28/2/16

Economía y literatura — Karl Marx afirmó que había aprendido más leyendo a Balzac que a los economistas clásicos ingleses

Si pensamos unos minutos, nos daremos cuenta de que en toda obra de ficción, como en todas las cosas de la vida, se halla metida la economía como agua necesaria. Y no puede ser de otra manera. Aquí van algunos casos para entender dicha relación.

José Luis Garcés González   |   A raíz de la publicación del libro de Thomas Piketty El capital en el siglo XXI, varios analistas han señalado su sorpresa por la claridad de la prosa en que está escrito y por la utilización en él de novelas de la literatura europea del siglo XIX. En efecto, lo que hace Piketty es poner de ejemplo entre la riqueza por patrimonio y la riqueza por trabajo, la trama y varios personajes de Papá Goriot (1835), de Balzac, y Sentido y sensibilidad (1811), de Jane Austen, fundamentalmente.

Muchos creen que no hay, que no puede haber relación entre la economía y la literatura. Se ven, en apariencia, tan antípodas. Y que una persona vinculada a la escritura de ficción aborde un tema como la economía, puede parecer un despropósito; o que un economista use personajes literarios en la que se considera una disciplina seria, ha provocado cierto escándalo. Un poco de información y de pensamiento nos lleva a descubrir o a concluir que entre las dos disciplinas hay bastantes proximidades. Si pensamos unos minutos, nos daremos cuenta de que en toda obra de ficción, como en todas las cosas de la vida, se halla metida la economía como agua necesaria. Y no puede ser de otra manera.

Entrando en materia, el anecdotario universal de la relación entre economía y literatura nos informa de casos muy precisos. Miremos algunos. Por ejemplo, se le atribuye al economista Karl Marx la afirmación de que él había aprendido más leyendo al novelista francés Honorato de Balzac que a los economistas clásicos ingleses. También a Marx se le adjudica la frase incendiaria que pregona que no se sabe quién es más ladrón, si quien funda un banco o quien lo atraca.

Franz Mehring, en su muy conocida biografía de Marx, nos informa de la amistad estrecha del pensador alemán con el poeta Heinrich Heine, hasta el punto de ayudarle a editar sus textos Cuento de invierno, Canción de los tejedores, y “sus sátiras contra los déspotas alemanes”. Además, Heine era su poeta favorito. Como lector, Karl Marx disfrutó las obras de Goethe, Shakespeare y Dickens, entre otros, según nos cuenta el mismo biógrafo.

Sostiene también Franz Mehring que en su juventud Marx quiso convertirse en un creador de versos y que sentía “una viva simpatía por el gremio de los poetas y una gran indulgencia para sus pequeñas debilidades. Entendía que los poetas eran seres raros a quienes había que dejar marchar libremente por la vida y que no se les podía medir por el rasero de los otros hombres…”.

Vemos, pues, que para Marx el tema poético y literario no fue extraño. Su estudio complejo de la economía no le imposibilitó para abordar la literatura y bordear el filo del texto poético.

Para incluirnos en Colombia, recordemos que en 1980, asumiendo como seleccionador Guillermo Martínez González, Trilce Editores publicó en Bogotá un breve libro titulado Marx y los poetas. En él reúne textos de 21 vates de diversos países. El libro, precisamente, se abre con El violinista, un poema del mismo Marx, publicado en 1841, en una revista de Berlín, la Axhenaum. De él podemos leer dos estrofas:
“Toco para el mar embravecido que se estrella contra el acantilado para cegar mis ojos y que arda mi corazón y que mi alma resuene en el fondo del infierno”.“Oh, violinista, ¿por qué desgarras tu corazón con esta burla? Tu arte te fue dado por un Dios radiante para elevar tu mente hasta la armoniosa música de las estrellas” (…)
 En los poemas del libro reseñado, el trato de los poetas hacia Marx es diverso. “Abuelo gigante / con barbas de Jehová”, lo llama el alemán Hans Magnus Enzensberg.

Guillermo Martínez González lo nombra “querido Carlos Marx, y le dice: “eres mi amigo”. Jorge García Usta lo señala como “profundo viejo, rumoroso y terco”. Armando Oroulo lo “imagina entre libros y papeles”. Luis Vidales cree que “en los ojos de Marx ya fue lavado el cielo”. El cubano Luis Rogelio Nogueras, inventa que “Jean Nicolás Arthur Rimbaud y Karl Heinrich Marx / se han vuelto a encontrar este verano en Londres”. “Dios sin leyenda”, lo denomina el chileno Pablo de Rokha. El salvadoreño Roque Dalton dice que tiene “los ojos nobles de león brillando al fondo de tus barbas”.
Otras cercanías
La economía, como realidad cotidiana y tangible, se riega en todo el corpus de la literatura, y esto no debería extrañar a nadie medianamente informado. Pues si esta nos habla de la realidad social y de la condición humana, es normal que en las páginas de las grandes obras se aparezcan circunstancias políticas y económicas. Penetremos un poco más en el asunto. Hesíodo, en Los trabajos y los días, en el siglo VIII a. de C., recomendaba a su despilfarrador hermano las virtudes de la prudencia, el ahorro y el trabajo, y señalaba las fechas aptas para la agricultura.

Don Quijote, por ejemplo, era un hidalgo decaído y sus menguados ingresos los gastaba en comprar libros; en la novela, El Caballero del Verde Gabán, valga señalar, poseía suficientes recursos para fungir de mecenas e invitar al de la triste figura a su casa y obligarlo así a escuchar los versos de don Lorenzo, su hijo; Sancho Panza, práctico como era, tenía como objetivo la ganancia económica y la posesión como dueño y señor de una ínsula, y su acompañamiento a Don Quijote no implicaba nada de altruista ni de filosófico. El lazarillo de Tormes es una crítica al estado parasitario en que se había convertido la España de la época. Emma Bovary, el inolvidable personaje de Gustave Flaubert, al no saber controlar sus préstamos y sus gastos, cae en la desesperación, hecho que contribuyó a su suicidio. El viejo Karamázov, en Dostoievski, era poseedor de bienes, pero los usaba, en forma egoísta, para la lujuria y el alcohol. Oliver Twist, de Charles Dickens, delata la situación de las clases pobres en la Inglaterra del siglo XIX, y la tragedia la encarna en Oliver, el huérfano y desgraciado niño, perseguido y pordiosero.

Como han apuntado muchos críticos, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, narra la historia de un pueblo que comenzó siendo una sociedad de economía patriarcal, pasó luego a una sociedad feudal y arribó a la contextura de una sociedad capitalista cuando llegó la Compañía Bananera a Macondo, y produjo la matanza y trajo varias puticas tristes. Esto, sin mencionar demasiado a El Coronel…, en quien su lánguida economía, motivada por el incumplimiento estatal, produce dolorosos estragos. En cuanto al Sinú se refiere, la novela Tierra mojada, de Manuel Zapata Olivella, es paradigmática: cuenta el drama de los campesinos del Bajo Sinú, encabezados por Gregorio Correa, que luchan, en medio del aún no resuelto problema de la tierra, contra las inundaciones inclementes del río y la voracidad de los terratenientes.

En el libro del profesor Piketty hay un excelente resumen de la temática que Honorato de Balzac aborda en su libro Papá Goriot, El tío Goriot o El pobre Goriot (que de las tres maneras lo titulan los traductores), y Jane Austen en su volumen Sentido y sensibilidad. Pero lo que convence del trabajo de Piketty en su incursión en la literatura es que no se queda en la mera o distante referencia; utiliza a Vautrin, a Rastignac, a Elinor y Marianne Dashwood, entre otros, para establecer un múltiple estudio que delata las ambiciones de esos personajes para señalar las características económicas que primaban en las aproximaciones personales o afectivas de la época, y nos posibilita una valiosa explicación de la relación entre la herencia, el trabajo, la dote como aspiración personal y la riqueza. Piketty no referencia estas novelas, incursiona seriamente en sus tramas y extrae de ese análisis sus conclusiones económicas.

Y en lo que a Papá Goriot se refiere, la novela nos permite recordar la mala crianza de los hijos, máxime en un tiempo en que muchos padres creen que para ser buenos progenitores tienen que complacer cualquier capricho de sus vástagos –como lo hizo Goriot volcando todos sus bienes hacia sus hijas, que después lo abandonaron–, sin saber que están educando a unos pequeños tiranos, plagados de derechos y escasos de deberes, que tratarán cuando adultos de implantar el poder de sus deseos por cualquier medio, incluyendo los ilegales. Y en cuanto a la novela de Austen, hay un personaje que ejerce la misma estupidez, Lady Middleton, madre dedicada por completo a complacer todas las pretensiones de sus cuatro maleducados hijos.

José Luis Garcés González  es catedrático de la Universidad de Córdoba, Colombia,  y es coordinador de ‘El Túnel’, grupo cultural de la ciudad  de Montería. Su más reciente libro es “Luis Striffler en el Sinú y otras narrativas históricas”
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