Rosa Luxemburgo ✆ David Levine |
György Lukács ✆ David Levine |
El rigorismo ético, el misticismo utópico y, en general, la aversión hacia las instituciones (a las que el joven Lukács designaba, empleando el término de Hegel, como Espíritu objetivo; o, en un sentido más afín a la mística heterodoxa y a Dostoievski, como lo jehovaico), profundizaron aquel sentimiento de no reconciliación con lo oficial que, según José Ignacio López Soria, signó desde un comienzo tanto el pensamiento como el comportamiento ético-político de Lukács.
Es revelador que el acercamiento de Lukács al
marxismo no se haya producido centralmente a partir de una asimilación
exhaustiva de la producción teórica del propio Marx –algunos de cuyos textos
fundamentales eran en aquel momento
inaccesibles–, ni de las tendencias economicistas (socialdemócratas o
comunistas) entonces imperantes, ni de los documentos del aún incipiente bolchevismo,
sino merced a la influencia del anarcosindicalismo (Sorel, Szabó), de los escritos
de Rosa Luxemburg y Henriette Roland-Holst, y de El Estado y la Revolución, de Lenin. El modelo soreliano de la action
directe se fusionó, en Lukács, con un odio hacia las instituciones que procede
del período premarxista, y que conduce a colocar la espontánea energía de la
subjetividad por encima del cosificado Espíritu
objetivo. El sentimiento que lleva a Lukács a condenar el “automatismo socialdemócrata”
(Bloch) es el mismo que lo había inducido, durante el período de El alma y las formas (1911) y el de Teoría de la novela (1914-15; publ. como
libro en 1920), a recusar toda forma de positivismo en el campo de la teoría
del conocimiento y a condenar cualquier capitulación ante lo existente en el
terreno de la moral. No es fortuito que el primer libro publicado por el Lukács
marxista, Táctica y ética, se
proponga erigir una muralla china entre la pureza de la ética comunista y la
corrupción del mundo burgués: para el autor de estos estudios publicados como
libro en 1919, la táctica comunista debe mantenerse asépticamente alejada de la
Realpolitik; toda apelación a esta
tiene que implicar una connivencia con el cosificado mundo burgués por parte de
un proletariado que solo puede extraer los medios para la victoria de la fe
inconmovible en la propia capacidad revolucionaria. Guiado por un voluntarismo
mesiánico, Lukács sostiene que la consideración minuciosa de las condiciones
históricas objetivas termina, en última instancia, colocando dócilmente al
revolucionario en manos de los poderes vigentes; de ahí que afirme la necesidad
de concentrarse de manera casi exclusiva en lo que Lenin llamaba el factor subjetivo:
Cuando los marxistas vulgares se dispongan a enumerar los ‘hechos’ que contradicen ese proceso, todo marxista ortodoxo que haya comprendido que ha llegado el instante en que el capital es solo un obstáculo para la producción; que haya comprendido que ha llegado el instante indicado para expropiar a los explotadores, dará un única respuesta [...] Responderá, con Fichte: ‘Tanto peor para los hechos’. (LUKÁCS, 2005, p. 47).
En este estadio, la teoría lukácsiana muestra algunas
importantes afinidades con la teoría de Luxemburg. Ante todo, la distinción
neta entre las luchas coyunturales del proletariado y su misión última aparece
desarrollada –a pesar del constante empleo de ideas y términos procedentes de
la filosofía clásica alemana– en términos que recuerdan al clásico opúsculo ¿Reforma social o revolución? (1898-99).
Cabe recordar que allí Luxemburg había respondido a la fórmula de Bernstein
según la cual “La meta no es nada, el
movimiento lo es todo”, afirmando que el movimiento en cuanto tal, sin relación
con el fin último –es decir: el movimiento como fin en sí mismo–, no es nada, y
el fin último es todo. De un modo semejante, el autor de Táctica y ética distingue la mera búsqueda de conquistas
individuales de lo que él denomina la “misión histórica universal” del
proletariado: el salto desde el reino de la necesidad al de la libertad.
Pero si comparte con Luxemburg la convicción en que el fin
último debe ser el único parámetro decisivo para la acción revolucionaria,
Lukács diverge de aquella a la hora de considerar el problema de la organización.
La diferencia entre ambos tiene una base cardinal: Luxemburg creía que aquello
que concede validez al activismo revolucionario es la convicción acerca del
inevitable colapso del capitalismo; la teoría del derrumbe (Zusammenbruch), extensamente
desarrollada en La acumulación del
capital (1912), proporciona un sólido fundamento a la acción subjetiva. De
ahí la creencia luxemburguiana en la superfluidad de organizar rigurosamente a
un proletariado que, en conformidad con su esencia revolucionaria, tiene que reaccionar
naturalmente ante las crisis generadas por el anárquico orden burgués;
recordemos que, en ¿Reforma social o
revolución?, Luxemburg había cuestionado la teoría de Bernstein según la
cual “la evolución capitalista no avanza en dirección a la propia decadencia”,
ya que sobre la base de tal teoría “el socialismo deja de ser objetivamente
necesario” (LUXEMBURG, 1970, p. 16, las traducciones son nuestras). Más aún, la
afirmación según la cual la conciencia de clase del proletariado es “el simple
reflejo espiritual de las contradicciones del capitalismo – cada vez más
agudizadas – y de su inminente decadencia”, ratifica la importancia otorgada a
las condiciones económicas objetivas, en contraposición con las tendencias
predominantemente voluntaristas que sostiene el joven Lukács, y que todavía se
encuentran en la base del concepto de conciencia de clase que se expone en varios
de los ensayos que integran la obra clásica de 1923. (LUXEMBURG, 1970, p. 17,
las traducciones son nuestras). De ahí que, a la hora de decidir acerca de la
prioridad de la acción espontánea de las masas o la actividad dirigida por el
partido, a pesar de afirmar la necesidad de una integración dialéctica de los
opuestos, Lukács se coloque ya desde temprano del lado de quienes privilegian
la intervención de la vanguardia partidaria. Justamente, en el artículo “Espontaneidad de las masas, actividad del
partido” (1921), no solo cuestiona al oportunismo, sino también –de un modo
más velado y deferente– a Rosa Luxemburg, que había cuestionado las tendencias
oportunistas de un modo decidido. Aun cuando trata de mitigar las críticas
afirmando que las teorías de Luxemburg se remitían a un estadio diferente y
menos evolucionado de la revolución proletaria, y que la autora no tenía la
intención de realizar afirmaciones de validez atemporal, Lukács impugna aquel
modo de plantear la relación entre ideología y economía según el cual las
acciones de masas “se producen ‘espontáneamente’; es decir, como consecuencias,
en cierta medida, automáticas de la crisis económica objetiva: su
‘espontaneidad’ solo representa el aspecto subjetivo, ideológico del estado de
cosas objetivo”. (LUKÁCS, 2005, p. 106). La vanguardia consciente ve limitada
aquí su acción en función de las condiciones económicas:
la actividad de la táctica partidaria ‘nunca se encuentra por debajo del nivel de las relaciones de fuerza concretas, sino que, antes bien, anticipa esta relación’. El partido es, pues, sin duda, una fuerza que acelera e impulsa hacia delante, pero solo en el interior de un movimiento que se desarrolla –en última instancia– independientemente de las decisiones partido; este, por lo tanto, no puede tomar de ningún modo la iniciativa en ese movimiento.(LUKÁCS, 2005, p. 106-7).
Una concepción espontaneísta semejante delata, para Lukács,
la sujeción a concepciones propias de la ciencia burguesa; y ante todo, la idea
de que la economía, como el desarrollo sociohistórico en su totalidad, se
encuentra regida por leyes “naturales”, “forzosas”. A pesar de que admite aún
la existencia de “leyes” en virtud de las cuales el capitalismo habrá de
encaminarse a la debacle, Lukács cree que esta crisis última puede conducir
fácilmente a la barbarie desnuda, antes que a una sociedad verdaderamente
humana; en palabras suyas, “Las ‘leyes
naturales’ de la evolución capitalista, entonces, solo pueden conducir la
sociedad hacia la última crisis, pero no están en condiciones de indicar el
camino que permite salir de la crisis”. (LUKÁCS, 2005, p. 108). La alusión
a una crisis ideológica del proletariado,
a partir de la cual han perdido ya parte de su anterior importancia los
estallidos espontáneos, tornando más necesaria la participación del partido,
apunta ya un problema que tendrá una función para la génesis de la teoría de la
cosificación.
El Lukács de Historia
y conciencia de clase mantiene –y aun acrecienta– el énfasis sobre la
trascendencia del partido. Y nuevamente vemos aquí una discusión con el legado
teórico de Rosa Luxemburg: Lukács consideraba que la autora de La acumulación del capital tenía plena
razón cuando afirmaba que el partido debía convertirse en representante de toda
la clase proletaria antes que de una pequeña aristocracia obrera, pero su polémica
acertada en contra de los modos de organización mecánicos del movimiento obrero
condujo, por un lado, a una sobreestimación de los movimientos espontáneos de
las masas, y, por otra parte, impidió que su concepción de la dirección
política se deshiciera completamente de su índole meramente teórica o
propagandística. El temor ante la posibilidad de que el partido degenerara en
una organización burocrática desprovista de representatividad y de contacto con
las masas desvió la teoría de Luxemburg, según Lukács, hacia un peligroso
espontaneísmo; convencida de que la actuación del partido debía consistir, ante
todo, en instruir a los obreros acerca de sus auténticos intereses de clase, la
teórica alemana pasaba por alto la honda crisis
ideológica del proletariado; crisis que se manifiesta, por un lado, en que
la mentalidad de los obreros se mantiene presa en las formas intelectuales y
emocionales del capitalismo; por otro, en la consecuente consolidación de
direcciones sindicales y organizaciones mencheviques destinadas atomizar el
proletariado, y a dirigir el interés de este en el sentido de la obtención de
simples mejoras momentáneas.
Sería, según Lukács, necio subestimar la importancia que
poseen las estrategias propagandísticas de ilustración teórica en tanto
instrumentos orientados a despertar en el proletariado la conciencia de clase;
pero es igualmente insensato suponer que tales recursos bastan para obtener el
fin anhelado. Los teóricos “espontaneístas” que se limitan a encarecer el valor
de la instrucción y la propaganda olvidan que, en sus formas más evolucionadas,
el capitalismo consigue que el proletariado desarrolle formas de pensamiento
cosificadas que le impiden descubrir –para emplear el lenguaje de Táctica y Ética– su auténtica “misión
histórica”. Al atomizarlos y al impedir, consiguientemente, que se eleven hasta
una clara comprensión del funcionamiento del sistema que los domina, la
economía mercantil confina a los trabajadores al carácter de impotentes observadores
de un proceso social que se desarrolla con total independencia de su actividad
y sus deseos individuales. Es esto lo que vuelve esencial la función del partido
revolucionario; solo la separación respecto de la totalidad de la clase de
ciertos sectores dotado de mayor conciencia y compromiso, y la organización de
estos en un partido revolucionario puede despertar a la clase obrera de su
ensueño dogmático; de lo contrario, el proletariado, abandonado a sí mismo,
permanecerá fijado en la actitud contemplativa. Pero así como percibe la
necesidad de esta separación entre partido y clase, también advierte Lukács el
peligro de una recaída en el extremo contrario; a saber, en un sectarismo
burocrático:
Si el partido consiste en una mera jerarquía de funcionarios aislada de las masas de los miembros comunes a los que no compete en la vida cotidiana más que una función de espectadores, si la acción del partido como un todo es solo ocasional, entonces se produce en los miembros una cierta indiferencia, mezcla de ciega confianza y de apatía, respecto de las acciones cotidianas del partido. Su crítica no puede ser, en el mejor de los casos, más que una crítica post festum [... ] que pocas veces tendrá una influencia determinante en la orientación real de las acciones futuras. En cambio, la intervención activa de todos los miembros en la vida cotidiana del partido, la necesidad de comprometerse con la personalidad entera con toda acción del partido, es el único medio que obliga al partido a hacer realmente comprensibles sus decisiones para todos los miembros, a convencerles de su acierto, puesto que de otro modo es imposible que estos las pongan acertadamente en práctica. (LUKÁCS, 1985, p, 219-220).
Es este un punto en el que se revela una fuerte conciencia
con las críticas formuladas por Rosa Luxemburg contra la concepción bolchevique
del partido. La perspectiva sectaria, liquidacionista respecto de toda
disidencia –en contra de la cual había acuñado Luxemburg aquella conocida
fórmula según la cual la libertad es la libertad de los que piensan diferente–
sienta las bases para una burocratización de la jerarquía partidaria, que puede
sentar las bases para una tiranía política de la clase obrera, y aun la de la
sociedad en su conjunto. Entre la afirmación de la acción partidaria y la crítica
del espontaneísmo, reside buena parte de la significación de este libro
lukácsiano, y puede tener su razón Michael Löwy cuando afirma que “en cierta
medida, la teoría del Partido contenida en Historia
y conciencia de clase es un intento para establecer una síntesis entre el
leninismo y el luxemburguismo”. (LOWY, 1979, p. 185).
A partir de finales de la década del 20 –ante todo, por
efecto de la exclusión de la actividad política que se derivó de la condena de
las “Tesis de Blum”– las reflexiones en torno al problema comenzaron a tornarse
más infrecuentes. Como ejemplo cabría mencionar el artículo “Volkstribun oder
Bürokrat” (¿Tribuno popular o burócrata?, 1940), donde la imagen de Lenin funciona
como tácito contraejemplo de la política de Stalin; allí se dice que
Lenin ve también aquí la unidad dialéctica de la vida. Desdeña la espontaneidad como ideal, como límite, pero la reconoce como expresión de la vida, como parte, como factor correctamente entendido del movimiento total. Extrae las enseñanzas de los movimientos de huelga rusos, y plantea la relatividad de espontaneidad y conciencia, el pasaje ininterrumpido de aquella a esta. ‘Esto nos muestra que el ‘elemento espontáneo’ no representa, realmente, otra cosa que la forma inicial de la conciencia acerca del fin’. (LUKÁCS, 1948, p, 185).
Una importancia aun más decisiva tendrá este problema en el
período tardío. El período histórico que se había abierto con la muerte de
Stalin y –acaso todavía más– con el XX Congreso del Partido Comunista de la
Unión Soviética, había significado para Lukács un contexto particularmente apto
para la transformación de los regímenes comunistas. Es sabido (y a ello se
refieren ciertos documentos como, por ejemplo, el epistolario con Ernst
Fischer) que el filósofo húngaro orientaba sus expectativas en el sentido de un
“Renacimiento del marxismo” y para un “comienzo del comienzo”. De ahí que, en
sus escritos, se destaquen con renovada intensidad las críticas lukácsianas al burocratismo
y el interés por la autogestión (Selbsttätigkeit) de las masas. Un socialismo auténtico
no puede nacer de instituciones cosificadas, sino a partir de las experiencias
de base, a partir de una democracia de la vida cotidiana. En 1970, Lukács había
afirmado:
La autoadministración de los productores es, en todo caso, uno de los problemas más importantes para el socialismo [...] La autoadministración se contrapone tanto al stalinismo como a la democracia burguesa, cuyo mecanismo fue descripto ya por Marx en los años cuarenta del siglo XIX. Este mecanismo se basa en la contraposición entre el citoyen, que era un idealista, y el bourgeois, que era un materialista. La evolución del capitalismo conduce a que el bourgeois se convierta en amo, y el citoyen en su esclavo ideológico. En contraposición con ello, la evolución socialista avanzaba –primero, en la Comuna de París; […] luego, en las dos revoluciones rusas– en dirección a la democracia de los consejos. Dicha democracia significa democracia en la vida cotidiana. La autoadministración democrática debe extenderse hasta el nivel más simple de la vida cotidiana, y desde allí tiene que ampliarse de modo que, finalmente, el pueblo decida, esencialmente, sobre las cuestiones más importantes. (LUKÁCS, 2005, p. 436).
En este contexto debe entenderse Demokratisierung heute und morgen (Democratización hoy y mañana,2 1968),
un libro en el que, respondiendo a la decisión del Comité Central del Partido
Obrero Socialista Húngaro de permitir que las tropas húngaras participaran de
la ocupación de Checoslovaquia en agosto de 1968, Lukács desarrolla una crítica
del poststalinismo, y levanta la consigna de una democracia de la vida
cotidiana, a partir de la cual consigan, por un lado, disolverse la
burocratización de las instituciones y el desinterés de los particulares ante
los problemas de la vida pública, por otro, realizarse efectivamente los
ideales del socialismo. La despolitización que Lukács reconoce como síntoma
común al comunismo y al capitalismo de postguerra, solo puede ser superada a
través de un proceso de continua democratización –en vista de que la democracia
debe ser entendida como un proceso y
no como un estado– que convierta a
las masas en sujetos activos en la vida cotidiana. Como en los tiempos de Táctica y ética e Historia y conciencia de clase, Lukács vuelve a sostener aquí
–aunque en términos más sobriamente realistas– la idea de que el partido debe
ser una institución abierta y permeable a lo que ocurre en el conjunto de la
sociedad; pareciera como si se actualizaran nuevamente en el viejo Lukács las
críticas de Rosa Luxemburg a la concepción bolchevique del partido, como
entidad susceptible de convertirse en una institución rígida y centralizada. La
realidad latinoamericana –el movimiento de los sin tierra, el ejército
zapatista o ciertas organizaciones piqueteras– parecen conceder una ulterior
relevancia a esta necesidad de repensar y mitigar la presencia del partido; el
problema, entonces como ahora, está en ver cómo articular estar organizaciones
de modo que pierdan un carácter aislado o efímero y puedan convertirse en bases
para el establecimiento de un socialismo democrático y radical.
Referencias
LUKÁCS, G. Karl Marx
und Friedrich Engels als Literaturhistoriker. Berlín: Aufbau, 1948.
______. Historia y
conciencia de clase. vol. I. Buenos Aires: Hyspamerica, 1985.
______. Táctica y
Ética. Escritos políticos
(1919-1929). Buenos Aires: El Cielo por Asalto, 2005.
______. Nach Hegel
nichts neues. Gespräch mit Georg Klos, Kalman Petkovic, Janos Brener,
Belgrad.
In: Lukács, G. Autobiographische
Texte und Gespräche [Georg Lukács Werke, v. 18]. Ed de Frank
Benseler y Werner Jung, con la colaboración de Dieter
Redlich. Bielefeld: Aisthesis, 2005.
______. El hombre y la
democracia. Trad. de Mario Prilick y Myriam Kohen. Buenos Aires: Contrapunto,
1985.
LÖWY, M., Georg Lukács – From
Romanticism to Bolshevism. Trad. de Patrick Camiller. Londres: NLB, 1979.
LUXEMBURG, R. “Sozialreform
oder Revolution?”. In: –, Politische Schriften. Leipzig: Reclam, 1970
Notas
1 Prof. titular regular de la cátedra de Literatura Alemana
(Facultad de Filosofía y Letras, UBA) e investigador del Conicet. Director de
la cátedra libre “Teoría crítica y
marxismo occidental” (Facultad de Filosofía y Letras, UBA). Miembro del
Consejo de Redacción de la revista Herramienta.
NE: artigo originalmente publicado como capítulo da obra “Pensamiento y acción
por el socialismo. América Latina en el siglo XXI”.
2 Existe traducción al castellano: Lukács, G., El hombre y la democracia. Trad. de
Mario Prilick y Myriam Kohen. Buenos Aires:
Contrapunto, 1985.
http://www2.marilia.unesp.br/ |