cual el objeto definido no permanecería indeterminado como una mera arena neutra de la lucha de clases, sino que sería determinado como un Estado capitalista propiamente dicho. El problema, como enseguida veremos, radica en que esta referencia a la materialización de las relaciones de fuerza en el aparato de Estado tampoco es suficiente para proveer un concepto adecuado del Estado capitalista.

Pero, antes de avanzar con esta crítica, sigamos analizando su definición del Estado capitalista. El concepto de aparato de Estado involucrado en esta definición parece haber permanecido sin grandes cambios desde sus escritos más estructuralistas/13. El aparato de Estado era en dichos escritos un conjunto de instituciones de la superestructura, entre las cuales Poulantzas, en sintonía con Althusser, ubicaba tanto instituciones públicas (como las jurídico-políticas) como privadas (como la escuela, la iglesia, etc.) porque priorizaba la función que desempeñaban (la organización de la clase dominante y la desorganización de la clase dominada) por encima de la distinción jurídica entre lo público y lo privado. Una institución era a su vez “un sistema de normas o de reglas socialmente sancionado”, estructurado a partir de una “matriz organizadora” (1968: 140, nota). Un poco más tarde volvería sobre esta definición para aclarar que había trazado esa distinción entre instituciones (o aparato) y matriz (o estructura) “para denunciar explícitamente la problemática ‘institucionalista’” (1970: 355, nota)/14. Y que las “normas o reglas” remitían a la dimensión ideológica, mientras que la expresión “socialmente sancionadas” a la dimensión represiva de esos aparatos. Esa matriz organizadora hacía a los aparatos de Estado irreductibles a meros instrumentos de la clase que detentaba el poder de Estado -y, por consiguiente, era la depositaria de su materialidad.

El segundo Poulantzas sigue entendiendo al aparato de Estado como un conjunto de instituciones públicas y privadas ubicadas en la superestructura y que desempeñan esa función de organización de la clase dominante y desorganización de la clase dominada. (1978: 169)/15. Pero no enfatiza tanto en esa posición y función del aparato de Estado como en su condensación de relaciones de fuerza o, en sus propias palabras, en “la inscripción de la dominación política en la armazón material del Estado como condensación de una relación de fuerzas” (1978: 192). “Las clases y fracciones dominantes –escribe en este sentido‒ existen en el Estado por intermedio de aparatos o ramas que cristalizan un poder propio de dichas clases y fracciones, aunque sea, desde luego, bajo la unidad del poder estatal de la fracción hegemónica. Por su parte, las clases dominadas no existen en el Estado por intermedio de aparatos que concentren un poder propio de dichas clases sino, esencialmente, bajo la forma de focos de oposición al poder de las clases dominantes” (1978: 172).

Pasemos, finalmente, al concepto de materialidad. Poulantzas, a pesar de insistir una y otra vez en esta característica del aparato de Estado, nunca define el concepto. Explica la manera en que se organizaría esta materialidad –monopolio del conocimiento por la burocracia, mecanismos de individualización y homogeneización, sistema legal, matriz espacio-temporal de la nación‒, pero en ningún momento parece considerar necesario definir el propio concepto de materialidad. Sin embargo, puesto que Althusser ya había insistido en esta materialidad del aparato de Estado, especialmente a propósito de la correlación entre la materialidad de la ideología y de las prácticas ideológicas, por un lado, y la materialidad de los aparatos de Estado en los que se reproduce, por el otro (véase Althusser 1970: 126 y ss), quizás podamos recurrir a sus escritos para establecer su significado.

En sentido estricto, tampoco Althusser definía el concepto, pero proveía algunas pistas más: “[l]a existencia material de la ideología en un aparato y en sus prácticas no posee, por cierto, la misma modalidad de la existencia material de una acera o de un fusil. Pero, a riesgo de que se nos trate de ‘neoaristotélicos’ [...] afirmamos que ‘la materia se dice de muchas maneras’ o, más bien, que existe bajo distintas modalidades y todas enraizadas en último término en la materia ‘física’” (idem: 127)/16. En este ensayo suyo sobre los aparatos ideológicos de Estado, Althusser no abundaba en estas distintas maneras de existencia de la materia, pero la referencia a la ideología de los científicos que hacía en ese contexto nos conduce a otras pistas que se encuentran en otros escritos suyos. En efecto, en varios de sus escritos de la época asimilaba en los hechos el materialismo del marxismo (al que, valiéndose de la terminología ortodoxa, continuaba designando como materialismo dialéctico) con el materialismo de las ciencias naturales (el que emergía como filosofía espontánea de la práctica científica en dichas ciencias; véase Althusser 1966: 33 y ss.; 1969: 9 y ss.; 1974: 67 y ss. y 99 y ss.). En las cabezas de los científicos naturales, argumentaba, esta filosofía materialista espontánea convivía con filosofías idealistas provenientes de la ideología dominante en la sociedad. El desafío del materialismo dialéctico consistiría entonces, según Althusser, en combatir estas filosofías idealistas para erigirse como el aliado filosófico más adecuado de esa práctica de los científicos naturales. Y el ejemplo por excelencia del combate que Althusser tenía en mente había sido la crítica de Lenin a los empiriocriticistas de comienzos de siglo (Lenin 1908). Todo esto parece indicar, en síntesis, que Althusser compartía sin más la concepción vulgar del materialismo expuesta por Lenin en esa crítica. El marxista y el biólogo compartirían, simplemente, “la creencia en la existencia real, exterior y material del objeto del conocimiento científico” (Althusser 1974: 101)/17.

Ahora bien, si la materialidad del aparato de Estado en cuestión se reduce a la materialidad de un puñado de instituciones en este sentido vulgar palabra, la insistencia de Poulantzas en que las relaciones de fuerzas entre clases y fracciones de clases se condensan materialmente en el aparato de Estado no aporta nada a la determinación del concepto de Estado. Recurrir a la materialidad del aparato de Estado en este sentido para definir el concepto de Estado equivale a recurrir a la materialidad de la mercancía como cosa física para definir el concepto de mercancía. La mera invocación de la materialidad en este sentido es un mero gesto que no convierte a ninguna definición en materialista en el sentido marxista del término.

Pero aclaremos también esto antes de seguir avanzando. Las características del aparato de Estado siempre están determinadas, tal como afirma Poulantzas, por la plasmación más o menos duradera de relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clases en su seno. Y esto implica, tal como también afirma Poulantzas, que un cambio en esas relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase nunca se expresa de manera automática en el aparato de Estado preexistente ‒y que, en caso de que la clase trabajadora tomara el poder de Estado, no podría emplear ese aparato de Estado como un simple instrumento para la transición al socialismo‒. El ascenso de un gobierno de izquierda “no significa, ni forzosa ni automáticamente, que la izquierda controle los aparatos de Estado, y ni siquiera algunos de ellos” (Poulantzas 1978: 166). La izquierda debe abandonar, en consecuencia, la creencia de que ese Estado “podría ser utilizado de otra manera por la clase obrera, mediante un cambio del poder de Estado, para una transición al socialismo” (idem: 155). “Las modificaciones en la relación de fuerzas no se traducen, en el aparato económico del Estado menos que en ningún otro, de manera automática: este aparato posee una materialidad marcada, en el más alto grado, por la continuidad del Estado” (idem: 239). Todas estas afirmaciones de Poulantzas son correctas e importantes y, sin embargo, la referencia a esa materialidad del aparato de Estado tampoco alcanza para completar una definición adecuada del Estado capitalista.

En efecto, sucede que también el concepto de aparato de Estado opera como un sucedáneo en la definición poulantziana del Estado capitalista, esta vez respecto del concepto de forma. Pues, el Estado no puede definirse como el aparato en el que se institucionaliza, sino como forma, aún cuando la existencia del Estado como forma guarda una relación con su existencia como aparato. En este sentido, hay que distinguir entre el Estado como forma, es decir, como modo de existencia de las relaciones sociales capitalistas en tanto relaciones de dominación, diferenciado del modo de existencia de esas mismas relaciones sociales capitalistas en tanto relaciones de explotación, y el Estado como aparato, esto es, como institucionalización de esa existencia particularizada de las relaciones de dominación. Y la diferencia tiene implicancias. El carácter capitalista del Estado no depende de esas relaciones de fuerza particulares entre clases y fracciones de clases que cristalizan en su aparato, sino de su existencia misma como relación de dominación separada de la relación de explotación. El Estado capitalista, en consecuencia, no puede definirse a partir de su aparato, sino de su forma. Y la insistencia de Poulantzas en la materialidad del aparato de Estado, cualquiera sea el ambiguo significado que revista esta expresión, no modifica un ápice este asunto. La materialidad de la mercancía incide en su valor de uso, por ejemplo, pero no es esta materialidad, sino su forma el punto de partida para su definición. La materialidad del capital también incide en la competitividad, por ejemplo, pero no es esta materialidad sino su forma el punto de partida para su definición. La crítica marxiana de la economía política no apunta a rendir cuenta de la materialidad de las cosas, sino del modo de existencia de las relaciones sociales en el capitalismo.

En la definición poulantziana del Estado capitalista, esta sustitución de la forma Estado por el aparato de Estado no es sino la contrapartida de la antes mencionada sustitución del capital como relación social por las relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase. Y esto es inevitable, porque contenido y forma son inseparables. El institucionalismo es la contrapartida del sociologicismo. Y el resultado es que, así como el Estado capitalista no podía definirse a partir de la relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase, tampoco puede definirse como la condensación material de esa relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase en un conjunto de aparatos.

Agreguemos ahora que los participantes del debate alemán sobre la derivación del Estado (el Staatsableitungsdebatte) de los años setenta fueron los primeros en encarar sistemáticamente una crítica del Estado capitalista como forma de las relaciones sociales. Y, en algunos momentos de su argumentación, tanto el primer como el segundo Poulantzas se acercan sorprendentemente a los argumentos de algunos derivacionistas. Contra la idea marxiana-hegeliana de una sociedad civil integrada por individuos como punto de partida para pensar el Estado, por ejemplo, el primer Poulantzas se refería a la separación entre lo económico y lo político en los siguientes términos: “[e]sa autonomía específica de lo político y de lo económico del M.P.C. –descriptivamente opuesta por Marx a una pretendida ‘mezcla’ de las instancias del modo de producción feudal‒ se refiere finalmente a la separación del productor directo de sus medios de producción [...] Esta separación del productor directo y de los medios de producción es la combinación que regula y distribuye los lugares específicos de lo económico y de lo político, y que señala los límites de la intervención de una de las estructuras regionales en la otra, no tiene estrictamente nada que ver con la aparición real, en las relaciones de producción, de los agentes en cuanto ‘individuos’” (1968: 155)/18. Este argumento parece cercano al que poco después encontraríamos entre algunos derivacionistas, como Joachim Hirsch, para la derivación de la forma Estado/19.

Sin embargo, significativamente, para el segundo Poulantzas esa separación entre productor y medios de producción ya no aparece como el punto de partida para fundamentar la propia separación entre lo económico y lo político, sino más bien para fundamentar la existencia y las características del aparato de Estado. “En lo concerniente al Estado capitalista, su separación relativa de las relaciones de producción, instaurada por éstas, es el fundamento de su armazón organizativa y configura ya su relación con las clases y la lucha de clases bajo el capitalismo” (1978: 24). La materialidad del aparato de Estado “se debe a la separación relativa entre el Estado y las relaciones de producción bajo el capitalismo. El fundamento de esta separación, principio organizador de las instituciones propias del Estado capitalista y de sus aparatos (justicia, ejército, administración, policía, etcétera), de su centralismo, de su burocracia, de sus instituciones representativas (sufragio universal, parlamento, etcétera), de su sistema jurídico, consiste en la especificidad de las relaciones de producción capitalistas y la división social del trabajo inducidas por aquellas: separación radical entre el trabajador directo y sus medios y objeto de trabajo en la relación de posesión, en el proceso mismo de trabajo” (idem: 54). Las relaciones de producción “constituyen el basamento primero de la materialidad institucional del Estado y de su separación relativa de la economía, que caracteriza a su armazón como aparato: son la única base de partida posible de un análisis de las relaciones del Estado con las clases y la lucha de clases” (idem: 58).

Y aquí vuelve a evidenciarse que el concepto de aparato de Estado opera en su argumentación como un sucedáneo del concepto de forma Estado. En efecto, esa separación entre el productor y los medios de producción es el fundamento de la separación entre lo económico y lo político. Pero el hecho de que lo político, que asume así la forma Estado, cristalice en un aparato de Estado con determinadas características no se sigue inmediatamente de esa misma forma/20. Es cierto que la separación entre lo económico y lo político es, en última instancia, una condición de posibilidad necesaria para la existencia de un aparato de Estado como el descripto por Poulantzas –y por esta razón, insistimos, el concepto de aparato de Estado es en sus argumentos un sucedáneo y no un sustituto arbitrario del concepto de forma Estado. Pero, si saltamos directamente de aquella separación entre lo económico y lo político constitutiva de las relaciones sociales capitalistas a este aparato de Estado existente en los Estados nacionales de los países capitalistas más o menos avanzados, perdemos en el camino la propia definición del Estado capitalista. El Estado capitalista no puede definirse a partir de su aparato, en síntesis, sino del modo en que existen las relaciones de dominación como relaciones particularizadas, es decir, de su forma.

El problema subyacente, naturalmente, radica en que este concepto de forma y el concepto de derivación, empleados por los derivacionistas alemanes en su crítica del Estado capitalista y provenientes de la crítica de la economía política marxiana, son completamente ajenos al marco estructuralista de pensamiento de Poulantzas. Y esto se pone de manifiesto, de manera privilegiada, en su cabal incomprensión de esa empresa derivacionista/21. Poulantzas afirma por ejemplo, en tres líneas: “[s]e trata de hacer ‘derivar’ –digamos, deducir- las instituciones propias del Estado capitalista de las ‘categorías económicas’ de la acumulación del capital” (1978: 56). Y comete así a razón de un error por cada línea. Las categorías de la crítica de la economía política marxiana, punto de partida de la derivación, no son meras “catégories économiques” sino formas, modos de existencia de las relaciones sociales capitalistas, elevadas a concepto. La derivación no consiste en una “déduction” sino en una exposición de esos conceptos que avanza de los más simples a los más complejos a través de las contradicciones que los encadenan. Y, por encima de todas las cosas, lo derivado no son las “institutions propres de l’État” sino la forma Estado (1978bis: 92)/22.
La trayectoria del concepto de Estado en Poulantzas
Comparemos brevemente la concepción del Estado capitalista de este último Poulantzas con la del primero. A nuestro entender, entre ambas no media una ruptura completa, sino un desplazamiento de énfasis. Hay momentos en la argumentación del último Poulantzas que recuerdan al primero. Por ejemplo, cuando intenta anclar la existencia misma del aparato de Estado en las relaciones de producción y, más exactamente, en la división del trabajo entre trabajo manual y trabajo intelectual. “El Estado encarna en el conjunto de sus aparatos –es decir, no sólo en sus aparatos ideológicos sino también en sus aparatos represivos o económicos-, el trabajo intelectual en tanto separado del trabajo manual [...] Esto se traduce en la materialidad misma del Estado. Ante todo, en la especialización-separación de los aparatos del Estado respecto del proceso de producción: tal separación se realiza principalmente mediante una cristalización del trabajo intelectual” (1978: 61). O bien, cuando vincula las características de ese aparato de Estado con las funciones que desempeña: “[l]as funciones del Estado se encarnan en la materialidad institucional de sus aparatos: la especificidad de las funciones implica la especialización de los aparatos que las realizan y da lugar a formas particulares de división social del trabajo en el seno mismo del Estado” (1978: 205). Y más adelante: “el contenido político de dichas funciones [del Estado] está inscrito en la materialidad institucional y la armazón organizativa del aparato del Estado” (ídem: 231).

Sin embargo, en este último Poulantzas, a la hora de definir el Estado capitalista, tanto la posición como la función del aparato de Estado ceden su puesto a la mencionada característica suya de condensar materialmente relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase. Pero no sucedía así en el primer Poulantzas. Este Poulantzas más althusseriano definía al Estado capitalista a partir de su función (de cohesión) y de su posición dentro de la estructura (el modo de producción): “en el interior de la estructura de varios niveles separados por un desarrollo desigual, el Estado posee la función particular de constituir el factor de cohesión de los niveles de una formación social. Esto es precisamente lo que el marxismo expresó al concebir el Estado como factor de ‘orden’, como ‘principio de organización’, de una formación, no ya en el sentido corriente de orden político, sino en el sentido de la cohesión del conjunto de los niveles de una unidad compleja, y como factor de regulación de su equilibrio global, en cuanto sistema” (1968: 43-44).

El Estado desempeñaba esta función de cohesión entre niveles de distintas maneras según el modo de producción (y la formación social) del que se tratara. En el modo de producción capitalista, el Estado la ejercía a través de su separación o, en términos poulantzianos, de su autonomía relativa. “Esa función [de cohesión] del Estado se convierte en una función específica, y que lo especifica como tal, en las formaciones dominadas por el M.P.C., caracterizado por la autonomía específica de las instancias y por el lugar particular que allí corresponde a la región del Estado” (ídem: 46). Puesto que el Estado lidiaba con las distintas instancias de la estructura, desempeñaba funciones técnico-económicas al nivel de lo económico, funciones políticas al nivel de lo político y funciones ideológica al nivel de lo ideológico (1968: 52). Sin embargo, todas las intervenciones del Estado eran políticas porque la función específicamente política del Estado sobredeterminaba a las restantes: “el papel global del Estado es un papel político” (ibídem). Y esta función política era, precisamente, la de mantener la cohesión de una sociedad dividida en clases: “ese papel [del Estado] reviste un carácterpolítico en el sentido de que mantiene la unidad de una formación en cuyo interior las contradicciones de los diferentes niveles se condensan en una dominación política de clase” (1968: 56). Así, la función de cohesión y la posición dentro del modo de producción alcanzaban, para el primer Poulantzas, para definir al Estado capitalista.

Ciertamente, en su calidad de factor de cohesión entre niveles, el Estado también condensaba las contradicciones propias de esos niveles. El Estado, decía Poulantzas, en tanto “factor de cohesión de la unidad de una formación, es también la estructura en la que se condensan las contradicciones de los diversos niveles de una formación” (ídem: 44). Pero esta condensación de contradicciones revestía características distintas de la posterior condensación de relaciones de fuerzas entre clases y fracciones de clase: era una simple consecuencia de su función de cohesión. “El Estado está en relación con las contradicciones propias de los diversos niveles de una formación, pero en cuanto representa el lugar en que se refleja la articulación de esos niveles, y el lugar de condensación de sus contradicciones” (ídem: 49). Agreguemos que esta condensación de contradicciones en el Estado se reproducía por su parte en una suerte de condensación de la lucha de clases en su conjunto –es decir, precisamente, de las prácticas de clase desarrolladas en esos distintos niveles de la estructura: lucha económica, política e ideológica‒ en la lucha de clases específicamente política, es decir, en la lucha que tenía por objetivo la conquista del poder de Estado (véase 1968: 87-88 y 108-109)/23. Poulantzas afirmaba así, a propósito de esta relación del Estado con la lucha política de clases, que “se deberá, pues, tener presente constantemente que esta última relación refleja en realidad la relación con las instancias, porque es efecto de estas, y que la relación del Estado con la lucha política de clases concentra en sí la relación con los niveles de las estructuras y con el campo de las prácticas de clase” (1968: 334).

Sin embargo, en la medida en que el último Poulantzas tiende a sustraer esta idea de condensación de contradicciones de su anterior marco estructuralista de referencia y, además, a situarla en el centro de su definición del Estado capitalista, su concepto de Estado capitalista tiende a quedar indeterminado. Esta trayectoria del concepto de Estado capitalista poulantziano no puede menos que resultar paradójica para quienes (como nosotros) somos muy críticos respecto de ese marxismo estructuralista que el primer Poulantzas había adoptado de Althusser. Aquí no vamos a desarrollar una crítica de ese marxismo estructuralista. Nos limitamos a plantear esta paradoja: mientras que el concepto de Estado capitalista aparece perfectamente determinado dentro del marco de referencia estructuralista del primer Poulantzas (que consideramos muy cuestionable) la tendencia del último Poulantzas a abandonar dicho marco de referencia estructuralista (tendencia que a priori deberíamos aplaudir) tiende sin embargo a arrojar a su concepto de Estado en la indeterminación/24. Y esta trayectoria resulta especialmente paradójica para quienes (de nuevo: como nosotros mismos) creemos que una de las mayores deficiencias de ese marxismo estructuralista es, precisamente, su relegamiento de la lucha de clases. El precio que Poulantzas parece pagar a cambio de que la lucha de clases ingrese dentro de su concepto de Estado es, paradójicamente, la indeterminación de dicho concepto.

Agreguemos ahora, sin embargo, que durante los años en que se registraba esta trayectoria de su concepto de Estado, Poulantzas emprendía además una serie de análisis de procesos políticos concretos en los que ponía en juego su concepto de Estado. Se destacan entre ellos sus análisis de dos casos diferentes de lo que consideraba como regímenes y formas de Estado de excepción: el ascenso de los regímenes nazi y fascista en la Alemania y la Italia de los años 1920-30 (Poulantzas, 1970) y la crisis de las dictaduras militares de Portugal, Grecia y España de mediados de los 1970 (Poulantzas, 1975). Y, aunque acaso menos sistemáticamente, en algunos otros escritos suyos también abordaba las mutaciones que consideraba que estaba atravesando el régimen y la forma de Estado democrático-parlamentario normal vigente en los países europeos centrales y que conceptualizaba en términos de la transición hacia un estatismo autoritario (especialmente en Poulantzas, 1974: 84 y ss.; 1976a y 1978: 247 y ss.). Aquí vamos a concentrarnos en los dos primeros y, especialmente, en el papel que atribuye Poulantzas a la lucha de clases en sus explicaciones de los procesos de ascenso del fascismo y de crisis de las dictaduras, para ampliar nuestro análisis de las consecuencias de ese ingreso de la lucha de clases en su teoría del Estado.

El primer análisis relevante es el referido al ascenso del nazismo y el fascismo en la Alemania y la Italia de los años 1920-30. En principio, FD sigue aún la orientación estructuralista de PPCS, libro que Poulantzas había acabado apenas dos años y medio antes y al que remite en reiteradas ocasiones. El Estado capitalista, en particular, sigue siendo definido como “la instancia central cuyo papel es el mantenimiento de la unidad y de la cohesión de una formación social, el mantenimiento de las condiciones de la producción y, así, la reproducción de las condiciones sociales de la producción; es, en un sistema de lucha de clases, el fiador de la dominación política de clase” (1970: 357). Empero, significativamente, Poulantzas comienza la parte de su análisis dedicado al Estado fascista con una serie de críticas al citado ensayo sobre los aparatos ideológicos de Estado que Althusser (1970) había publicado en el ínterin. El eje de estas críticas está justamente en que, para Poulantzas, la concepción de Althusser se desentiende de la lucha de clases/25. Dice Poulantzas: “creo que este texto de Althusser peca, en cierta medida, por su abstracción y su formalismo; en él, la lucha de clases no ocupa el lugar a que tiene derecho” (1970: 355). Y un poco más adelante agrega que, en consecuencia, Althusser considera a los aparatos ideológicos de Estado como monolíticos y carentes de autonomía relativa: “la ‘unidad’ de los aparatos ideológicos está abstractamente reducida, y sólo por el rodeo de la ‘ideología’, a la del poder de Estado. Ahora bien, este análisis es abstracto y formal ya que no toma (concretamente) en consideración la lucha de clases”, es decir, no tiene en cuenta ni la existencia de “varias ideologías de clase contradictorias y antagónicas” ni “los desajustes presentes en el poder de Estado” (ídem: 362-3, nota).

Pero más importante que este distanciamiento explícito respecto de Althusser es la distancia respecto del estructuralismo que, en los hechos, comienzan a guardar sus análisis concretos. En el caso de este análisis del fascismo, el punto de partida de Poulantzas son las características del estadio imperialista del desarrollo del modo de producción capitalista y de las funciones desempeñadas por el Estado intervencionista en su seno. El fascismo se instauró en los eslabones siguientes (Alemania e Italia) al eslabón más débil (Rusia) de la cadena imperialista durante la transición hacia el predominio del capital monopolista. Una vez planteadas estas coordenadas generales del fenómeno, sin embargo, Poulantzas advierte que el fascismo no emergió como un mero resultado necesario de la evolución del Estado democrático-parlamentario, como sostuvo en algunos momentos la Comintern, sino que emergió de una “crisis política, situación de condensación de contradicciones, que rompe con un ritmo ‘gradual’ de desarrollo y que desemboca en el fascismo” (1970: 59). Una crisis que no puede analizarse sino como efecto de la lucha de clases: “esta ‘crisis de las instituciones’, sin dejar de ejercer sus propios efectos sobre la lucha de clases, no es ella misma sino el efecto. No son las instituciones las que determinan los antagonismos sociales, es la lucha de clases la que impone las modificaciones de los aparatos de Estado” (ídem: 64). “Si se puede hablar de proceso de fascistización es en la medida misma en que no se trata de un simple autodesarrollo de los ‘gérmenes’ contenidos en la democracia parlamentaria, sino de una diferencia importante con ésta, correspondiente a una crisis política. El proceso de fascistización no puede, pues, ser comprendido sino rompiendo enteramente con la tesis del ‘proceso orgánico y continuo’, de factura evolutivo-lineal, entre democracia parlamentaria y fascismo” (ídem: 66).

El desafío que enfrenta Poulantzas en este sentido es el de explicar, siempre a partir de la lucha de clases, el surgimiento del fascismo en una coyuntura en la cual la modificación fundamental de la relación de fuerzas entre clases ya había tenido lugar, aunque subsistían agudas contradicciones dentro del bloque en el poder que impedían la consolidación de una hegemonía del capital monopolista. “El proceso de fascistización y el advenimiento del fascismocorresponden a una situación de profundización y de exacerbación aguda de las contradicciones internas entre las clases y fracciones de clase dominantes” (1970: 71). El fascismo, argumenta así Poulantzas, es una ofensiva de la burguesía, posterior a una derrota de la clase obrera en el ascenso de la lucha de clases de la salida de la Primera Guerra y a un período de estabilización de la relación de fuerzas ya favorable a la burguesía. Durante los procesos revolucionarios de 1919-20 en Italia y 1918-23 en Alemania, aunque derrotada en sus metas revolucionarias, la clase obrera había obtenido importantes conquistas. “Puede decirse así que esas conquistas persistían aún cuando la relación de las fuerzas sobre la cual estaban fundadas se hallaba ya modificada a favor de la burguesía. 

Esto es paradójico sólo en apariencia, salvo si se considera, lo cual es eminentemente falso, que todo cambio en la relación de fuerzas va acompañado automáticamente en cierto modo por una reorganización y redistribución mecánica de las posiciones ocupadas por los adversarios. En lo que concierne, en particular bajo este aspecto, a la estrategia de la burguesía respecto de la clase obrera se podría incluso aventurar la proposición siguiente: cuando semejantes conquistas se arrancan por medio de crisis graves, la burguesía se dedica en primer lugar a modificar la relación real de las fuerzas sobre la cual se han fundado esas conquistas, y sólo después pasa al ataque directo de las conquistas mismas” (ídem: 158). Todo su análisis del proceso de fascistización y, más tarde, de las vicisitudes del fascismo una vez que accede al poder de Estado, descansa sobre la evolución de esta compleja correlación de fuerzas entre clases y fracciones de clase/26. Evolución que signa, naturalmente, la forma de Estado y el régimen y que acarrea en consecuencia una radical reorganización del aparato de Estado –emergencia y consolidación de un partido fascista de masas como partido único, supresión del sufragio, predominio de la policía política como rama del aparato represivo dentro del aparato de Estado en su conjunto, conflictos palaciegos entre camarillas, ascenso del aparato de propaganda y de la familia, y así sucesivamente.

El segundo análisis relevante de procesos políticos concretos es el de la crisis de las dictaduras militares de Portugal, Grecia y Españas de mediados de los 1970/27. En CD, Poulantzas parte del modo de inserción de las economías en cuestión en el mercado mundial (en términos de una industrialización dependiente del capital monopolista extranjero, donde compiten los EEUU con el entonces Mercado Común Europeo) y la estructura de clases resultante (en particular, la distinción entre la burguesía compradora tradicional, predominantemente comercial y financiera, completamente subordinada a ese capital extranjero y principal soporte de las dictaduras, y la burguesía interior vinculada a ese proceso de industrialización que no alcanza a ser una burguesía nacional autónoma, capaz de dirigir una proceso de liberación nacional, pero alberga mayores contradicciones con el curso adoptado por las dictaduras)/28. Y, a continuación, Poulantzas pasa a la explicación de la propia crisis de las dictaduras. La clave de esta explicación radica en la desestabilización de los bloques en el poder involucrados, producto de la incapacidad de los regímenes dictatoriales de regular los conflictos entre esas distintas fracciones de la burguesía mediante su representación orgánica en el aparato de Estado (Poulantzas 1975: 33 y ss.). El aparato de Estado de las dictaduras, aunque no monolítico, resultaba demasiado rígido como para canalizar esos conflictos. Dice Poulantzas: “la situación en su conjunto producía una profundización de las contradicciones en el seno mismo del bloque en el poder. De ahí la necesidad de una forma de Estado que hubiera podido permitir una solución negociada y permanente mediante el recurso de una representación orgánica de las diversas clases y fracciones de clase del bloque en el poder, es decir, por medio de sus organizaciones políticas propias” (ídem: 53). Pero esta conflictividad interburguesa está sobredeterminada por la lucha de clases, aún cuando no hubiera un ascenso de las luchas sociales de características insurreccionales. “No hubo entonces un movimiento de masas frontal contra el régimen: lo subrayo tanto más, y categóricamente, porque si las luchas populares no fueron el factor directo o principal, ellas fueron (o serán), sin ningún género de duda, el factor determinante. Quiero decir con eso que los factores que gravitaron directamente en esos derrocamientos (las contradicciones internas de los regímenes) fueron ellos mismos determinados por las luchas populares” (ídem: 87-88)/29.

Este es el punto en que el análisis del Estado se vuelve central. El interesante desafío que enfrenta Poulantzas aquí es el de explicar la manera en que los conflictos interburgueses y la lucha de clases que los sobredetermina atraviesan el aparato de Estado de unos regímenes que ‒a diferencia del nazismo y el fascismo clásicos antes mencionados‒ no gozaban de bases de apoyo de masas y, por consiguiente, aparecían como un aparato aislado de la sociedad. Su punto de partida para abordar este desafío es ya explícitamente su segunda definición del Estado: “en ningún caso, el Estado es un Sujeto o una Cosa, sino que, por su naturaleza y en igual medida que el ‘capital’, el Estado es una relación: más precisamente, la condensación de la relación de fuerzas entre las clases tal como se expresa, de manera específica, en el seno del Estado. Así como el ‘capital’ contiene ya en sí la contradicción capital / trabajo asalariado, las contradicciones de clase atraviesan siempre, de lado a lado, el Estado porque este, por su naturaleza de Estado de clase, reproduce en su seno mismo esas contradicciones” (ídem: 91-92). Y esto vale también, afirma Poulantzas, a propósito del aparato de Estado en manos de las dictaduras. “Como para todo Estado burgués, su relación con las clases populares se ha manifestado por las contradicciones internas que se refieren a diversas medidas políticas y económicas que hay que tomar respecto de aquellas, es decir, de modalidades concretas de acumulación de capital. En efecto, las contradicciones mismas entre las diversas fracciones de la burguesía siempre expresan, en última instancia, las tácticas y modalidades diferenciales que conciernen a la explotación y dominación de las masas populares: lo que no es otra cosa que formular, en términos de clase, el hecho de que las contradicciones de la acumulación capitalista se deben, finalmente, a la lucha de clases y el hecho de que el ciclo mismo de reproducción de capital ya contiene, en sí, la contradicción entre el capital y las clases explotadas. Sismos internos muy graves en el seno de los diversos aparatos y del personal político dirigente de las dictaduras militares de los que se podrían dar múltiples ejemplos y que no pueden ser apreciados en su justa medida si no se percibe, detrás de tal o cual medida o política a favor de tal o cual fracción del capital, el espectro de la lucha de las masas populares” (ídem: 92-93)/30. Poulantzas retoma así su punto de partida: “la lucha de las masas populares, aún cuando no tome la forma de un levantamiento general y frontal contra los regímenes, ha tenido siempre, en último término, un papel determinante en su derrocamiento, porque interviene, inicialmente, en las contradicciones internas mismas de esos regímenes, que son las que motivan que se desencadene el proceso de su derrumbe” (ídem: 96). Y dedica el último capítulo de su libro en su conjunto a un análisis pormenorizado de las características de esos aparatos de Estado en manos de las dictaduras, con todas sus contradicciones internas, y de las modificaciones que estaba introduciendo en ellos el movimiento democratizador.

La distancia respecto del estructuralismo que, entendemos, guardan estos análisis del ascenso de los regímenes fascistas y de la crisis de las dictaduras queda ratificada explícitamente en algunos momentos del debate que, mientras tanto, Poulantzas venía desarrollando con Miliband. Ya en su primera intervención en dicho debate (su reseña de The state in capitalist society de Miliband) insistía legítimamente en la necesidad de contar con una adecuada teoría del Estado para analizar las relaciones entre las clases dominantes y el Estado/31. Pero también advertía acerca de la importancia de encarar análisis concretos del Estado como el realizado por Miliband (“soy tanto más consciente de la necesidad de análisis concretos, cuanto que he descuidado relativamente este aspecto de la cuestión en mi propia obra”; 1969: 75) y aludía en varias ocasiones al caso del fascismo. Esta concesión de Poulantzas no impediría que Miliband, en su respuesta, después de reconocer que su investigación “puede que sea insuficientemente ‘teórica’”, objetara que la investigación de Poulantzas “peca por la tendencia opuesta” (Miliband 1970: 95). La teoría detrás de este “teoricismo” de Poulantzas era el estructuralismo de Althusser. Y, en este sentido, agregaba Miliband, su concepción “conduce directamente a una especie de determinismo estructural o más bien a un superdeterminismo, que hace imposible una consideración verdaderamente realista de la relación dialéctica entre el Estado y ‘el sistema’” (ídem: 99). La imposibilidad de distinguir entre distintas formas de Estado concretas era, según Miliband, una de las consecuencias de esa concepción superdeterminista de las relaciones entre las clases dominantes y el Estado. En palabras de Miliband: “se sigue que no existe en realidad ninguna diferencia entre un Estado dirigido, pongamos por caso, por burgueses constitucionalistas, ya sean conservadores o socialdemócratas, y uno dirigido, por ejemplo, por fascistas” (ídem: 100).

Ejemplo paradójico, porque apenas unos meses más tarde Poulantzas publicaba FD, donde identificaba minuciosamente las características distintivas del Estado fascista como forma de Estado de excepción. Pero Miliband haría caso omiso de esto y, en su reseña de la edición en inglés de PPCS, insistiría en sus cargos de teoricismo y de determinismo o, en sus nuevas palabras, de “abstraccionismo estructuralista”: “el mundo de las ‘estructuras’ y de los ‘niveles’ que él [Poulantzas] habita tiene tan pocos puntos de contacto con la realidad histórica o contemporánea que le aparta de toda posibilidad de llegar a hacer lo que él describe como ‘análisis político de una coyuntura concreta’. [...] ‘La lucha de clases’ hace su aparición, como es debido, pero en forma de un ballet de sombras evanescentes, excesivamente formalizado” (Miliband 1973: 110). Pero esta mera insistencia en su crítica inicial al determinismo estructuralista de PPCS –por entonces ampliamente justificada- ya no rendía cuenta del hecho –que, en realidad, la reforzaría‒ de que en sus posteriores análisis del ascenso del fascismo y de otros procesos políticos concretos Poulantzas ya había relajado ese determinismo estructuralista y otorgado mayor centralidad a la lucha de clases –y, por consiguiente, había podido proponer análisis mucho más finos de esos procesos‒/32.

La última intervención de Poulantzas en el debate es muy reveladora en este sentido. Comenzaba señalando que, para que la discusión no se estancara, era necesario incorporar en ella los libros que había publicado después de PPCS, pues ya en FD y más tarde en CD había rectificado sus posiciones iniciales (Poulantzas 1976c: 155-56). Reconocía, en este sentido, un teoricismo inicial, derivado precisamente de la rígida concepción epistemológica althusseriana, que lo había conducido a presentar los análisis concretos como meros ejemplos de la teoría, a descuidar esos análisis empíricos y a emplear una jerga innecesaria. Pero el punto que nos interesa remarcar es que, después de reconocer que no había otorgado suficiente centralidad a la lucha de clases, redefinía al Estado en los términos ya examinados de sus últimos escritos. “Me inclino a pensar, en efecto, que no subrayé suficientemente la primacía de la lucha de clases frente al aparato de Estado. [...] Aún tomando la separación de lo político y lo económico bajo el capitalismo, incluso en su fase presente, como punto de partida, el Estado debería ser contemplado (del mismo modo que lo debería ser el capital, de acuerdo con Marx) como una relación, o, más precisamente, como la condensación de una relación de poder entre las clases en conflicto” (1976c: 170).

Y así volvemos a nuestro punto de partida. Pero, ahora, podemos apreciar la contrapartida de la paradoja que señalamos antes a propósito de la trayectoria de este concepto de Estado capitalista en Poulantzas. El paulatino abandono de su marco estructuralista althusseriano, aquí ya muy avanzado, que arroja su concepto de Estado capitalista en la indeterminación, parece emancipar al mismo tiempo a los conceptos de menor grado de abstracción de su teoría del Estado, multiplicando sus potencialidades para el análisis de formas y metamorfosis concretas de ese Estado desde la perspectiva de la lucha de clases/33.
Las implicancias políticas del concepto de Estado
La trayectoria del concepto de Estado capitalista en Poulantzas, como señalara en su momento Jessop (1982: 177), se halla estrechamente vinculada con la trayectoria de las estrategias políticas que impulsara.

En efecto, el concepto de Estado capitalista determinado por su posición dentro del modo de producción y su función de cohesión del primer Poulantzas estaba acompañado por una estrategia política de conquista del poder de Estado deudora aún de la tradición leninista. Poulantzas se preguntaba en este sentido: “¿puede el Estado tener una autonomía tal respecto de las clases dominantes que pueda realizar el paso al socialismo sin que el aparato de Estado se rompa por la conquista de un poder de clase por la clase obrera?” (1968: 353). Y su respuesta era negativa: la unidad del Estado, articulada con su autonomía relativa, cerraba esa posibilidad. El Estado, decía Poulantzas, “reviste una autonomía relativa respecto de esas clases [dominantes] en la medida precisamente en que constituye un poder político unívoco y exclusivo de éstas. Dicho de otra manera, esa autonomía respecto de las clases políticamente dominantes, inscrita en el juego institucional del Estado capitalista, no por eso autoriza de ningún modo una participación efectiva de las clases dominadas en el poder político, o una cesión a esas clases de ‘parcelas’ de poder institucionalizado” (ídem: 377). Desde luego, en la misma medida en que su althusserianismo tendía a relegar a la lucha de clases, es decir, en la misma medida en que las prácticas aparecían como meras reproductoras de las estructuras y los agentes como meros soportes de esas estructuras, suprimiendo cualquier capacidad de intervención autónoma de la lucha de la clase trabajadora, esa conquista del poder de Estado aparecía como un acontecimiento inexplicable. Sólo la intervención del partido de vanguardia como una suerte de deus ex machina podía aspirar, aunque con dudoso éxito, a llenar el vacío dejado por la lucha de clase/34.

Quizás en el carácter aporético de esta propuesta estratégica de Poulantzas había dejado su impronta la relativa estabilidad del capitalismo europeo de posguerra previo al nuevo ascenso de la lucha de clases que se desencadenaría a fines de los sesenta. Quizás la conversión entera del marxismo, de crítica negativa y revolucionaria de la sociedad capitalista en ciencia positiva de la reproducción de esa sociedad capitalista, operada por el estructuralismo althusseriano había encontrado en esa estabilidad su sentido histórico/35. Pero, en cualquier caso, no son tanto las implicancias del concepto de Estado de este primer Poulantzas las que nos interesan en estas páginas, sino las implicancias políticas del concepto de Estado del segundo. Y en este sentido hay que tener presentes más bien ciertos acontecimientos políticos que tuvieron lugar durante los setenta, pusieron en entredicho esa estabilidad relativa del capitalismo europeo de posguerra e influyeron sobre su posterior propuesta estratégica. Se trata, fundamentalmente, de dos procesos: el de las mencionadas caídas de las dictaduras vigentes en algunos países europeos periféricos (la dictadura de los coroneles de Grecia, el Estado novo en Portugal y el franquismo en España) y el de las crisis políticas en los Estados de algunos países europeos más centrales (particularmente, en Italia y en Francia). Podrían añadirse también algunos acontecimientos que tuvieron lugar en el ex Bloque del Este (como la Primavera de Praga) o en el llamado Tercer Mundo (como el gobierno de Allende en Chile), pero Poulantzas siempre parece haber centrado su atención en esos procesos europeos occidentales. Y, si tuviéramos que escoger uno, deberíamos centrarnos en el viraje del Partido Comunista Francés dirigido por Marchais hacia el eurocomunismo y su firma del Programa Común con el Partido Socialista de Mitterrand, deriva que a comienzos de la década siguiente culminaría en el ascenso al poder de este último/36. Pero, en cualquier caso, todos esos procesos compartían una característica: habían inaugurado, cada uno a su manera, escenarios en los que fuerzas políticas de izquierda podían acceder, o habían accedido en los hechos, electoralmente al poder de Estado.

La estrategia que Poulantzas defendería ante estos nuevos escenarios sería la de la llamada vía democrática al socialismo. Poulantzas presentó esta estrategia en sus últimos escritos y, especialmente, en la conclusión política del citado EPS/37, como una estrategia distinta tanto de la socialdemócrata como de la leninista, pero argumenta en su favor contrastándola específicamente con la estrategia de doble poder. En este sentido, según Poulantzas, la más adecuada ya no era una estrategia que apuntara a la destrucción del Estado a través de la dualización del poder de Estado, sino una estrategia que combinara la transformación desde adentro del aparato de Estado mediante “la ampliación y la profundización de las instituciones de la democracia representativa y de las libertades” con “el despliegue de las formas de democracia directa de base y el enjambre de focos autogestionarios” por fuera de ese aparato de Estado (1978: 313-14). Pero conviene revisar su argumento en la conclusión política EPS paso a paso.

El primer paso de Poulantzas consiste en reducir ese fenómeno del doble poder a la estrategia política puesta en práctica por los bolcheviques, bajo la conducción de Lenin, durante la Revolución Rusa de 1917. “Los análisis y la práctica de Lenin tienen una línea principal: el Estado debe ser destruido en bloque mediante una lucha frontal en una situación de doble poder y ser reemplazado-sustituido por el segundo poder, los soviets, poder que no sería ya un Estado en sentido propio, pues sería ya un Estado en vías de extinción” (1978: 308). Pero esta reducción es ilegítima. Los propios soviets rusos habían surgido durante la revolución de 1905, con independencia de cualquier estrategia bolchevique. Y experiencias parecidas de autoorganización de masas surgirían a continuación en los procesos revolucionarios que se desencadenarían a la salida de la guerra en Alemania, Hungría, Italia, sin intervención alguna de los bolcheviques. Más aún: la emergencia de formas de autoorganización de masas y la tendencia de estas organizaciones a dualizar el poder del Estado capitalista signó a todos los procesos revolucionarios registrados desde entonces hasta nuestros días, desde la Rusia de 1917 y la Alemania de 1918 a la China de 1925-27, la España de 1936, la Bolivia de 1952, la Cuba de 1958, así como el Chile de 1973 y el Portugal de 1975, y así como la Chiapas de 1995. La dualidad de poderes, en síntesis, no es una invención de los bolcheviques sino una situación resultante del desarrollo de los propios procesos revolucionarios.

El segundo paso de Poulantzas consiste en asociar ese fenómeno del doble poder soviético con la posterior dictadura del partido de Estado. “Se quiera o no, la línea principal de Lenin fue originariamente, frente a la corriente socialdemócrata, a su parlamentarismo y a su pánico al consejismo, la de una sustitución radical de la llamada democracia formal por la llamada democracia real, de la democracia representativa por la democracia directa llamada consejista (en la época no se empleaba todavía el término autogestión). Lo que me lleva a plantear la verdadera cuestión: ¿no fue más bien esta misma situación, esta misma línea (sustitución radical de la democracia representativa por la democracia directa de base) la que constituyó el factor principal de lo que sucedió en la Unión Soviética, ya en vida de Lenin, y la que dio lugar al Lenin centralizador y estatista cuya posterioridad conocemos?” (1978: 309). Una asociación completamente arbitraria, en la medida en que Poulantzas no explica en ningún momento mediante qué mecanismos la democratización del poder político a través de la organización soviética habría conducido a su contrario, es decir, a la monopolización de dicho poder político por parte del partido de Estado. Así como arbitraria en la medida en que, en los hechos, la instauración de esa dictadura del partido de Estado en la ex URSS no requirió sólo la supresión de la democracia burguesa, sino también la supresión de la propia democracia soviética, por parte de los bolcheviques.

Y en su tercer paso, como respuesta a esa pregunta, Poulantzas intenta apoyar su estrategia de una vía democrática al socialismo en la crítica que Rosa Luxemburgo había planteado a la revolución rusa: “lo que Luxemburgo reprocha a Lenin no es su negligencia o su desprecio por la democracia directa de base, es exactamente lo contrario: a saber, que se apoye exclusivamente en esta última (exclusivamente, pues según Rosa la democracia consejista sigue siendo esencial), eliminando pura y simplemente la democracia representativa, especialmente en el momento de la disolución de la Asamblea Constituyente elegida bajo el gobierno bolchevique, en beneficio exclusivo de los soviets” (1978: 309-10). Ahora bien, en su crítica a la Revolución Rusa, Luxemburgo (1918) no propuso, propiamente hablando, una estrategia de vía democrática al socialismo, es decir, una estrategia que combinara parlamento y consejos obreros, como sí proponían algunos austromarxistas de entonces/38. Luxemburgo criticó, en cambio, la decisión de los bolcheviques, que se encontraban en minoría, de disolver la Asamblea Constituyente, porque interpretó esta decisión como una peligrosa sustitución autoritaria de las masas por el partido. Una interpretación coherente con las objeciones a la concepción leninista del partido que ya había planteado quince años antes (Luxemburgo 1904) y que la historia posterior convalidaría.

Ahora bien, estas objeciones nuestras al argumento de Poulantzas en favor de una estrategia de vía democrática al socialismo están enlazadas entre sí e incumben al concepto de Estado. Para advertir esto, dejemos de lado la crítica de Luxemburgo a la Revolución Rusa, que en definitiva no viene a cuento, y volvamos sobre las citadas experiencias de convivencia entre parlamento y consejos auspiciadas por otros socialdemócratas europeos a la salida de la guerra. Esta convivencia adoptó entonces la forma de una legalización de los consejos obreros a través de las nuevas constituciones republicanas y de leyes específicas (las Betriebsrätegesetzen) sancionadas en Alemania y Austria en 1919-20. El resultado fue, como se sabe, la degradación de los consejos obreros a meros órganos consultivos encerrados dentro de las empresas, mientras afuera de las empresas los parlamentos seguían sancionando sus leyes. “La legalidad -decía el joven Lukács (1919)- mata a los consejos obreros”. Pero la clave aquí es advertir que lo se dirimió entonces bajo esta forma específica de una incorporación de los consejos obreros dentro de la legalidad burguesa fue una problema mucho más general: la inestabilidad de la dualidad de poderes.

Y así volvemos al comienzo. La emergencia de formas de autoorganización de masas y la tendencia de estas organizaciones a dualizar el poder del Estado resultan del desarrollo de los propios procesos revolucionarios. Esta dualidad de poderes es una situación inestable que tiende a resolverse en un sentido o en otro, es decir, en el sentido de la restauración del poder de Estado o de la destrucción del ese poder de Estado. Y tanto los casos alemán y austríaco (la restauración del poder del Estado capitalista bajo la forma de una república) como el propio caso ruso (la instauración de un nuevo poder de Estado por los bolcheviques) muestran que la restauración del poder de Estado es incompatible, y a muy corto plazo, con el desarrollo de esas formas de autoorganización de masas. El propio Poulantzas reconoce que la combinación entre ambos aspectos de su estrategia es problemática y que puede conducir a “una oposición abierta entre los dos, con riesgo de eliminación de uno a favor del otro” (1978: 325) -como en el caso de Portugal. Pero, en la medida en que siga tratándose de una estrategia de transición hacia el socialismo, su viabilidad descansa sobre el supuesto de que dicha “oposición abierta” es una posibilidad y no una necesidad/39. El problema está en que la incompatibilidad entre la restauración del poder de Estado y el desarrollo de formas de autoorganización de masas está inscripta en la propia naturaleza del Estado capitalista.

También puede suceder, naturalmente, que las “formas de democracia directa de base” y los “focos autogestionarios” en cuestión no estén en condiciones de desafiar el poder del Estado y, en consecuencia, esa “oposición abierta” no exista -como en el caso de Francia. Esta parece una situación más acorde con la preocupación de Poulantzas por “los problemas a los cuales una estrategia de la Unión de la Izquierda se encuentra actualmente confrontada y que conciernen directamente a las transformaciones radicales de los aparatos del Estado que socialistas y comunistas deberán poner en marcha en el caso de su llegada al poder” (1976a: 76). Sin embargo, en este caso, la vía democrática al socialismo parece quedar devaluada a un curso en el cual unos cuantos movimientos sociales presionan para que el gobierno, en manos de la Unión de la Izquierda, cumpla efectivamente con las reformas contempladas en su Programa Común (véase Jessop 1985: 300 y ss.). Y en este caso, como hubiera dicho la propia Luxemburgo, ya no estaríamos ante “una vía más tranquila, calma y lenta hacia el mismo objetivo”, sino ante “un objetivo diferente” (Luxemburgo 1899: 97).

Pero el punto importante aquí radica en que, en cualquier caso, la definición del Estado a partir del aparato de Estado, como una la relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase materializada en ese aparato, opera como soporte de esta vía democrática al socialismo. Y el carácter capitalista del Estado, en esta estrategia, depende en definitiva de qué relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase se materializan en su aparato/40. Pero las cosas resultan muy diferentes si el Estado es definido como forma de una relación social, como corresponde, y no a partir de las relaciones de fuerzas que se materializan en su aparato. En efecto, si es constitutiva del Estado capitalista en tanto forma, es decir, modo de existencia de las relaciones sociales capitalistas, la separación entre lo político y lo económico derivada de la separación entre los productores y los medios de producción, la existencia misma del Estado es incompatible con el desarrollo de formas de autoorganización de masas que tienden a impugnar, precisamente, esa separación entre lo económico y lo político. No es casual en este sentido que, así como el carácter capitalista del Estado acaba dependiendo de las relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase que se materializan en su aparato, la propia particularización de lo político en el Estado pierde su carácter específicamente capitalista/41. La dualidad de poderes rechazada por Poulantzas no es, en definitiva, sino la impugnación de esta particularización de lo político en el Estado capitalista.
Alberto Bonnet es miembro del Consejo de Redacción de la revista Cuadernos del Sur. Integrante de la Escuela de Economía Política de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, profesor en la Universidad de Quilmes.
Notas
1/Agradezco a los participantes de la minuciosa discusión del borrador de este artículo que realizamos en el marco del Programa de Investigación: Acumulación, dominación y lucha de clases en la Argentina contemporánea, 1989-2011de la Universidad Nacional de Quilmes.
2/ Nuestra propia crítica del concepto de Estado del Poulantzas, aunque aspira a ser una crítica interna, es deudora precisamente, como quedará en evidencia más adelante, de la perpectiva derivacionista (sobre esta perspectiva, menos conocida en nuestro medio que la estructuralista, puede consultarse: Bonnet, 2007).
3/ S. Kouvelakis: “Greece: phase one”, entrevista de S. Budgen publicada en Jacobin(www.jacobinmag.com/2015/01/phase-one/). Véase en este sentido Varela y Gutiérrez (2015).
4/ A. García Linera: “Estado, democracia y socialismo”, conferencia pronunciada en La Sorbona el 16/1/15 y publicada en Rebelión (www.rebelion.org/noticia.php?id=195607).
5/ Ténganse en cuenta el Coloquio Internacional realizado en La Sorbona (16-17/1/13) y las Jornadas Internacionales realizadas en la Universidad de Chile (2-4/10/13) y la Universidad de Buenos Aires (22-23/9/14).
6/ La distinción entre distintos períodos en la evolución del concepto de Estado de Poulantzas es controvertible. Adriano Codato (2008), por ejemplo, distingue tres períodos, considerando que los trabajos publicados entre esos dos libros justifican hablar de un período intermedio. Nosotros, en cambio, los consideraremos simplemente como trabajos de transición entre los conceptos de Estado expuestos en esos dos libros.
7/ Sus ensayos sobre el problema del derecho en la transición al socialismo (1964) y sobre los aportes de la Critique de la raison dialectique de Sartre a la filosofía del derecho (1965a) son representativos de esa adhesión al marxismo fenomenológico-existencialista. Acerca de la evolución del pensamiento de Poulantzas en su conjunto véase especialmente el estudio de Jessop (1985); aquí seguimos la síntesis que propusimos en Bonnet (2014).
8/ Véase en este sentido, especialmente, su extensa reseña del Pour Marx de Althusser publicada en Les Temps Modernes (Poulantzas 1966).
9/ Les clases sociales es menos relevante para nuestro análisis de la evolución del concepto de Estado de Poulantzas –pero no así para la evolución de su pensamiento político en términos más amplios porque, en realidad, Poulantzas nunca se interesó por las clases y fracciones de clase por sí mismas (de una manera, digamos, sociológica a secas), sino por las clases en su dimensión política (a la manera de una sociología política).
10/ Escribe Poulantzas: “la condensation matérielle d´un rapport de forces entre classes et fractions de classe, tel qu´il s´exprime, de façon spécifique toujours, au sein de l´État” (1978bis: 191). (Aquí emplearemos las versiones en español de sus escritos, pero las confrontaremos con las versiones originales en algunos casos.) Definiciones semejantes (aunque a veces con pérdida de alguna de sus dimensiones) se encuentran en otros pasajes. Entre otras: “condensación material y específica de una relación de fuerza, que es una relación de clase” (1978: 83); “condensación –desde el punto de vista de su naturaleza de clase- de una relación de fuerzas que es una relación de clase” (idem; 142); “condensación material de una relación de fuerzas” (idem: 163); “condensación de una relación de fuerzas, precisamente la de las luchas” (idem: 183); “condensación material de una relación de fuerzas entre las clases” (idem: 235); “condensación de una relación de fuerzas entre las diversas clases sociales” (idem: 316).
11/ Poulantzas mismo esboza este paralelismo entre el Estado y el capital en L´Etat… (1978: 154) y en otros textos. En su contribución al volumen colectivo sobre la crisis del Estado, por ejemplo, afirmaba que “el Estado capitalista no debe ser considerado como una entidad intrínseca sino, como por otra parte es el caso del `capital´, como una relación, más exactamente una condensación material (el Estado-aparato) de una relación de fuerzas entre las clases y las fracciones de clases tal como se expresan, siempre de manera específica (separación relativa del Estado y de la economía que da lugar a las instituciones propias del Estado capitalista), en el seno mismo del Estado” (1976: 54).
12/ Poulantzas se limita aquí a recordar su anterior empleo del concepto en PPCS, donde refería al “punto nodal en que se condensan las contradicciones de los diversos niveles de una formación social” (Poulantzas 1968: 39; véase sobre esto Bretthauer 2011). Quizás este último Poulantzas no quisiera seguir cargando con el marco estructuralista en el que se inscribía este concepto –recuérdese que en la interpretación lacaniana del psicoanálisis que había heredado de Althusser la condensación, como metáfora, remitía a una sustitución entre significantes dentro de una cadena y presuponía un inconsciente estructurado como lenguaje (véase Lacan 1966: 486). Y, en efecto, en el primer Poulantzas, debido a su posición dentro de la estructura, el Estado condensaba las contradicciones inherentes a las otras instancias de la estructura y esto le permitía desempeñar su función de cohesión del conjunto –ser, como decía Marx en su conocida carta a Annenkov de 1846, el “resumen oficial de la sociedad civil”.
13/ Esto sigue siendo cierto aunque Poulantzas se distancie de Althusser en algunos aspectos como, por ejemplo, la distinción entre aparatos ideológicos y represivos (1978: 28 y ss. y 205 y ss.).
14/ Poulantzas no aclara –y, como veremos más adelante, no es para nada clara‒ la diferencia entre su propia perspectiva y la perspectiva del institucionalismo que denuncia –y mientras tanto, su definición de institución como “système de normes ou règles socialement sancionné” (1968bis: 123 y 1970bis: 332) coincide en los hechos con la de Parsons (debo esta observación a Adrián Piva).
15/ Poulantzas advierte en este sentido que, aunque las relaciones de poder sólo pueden existir materializadas en aparatos, no todas las relaciones de poder son de clase (p. ej., las de género) y no todas las relaciones de poder de clase son estatales (p. ej., el despotismo patronal) (1978: 47).
16/ “L’existence matérielle de l’idéologie dans un appareil et ses pratiques ne possède pas la même modalité que l’existence matérielle d’un pavé ou d’un fusil. Mais, quitte à nous faire traiter de néo-aristotélicien (signalons que Marx portait une très haute estime à Aristote), nous dirons que « la matière se dit en plusieurs sens » ou plutôt qu’elle existe sous différentes modalités, toutes enracinées en dernière instance dans la matière « physique »” (Althusser 1976: 118-19) .
17/ Agreguemos, sin embargo, que, como en otros aspectos de su pensamiento, Althusser volvió autocríticamente sobre el concepto de materialismo en sus últimos escritos (véase en particular Althusser 1982).
18/ Antes de PPCS Poulantzas ya había abordado esta problemática de la separación entre lo económico y lo político, pero en textos transicionales como el citado ensayo sobre hegemonía, en los cuales todavía la presentaba valiéndose del par hegeliano y gramsciano de Estado - sociedad civil (véase Poulantzas 1965b).
19/ Esto dejando de lado dos aristas problemáticas de este razonamiento: en primer lugar, cabría preguntarse si la propiedad sobre la propia fuerza de trabajo que permite su venta, cualquiera sea el carácter colectivo que adquiera su consumo en los procesos de producción, no constituye ya un mecanismo individualizador que ya es inherente a esa separación entre productor y medios de producción referida por Poulantzas; en segundo lugar, si se radicaliza la correcta distancia que parece adoptar Poulantzas respecto de la idea marxiana de una “mixité” entre lo económico y lo político en el feudalismo, puede conducir a cuestionar asimismo la concepción althusseriana de los modos de producción como diferentes articulaciones de instancias transhistóricas. Pero estas dos cuestiones son externas a nuestro argumento.
20/ Estrictamente hablando, ni siquiera el propio hecho de que lo político, así particularizado, asuma la forma de Estado se sigue necesariamente de la separación entre lo económico y lo político. La forma Estado no se deriva inmediatamente de la separación entre lo económico y lo político, en términos lógicos, ni lo político coincide ni coincidió nunca sin más con el Estado, en términos históricos (véase Bonnet 2015).
21/ Incomprensión que se extiende también al pensamiento de quien, ya en los años treinta, había planteado de manera correcta la pregunta por la forma Estado, es decir, a Evgeny Pashukanis (véase Poulantzas 1964: 14 y ss.; 1967b: 109 y ss,.; 1978: 54 y ss. ).
22/ Esta misma respuesta -y no casualmente- vale para la crítica del debate de la derivación del Estado de Laclau (1981), como correctamente señalarom Alvater y Hoffmann (1990) en su retrospectiva sobre dicho debate.
23/ Es por esta razón que cohesión entre niveles de la estructura y cohesión entre clases -entre “cohésion des niveaux d´une formation sociale” (1968bis: 43) y “cohésion d´une formation divisée en classes” (1968bis: 54)- aparecían en realidad, dentro de dicho marco estructuralista, como dos caras de una misma moneda.
24/ Sería interesante, aunque también escapa a los límites de este trabajo, indagar hasta qué punto esta trayectoria del concepto de Estado de Poulantzas no es sino un caso más de la trayectoria de tantos otros conceptos de tantos otros intelectuales que transitaron este pasaje desde el determinismo estructuralista a la indeterminación postestructuralista que parecía estar transitando Poulantzas en sus últimos escritos.
25/ También objeta a Althusser que ignore la función económica del Estado y reduzca el Estado a sus funciones represiva e ideológica (1970: 358, nota) y que no tenga en cuenta el aparato económico (idem: 359, nota). Estas críticas son menos relevantes para nuestra argumentación, pero las mencionamos porque en todos los casos Poulantzas parece criticar su propio enfoque previo a través de la crítica a Althusser. Este, por su parte, en el postfacio de su ensayo sobre los aparatos ideológicos de Estado, ya reconoce el carácter “abstracto” de su concepción en la medida en que la reproducción se realiza a través de la lucha de clases y, por consiguiente de ideologías antagónicas (Althusser 1970: 139-41).
26/ Véase también, complementariamente, el análisis de las relaciones entre el fascismo y las distintas clases y fracciones de clases de Poulantzas (1976d).
27/ Aquí vamos a concentrarnos en CD, pero es importante advertir que el interés de Poulantzas por estas dictaduras y, en particular, por la griega, ya se había expresado en escritos anteriores. De hecho Poulantzas ingresó en el llamado Partido Comunista del Interior (el KKE-I), de orientación eurocomunista, cuando se escindió en 1968, es decir, un año después del golpe de Papadopoulos, y desde entonces se mantuvo vinculado con las disyuntivas políticas planteadas por la resistencia a la dictadura (véase 1979b). Y ya en un artículo muy temprano publicado en una revista griega (Poulantzas 1967c) había indicado las especificidades de la dictadura militar griega dentro de los regímenes de excepción en los mismos términos en que lo haría en sus análisis posteriores.
28/ En el primer ensayo reunido en Les classes sociales (1974; 36 y ss.) Poulantzas ya había analizado con mucho más detenimiento las consecuencias de la internacionalización del capital para la composición de las burguesías europeas.
29/ En su reseña de La crise des dictatures Bensaid observaba críticamente que la lucha de clases intervenía demasiado marginalmente en el análisis poulantziano. “D’abord, la lutte de classes y fait une entrée fort tardive, à la page 57 (sur les 137 que compte l’ouvrage). Au point que les luttes ouvrières apparaissent comme un effet second des contradictions interbourgeoises, comme la tentative de saisir une opportunité offerte. Et non comme le premier résultat du développement économique, développement profondément inégal, qui bouleverse les rapports sociaux, au point que les différenciations au sein de la bourgeoisie sont souvent plus des différenciations politiques face au mouvement ouvrier que des affrontements d’intérêts économiques (intérieurs contre compradores)”. Esto puede tomarse como un caso puntual de una objeción más general de fraccionalismo contra Poulantzas. Sin embargo, Poulantzas evita en alguna medida este fraccionalismo (que, dentro de su marco teórico, no es sino un corolario del citado sociologicismo) mediante esta interesante idea de determinación de los conflictos interburgueses por la lucha de clases en la crisis de las dictaduras (véase sobre este punto Bonnet 2012).
30/ El caso del franquismo plantea algunos problemas dentro del análisis de Poulantzas (quien ya lo había reconocido: “[e]l caso español, por ejemplo, difiere en la medida en que se presenta como una forma concreta combinada de fascismo y de dictadura militar, con predominio de esta última”; 1970: 424). Tanto en el mencionado caso del fascismo como en este de las dictaduras Poulantzas consideraba que el ascenso y la caída de los regímenes de excepción son mediados por grandes crisis institucionales. Esto lo condujo a un pronóstico acertado para los casos de las dictaduras portuguesa y griega, aunque erróneo para la española. Este error en sí mismo reviste una importancia menor, pero quizás sea indicador de algo más importante. En el postfacio a la segunda edición francesa de La crise des dictatures (Poulantzas 1976) reconocía que había subestimado el apoyo social al franquismo –aunque insiste en su pronóstico de una transición crítica‒. Y quizás haya un vínculo entre ambos factores, a saber, entre este apoyo social y la posibilidad de una transición democrática sin crisis institucional. La experiencia de la caída del pinochetismo parece semejante. Además el franquismo, más cercano a los regímenes fascistas, se diferencia de ellos en que no había ascendido al poder una vez que la clase trabajadora ya había sido derrotada -como señala Poulantzas (1970), con razón, que sucedió en Alemania e Italia- sino como emergente inmediato de esa derrota. También en este sentido la experiencia del pinochetismo es semejante. Y también en este sentido quizás haya un vínculo entre aquel persistente apoyo social y el proceso revolucionario en el que se alcanzó: el franquismo fue una expresión más inmediata del bando triunfador.
31/ La definición del Estado dentro de la teoría en cuestión seguía siendo, naturalmente, la del primer Poulantzas: “el factor de cohesión de una formación social y el factor de reproducción de las condiciones de producción de un sistemaque, por su parte, determina la dominación de una clase sobre las demás” (1969: 82); “la instancia que mantiene la cohesión de una formación social y que reproduce las condiciones de producción de un sistema social mediante el mantenimiento de la dominación de clase” (ídem: 88).
32/ Por lo demás, este no es sino uno más de los puntos ciegos del célebre debate entre Miliband y Poulantzas (véase en este sentido Thwaites Rey 2007a).
33/ Esta emancipación de sus conceptos de menor grado de abstracción respecto de su original marco de referencia estructuralista quizás sea la condición de posibilidad para que su teoría del Estado “se reconcilie con un análisis de la forma Estado basado en la crítica de la economía política de Marx” (Hirsch y Kannankulam 2011: 57). Pero este es un problema muy complejo, que no podemos abordar en estas páginas.
34/ Esto es particularmente notorio en la privilegiada exterioridad de la que goza el partido de vanguardia respecto de los aparatos de Estado: “no pueden finalmente `escapar´ al sistema de los aparatos ideológicos de Estado más que las organizaciones revolucionarias y de lucha de clases. Este problema depende de la teoría marxista-leninista de la organización…” (1970: 365).
35/ Recordemos que todos escritos estrictamente estructuralistas de Poulantzas, incluído PPCS, son anteriores al mayo del 68 y que el propio Poulantzas posterior advertirá esto a menudo como una manera de tomar distancia respecto de ellos. Por ejemplo: “el desarrollo de los conflictos de clases en Europa desde 1968 no ha dejado de tener influencia en mis cambios de posición” (1976c: 161).
36/ En este sentido, naturalmente, la deriva política de Poulantzas acompañó el viraje de los partidos comunistas europeos hacía el eurocomunismo que, en el caso del PCF, inauguró el abandono de la dictadura del proletariado en su XXII Congreso de febrero de 1976. Recuérdese, en particular el debate sobre la denominada crisis del marxismo que mantuvo Poulantzas con los propios Althusser y Balibar, entre otros, en la segunda mitad de los setenta (véase Poulantzas 1979a y, para una reseña del debate, Motta 2014).
37/ Esta conclusión ya había sido publicada por separado por la New Left Review (“Towards a democratic socialism”, enNLR 109, mayo-junio de 1978) y alrededor de ella Poulantzas había organizado una discusión política en el seno de la revista, según informa Michel Löwy (2014), quien había sido asistente de Poulantzas durante años en París 8 – Vincennes.
38/ Véase, por ejemplo, Adler (1972). En este sentido, existe alguna semejanza entre la estrategia propuesta por Poulantzas y la propuesta por algunos dirigentes del ala izquierda del Partido Socialdemócrata Obrero (el SDAP) austríaco a la salida de la Primera Guerra; sin embargo, inexorablemente, esta última revestía en aquel escenario de revolución democrática que enfrentaban los socialistas austríacos y alemanes (y con más razón los rusos) de comienzos de siglo un carácter muy diferente del que podía revestir en la democracia burguesa francesa o italiana de los años setenta.
39/ Sobre este punto, véase la conocida entrevista de Henri Weber a Poulantzas (1977) y la reseña de EPS de Daniel Bensaid (1979).
40/ Poulantzas nunca afirma esto con semejante crudeza pero (como señala correctamente Javier Waiman 2015), Bob Jessop, su discípulo, extrae esta consecuencia de su definición tardía del Estado: “el carácter de clase del Estado depende de sus implicancias para las estrategias: no está inscripto como tal en la forma Estado” (1991: 269; advirtamos que Jessop asimila forma y aparato). “El poder estatal es la condensación material de un equilibrio variable de fuerzas políticas y sociales o de fuerzas ligadas al campo político. En otras palabras, es una relación social que se reproduce en y a través de la interacción entre la forma institucional del Estado (que le da su materialidad específica) y las fuerzas cambiantes que dan forma al ejercicio del poder estatal, tanto en el interior como desde el exterior del aparato de Estado. El Estado presenta necesariamente un carácter de clase porque sus instituciones, sus capacidades y sus recursos son más accesibles a ciertas fuerzas políticas y más fáciles de orientar hacia ciertos fines que hacia otros” (Jessop 2013: 374).
41/ Poulantzas sólo deja planteado este problema: “es claro que, en la medida en que hablamos de democracia representativa, la separación relativa entre las esferas pública y privada aún siga existiendo. Esto nos conduce al problema más complejo de que la separación relativa del Estado no sea simplemente una cuestión sólo vinculada con las relaciones de producción capitalistas” (1979b: 400). Pero aquí también sus discípulos tienen la última palabra: “la tesis marxista de la ‘extinción del Estado’ reposa sobre la idea de que el Estado es un instrumento de dominación y que la superación del capitalismo conducirá a término a la obsolescencia de este instrumento. Si en cambio, como piensa Poulantzas, el Estado capitalista ha sido en parte formado por luchas populares, la necesidad de su extinción en la transición hacia el socialismo de vuelve mucho menos evidente” (Keucheyan 2013: 19).
Referencias
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