Max Weber & Karl Marx |
“La sabiduría es ciencia acerca de ciertos principios y causas” — Aristóteles
Rafael Carrión Arias | Vivimos en un mundo extraño, lleno de desigualdades y amenazas. Tres multimillonarios, por ejemplo, poseen más riqueza que toda la población del África subsahariana, donde casi el 70 % de la población vive con menos de dos dólares al día1.
Una media de un 15.7 % de la población estadounidense vive sin cobertura social, la mayor parte con pocos o sin ingreso alguno. Los cargos directivos de compañías como General Motors controlan más recursos que toda Sudáfrica o Polonia. Naciones Unidas anuncia: cada cinco segundos muere un niño de hambre; uno de cada cinco niños de EEUU es peligrosamente obeso; 10 millones de personas mueren cada año debido al hambre o a las enfermedades provocadas por la malnutrición.
El mundo produce comida más que suficiente para todos los seres humanos; el presupuesto total que dan los Gobiernos de los países ricos para el desarrollo de los países pobres es de 50.000 millones de dólares al año; el presupuesto de EEUU para la guerra de Irak (según cifras oficiales) hasta la fecha duplica ya esa cantidad. Hay 800 millones de personas en el mundo que se van a la cama con hambre. Y hay más de 800 millones que tienen sobrepeso o padecen de obesidad 2. Prácticamente cada esfera de nuestra vida, común o privada, se ha convertido en mercancía. El mundo en su dolor. Y, mientras tanto, este “Nuevo Orden Mundial” se ve “protegido” militarmente por alrededor de 12300 cabezas nucleares repartidas solamente entre EEUU y Rusia, eso sin contar con el resto de las potencias nucleares (declaradas o no).
Por mucho que se pueda querer buscar, una escena así habrá
de ser inaudita en la historia de la humanidad. La existencia de un protagonista
absoluto, el capitalismo, hace de la pregunta por su origen, por quién lo
“inventó” o quién fue el responsable de su existencia, la exigencia más
acuciante en la pregunta por la modernidad. De ese modo, mientras el marxismo
volcaba sus críticas en los “capitalistas” que, como clase, habían contribuido
y seguían de una u otra manera contribuyendo a la explotación de unos hombres
por lo otros, los críticos más conservadores dirigían sus miradas al derecho
romano, a “la codicia de los judíos”, o a mitologías de ese género. A
principios del pasado siglo XX, Max Weber y otros estudiosos de su generación
rechazan la vieja historia política centrada en el Estado y se implican en una
discusión crítica pero positiva con Marx y la tradición marxista, donde se ve el
capitalismo (ese poder que “determina el destino de nuestra vida moderna”3) y
por ende la modernidad como un fenómeno no sólo económico sino también (y
especialmente) cultural. La ética protestante y el espíritu del capitalismo de
Max Weber es una obra que recoge un legado investigador que transcurre por esa
línea de acción. Publicada por vez primera en los volúmenes 19 y 20 de la
revista Archiv für Sozialwissenschaft und
Sozialpolitik en los años 1904 y 1905 respectivamente 4, La ética… no ha dejado en ningún momento
de ser uno de los ejes clave no sólo para la sociología de la segunda mitad del
siglo XX (que, en los años de guerra fría de lucha contra el comunismo la erige
prácticamente como liber sacer) sino también para el resto de disciplinas que hacen
un esfuerzo por entender la modernidad. La obra fue concebida en un tiempo
convulso, en medio de luchas de clase, democratización parlamentaria, en mitad
de un proceso acelerado de industrialización y modernización intelectual, y
testigo directa de la Kulturkampf
bismarkiana 5 y de la lucha por parte de la burguesía para hacerse valer sobre
los intereses de los Junkers o grandes terratenientes. El año 1905 sería además
el año de la primera revolución soviética, calificada por el propio Trotsky
como “ensayo general de la revolución” por venir, y el período de consolidación
imperialista que acabaría conduciendo a la Gran Guerra. La obra de Weber
posterior al año 1917-18 se verá profundamente marcada por los acontecimientos
que llevaron al establecimiento del primer estado socialista. A lo largo de
todo ese período, la posición polí- tica e intelectual de Weber será, como
veremos, muy controvertida y pasada las veces intencionalmente por alto,
definida a partir del intento fundacional de una supuesta sociología objetiva y
libre de todo valor, pero sin conseguir renunciar en ningún momento a su origen
burgués y a su consiguiente posicionamiento como fervoroso nacionalista y
defensor del mercado libre.
Ya a comienzos de siglo, Weber se fue dando cuenta cada vez
más claramente de que el futuro inmediato de Alemania descansaba en una
intensificación de la conciencia política de la burguesía. Un importante tema
que subyace en La ética… consiste por
tanto en identificar los orígenes, las fuentes históricas de dicha “conciencia
burguesa”. Apunta Giddens cómo Weber creía que la sociología debía centrarse en
la acción social, no en las estructuras 6, que no existían fuera o independiente
de los individuos. Weber fundamenta su sociología en un individualismo
metodológico de raigambre liberal, procedente de sus contactos con las teorías
económicas marginalistas 7. En Economía y
Sociedad, Weber apoya explícitamente estas teorías y hace del concepto
“utilidad marginal” la base de su teoría de la acción económica. El concepto de
“hombre” para Weber es el de un individuo ligado a otros en el contexto del
mercado; la teoría de la acción en Weber se origina directamente de esta
posición (la acción es necesariamente individual), y crea ella misma el
conjunto de conceptos formales mediante los que organizar la investigación
empírica y alcanzar así una comprensión de las características distintivas de
la sociedad moderna 8.
Fundamentalmente, la tesis de Weber descansa sobre la
afirmación de que el hombre es una criatura cultural, en tanto que todas sus
actividades (económicas y prácticas) presuponen alguna visión general del mundo
que utiliza para llenar su vida de sentido 9. En particular, como veremos, Weber
cree que las ideas religiosas de las sectas puritanas ejercieron, desde el siglo
XVII al siglo XIX, una más que importante influencia en el desarrollo del
capitalismo. La ética… representa por
tanto una relectura a Marx. En el más que citado pero a la vez controvertido
prólogo a Contribución a la Crítica de la
Economía Política (1859) leemos:
[…] en la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura econó- mica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política, y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su conciencia 10
A este texto se le puede acompañar de una cita de La ideología alemana, texto escrito en
colaboración con Engels muy anteriormente (1845-46):
La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que están asociadas a ellas pierden, de este modo, la apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción e intercambio de materiales transforman también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento 11.
Para Marx, la estructura económica (ökonomische Struktur) constituye la base real (reale Basis) de la
sociedad. Dicha estructura está constituida por las relaciones de producción (Produktionsverhältnisse), que son las
que se establecen entre los hombres de acuerdo con su situación respecto de las
fuerzas de producción. En cambio, la superestructura (esto es, las formas de
conciencia o formas ideológicas, que no son para Marx sino el conjunto de
representaciones -ideas, imá- genes, símbolos, mitos...- y valores de la
sociedad en un momento dado) viene determinada o condicionada por la estructura
económica. Así se justifica el hecho de que la ideología dominante en cada
momento corresponda a la ideología de la clase dominante.
El concepto de ideología y superestructura en Karl Marx es
un concepto que no vamos a discutir en este lugar. En este punto, y para
entender la exposición weberiana, nos valdrá en principio con entenderlo de la
forma simplificada anteriormente expuesta y que es como Weber lo entiende, es
decir, como sobredeterminación unidireccional por parte de la infraestructura
sobre la superestructura. Hablando en términos hegelianos: para Marx y para
Engels el espíritu subjetivo queda reducido al espíritu objetivo y
funcionalizado en la forma12. Frente a esa idea, Max Weber ensaya la inversión
del concepto de causa. Queriendo refutar el determinismo económico de la teoría
marxista, Weber intenta establecer que la relación causa-efecto en la historia no
sólo depende de variables económicas. Si Marx decía en El Capital...
[..] que “el modo de producción de la vida material condiciona en general el proceso de la vida social, política y espiritual”, que todo eso es, ciertamente, verdad respecto del mundo de hoy, en el que dominan los intereses materiales...13
ahora Weber defiende que la misma religión, considerada por
Marx como un reflejo “ideológico” de la estructura económica, podía ser por su
parte un factor dinámico de cambio económico. Frente a Marx, Weber no ve
depender el ámbito político del ámbito económico; sí ve en cambio la
generalización de la política a la economía. Eso no significa que Weber rechace
de raíz el análisis marxista convencional sobre la religión; lo que sí que
rechazó al completo fue toda forma de materialismo histórico “unilateral” que
no concediera ninguna influencia positiva al contenido simbó- lico de “las
formas específicas del sistema de creencias religiosas”. De ese modo, la tesis
de Weber queda como si hubiese probado, o hubiese querido probar, que los
factores culturales pesan más que los factores estructurales en el cambio
económico. Eso le posibilita plantear el origen del capitalismo, y de la
Historia en general, como el resultado de intereses y acciones humanas que producen
formas y resultados diferentes y no necesarios, desautorizando, en principio,
cualquier “proyecto de Filosofía de la Historia” en sentido estricto14. Los
desarrollos económicos, que no se pueden explicar solamente por factores
económicos, tiene sus origen principalmente en la revolución fundamental de los
modos de vida tradicionales y en la manera en cómo los seres humanos entienden
la vida.
La presente exposición es una puesta en claro de esta idea
según Weber, y de la problemática que conlleva. Para ello, queda articulada en
dos partes:
En la primera de ellas, estudiaremos qué es aquello a lo que
Weber llamó espíritu del capitalismo, señalando en cada momento el supuesto
efecto que la religión protestante, especialmente en su forma ascética, tuvo para
Weber en la percepción económica del individuo, y sondeando además la
posibilidad de su permanencia en un mundo secularizado.
La segunda parte es más un enfrentamiento crítico con el
método seguido en su análisis por Weber desde la desenfocada concepción del
capitalismo a la que esta idea da lugar. En ella se investigará la naturaleza
de ese error, relacionándolo con las razones que llevan a él, y con sus
consecuencias. Desde este examen, se plantearán las bases para una ciencia más
acertada de la realidad capitalista, capaz de comprenderla en su verdad y de
articular con ello formas posibles de superar la profunda injusticia que
esencialmente le acompaña.
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