22/12/14

Revoluciones agrícolas en la ecología-mundo capitalista [1450-2010]

El capitalismo ha mandado la "comida barata" 
al cubo de la basura de la historia
Jason Moore   |   En 2001, la comida era más barata que en cualquier otro momento de la historia moderna mundial. Esto cambió en 2002, mientras los precios de la comida crecían -lentamente al principio, mucho más rápido después-, éstos alcanzan un máximo en 2008 y de nuevo lo harían en los primeros meses de 2011. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), los precios de la comida son más altos hoy que en 2008. Resumiendo, la «crisis» alimentaria –aún no queda claro de qué tipo de crisis se trata ya que implica mucho más que simplemente hambre– nunca se fue. Los precios de las mercancías alimentarias en abril de 2014 fueron un 134% mayor que en 2002. Algunos alimentos, como los aceites vegetales de los cuales dependen muchos de los pobres del mundo para cocinar, aumentaron un 186% (cálculos de FAO, 2014). El final no se vislumbra. El Capitalismo ha mandado la «comida barata» – uno de sus principios organizativos centrales– al cubo de la basura de la historia.

Se supone que no debería haber ocurrido así. La inflación de los precios de la comida ha sido un fenómeno recurrente de la ecología-mundo capitalista, pero esto no tenía prácticamente nada que ver con el espectro del crecimiento poblacional. Durante 5 siglos antes de 2002, la comida se hacía más y más barata para las clases trabajadoras del mundo, las cuales crecían más y más. Este logro, las contradicciones que surgieron de él, y las barreras a una nueva revolución agrícola hoy en día, fueron los temas principales de: “¿El final del camino?: Revoluciones agrícolas en la ecología-mundo capitalista”.

0. La crisis alimentaria interminable

En 2001, la comida era más barata que en cualquier otro momento de la historia moderna mundial. Esto cambió en 2002, mientras los precios de la comida crecían -lentamente al principio, mucho más rápido después-, éstos alcanzan un máximo en 2008 y de nuevo lo harían en los primeros meses de 2011. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Ali­mentación y la Agricultura (FAO), los precios de la comida son más altos hoy que en 2008. Resu­miendo, la «crisis» alimentaria –aún no queda claro de qué tipo de crisis se trata ya que implica mucho más que simplemente hambre– nunca se fue. Los precios de las mercancías alimentarias en abril de 2014 fueron un 134% mayor que en 2002. Algunos alimentos, como los aceites vegetales de los cuales dependen muchos de los pobres del mundo para cocinar, aumentaron un 186% (cálculos de FAO, 2014). El final no se vislumbra.

El Capitalismo ha mandado la «comida barata» –uno de sus principios organizativos centrales– al cubo de la basura de la historia.

Se supone que no debería haber ocurrido así. La inflación de los precios de la comida ha sido un fenómeno recurrente de la ecología-mundo capitalista, pero esto no tenía prácticamente nada que ver con el espectro del crecimiento poblacional. Durante 5 siglos antes de 2002, la comida se hacía más y más barata para las clases trabajadoras del mundo, las cuales crecían más y más. Este logro, las contradicciones que surgieron de él, y las barreras a una nueva re­volución agrícola hoy en día, fueron los temas principales de: «¿El final del camino?: Revolucio­nes agrícolas en la ecología-mundo capitalista». Yo escribí este ensayo a finales de 2009, como resultado del cuasi-colapso de la economía global de 2008. La comida se hizo más barata durante buena parte del año; el índice de precios de la FAO para 2009 fue un 20% menor que el año antes y un 25% menor para el cereal. Mi tesis en ese momento era que el pico de los precios de la comida de 2006-2008 fue, no sólo una señal-crisis del Capitalismo neoliberal, sino posible­mente una crisis epocal del modelo revoluciona­rio agrícola que había sostenido el Capitalismo desde el «largo» siglo XVI. Los acontecimientos desde 2009 sólo han ratificado mi convicción de que hemos entrado en una nueva era, en la cual el fin de la comida barata y del Capitalismo está apareciendo poco a poco delante nuestra.

¿Hay en el horizonte hoy en día otra revolu­ción agrícola? La respuesta rápida es no.

La contradicción básica es ésta: la agricultu­ra capitalista demanda más y más energía para producir más y más comida con menos y menos fuerza de trabajo. Este modelo ha funcionado por la combinación de avances tecnológicos y organizativos junto con la apropiación de suelo, agua y energía baratos, incluso de trabajo. De esta manera, la «agricultura industrial» aparenta ser «intensiva» pero de hecho es extensiva. Al igual que la industria capitalista, la agricultu­ra capitalista requiere de más y más naturaleza que fluya a través de una hora media de trabajo (tiempo de trabajo socialmente necesario). Por esta razón, la agricultura e industria en la ecolo­gía-mundo capitalista requieren de fronteras de naturaleza sin capitalizar; cada acto de produc­ción de plusvalía requiere un acto aún mayor de apropiación de trabajo/energía de la naturaleza no remunerado, ¡incluido los humanos! Si la na­turaleza sin capitalizar no está disponible, los costos de producción aumentan – como lo están haciendo hoy, y lo han estado haciendo por un tiempo. Esto explica lo crucial de la frontera de las mercancías en la historia del Capitalismo. El final de las comida barata es un resultado prede­cible del fin de las fronteras, porque las fronteras han cumplido dos grandes servicios al capital: reducir los costes de producción e incrementar la productividad laboral.

¿Y qué hay del papel de la tecnología? La «función» crucial de la tecnología en la ecolo­gía-mundo capitalista es apropiarse del trabajo/ energía no remunerada del resto de la naturale­za. La máquina de vapor es el ejemplo clásico, puesta a trabajar en 1712 para sacar el agua de las minas de carbón. La máquina de vapor es una tecnología frontera, diseñada y desarrollada para convertir el carbón de una roca en la tierra en un combustible fósil. El origen de la máquina de vapor tiene todo que ver con el ansia del ca­pitalismo para apropiarse del trabajo/energía no remunerado que ofrece el carbón, el producto de millones de años de trabajo del sistema- Tierra, y su transformación en capital. Marx habla del proceso de trabajo capitalista como uno que convierte «sangre en capital». ¿No es esto lo mismo para el carbón, para los bosques, para el suelo y agua de un cultivo? Pero como Marx nos recuerda en su discusión sobre la jornada laboral, no es sólo el suelo, sino también la naturaleza humana, la que es «robada» por el proceso normal de acumulación de capital. El agotamiento de los suelos y de los trabajadores es inmanente a la acumulación de capital, y por tanto la acumulación de capital –y a su sistema tecnológico– pueden sólo sobrevivir a través de la apropiación de nuevas fronteras de naturale­za sin capitalizar. Las últimas fronteras ahora son más pequeñas que nunca, mientras que la necesidad del capital de naturalezas baratas es mayor que nunca. Es cierto que algunas fronteras permanecen. Hay zonas de naturaleza sin capi­talizar en el mundo –para cultivar soja en Mato Grosso (Brasil) o para el cultivo de aceite de palma en Borneo– pero son muy pequeñas para recuperar la producción de comida barata.

Podemos ver esto claramente en que no aparece una nueva revolución agrícola. El dinamismo tecnológico del capitalismo ha fracasado en conseguir un «gran salto atrás» en la productividad agrícola. Desde mediados de los años 80 ha habido un «estancamiento en la pro­ducción» de la agricultura mundial –una des­aceleración del crecimiento– que no puede ser superada dentro del modelo agrícola capitalista. La biotecnología agrícola ha procurado extender ese modelo. Evidentemente ha fracasado. En el mejor de los casos, la agro-biotecnología ha provisto a los agricultores de ganancias breves, que desaparecen rápidamente – sólo acarreán­doles cada vez mayores deudas y forzándoles a usar herbicidas y pesticidas. Con la ausencia de nuevas fronteras no hay salida al aumento de los costos de producción y el declive del crecimien­to en la productividad. Una muy alta productivi­dad agrícola debe ser posible, aún así, con unas prácticas agrícolas alternativas basadas en la agroecología, permacultura y otras agronomías no capitalistas. El espectacular, pero episódico, éxito del Sistema de Cultivo Intensivo de Arroz –el cual consiguió un récord recientemente (abril de 2014) con 22.4 toneladas de arroz por hectárea– es extremadamente sugerente como camino alternativo.

Este tipo de camino alternativo conduce, necesariamente, fuera del capitalismo y hacia una ecología-mundo socialista. Esta alternati­va sólo se puede realizar a través de la lucha de clases que redefine qué es valioso –y qué no– en la civilización que deseamos construir. ¿A qué se parecería una valoración socialista de los humanos y del resto de la naturaleza? Esta pregunta sólo podría responderse, por supuesto, a través de la actividad práctica y de la teoriza­ción reflexiva. Pero se puede ofrecer respuestas provisionales, en la manera en que Marx llama un hilo conductor. Desde mi punto de vista, los elementos de una ecología-mundo socialis­ta están en nuestro alrededor. Y aunque esos elementos se limitan a la comida, las políticas alimentarias hoy ofrecen algunos de los más esperanzadores vistazos al futuro que muchos deseamos ver.
 


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