Karl Marx ✆ Imperator |
Ariel Mayo |
El socialismo del siglo XX fue, en buena medida, estatista, es decir,
confió en el Estado como instrumento para resolver los problemas
sociales; dicha confianza se dio tanto en comunistas como en
socialdemócratas. Más allá del ámbito de la izquierda, el estatismo fue una
característica de muchos partidos y organizaciones políticas. Inclusive, y sin
forzar mucho las cosas, podemos afirmar que el discurso neoliberal, con su
atribución al Estado de todos los males de la economía, no es otra cosa que un
estatismo puesto del revés.
El socialismo del siglo XIX, salvo excepciones (Lassalle es,
probablemente, el caso más significativo), adoptó un punto de vista negativo
hacia el Estado. No es casualidad. El socialismo surgió como corriente política
e ideológica en el marco del proceso de "doble revolución", signado tanto por
la Revolución Industrial como por las Revoluciones Burguesas.
Este período se caracterizó tanto por las luchas en torno al control del Estado entre la burguesía y la nobleza (Revolución Burguesa), como por la utilización burguesa del Estado contra las luchas obreras. El Estado aparecía a los ojos del movimiento obrero como la expresión concreta de la opresión política y de la dominación de clase de la burguesía. Pero no era solamente una cuestión propia de la esfera política. Desde los albores de la Modernidad, el Estado pasó a ser concebido como una institución cuyo principal objetivo debía ser el crecimiento económico. En el marco de una economía capitalista, esto significa promover la acumulación capitalista; para lograr esta meta, es preciso incrementar la explotación del trabajo por el capital. De este modo, capitalismo y Estado son indisociables. Dicho de manera esquemática, promover el fortalecimiento de las instituciones estatales implica fortalecer al capitalismo.
La aversión del socialismo del siglo XIX hacia el Estado no
fue, pues, una respuesta equivocada basada en una concepción errónea de la
estructura de la sociedad capitalista; por el contrario, se trató de una
actitud que expresaba un pensamiento realista acerca del papel del Estado en el
capitalismo.
El artículo “Observaciones
sobre la reciente reglamentación de la censura prusiana” fue escrito por
Karl Marx (1818-1883) entre el 15 de enero y el 10 de febrero de 1842. Pero,
como una especie de homenaje poético al tema tratado, dada la censura
imperante, recién pudo ser publicado al año siguiente y en Suiza, en el primer
tomo de las Anécdotas sobre la más reciente filosofía y publicística alemanas,
editado por Arnold Ruge en febrero de 1843, en un tomo doble que contenía,
además de dos artículos de Marx, textos de Bruno Bauer, Ludwig Feuerbach,
Friedrich Köppen y el mismo Ruge.
Para la elaboración de la ficha utilicé la siguiente
edición: Marx, Karl. (2008). [1° edición: 1843]. “Observaciones sobre la reciente reglamentación de la censura prusiana.
Por un irlandés”. En: Marx, Karl. (2008). Escritos de Juventud sobre el Derecho. Textos 1837-1847. Barcelona:
Anthropos. (pp. 51-78). La traducción española estuvo a cargo de Rubén
Jaramillo.
Ante todo, hay que tener presente cuál es el contexto en que
fueron escritas las “Observaciones”,
con el objeto de evitar caer en anacronismos. Prusia era, con Austria,
una de las dos grandes potencias de Alemania, un vasto conglomerado de
ciudades y estados independientes que se encontraba disgregado políticamente.
Prusia era una monarquía absolutista, donde el rey seguía haciendo las leyes a
voluntad. La burguesía prusiana, a pesar de ser la más fuerte del territorio
alemán, era muy débil como para disputarle el poder a la nobleza. Se había
desarrollado un liberalismo pusilánime e irresoluto, que se oponía al
absolutismo en lo discursivo, pero que se mostraba incapaz de pasar a la
acción. Su manifestación más desarrollada eran los Jóvenes Hegelianos (JH) , un grupo de intelectuales que
reivindicaban a Hegel desde el liberalismo; en las condiciones de Alemania, los
JH se concentraron en la crítica de la religión y dejaron de lado,
prudentemente, la discusión en torno a las instituciones del absolutismo
prusiano.
En 1840 falleció el rey de Prusia, Federico Guillermo III;
le sucedió Federico Guillermo IV, quien despertó expectativas entre los
liberales por sus supuestas simpatías progresistas. Los JH confiaban en que el
nuevo monarca aflojaría las riendas del absolutismo; sin embargo, sucedió todo
lo contrario. Federico Guillermo IV persiguió con dureza al liberalismo. Bruno
Bauer, la principal figura de los JH, fue exonerado de la Universidad. La
instrucción sobre la censura, dictada a fines de 1841 y dirigida a reemplazar
al viejo edicto de 1819, fue una de las piezas de la ofensiva contra el
liberalismo.
Para esta época, Karl Marx simpatizaba con los JH y con las
ideas liberales. Flamante Doctor en Filosofía, parecía destinado a una
brillante carrera universitaria. Pero la expulsión de Bruno Bauer modificó
radicalmente su situación, cortándole el camino a la docencia universitaria.
Esto lo llevó a involucrarse más directamente en política; durante buena parte
de 1842 y comienzos de 1843, trabajó como periodista y luego Redactor en Jefe
de la Rheinische Zeitung (Gaceta Renana), periódico de la
burguesía industrial de Renania, la región más próspera de Prusia. La
experiencia periodística convenció a Marx de la incapacidad del liberalismo
para enfrentar al absolutismo; en 1843, habiendo renunciado a su cargo en el
periódico mencionado, comenzó su revisión del hegelianismo y de la historia de
la Revolución Francesa, tarea que lo condujo a un acercamiento al movimiento
obrero y, posteriormente, al socialismo.
Pero en 1842, cuando fueron redactadas las “Observaciones”,
Marx era todavía un hegeliano y un liberal, a pesar de todas las precauciones
que exige esta caracterización.
En las “Observaciones”,
Marx somete a una crítica devastadora el Edicto de reglamentación de la censura
de prensa, dictado por Federico Guillermo IV en el marco de su ofensiva contra
el liberalismo. Es, por tanto, un texto de lucha política y en él se percibe la
franqueza con que Marx, en su etapa liberal, encaraba la lucha contra el
absolutismo. El Edicto venía a reemplazar otro edicto, dictado en 1819, que
contenía una reglamentación más laxa de la censura a la prensa. A lo largo del
artículo, Marx juega con las diferencias entre ambos documentos, para demostrar
que el nuevo rey de Prusia llevaba adelante una política más restrictiva de la
libertad de prensa que la de su predecesor, pues estaba dirigida a penar las
intenciones de los periodistas:
“El escritor cae, pues, bajo el más temible de los terrorismos, bajo la jurisdicción de la sospecha. Leyes de tendencia (…), leyes que no hacen de la acción como tal sino de la intención de quien realiza el acto sus criterios principales no son otra cosa que sanciones positivas a la negación de toda legalidad, a una circunstancia de ilegalidad. (…) Sólo en la medida en que me expreso, sólo en la medida en que entro a la esfera de lo real, entro en la esfera del legislador. Para la ley yo ni siquiera existo, ni siquiera soy su objeto fuera de en mi actuar. Es la única cosa por medio de la cual la ley puede tener una relación conmigo; pues es lo único por lo cual yo reivindico mi derecho a la existencia, el derecho a la realidad, y por medio de lo cual yo caigo bajo la jurisdicción del derecho real. Pero la ley de tendencia castiga no solamente lo que yo hago sino lo que pienso fuera del acto. Es, pues, un insulto al honor del ciudadano, una ley vejatoria contra mi existencia.” (p. 65-66)
La nueva reglamentación juzgaba las intenciones y no sólo
los actos de los periodistas. No condenaba las acciones, sino a las clases de
individuos. Era una manifestación rotunda del absolutismo de la monarquía
prusiana y, a la vez, la prefiguración de la expansión del Estado en el siglo
XX. Marx utiliza el término “terrorismo” para calificar la acción del Estado; a
diferencia de los cuentos de los empleados a sueldo de los gobiernos, Marx
tenía presente que la capacidad de hacer daño del Estado era incomparablemente
superior a la de los individuos u organizaciones. El terrorismo estatal que
critica es tanto más fuerte cuanto que va dirigido contra las intenciones de
grupos de personas; en otros términos, coloca a todo un colectivo en situación
de sospecha. Marx anticipa así la futura conducta de los Estados. Los
genocidios del siglo XX muestran el acierto de haber puesto el acento en este
terrorismo.
La discusión de la censura obliga a Marx a someter a crítica
al Estado. Frente a quienes defienden la concepción de que el Estado es el
representante del interés general, Marx observa que, en la política concreta
como es el caso de la reglamentación de la censura, el Estado se comporta como
el defensor de intereses particulares.
“La ley que incrimina las opiniones no es una ley del Estado para los ciudadanos sino la ley de un partido contra otro. Ella suprime la igualdad de los ciudadanos frente a la ley. No es una ley de unión sino una ley de separación y todas las leyes de separación son reaccionarias. No es una ley sino un privilegio. (…) en una sociedad en la cual un solo órgano se cree el único y exclusivo poseedor del Estado y en la cual un gobierno entra en una contradicción de principio con el pueblo y considera por ello su propia opinión, aunque ésta sea contraria a la naturaleza misma del Estado, como la opinión general y normal, la mala conciencia de la facción inventa leyes tendenciosas, leyes de venganza contra una opinión que sólo se encuentra entre los miembros del gobierno.” (p. 66).
La censura expresa, por tanto, la defensa, por medio del
Estado, de los privilegios de un grupo sobre el resto de la sociedad. La
práctica estatal niega la teoría del Estado como garante del interés general.
“Lo particular aparece ahora respecto a su contenido como lo autorizado y habilitado; lo que es contrario a la naturaleza del Estado aparece como opinión del Estado, como derecho del Estado, como algo particular en cuanto a su forma, que es inaccesible a la luz general y que se lo relega al gabinete del crítico gubernamental.” (p. 67).
Es verdad que Marx sigue pensando que existe una “naturaleza
del Estado” anclada en la defensa de lo general (la sociedad en su conjunto)
frente a lo particular (los intereses egoístas de los grupos sociales), pero el
examen de la práctica estatal lo lleva a indicar, por lo menos, que el Estado
no se comporta como corresponde a su naturaleza. Hay aquí una escisión entre lo
teórico y lo práctico que, a futuro, servirá a Marx para arribar a la tesis del
carácter de clase del Estado.
Uno de los puntos más altos de las “Observaciones” es al
ataque de Marx contra la burocracia prusiana, responsable de la aplicación de
la censura contra la prensa.
Marx se burla de los censores y marca la contradicción
existente entre la desconfianza hacia los ciudadanos y la confianza en la
capacidad de los censores:
“Confiáis tanto en vuestras instituciones estatales que creéis que ellas transformarán al débil mortal, al funcionario, en santo, y harán posible lo imposible. Pero desconfiáis hasta tal punto en vuestro organismo estatal que teméis a la opinión aislada como a un particular, pues vosotros tratáis a la prensa como a un particular. Suponéis que los funcionarios han de proceder en forma completamente no personal, sin encono, sin pasión, sin debilidades humanas. Pero al elemento no personal, las ideas, las suponéis estar cargadas de intrigas personales e infamia subjetiva. La instrucción [la reglamentación de la censura] exige confianza ilimitada en el estamento de los funcionarios y parte de la desconfianza ilimitada en el estamento de los no funcionarios.” (p. 68).
Marx se opone así al fetichismo del Estado, que supone que
éste puede enderezar a la sociedad a partir de su pretendida posición neutral
frente a los egoísmos particulares. Marx ve en la conducta práctica del Estado
un egoísmo más, que carece de las virtudes extraordinarias que le atribuyen sus
defensores.
“Lo que es malo en general sigue siendo malo sea cual sea su portador, sea un crítico privado o uno colocado por el gobierno, sólo que en este último caso la bajeza está autorizada y considerada por los de arriba como una necesidad para realizar el bien por lo bajo.” (p. 68-69).
En un pasaje clásico, satiriza la capacidad de los censores
para ejercer la censura:
“Y si aquellos hombres [los censores] son ya hombres tales como ningún Estado supo encontrar; ya que nunca ha conocido un Estado clases enteras compuestas únicamente de genios universales y de historiadores múltiples, ¡cuánto más geniales han de ser los que han elegido a estos hombres! Qué ciencia secreta tienen que poseer para otorgar un certificado sobre la capacidad intelectual universal a funcionarios que son desconocidos en la república de las ciencias. Mientras más ascendemos en esta burocracia de la inteligencia nos encontramos con cabezas más maravillosas. Un Estado que posee tales columnas para una prensa perfecta, ¿vale la pena y actúa como debe ser al convertir a estos hombres en guardianes de una prensa imperfecta y degradar lo perfecto a ser medio de lo imperfecto? Cada vez que nombráis a uno de estos censores priváis a la prensa de una posibilidad de mejora. Priváis a vuestro ejército de los sanos para hacerlos médicos de los enfermos.” (p. 73).
Si bien la sátira va dirigida contra la burocracia prusiana,
se perfila aquí el rechazo de Marx a cualquier atribución de virtudes
“sobrenaturales” al Estado y a sus funcionarios.
La censura es concebida como manifestación de una forma de
opresión, tanto más grave cuanto que es ejercida por el Estado. Lejos de
resolver los problemas, la censura agrava los mismos, pues cercena las
posibilidades de desarrollo de los seres humanos. Marx expresa aquí, todavía de
un modo muy embrionario, la necesidad de construir una forma de organización
social que garantice efectivamente el desarrollo de las capacidades
multifacéticas de las personas. Lejos de proponer que el Estado organice la
vida de las personas, Marx demuestra los peligros del dominio estatal.
“Admiráis la maravillosa pluriformidad, la inacabable riqueza de la naturaleza. No reclamáis de la rosa que tenga el mismo aroma que la violeta; pero lo más rico, el espíritu, ¿no ha de de poder existir sino en una manera? Tengo sentido del humor, pero la ley ordena escribir seriamente. Soy osado, pero la ley ordena que mi estilo sea modesto. Lúgubre es el único color autorizado de la libertad.La menor gota de rocío en la que brilla y se refleja el sol centellea en un inagotable juego de colores; pero el sol espiritual, a pesar de haberse estrellado, a pesar de haber germinado en quién sabe cuántos individuos, ha de producir uno, ¡sólo el color oficial! La forma esencial del espíritu es alegría, luz, y vosotros hacéis de la sombra su única manifestación adecuada. Sólo de negro ha de vestirse aunque, sin embargo, no exista una flor negra. La esencia del espíritu es la verdad que siempre es ella misma.” (p. 57).
No creo necesario comentar los pasajes anteriores. Sólo cabe
decir que se trata de una de las más profundas defensas de la libertad de opinión
jamás escritas.
A diferencia de muchos supuestos marxistas del siglo XX,
para quienes el socialismo equivalía a uniformidad, Marx formula una defensa
implacable de la universalidad humana, de las potencialidades contenidas en el
ser humano. A despecho del prejuicio en contrario, dicha defensa permanece como
una constante de toda su obra.