► Prólogo
al libro 'Marxismo: Aquí y Ahora' de Carlos Pérez Soto
Ángelo Narváez &
Roberto Vargas | La provocación de un título como Marxismo: Aquí y Ahora exige la
aclaración de ciertas perspectivas sobre el sentido del marxismo en
Chile. Primero, que el marxismo no ha sido una fuente
epistemológica homogénea que se haya adecuado como una matriz única a distintas
formas analíticas. Cuestión expresada en las diferentes lecturas y fuentes de
las cuales se nutren, por ejemplo, la llamada historiografía marxista clásica
chilena, la teoría de la dependencia de los años ’60 y ’70, la “Nueva Historia
Social”, y las diversas variaciones críticas provenientes desde varios puntos
de las ciencias sociales.
Pero esto no es una situación puramente nacional, si no que
fue y es una realidad experimentada, a lo largo del siglo XX y comienzos del
siglo XXI, sobre todo a nivel internacional. Dentro de los marcos de la extensa
multiplicación de perspectivas marxistas, han sido perfectamente defendibles
lecturas marxistas radicalmente opuestas entre sí.
Así, fue posible sostener y
argumentar tanto un marxismo revisionista cristalizado en las experiencias
socialdemócrata alemana de comienzos del siglo XX , como la defensa de
perspectivas marxistas-leninistas fundamentadas en las disputas reales por el
poder institucional entre mencheviques y bolcheviques en la Rusia
pre-soviética. A pesar de todas las diferencias tácticas, estratégicas, lógicas
y conceptuales, es posible decir que por un periodo de tiempo determinado –haya
sido éste de 10 o 70 años, respectivamente– una forma particular del marxismo operó en
la realidad. El desastre político de la socialdemocracia alemana y la debacle
del proyecto soviético deben ser juzgados, en retrospectiva, mediante
aproximaciones diferentes. Homologar la situación alemana de comienzos del
siglo XX a la situación histórica en Rusia no sólo carece de asidero teórico,
sino que más importante aún, carece de toda perspicacia política.
Otro problema que se desprende de esta multiplicación de
perspectivas, es la posibilidad de un marxismo puramente “teórico”. Reflexiones
marxistas que carezcan de la pretensión de vincularse con la realidad política
de los movimientos populares no debe generar extrañeza, pues su misma historia
las ha ofrecido. Por ello, en 1976, el célebre historiador británico Perry
Anderson explicaba esta ruptura del vínculo entre teoría y práctica gestada con
gran fuerza en la tercera generación de marxistas, como consecuencia de las
derrotas políticas del proletariado en el siglo XX . Según él, tanto las
contribuciones marxistas enfocadas en el psicoanálisis, la lingüística y el
estructuralismo, entre otras tendencias de esta generación, tuvieron como
característica común, una prioridad en los problemas estéticos, culturales y
filosóficos, por sobre los problemas económicos y político-estratégicos
revolucionarios, como había sido la constante en la primera y segunda
generación de marxistas.
Esto nos lleva a una segunda consideración sobre el
marxismo, que más allá de los debates y críticas entre los marxismos,
ha sido la misma realidad quien ha puesto en jaque la eficacia de las premisas
teóricas restrictas y de las praxis políticas erigidas desde ellas sobre las
organizaciones marxistas. Reiteramos que, en un sentido estricto, es
perfectamente posible defender la coherencia analítica de diversas posiciones
conceptuales del marxismo; pero, en un sentido radical, esta misma coherencia
es puesta en tela de juicio por la cotidianeidad de una realidad en disputa.
La idea de un marxismo único, ortodoxo y monolítico choca
directamente con la necesidad de las organizaciones políticas que buscan
“cambiar el estado de cosas”. El mismo Mariátegui, cuando pensaba el socialismo
peruano como “ni calco ni copia, sino creación heroica”, haciendo herejía respecto
del “marxismo oficial”, construye un método que surge a partir de la realidad (peruana),
y no un cuerpo de principios con valor universal para cualquier clima
histórico y latitud social. Así, el “Amauta” desarrolla una matriz de análisis
que pone en cuestión la filosofía del marxismo vulgar y su método en un
contexto donde el marxismo soviético era predominante en la dimensión política
e ideológica.
Sin embargo esta heterodoxia, propia de Mariátegui, a
nuestro modo de ver, tiene posibles antecedentes; todos ellos en sus propios
contextos. Lenin, por ejemplo, haciendo uso de las categorías y principios del
marxismo -en disputa con la influencia del determinismo economicista y el
evolucionismo darwinista- supo elaborar una política concordante con la
voluntad popular, con el horizonte de una revolución socialista en Rusia,
problematizando la funciones del Estado, el imperialismo, la
revolución, las tácticas de la socialdemocracia, las tareas del partido y su
carácter; el papel del proletariado y las alianzas con el campesinado y, por
supuesto, los límites de la burguesía liberal bajo un mismo método: un análisis
concreto de la situación histórica particular rusa. Más allá de si
efectivamente fue a través de la lectura de la Lógica de Hegel que
Lenin rompe con la teoría abstracta y naturalista de Plejánov, permitiéndose
elaborar las polémicas Tesis de abril, lo importante es rescatar el gesto o
la astucia de Lenin al ver la necesidad de avanzar de una revolución
democrático burguesa a una revolución socialista en el contexto de la I Guerra
Mundial, la reciente Revolución de Febrero, el descenso del zarismo y la
masificación de los soviets en Rusia. Lo que constituye las diferencias reales
de las reflexiones y prácticas políticas de Mariátegui y Lenin es, en
perspectiva, una contextualización radical de lo que las situaciones históricas
exigían en heterogeneidad.
De tal modo, en tercer lugar, las perspectivas marxistas, en
su amplia generalidad, se han desarrollado entre las críticas al modo de
producción capitalista y sus formas de reproducción social; esta perspectiva
general, sin embargo, no ha evitado la multiplicación de disputas por la
coherencia antes que por la convergencia. Por su propia efectividad e
inefectividad, e l marxismo –en este caso, como una etérea generalidad– ha
tenido el curioso destino de tener que habérselas con dominantes, explotadores,
explotados y subalternos por igual. En este sentido, más allá del carácter
formal de un título particular, el concepto de marxismo y movimiento popular es
una provocación. Epistemológicamente no se trata de un posible concepto de
marxismo y lenguaje, marxismo y estética, marxismo y género, marxismo y
ciencia, etc.; a la vez que, políticamente, no se trata de un posible marxismo
y vanguardia, marxismo y democracia, etc. Siendo todas estas posibilidades para
pensar y realizar el marxismo, la provocación de Pérez estriba en una
demarcación epistemológica y en el desarrollo de una perspectiva política
específica: el marxismo y los movimientos populares.
El marxismo desarrollado en Chile, por ejemplo, por Julio
César Jobet, Hernán Ramírez Necochea o Marcelo Segall –ya entre ellos disímil
en los ‘60– sólo en detalles podría corresponderse con lo que Luis Vitale,
Jorge Barría y Humberto Valenzuela entendieron por marxismo en los años ’70. No
sólo por disputas discursivas, sino por una diferencia real en el sentido que
unos y otros otorgaban a las condiciones y proyecciones de la organización
popular en décadas del todo diferentes.
En los años ’60 y ’70 proliferaron perspectivas que
convergieron en virtud del contexto de organización popular que, por dentro o
fuera del poder institucional, llevaba las riendas de las discusiones políticas
nacionales y, por algunos años, también continentales. La confianza que en
ciertos momentos generó la Unidad Popular en los múltiples marxismos
latinoamericanos permitió la congregación de intelectuales como Theotônio dos
Santos, Rui Mauro Marini y Vania Bambirra; André Gunder Frank, Aníbal Quijano,
Luis Lumbreras y un extenso etcétera. Estos, cercanos al MIR; otros, cercanos
al MAPU, como Manuel Antonio Garretón, Jacques Chonchol, Ariel Dorfman, Tomás
Moulian y Manuel Riesco, dispusieron sus estrategias políticas y contribuciones
intelectuales como estrictamente “marxistas”, e incluso “leninistas”. No siendo
este el espacio para poner de relieve las profundas diferencias entre una
diversidad de nombres al paso mencionados, resulta del todo relevante la
constancia del marxismo como horizonte o epíteto de reconocimiento. La
coexistencia de sentidos divergentes del marxismo y la organización
popular como las del MIR y el MAPU, evidencian la posibilidad de conflicto
entre las perspectivas particulares del mismo marxismo y la organización
popular.
Incluso, volviendo sólo a las experiencias marxistas
chilenas en una disciplina analítica como la historiografía, y considerando las
pugnas explícitas dentro de sus marcos, sería difícil asumir una afirmación
unívoca y que dispusiese sobre las diversas manifestaciones marxistas una
reducción de sus contribuciones a la reapropiación del sentido histórico de la
organización popular y los vínculos inherentes que por años se mantuvieron
entre intelectuales y organizaciones. En un sentido contemporáneo, quizá cabría
preguntarse: ¿qué sentidos operan como mínimo común denominador entre
los desarrollos marxistas de Gabriel Salazar y Julio Pinto frente a posturas
entre sí divergentes como las de Luis Corvalán Márquez, Igor Goicovic, Osvaldo
Fernández, Jaime Massardo o Sergio Grez? Quizás, como posibilidad, sólo la
porfía de constituir un horizonte marxista, y en su diferencia una comprensión
divergente del carácter del sujeto popular.
Teniendo en cuenta las consideraciones realizadas
anteriormente, queremos sostener que no ha sido el marxismo quien ha
dispuesto la relación entre interpretación y horizonte de transformación de la
realidad; sino, muy por el contrario, han sido los movimientos populares y el
movimiento de la realidad los que han exigido al marxismo una producción
constante acorde al tiempo histórico. Es decir que, en y producto de
los contextos sociopolíticos, económicos, geográficos y culturales, es
necesaria la proliferación de la producción marxista ¿De allí lo relevante de
la propuesta argumentativa de Pérez?
Ahora bien, no se trata de una posible convergencia de
diversos marcos epistemológicos marxistas en virtud de una convivencia ideal,
sino de comprender la diferencia real desde el horizonte de la
convergencia programática de la diferencia. Asumir la existencia de diversas
perspectivas desde un horizonte convergente exige la necesidad de defender un
marxismo que, hoy, bien podríamos llamar heterodoxo. No por capricho
intelectualista, sino por necesidades organizacionales. Es esta perspectiva la
defendida por Carlos Pérez en Marxismo: Aquí y Ahora: “[…] El asunto es el
siguiente: los intelectuales no dirigen nada, no deben hacerlo. Es el
movimiento popular, por sí mismo, el que encuentra dirigentes, a veces de
perfil intelectual, el que se da discursos, más o menos estructurados, el que
pone palabras determinadas a su acción. Los intelectuales proponen, es el
movimiento popular el que dispone [...] es la práctica, que siempre es una
lucha, la que establece el rango de verdad efectiva de lo que se ha
pensado, más allá de las vanidades y de las coherencias. Si se me permite la
ironía: la realidad no se equivoca, los intelectuales sí”. Es en este sentido
que creemos ineludible referirnos a una necesidad de convergencia que enfatice
en la proyección de las organizaciones populares.
Las luchas sociales y políticas de los movimientos populares
han exigido de los marxistas –en diversos grados de radicalización– un trabajo
de conceptualización de los procesos históricos particulares; tal
como afirma Carlos Pérez constantemente, no son los intelectuales –tampoco los
académicos– quienes guían los procesos revolucionarios, sino que más bien se
les atribuye la tarea de clarificar un cierto sentido de las condiciones de la
conflictividad. Por ejemplo, en la práctica, no se trató de una pura disputa
por coherencia intelectual la llevada a cabo entre desarrollistas y
dependentistas en medio de las posibilidades de realización de un proyecto en perspectiva
revolucionaria; sino que, y en sentido estricto, estaba en juego el sentido de
la realidad económica latinoamericana. Del mismo modo, ciertas nociones de
análisis de la productividad nacional desarrolladas, en el marco de la
complejidad del capitalismo mundial, por Orlando Caputo y Rafael Agacino,
carecerían de toda perspectiva crítica si pretendiesen fundamentarse desde la
coherencia interna de las conceptualizaciones proclamadas desde espacios
desprovistos de vinculación con la organización popular.
Los intelectuales contribuyen, en los mejores casos, a
clarificar posibles perspectivas sobre el sentido de la realidad. Pero, la
necesidad de convergencia estriba en no confundir lo que los intelectuales
pretenden aportar a la organización popular con lo que la organización popular
busca de los análisis desarrollados dentro de contextos diferentes de la
producción conceptual. Desde nuestra óptica, el ritmo de la realidad dispone
los alcances de un marxismo diferenciado temporal y espacialmente. Ya Gramsci
había puesto de relieve la necesidad de avanzar desde la perspectiva de un
marxismo que no tomara al pie de la letra la palabra de Marx como un
canon inequívoco, sino tomarlo al pie de las organizaciones como una
contribución a la comprensión de las constantes complejizaciones y variaciones
que sufren las sociedades capitalistas, atravesadas por permanentes crisis
estructurales que, dependiendo la posición específica de los territorios desde
los cuales emerge la necesidad de la organización popular, determinan las
formas de las estrategias políticas, culturales y económicas. La intención
política de Gramsci, en este punto , no era superara Marx del modo en que
Marx planteó la superación de Smith por Ricardo, sino de superar la
discusión bizantina en torno a la especificidad escrita por Marx. Lo que
Gramsci logró captar en los años ’20, fue la necesidad de trascender la
discusión inoperante entre ortodoxos y revisionistas, o entre visiones
unilaterales del poder y la organización. Esto, no tomándole el pulso
necesariamente a las discusiones epistemológicas de los marxismos europeos,
sino tomándole el pulso a las exigencias políticas en un contexto de crisis
económica y de ampliación de las luchas revolucionarias tanto en Europa central
como occidental, aunque no lograran emular la experiencia bolchevique. Por los
mismos años en nuestro continente, trabajo similar desarrollaron José Carlos
Mariátegui y Luis Emilio Recabarren; años después, fue atribución de algunos
marxismos latinoamericanos, hoy parece ser tarea fundamental reconocer la
conjunción de diversas perspectivas como una estrategia de unidad de los
marxismos, al menos, dentro de la necesaria unidad de las izquierdas, en un
sentido estrictamente político. Hoy, quizás más que antes, aparece como necesaria
la defensa de un marxismo heterodoxo.
Años atrás, en el famoso libro Para una crítica del
poder burocrático, Carlos Pérez prefiere el uso del adjetivo ortodoxo al
heterodoxo para defender el “valor simbólico que ha significado el horizonte
marxista” y, a la vez, criticar “la heterodoxia derivada de la tradición
estructuralista”. Por nuestra parte, consideramos que la idea de un marxismo heterodoxo no
sólo expresa una constatación de hechos -que efectivamente existen diversas
formas de marxismo- sino que también la voluntad de la crítica permanente, la
sensatez de ponerlo incondicionalmente a prueba, sumergir al marxismo a toda
crítica, pues no se trata de asumir el dogma, de continuar la escolástica. Tal
como sostuviera Perry Anderson, al materialismo histórico lo distinguía su
capacidad simultánea de crítica (para llegar a una sociedad sin clases) y
autocrítica, que de manera inagotable busca construir su propia historia y dar
cuenta de sus propias condiciones de existencia. Por esto, se trata -siguiendo
al mismo Pérez- de no “[…] ser el único marxismo, o el marxismo correcto […] Lo
relevante es defender un marxismo posible. Una iniciativa teórica y política
que dice de sí misma, clara y consistentemente, que es marxista, para
especificar luego en qué sentidos y con qué derechos sostiene esta pretensión”.
Por tanto, reiteramos que lo distintivo de los marxismos es que en su interior
encontraremos el debate y el compromiso permanente no sólo por conocer a
cabalidad la realidad social sino también por transformarla.
En este marco, Carlos Pérez realiza un gesto político al
abordar un sinnúmero de temáticas desde una voluntad comunista o un
marxismo argumentativo (como suele llamar en sus clases), para discutir de
manera clara y distinta tanto con destacados intelectuales nacionales como con
ciertas vacas sagradas que la academia ha instituido. Encontrando una matriz
epistemológica en Hegel, el profesor Carlos Pérez elabora una crítica a la
noción de ciencia tradicional tanto del marxismo como de las ciencias sociales
en general, poniéndolo en la vereda del frente de una numerosa tradición
marxista antihegeliana. Considerando el largo debate que abrió el concepto de
enajenación de los Manuscritos económicos filosóficos del ’44 y su
relación con “El fetiche de la mercancía y su secreto” en El capital, construye
una teoría de la enajenación a partir de la noción de objetivación, que a la
vez le exige pensar al marxismo como un “historicismo absoluto” o un “humanismo
radical”, que entre otras cuestiones, coloca en un punto central la idea de la
lucha de clases.
Sin evadir la discusión sobre qué tipo de sociedad queremos
“los marxistas”, la propuesta de Pérez se caracteriza por plantear la idea de
comunismo lejos de un horizonte utópico o como un ideal irrealizable. Su
marxismo se caracteriza por la idea de comunismo como una voluntad, pero no por
aquella indeterminada, sino por una voluntad comunista, es decir, la voluntad
de una sociedad donde no exista lucha de clases y quede completamente superada
la división social del trabajo, una sociedad donde no haya instituciones
subsumidas por un estado de derecho que tiende generalizadamente hacia la
burguesía.
Por supuesto que Carlos Pérez no es el único que ha
intentado reanimar activamente la discusión nacional desde un ángulo marxista
en Chile. Pero sí algo debemos destacar del autor de este libro, es la riqueza
de sus proposiciones y su capacidad para generar interpretaciones marxistas que
comprendan la realidad actual, construyendo no sólo explicaciones
anticapitalistas sino también argumentos marxistas antiburocráticos,
especialmente para los países altamente tecnologizados.
Ahora bien, por otro lado, no deja de ser polémico, sobre
todo cuando cuestiona el marxismo del siglo XX y sugiere la hoy día popular
“vuelta a Marx”. Y esto porque la llamada “vuelta a Marx”, que por cierto no es
un fenómeno exclusivamente nuevo ni unívoco, en ciertos casos supone una amenaza:
academicismo y despolitización de Marx. Sin embargo, sería completamente
injusto negar el aporte de otros autores como Michael Heinrich o del mismo
Enrique Dussel, para leer a Marx lejos de una filosofía de la historia y de un
determinismo economicista. En Carlos Pérez el “volver a Marx” funciona más como
criterio metodológico que exegético. Más que volver a la “palabra de Marx” se
trata de examinar la realidad contemporánea, basándose en la crítica profunda y
radical de la economía capitalista que hace Marx, que sigue siendo un poderoso
argumento, un “verdadero misil” contra el pensamiento neoclásico y los
sicofantes del capital. Ahora bien, como vemos , sin evadir la teoría del valor
(y el debate en torno a su utilidad), Carlos Pérez plantea un marxismo centrado
en la idea de lucha de clases y en la necesidad de avanzar hacia un gobierno de
los trabajadores, ya que para él, “[…] el marxismo es más bien una voluntad que
una teoría. Es una voluntad revolucionaria que se da a sí misma una teoría para
poder ver la realidad, no para constituirse como tal.”
En este sentido, teniendo como horizonte un marxismo
posible, la conceptualización de los movimientos populares en esta perspectiva
es una provocación suficientemente política frente a la academización restricta
del sentido de lacrítica. Más allá de la convergencia o divergencia conceptual
con el desarrollo teórico de Pérez, el horizonte que ha instalado es claro y no
presto a equívocos: el marxismo como contribución a las luchas políticas y
sociales de los movimientos populares -y por supuesto, este libro no es una
excepción-. El diverso entramado que anuda esta propuesta, es que Pérez y las
páginas que siguen nos invita a seguir reflexionando sobre lo que constituye al
marxismo y sus ideas derivadas desde nuestra realidad nacional, abordando la
caracterización del modelo neoliberal chileno, la relación entre derecho y
violencia, la mercantilización de la medicina, más una serie de columnas en el
contexto de los 40 años de golpe de estado en Chile. Sin duda, este nuevo libro
de Carlos Pérez es un impostergable para pensar la caracterización del Chile
contemporáneo y los desafíos para los que queremos transformar nuestra realidad
nacional.
[1] La
intención de publicar este libro surgió mediante el trabajo conjunto de
diversas organizaciones (entre las que se encuentran: Aúna Medios, Mancomunal
de Pensamiento Crítico, Movimiento por la Unidad Docente, Taller de Historia
Política, Universidad Popular de Valparaíso, Unión Nacional Estudiantil) que,
desde la región de Valparaíso, promovieron un proyecto editorial en el
transcurso del 2012, registrando un primer avance con la publicación del libro
de Atilio A. Boron Aristóteles en Macondo. Notas sobre democracia, poder y
revolución en América Latina. Siguiendo este esfuerzo, la presente edición
del nuevo libro de Carlos Pérez Marxismo: Aquí y Ahora es continuado
por la Fundación Crea y Editorial Triangulo, organizaciones que desde
diferentes prismas y perspectivas pretenden contribuir de un modo permanente a
la crítica marxista de la sociedad chilena y latinoamericana del siglo XXI.
[2] Investigadores
Fundación CREA/ Núcleo de Investigación Espacio y Capital (Geografía,
UAH)