18/12/14

Notas sobre las ‘Formaciones económicas precapitalistas’ de Karl Marx

Introducción a la edición del libro Formaciones económicas precapitalistas, también conocido como Formas de propiedad precapitalistas o ‘Formen’

David García Colín Carrillo   |   La publicación por nuestros camaradas bolivianos de Formaciones económicas precapitalistas constituye un valioso esfuerzo para difundir la verdadera profundidad de la teoría marxista de la historia y, específicamente, para dotar de herramientas que permitan a los estudiosos de los pueblos originarios de América comprender mejor nuestro pasado; sobre todo a las nuevas generaciones de luchadores por la independencia económica y política de nuestros pueblos, es decir a los luchadores por el socialismo, dotarlos de la mejor arma teórica por nuestra emancipación: el arma del marxismo revolucionario. Formas de propiedad precapitalistas es un texto póstumo de Marx que forma parte de sus escritos preparatorios para su Contribución a la crítica de la economía política (publicada en 1859), es en este último texto donde Marx expone en su forma más acabada su teoría materialista de la historia estableciendo que:
En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forman la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la estructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina sus ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella[1].
Si bien aquí encontramos en su forma más cristalina la esencia de la teoría histórica marxista, es en Formas de propiedad precapitalistas, entre otros textos de Marx tales como en sus estudios sobre la India (“La dominación británica en la India”), donde encontramos elementos de suma relevancia para comprender en toda su cabalidad la complejidad de la visión histórica de Marx, especialmente en lo que se refiere a modos de producción precapitalistas que desafían la visión lineal con la que no pocas veces se ha simplificado o caricaturizado al pensamiento de Marx. Es en estos textos donde podemos encontrar su esbozo de un modo de producción distinto y peculiar tanto al esclavismo como al feudalismo, un esbozo que demuestra que Marx no era un pensador que se encasillaba en esquemas preestablecidos.

Si bien estamos ante un borrador, se trata de un borrador hecho por un genio; si bien el lenguaje puede ser oscuro, pesado y, en ocasiones, reiterativo, estos escritos muestran al laboratorio de ideas de Marx en acción, su pensamiento genial escudriñando recovecos de la historia y alumbrando diferentes formas de producción, formas de propiedad; no cabe duda que muchos de los productos de este laboratorio, que nos siguen sorprendiendo por su frescura y riqueza, son hipótesis geniales que puede arrojar luz a aspectos enigmáticos de la historia.

Mientras que la visión simplista de la teoría de Marx señala que el proceso de desarrollo histórico pasa por etapas predeterminadas que van del comunismo primitivo, directamente al esclavismo, luego al feudalismo para llegar al capitalismo; Marx analiza en este texto formas de propiedad y modos de producción que se salen de estos marcos estrechos, así el Modo de Producción Asiático constituye una guía para explicar la mayor parte de civilizaciones antiguas: la mesopotámica, la egipcia, la india, la china, la mesoamericana y la Inca (junto con su antecesor Wari). Las primeras civilizaciones no fueron esclavistas ni feudales sino tributarias, escapan al esquema clásico con el que se ha querido explicar la historia desde un punto de vista lineal y mecánico. Si bien Marx no desarrolla el estudio de este modo de producción, y Engels no lo retoma en su libro El origen de la familia la propiedad privada y el Estado – ello se debe, creemos, a que Engels estaba interesado en estudiar la línea histórica que lleva al capitalismo- sus estudios sobre el modo de producción asiático son de suma relevancia para comprender a las primeras civilizaciones y, especialmente, a las culturas mesoamericanas, por ello enfocaremos nuestra atención, sobre todo, a este modo de producción.

En “Formas de propiedad precapitalista” Marx realiza un análisis de las formas de propiedad que antecedieron al capitalismo para, por una parte, establecer los aspectos comunes de estas formas como, por otra, lo que tiene de específica la relación trabajo asalariado-capital.  Las formas de propiedad precapitalistas tienen en común una cierta unidad del productor con sus medios de trabajo, especialmente la unidad entre el trabajador y la tierra como objeto y medio de trabajo primigenio. Esta unidad del trabajador con la tierra –como extensión de su propia objetividad- va disolviéndose gradualmente con el desarrollo del comercio y con la división de la agricultura y la manufactura, es decir, con la división social del trabajo. Marx insiste redundantemente en este aspecto de las formas de propiedad precapitalista.  La primera forma de propiedad es la propiedad colectiva de la tribu: “(…) como podemos suponer que el pastoreo, y en general, en nomadismo, fue la primera forma de modo de existencia, no que la tribu se asentaba en una determinada residencia, sino que pastaba aquello que se encontraba (a menos que sea en un medio natural especialmente fértil (…) la comunidad tribal, la comunidad natural, no aparece como resultado, sino como premisa de la apropiación (temporal) y del disfrute comunes de la tierra.[2]”

La primera forma de propiedad

La propiedad común de la tierra fue la base de la producción humana durante la mayor parte de la historia de la humanidad, es decir, desde la aparición del género homo -hace unos 150 mil o 200 mil años- hasta hace unos 5 mil años, en donde los grupos humanos subsistían de la caza y la recolección. Aunque Marx no conocía todo lo que ahora sabemos sobre el modo de vida de los pueblos cazadores recolectores llama la atención la genial hipótesis de Marx, dada como de pasada, acerca del sedentarismo prehistórico; efectivamente, ahora sabemos que existen pueblos cazadores recolectores que, sin haber abandonado su modo de subsistencia, han podido ser sedentarios en función de nichos ecológicos especialmente benévolos (por ejemplo los Kwakiult de la isla de Vancouver o los natufienses prehistóricos de Oriente Medio). Igualmente geniales resultan las observaciones que hace Marx acerca del origen del lenguaje: “El lenguaje como producto de un individuo es un absurdo. Pero no lo es menos [la] propiedad. El lenguaje mismo es producto de una comunidad, al igual que en otro aspecto es, incluso, la existencia misma de la comunidad, la existencia de ésta en su propio lenguaje.[3]” El texto está salpicado de estas observaciones geniales y profundas.

Propiedad de la tierra por mediación de la comunidad

Aún con el descubrimiento de la agricultura y la ganadería la tierra, en general, sigue siendo, como dice Marx: “(…) el gran laboratorio, el arsenal que suministra tanto el medio, como el material de trabajo y la residencia, la base de la comunidad.[4]”  En estas sociedades la propiedad común de la tierra no se contradice con la posesión individual de los medios de consumo –propiedad individual en la que algunos antropólogos han querido refutar la existencia del comunismo primitivo- “[…] la propiedad de la tierra aparece como propiedad común, en la que el individuo es solamente poseedor y no existe propiedad privada sobre la tierra […][5]”. La propiedad existe como propiedad común.

Con el desarrollo de la agricultura y la ganadería, con el impulso de la guerra como medio para extender los cotos de caza, recolección, labranza o pastoreo; con el desarrollo de un cierto comercio,  la tribu va diferenciándose socialmente, va diluyéndose; aparece entonces la propiedad privada de la tierra o, por lo menos, la sesión temporal para el trabajo y usufructo de la tierra a unidades familiares. Tal fue el caso de las tribus bárbaras germánicas que trabajaban la tierra en unidades familiares más o menos dispersas manteniéndose la unidad tribal para efectos de guerra y defensa, las tribus ya están internamente diferenciadas en jerarquías pero aún no existe el Estado.  En este tipo de sociedades tribales –en donde la explotación de la tierra ha sido cedida a unidades familiares- “la propiedad comunal sólo [se da] como complemento de la propiedad individual, pero ésta, como la base y la comunidad en general, no tiene existencia de por sí fuera de la reunión de los miembros de la comuna y de su agrupación para fines comunes […][6]”.

Las jefaturas contienen los gérmenes de la civilización: cuando el jefe ha acumulado los medios materiales para exigir y hacer cumplir los tributos, cuando el jefe se acompaña de una corte palaciega y las comunidades tributarias no pueden huir (porque el reino está ecológicamente circunscrito o porque su modo de vida ya depende de sistemas de regadío que hace más ventajoso someterse que regresar a una producción independiente, etc.), cuando el Jefe y su corte puede justificar sus estatus mediante la organización de obras estatales – la mayor de la veces de irrigación- surge el Estado. El pueblo Bunyoro es un ejemplo de tribu a punto de convertirse en reino tributario. Como hemos señalado, las primeras civilizaciones eran de tipo tributario (o despotismo asiático como las llamaba Marx).

La importancia del despotismo asiático para comprender las culturas precolombinas.

En el modo de producción tributario (o “despotismo asiático”) el Estado, como un todo, se erige como gran terrateniente expoliando a las comunidades aldeanas por medio del tributo en trabajo o en especie. En estas sociedades la propiedad privada de la tierra, en sentido general, no existe o no es la forma dominante de propiedad. Las comunidades aldeanas siguen conservando la propiedad colectiva de la tierra pero éstas son explotadas por el Estado y una casta privilegiada –el estado como gran terrateniente- cuya existencia se justifica porque se encarga de organizar a las dispersas comunidades en la realización de obras públicas tales como canales de riego, centros ceremoniales, etc. En las sociedades tributarias el comercio era, fundamentalmente, monopolio estatal, estaba poco desarrollado y la riqueza era acaparada por la burocracia estatal mientras que, por otra parte, las comunidades seguían viviendo bajo relaciones clánicas o tribales casi idénticas al comunismo primitivo. Hasta aquí la propiedad individual de la tierra, cuando ésta existe, se da por mediación de la colectividad y en virtud de la colectividad, ya sea ésta representada por la tribu o el Estado.

El régimen  de jerarquías sociales puede  adquirir contornos extremos –sobre todo ahí donde existe un lento desarrollo de fuerzas productivas y un exiguo comercio como fue el caso del feudalismo-, es sabido que entre los aztecas la enseñanza estaba dividida por castas, los hijos de los nobles iban al Calmecac donde se les enseñaba para ser miembros de la élite (gobernantes, sacerdotes, astrónomos) y el Tepochcalli donde estudiaba los macehualtzin o pueblo raso; incluso existían altepetl (pueblos, etnias) que se especializaban en la manufactura de artículos de lujo para la nobleza. Dice Marx que “Las tribus por linajes preceden en el tiempo y son desplazadas en casi todas partes por éstas. Su forma más extrema y rigurosa es la institución de las castas, en que cada una se haya separada de la otra, sin derecho mutuo de matrimonio y completamente distintas en cuanto a la dignidad; cada una de ellas con una profesión exclusiva e inmutable.[7]

Hasta qué punto la estructura social del imperio azteca se ajusta a este modo de producción lo sugiere el códice Mendoza que enlista no menos de 371 pueblos que tributaban al Tlatoani Moctezuma. Los estudios posteriores sugieren la existencia de más de 400 pueblos tributarios. Dice Roger Bartra que el códice constituye una “verdadera radiografía de la economía azteca[8]”.  La lista de productos tributados incluyen artículos suntuarios (penachos, artículos de oro, cobre y jade), vestimentas para los guerreros y la realeza; herramientas, plumas, pieles, cerámica, cestas y vasijas; la mayor parte del tributo lo constituían grandes cosechas de maíz, frijoles, chía y huauhtli, traídos de todos los confines del imperio. Otra parte importante del tributo lo era la fuerza de trabajo necesaria para la construcción, ampliación y remodelación de los templos y obras públicas. En general la propiedad de la tierra pertenecía a las comunidades por medio del calpulli aunque con los aztecas ya encontramos hasta cierto punto la existencia de la propiedad privada de la tierra en cierta parte de la nobleza. Para el aseguramiento del flujo de todo este plustrabajo desde las aldeas hasta la cúspide de la pirámide social se requería toda una estructura burocrática adicta al soberano y un ejército que mantuviera sometidas a las comunidades. Las guerras aseguraban el tributo, las imponentes obras públicas fungían como medios de legitimación de la casta dominante y formas de propaganda política, mientras que el sacrificio constituía un medio de control y sometimiento social.

Los antecedentes del imperio Incaico, así mismo, parecen confirmar la hipótesis tirbutaria. Para satisfacer las necesidades de irrigación de una población en crecimiento, alrededor del año 200 a.C., se desarrolló un complejo sistema de regadío que tendió a la formación de una serie de Estados o protoestados –quizá el equivalente Olmeca de las culturas sudamericanas- más o menos independientes y con cierta unidad cultural (cultura Chavín); dos de estos Estados o protoestados fueron la cultura Moche y la Nazca.  Luego de la decadencia de estas culturas, el dominio de las etnias cuzqueñas frente a la confederación Chanca en el año de 1438 dio como resultado el surgimiento del imperio Inca –la hipótesis de Marx, señalada en “Formas de propiedad precapitalista”, acerca del surgimiento de la civilización Inca como producto de la guerra parece ser correcta- creando uno de los imperios tributarios más grandes de la historia, abarcó más de 2 millones de kilómetros cuadrados.

No cabe duda que la sociedad Inca se basaba en la tributación en trabajo de comunidades que por base seguían siendo étnicas y tribales.  La base de la pirámide tributaria Inca estaba en el Ayllu –equivalente, al parecer, al altepetl mexica- o comunidad étnica agraria basada en los lazos de parentesco (en general, por línea matrilineal, además de ser exogámica), cada comunidad poseía tierras en común (equivalente del calpulli azteca) y ganado, unidades familiares podían poseer  en usufructo tierras y ganado como cesión de parte del Ayllu; los miembros del Ayllu debían entregar tributo en trabajo para la construcción y mantenimiento de los canales y construcciones estatales, el tributo en trabajo también incluía la obligación de trabajar en las tierras estatales, los cuidados de los rebaños estatales, la prestación de servicios en el ejército y la producción artesana; estos trabajos eran dirigidos por el Curaca o jefe que a su vez dependía de las órdenes de un virrey (Suyuyuc Apu) -que administraba una de las 4 regiones o territorios (llamados Suyos) en los que estaba dividido administrativamente el imperio- y de una casta noble (Panacas, sumo sacerdote, la cúpula militar); en la punta de la pirámide estaba el Inca –descendiente directo de Dios- su esposa (La Coya –más las concubinas del rey-) y el hijo heredero (Auqui). Los registros de los tributos y los censos de población eran tomados por el Quipucamayoc en un sistema de notación llamado Quipu (cordeles de colores anudados en forma precisa). El sistema de control social y contabilidad parece no tener parangón entre los pueblos prehispánicos del continente.

Parece ser que el Modo de producción asiático o tributario fue un callejón histórico. El lento desarrollo de sus fuerzas productivas no estaba en proporción con su gran riqueza cultural. Es verdad que podemos encontrar en su seno una lenta evolución de las técnicas productivas e incluso bosquejos de nuevas relaciones de propiedad –por ejemplo el progreso de la “tala y quema” de los olmecas a las “chinampas” de los toltecas y mexicas, e incluso formas de relación feudal y esclavista  que nunca fueron dominantes- pero estos cambios cuantitativos no llegaron al punto de dar un salto decisivo de cualidad; por ello la “Muralla china” como la ciudadela mesoamericana, además de lo sucedido en la India, sólo dejaron su lugar a otro modo de producción por medio de la acción disolvente del capitalismo. Apenas a principios del siglo XX vimos la caída de la Dinastía Manchú derrocada por la Revolución China de 1911. En las sociedades tributarias la base comunista de producción no contiene, al menos no de forma decisiva, a alguna clase social que fuera portadora de algún otro modo de producción que pudiera sustituir al anterior. Por ello vemos que estas sociedades están caracterizadas por colapsos repentinos o golpes dinásticos que no dan lugar a sociedades cualitativamente diferentes y donde el desarrollo histórico, desde el punto de vista de las fuerzas productivas, es tan lento –midiéndose en cientos y miles de años-que se parece más al estancamiento. Marx trata de explicar este estancamiento  en virtud de que “el individuo no es [aquí] independiente frente a la comunidad; de que el self-sustaining [que se basta a sí mismo] círculo de la producción es la unidad de la agricultura y la manufactura manual[9]”. Efectivamente, el artesanado y la manufactura –como el comercio-dependen, en general, del templo del faraón o del tlatoani, trabajan para él y no tienen ninguna independencia económica. A pesar de lo anteriormente dicho sería interesante rastrear lo que parecen ser orígenes tributarios de la civilización fenicia porque probablemente aquí tengamos un ejemplo de un Modo de producción Asiático a punto de convertirse a un modo de producción esclavista.

La novedad con los griegos

La novedad con los griegos, especialmente los atenienses –con respecto a las sociedades tributarias- está en la independencia del comercio y la manufactura con respecto al templo, en la generalización de la esclavitud que sustituye al trabajo tributario de las comunidades; todo lo anterior imposible sin un desarrollo comercial de tal magnitud que disolvió totalmente a la estructura clánica y, nos parece, este desarrollo comercial no se hubiera catapultado sin la demanda de cereales de oriente –ya que Grecia era de una pobre producción agrícola que, si bien producía los cereales, viñas y olivos, propios de la agricultura mediterránea,  no se correspondía con la expansión de su desarrollo comercial- y sin la exportación a oriente de cerámica, textiles, manufactura en metales, madera, etc. Sin embargo, aún con el desarrollo del comercio la unidad del productor con la tierra y con sus instrumentos de trabajo artesanales no ha sido rota, tan es así que aunque en Grecia antigua  el desarrollo del comercio llegó a suministrar el 50% de la riqueza una buena parte de ésta provenía de la producción agricultura y la manufactura artesanal –además del trabajo esclavo en las minas-.

Como en el caso fenicio, las condiciones geográficas determinaron que el transporte marítimo fuera más sencillo que el terrestre –con las más de dos mil islas que contiene el mar Egeo el transporte por tierra es inútil-  y determinaron, también, que la pobreza relativa del suelo griego estimulara otras actividades como la minería; ello dio el marco para el desarrollo del comercio y un estímulo para la producción basada en el trabajo esclavo incluso en la manufactura. El legado del hierro –“cortesía” de los sumerios y egipcios- posibilitó que los artesanos griegos se independizaran del templo, del rey y del faraón, creando individuos con un criterio propio y un arraigado sentimiento de individualidad. El comercio y el contacto con otras culturas rompieron los estrechos horizontes aldeanos de los griegos originales. La generalización de la esclavitud en labores productivas –dominante por primera vez en la historia -permitió la creación sin precedentes de una masa de ciudadanos libres que se dedicaron a la política, el arte, la filosofía y la cultura. Con la esclavitud se ensancharon, la división social del trabajo, la riqueza de las relaciones sociales y horizontes intelectuales, creando nuevas clases de artesanos, navegantes y comerciantes.

Feudalismo: negación de la negación

El feudalismo –al menos en Europa occidental- parece un retroceso con respecto al florecimiento comercial y cultural del esclavismo antiguo y por sus formas parece un retorno al despotismo asiático; incluso la gran ciudad de Cusco o la Gran Tenochtitlan se presentan mucho más grandes, populosas e imponente que las ciudades medievales en Europa. Sin embargo las formas similares ocultan relaciones de producción y de propiedad diferentes: en el feudalismo las relaciones tribales y consanguíneas han sido disueltas o no juegan un papel determinante, las comunidades no se agrupan por etnias sino por territorios o feudos –por más que el Altepelt azteca o Ayllu Inca también se dividieran administrativamente por territorios o feudos- el siervo pertenece a la tierra y la tierra al Rey, el Tlatoani no es propietario formal de la tierra –que sigue siendo formalmente de la comunidad por medio del Estado-, ésta es trabajada por comunidades emparentadas y no por siervos; además instrumentos de trabajo más avanzados –de hierro en vez de piedra- permiten al siervo una mayor productividad (y a los gremios incubar relaciones de producción capitalistas) y con ello depender menos de los sistemas de regadío que legitimaban al Tlatoani, la legitimación del rey y los señores feudales no depende tanto de las obras estatales sino de su relación de propiedad para con la tierra; así la diferencia fundamental está en la propiedad privada de la tierra que nunca jugó un papel dominante en las civilizaciones tributarias; finalmente, si bien la Gran Tenochtitlan o Cusco podían ser más grandes que las típicas ciudades medievales, el feudalismo europeo como entidad cultural – evidentemente una unidad dispersa y fragmentada- abarcó un territorio mucho más amplio (cerca de 10 millones de kilómetros cuadrados frente a los 2 millones del imperio Inca). 

Aspectos comunes de las formas precapitalistas de producción

A pesar de todo, en los modos de producción precapitalista, la unidad ingenua con la tierra como objeto y medio del trabajo no se diluye del todo y por ello los horizontes del individuo, de la producción y de la sociedad están encorsetados; desde el punto de vista de la relación con la tierra y con los medios de trabajo existe, de acuerdo con Marx, poco desarrollo desde la comunidad primitiva al feudalismo: “El desarrollo de la esclavitud, la concentración de la propiedad de la tierra, el cambio, el régimen de conquista, la conquista […] todos estos elementos aparecieron hasta cierto punto como compatibles con la base y, en parte, sólo parecieron ampliarla inocuamente y, en parte, brotar de ella como meros abusos. Aquí, pueden darse grandes desarrollos dentro de un determinado círculo. Los individuos pueden parecer grandes. Pero no cabe pensar, aquí, en un desarrollo libre ni del individuo ni de la sociedad, ya que tal  desarrollo se halla en contradicción con la relación originaria.[10]” El artesano sigue siendo dueño de sus medios de producción, el campesino sigue estando atado a la tierra, incluso el esclavo constituye la extensión del ganado y de los instrumentos de trabajo (es in intrumentum vocale como señalaba Aristóteles).  

El capitalismo como el disolvente universal y el comunismo como la reconciliación del trabajador con el producto de su trabajo.

El capitalismo rompe esa unidad originaria entre el trabajador, la tierra y sus medios de producción, lo hace separando brutalmente al trabajador de sus condiciones de trabajo, concentrando éstas en manos del capital; lo hace convirtiendo los valores de uso en valores de cambio, de bienes para el consumo inmediato en bienes para el intercambio, creando un mercado interno, único medio mediante el cual el trabajador puede obtener sus medios de vida; lo hace desarrollando las fuerzas productivas que en abstracto hacen posible la liberación y el desarrollo pleno del trabajador, pero que en el marco del capitalismo (en concreto) la liberación del trabajador –de la servidumbre feudal y de los medios de producción artesanales- significa explotación y alienación. El capitalismo ha subvertido las anteriores formas de propiedad –formas en las que el trabajador y su medio de trabajo no se hallaban separados, por más que el trabajador fuera esclavo o siervo- para concentrar la propiedad del capital dinero y el capital mercancía en manos de unos cuantos y para convertir a los productos del trabajo en amos y señores del trabajador (la alienación consiste en el sometimiento del trabajador a los productos de su propio trabajo). El análisis más profundo sobre este proceso se encuentra en la “acumulación originaria del capital” expuesta por Marx en el Tomo I de El Capital. Pero la forma de propiedad capitalista- que convierte en no poseedor al trabajador y en poseedor absoluto al no trabajador- contiene el germen de nuevas formas de propiedad que deben establecerse para eliminar las contradicciones que desgarran al sistema capitalista. El trabajador colectivo debe convertirse en propietario colectivo de los medios de producción y el no trabajador (propietario privado) que posee esos medios sociales de producción debe ser expropiado. La relación social de producción se armoniza con la propiedad social de los medios de producción; desde el punto de vista de la propiedad el comunismo parece un regreso al comunismo primitivo, pero desde el punto de vista del medio, el objeto y los instrumentos de trabajo, media un abismo. Ahora el comunismo no establece una relación ingenua y directa con la tierra sino una relación consciente y madura con fuerzas productivas que median y transforman la relación con la naturaleza. En el comunismo primitivo, dice Marx la tierra, es la extensión objetiva de la subjetividad del trabajador; en el comunismo que surge del capitalismo –obviando el socialismo como etapa transitoria- la extensión del trabajador es la tecnología; por ello la relación no puede ser ingenua –o al menos no tanto- sino consciente y soberana.  

Conclusiones preliminares

El materialismo histórico es un instrumento teórico científico para el estudio del desarrollo histórico pero no es una bola de cristal ni un esquema dogmático, si se concibe como una herramienta para el análisis concreto (y lo concreto, como decía Hegel, es la síntesis de múltiples determinaciones) resulta evidente la insuficiencia del esquema escolar que reduce la teoría de Marx a la repetición hueca de la sucesión de modos de producción. Durante la época de Stalin los manuales soviéticos pretendían encorsetar en ese esquema dogmático a sociedades que no se ajustaban a esos moldes, así los “profesores rojos” se esforzaban por explicar la China de la antigüedad o a las culturas mesoamericanas en los marcos del feudalismo o el esclavismo –ya que no había más modos de producción para explicar la historia- omitiendo de su análisis los datos que contradecían sus esquemas; pero fue Marx quien dio la clave para analizar a ricas civilizaciones que no se encaminaron por el cauce histórico que lleva al capitalismo; como hemos señalado en otros artículos (véase “La rama histórica que nos lleva al capitalismo, occidente un retoño de oriente”, en www.marxist.com), la rama histórica que nos lleva al capitalismo comenzó por un brote marginal (por lo menos alimentado culturalmente y comercialmente por civilizaciones tributarias, pero no surgido de éstas; quizá los fenicios son el único caso donde el esclavismo surgió de las contradicciones de las civilizaciones tributarias) a las sociedades tributarias: el esclavismo antiguo de los griegos; pero este brote, marginal en un inicio, no puede explicar por sí mismo a las primeras civilizaciones de la historia las cuales se desarrollaron al margen de relaciones de producción esclavistas (y si las contenían no eran decisivas). Así, los esbozos de Marx acerca de las formas de propiedad precapitalistas nos orientan hacia una visión no lineal de la historia, a una concepción multilineal, como la de un árbol del que surgen muchas ramas. Si bien es evidente que el sistema capitalista abrió una brecha histórica cuyo cause terminó por quebrar o incorporar como brazos tributarios al resto de formas precapitalistas, que terminó por subsumir en su lógica a todas las formas anteriores de producción y propiedad, es fundamental no perder de vista que la historia no fue nunca un árbol de una sola rama.  Por otra parte, la ruptura radical que el capitalismo ha hecho de los regionalismos y provincialismos -con su mercado mundial y su interconexión global- pone, al mismo tiempo, sobre la palestra la necesidad de una lucha global y mundial contra el capital. Así mismo las formas de propiedad capitalistas, con su respectiva configuración de la personalidad y la subjetividad, se convierten en un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas, para nuevas y más humanas relaciones de producción. Ojalá que la publicación de estos textos póstumos de Marx sirvan para contribuir a una mejor comprensión de la historia de la humanidad y a la lucha por mejores formas de relaciones humanas, mejores formas que, como Marx nos enseñó, sólo pueden alcanzarse derrocando al capitalismo e instaurando una sociedad socialista a nivel mundial.

Notas

[1]   Carlos  Marx, Prologo de la contribución a la crítica de la economía política, en K. Marx, F. Engels Obras Escogidas en tres tomos, Tomo I, Progreso, Moscú, 1976,  pp. 517-518.
[2] Marx, C. Formas de propiedad precapitalistas, Ediciones de Cultura Popular, México, 1977,  p 9.
[3] Ibid. pp. 42-43.
[4]Ibid.  p. 10.
[5] Ibid. p. 32
[6] Ibid, pp. 32-33.
[7] Ibid, p. 23.
[8] Bartra R. El modo de producción asiático, p. 220.
[9] Marx, C. Formas de propiedad precapitalistas, p.34.
[10]Ibid, p. 35.