23/9/14

El marxismo y la democracia | Itinerario reflexivo desde Marx hasta Mariátegui

José Antonio Soto Rodríguez   |   Marx y Engels no abordaron de forma particular, en tratado aparte, el problema de la democracia; sin embargo, en sus trabajos tempranos y maduros aparecen análisis importantes sobre la misma, que se proyectan en tres dimensiones esenciales. En primer lugar, la crítica a la falsedad de la democracia burguesa, que quiere presentarse como la abanderada de la igualdad, de los derechos de los ciudadanos y de la libertad. En segundo lugar señalan los límites de la democracia burguesa como escenario de lucha del proletariado. En tercer lugar destacan las características de la democracia socialista cuya esencia es significativamente la dictadura del proletariado.

En lo que respecta a la primera de las dimensiones a la que hacemos referencia, en los trabajos tempranos de Marx, éste pone el acento en el análisis de la democracia burguesa y su naturaleza ideológica, y conceptualmente ya fija sus primeras nociones sobre la temática. Así, en La crítica de la filosofía del Estado de Hegel señala: "En la democracia, la constitución misma debe aparecer como una determinación de los intereses del pueblo. En la monarquía, tenemos el pueblo de la constitución, en la democracia, la constitución del pueblo".

Aquí ya Marx apunta, en fecha tan temprana como 1843, una idea cardinal: la esencia de toda democracia plasmada en el derecho a través de la constitución es responder al pueblo.

Marx concibe a toda forma de Estado no democrático y no representativo de los reales intereses populares como una enajenación de la justicia y de la verdadera libertad, como una negación sustancial de los intereses que debe representar y, por tanto, como una antítesis de la real y verdadera democracia. En tanto poder para la mayoría y por la mayoría y dirigido esencialmente a satisfacer sus necesidades materiales y espirituales deviene en la máxima manifestación de la democracia, ya que se plantea como esencialidad de su accionar luchar por la igualdad social, eliminar las diferencias de clases y del propio Estado y el logro supremo de la desalienación del hombre.

Él concibe al socialismo y más tarde a la sociedad comunista como la expresión suprema de la realización plena del hombre de todas sus aspiraciones materiales y espirituales; por eso, para el propio ascenso del progreso material fundamentado en el desarrollo inusitado de las fuerzas productivas que tenía su apoyatura en la ciencia, debía propiciar al mismo tiempo el libre desenvolvimiento de las relaciones sociales y el predominio del más acendrado humanismo, por tanto el propio desarrollo cultural, y el libre desenvolvimiento de las relaciones estéticas y éticas basadas en el pleno desempeño del hombre con todas sus prerrogativas garantizadas era para Marx la mayor realización de la democracia.

Trascendente es la concepción de los clásicos sobre la dictadura del proletariado, no como dictadura de un partido, ni como liderazgo político permanente. Esas fueron lecturas tergiversadas de la teoría expuesta y argumentada por los mismos, las que llevaron a cometer serios errores en la construcción del socialismo y a torcer la esencia democrática de la teoría de la dictadura del proletariado, llevándola a su negación en la práctica.

Es necesario enfatizar que Marx y Engels siempre destacaron que la misma era un poder colegiado de los obreros en alianza con los campesinos, artesanos y trabajadores de los servicios, así como los profesionales e intelectuales. En la Crítica al Programa de Gotha, Marx apunta un aspecto raigal de la democracia que es el derecho, insiste en que la sociedad que acaba de salir del capitalismo presenta irrecusablemente en todos sus aspectos: en el económico, en el moral y en el intelectual las taras de la vieja sociedad y por tanto los productores recibirían proporcionalmente al trabajo que han aportado. La igualdad aquí se mide por el mismo rasero: el trabajo.

Y señala: "Indefectiblemente en el socialismo no reina la plena igualdad, ya que no todos los individuos tienen la misma capacidad física y mental y por tanto unos aportarían más que otros".[4]

Incluso Marx reconoce la posibilidad de que unos sean más ricos que otros, y al mismo tiempo apunta la certera idea de que estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista.

Esta concepción fue adulterada por muchas experiencias de construcción del socialismo en el mundo, que se propusieron un igualitarismo económico y cultural, por encima de las condiciones económicas existentes. Esto provocó el estancamiento, la falta de estímulo en el trabajo, en el desarrollo social y el no reconocimiento adecuado de las potencialidades humanas y sus diferencias y, por tanto, el no lógico reparto según las mismas.

Marx, no obstante, no renuncia al ideal comunista "de cada cual según su capacidad y necesidad", pero condiciona esta meta a un alto desarrollo de las fuerzas productivas y por ende de las riquezas, lo que permitiría un reparto más equitativo de las mismas. Para él, esto se conseguiría con un Estado que luchara denodadamente por eliminar la oposición entre el trabajo manual y el intelectual, por un alto desarrollo cultural, que lleve a la eliminación de la enajenación y todos los vicios capitalistas. Por ello este Estado socialista debe expresar la soberanía del pueblo, sus intereses de clase, sus derechos cardinales y la más alta expresión de las libertades, tanto económicas como políticas y sociales, pero sin caer en el falso sentido del igualitarismo.

Precisamente por ello para Marx y Engels hace falta un período de eliminación de las diferencias de clases, de establecimiento de condiciones económicas nuevas donde se cumpla la satisfacción plena material y espiritual de los individuos. Para ellos la concepción del socialismo sólo podía darse en sociedades desarrolladas y no en sociedades con bajo desarrollo de las fuerzas productivas, porque entonces no era posible garantizar el progreso y las aspiraciones de una sociedad donde se diera el salto de la necesidad a la libertad más plena de la democracia verdadera.

En su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels aporta ideas vitales para la comprensión de la falsedad de la democracia burguesa, sin descartar que a través de ella el proletariado debía hacer prevalecer sus derechos como partido independiente y participar en las luchas políticas, aunque en el sufragio no alcanzara nada esencial en la sociedad capitalista y a través de su sistema de dominación política. Consideraba a estas luchas como un escalón de la toma de conciencia política del proletariado, para llegar más lejos a través de la revolución socialista y la dictadura del proletariado como la conquista de sus intereses económicos, políticos y sociales. Para alcanzar estos fines, Engels define que el movimiento político de la clase obrera tiene como objetivo último la conquista del poder político y para ello debe preparase, movilizarse, adquirir una conciencia política como sujeto de la revolución.

Por estas razones, Engels concede tanta importancia al desarrollo gradual de la organización y la movilización obrera, a su preparación cultural e ideológica, y entiende que la primera manifestación importante de esta toma de conciencia del proletariado contra sus opresores es la agitación constante contra la política de las clases dominantes y la adopción de una actitud hostil contra ese poder.

Las concepciones leninistas sobre la democracia

Lenin, continuador de lo aportado por Marx y Engels sobre la democracia burguesa y la democracia proletaria, logra sistematizar estas concepciones en relación con el Estado, la toma del poder político, los derechos de las masas populares luego de conquistado el poder, la lucha por hacer más participativo el poder del Estado y por elevar el nivel de vida de las masas.

En el ensayo La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación, analiza la necesidad de la democracia como requisito indispensable del socialismo triunfante, pero una democracia de nuevo tipo, y señalaba que "la democracia es también una forma del Estado, que debiera desaparecer junto con él, pero eso ocurrirá sólo cuando se pase del socialismo definitivamente vencedor y consolidado al comunismo completo".

Lenin acertadamente valora cómo la revolución socialista debe combatir en los frentes de la economía, de la política y de la cultura por el progreso social y la satisfacción plena de las necesidades materiales y espirituales del hombre y ponía en alta estima el problema de la democracia como el camino y la vía de realización del humanismo socialista.

Las concepciones del espacio democrático en la revolución proletaria las desarrolló Lenin a tenor con las nuevas condiciones históricas. En este sentido, aportó significativas ideas al movimiento revolucionario, tácticas y estrategias de desarrollo necesarias en la etapa del imperialismo, las que mantienen plena vigencia por su nivel de objetividad si no se constituyen en dogmas de la teoría originaria. Destacaba que el marxismo exige un análisis objetivo y concreto de la correlación de las clases y de las peculiaridades concretas de cada momento histórico.

Esto es premisa insoslayable de toda fundamentación científica de la política. En el folleto Cartas sobre Táctica, Lenin expone que las particularidades de la revolución atraviesan por las etapas y por los rumbos que les dicten las circunstancias y la complejidad de los acontecimientos que se desarrollen. No descarta el paso de la revolución democrático-burguesa o de la lucha de posiciones políticas, en la que se da el pacto de la pequeña burguesía intelectual, comercial e industrial y campesina con los sectores más humildes del proletariado por determinadas conquistas parciales, aunque necesarias para preparar el terreno subjetivo en el camino por la toma del poder.

En la obra El Estado y la Revolución, define la democracia burguesa como la de los ricos, la que defiende los intereses de la sociedad capitalista:
"Si observamos más de cerca el mecanismo de la democracia capitalista, veremos siempre y en todas partes restricciones y más restricciones de la democracia... en los obstáculos efectivos a todos los derechos políticos... estas restricciones excluyen, eliminan a los pobres de la política, de la participación activa en la democracia".
Precisamente, Lenin consideraba que partiendo de esta estrecha e hipócrita concepción que rechaza a los desposeídos no podíamos ir hacia una mayor democracia, sino todo lo contrario, hacia una mayor dictadura política de la burguesía monopolista.

En el período de transición debía dominar la dictadura del proletariado, pero él la concibe como el Estado donde debían decidir y gobernar los obreros en alianza con los demás trabajadores y el peso de las decisiones debían partir del criterio y de los intereses de estas clases y grupos sociales, los cuales forman el bloque histórico de la revolución. Precisamente este era el viraje sustancial que debía dar la democracia socialista frente a la burguesa, el que debía responder por entero a las necesidades materiales y espirituales de las grandes mayorías y nunca de una minoría, pues si no se perdía la esencia democrática del socialismo.

Es importante tomar en cuenta como Lenin enfatiza en la necesidad de que durante la transición se necesita el Estado como un aparato especial para reprimir a la minoría explotadora, que ha perdido sus propiedades, y él concibe este Estado como pequeño en cuanto a la cantidad de funcionarios. Por ende, la burocracia debía estar limitada y garantizarse la participación efectiva de las amplias masas y por ello el Estado debe responder en todos los órdenes: económico, político y social a estos intereses, así afirma: "Y ello es compatible con la extensión de la democracia a una mayoría tan aplastante de la población y por tanto es una máquina sin grandes gastos financieros, sencillo, austero."

Innegablemente que el socialismo no puede construirse de forma auténtica sin la dictadura del proletariado, pero de una dictadura de las masas populares y no de una minoría de burócratas, conformadora de una aristocracia de nuevo tipo que aparentemente se dice representante de estos intereses viviendo al margen de ellos, como ocurrió en el ex campo socialista.

Realmente en la ex URSS y demás países ex socialistas de Europa del Este, el Estado creció exponencialmente y la burocracia era un insulto a la esencia verdadera del socialismo, poniéndole freno a los derechos y las libertades de los trabajadores, haciéndolos padecer una cadena infinita de trámites burocráticos, que no alcanzaban la solución de sus reales problemas.

Todos estos factores anteriormente expuestos fueron dando al traste con el descrédito del Estado socialista, ya que no contribuyó al cumplimiento de la verdadera esencia del socialismo: la satisfacción creciente de las necesidades materiales y espirituales del hombre. Esto ha hecho mucho daño al ideal del socialismo a escala mundial y de la democracia socialista tal como la concibieron los clásicos del marxismo. Aspecto muy importante que sirve como basamento metodológico para el análisis de la democracia desde las posiciones del marxismo leninismo son las concepciones de Lenin acerca de la diferencia de la democracia burguesa respecto de la democracia socialista, insistiendo en el carácter clasista para analizar todo tipo de democracia. Por eso critica a fondo la concepción burguesa sobre la "democracia pura". Lenin, de igual modo, parte del criterio de que concebir la libertad y la igualdad en general es un engaño y una trampa para los obreros, así como para todos los trabajadores y explotados por el capital, y es que mientras existan las clases, en todo razonamiento acerca de la libertad y de la igualdad, debemos cuestionarnos: libertad para qué clase, igualdad entre qué clases. Si dejamos estos aspectos esenciales sin tomarlos en cuenta estaríamos poniéndonos de lado del capitalismo monopolista, ya que en esencia ellos protegen los intereses de la propiedad privada. Por tanto, la consigna de la libertad y de la igualdad en general es un embuste e hipocresía de la sociedad burguesa.

Por consiguiente, según las ideas de Lenin que sintetizan las concepciones teóricas de Marx y Engels en este terreno, el socialismo, la dictadura del proletariado y la democracia socialista no debían ser fenómenos de distinto orden, si se cumplían sus reales principios y se respondía a los verdaderos intereses de las masas populares.

En la práctica ocurrió todo lo contrario, la construcción de un socialismo deformado, que entró en contradicción con la real y efectiva democracia socialista, y la dictadura del proletariado se transformó en la dictadura política de un partido opuesto a los intereses del proletariado, que cayó en fenómenos graves de corrupción, de desviación ideológica de los principios del marxismo y de alejamiento de las masas, y por tanto la dictadura que debió ser del proletariado se convirtió trágicamente en la dictadura de una dirigentocracia que soslayó los cardinales intereses de las masas populares.

Apuntes reflexivos en torno de las concepciones de Antonio Gramsci y José Carlos Mariátegui sobre la democracia

Las ideas de Gramsci y Mariátegui sobre la democracia no están intencionalmente desarrolladas a la manera de la intelectualización de los conceptos, pero en las esencias con que abordan trascendentales problemas se da una asunción sustantiva de las problemáticas que concurren en la visión marxista del fenómeno de la democracia. Y esto se evidencia en el tratamiento que da Gramsci a problemas tales como la sociedad civil y sus relaciones con el Estado, hegemonía y bloque histórico, los problemas relativos a la democratización orgánica del partido, el papel de la intelectualidad en la revolución y el papel de la cultura en el proceso democratizador de la sociedad socialista.

En el caso del pensamiento mariateguista, los problemas agudos y polémicos que le dan tratamiento a la naturaleza de las entidades colectivas, la crítica al dogmatismo y al inmovilismo, la valoración de la crisis del marxismo y sus consecuencias para el pensamiento marxista latinoamericano, así como el problema de la necesaria democratización en las filas del partido.

Abordar estas ideas resulta esencial por la trascendencia que tiene en el tratamiento de la polémica en torno a la democracia por las izquierdas latinoamericanas y cómo son asumidas en el redimensionamiento de las concepciones de la sociedad civil y sus relaciones con el poder, así como en la propia reestructuración orgánica de los partidos de izquierda y sus cambios profundos en la democratización interna y en las proyecciones de la unidad a lo ancho y a lo profundo, con otras fuerzas de izquierda, en los problemas relativos a la vanguardia y a las relaciones prácticas de la estrategia y la táctica y de los paradigmas emancipatorios de estas fuerzas.

Apuntes reflexivos sobre las concepciones de Antonio Gramsci en relación con la democracia socialista

Es necesario destacar que Gramsci es totalmente ajeno a la ortodoxia marxista oficial, que ya se había establecido al final de la década del veinte del siglo pasado; a diferencia de Mariátegui que propone la heterodoxia como movimiento interno y necesario de la ortodoxia, Gramsci recorre las alternativas del pensamiento marxista que se basta a sí mismo.

No es fortuito que esta crítica a la ortodoxia emprendida por Gramsci tome cuerpo a través del análisis del manual de Bujarin Teoría del materialismo histórico en los momentos en que Stalin ya dejaba establecido su noción de marxismo-leninismo.

Realmente los Cuadernos de la Cárcel, con toda la crítica que han recibido por considerárseles fragmentarios, contienen juicios de un calibre agudo sobre un marxismo abierto y creativo. No podemos obviar el hecho de que los mismos eran notas para emprender una obra madura en el futuro.

Al decir de José Aricó
"El programa científico de los Cuadernos consiste en edificar una teoría de la hegemonía. Por un lado, como un desarrollo teórico-práctico de la filosofía de la praxis, afirmando potencialmente una filosofía nueva y que abriera espacios más amplios, para el análisis dialéctico de los problemas más candentes de la época".
La teoría de la hegemonía de Gramsci estaba dirigida a elaborar una concepción nueva de la política, en la cual se puede escindir el nexo entre política y Estado, constitutivo de la categoría moderna de política.

Es de destacar en estas concepciones gramscianas sobre hegemonía que no la entendía como la centralidad absoluta de la clase obrera sino como la integración de varias fuerzas, que van a formar lo que él llamó un bloque histórico.

Uno de los méritos mayores de Antonio Gramsci fue el de percatarse a tiempo de que los cierres categoriales llevaban al fracaso y a mutilar el desarrollo de los procesos revolucionarios, por eso en el propio concepto de hegemonía hay una revalorización de la teoría marxista sobre el papel de las clases y del Estado, así como del partido y la interacción dialéctica de las mismas.

La concepción de la hegemonía en Gramsci va más allá del modo en que se ha concebido el marxismo leninismo staliniano en la década del veinte del siglo pasado. Su visión es superadora y se propone realmente un replanteo complejo que englobaba todas las contradicciones de su época, cuyas soluciones aún no han sido resueltas del todo, ya que se propuso redimensionar lo político con la concepción del Estado nación, que le asignaba un papel destacado a la cultura y al carácter desarrollador de la intelectualidad como entidad de relevante importancia en el progreso social.

Lo novedoso de Gramsci es su enfoque de los sujetos nacionales donde no se privilegia a la clase obrera como sujeto principal de la revolución, porque para él, el esquema industrialista tal como se planteaba hasta entonces iba a ser superada por el proceso de internacionalización del capital y entonces vastos sectores no obreros, tales como campesinos y trabajadores de los servicios, iban a quedar englobados en el desarrollo capitalista que necesitaba de estos espacios para su progreso y expansión.

Eso obligaba a repensar la idea de los sujetos en la revolución y a analizar desde una perspectiva más amplia la revolución y sus métodos tradicionales y a considerar nuevas vías no armadas, donde el espacio de la sociedad civil desempeñara un papel más dinámico. Estas ideas son las que hoy con más fuerza son retomadas por el pensamiento de izquierda en América Latina.

Gramsci juzga el papel del partido y su autoridad política en constante dinámica dialéctica para responder a las clases a las que representa y para adecuarse a las cambiantes situaciones nacionales e internacionales. Un partido que se debe estructurar dialécticamente en lo orgánico para no desaparecer, pero que además no puede sentirse agotado, porque perece su esencia de vanguardia. Esto debe alejar del partido todo tipo de autoritarismo y centralismo de las fuerzas dirigentes para evitar que se caiga en el culto al líder.

Lo anteriormente mencionado iba dirigido a una crítica aguda al autoritarismo y verticalismo de Stalin y a los métodos burocráticos de la otrora Unión Soviética, y es que él es capaz de avizorar el fracaso del modelo de socialismo que se construía, planteando ya la necesidad de la construcción teórica y práctica más dialéctica y democrática del mismo.

Es de notar que en un artículo de Gramsci, anterior a los Cuadernos de la Cárcel, titulado Socialismo y Cultura, el mismo sostiene que la dominación de clase no se puede explicar simplemente a partir de las circunstancias económicas, ni de las posiciones de fuerza, sino que hay que tener en cuenta también como un factor de peso el "contexto cultural" que es el que permite dar reconocimiento y legitimidad al régimen que está en el poder.

Por tanto Gramsci plantea como tarea necesaria en la preparación de la revolución un intenso trabajo crítico, que permita la elevación del nivel cultural e ideológico de las mayorías, inconformes con el sistema de dominación imperante. Estas ideas del filósofo marxista italiano tienen relación con el concepto de hegemonía, ya que para él la dominación de clases en los tiempos modernos necesita de una legitimación, que la dominación perdurable debe implicar; no sólo se debe garantizar el elemento de fuerza de coerción, sino también la construcción y conservación del consenso.

Es notorio que Gramsci insiste en ver al Estado como elemento aglutinador de la dominación de clase, el sustento ideológico con que las clases y grupos lucharon por la hegemonía; no es sólo expresión de sus inmediatos intereses de clase, sino también una manifestación ético-política, que engloba a todo el cuerpo social.

Esto lleva a Gramsci a ampliar el concepto marxista de Estado como aquel que además del aparato de Estado y de las fuerzas represivas tome en cuenta la vitalidad de la sociedad civil. Otto Kollschemer ha apuntado refiriéndose a la teoría de la hegemonía de Gramsci que es a la vez una reformulación diferenciada de la doctrina marxista de la base y la superestructura. Una crisis económica que revele los límites de las antiguas relaciones de producción no conduce necesariamente a un cambio revolucionario de la dominación de clases existentes. Una posibilidad así se da solamente en el caso de una situación de crisis orgánica en la que se pone en tela de juicio los valores culturales y la legitimidad de la dominación de los antiguos bloques de poder.

Y es que para Gramsci, superar las antiguas condiciones de producción y formas de dominio depende de que los grupos sociales que compiten, es decir la clase obrera y sus intelectuales orgánicos, logren expresar en un nuevo bloque histórico no sólo a la mayoría de la población, sino nuevos criterios de racionalidad social, tanto en sentido ético productivo, técnico productivo y de la economía en general.

En relación con el papel de la sociedad civil, se expresa como un amplio concepto cultural en el que se incluyen las funciones de organismos que el cataloga de privados y que hay que diferenciar expresamente de las funciones del Estado; en esto se vincula con las concepciones de Marx en sus primeras obras y con Hegel, quien diferencia en su obra El Estado y el derecho las funciones de las organizaciones privadas de las funciones propiamente del Estado. Pero hay una gran distancia entre Hegel y Gramsci, ya que en Hegel la concepción de lo privado se refiere a la propiedad privada, mientras que en Marx y Gramsci se refiere a la participación de todos individualmente en la organización de la sociedad.

En esta concepción gramsciana de la sociedad civil está tomado muy en cuenta el individuo, concebido como un sujeto activo en sus roles sociales. La idea esencial de Gramsci en relación con la sociedad civil gira en torno de la funcionalidad de la misma dada en la organización del consenso, es decir, el sistema parlamentario debe llevar a la práctica en la sociedad la riqueza de las energías públicas, y hace énfasis en la hegemonía permanente de las clases urbanas sobre la totalidad de la población. El consenso tiene un carácter en estas instituciones de perfil moral, pues ocurre voluntariamente de una manera u otra.

Gramsci establece dos niveles de la superestructura, la propiamente llamada sociedad civil, la totalidad de las instituciones públicas, y el referido a la sociedad política o el Estado. Al primer nivel le corresponde la función de hegemonía que los grupos dominantes ejercen sobre toda la sociedad y al otro la función de dominio directo o de mando que se expresa en el Estado y el gobierno jurídico. Para él los intelectuales son los que llevan el peso fundamental en la hegemonía social y en el gobierno político.

Para lograr estos fines, el grupo básico dominante tiene que tener el consenso de las grandes mayorías, pero este consenso brota espontáneamente y es el resultado del prestigio que el grupo dominante alcanza en el mundo de la producción, con su posición y su función, y en segundo lugar del aparato coercitivo del Estado que asegura la disciplina de los grupos que no dan su respaldo.

Por estas razones la recepción de Gramsci en América Latina, al decir de Enzo Faletto, se orientó a señalar las carencias democráticas de las propias organizaciones, el modelo estandarizado por las agrupaciones de izquierda de férreo centralismo, y sobre todo el énfasis se pone ahora en la relación de los partidos con las distintas expresiones de la sociedad; por estas razones la reinterpretación de la concepción de hegemonía de Gramsci condujo a una percepción mayor de la complejidad de lo social sacándola de la reducción a un estrecho criterio partidario.

En realidad y aún hoy está dada esta exigencia para el pensamiento de izquierda latinoamericano; se necesita generar un momento de reencuentro de vastos actores sociales, especialmente con los denominados sectores medios, tomando como fundamento conceptos claves como libertad, justicia, preocupación social y democracia.

Se ha tomado conciencia por los partidos de izquierda y por las restantes agrupaciones que estos temas que habían sido marginados debían ser asumidos y alejarse de una concepción de dominio para poder exhibir una práctica más ajustada a las necesidades presentes de lograr las necesarias alianzas y consensos unitarios con variadas fuerzas y tendencias políticas.

La significación de Antonio Gramsci para el pensamiento de izquierda en América Latina ha sido y es notorio porque ha servido para pensar o repensar viejos y nuevos problemas, una ruptura con un marxismo y con una visión del socialismo que aparecía como fosilizada o por lo menos amenazada de parálisis.

Comparto los criterios de Néstor García Canclini cuando apunta:
La problemática de la hegemonía y la subalternidad gramsciana tienen actualidad y esto se evidencia por las propias consecuencias del neoliberalismo y de los procesos culturales que se han desarrollado y los cambios económicos y políticos que han llevado a una mayor concentración y monopolización del poder. Estos problemas de la centralidad y descentralización invitan a pensar en Gramsci y la vitalidad de sus concepciones sobre la cultura y sobre la sociedad civil y la hegemonía.
Realmente un nuevo pensamiento socialista podría desarrollarse en la medida que resuelva dos problemas que Gramsci de forma esencial nos plantea: cómo hacer política socialista cuando se carece de una cultura revolucionaria, autónoma y eficaz, adecuada al estado presente del pensamiento y las exigencias de su perfeccionamiento y cómo elaborar una política socialista cuando falta todavía por desarrollar un proyecto del humanismo socialista que se constituya en la teoría y en la práctica como alternativa real a los dilemas que hoy confronta América Latina, atenazada al antihumanismo del capitalismo neoliberal.

Apuntes reflexivos de José Carlos Mariátegui en torno a la democracia socialista

El pensamiento fundante de José Carlos Mariátegui de un marxismo auténticamente latinoamericano es aportativo en sus esencias de una concepción en principio antidogmática y antiortodoxa. Sus enfoques de la naturaleza de nuestras luchas y de la multivariedad de sujetos participantes en las mismas, el carácter del Estado, del partido, de la lucha por nuestra identidad cultural y del carácter sui géneris del marxismo acá en nuestras tierras constituyen hoy fuente obligada de consulta del pensamiento de izquierda en la reconstrucción más democrática de su paradigma emancipatorio.

En este sentido apunta Juan Valdés Paz:
El tema de la democracia no parece haber sido tratado centralmente por Mariátegui, al menos bajo los términos con que se discute actualmente. Sin embargo, creo que las perspectivas en que se sitúa Mariátegui de transformación social supone un proceso generalizado de democratización de las estructuras sociales sin el cual la democracia política se hace puramente formal, tal como se prueba en la experiencia latinoamericana.
El pensamiento humanista de Mariátegui es heredero de las mejores tradiciones históricas y de nuestras luchas emancipatorias. En tal sentido, aunque no formula explícitamente una teoría sobre la democracia, sí en el tratamiento a todos estos problemas aporta ideas de raigal importancia que son enarboladas por el pensamiento de izquierda latinoamericano. Hoy día esto está referido al problema de la naturaleza de la vanguardia política, del rol de los sujetos, del papel de la cultura y de la dialéctica de lo nacional e internacional.

Manuel Moreno ha señalado con acierto que
"Mariátegui supo conjugar muy bien tres cosas, consustanciales con el pensamiento revolucionario de todas las épocas: el pensamiento y la acción, la pasión y la teoría y la pasión y la ciencia. En el Amauta hay en este aspecto ideas muy importantes, su vida como tal, su trabajo militante, su esfuerzo permanente y su especial compromiso con la realidad".
El Amauta supo distinguir bien dos tipos de actitudes críticas ante el marxismo: la liquidadora y la renovadora y continuadora de la obra, y él se inclina por la segunda desarrollando y adaptando el marxismo a las concepciones específicas de América Latina y de su Perú natal.

La crítica de Mariátegui estuvo enfilada contra aquellos que entendían la teoría como un modelo a aplicar tácitamente en América Latina, obviando nuestra historia y nuestra propia concepción crítica de la modernidad y sus consecuencias y no enlazando el pensamiento marxista a las corrientes filosóficas y políticas de nuestro ámbito, lo que traería por resultado la negación del carácter objetivo del marxismo desde nuestras propias condiciones y entonces la teoría marxista nos llegaría como ajena a América Latina.

Hay ejes importantes para acceder a este pensamiento fértil y fecundo por su carácter renovador y ellos son: el problema de lo nacional y su conexión con lo universal desde las perspectivas latinoamericanas y el problema del indigenismo, para partiendo de ahí comprender la naturaleza del socialismo a partir de las complejidades de la realidad peruana.

La cuestión arranca, plantea, "...de nuestra economía, tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra, cualquier intento de resolverla con medidas de administración o políticas fracasarían". Por eso para Mariátegui la solución del problema del indio tiene que ser de carácter social, y en este sentido concede gran importancia a la organización política de esta fuerza a través de los congresos indígenas, respetando sus formas de organización y considera que tomarlos en cuenta para los cambios sociales debía ser una tarea prioritaria del programa del Partido.

Marta Harnecker, en relación con esta contribución de José Carlos Mariátegui, señala en su ensayo Indígenas, cristianos y estudiantes en la revolución
...insistía en que el partido debía ser capaz de captar el estado actual y sentimental de los indígenas... conocer en detalle las condiciones de vida del indio, las condiciones de su explotación, sus posibilidades de lucha, los medios más prácticos para que la vanguardia lograra hacer un trabajo entre ellos. Sólo así lograría su rol histórico.
Esta situación gana actualidad ya que el problema indígena no ha sido solucionado acertadamente por las fuerzas de izquierda en América Latina, con la excepción del movimiento revolucionario chiapanesco.

En José Carlos Mariátegui se da una nueva racionalidad para comprender la esencia de la revolución socialista en términos latinoamericanos. Su concepción era la de que no podía ser viable acá en nuestras tierras el calco y la copia, y que el enfoque clasista cerrado no permitía ni comprender ni encauzar acertadamente la revolución.

Respecto del problema de cómo el asume la problemática del poder, tiene mucho que ver con su concepción de la revolución como liberación plena y no sólo como cancelación de la explotación, sino de las jerarquías sociales y de las categorías de los marginados, dígase etnia, clase, nación, género, sexo, edad, nivel cultural , etcétera.

Este enfoque se planteaba distinto a la teorización oficial del materialismo histórico a lo soviético, ya que la concepción de las tareas de la revolución no se definía en términos de eliminar las contradicciones de forma rápida y total, Mariátegui no concibe que la revolución pueda resolver todo de golpe. Se resuelven incluso los problemas de manera contradictoria y complicada. Para él, el poder se encuentra en los movimientos y organizaciones sociales, las cuales son plurales y deben tener capacidad para revocar a los que los representan en el gobierno. Es dentro de estas fuerzas democráticas y su correlación donde que hay que buscar la praxis política y la problemática del poder; por supuesto estas ideas llevaban a un cambio profundo de cosmovisión sobre el ejercicio democrático del poder revolucionario en la sociedad opuesto al totalitarismo. Hay que diferenciar muy bien lo que entiende Mariátegui por la forma de democracia de la idea de democracia. A esta última le da plena actualidad y vigencia cuando critica al parlamentarismo burgués, echando por tierra sus fundamentos y utilidad para el socialismo.

El Amauta se esforzó mucho por hacer valer lo mejor de las concepciones democráticas acerca de los derechos ciudadanos y de la vitalidad de la sociedad civil. En particular destaca el papel de la intelectualidad que con su acción viva se enfrenta a cualquier tipo de manifestación obstrusiva de la democracia. Pablo Guadarrama, valorando la dimensión humana del Amauta, enfatiza que

No se está en presencia de un simple periodista que es capaz de escribir sobre lo que demanda el público lector o las indicaciones que el gerente le sugiere. Se trata de un intelectual orgánico comprometido al máximo con un proceso de liberación que le obliga a poner todas sus energías en su misión desalienadora-concientizadora.

El pensamiento de Mariátegui es asumido hoy por la izquierda latinoamericana por su fertilidad, porque a tiempo supo enfrentarse al dogmatismo y a los estilos sectarios, oportunistas y reaccionarios de aquellos que, como Haya de la Torre, abandonaban las posiciones del verdadero marxismo, como la abandonan muchos hoy. La confianza y la fe del Amauta en el paradigma socialista a lo latinoamericano constituyen una fuente permanente de referencia para aquellos que tienen ante sí la tarea de llevar a vías de hecho el ideal emancipatorio, ajustado a la contemporaneidad y a la magnitud de sus problemas actuales.