29/9/14

Marxismo y subjetividad humana

Karl Marx ✆ Alfredo Rajoy
Mario A. Solano   |   Contrario a los dogmas del positivismo ingenuo, las investigaciones en las Ciencias Humanas no pueden prescindir de las visiones filosóficas de determinadas entidades, que son parte de sus áreas de interés. Así, el concepto de homo oeconomicus, para referirse a lo fundamental de la subjetividad humana, concibiéndola como una esencia fija proclive a un adquisitivismo ilimitado y egoísta, a la codicia y a la rivalidad, constituye sin duda alguna un elemento clave, a menudo implícito y subyacente, con el cual se opera, en teorías económicas como la liberal, la neoliberal, la neoclásica y la keynesiana, así como en otras teorías de amplia influencia como lo es “la teoría de los juegos” y en muchas de las microteorías propias del ámbito de la Psicología, la Sociología y la Antropología.

No obstante, el homo oeconomicus constituye una auténtica construcción ideológica (en el sentido de construcción a-histórica, falsa y sesgada en favor de determinados intereses socioeconómicos) que a pesar de sus limitaciones epistemológicas, sirve de supuesto para una gran cantidad de políticas de amplia influencia en las sociedades contemporáneas, tanto en un plano nacional como internacional. Así ocurre, por ejemplo, con las políticas estatales que supuestamente pretenden combatir el serio deterioro ecológico con base en el referente normativo que se resume en la expresión “el que contamina paga”. 

Tales políticas parten de supuestos que asumen acríticamente la visión del ser humano contenida en la construcción mencionada, como la de suponer que un costo económico constituye el principal factor inhibidor para prácticas destructivas como las que conllevan a una contaminación del ambiente por la “externalización” de los costos. Una frecuente derivación del homo oeconomicus es la tesis de la guerra de todos contra todos, a la cual el economista norteamericano Robert Heibroner (1990) califica de construcción ideológica legitimadora del capitalismo, pues refleja la realidad del conflicto permanente de intereses entre las clases.

Respecto del proceso de la producción sociohistórica de las formas de la subjetividad humana o proceso de “socialización”, en la obra de Marx y Engels, se encuentra contenida una auténtica “revolución copernicana”. Dicha revolución rompe radicalmente con las denostadas “robinsonadas” tan frecuentes en las Ciencias Sociales y que Marx estigmatizó acremente en el caso de la Economía burguesa. En tesis como la sexta sobre Feuerbach, se encuentra no sólo el potencial explicativo más amplio para las investigaciones en Ciencias Humanas y en Filosofía, sino también la concepción más coherente con el desarrollo de las Ciencias Humanas. Ese potencial no ha sido explotado en todas su posibilidades, en buena medida por el aislamiento en que han estado las disciplinas del ámbito de la Ciencias Humanas y la producción intelectual de Marx y Engels. En este trabajo abogamos por una articulación entre marxismo y Ciencias Humanas, realizada sobre la base y el rigor que demanda un ejercicio previo de una crítica epistemológica en profundidad, con el fin de ejercer lo que Bachelard denomina “vigilancia epistemológica de tercer grado” (Bourdieu, Passeron y Chamboredon, 1981) tendiente a detectar compatibilidades, incompatibilidades y formas de enfrentarlas con el rigor que el tema y su relevancia merece. Proponemos que en la concepción de la subjetividad humana presente en la “Sexta tesis” se encuentra el fundamento más sólido para un abordaje científico que permita explicar/comprender la producción social de la subjetividad humana, aprovechando el desarrollo acumulado en disciplinas científicas como la Psicología, la Sociología y la Antropología, entre otras. Así lo hemos venido desarrollando en otros trabajos, principalmente con el concepto de “conciencia cotidiana” (Solano, 1987, 1991, 1992, 1999 y 2006).

El proceso de la producción social de la subjetividad humana en la obra de Marx y Engels

En su Sexta tesis sobre Feuerbach, Marx propone las bases de una antropología revolucionaria. Al afirmar que “…la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, es en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales” (Marx- Engels, 1978, Tomo I: 9), se sientan los fundamentos de una antropología contrapuesta al esencialismo en cualquiera de sus formas (Héller, 1977) y, a la vez se propone que el elemento “esencial” que sirve de matriz socioconstructiva de los seres humanos concretos, no es interna sino que es externa a esos seres humanos Sève (1973), pues está conformada por las “totalidades concretas” (Kosik, 1984) constituidas por las realidades sociales en las que viven. Asimismo, la tesis marxista opone un acercamiento “relacional” a uno sustancialista (Gergen, 1996) en lo concerniente a la realidad del proceso socializador. En el Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política, Marx establece que el entramado institucional de cada sociedad, así como las formas de conciencia social que en ellas emergen, remiten al modo de producción prevaleciente en cada formación social. En El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, establece que los modos de vida de los individuos concretos son forjados por las clases sociales, a tenor de las condiciones que les impone cada modo de producción prevaleciente. En sus obras de madurez como El capital y los Grundrisse, Marx demuestra que, bajo las condiciones concretas del capitalismo, el funcionamiento de la ley del valor es el factor clave que determina la dinámica esencial del modo de producción capitalista y, con ello, de todo el orden social.

Engels, por su parte, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1978) establece la conexión orgánica determinativa entre los modos de producción basados en la propiedad privada sobre los medios de producción y, en consecuencia, sobre la necesidad de explotar el trabajo humano, e instituciones que cumplen un papel fundamental en el proceso de producción de la subjetividad humana, como es el caso de la familia. Articulando los elementos previos, se desprende que la operación de la ley del valor deviene en una condición fundamental para explicar tanto los procesos de integración social como los de reproducción. En ambos, la socialización de los nuevos seres sociales constituye un proceso fundamental y, consecuentemente, se requiere elucidar la intervención del funcionamiento de la ley del valor (y la Economía Política que la explica), para comprender adecuadamente las condiciones determinantes de los procesos de socioconstrucción de las formas de subjetividad observables bajo el capitalismo.

Lo anterior implica que la perspectiva individualista que caracteriza la mayoría de los enfoques psicológicos y sociológicos, resulta inadecuada para comprender lo “esencial” de las formas particulares de la psicología de los individuos concretos, pues el capitalismo es no solo un modo de producción económica, sino un modo de producción social global que se rige principalmente por la ley del valor: “En el capitalismo moderno la reproducción ampliada del capital no solo se realiza en el interior de las empresas, sino en toda la sociedad..incluso la política y hasta los deseos de las personas, son incorporados, subsumidos a la lógica del capital” (CAES, 2004: 4). Por ello, el capitalismo requiere socioconstruir determinadas formas sociales de la subjetividad para funcionar y reproducirse apropiadamente, incluso en los propios trabajadores, pues su lógica social: “Está incorporada a nuestro imaginario y anuda nuestros deseos. Ese consentimiento, esa adhesión, es la base de la legitimación del capitalismo y la principal condición para su sostenibilidad…La producción de una subjetividad social, adaptada a este funcionamiento, es esencial para su permanencia” (CAES: 2004: 2).

¿En qué consiste la “revolución copernicana” en la concepción de la subjetividad humana?

Todas las tradiciones filosóficas y las teorías concernientes a los seres humanos, su actividad y sus creaciones (con la excepción del marxismo), asumen que existe una “esencia” humana fija, eterna, a-histórica e interna; la cual constituye una especie de núcleo generador del comportamiento humano y de las creaciones humanas. De hecho, la cultura humana es concebida como una especie de “externalización” de aquella esencia humana interna. En el contexto anterior, la diferencia entre las distintas tradiciones filosóficas y las diversas teorías, consiste en la forma en que conciben la “esencia” humana mencionada. En el kantismo, por ejemplo, dicha “esencia” asume la forma de una especie de núcleo racional inherente a una especie de operador lógico a priori, de manera que el sujeto humano es esencialmente un sujeto cognoscente que en la apercepción, informa a la informe realidad exterior con las categorías lógicas a priori de espacio, tiempo y causalidad. En el freudismo se propone un reservorio de irracionalidad, un conjunto de “instintos” y “pulsiones” irracionales que propugnan por una gratificación inmediata, generando un inevitable “malestar en la cultura”, dadas las inhibiciones y restricciones que aquella asume. En el “homo oeconomicus” se condensan aspectos fundamentales de la subjetividad humana socialmente producida por el capitalismo y, en una típica operación fetichística, dicha visión es eternizada y naturalizada. De tal manera que, las disposiciones subjetivas favorables a la competencia, al consumismo y al egoísmo antisocial, propio del tipo de subjetividad humana que requieren las relaciones capitalistas de producción para su funcionamiento y reproducción histórica, son concebidas como contenidos fundamentales de la “naturaleza humana”. Este tipo de construcción ideológica cumple un papel legitimador de amplio alcance. En efecto, la simple posibilidad histórica de un tipo de relaciones económicas distintas a las capitalistas, suele ser negada en nombre de una supuesta “naturaleza humana” que las haría inviables, relegando a la concepción de una imposible “utopía” cualquier propuesta a favor de relaciones post capitalistas de producción.

En la obra de Marx y Engels se encuentra contenida una concepción de la subjetividad humana que se ubica en los antípodas de la concepción anterior: en vez de esencialismo se tiene un opuesto a-esencialismo que Lewontin, Rose y Kamin lo plantean afirmando que “…la única cosa sensata que se puede decir sobre la naturaleza humana es que está en esta misma naturaleza la capacidad de construir su propia historia” (1987: 27). Frente a la concepción de que alguna “esencia” constituye el núcleo generador del comportamiento y de las creaciones y producciones humanas, se concibe que tal núcleo está constituido por el conjunto de relaciones sociales y de sus objetivaciones históricas, que son internalizadas en el proceso de socialización de los nuevos miembros que se van incorporando a la sociedad. Frente al mítico “individuo aislado” dicha concepción propone al “conjunto de las relaciones sociales”. Frente al “interiorismo” que parte de la presunta existencia de un núcleo interno, fijo y a-histórico, se parte de que dicho “núcleo” es externo, pues está conformado por el “entorno” social. Frente al sustancialismo de concepciones como el homo oeconomicus, dicha concepción propone una visión relacional. En esto consiste la revolución copernicana en lo concepción de la subjetividad humana. Una concepción similar la expuso el eminente físico Albert Einstein al referirse a las pulsiones egoístas y sociales de los seres humanos y, aunque consideran que ambas posiblemente tienen un fundamento biológico, el componente social resulta ser decisivo, pues “…la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, y por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos de comportamiento” (2003: 2).

La “ruptura epistemológica” radical con las concepciones prevalecientes, se torna aún más radical y con un potencial explicativo aún mayor, en una época como la prevaleciente en los inicios del siglo XXI, en la cual el desarrollo de la genética ofrece la posibilidad continuamente creciente de descifrar en su totalidad el código genético humano y desentrañar con ello el “quantum determinativo” genético sobre el comportamiento humano; aspecto que es plenamente compatible con la visión marxista de la subjetividad humana, la cual asume la “doble “naturaleza” de los seres humanos: en cuanto entidades biológicas y en tanto criaturas históricas. La concepción marxista disuelve el poder persuasivo y de una inconmensurable utilidad en la lucha ideológica contenido en una visión de la subjetividad humana, capaz de paralizar al más revolucionario con el dictum, supuestamente incuestionable, de que unas relaciones económicas post capitalistas son imposibles por que “van contra la naturaleza humana”.

El desencuentro prevaleciente entre Ciencias Humanas y teoría marxista

Por un lado, el marxismo carece de una Psicología desarrollada. Como han señalado diversos autores (Politzer, 1972 ; Sêve, 1973 y Schneider, 1979 ) en el marxismo, si bien se encuentran los fundamentos filosóficos y científicos más sólidos para edificar una Psicología auténticamente científica, lo cierto es que, como corpus teórico carece de una Psicología desarrollada. Por otra parte, las disciplinas académicas de la Psicología la Sociología y la Antropología, principalmente, contienen una serie de teorías y de investigaciones que presentan un incuestionable valor científico para efectos de explicar la socialización humana.

En el caso de la Psicología, la teoría y las investigaciones de corrientes o “escuelas” como la psicoanalítica, el interaccionismo simbólico, el constructivismo y otras, así como de áreas especializadas como la Psicología Social, la Psicología de familia, la Psicología Educativa y otras, han elaborado conocimientos específicos de un indudable valor para explicar la socialización humana. En el caso de la Sociología, otro tanto se puede afirmar de tendencias como las observables en el campo de las microsociologías como el interaccionismo goffmaniano, la etnometodología de Garfinkel, la sociología de la familia y de la escuela, etc. Otro tanto sucede en la Antropología con sus investigaciones concretas siguiendo metodologías tales como la observación participante. No obstante, a todas las aportaciones valiosas previamente enlistadas, se les nota, con mucha frecuencia por no decir siempre, la ausencia de una teoría sólida sobre los procesos económicos propios de las sociedades capitalistas. Desde la perspectiva del presente trabajo, las aportaciones mencionadas se ubican, tendencialmente, en el marco de las llamadas “mediaciones” entre la operación de la lógica de la valorización y los procesos concretos de producción de la subjetividad humana.

Una articulación necesaria

La teoría desarrollada por Marx respecto de los procesos de acumulación y reproducción de los capitales, ofrece las explicaciones más sólidas respecto de la dinámica profunda de las sociedades capitalistas, a la cual Heilbroner (1990) se refiere gruesamente con la expresión de “núcleo generador de la conducta”. La compleja realidad social exige, no obstante, examinar las conexiones orgánicas profundas entre ese “núcleo” y las instituciones y sus prácticas intervinientes directamente en los procesos de socialización. La dinámica específica de la vida familiar, por ejemplo, constituye una variable directamente determinativa de los procesos de socialización y deben ser examinados en profundidad y en su propia particularidad. Debido a la influencia de mediaciones, se plantea la necesidad, de articular la explicación marxista de la lógica de la valorización, con las explicaciones desarrolladas, tanto en teorías posteriores a la obra clásica de Marx y Engels, dentro de la tradición marxista (en autores como Gramsci, Althusser, Horkheimer y Adorno); como fuera de ella, por ejemplo dentro de los desarrollos de la Psicología Social, la Sociología y la Antropología. La articulación es particularmente urgente en los inicios del siglo XXI, pues además de la evidente destructividad del capitalismo, se requiere del conocimiento más sólido posible con vistas a la creación del “hombre nuevo”, en el cual sea posible desarrollar las disposiciones subjetivas apropiadas coherentes con las modificaciones que se necesitan en la concepción de la riqueza, como lo señala el economista francés Serge Latouche “…nuestro mayor desafío actual consiste en redefinir la idea de riqueza: entenderla como satisfacción moral, intelectual, estética, como empleo creativo del ocio” (Amela, 2007: 3).

Necesidad de partir de la lógica de la valorización para explicar los procesos de producción de la subjetividad

El proceso de producción de la subjetividad tiene lugar en diversos ámbitos (grupos de trabajo, familia, escuela, relación con los medios de difusión de masas, grupos de pares, etc.) en los cuales participan diversos agentes (padres, educadores, “comunicadores”, pares, etc.). En la medida en que en tales ámbitos se encuentran contenidas posibilidades y limitaciones concretas determinadas por las posibilidades, materiales y simbólicas, que posibilitan los procesos desiguales de apropiación de la riqueza socialmente producida, tales ámbitos, con sus potencialidades y limitaciones, se encuentran condicionados en gran medida por los procesos de distribución propios del capitalismo, los cuales a su vez, son determinados por ley del valor. Los procesos de producción y reproducción de la vida material constituyen el fundamento último y más determinativo de la vida social en cada sociedad concreta. En el caso de aquellas sociedades hegemonizadas por el modo de producción capitalista, los procesos de producción y reproducción material se rigen en lo fundamental por la ley del valor, como lo señala Marx en su carta a Kugelmann de 11 de julio de 1868, cuando afirma taxativamente “La tarea de la ciencia consiste, concretamente, en explicar cómo se manifiesta la ley del valor” (Marx-Engels, 1978, tomo II: 442). En tal sentido, el funcionamiento concreto de la ley del valor deviene en la “variable clave” (lo cual no significa ni mucho menos que sea la única), que aporta el mayor peso determinativo y, consecuentemente, explicativo, de los procesos sociales entre ellos el de la socialización. Lo anterior debido a que, en su despliegue histórico, el capital logra una creciente subsunción a su lógica reproductiva, a la vida social, como se muestra en los procesos de privatización de los servicios públicos y de los recursos naturales de los países, que somete a la lógica de la reproducción ampliada del capital incluso a los procesos más indispensables y básicos para la vida, como lo son el acceso al agua y la perpetuación de la dotación genética; esta última afectada por la valorización ligada a la biotecnología y la ingeniería genética. En la medida en que la ley del valor explica los aspectos esenciales del proceso capitalista central, cual es el de acumulación de capital, su operación deviene en la variable “clave” para explicar los diversos procesos sociales, entre ellos el de la socialización de los nuevos sujetos, pues en alguna medida y en grados diferenciales, se encuentra siempre jugando un papel determinativo en todos los fenómenos observables en una sociedad capitalista, los cuales, a su vez, configuran los escenarios o espacios del proceso de socialización.

La articulación necesaria debe realizarse condicionadamente

La articulación que hemos propuesto debe realizarse no de cualquier manera y menos “a costa del marxismo” como caracteriza Schneider (1979) la colaboración entre marxismo y psicoanálisis. La articulación que proponemos exige una vigilancia epistemológica de tercer grado y una primacía de la metodología dialéctica, pero sin excluir el uso de otras metodologías, por ejemplo la utilización de técnicas empíricas de raigambre positivista pero bajo la égida del método dialéctico. El fin primordial de la vigilancia epistemológica es el examen detallado de las compatibilidades e incompatibilidades profundas de los supuestos implícitos, tanto en el enfoque marxista como en los desarrollos teóricos posteriores a la obra de Marx y Engels o a las aportaciones provenientes de otras tradiciones teóricas. Se aspira a detectar aquellos ámbitos en que, sin haber incompatibilidades epistemológicas insuperables, el enfoque marxista pueda verse enriquecido con aportaciones de otros enfoques, todo bajo la primacía de una visión de la realidad como algo esencialmente histórico y complejo y que requiere explicaciones concretas y lo más integrales posibles.

A manera de ilustración de lo que entendemos por “compatibilidades” e “incompatibilidades” podemos remitirnos a la concepción de las relaciones sociales en la teoría marxista y en las Ciencias Humanas. Como lo ha resaltado Sève (1973) las relaciones sociales son concebidas en la teoría marxista como relaciones estructurales propias del nivel sistémico y que, en el caso del capitalismo, son relaciones sociales que operan a espalda de los productores, ya que son “…independientes de su conciencia y de su voluntad” (Marx, 1962: 227) En ellas los individuos son concebidos como elementos insertos en estructuras histórico-sociales que les trasciende, como son las relaciones sociales de producción, por lo cual en esta relaciones no suelen operar, de manera determinante, los factores psicológicos y emocionales y no se requiere de la interacción cara a cara entre los individuos (por ejemplo el capitalista extranjero que explota la fuerza de trabajo puede nunca llegar a interactuar cara a cara con los trabajadores). En los Grundrisse, Marx critica la concepción burguesa del individuo en los siguientes términos “Pero la época que engendra este punto de vista, el del individuo aislado, es precisamente la época de las relaciones sociales más desarrolladas hasta entonces (y que son, desde este punto de vista, relaciones sociales)”. (Marx, 1985 t1:5-6). Por su parte, en la Psicología y en la Sociología occidentales, las relaciones sociales son concebidas como relaciones interpersonales, que transcurren como interacciones cara a cara entre individuos en espacios definidos y en situaciones concretas y están muy influidas por factores psicológicos y emocionales. Como se puede observar, la concepción de las relaciones sociales difiere en la teoría marxista de la primordialmente empleada en las Ciencias Humanas. Esta diferencia debe ser clarificada de entrada, desde el inicio de cualquier esfuerzo articulador, y deben elucidarse las formas en que ambos tipos de relaciones puedan, a su vez, relacionarse.

En lo atinente a la necesidad de la primacía de la metodología dialéctica, cabe remitirse a la tesis del antropólogo norteamericano Leslie White respecto de la metodología de investigación predominante en las Ciencias Sociales. White llama la atención respecto de una metonimia muy usual en el pensamiento social, la cual consiste en la inversión de considerar como “causas” de los factores culturales a los factores psicológicos asociados a determinadas objetivaciones culturales, siendo que lo científicamente correcto es exactamente a la inversa, vale decir, que los factores psicológicos deben ser explicados por el influjo de los culturales sobre la psiquis humana. Dicho planteamiento es también refrendado por el filósofo francés Lucien Séve cuando señala “Hay que renunciar, entonces, al sueño inconsistente de una ciencia que nos permita alcanzar lo individual, y singularmente el individuo humano, tal como se nos presenta en la experiencia, conservando al mismo tiempo su rigor, precisión y eficacia” (Ibid.: 244). La primacía de la metodología dialéctica la concebimos como la preeminencia en la estrategia investigativa del ascenso de lo abstracto simple a lo concreto complejo (De la Garza Toledo, 1984), sin excluir la utilización de técnicas empíricas de investigación desarrolladas por la tradición positivista pero aquellas deben estar subordinadas a los dictados de una visión dialéctica integral y concreta del problema de la producción social de la subjetividad.

Por otra parte, Lewontin, Rose y Kamin (1987) en medio de una fuerte polémica contra el reduccionismo propio del determinismo biologista, de antigua data pero renacido en obras como la de E. O. Wilson de Harvard, bajo la denominación de “sociobiología”, en la época de la hegemonía neoliberal, muy necesitada de planteamientos legitimadores de las enormes asimetrías que produce esta vertiente extrema del capitalismo, sintetizan lo que a su juicio diferencia radicalmente una metodología dialéctica de una reduccionista. Los rasgos distintivos del reduccionismo son:
1) La explicación reduccionista intenta derivar las propiedades de los conjuntos, de las propiedades intrínsecas de las partes que los constituyen.
2) Dichas partes preexisten al conjunto que constituyen, dado que existen en forma independiente y con anterioridad a su integración en estructuras complejas.
3) Es típico del reduccionismo el asignar pesos relativos diferentes a distintas causas parciales e intentar evaluar la importancia de cada una manteniendo constantes todas las demás. Obsérvese la relevancia de este aspecto tanto para entender la lógica del diseño experimental, como la de recursos lógicos y retóricos como el del “ceteris paribus” muy utilizado en disciplinas como la Economía.
Por su parte, para los autores mencionados, la dialéctica se caracteriza por ofrecer explicaciones integrales, en las cuales las partes y los conjuntos se co-determinan y de la interacción entre las partes surgen conjuntos en los cuales emergen propiedades inexistentes en aquellas. Por lo anterior, las explicaciones dialécticas se oponen radicalmente a las reduccionistas que tratan por separado y en forma aislada a los “aspectos”, “factores” o “dimensiones” que en su interacción conforman la compleja realidad humana y social: vale decir, lo económico, lo político, lo cultural, lo biológico, lo psicológico, etc. (Lewontin, Rose y Kamin, 1987: 23).

Bibliografía

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Bourdieu, P., Passeron, J. y Chamboredon, J.: El oficio de sociólogo, Siglo XXI, México, 1981.
CAES: Trabajo basura, publicado en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=6879 , publicado el 29 de octubre de 2004 y consultado ese mismo día a las 9 pm.
De la Garza Toledo: Hacia una metodología de la reconstrucción: Fundamentos, crítica y alternativas a la metodología y técnicas de investigación social, Universidad Autónoma de México. Editorial Porrúa, S.A., México, 1988).
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