14/6/15

Lenin: Nuevos tiempos, viejos errores de nuevo tipo

 "Con esfuerzos casi sobrehumanos, nos entregamos en un país increíblemente arruinado, con las fuerzas del proletariado agotadas, a la labor más difícil: colocar los cimientos de una economía verdaderamente socialista"

Foto: Lenin leyendo a Pravda, 1918
Vladimir Ilich Ulianov – Lenin   |   Cada giro singular de la historia da lugar a algunos cambios en la forma de las vacilaciones pequeñoburguesas, que siempre existen al lado del proletariado y penetran siempre en tal o cual grado en su medio. El reformismo pequeño burgués, es decir, el servilismo ante la burguesía encubierto con bondadosas frases democráticas y «social»-democráticas e impotentes deseos así como el radicalismo pequeñoburgués, temible, inflado y vanidoso de palabra y nulidad de división, dispersión e insensatez en realidad, son las dos «corrientes» de esas vacilaciones. Son inevitables en tanto subsistan las raíces más profundas del capitalismo. Su forma cambia hoy en virtud del conocido viraje de la política económica del poder soviético.

El lema fundamental de los menchevizantes es: «Los bolcheviques han dado vuelta atrás, hacia el capitalismo, y ahí sucumbirán. La revolución es, pese a todo, burguesa, ¡incluida la de Octubre! ¡Viva la democracia! ¡Viva el reformismo!». Se diga esto puramente a lo menchevique o a lo eserista, en el espíritu de la II Internacional o de la Internacional II y media, el fondo es el mismo.

El lema fundamental de los semianarquistas por el estilo del «partido comunista obrero» alemán o de la parte de nuestra ex-oposición obrera, que se ha salido del partido o se está saliendo de él, es: «¡Ahora los bolcheviques no tienen fe en la clase obrera!». De ahí se deducen consignas más o menos parecidas a «las de Cronstadt» de la primavera de 1921.

La tarea de lo marxistas es oponer de la manera más serena y exacta la apreciación de las fuerzas reales de clase y los hechos indudables al gimoteo y el pánico de los filisteos del reformismo y de los filisteos del radicalismo.

Recordad las etapas principales de nuestra revolución.

La primera etapa, puramente política, por así decir, desde el 25 de octubre hasta el 5 de enero, hasta la disolución de la Asamblea Constituyente. En unas diez semanas hicimos cien veces más para la destrucción verdadera y completa de los restos del feudalismo en Rusia que los mencheviques y los eseristas en los ocho meses (de febrero a octubre de 1917) que tuvieron el poder. Los mencheviques y los eseristas, y en el extranjero todos los prohombres de la Internacional II y media, eran por entonces deplorables auxiliares de la reacción. Los anarquistas o bien se mantenían desconcertados, al margen, o bien nos ayudaban. ¿Era entonces burguesa la revolución? Claro que sí, por cuanto nuestra obra cabal era llevar hasta el fin la revolución democrática burguesa, por cuanto aún no había lucha de clases en el seno del «campesinado». Pero, al mismo tiempo, hicimos mucho, de manera gigantesca, por encima de la revolución burguesa para la revolución socialista, proletaria: 1) Desplegamos como nunca las fuerzas de la clase obrera para que ellas utilizasen el poder estatal. 2) Asestamos un golpe, que se notó en todo el mundo, a los fetiches de la democracia pequeñoburguesa, a la Asamblea Constituyente y a las «libertades» burguesas por el estilo de la libertad de prensa para los ricos. 3) Creamos el tipo soviético de Estado, paso gigantesco adelante después de los años 1793 y 1871.

Segunda etapa. La paz de Brest. Una desbocada verborrea revolucionaria contra la paz, un torrente de frases semipatrióticas de los eseristas y los mencheviques y de frases «izquierdistas» de una parte de los bolcheviques. «Puesto que hemos hecho las paces con el imperialismo, estamos perdidos», porfiaba, presa del pánico o de la malevolencia, el pequeño burgués. Pero los eseristas y los mencheviques hacían las paces con el imperialismo como participantes en la expoliación burguesa de los obreros. Hemos «hecho las paces», entregando al expoliador una parte de los bienes a fin de salvar el poder de los obreros para asestar golpes más enérgicos aún al expoliador. Entonces oímos hasta la saciedad las frases de que «no tenemos fe en las fuerzas de la clase obrera», más no nos dejamos engañar por ellas.

Tercera etapa. La guerra civil desde la rebelión del cuerpo de ejército checoslovaco 1 y los partidarios de la Asamblea Constituyente 2 hasta Wrangel, entre 1918 y 1920. Nuestro Ejército Rojo no existía al principio de la guerra. Este ejército sigue siendo insignificante frente a cualquier ejército de los países de la Entente, de comparar las fuerzas materiales. No obstante, hemos vencido en la lucha contra la Entente, poderosa a escala mundial. La alianza de los obreros y los campesinos, dirigidos por el poder estatal del proletariado, se elevó, como conquista de la historia universal, a una altura nunca vista. Los mencheviques y eseristas desempeñaron el papel de auxiliares de la monarquía, tanto declarados (ministros, organizadores, predicadores) como encubiertos (la posición más «sutil» y ruin de los Chernov y Mártov que parecían lavarse las manos y de hecho manejaban la pluma contra nosotros). Los anarquistas también vacilaban, sin saber qué hacer: una parte nos ayudaba, otra nos entorpecía la labor con sus voces contra la disciplina militar o con su escepticismo.

Cuarta etapa. La Entente está obligada a cesar (¿por mucho tiempo?) en la intervención y el bloqueo. El país, arruinado hasta lo indecible, apenas empieza a restablecerse, viendo sólo ahora toda la profundidad de la ruina, sufriendo penurias muy atormentadoras, el paro de la industria, la mala cosecha, el hambre y las epidemias.

Hemos subido al escalón más alto y, al mismo tiempo, más difícil de nuestra lucha histórica universal. En el momento actual y en la época actual el enemigo no es el mismo de ayer. El enemigo no lo forman hordas de guardias blancos mandados por terratenientes y apoyados por todos los mencheviques y eseristas, por toda la burguesía internacional. El enemigo es la rutina de la economía en un país de pequeños campesinos con una gran industria arruinada. El enemigo es el elemento pequeñoburgués que nos rodea como el aire y penetra con mucha fuerza en las filas del proletariado. Y el proletariado se ha desclasado, es decir, se ha descastado. Las fábricas no funcionan, el proletariado está debilitado, disperso, extenuado. Y al elemento pequeñoburgués dentro del Estado lo apoya toda la burguesía internacional, aún poderosa en el mundo entero.

¿Cómo no amilanarse así? Sobre todo prohombres como los mencheviques y los eseristas, como los caballeros de la Internacional II y media, como los desvalidos anarquistas, como los aficionados a las frases «izquierdistas». «Los bolcheviques dan la vuelta hacia el capitalismo, les llega el fin, la revolución de ellos tampoco ha rebasado el marco de la revolución burguesa». Oímos bastantes gritos de estos.

Pero ya estamos acostumbrados a ellos.

No empequeñecemos el peligro. Lo miramos cara a cara. Decimos a los obreros y a los campesinos: el peligro es grande, tened más cohesión, aguante y sangre fría, echad de vuestro lado con desprecio a los menchevizantes, a los eserizantes, a los que siembran el pánico y a los que vociferan.

El peligro es grande. El enemigo es mucho más fuerte que nosotros en el aspecto económico, lo mismo que ayer lo fue en el aspecto militar. Lo sabemos, y en saberlo está nuestra fuerza. Hemos hecho ya tantísimo para depurar a Rucia del feudalismo, para desarrollar todas las fuerzas de los obreros y los campesinos, para desplegar la lucha universal contra el imperialismo e impulsar el movimiento proletario internacional, libre de las trivialidades y vilezas de la II Internacional y de la Internacional II y media que los gritos de pánico no nos producen efecto. Hemos «justificado» ya del todo y con creces nuestra actividad revolucionaria, demostrando con hechos a todo el mundo de qué es capaz el espíritu revolucionario del proletariado, a deferencia de la «democracia» menchevique-eserista y del cobarde reformismo encubierto con frases de gala. Quien teme la derrota, antes de empezar la gran lucha, no se puede llamar a sí mismo socialista sin hacer escarnio de los obreros.

Precisamente porque no tememos mirar cara a cara el peligro empleamos mejor nuestras fuerzas para la lucha, somos más seremos, más cautelosos, más comedidos en sopesar la posibilidades, hacemos todas las concesiones que nos robustecen a nosotros y dividen las fuerzas del enemigo (como hasta el último tonto ha visto ahora que la «paz de Brest» fue una concesión que nos reforzó a nosotros y dividió las fuerzas del imperialismo internacional).

Los mencheviques gritan que el impuesto en especie, la libertad de comercio, el arrendamiento de empresas en régimen de concesión y el capitalismo de Estado son la bancarrota del comunismo. En el extranjero, el ex-comunista Levi ha sumado su voz a la de estos mencheviques; a este mismo Levi había que defenderlo mientras era posible explicar sus errores como una reacción frente a los que cometieron los comunistas de «izquierda», en especial en Alemania en marzo de 1921, pero este mismo Levi no tiene defensa cuando, en vez de reconocer su error, cae de lleno en el menchevismo.

A los mencheviques chillones les diremos simplemente que ya en la primavera de 1918 los comunistas proclamaron y defendieron la idea de un pacto, de una alianza con el capitalismo de Estado contra el elemento pequeñoburgués. ¡Hace ya tres años! ¡En los primeros meses de la victoria bolchevique! Los bolcheviques ya eran sensatos a la sazón, Y desde entonces nadie ha podido rebatir la exactitud de nuestro sereno cálculo de las fuerzas existentes.

Levi, que ha ido a parar al menchevismo, aconseja a los bolcheviques (¡«predice» que los vencerá el capitalismo, lo mismo que predecían nuestra destrucción todos los pequeñoburgueses, los demócratas, los socialdemócratas, etc., en caso de que disolviéramos la Asamblea Constituyente!) ¡pedir ayuda a toda la clase obrera! ¡Porque, fíjense, sólo una parte de la clase obrera ayudaba hasta ahora a los comunistas.

Aquí Levi coincide de una manera sorprendente con lo que dicen los semianarquistas y vociferadores, y también algunos miembros de la ex «oposición obrera», aficionados a las frases altisonantes de que ahora los bolcheviques «han perdido la fe en las fuerzas de la clase obrera». Tanto los mencheviques como lo elementos anarquizantes hacen del concepto «fuerzas de la clase obrera» un fetiche, y no son capaces de captar su significado real y concreto. Sustituyen el estudio y el análisis de su significado con retórica.

Los señores de la Internacional II y media se presentan como revolucionarios; pero en toda situación seria demuestran ser contrarrevolucionarios, pues temen la destrucción violenta de la vieja máquina del Estado, no tienen fe en las fuerzas de la clase obrera. Cuando lo decíamos de los eseristas y Cía., no eran palabras vacías. Todo el mundo sabe que la Revolución de Octubre ha dado paso a fuerzas nuevas, a una nueva clase: y todo el mundo sabe que los mejores representantes del proletariado gobiernan ahora en Rusia, han constituido un ejército, lo mandan, han montado la administración local, etc., dirigen la industria y demás. Y si en esta administración existen deformaciones burocráticas, no ocultaremos el mal, sino que lo ponemos al desnudo y lo combatimos. Quienes, con la lucha contra las deformaciones del nuevo régimen, olvidan su contenido, olvidan que la clase obrera ha creado y dirige un Estado de tipo soviético, son simplemente incapaces de pensar y claman al viento.

Pero las «fuerzas de la clase obrera» no son ilimitadas. Si hoy acuden pocas y a veces incluso poquísimas fuerzas nuevas de la clase obrera; si a pesar de todos nuestros decretos, llamamientos y agitación, si a pesar de todas nuestras disposiciones de «promover a gente sin partido» siguen acudiendo pocas fuerzas, salir del paso con retóricas de que «se ha perdido la fe en las fuerzas de la clase obrera» significa caer tan bajo como para pronunciar frases vacías. Sin cierta «tregua» no tendremos esas nuevas fuerzas; sólo podrán aumentar con mucha lentitud y teniendo por base la reconstrucción de la gran industria (es decir, para ser más concreto y exacto, la electrificación), no hay ninguna otra fuente de donde puedan salir.

Después de esfuerzos inmensos, inauditos, la clase obrera de un país arruinado, de pequeños campesinos, que ha sufrido un gran desclasamiento, necesita tiempo para que las nuevas fuerzas puedan crecer y elevarse, para que las fuerzas viejas y consumidas puedan «recobrarse». La creación de la máquina militar y del Estado, capaz de salir triunfante de las pruebas de 1917-1921, fue un gran esfuerzo que ocupó, absorbió y agotó las verdaderas «fuerzas de la clase obrera» (y no las existentes en las declamaciones de los voceras). Esto hay que comprenderlo y hay que tener en cuenta la retardación necesaria o, más bien, inevitable del crecimiento de las nuevas fuerzas de la clase obrera.

Cuando los mencheviques vociferan contra el «bonapartismo» de los bolcheviques (diciendo que estos se apoyan en el ejército y en la máquina del Estado contra la voluntad de la «democracia»), expresan magníficamente la táctica de la burguesía, y Miliukov no se equivoca al sostenerla y apoyar las consignas de «lo de Cronstadt» (primavera de 1921). La burguesía tiene bien en cuenta que las verdaderas «fuerzas de la clase obrera» se componen hoy de la poderosa vanguardia de esta clase (el Partido Comunista de Rusia, que se ha ganado, y no de golpe, sino en el transcurso de veinticinco años y con sus obras, el papel, el título, la fuerza de «vanguardia» de la única clase revolucionaria) y de los elementos más debilitados por el desclasamiento, más susceptibles de caer en vacilaciones mencheviques y anarquistas.

Ahora la consigna de «más fe en las fuerzas de la clase obrera», se refuerza, en realidad, la influencia de los mencheviques y anarquistas; Cronstadt lo ha demostrado y probado del modo más evidente en la primavera de 1921. Todo obrero consciente debe desenmascarar y mandar a paseo a los que vociferan que «hemos perdido la fe en las fuerzas de la clase obrera», pues los voceras no son sino cómplices de la burguesía y de los terratenientes, interesados en debilitar al proletariado en beneficio propio, propagando la influencia menchevique y anarquista.

¡He ahí dónde «está el gato encerrado», de calar con serenidad en el verdadero significado del concepto «fuerzas de la clase obrera»!

¿Qué hacen ustedes, estimado señores, para llevar a los sin partido al «frente» más importante en el momento actual, al frente económico, a la obra de organizar la economía? Esta es la pregunta que los obreros conscientes deben hacer a los voceras. Así es como se puede y se debe desenmascarar siempre a los bocazas, así es como se puede probar siempre que en realidad no ayudan, sino que obstaculizan la organización de la economía; que no ayudan, sino que obstaculizan la revolución proletaria; que no persiguen objetivos proletarios, sino pequeñoburgueses, y que sirven a una clase ajena.

Nuestras consignas son: ¡Abajo los voceras! ¡Abajo los cómplices inconscientes de los guardias blancos, que repiten los errores de los miserables sediciosos de Cronstadt en la primavera de 1921! ¡Adelante el trabajo práctico, serio, que sabe tener presentes los rasgos específicos y las tareas del momento actual! No necesitamos frases, sino hechos.

Una apreciación sensata de estos rasgos específicos y de las fuerzas de clase verdaderas, no imaginarias, nos dice:
Después de un periodo de logros proletarios sin precedentes en el terreno de organización militar, administrativa y política se ha entrado —y no por casualidad, sino de manera inevitable, no debido a determinadas personas o partidos, sino a causas objetivas— en un periodo de crecimiento mucho más lento de las nuevas fuerzas. En el terreno económico es inevitable una estructuración más difícil, más lenta, más paulatina, propia del fondo de las actividades de este terreno en comparación con la labor militar, administrativa y política. Ello se deriva de la dificultad específica de esa estructuración, de su profunda raigambre, valga la expresión.
Por eso procuraremos con el mayor cuidado, con un cuidado triple, determinar nuestras tareas en esta etapa de lucha nueva y más elevada. Las determinaremos de la manera más moderada posible; haremos el mayor número de concesiones, claro que sin rebasar los límites de lo que el proletariado puede conceder, sin dejar de ser la clase dominante. Recaudaremos con la mayor rapidez posible un impuesto en especie moderado y permitiremos la máxima libertad posible para el desarrollo, consolidación y restablecimiento de la hacienda campesina; entregaremos en arriendo, incluso a capitalistas privados y a concesionarios extranjeros, las empresas que no son absolutamente imprescindibles para nosotros. Necesitamos un pacto o una alianza del Estado proletario con el capitalismo de Estado contra el elemento pequeñoburgués. Tenemos que llevar a cabo esta alianza con tacto, según el refrán «en cosa alguna, pensar mucho y hacer una». Concentraremos en menos terreno las fuerzas debilitadas de la clase obrera, pero consolidaremos en cambio nuestras posiciones y probaremos nuestras fuerzas, no una ni dos veces, sino muchas, en la labor práctica. Las «tropas» que tenemos ahora a nuestra disposición no pueden avanzar por el difícil camino que debemos transitar, en las duras condiciones en que vivimos y en medio de los peligros que debemos afrontar, si no es paso a paso, palmo a palmo. A quien «aburre», a quien «no interesa», a quien «no comprende» este trabajo, frunce la nariz, es presa del pánico o se le suben a la cabeza sus propias declamaciones de que ya no existe el «auge anterior», el «entusiasmo de antes», etc., es mejor «dejarlo cesante» y arrinconarlo para que no perjudique, pues no quiere o no es capaz de pensar en los rasgos específicos de la fase actual, de la etapa actual de la lucha.

Con esfuerzos casi sobrehumanos, nos entregamos en un país increíblemente arruinado, con las fuerzas del proletariado agotadas, a la labor más difícil: colocar los cimientos de una economía verdaderamente socialista, organizar un intercambio normal de mercancías (mejor dicho, un intercambio de productos) entre la industria y la agricultura. El enemigo sigue siendo mucho más fuerte que nosotros; el intercambio de mercancías anárquico, individual, que realizan los especuladores, socava nuestra labor de cada paso. Percibimos con claridad las dificultades y las superaremos metódica y tenazmente. Más iniciativa e independencia local, más fuerzas para las localidades, más atención a su experiencia práctica. La clase obrera podrá curar sus heridas, restablecer su «fuerza de clase» proletaria y ganarse la confianza del campesinado en su dirección proletaria sólo en la medida en que se obtengan éxitos verdaderos en el restablecimiento de la industria y en el logro de un adecuado intercambio estatal de productos que beneficie a los campesinos y a los obreros. En la medida en que lo consigamos, lograremos la afluencia de nuevas fuerzas, tal vez no tan pronto como cada uno de nosotros quisiera, pero, no obstante, lo lograremos.

¡A trabajar, pues, con paso más lento y cauteloso, con aguante y perseverancia!

Publicado el 28 de agosto de 1921 en el N° 190 de ‘Pravda’.
Notas
1 Se trata de la contrarrevolucionaria sublevación armada del cuerpo de ejército checoslovaco, urdida por los imperialistas de la Entente con la participación activa de los mencheviques y los eseristas: El cuerpo de ejército checoslovaco se formó en Rusia antes aún del triunfo de la Revolución Socialista de octubre con prisioneros checos y eslovacos. En el verano de 1918 había en él mas de 60.000 hombres (en Rusia de encontraban en total unos 20.000 prisioneros checos y eslovacos). Cuando se hubo instaurado el poder soviético, el cuerpo de ejército checoslovaco se integró en el ejército francés y los representantes del la Entente plantearon el problema de evacuarlo a Francia. Según el acuerdo del 26 de marzo de 1915, el cuerpo de ejército se le dio la posibilidad de salir de Rusia por Vladivostok, previa condición de que entregara las armas. Pero el mando contrarrevolucionario del cuerpo infringió pérfidamente el convenio concertado con el gobierno soviético sobre la entrega de armas y, por indicación de los imperialistas de la Entente, provocó a fines de mayo una sublevación armada. Operando en estrecho contacto con los guardias blancos y los kulaks, los checos blancos ocuparon una parte considerable de los Urales, de la región del Volga y de Siberia, restableciendo por doquier el poder de la burguesía. La mayoría de los prisioneros de guerra checos y eslovacos simpatizaban con el poder soviético y no se dejaron arrastrar por la propaganda antisoviética del mando.
2 Se alude al gobierno de guardias, eseristas y menchevistas formado en Samara, el llamado Comité de Miembros de la Asamblea Constituyente o «Constituyente de Samara».