Abraham Nuncio / Con el dejo de ironía que hay en su sonrisa,
Karl Marx afirma que Cristo no volverá. Uno sabe que Marx tampoco. De repente
ambos inspiran actos e ideas de los que siguen siendo manantial, por lo general
desaprovechado. Y también se los ve representados en obras escénicas. Por
ejemplo, Marx en el Soho, el
magnífico monólogo de Howard Zinn. Me pregunto sobre el monólogo Jesucristo, del dramaturgo argentino Mariano Moro. La pregunta
anida en mi recuerdo: en 1989 fui invitado por el clérigo José Francisco Gómez
Hinojosa (el Padre Paco) a la presentación de su libro Cristo/Marx: ¿un diálogo
imposible?, prologado por Irma Salinas Rocha. Fue en el auditorio San Pedro y
uno de los asistentes me señaló a voz en cuello como encarnación del demonio. A
ese diálogo, me digo, le hace falta su libreto y su puesta en escena. Y sobre
todo, si la utopía cede, su realización histórica.
Por suerte, en Monterrey la obra de Zinn encontró a un
director y un actor que la han convertido, en el pequeño perímetro de salas
minúsculas y de medianas dimensiones, en una pieza de culto. Xavier Araiza,
dramaturgo, ensayista y editor, y Alfonso Teja Cunninham, periodista desde
siempre y actor sorprendente en el papel de Karl Marx, son los responsables de
que el autor de El capital aparezca
en la ciudad de mayor densidad industrial de México con su barba feraz casi
cana y hablando de sí mismo, de las contingencias humanas experimentadas por él
—la máxima de Marx,
según el Cuestionario de Proust al
que fue convocado por sus hijas, era la de Terencio: Nada de lo humano me es
ajeno— y, por supuesto,
de su obra.
A lo largo de su monólogo, Zinn emplea la pregunta como un
resorte efectivo para obtener de las enseñanzas de Marx una cálida pedagogía.
Con el padre de Jenny, su esposa y admirable interlocutora, Marx solía discutir
largamente sobre filosofía griega. Sólido lector de los clásicos, como no lo
son ya ni economistas ni militantes de la izquierda, un adentramiento más
minucioso en la mayéutica de Sócrates lo habría convertido en el mayor educador
de la historia. De hecho lo fue para la clase obrera y sus aliados.
Actualizando la desigualdad y la injusta distribución de la
riqueza generada por el capitalismo hace siglo y medio, Zinn ubica su relato en
el Soho del Nueva York contemporáneo. Araiza y Teja lo traen a un ámbito donde
se explican mejor ambos antivalores. “¿A
esto llaman progreso —dice el Marx de la escena—, por los coches, las máquinas voladoras y las miles de pociones para
oler mejor, mientras hay gente que duerme en las calles?” Marx y su familia
supieron lo que era la pobreza, que hoy azota a millones de familias en medio
de la mayor riqueza jamás producida. De pronto no tenían otra cosa para empeñar
que su ropa. Un día, inmerso en sus pensamientos, Marx cuenta que salió
descalzo a la calle. Se dio cuenta por lo helado que estaba el piso y por no recordar
que sus zapatos estaban empeñados.
El Marx de Zinn
enlaza a los siglos XIX y XXI. El uno por ciento de la población de Estados
Unidos –comenta– controla el 40 por ciento del PIB. Y pregunta: ¿Son estas
personas más nobles, más trabajadoras y más valiosas para la sociedad que la
madre del vecindario que cría tres niños durante el invierno y sin dinero para
pagar la calefacción? Luego de dar un pequeño sorbo de cerveza, bebida que le
gustaba tanto como les gusta a los regios, apunta: ¿No dije hace 150 años que
el capitalismo crearía una enorme riqueza, pero que esta riqueza se
concentraría en pocas manos?
En su recorrido escucha voces de alarma y conjetura si no
alguien estará robando ilegalmente una parte del PIB que antes otros robaron
legalmente. Y exclama: Ah, las maravillas del mercado. Seres humanos reducidos
a mercancías, cuyas vidas están controladas por la supermercancía: ¡el dinero!
Las obras escénicas entrañan una metasemiótica que se revela
según el lugar donde son representadas. Marx
en el Soho no puede ser percibida en Monterrey sino por los símbolos de la
ciudad. Una ciudad donde la clase obrera ha sido derrotada en toda la extensión
de la palabra; donde sus líderes, capataces de los empresarios o empresarios
ellos mismos, los mantienen sujetos a los intereses empresariales; donde, por
lo mismo, las huelgas desaparecieron del panorama local desde hace más de tres
lustros; donde los intelectuales de la clase obrera son una curiosidad; donde
la izquierda padece anemia cultural (es ajena al cine, al teatro, a la
literatura, a las artes casi sin excepción) y su oposición formal se reduce a
chillidos y pillidos, como dice Zinn por boca de su Marx; donde a la ciudadanía más pobre, ya empoderada, el gobierno
ciudadano la priva, en un golpe clasista, del pasaje gratis del domingo en el
Metro, y donde no se ve más lo que decía el Padre Paco: No nos hemos reunido
para analizar el avance del socialismo en Monterrey; sin embargo, y a
diferencia de hace 15 o 20 años, los encuentros que cristianos y marxistas
hemos tenido en las luchas políticas diarias han hecho posible este diálogo. No
nos hemos conocido en las aulas universitarias o en las mesas de cafeterías;
hemos coincidido en las tomas de terrenos, plantones, huelgas, mítines,
manifestaciones, reuniones de estudio, etcétera.
Las derrotas infligidas por el Estado capitalista (gobierno
y poderes fácticos) a los trabajadores son efectivas. Pero no para siempre. Por
ello el pensamiento socialista de Marx en
el Soho cobra un significado específico y sin duda iluminador en Monterrey.
Nota. Es feraz.
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