Foto: Eugen von Böhm-Bawerk & Karl Marx |
Jesús Rojo | Entre las muchas corrientes de pensamiento
económico que han intentado persistentemente incluir al marxismo en el
obituario de las teorías fracasadas, la escuela austriaca es quizás la más
seria en lo que a su crítica se refiere. En efecto, «el más encarnizado adversario del marxismo es precisamente la escuela
austriaca» (1). En este sentido, dado que esta escuela nació con
posterioridad al marxismo y, de alguna manera, como reacción a este, la batalla
se presenta en una situación ofensiva para los austriacos y defensiva para los
marxistas.
La sonada crítica proferida por Böhm Bawerk contra Marx fue
fugazmente respondida por Hilferding quien, con mucho tino, trató de desmontar
los argumentos fundamentales que el primero sostenía principalmente respecto a
los libros I y III de El Capital.
Pocos años más tarde, durante su estancia en Viena, Bujarin completó (de manera
menos lúcida) el proceso de respuesta a la crítica que había iniciado su
compañero alemán. La participación de figuras como Rothbard y otros autores del
liberalismo (así como del socialismo, pero ya de menor calado) mantuvo la
polémica viva hasta el final del siglo XX.
Este antagonismo entre ambas escuelas, lejos de haberse
superado, se encuentra aún hoy en el eje fundamental del debate respecto a la
esencia del pensamiento económico. Si bien tanto los austriacos como los
marxistas aseguran frecuentemente que se trata de un debate pasado en el que
ambos se arrogan la victoria; ninguno de ellos lo ha olvidado y por esa razón
lo sacan a relucir muy frecuentemente.
Basta con acercarse a la red para encontrar alusiones a este
debate. Precisamente en el Estado Español, que goza del dudoso honor de
representar en la actualidad toda una vanguardia teórica de la escuela austriaca,
la polémica continúa siendo recurrente. El catedrático Jesús Huerta de Soto
imparte clases en las que, según sus propias palabras, «demuele» la «teoría de
la explotación». Juan Ramón Rayo, habitual colaborador en La Sexta, tiene
varias conferencias (este mismo año) dedicadas casi en exclusiva a la crítica
al pensamiento de Marx. El profesor Anxo Bastos, en un debate contra el
portavoz de la izquierda galega, Xosé Manuel Beiras, espetaba a su adversario
muchos de los tópicos más conocidos sobre el pensamiento marxista (2).
El bando opuesto tampoco ha permanecido en silencio, aunque
ha tenido una menor repercusión mediática. Son frecuentes las críticas a las
ideas de la tradición austriaca en autores como Enrique Dussel, Reinaldo
Carcanholo o David Harvey, aunque cabe destacar las interesantes entradas que
en su blog tiene el profesor argentino Rolando Astarita (3). Con ello se cierra
el círculo y se presenta un escenario apasionante para las contribuciones de
nuevos interlocutores.
A partir de este momento abandonamos cualquier atisbo de
pretendida imparcialidad para tomar partido, y hay que decirlo con claridad,
por la teoría marxista.
Se tratará aquí de apuntar algunas ideas que puedan ayudar
al lector a aproximarse al debate de manera simple, dejando los cimientos para
estructurar en base a los debates contemporáneos una respuesta sólida a las
ideas que plantea la teoría económica austriaca.
La tarea de formular la base clásica de esta
«contra-crítica» en realidad no resulta especialmente tediosa en su esencia al
tratarse de una polémica que, en realidad, gira en torno a unos pocos ejes, a
saber: la teoría del valor, la conversión de valor en precio y el origen de la
ganancia. Sin embargo, en la actualidad las críticas han virado hacia nuevos
campos, en particular hacia la teoría de la alienación o hacia el «socialismo
real».
Por suerte o por desgracia, como se apuntaba algo más
arriba, por la naturaleza y dinámica histórica del debate, el marxismo asume
una postura fundamentalmente defensiva; en ese sentido contamos con una gran
ventaja. Nuestros adversarios, por lo general, no han leído con la rigurosidad
ni la sistematicidad necesaria los textos que tan mordazmente critican.
Las críticas de Bawerk y su exposición por Huerta de Soto,
son paradigmáticas de esta característica. Un ejemplo que nos regala el
profesor Huerta de Soto, es la idea de que la teoría de Marx es, en esencia,
igual a la de Rodbertus. No es necesario detenernos en este punto por la simple
razón de que la misma respuesta a esta crítica se encuentra en los prólogos que
Engels escribió a los libros II y III de El Capital. Es más, puede encontrar una respuesta en el propio Marx
en la primera parte del segundo volumen de las Teorías de la plusvalía, en el que dedica casi 100 páginas a realizar
una crítica sobre este. Otro ejemplo que nos brinda el profesor Huerta de Soto
es el caso del diamante: «un diamante no incorpora trabajo alguno, más allá de
agacharse a cogerlo», con lo que nos quiere decir que, al ser un bien económico
codiciado y contener poco trabajo, la teoría del valor-trabajo es
inconsistente. De nuevo no es necesario que nos detengamos en ello; el propio
Marx ya menciona el ejemplo y no en una nota al pie de página en una recóndita
obra, sino en el primer capítulo del libro I de su principal obra (también en
ella encontramos implícita o explícitamente la respuesta a ejemplos como el del
vino o el del supuesto «adelanto en pago» a los obreros).
Por supuesto, tampoco podemos esperar que estos autores
hayan aprehendido el método dialéctico que caracteriza al pensamiento de Marx.
Bawerk tiende a verlo como un mero recurso retórico, incluso como un juego de
malabares para esquivar lo que, para él, son inconsistencias teóricas. Esto es
un indicativo de la evidente sub-comprensión de la que estos autores pecan.
La teoría del valor
Para comenzar esta contra-crítica empezaremos por la
polémica que rodea la teoría del valor de Marx; pues en ella se concentra el
debate de la explotación, la plusvalía y ganancia.
En primer lugar es preciso señalar el objeto de la
investigación. En este sentido hay que determinar la categoría de mercancía. Al
contrario de lo que interpretan los austriacos (Bawerk en particular) no todo
elemento intercambiable es una mercancía. Como Hilferding (4) o Astarita les
recuerdan, tan solo son mercancías aquellos bienes reproducibles mediante el
trabajo humano. Esta aclaración no es baladí. Si se entiende que todo lo
intercambiable es una mercancía, entonces no puede explicarse cómo se determina
el intercambio de los objetos que no son fruto del trabajo humano como dones de
la naturaleza. Esta confusión denota la táctica de Bawerk y los austriacos:
tratan de crear un «muñeco de paja» caricaturizando las ideas marxistas sobre
el proceso de intercambio.
Los austriacos nos acusan (a los marxistas) de no haber
comprendido la lógica de las relaciones humanas. Tratan de explicar que las
relaciones comerciales son en realidad subjetivas, no existe un valor, no
existe un elemento consustancial a las mercancías que determinen directamente
su precio. Y no nos equivoquemos, en esto último tienen razón. El precio de las
mercancías no está determinado de manera directa por el trabajo que contiene,
sino que dicho precio tan solo se puede determinar a través de la relación
entre la oferta y la demanda.
Sin embargo, esto no quiere decir de ninguna manera que el
valor no exista. De ser así, es decir, de asumir que el valor no existiese y
que tan solo existiesen factores intersubjetivos en la determinación de
precios, estos serían aleatorios. Tan aleatorio como cualquier juego de cartas
o sorteo. Esto es evidentemente falso: los precios tienen patrones, tienen
proporciones más o menos estables que cambian de una manera coordinada, por lo
que podemos determinar que existe una dimensión objetiva en la determinación de
los precios; a esa dimensión la llamamos valor.
Pero si el valor no determina el precio… ¿Cómo actúa el
valor en la economía? El valor es, ni más ni menos, que la esencia del
intercambio de mercancías. Su magnitud, la cantidad de trabajo (socialmente
necesario) materializado en la mercancía, es el punto de partida del desarrollo
de la teoría del valor. Sin embargo en ningún caso (y el propio Marx descarta
esa posibilidad) esta magnitud determina o puede determinar el precio efectivo
de las mercancías al menos en las sociedades capitalistas desarrolladas.
La base de la teoría del valor se desarrolla —al menos en
los dos primeros libros de El
Capital— en un alto nivel de abstracción, lo que permite percibir el núcleo
del funcionamiento del capital. Para aproximarnos a la relación valor-precio
desde la teoría del valor es preciso recurrir a la categoría de precios de
producción que, en realidad, no es en absoluto incompatible con el valor (como
sostiene Bawerk), más bien todo lo contrario: es el desarrollo lógico de esta
teoría. Los precios de producción no son otra cosa que el valor transformado de
acuerdo a una situación de libre competencia en un mercado complejo en el que
se dan diferencias entre las composiciones orgánicas de los diferentes
capitales —me remito aquí al libro III de El Capital y los trabajos de Hilferding o Rosenberg para
complementarlo—. Y sin embargo tampoco los precios de producción pueden
determinar finalmente el precio de mercado de las mercancías.
Por tanto, es evidente que la teoría del valor no fue
planteada ad hoc para
predecir precios de mercado. Más bien se plantea como una teoría de la dinámica
y funcionamiento del capital.
Sin embargo, cuando ellos confunden o identifican el valor
con el precio de las mercancías, simultáneamente identifican plusvalía con
ganancia —error clásico de los fisiócratas y de Smith— y sustituyen el trabajo
como generador de riqueza por la «acción humana» (de Mises); y esto no es una
cuestión cuya repercusión se limite al análisis económico…
La dimensión política clásica
Las escuelas económicas, y en particular aquellas que
alcanzan una repercusión importante, suelen ser en realidad las embajadoras de
unos determinados intereses de clase ante el mundo de la academia y la
intelectualidad. Precisamente ese es el punto más importante del desarrollo que
realiza Bujarin.
Cuando este autor se pregunta a quién representa la asunción
de las ideas austriacas llega a la conclusión de que en realidad, en la
coyuntura de su surgimiento, es el capitalista, especialmente el rentista (5).
El razonamiento es simple: si el valor no existe, el trabajo no es relevante y
por tanto pone en un marco de igualdad a todos los agentes que forman parte de
alguna manera del proceso productivo. En esta situación es el capitalista
rentista el que sale especialmente beneficiado pues su condición parasitaria no
pasa desapercibida no solo por los trabajadores sino, fundamentalmente, por el
resto de la clase burguesa que con frecuencia se han visto enemistados con
ella.
¿Quién sale especialmente perjudicado de este marco? El
trabajador, aquellos que verdaderamente aportan valor en el proceso de
producción. Pues el trabajador no es en absoluto libre en el seno del mercado
de trabajo, es evidente que no puede no vender su fuerza de trabajo; de lo
contrario, claro está, moriría de inanición. Es decir, en definitiva los
austriacos destierran la categoría de explotación del modo capitalista de
producción.
Podemos concluir que, a diferencia de lo que nos sugiere el
refranero español, confundir valor y precio no es en absoluto cuestión de
necios, más bien es toda una propuesta bien calibrada que apunta directamente a
un objetivo político.
Las críticas de la escuela austriaca en la actualidad
La publicación del conocido libro de Hayek, Camino de servidumbre, cambió el eje de
la polémica entre el marxismo y la escuela austriaca de manera definitiva. A
partir de ese momento se desplazó el debate desde la esencia de la economía
capitalista hacia la crítica del «socialismo real» en diferentes aspectos.
En realidad los austriacos no solo cambiaron el flanco de
ataque, sino que la escuela en sí experimentó, durante la segunda mitad del
siglo XX, una transformación que culminó con la irrupción del «anarquismo
capitalista» (Nozick, Rothbard y otros).
Con la expansión del estado y la integración del capital
financiero-rentista en el conjunto de la administración —llegando a ser
dominante—, los austriacos se tornaron rápidamente como grupo de presión
liberal que estableció las bases de lo que se viene llamando el
«neoliberalismo», que no es otra cosa que la economía austriaca transmutada
bajo los intereses de los gobiernos del nuevo capital especulativo. Por tanto,
la escuela austriaca representa hoy un grupo de «listos útiles» para los fines
inconfesables de las burguesías predadoras.
En este contexto no es de extrañar que estos economistas
focalizaran sus críticas en el gran escollo que, a escala internacional,
encontraron las políticas librecambistas (depauperación del mercado de trabajo,
abolición de aranceles, etc.) a la hora de su aplicación: la Unión Soviética.
Este nuevo embate contra el socialismo partió de dos puntos
fundamentales. En primer lugar se sostenía que el socialismo fuera un sistema
«no libre» y en segundo lugar que además era un sistema «no eficiente». La
primera afirmación, de corte político, no será analizada aquí por lo extenso y
difícil de la cuestión, basta con apuntar que tal afirmación tiende a
realizarse en una línea de argumentación falaz. La concepción de libertad que
en ellos se manifiesta, la libertad en su dimensión exclusivamente negativa, en
la práctica equivale a libertad de explotación y, en la otra cara de la moneda,
libertad de ser explotado (el propio Marx e innumerables autores de su escuela
han desarrollado en términos políticos y filosóficos esta cuestión).
La segunda de las afirmaciones sí es del todo pertinente.
Nos ceñiremos a la punta de lanza contra el desarrollo socialista, la teoría
que estipula no solo su ineficiencia sino también su imposibilidad, me refiero
al «teorema de la imposibilidad del cálculo económico». Este teorema sostiene
que, dada la determinación no espontánea de los precios en las sociedades
socialistas, los gobernantes no podrán establecer parámetros comparativos con
lo que conduciría al Estado directamente a la ruina. Es preciso apuntar que
este teorema no solo se aplicaba a los estados socialistas sino, en algunos
casos, a las grandes empresas. De manera que las corporaciones mastodónticas
tenderían a desaparecer siendo superadas por empresas pequeñas que,
supuestamente, tienen mejor capacidad de cálculo. Con ello rebaten (o tratan de
rebatir) la idea clásica de los teóricos del imperialismo de la tendencia al
monopolio.
Esta formulación que nos da Mises pero que ha sido
desarrollada por otros pensadores austriacos (Hayek y otros) parte de un
individualismo metodológico que se muestra incapaz de reconocer la lógica del
propio capitalismo. El cálculo del capitalista individual se ve subsumido en la
dinámica especulativa del valor convertido en capital, lo que le arrebata la
perspectiva no solo a la gran empresa, sino también a la mediana y pequeña.
Esto abre la puerta a la progresiva acumulación acaso compensada por el
surgimiento de nuevos capitales. Sin embargo, dejemos esto a un lado y
supongamos que esta idea parte de criterios empíricos y veraces.
Esta crítica no puede ser tomada a la ligera y, de hecho,
nunca lo ha sido. Hay que recordar los debates de los años 20 y adelante, en
los que se discutía la vigencia o aplicabilidad de la teoría del valor bajo el
socialismo —donde participaron personajes tales como Stalin, Trotsky, Bujarin y
otros—. En este sentido serán la autocrítica y la relectura y el
perfeccionamiento de la teoría del valor la única salida posible a tal crítica.
La historia ha demostrado que la planificación ha de ser
democrática y participativa, de manera que se acabe no solo con los déficits,
sino también con la alienación del trabajo. Conforme se burocratiza el sistema
y se forma una tecnocracia, surgen fallos que desembocan en la ruptura de la
pretendida armonía entre producción y consumo. Y este debate es preciso porque
el socialismo, al contrario de las grandes corporaciones, no puede solventar
tales errores con la super-explotación de enormes masas de trabajadores.
No podemos tampoco olvidar que, pese a los evidentes fallos
de la planificación central, el socialismo real realizó enormes logros que
salen a relucir con más fuerza cuando se comparan con el resultado de la deriva
privatizadora de los años 90. La sanidad, la educación, las prestaciones, la
práctica ausencia de paro, etc., siguen siendo patrimonio del movimiento
comunista y obrero internacional.
Conclusiones: fetichismo y utopía
Es preciso concluir caracterizando la forma ulterior que
asume la escuela austriaca en el capitalismo moderno.
Aunque paradójicamente estos liberales dedican hoy parte de
sus intervenciones a criticar o cuestionar la noción de alienación, sus
propuestas representan la forma más avanzada del carácter fetiche de la
mercancía en la economía política. Conciben las mercancías como objetos
animados en el intercambio, obviando su proceso de producción y aceptando que
los objetos aparecen en el mercado como si hubieran caído del cielo. Con este
discurso (envuelto en la retórica de la utilidad marginal) desarticulan por
completo los intereses de clase y ponen en plano de igualdad al capitalista y
al obrero.
Su propuesta económica se torna rápidamente política cuando
exigen la no intervención de los gobiernos en la economía, incluso, en los
casos más extremos, la desintegración progresiva de los gobiernos en un sistema
de propiedad privada.
Este tipo de propuestas denotan el carácter utópico del
pensamiento austriaco. Hoy el Estado es, en última instancia, un garante de los
intereses de la economía burguesa, como dijera Marx, «el Consejo de
administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa» (6). El
sistema capitalista necesita al estado, como lo ha necesitado siempre —desde
sus orígenes con la acumulación originaria—, pero con una fuerza renovada dada
la creciente rebeldía de los pueblos en el capitalismo agonizante: el
imperialismo.
Frente a ellos, los marxistas debemos, por un lado,
responder con la rigurosidad teórica de la que hicieron gala los pensadores que
nos preceden y, por otro lado, no podemos caer en el enaltecimiento del Estado
como solución a los problemas. Es preciso articular una propuesta alternativa,
rupturista y de clase; además de, claro está, científica.
Notas
(1) Bujarin, N. (1974) La economía política del rentista. LAIA. p: 10
(2) La crítica de Huerta de Soto, fundada sobre el libro de
Bawerk, está disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=cPrBhM5leX4
Un ejemplo de las charlas de Rayo es el vídeo sobre la
alienación: https://www.youtube.com/watch?v=-OoBavSDB-A
El debate Bastos-Beiras: https://www.youtube.com/watch?v=63qaFxrRD7k
(3) El sitio del blog es: Rolando
Astarita
(4) Hilferding, R. (1974) La crítica de Böhm Bawerk a Marx. Sweezy Editor. Al margen de la
utilidad a modo de argumentario que ofrece el texto de Hilferding, es toda una
referencia respecto a la teoría marxista del valor.
(5) Bujarin, N. Op. Cit. p: 28 y ss. Bujarín con
razón se refiere al rentista financiero, no al terrateniente (rentista de la
tierra si se quiere) cuyo papel ya estaba legitimado por los economistas
clásicos como Smith y otros.
(6) Marx, K. y Engels, F. (1981) El Manifiesto Comunista. Editorial Ayuso: Madrid. p: 25.
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