18/2/15

Karl Marx: ‘Observaciones sobre la reciente reglamentación de la censura prusiana’ (1843) – Ficha de lectura

Karl Marx ✆ Imperator 
Ariel Mayo   |   El socialismo del siglo XX fue, en buena medida, estatista, es decir, confió en el Estado como instrumento para resolver los problemas sociales;  dicha confianza se dio tanto en comunistas como en socialdemócratas. Más allá del ámbito de la izquierda, el estatismo fue una característica de muchos partidos y organizaciones políticas. Inclusive, y sin forzar mucho las cosas, podemos afirmar que el discurso neoliberal, con su atribución al Estado de todos los males de la economía, no es otra cosa que un estatismo puesto del revés.

El socialismo del siglo XIX, salvo excepciones (Lassalle es, probablemente, el caso más significativo), adoptó un punto de vista negativo hacia el Estado. No es casualidad. El socialismo surgió como corriente política e ideológica en el marco del proceso de "doble revolución", signado tanto por la Revolución Industrial como por las Revoluciones Burguesas.

Este período se caracterizó tanto por las luchas en torno al control del Estado entre la burguesía y la nobleza (Revolución Burguesa), como por la utilización burguesa del Estado contra las luchas obreras.  El Estado aparecía a los ojos del movimiento obrero como la expresión concreta de la opresión política y de la dominación de clase de la burguesía. Pero no era solamente una cuestión propia de la esfera política. Desde los albores de la Modernidad, el Estado pasó a ser concebido como una institución cuyo principal objetivo debía ser el crecimiento económico. En el marco de una economía capitalista, esto significa promover la acumulación capitalista; para lograr esta meta, es preciso incrementar la explotación del trabajo por el capital. De este modo, capitalismo y Estado son indisociables. Dicho de manera esquemática, promover el fortalecimiento de las instituciones estatales implica fortalecer al capitalismo.

La aversión del socialismo del siglo XIX hacia el Estado no fue, pues, una respuesta equivocada basada en una concepción errónea de la estructura de la sociedad capitalista; por el contrario, se trató de una actitud que expresaba un pensamiento realista acerca del papel del Estado en el capitalismo.

El artículo “Observaciones sobre la reciente reglamentación de la censura prusiana” fue escrito por Karl Marx (1818-1883) entre el 15 de enero y el 10 de febrero de 1842. Pero, como una especie de homenaje poético al tema tratado, dada la censura imperante, recién pudo ser publicado al año siguiente y en Suiza, en el primer tomo de las Anécdotas sobre la más reciente filosofía y publicística alemanas, editado por Arnold Ruge en febrero de 1843, en un tomo doble que contenía, además de dos artículos de Marx, textos de Bruno Bauer, Ludwig Feuerbach, Friedrich Köppen y el mismo Ruge.

Para la elaboración de la ficha utilicé la siguiente edición: Marx, Karl. (2008). [1° edición: 1843]. “Observaciones sobre la reciente reglamentación de la censura prusiana. Por un irlandés”. En: Marx, Karl. (2008). Escritos de Juventud sobre el Derecho. Textos 1837-1847. Barcelona: Anthropos. (pp. 51-78). La traducción española estuvo a cargo de Rubén Jaramillo.

Ante todo, hay que tener presente cuál es el contexto en que fueron escritas las “Observaciones”, con el objeto de evitar caer en anacronismos. Prusia era, con Austria,  una de las dos grandes potencias de Alemania, un vasto conglomerado de ciudades y estados independientes que se encontraba disgregado políticamente. Prusia era una monarquía absolutista, donde el rey seguía haciendo las leyes a voluntad. La burguesía prusiana, a pesar de ser la más fuerte del territorio alemán, era muy débil como para disputarle el poder a la nobleza. Se había desarrollado un liberalismo pusilánime e irresoluto, que se oponía al absolutismo en lo discursivo, pero que se mostraba incapaz de pasar a la acción. Su manifestación más desarrollada eran los Jóvenes Hegelianos (JH) , un grupo de intelectuales que reivindicaban a Hegel desde el liberalismo; en las condiciones de Alemania, los JH se concentraron en la crítica de la religión y dejaron de lado, prudentemente, la discusión en torno a las instituciones del absolutismo prusiano.

En 1840 falleció el rey de Prusia, Federico Guillermo III; le sucedió Federico Guillermo IV, quien despertó expectativas entre los liberales por sus supuestas simpatías progresistas. Los JH confiaban en que el nuevo monarca aflojaría las riendas del absolutismo; sin embargo, sucedió todo lo contrario. Federico Guillermo IV persiguió con dureza al liberalismo. Bruno Bauer, la principal figura de los JH, fue exonerado de la Universidad. La instrucción sobre la censura, dictada a fines de 1841 y dirigida a reemplazar al viejo edicto de 1819, fue una de las piezas de la ofensiva contra el liberalismo.

Para esta época, Karl Marx simpatizaba con los JH y con las ideas liberales. Flamante Doctor en Filosofía, parecía destinado a una brillante carrera universitaria. Pero la expulsión de Bruno Bauer modificó radicalmente su situación, cortándole el camino a la docencia universitaria. Esto lo llevó a involucrarse más directamente en política; durante buena parte de 1842 y comienzos de 1843, trabajó como periodista y luego Redactor en Jefe de la Rheinische Zeitung (Gaceta Renana), periódico de la burguesía industrial de Renania, la región más próspera de Prusia. La experiencia periodística convenció a Marx de la incapacidad del liberalismo para enfrentar al absolutismo; en 1843, habiendo renunciado a su cargo en el periódico mencionado, comenzó su revisión del hegelianismo y de la historia de la Revolución Francesa, tarea que lo condujo a un acercamiento al movimiento obrero y, posteriormente, al socialismo.

Pero en 1842, cuando fueron redactadas las “Observaciones”, Marx era todavía un hegeliano y un liberal, a pesar de todas las precauciones que exige esta caracterización.

En las “Observaciones”, Marx somete a una crítica devastadora el Edicto de reglamentación de la censura de prensa, dictado por Federico Guillermo IV en el marco de su ofensiva contra el liberalismo. Es, por tanto, un texto de lucha política y en él se percibe la franqueza con que Marx, en su etapa liberal, encaraba la lucha contra el absolutismo. El Edicto venía a reemplazar otro edicto, dictado en 1819, que contenía una reglamentación más laxa de la censura a la prensa. A lo largo del artículo, Marx juega con las diferencias entre ambos documentos, para demostrar que el nuevo rey de Prusia llevaba adelante una política más restrictiva de la libertad de prensa que la de su predecesor, pues estaba dirigida a penar las intenciones de los periodistas:
“El escritor cae, pues, bajo el más temible de los terrorismos, bajo la jurisdicción de la sospecha. Leyes de tendencia (…), leyes que no hacen de la acción como tal sino de la intención de quien realiza el acto sus criterios principales no son otra cosa que sanciones positivas a la negación de toda legalidad, a una circunstancia de ilegalidad. (…) Sólo en la medida en que me expreso, sólo en la medida en que entro a la esfera de lo real, entro en la esfera del legislador. Para la ley yo ni siquiera existo, ni siquiera soy su objeto fuera de en mi actuar. Es la única cosa por medio de la cual la ley puede tener una relación conmigo; pues es lo único por lo cual yo reivindico mi derecho a la existencia, el derecho a la realidad, y por medio de lo cual yo caigo bajo la jurisdicción del derecho real. Pero la ley de tendencia castiga no solamente lo que yo hago sino lo que pienso fuera del acto. Es, pues, un insulto al honor del ciudadano, una ley vejatoria contra mi existencia.” (p. 65-66)
La nueva reglamentación juzgaba las intenciones y no sólo los actos de los periodistas. No condenaba las acciones, sino a las clases de individuos. Era una manifestación rotunda del absolutismo de la monarquía prusiana y, a la vez, la prefiguración de la expansión del Estado en el siglo XX. Marx utiliza el término “terrorismo” para calificar la acción del Estado; a diferencia de los cuentos de los empleados a sueldo de los gobiernos, Marx tenía presente que la capacidad de hacer daño del Estado era incomparablemente superior a la de los individuos u organizaciones. El terrorismo estatal que critica es tanto más fuerte cuanto que va dirigido contra las intenciones de grupos de personas; en otros términos, coloca a todo un colectivo en situación de sospecha. Marx anticipa así la futura conducta de los Estados. Los genocidios del siglo XX muestran el acierto de haber puesto el acento en este terrorismo.

La discusión de la censura obliga a Marx a someter a crítica al Estado. Frente a quienes defienden la concepción de que el Estado es el representante del interés general, Marx observa que, en la política concreta como es el caso de la reglamentación de la censura, el Estado se comporta como el defensor de intereses particulares.
“La ley que incrimina las opiniones no es una ley del Estado para los ciudadanos sino la ley de un partido contra otro. Ella suprime la igualdad de los ciudadanos frente a la ley. No es una ley de unión sino una ley de separación y todas las leyes de separación son reaccionarias. No es una ley sino un privilegio. (…) en una sociedad en la cual un solo órgano se cree el único y exclusivo poseedor del Estado y en la cual un gobierno entra en una contradicción de principio con el pueblo y considera por ello su propia opinión, aunque ésta sea contraria a la naturaleza misma del Estado, como la opinión general y normal, la mala conciencia de la facción inventa leyes tendenciosas, leyes de venganza contra una opinión que sólo se encuentra entre los miembros del gobierno.” (p. 66).
La censura expresa, por tanto, la defensa, por medio del Estado, de los privilegios de un grupo sobre el resto de la sociedad. La práctica estatal niega la teoría del Estado como garante del interés general.
“Lo particular aparece ahora respecto a su contenido como lo autorizado y habilitado; lo que es contrario a la naturaleza del Estado aparece como opinión del Estado, como derecho del Estado, como algo particular en cuanto a su forma, que es inaccesible a la luz general y que se lo relega al gabinete del crítico gubernamental.” (p. 67).
Es verdad que Marx sigue pensando que existe una “naturaleza del Estado” anclada en la defensa de lo general (la sociedad en su conjunto) frente a lo particular (los intereses egoístas de los grupos sociales), pero el examen de la práctica estatal lo lleva a indicar, por lo menos, que el Estado no se comporta como corresponde a su naturaleza. Hay aquí una escisión entre lo teórico y lo práctico que, a futuro, servirá a Marx para arribar a la tesis del carácter de clase del Estado.

Uno de los puntos más altos de las “Observaciones” es al ataque de Marx contra la burocracia prusiana, responsable de la aplicación de la censura contra la prensa.

Marx se burla de los censores y marca la contradicción existente entre la desconfianza hacia los ciudadanos y la confianza en la capacidad de los censores:
“Confiáis tanto en vuestras instituciones estatales que creéis que ellas transformarán al débil mortal, al funcionario, en santo, y harán posible lo imposible. Pero desconfiáis hasta tal punto en vuestro organismo estatal que teméis a la opinión aislada como a un particular, pues vosotros tratáis a la prensa como a un particular. Suponéis que los funcionarios han de proceder en forma completamente no personal, sin encono, sin pasión, sin debilidades humanas. Pero al elemento no personal, las ideas, las suponéis estar cargadas de intrigas personales e infamia subjetiva. La instrucción [la reglamentación de la censura] exige confianza ilimitada en el estamento de los funcionarios y parte de la desconfianza ilimitada en el estamento de los no funcionarios.” (p. 68).
Marx se opone así al fetichismo del Estado, que supone que éste puede enderezar a la sociedad a partir de su pretendida posición neutral frente a los egoísmos particulares. Marx ve en la conducta práctica del Estado un egoísmo más, que carece de las virtudes extraordinarias que le atribuyen sus defensores.
“Lo que es malo en general sigue siendo malo sea cual sea su portador, sea un crítico privado o uno colocado por el gobierno, sólo que en este último caso la bajeza está autorizada y considerada por los de arriba como una necesidad para realizar el bien por lo bajo.” (p. 68-69).
En un pasaje clásico, satiriza la capacidad de los censores para ejercer la censura:
“Y si aquellos hombres [los censores] son ya hombres tales como ningún Estado supo encontrar; ya que nunca ha conocido un Estado clases enteras compuestas únicamente de genios universales y de historiadores múltiples, ¡cuánto más geniales han de ser los que han elegido a estos hombres! Qué ciencia secreta tienen que poseer para otorgar un certificado sobre la capacidad intelectual universal a funcionarios que son desconocidos en la república de las ciencias. Mientras más ascendemos en esta burocracia de la inteligencia nos encontramos con cabezas más maravillosas. Un Estado que posee tales columnas para una prensa perfecta, ¿vale la pena y actúa como debe ser al convertir a estos hombres en guardianes de una prensa imperfecta y degradar lo perfecto a ser medio de lo imperfecto? Cada vez que nombráis a uno de estos censores priváis a la prensa de una posibilidad de mejora. Priváis a vuestro ejército de los sanos para hacerlos médicos de los enfermos.” (p. 73).
Si bien la sátira va dirigida contra la burocracia prusiana, se perfila aquí el rechazo de Marx a cualquier atribución de virtudes “sobrenaturales” al Estado y a sus funcionarios.

La censura es concebida como manifestación de una forma de opresión, tanto más grave cuanto que es ejercida por el Estado. Lejos de resolver los problemas, la censura agrava los mismos, pues cercena las posibilidades de desarrollo de los seres humanos. Marx expresa aquí, todavía de un modo muy embrionario, la necesidad de construir una forma de organización social que garantice efectivamente el desarrollo de las capacidades multifacéticas de las personas. Lejos de proponer que el Estado organice la vida de las personas, Marx demuestra los peligros del dominio estatal.
“Admiráis la maravillosa pluriformidad, la inacabable riqueza de la naturaleza. No reclamáis de la rosa que tenga el mismo aroma que la violeta; pero lo más rico, el espíritu, ¿no ha de de poder existir sino en una manera? Tengo sentido del humor, pero la ley ordena escribir seriamente. Soy osado, pero la ley ordena que mi estilo sea modesto. Lúgubre es el único color autorizado de la libertad.La menor gota de rocío en la que brilla y se refleja el sol centellea en un inagotable juego de colores; pero el sol espiritual, a pesar de haberse estrellado, a pesar de haber germinado en quién sabe cuántos individuos, ha de producir uno, ¡sólo el color oficial! La forma esencial del espíritu es alegría, luz, y vosotros hacéis de la sombra su única manifestación adecuada. Sólo de negro ha de vestirse aunque, sin embargo, no exista una flor negra. La esencia del espíritu es la verdad que siempre es ella misma.” (p. 57).
No creo necesario comentar los pasajes anteriores. Sólo cabe decir que se trata de una de las más profundas defensas de la libertad de opinión jamás escritas.

A diferencia de muchos supuestos marxistas del siglo XX, para quienes el socialismo equivalía a uniformidad, Marx formula una defensa implacable de la universalidad humana, de las potencialidades contenidas en el ser humano. A despecho del prejuicio en contrario, dicha defensa permanece como una constante de toda su obra.