Roberto Herrera |
Una anécdota, a modo de introducción.
Se trataba de una “ampliada”, es decir, una reunión entre miembros de
“células” distintas. El responsable del encuentro, sentado ante una mesa,
dibujaba sobre un papel el esquema de la defensa circular del “local”, las
posiciones a ocupar y el plan de retirada escalonada en caso que fuera
necesario. Luego procedió a la entrega de los “fierros”, con la seriedad y
marcialidad que la situación demandaba. Como no hubo preguntas por parte de los
encapuchados, el jefe político-militar tomó el encendedor y quemó el papel.
Esta escena que describo, habría sido una reunión clandestina común y corriente
en cualquier casa de seguridad en la capital salvadoreña a principios de la
década de los ochenta, si no hubiera sido porque todos los enmascarados se
conocían entre sí, porque estaban a miles de kilómetros de distancia de
Centroamérica y además, porque las únicas “armas” que había en el “local” eran
los cubiertos de acero inoxidable. Se requería de una gran porción de fantasía, mucha “mística
revolucionaria” y buen sentido del humor─ o las tres facultades ─, para explicar
racional y dialécticamente estas absurdas medidas de seguridad, tomadas con
toda seriedad y de acuerdo a los cánones subversivos, aun cuando aquella sesión
de trabajo solidario con la lucha del pueblo salvadoreño se desarrollaba dentro
del marco de la legalidad democrática.
Por suerte, la capucha ocultó más de
alguna sonrisa socarrona. Se trataba evidentemente de un ritual y como tal,
cumplía una función de carácter místico, dirigida a mantener ─ artificialmente
─ una actitud “combativa” y fomentar la moral revolucionaria, y ninguno de los
presentes se atrevió a cuestionar la “ceremonia” o a señalar que el “rito” es
una técnica esencialmente religiosa. Pero el proceso de “proletarización”
exigía un comportamiento militante, lo cual implicaba la obediencia ciega, a
pesar de la flagrante contradicción entre lo abstracto y lo concreto, es decir,
entre el “misticismo revolucionario” y el materialismo dialéctico.
Claro está que la “mística” no es un fenómeno exclusivo de
sectas político-militares (el sectarismo), partidos de ultraizquierda o escisiones
partidarias marxistas. En efecto, el misticismo, entendido éste como doctrina
que admite el enlace directo entre el hombre y Dios, es el medio de
comunicación virtual más antiguo de la humanidad. En este sentido, la mística
religiosa es una especie de “liquido intersticial” entre los seres humanos en
la sociedad, el cual funciona como nutriente y desagüé espiritual.
En el prólogo de la “Contribución
a la crítica de la Economía Política”, Carlos Marx escribió que: “No es la conciencia del hombre la que
determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su
conciencia” y ese pensamiento no solamente se refiere al modo de producción
de la vida material del hombre, sino que también abarca el universo de las
ideas. En sus tesis sobre “La esencia del
cristianismo” del filósofo materialista alemán, Ludwig Feuerbach, Marx
señala que “el sentimiento religioso es
también un producto social y que el individuo abstracto que él
(Feuerbach) analiza, pertenece, en realidad, a una determinada forma de
sociedad. Puesto que la vida social es, en esencia, práctica, todos los
misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución
racional en la práctica humana y en la compresión de esta práctica”. Este
razonamiento materialista dialéctico de Carlos Marx acerca de la religión lo
encontramos nuevamente en la “Critica de
la filosofía del estado de Hegel” (Zur Kritik der Hegelschen
Rechts-Philosophie), esta vez expresado con más contundencia: “el hombre
hace a la religión; no la religión al hombre. Pero el hombre no es algo
abstracto, un ser alejado del mundo”. Quien dice:
"el hombre", dice el mundo del hombre: Estado, Sociedad. Este Estado, esta Sociedad produce la religión, una conciencia subvertida del mundo, porque ella es un mundo subvertido. La religión es la interpretación general de este mundo, su resumen enciclopédico, su lógica en forma popular, su point d'honneur espiritualista, su exaltación, su sanción moral, su solemne complemento, su consuelo y justificación universal. Es la realización fantástica del ser humano, porque el ser humano no tiene una verdadera realidad. La guerra contra la religión es, entonces, directamente, la lucha contra aquel mundo, cuyo aroma moral es la religión.”
Si la conciencia social es producto del ser social y todo
aquello que produce el hombre es el reflejo de la realidad de la sociedad en
que vive, no es extraño entonces, encontrar también en la “ortodoxia” y en la
“herejía” marxista muchas taras y prejuicios que emanan de los valores
ético-morales y religiosos de la burguesía, camuflados éstos, eso sí, de
mística y misticismo revolucionario. Es importante señalar aquí, que la crítica
de Carlos Marx en relación a la religión es esencialmente filosófica y cuando
él afirma que: “La eliminación de la religión como ilusoria felicidad
del pueblo, es la condición para su felicidad real…(y que)…La crítica de
la religión, por lo tanto, significa en esencia, la crítica del valle
de lágrimas (léase el estado y la sociedad capitalista) del cual la
religión es el reflejo sagrado”, está refiriéndose a la religión como
instrumento de enajenación de la clase social dominante sobre la clase social
explotada (cursiva de C.M y subrayados por el autor). Por lo demás, huelga
decir, que toda ideología basada en el miedo y en el terror no puede ser
emancipadora. En las obras de los clásicos del marxismo mundial no hay un ápice
de crítica al individuo creyente ni discriminación política por razones de
espiritualidad. Solamente cuando los individuos desarrollan una conciencia
social de clase para sí, en su lucha diaria por resolver los problemas
existenciales de la vida real en este “valle de lágrimas”, es que se vuelven
inmunes contra los efectos narcóticos de la religión. Pero la “toma de
conciencia” es un proceso dinámico de desarrollo, el cual no niega en sí la
espiritualidad del ser humano, pues es un error confundir religión con
espiritualidad. La relación dialéctica espíritu-materia o mejor dicho, la
naturaleza del “espíritu” es producto de la actividad sensorial humana, es
decir, de la actividad objetiva del hombre en sociedad. Más allá de la
interpretación filosófica acerca de la naturaleza del mundo en que vivimos, de
lo que se trata, en definitiva, es de transformar dialécticamente las
estructuras político-económicas y socio-culturales en la sociedad por y para el
bien de la humanidad. Esta es la quintaesencia del materialismo histórico y
dialéctico.
La hermenéutica dogmática y mecanicista de los pensamientos
de Carlos Marx y de otros teóricos del socialismo científico (Federico Engels,
Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, Leon Trotsky, Carlos Mariátegui, et al.) ha
contribuido a la falsificación o tergiversación del materialismo histórico y
dialéctico y lo que es más grave aún, a considerar estas contribuciones
científicas como verdades absolutas. Cuando el materialismo dialectico se
convierte en dogma y la lucha de clases en doctrina, se pierde el azimut
histórico, situación que favorece las desviaciones político-ideológicas que tarde
o temprano desembocan en terrorismo, en el exterminio masivo de la población
como el perpetrado por los jemeres rojos de Pol Pot en Kampuchea, en los
crímenes cometidos durante el estalinismo y en las purgas internas en la
izquierda salvadoreña (Ralph Sprenkels, La
guerra como controversia, pag.78). Aunque la política y la religión
mantienen una relación simbiótica histórica, no significa que Carlos Marx sea
el Mesías, Salvador del mundo material, ni Federico Engels uno de los siete
Arcángeles del marxismo ni Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, el apóstol San Pablo.
El “virus del fanatismo político-religioso” parasita, ahí,
donde el culto a la personalidad sustituye el debate político, donde la
mistificación de héroes incólumes es el germen de mitos y leyendas, donde los
lideres fallecidos se declaran solemnemente “santos” de la revolución (canonización de Lenin), donde los juicios sumarios (Roque Dalton) y el asesinato de correligionarios (Bujarin),
suplantan la lucha ideológica.
El “misticismo revolucionario” deriva inevitablemente
en la fe ciega en la dirigencia, en una actitud devota e irreflexiva; una vez
alcanzado este estado de deformación ideológica, la vida y la muerte se
confunden tras el oscuro velo del fanatismo. Este es uno de los grandes
peligros que corren las organizaciones político-militares o partidos políticos,
al confundir la conciencia social revolucionaria con “la mística y el
misticismo revolucionario”.