Laurent Baronian | La evolución de la repartición de las
riquezas en el mundo —calculada a partir de datos sobre ingresos y patrimonios
en más de veinte países desde el siglo XVIII— constituye el objeto de El
capital en el siglo XXI. Piketty analiza la dinámica del capital en un largo
periodo para comprender por qué las desigualdades que se acrecentaron hasta
inicios del siglo XX disminuyeron posteriormente, para aumentar de nuevo a
partir de los años 1980. El autor concluye que no existe ningún proceso natural
o espontáneo puede impedir que las tendencias desestabilizadoras y no
igualitarias venzan durablemente las fuerzas que tendentes a la convergencia de
los ingresos entre trabajo y capital así como entre las diferentes categorías
de trabajo. Tras definir las nociones de ingreso, capital y ratio
capital/ingreso y haber examinado las tasas de crecimiento demográfica y de la
producción desde la revolución industrial, Piketty analiza sucesivamente la
dinámica de la relación capital/ingreso, la estructura de las desigualdades en
los ingresos del trabajo y en la propiedad e ingresos del capital. El libro
termina con una serie de propuestas para regular “el capital del siglo XXI”; la
más eficaz es un impuesto progresivo sobre el capital.
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Por la variedad de datos que congrega, el libro devela la
masa inédita de trabajos sobre las desigualdades de patrimonios y de ingresos a
escala mundial. Piketty comenta esos hechos sociales cuantificados para
ilustrar el “debate democrático” valiéndose de su condición de intelectual de
nuevo tipo; dicho estatuto explica el sorprendente éxito del libro en Estados
Unidos. No es el intelectual universal que denuncia la injusticia o la
explotación en nombre de la razón. Tampoco es el específico que resiste a las
formas de poder propias a su práctica como investigador, pues la ortodoxia
económica se sustenta en las funciones académicas del autor. Se trata más bien
de una extraña mezcla de ambos, producto de la dominación de la econometría en
la investigación económica universitaria y del humanismo clásico de
las grandes escuelas.1 En otras palabras, es un intelectual-experto
que reanuda con la tradición universalista en nombre de la objetividad de los
datos estadísticos. Al excesivo formalismo de la economía estándar, pero
también a la teorización abstracta de los economistas clásicos y de Marx,
Piketty opone los hechos expresados en datos estadísticos sobre los patrimonios
y los ingresos. Con Piketty, ya no se trata de someter las hipótesis teóricas
al criterio de falsificación como reclamaba Popper, sino de enriquecer los
datos, afinar los modelos y reducir un poco más la capa teórica que ordena e
interpreta la realidad económica.
Semejante confianza en la justicia de las cifras sería
imposible sin la convicción de que no existe organización económica durable
independientemente del sistema de mercado y de la propiedad privada. En efecto,
Piketty no establece diferencia conceptual entre las sociedades agrarias
tradicionales y el capitalismo globalizado. Las categorías de capital, ingreso
y crecimiento califican diversas formas de relaciones económicas de la
Antigüedad a nuestros días.2 De la misma manera, el autor trata las
guerras y las crisis que sacudieron el siglo XX como tantos accidentes de la
historia: choques políticos exógenos, ajenos a la dinámica de acumulación de
capital.3 Sin embargo, aun limitándose a la Primera Guerra Mundial, un
examen rápido de las circunstancias que originaron el conflicto muestra que
éste derivó del agotamiento de posibilidades de acumulación en las naciones
capitalistas. Por un lado, Inglaterra estaba siendo doblegada por las grandes
potencias nacientes. Sufría de la creciente competencia de los productos
estadounidenses y sobre todo alemanes, de tal modo que la parte esencial de sus
exportaciones en víspera de la guerra se dirigían hacia países industrialmente
atrasados. Por otro lado, la industria alemana —cuyo desarrollo desde 1870-1871
había sobrepasado a la inglesa— empezaba a estancarse por falta de colonias
para desplegarse. Aun si no puede ser reducida a una guerra imperialista, la
Primera Guerra Mundial fue el resultado de los esfuerzos de Alemania para
establecer un nuevo orden económico mundial conforme a las exigencias de
expansión de su industria.
Ahora bien, considerado desde el punto de vista de la
historia de la economía política, el libro de Piketty destaca menos por estirar
el capitalismo a todas las épocas de la historia que por haber representado el
cambio de época del mismísimo capitalismo con dos pequeñas ecuaciones. Desde
luego, Piketty no anuncia nada nuevo al demostrar que el libre desarrollo
del capitalismo acrecienta las desigualdades entre los detentores de capitales
y los simples detentores de fuerza de trabajo. A decir verdad, sus ecuaciones
nos dicen otra cosa: en ausencia de mecanismo de regulación, el capitalismo
estimula más la concentración de riquezas en algunas manos que un crecimiento
de ellas, engendra más patrimonio privado que una extensión de la producción
social. De ahora en adelante, el sistema se desarrolla a costa del
desenvolvimiento de las fuerzas creadoras de la sociedad que había engendrado
desde hace dos siglos y medio. Las dudosas elecciones teóricas de Piketty, sus
simplismos y sus tímidas rupturas con la economía estándar son solo medios para
conformarse teóricamente a esa fase específica del capitalismo que el autor
entiende como su esencia misma.
En su primera ecuación acerca de los ingresos del capital,
Piketty define la tasa de ganancia como resultado de un supuesto rendimiento
propio del capital, o sea de manera totalmente independiente de la relación
capital-trabajo. Asimismo, esa tasa de ganancia se mantiene permanentemente al
mismo nivel, mientras que debió haber disminuido conforme al aumento de la
parte del capital en la producción. Esta extrañeza proviene de la concepción
muy particular del capital del autor. Si, por un lado, Piketty se burla del
fetichismo de las cifras de los economistas, por el otro lleva las categorías
económicas de la teoría neoclásica a un grado absoluto de mistificación. Los
neoclásicos conservaban al menos la relación capital-trabajo, definiendo uno y
otro como factores de producción. Asimismo pensaban que, entre las diversas
formas de capital, solo el bien de producción era fuente de rendimiento. Al
contrario, para Piketty todas las fuentes de ingreso distintas del trabajo
(acciones, obligaciones, vivienda, máquina) contribuyen a la tasa de
rendimiento media del capital global.
Precisamente con esa última noción confusa del capital,
Piketty concluye una relativa estabilidad de la tasa de ganancia en el largo
periodo. Cuando disminuye la tasa de ganancia del capital productivo, el
capital-dinero se redirige hacia mercados más o menos especulativos —tierra,
bienes raíces, bolsa— de tal modo que el capital de la sociedad produce más o
menos, en promedio, el mismo ingreso en todos los periodos de paz. Puesto que
el capital de Piketty abarca tanto la riqueza inmobiliaria y financiera como
los medios de producción, “las riquezas resultantes del pasado progresan
mecánicamente más rápido, sin trabajar, que las producidas por el trabajo y a
partir de las cuales es posible ahorrar.”4 No obstante, a la hora de
justificar teóricamente el rendimiento del capital, Piketty no tiene reparo en
definirlo como un factor de producción: “A partir del momento en que el capital
tiene un papel útil en la producción, es natural que obtenga un
rendimiento”.5 El autor sostiene esa definición pese a que, por lo demás,
le parece natural que los activos que no desempeñan ningún papel en el proceso
de producción gocen también de un rendimiento. El problema es que nada produce
un rendimiento solamente porque es útil. La electricidad consumida en el
proceso de producción, por ejemplo, es útil pero no produce ningún rendimiento
económico. Si Piketty hubiese comprendido las implicaciones de la famosa
controversia de Cambridge,6 habría sabido que su definición del capital
presupone justamente el tipo de hipótesis extremadamente restrictivas, cuyo uso
y abuso por la teoría económica él mismo critica.
En efecto, para conocer la tasa de ganancia del capital hay
que conocer primeramente el monto del capital a que se aplicará esa tasa. El
problema es que el capital se compone precisamente de una multitud de bienes de
producción inconmensurables entre sí. Por consiguiente, el cálculo del monto
global del capital presupone el conocimiento de la tasa de ganancia del
capital, pues los precios de los bienes de producción que componen el capital
son determinados por la tasa de ganancia. Fue precisamente ese razonamiento
circular que los postkeynesianos de Cambridge Reino Unido denunciaban en los
neoclásicos de Cambridge Estados Unidos. Piketty no se limita a sumar bienes de
producción heterogéneos para definir el capital global. Agrega a ese
capital las acciones y obligaciones, las viviendas individuales, los recursos
naturales, las tierras.
Lo que Piketty llama “capital” designa en realidad el
conjunto del patrimonio de la sociedad (público y privado). De ahí la confusión
que comete entre capital financiero y capital productivo. Observa, por ejemplo,
que cada habitante obtiene en los países ricos “en promedio 30 mil euros
de ingreso anual y posee alrededor de 180 mil euros de patrimonio, de los cuales
90 mil son en forma de capital inmobiliario y 90 mil en acciones,
obligaciones y demás participaciones, planes de ahorro o inversiones
financieras”.7 ¿Qué representa el valor del capital en ese último
caso? ¿Las inversiones productivas de las empresas o el valor de mercado de las
acciones y obligaciones de las empresas cotizadas en los mercados
financieros?Ahora bien, tras haber postulado un rendimiento permanente del
capital (aproximadamente 5 %), Piketty añade: “a partir del momento en que
el crecimiento es bajo, es casi inevitable que ese rendimiento del capital sea
claramente superior a la tasa de crecimiento, lo que mecánicamente da una
importancia desmedida a la desigualdad patrimonial resultante del pasado.”. Si
Piketty se jacta de no teorizar más allá de lo que exigen los hechos, por otro
lado violenta las pretendidas regularidades de la historia hasta que entren en
silogismos ineptos. La concentración de patrimonios y la creciente
desigualdad de ingresos resultan de la diferencia entre la tasa de ganancia de
capital y la tasa de crecimiento de la economía. Todo el razonamiento de
Piketty admite que la tasa de ganancia del capital es independiente del
crecimiento de la economía y que ese crecimiento solo engendra ingresos para el
factor trabajo; tal es el contenido de su segunda ecuación. En efecto, Piketty
cree constatar que la tasa de ganancia del capital es, en el largo plazo,
constantemente superior a la tasa de crecimiento de la producción. Y puesto que
la tasa de ganancia es también decretada estable en el largo plazo, todo ocurre
como si la acumulación de capital se opusiese al crecimiento de la economía,
absorbiendo permanentemente una parte creciente del ingreso en la forma de
bienes de consumo duraderos (tierras, casas) o de inversiones financieras.
Dicha tendencia al aumento de las desigualdades —determinada
por el alza de la relación capital/ingreso— es simultáneamente contrarrestada
por la existencia de fuerzas que tienden hacia la convergencia de los ingresos.
Ambas fuerzas no solo desempeñan funciones opuestas, sino que gozan de
estatutos diferentes. Las fuerzas de convergencia nacen de la iniciativa del
Estado que invierte en la calificación y la formación y que instituye políticas
de difusión de conocimientos. Para Piketty, esas regulaciones favorecen la
elevación de la productividad y la reducción de las desigualdades.8 Al
contrario, las fuerzas que ensanchan las desigualdades de ingresos proceden del
libre desarrollo del modo de producción capitalista en un contexto de débil
crecimiento y de rendimiento elevado del capital (r>g). En efecto, para
Piketty dicha fuerza “nada tiene que ver con una imperfección del mercado; muy
por el contrario: cuanto más ‘perfecto’ sea el mercado del capital […] Más
posibilidades tiene de cumplirse la desigualdad”.9
Por un lado, Piketty reprocha a Marx haber pasado
“totalmente por alto la posibilidad de un progreso técnico duradero y de un
crecimiento continuo de la productividad”. Marx habría sido doblemente víctima
del hecho de la prisa de haber “fijado sus conclusiones desde 1848, es decir,
antes de iniciar las investigaciones que podrían justificarlas”, así como de la
falta “de datos estadísticos para precisar sus predicciones”.10 Pero por
otro lado, Piketty no se cansa de repetir que, sin un impuesto mundial y
progresivo sobre el capital, “los patrimonios del pasado adquieren
naturalmente una importancia desproporcionada, pues basta un bajo flujo de
ahorro nuevo para incrementarlos de manera y substancial”.11 No es todo:
“Tomando en cuenta el crecimiento fuerte y estable de la relación
capital/ingreso observada desde los años cincuenta, es natural preguntarse si
este crecimiento proseguirá en las próximas décadas, y si la relación
capital/ingreso durante el siglo XXI recuperará —o incluso sobrepasará— sus
niveles de los siglos anteriores”.12 He aquí precisamente uno de los
aspectos esenciales de la discusión acerca de la ley de la baja tendencial de
la tasa de ganancia. Y si la producción capitalista resiste tan bien a los
efectos de esa ley, es porque la compensa permanentemente con el aumento de la
masa de ganancia (la parte de los ingresos del capital) resultante de la
concentración del capital productivo. Pero a partir del momento en que el
“flujo de ahorro nuevo” no puede ser invertido en la esfera de la producción a
la tasa de ganancia usual, es lanzado en la aventura especulativa y, de esta
suerte, prepara las condiciones para una nueva crisis. Mientras no se distingan
las ganancias del capital productivo de las financieras se podrá defender el
contrasentido según el cual los ingresos del capital en general pueden
“acrecentarse continua y substancialmente” y el alza de la relación
capital/ingreso explicar la crisis financiera.13
La propuesta de Piketty consistente en desplazar el gravamen
los ingresos derivados del capital al mismísimo capital expresa mucho más que
una preocupación de eficacidad. Se trata de frenar el ritmo de acumulación de
los patrimonios e incidentemente la alza de lo que Marx llama composición
orgánica del capital (reflejada en la relación capital/ingreso). Keynes también
deseaba limitar ese aumento, en la medida en que provocaba una disminución de
la eficacidad marginal del capital. Propugnaba un estímulo de la inversión para
favorecer el empleo y el aumento de la parte de los ingresos del trabajo.
Piketty piensa solo en disminuir el volumen del capital porque el aumento de
las desigualdades que resulta del alza de la relación capital/ingreso le parece
la única contradicción inherente a la dinámica del capital.
Puesta su indiferencia teórica respecto a las formas de
inversión, la tasa de ganancia (lo que Keynes llama “eficacidad marginal del
capital”) no disminuye con la acumulación de capital. Por el contrario, la tasa
de ganancia se acrecienta conforme lo hace el tamaño del capital, amén de la
contratación de los servicios de los mejores consejeros jurídicos y financieros
a fin de realizar inversiones financieras arriesgadas pero muy rentables. Por
esa razón, Piketty estima inútil toda intervención directa del Estado en la actividad
económica. Según él, la historia enseña que —con excepción de guerras y grandes
crisis— la relación capital/ingreso siempre estuvo elevada y la tasa de
ganancia siempre superior a la tasa de crecimiento. Por consiguiente, el Estado
solo puede matizar la brecha entre los ingresos del trabajo y los del capital.
Mientras Keynes instrumentalizaba al Estado para salvar al capital de sí mismo,
Piketty busca salvar al capital de la sociedad en razón de su optimismo
económico.
Laurent Baronian |
Laurent Baronian es economista y
filósofo, y es el autor de 'Marx and living labor' (Routledge, Londres,
2013).
Traducción del francés por Matari Pierre.
Traducción del francés por Matari Pierre.
Notas
1 Instituciones elitistas de educación superior en
Francia.
2 Allègre, G. et Timbeau, X., 2014, «La critique du
capital au xxie siècle : à la recherche des fondements macroéconomiques des
inégalités», Document de Travail 2014-06, OFCE,
http://www.ofce.sciences-po.fr/pdf/dtravail/WP2014-06.pdf
3 T. Piketty, El capital en el siglo xxi, FCE,
2014, pp. 189 y 414.
4 Ibídem, pp. 415-416.
5 Ibídem, p. 465.
6 Controversia que opuso los post-keynesianos de
Cambridge (Reino-Unido) a los neoclásicos de Cambridge (Estados Unidos). Tuvo
por objeto la medida del capital y, por ende, la posibilidad teórica de
determinar la tasa de ganancia de capital por la productividad del capital.
Piketty reduce erróneamente la controversia de Cambridge a una disputa acerca
de los determinantes del crecimiento económico.
7 Piketty, El capital en el siglo xxi, Op. Cit.,
p. 66.
8 Ibídem, pp. 87-88.
9 Ibídem, p. 43.
10 Ibídem, p. 24.
11 Ibídem, p. 41.
12 Ibídem, pp. 259-260.
13 Ibídem, p. 326.
13 Ibídem, p. 326.
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