Karl Marx ✆ Azlan McLennan |
A Marx le complacía esa característica: estaba seguro de que
habría una revolución popular, la cual engendraría un sistema comunista que
sería más productivo y mucho más humano. Marx erró en lo que se refiere al
comunismo. Pero su percepción de la revolución del capitalismo fue
proféticamente acertada. No fue sólo sobre el hecho de que en ese sistema la
inestabilidad era endémica, aunque en ese respecto fue más perspicaz que la
mayoría de los economistas de su época y de la actualidad. A un nivel más profundo, Marx entendió cómo el capitalismo
destruye su propia base social: la forma de vida de la clase media.
La terminología marxista de burgueses y proletariado suena
arcaica. Pero cuando argumentó que el capitalismo hundiría a la clase
media en algo parecido a la existencia precaria de los angustiados trabajadores
de su época, Marx anticipó un cambio en la manera en la que vivimos que apenas
ahora estamos teniendo que afrontar.
Destrucción
creativa
Para Marx, el capitalismo era la teoría económica más
revolucionaria de la historia, y no hay duda que difiere radicalmente de los
sistemas previos. Las culturas de los cazadores-recolectores persistieron con
su forma de vida por miles de años, las esclavistas por casi el mismo tiempo y
las feudales por muchos siglos. En contraste, el capitalismo transforma todo lo
que toca.
No son sólo las marcas las que cambian constantemente.
Compañías e industrias se crean y se destruyen en una corriente incesante de
innovación, mientras que las relaciones humanas se disuelven y reinventan en
formas novedosas.
El capitalismo ha sido descrito como un proceso de
destrucción creativa, y nadie puede negar que ha sido prodigiosamente
productivo.
Prácticamente todos los que viven en países como el Reino
Unido hoy en día reciben ingresos reales más altos de los que habrían recibido
si el capitalismo no hubiera existido nunca.
El problema es que entre las cosas que se han destruido en
el proceso está la forma de vida de la que, en el pasado, había dependido el
capitalismo.
La promesa…
Los defensores del capitalismo argumentan que le ofrece a
todos los beneficios que en la época de Marx sólo tenían los burgueses, la
clase media asentada que poseía capital y tenía un nivel razonable de seguridad
y libertad durante su vida.
En el capitalismo del siglo XIX, la mayoría de la gente no
tenía nada. Vivían de vender su labor y cuando los mercados se debilitaban,
enfrentaban dificultades.
Pero a medida que el capitalismo evolucionó -dicen sus
defensores-, un número mayor de personas se beneficiaron.
Carreras satisfactorias dejaron de ser la prerrogativa de
unos pocos. La gente dejó de tener dificultades todos los meses por vivir de un
salario inseguro. Las personas estaban protegidas por sus ahorros, la casa que
poseían y una pensión decente, así que podían planear sus vidas sin temor.
Con la expansión de la democracia y la riqueza, nadie se iba
a quedar sin una vida burguesa. Todos podían ser clase media.
La realidad
De hecho, en el Reino Unido, Estados Unidos y muchos otros
países desarrollados, durante los últimos 20 a 30 años ha ocurrido lo opuesto. No
existe la seguridad laboral, muchas de las profesiones y oficios del pasado
desaparecieron y carreras que duran toda la vida no son mucho más que un
recuerdo.
Si la gente posee alguna riqueza, está en sus casas, pero
los precios de la propiedad raíz no siempre aumentan. Cuando el crédito es
restringido, como ahora, pueden quedarse estancados por años. Una menguante
minoría puede seguir contando con una pensión con la cual vivir cómodamente y
pocos cuentan con ahorros significativos.
Más y más gente vive al día, con muy poca idea sobre qué
traerá el futuro.
La clase media solía pensar que sus vidas se desenvolverían
en una progresión ordenada, pero ya no es posible considerar a la vida como una
sucesión de niveles en los que cada escalón está más arriba que el anterior.
En el proceso de creación destructiva, la escalera
desapareció y para cada vez más personas, ser de clase media ya no es siquiera
una aspiración.
Ganancia
negativa
A medida que el capitalismo ha ido avanzado, ha llevado a la
mayoría de la gente a una nueva versión de la precaria existencia del
proletariado del que hablaba Marx.
Los salarios son más altos y, en algunos lugares, en cierto
grado hay un colchón contra los sacudones gracias a lo que queda del Estado de
bienestar.
Pero tenemos poco control efectivo sobre el curso de
nuestras vidas y las medidas tomadas para lidiar con la crisis financiera han
profundizado la incertidumbre en la que tenemos que vivir.
Tasas de interés del 0% conjugadas con el alza de precios
implica que uno recibe beneficios negativos por su dinero y produce la erosión
del capital.
La situación para muchos jóvenes es aún peor. Para poder
adquirir las habilidades indispensables para conseguir empleo, hay que
endeudarse. Y como en cierto momento hay que volverse a entrenar, hay que ahorrar,
pero si uno empieza endeudado, eso es lo último que podrá hacer.
Cualquiera que sea la edad, la perspectiva de la mayoría de
la gente hoy en día es una vida entera de inseguridad.
Quienes se
arriesgan
Al mismo tiempo que ha despojado a la gente de la seguridad
de la vida burguesa, el capitalismo volvió obsoleto al tipo de persona que
disfrutaba de la vida burguesa.
En los ’80s se habló mucho de los valores victorianos, y los
promotores del mercado libre solían asegurar que éste reviviría las virtudes del
pasado.
Pero el hecho es que el mercado libre socava las virtudes
que mantienen el estilo de vida burgués.
Cuando los ahorros se están desvaneciendo, ser cauteloso
puede llevar a la ruina. Es la persona que pide grandes prestamos y que no le
tiene miedo a declararse en bancarrota la que sobrevive y prospera.
Cuando el mercado laboral es volátil, no son aquellos que
cumplen cabalmente con las obligaciones de su trabajo quienes tienen éxito,
sino los que siempre están listos a intentar algo nuevo que aparenta ser más
prometedor.
En una sociedad que está siendo transformada continuamente
por las fuerzas del mercado, los valores tradicionales son disfuncionales y
quien quiera vivir de acuerdo a ellos está en riesgo de terminar en la caneca
de la basura.
Se desvaneció
en el aire
Examinando un futuro en el que el mercado permea todas las
esquinas de la vida, Marx escribió en el Manifiesto Comunista: “todo lo que es
sólido se desvanece en el aire”. Para alguien que vivió en la Inglaterra
victoriana temprana -el Manifiesto fue publicado en 1848- era una observación
asombrosamente visionaria.
En esa época, nada parecía más sólido que la sociedad en
cuyos márgenes vivía Marx.
Un siglo y medio más tarde, vivimos en el mundo que él
anticipó, en el cual la vida de todos es experimental y provisional, y la ruina
súbita puede llegar en cualquier momento.
Un pequeño puñado de gente ha acumulado vastas riquezas pero
incluso eso tiene una cualidad de evanescente, casi fantasmal.
En los tiempos victorianos, los verdaderamente ricos podían
darse el lujo de relajarse, si eran conservadores a la hora de invertir su
dinero. Cuando los héroes de las novelas de Dickens finalmente reciben su
herencia, no vuelven a hacer nada jamás.
Hoy en día, no existe un remanso de seguridad. Los giros del
mercado son tales que nadie puede saber qué mantendrá su valor, ni siquiera
dentro de unos pocos años.
No fue el
mayordomo
Este estado de alteración perpetua es la revolución
permanente del capitalismo y yo pienso que nos acompañará en cualquier futuro
imaginable realísticamente.
Estamos apenas a mitad de camino de una crisis financiera
que pondrá muchas cosas de cabeza.
Monedas y gobiernos probablemente caerán, junto con partes
del sistema financiero que creíamos seguro.
No se ha lidiado con los riesgos que amenazaban con congelar
a la economía mundial hace apenas tres años. Lo único que se ha hecho es
obligar a los Estados a asumirlos.
No importa qué digan los políticos sobre la necesidad de
frenar el déficit, deudas de la magnitud de las que se han incurrido no pueden
ser pagadas. Es casi seguro que lo que harán es manejarlas recurriendo a la
inflación, un proceso que está abocado a ser muy doloroso y empobrecedor para
muchos.
El resultado sólo puede ser más agitación política, a una
escala aún mayor.
Pero no será el final del mundo, ni siquiera del
capitalismo. Pase lo que pase, vamos a seguir teniendo que aprender a vivir con
la energía errática que el mercado emanó.
El capitalismo llevó a una revolución pero no la que Marx
esperaba. El exaltado pensador alemán odiaba la vida burguesa y pensó en el
comunismo para destruirla.
Tal como predijo, el mundo burgués ha sido destruido.
Pero no fue el comunismo el que cometió el acto.
Fue el capitalismo el que mató a la burguesía.
John Gray es un destacado teórico
político y filósofo político británico. Es profesor de Pensamiento Europeo en
la London School of Economics. Fue discípulo de Isaiah Berlin, y es conocido
por su actitud polémica contra el neoliberalismo.
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