17/8/14

Reflexiones desde el marxismo sobre el libro de Thomas Piketty – I, II & III

Rolando Astarita   |   El libro de Thomas Piketty, Capital in the Twenty First Century, ha impactado a nivel mundial. Su planteo central es que la desigualdad de los ingresos y de la riqueza ha estado aumentando en los países capitalistas desde los años 1970, y hoy alcanza niveles similares a los que había a comienzos del siglo XX. Esto significa que no se verifica la hipótesis de Kuznets (formulada en los años 1950), según la cual la desigualdad aumentaba primero con el desarrollo del capitalismo, y luego disminuía. De hecho, ya antes de la publicación del libro de Piketty se ha estado documentando que la desigualdad ha seguido una forma de U. Pero el libro de Piketty, utilizando datos fiscales más que encuestas sobre la situación de los hogares, amplía el análisis y confirma el dramático incremento de la desigualdad en las últimas décadas en los países desarrollados. Por caso, en EEUU, desde 1980 a los 2000, la participación en los ingresos del decil más alto de la población pasó del 30-35 por ciento al 45-50 por ciento; y el uno por ciento más rico pasó de tener el 9 por ciento del ingreso en los 1970 a aproximadamente el 20 por ciento en los años 2000 – 2010. Entre 1977 y 2007 el 10 por ciento más rico se apropió las tres cuartas partes del total del incremento del ingreso en EEUU, y el uno por ciento más rico el 60 por ciento del mismo.

A la luz de estos datos, es comprensible que la vieja tesis de Marx, que dice que en el modo de producción capitalista hay una tendencia a la polarización, cobre nueva actualidad. En este respecto, Piketty sostiene que si bien no se cumplieron las previsiones catastrofistas de Marx (en su interpretación, Marx habría pronosticado el derrumbe del capitalismo por causas puramente económicas), sí se habría verificado su tesis de la creciente polarización de ingresos y riqueza.

Esta proximidad con una de las tesis de Marx ha suscitado interrogantes acerca de cuál es la relación que puede establecerse entre el libro de Piketty y El Capital; de hecho, varias personas me preguntaron qué valoración del Capital in the Twenty First Century podría hacerse desde el punto de vista marxista. En esa nota presento algunas reflexiones, referidas al aspecto teórico del asunto. Adelantando lo que desarrollo más abajo, mi posición es que, si bien Piketty pone el foco en una cuestión real y candente, que la economía del mainstream ha tratado de disimular en base a formulismos matemáticos y supuestos irrealistas, su planteo tiene poco que ver con la teoría de Marx. En particular, porque la idea marxiana de explotación –el trabajo es la única fuente de las ganancias del capital, y las ganancias del capital son fruto de la explotación del trabajo asalariado- desaparece por completo de su explicación. En su lugar, Piketty propone una explicación neoclásica ortodoxa, que pasa por lo “técnico” (productividad marginal, precios de factores, tecnología y similares). La idea del marxismo es que el fenómeno de la distribución no es “técnico”, ni se resuelve en “los precios de los factores”, ya que tiene por base las participaciones relativas del capital y el trabajo en el ingreso nacional, que es generado por el trabajo. Por eso, la teoría de la plusvalía de Marx llama a cuestionar subversivamente la sociedad. Su mensaje central es que la sociedad moderna se basa en la explotación del trabajo, y esto permanece al margen de que aumente, o no, la desigualdad del ingreso. Su eje es la teoría de la explotación; la tendencia al aumento de la brecha en las desigualdades es un efecto de esa explotación. Pero este aspecto de la cuestión está por completo ausente del trabajo de Piketty; como veremos en seguida, las categorías que utiliza son propias de las formas fetichistas bajo las que se disimulan las relaciones esenciales, incluso en su versión más ortodoxamente neoclásica.

El modelo teórico de Piketty

Aunque la mayor parte del libro de Piketty está dedicada a los resultados de sus investigaciones empíricas, la explicación del porqué de la evolución de la distribución del ingreso a lo largo de los últimos tres siglos está contenida en las relaciones entre unas pocas variables que considera fundamentales. Para eso, comienza vinculando el capital, K, con el flujo de beneficios, B, que va a la clase capitalista. El stock de capital incluye todas las formas de activos que rinden un retorno: viviendas, tierra, maquinaria, capital financiero (bonos, acciones, dinero), propiedad intelectual e incluso personas en la época de la esclavitud. Los ingresos del capital, que agrupa bajo el rubro beneficios, incluyen entonces ganancias de empresas, dividendos, interés, renta del suelo y toda otra forma de rendimientos producidos por K.
Piketty define entonces las relaciones básicas: la participación de los beneficios en el ingreso nacional, B/Y, relación que llama α; la tasa de rentabilidad, r, que podemos definir como beneficio sobre capital, esto es, B/K; y la relación capital producto, o capital ingreso, K/Y, que llama β. Con estos elementos, postula la “primera ley fundamental del capitalismo”, que dice que la participación de los beneficios en el ingreso depende del producto de β por r. O sea, α = r × β (también: B/Y = B/K × K/Y). Piketty admite que se trata de una simple unidad contable, pero agrega que puede ser aplicada a todos los períodos históricos. Precisa también que la ecuación no nos dice nada de cómo están determinadas las variables. En particular, no nos dice cómo se determina K/Y, que en cierto sentido es una medida de cuán intensiva en capital es una sociedad.
De ahí que postule la “segunda ley fundamental”: dice que β, esto es, la relación K/Y, es igual a la tasa de ahorro dividido la tasa de crecimiento del producto. O sea, β = s/g (la tasa de ahorro que se tiene en cuenta es neta de depreciación). Puede observarse, como lo señala el mismo Piketty, que se trata en última instancia de la ecuación del modelo de crecimiento de Solow. Según Piketty, la segunda ley representa un estado de equilibrio hacia el que tenderá la economía si la tasa de ahorro es s y la tasa de crecimiento es g.
En cualquier caso, la fórmula muestra que un país que ahorra mucho y crece poco acumula una enorme masa de capital en relación al ingreso, lo que a su vez puede tener un efecto significativo sobre la participación del beneficio en la estructura social y la distribución de la riqueza. Es que si aumenta K/Y significa que los propietarios del capital potencialmente controlan una parte más grande de los recursos, y esto es lo que habría ocurrido en los últimos 40 años. Los factores que explicarían el aumento de la relación β en las últimas décadas serían la alta tasa de ahorro, combinada con el crecimiento lento; las privatizaciones de grandes porciones de capital público (o estatal); y el aumento de los precios de las acciones y activos inmobiliarios desde sus niveles extremadamente bajos en 1950.
Piketty sostiene entonces que la evolución de la relación K/Y tiene forma de U en el largo plazo. Habría bajado durante las dos grandes guerras y la crisis del 30 -destrucción física y desvalorizaciones de los capitales- pero luego habría comenzado a aumentar nuevamente. Así, y siempre según los datos que proporciona Piketty, en Norteamérica y los países más desarrollados de Europa, y también en Japón, en el período 1910-1930, la β subió hasta el 600-700 por ciento, luego bajó hasta 200-300 en los 1950 y 1960 para volver a crecer hasta niveles cercanos a los 600-700 en los 1990 y 2000, y con la proyección de alcanzar los 700 por ciento en los próximos años.
Si volvemos ahora a la primera ecuación, α = r ×β, se trata de explicar cómo interactúan los crecimientos de r y β para dar como resultado final la tendencia al aumento de α. Es que en el largo plazo Piketty encuentra que la evolución de α tiene una forma de U similar a la de β, aunque menos pronunciada. Esto indicaría que r parece haber atenuado la evolución de β. La explicación del fenómeno discurre por los carriles de la ortodoxia neoclásica (solo de pasada hace una alusión “al poder de negociación de las partes involucradas”, p.153 de la versión online). Efectivamente, Piketty explica la tasa de ganancia por el principio de la productividad marginal decreciente: en lo esencial, está determinada por la tecnología y la cantidad de capital. Por lo tanto, demasiado capital deprime la tasa de rentabilidad r. Sin embargo, continúa el razonamiento, la caída de r a medida que aumenta la relación K/Y no alcanza a anular el efecto alcista sobre α, esto es, sobre la participación de los beneficios en el ingreso. La causa de esto reside en la elasticidad de sustitución de los “factores” capital y trabajo. Recordemos que esta elasticidad dice en qué medida varía la relación capital trabajo (K/L) a medida que se modifica la relación entre los precios del capital y el trabajo, esto es, r/w (w es salario; en esta parte altero un poco el argumento de Piketty para adaptarlo a las presentaciones más habituales de los cursos de Microeconomía mainstream).

El hecho es que si la elasticidad de sustitución es mayor a uno, significa que una caída de la relación r/w provoca una suba más que proporcional de la relación K/L. Si tenemos en cuenta que las participaciones relativas del capital y el trabajo (siempre en el esquema neoclásico) es rK/wL, una elasticidad de sustitución superior a uno provocará que un aumento de la intensidad capitalista del proceso (esto es, aumento de K/L) dará lugar a una disminución proporcionalmente menor de r, de manera que aumentará la relación B/W (esto es, rK/wL); en otras palabras, aumentará B/Y (teniendo en cuenta que Y = W + B). Dado que Piketty sostiene que la elasticidad sustitución tiende a ser mayor que uno, el aumento de β habría provocado el aumento de α, aunque atenuado por la caída de r.

En un sentido más general e histórico, Piketty parece reducir la causa del aumento de la desigualdad a que r > g. Sostiene que se trata de un hecho histórico comprobado, que explicaría el crecimiento de la desigualdad en las sociedades agrarias tradicionales. La idea es que si r > g, la riqueza acumulada es recapitalizada mucho más rápido de lo que crece la economía. Por ejemplo, si g = 1% y r = 5%, el ahorro de un quinto del ingreso proveniente del capital ya asegura que el capital heredado de las generaciones previas crece a la misma tasa que lo hace la economía. La tasa de rentabilidad del capital la atribuye a un factor psicológico; r refleja la impaciencia promedio de las personas y su actitud ante el futuro (el argumento sería válido para las sociedades agrarias, precapitalistas o capitalistas). Que por otra parte coincide con la productividad marginal del capital.

El capital como “cosa que rinde ganancia”
Tal vez el primer aspecto, y central, en el que los enfoques de Marx y Piketty son opuestos, es la noción misma de capital. Es que Piketty escribe todo un libro sobre “el capital en el siglo XXI” a partir de una concepción del capital ahistórica y asocial. En su visión -como en toda la economía neoclásica- capital son “cosas” tales como máquinas, tierra, activos financieros, dinero, yacimientos mineros, y similares. “Cosas”, agrupadas bajo “K”, que rinden ganancias, rentas, intereses, dividendos e ingresos en las más diversas formas. En este enfoque, los ingresos derivados de “K” son abstraídos de toda relación con el trabajo y su explotación. El capital tiene rendimientos porque es productivo, y su tasa de rentabilidad viene a coincidir con su productividad marginal (que a su vez coincide con las preferencias intertemporales de los consumidores). Desde este punto de vista, el hacha de piedra del hombre primitivo ya era “capital” con rendimientos iguales a su productividad marginal. Incluso Piketty no distingue entre tierra y capital (distinción que encontramos en los clásicos y en Marx, entre otros); la tierra es parte de “K”, y rinde bajo el mismo principio que cualquier otro activo. Por eso “K” es concebido por Piketty como una fuente autónoma de plusvalías; es “algo” que genera valor y ganancia al margen del trabajo y con independencia de este. Una idea muy alejada de la de Marx, que concebía el capital como relación social, de explotación del trabajo (para este concepto, ver aquí). Y como también señalaba Marx, el capital alcanza su forma más enajenada y fetichista en el dinero que devenga interés, forma que Piketty amontona sin distinción conceptual con otras formas de capital, o con la tierra. Tengamos presente que en el caso del capital productivo hay por lo menos una referencia al proceso de trabajo, lugar último de generación del valor y el plusvalor. Pero en el capital a interés se pierde cualquier vestigio de relación social. Aquí estamos ante un fetiche automático, dinero que da dinero, donde “la relación social se halla consumada como relación de una cosa, del dinero, consigo misma” (Marx, t. 3 p. 500, El Capital).

Naturalmente, el agrupamiento bajo el nombre de capital de estas diversas formas, contribuye a quitarle todo contenido histórico, y acarrea consecuencias para el análisis del largo plazo. En particular, al considerar “K” como un conjunto de “cosas que rinden ingresos”, como hace Piketty, es imposible comprender las especificidades asociadas a las relaciones históricas y sociales concretas, que han evolucionado desde el Antiguo Régimen a la moderna sociedad capitalista. Por ejemplo, cuesta encontrar la continuidad explicativa entre lo que podía ocurrir con la renta agraria y los ingresos campesinos en la Francia del siglo XVIII, y los ingresos del capital y los asalariados en la Francia del siglo XX; o entre el usurero precapitalista y el moderno capital dinerario. La misma idea de Piketty de que su primera “ley fundamental del capitalismo” se aplica a toda época histórica encierra una llamativa naturalización del capitalismo. Y si se pierden de vista las diferencias entre las formas histórico-sociales, el análisis se hace abstracto. De ahí que el punto más interesante del análisis empírico de Piketty sea la evolución de las diferencias de ingresos y riquezas desde fines del siglo XIX a la actualidad, cuando podemos hablar de un modo de producción capitalista predominante.

Pero cuando entramos en el análisis de la dinámica capitalista, las razones de por qué crecen las desigualdades sociales se oscurecen debido a la endeblez de los fundamentos teóricos. Es que los problemas derivados de la falta de concepto histórico y social del capital se manifiestan en el agrupamiento de Piketty del stock de los medios de producción, concebidos en términos físicos (porque la productividad marginal se asocia al capital como stock físico), del “valor” de la tierra (que en sentido marxista tiene precio, pero no valor) y del capital financiero, que es más amplio que el capital productivo o mercantil realmente invertido. Es por esto que en relaciones que Piketty concibe “de causa a efecto” -en especial, K rinde B, y por lo tanto r depende de esa relación causal- de hecho se esconden relaciones circulares. Por ejemplo, si el precio de la tierra depende de la renta, como sucede en la realidad, entonces es imposible considerar la parte de K correspondiente a la tierra como una fuente autónoma de la renta, ya que el “valor” (precio) de la primera depende también de la segunda.

De la misma manera, si se habla de capital en sentido físico, su agregación como “cantidad de capital” solo puede realizarse a través de los precios de los medios de producción involucrados, que dependen -como lo demostró la crítica de Cambridge- de la tasa de interés. Pero entonces la misma cantidad física de capital tendrá distintos valores (esto es, variará “K”) según varíe la tasa de interés, que en principio debía explicarse por la cantidad del capital. Por lo tanto, no tiene sentido afirmar que la rentabilidad del capital depende de la cantidad del capital. Como también pierde sentido toda la problemática de la elasticidad de sustitución una vez que se acepta la realidad del “retorno de las técnicas” (esto es, que a una tasa alta de interés una técnica menos intensiva de capital es rentable, a una tasa menor es más rentable una técnica más intensiva, pero a una tasa más baja vuelve a ser rentable la primera técnica). Tengamos presente que la explicación de Piketty del porqué de la evolución de la distribución del ingreso y la riqueza en el siglo XX y hasta el presente, depende de la hipótesis de elasticidad de sustitución. Por eso era de esperar alguna discusión en profundidad del principio, pero la misma brilla por su ausencia. Piketty se limita a adoptar teoría mainstream, eludiendo las dificultades planteadas, ya hace más de un siglo, por los críticos de Cambridge (su única referencia al asunto se refiere al modelo de Harrod-Domar, al que opone el de Solow).

Sin embargo, los problemas no se solucionan ignorándolos. En las dificultades para medir el capital haciendo abstracción de las variables distributivas (interés y salarios) subyace la abstracción de considerar al capital como “un factor de producción”. Y desde ese supuesto carente de contenido social, no es posible elaborar una teoría correcta de la distribución. De hecho, la economía mainstream que sigue Piketty disuelve la cuestión de la distribución en los “precios de los factores”, pero estos no pueden fundarse en la productividad marginal ni en la función de producción. Por eso fracasa el intento mainstream de eludir la problemática del conflicto de clases, inherente a la economía política, y medular en la distribución del ingreso, para transformarla en una cuestión técnica de Economics. Por otra parte, desde el enfoque marxista, la distribución se vincula orgánicamente con el sistema de explotación, que se constituye entonces en un eje ordenador del análisis: solo cuando se ha establecido la tasa de plusvalía -el reparto básico del valor agregado por el trabajo- es posible establecer el sistema de precios y las tasas de rentabilidad del capital. En cambio, la mera enumeración de identidades contables, como las presenta Piketty, no tiene poder explicativo alguno. Por supuesto, son importantes los datos que presenta sobre la evolución de la distribución del ingreso, ya que ponen en evidencia que la hipótesis de Kuznets sobre su forma de U invertida en el largo plazo, es equivocada. En este respecto, el trabajo de Piketty es valioso. Pero además del dato, hay que presentar razones, y hay que ir al fondo del asunto. Es necesario encontrar la lógica de las categorías económicas; y esa lógica, en la sociedad dividida en clases, depende de las relaciones sociales. Más en particular, en la sociedad capitalista, depende de la relación entre el capital y el trabajo asalariado.

Como no podía ser de otra manera, las dificultades encerradas en lo abarcado por “K” se extienden, en el trabajo de Piketty, al capital financiero. Por un lado, porque en la realidad los precios de los activos financieros dependen de la tasa de interés, de manera que puede existir inflación de precios por motivos puramente especulativos, que poco tienen que ver con la rentabilidad real del capital productivo (una cuestión que incide en cómo opera la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia de Marx). A su vez, la posibilidad de inflaciones de precios puramente especulativas da lugar, en Marx, a la noción de capital ficticio; es lo que ocurre, por ejemplo, cuando los precios de las acciones se elevan por encima de los “fundamentos” relacionados con la generación y realización de plusvalía. El tema se profundiza incluso cuando hablamos de bonos gubernamentales, que dan derecho a recibir una parte de la plusvalía -recaudada bajo la forma de impuestos- pero ya no expresan ninguna forma de capital real (sobre capital ficticio, aquí). Todas estas cuestiones se revelan decisivas a la hora de explicar las razones de por qué en el sistema capitalista operan tendencias hacia la polarización social, tendencias que tienen poco que ver con la idea del capital como “una cosa K que rinde B”.

II

Distinguir modos de producción

Para avanzar en el examen de la dinámica de la desigualdad en el sistema capitalista es necesario enfatizar la importancia de distinguir entre modos de producción. Entre otras razones porque es la forma de responder la objeción que se ha hecho a los resultados de Piketty, que dice que hoy hay menos desigualdad a nivel mundial porque en los países en desarrollo se redujo la pobreza (para presentar solo un dato significativo: a comienzos de los años 1950 la esperanza de vida en el Tercer Mundo era de 42 años; en 2010 era de 68 años). The Great Escape: Health, Wealth and the Origins of Inequality, de Angus Deaton es citado con frecuencia para desmentir la idea de la desigualdad creciente. Por eso también, algunos hablan de la contraposición Piketty – Deaton. La reducción de la desigualdad a nivel de la población mundial asimismo es presentada como prueba de que la teoría de Marx, sobre la polarización creciente en el capitalismo, es equivocada (como han hecho algunos en los “comentarios” de este blog).

El problema aquí es que se ponen en la misma bolsa sistemas económicos distintos. Los datos presentados por Piketty son relevantes en lo que respecta a la dinámica del sistema capitalista, y en este respecto concuerdan con la tesis de Marx. Pero el marxismo también afirma que el modo de producción capitalista desarrolla de las fuerzas productivas muy por encima de los modos precapitalistas, lo cual da lugar al aumento del ingreso promedio mundial, y por lo tanto puede producirse el achicamiento de las diferencias de ingresos cuando se toman en conjunto países capitalistas y países que están transitando al capitalismo. Que es lo que registran los datos de Deaton. Por ejemplo, si en China millones de campesinos ser dirigen a las ciudades, donde reciben salarios que superan sus muy bajos ingresos de las aldeas –un fenómeno típico de cualquier proceso de industrialización capitalista- el ingreso promedio aumentará, lo cual no impide que aumente la desigualdad de riqueza y de ingresos en el sistema capitalista.
Lo explicamos con un ejemplo sencillo. Supongamos una economía mundial en la que existe una región capitalista en la que hay un capitalista que obtiene un beneficio de $100 y 9 trabajadores que reciben un salario de $10 cada uno. La diferencia de ingresos es entonces de 1:10. Por otra parte existe una vasta región con una economía familiar campesina, tecnológicamente atrasada, en la que hay 90 productores, cada uno de los cuales recibe $0,5. En este caso, el 90% de la población de este pequeño “sistema mundial” (región capitalista más región precapitalista) recibe el 19,1% del ingreso, y el 10% restante el 80,9%. Supongamos ahora que el modo de producción capitalista se extiende a todo el mundo, y que la diferencia de ingresos entre trabajadores y capitalistas se eleva a 15 veces; supongamos que en la nueva situación hay 10 capitalistas (9 provienen del antiguo modo de producción campesino) que reciben ingresos por $150, y 90 trabajadores asalariados (81 eran campesinos) que reciben $10. La diferencia de ingresos a nivel mundial se ha reducido, ya que ahora el 90% recibe el 37,5% del total. Pero esto no niega que aumentó la diferencia de ingresos al interior del modo de producción capitalista. El propio Deaton reconoce que las diferencias de ingresos y riquezas están en China y otras economías atrasadas, en las que se está desarrollando el capitalismo. Por eso sus datos no desmienten la tesis de que en el sistema capitalista existe una tendencia a la polarización social creciente.
Observemos también que en nuestro pequeño ejemplo de economía mundial, si una parte (supongamos el 5%) de la población del país atrasado permanece en la situación precapitalista, la distancia entre el 10% más rico y el 5% más pobre se habrá acrecentado. Pero esto se debe a que crece la distancia entre el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas y las del modo de producción no capitalista, y no por diferencia creciente al interior del capitalismo. Al no distinguir estas cuestiones, se cae en discusiones irresolubles. Por eso tampoco tiene sentido explicar las causas de la desigualdad aplicando, como hace Piketty, las mismas leyes económicas a formaciones económico-sociales diferentes. También es necesario subrayar que Marx jamás sostuvo que el desarrollo del capitalismo generaba, tendencialmente, miseria absoluta (y menos creciente) de los trabajadores. Tal idea sería incluso incompatible con su concepción del valor de la fuerza de trabajo, ya que la canasta salarial se modifica con la evolución de la sociedad y el desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas. Lo que sí plantea Marx es que en el capitalismo opera una tendencia a la polarización de la riqueza y los ingresos. La cuestión es explicar por qué.
Reproducción ampliada y desigualdad
          a) Sin capital constante
Partiendo ahora de la teoría marxista del capital y la plusvalía, se puede demostrar que el crecimiento de la desigualdad deriva de la mecánica misma de la reproducción ampliada del capital. Esto es, de la reinversión de plusvalía para generar capital, que a su vez genera más plusvalía que genera más capital. Lo cual ocurre al margen de si la tasa de plusvalía (o la relación B/Y, para utilizar la notación de Piketty) aumenta o permanece constante. Marx lo señala en el capítulo 22 del tomo 1 de El Capital, dedicado a la acumulación ampliada. Sin apoyarse en ningún supuesto particular sobre la evolución de la tasa de plusvalía (ni de la rentabilidad), explica que gracias a la reinversión constante de plusvalía para ampliar la producción “la riqueza social deviene, en medida cada vez mayor, la propiedad de aquellos que están en condiciones de volver siempre a apropiarse del trabajo impago de otros” (p. 725; énfasis añadido).

De nuevo lo ilustramos con un pequeño ejemplo teórico. Supongamos una economía en la que hay 2 capitalistas, cada uno de los cuales emplea 5 obreros; el salario es $2 y la tasa de plusvalía del 100%. De manera que la masa salarial, W, es $20; la masa de plusvalía, (o beneficio B, a fin de mantener la coherencia con el texto de Piketty) es $20 y B/Y = 50%. Por lo tanto, los 2 capitalistas, que representan el 16,7% de la población, se apropian del 50% del ingreso, en tanto los 10 obreros, el 83,3% de la población, reciben el otro 50%. Supongamos ahora que luego de varias rotaciones de capital, los capitalistas tienen el dinero para contratar, cada uno, 4 nuevos obreros. A fin de que la evolución de la distribución corresponda a una economía capitalista “pura”, suponemos que los nuevos obreros provienen de un modo de producción precapitalista (por ejemplo, economía campesina familiar); el salario y la tasa de plusvalía no varían. De manera que ahora W = $36, B = $36, B/Y = 50%. Se observa que el 10% de la población, los 2 capitalistas, recibe el 50% del ingreso. Esto es, hubo concentración por el solo hecho de que hay reproducción ampliada del capital. La razón es que en la sociedad capitalista se reproducen de forma ampliada no solo los medios materiales necesarios para sostener la sociedad (medios de producción y de consumo), sino también la relación social capitalista: se reproduce en escala creciente la fuerza de trabajo, desprovista de medios de producción, y la propiedad privada de los medios de producción, que permite explotar a esa fuerza de trabajo. Los obreros salen del proceso de producción de la misma manera que entraron, como propietarios de su fuerza de trabajo, en tanto los capitalistas salen acrecentando su capital, sinónimo de poder para contratar mano de obra. Nunca debe olvidarse que el capital es, en esencia, “la posibilidad de disponer de trabajo impago” (Marx). La reproducción ampliada significa entonces la ampliación de esta posibilidad.

Piketty -como también antes Kuznets- roza la cuestión cuando afirma que la propiedad de “K” permite a su propietario poseer en cantidad creciente ingresos y riqueza. Pero esto sucede al margen de supuestos sobre el crecimiento del ingreso (en nuestro ejemplo anterior hemos visto que el ingreso aumentó el 80%) y de la tasa de rentabilidad, ya que es la relación de explotación la que habilita esta concentración. Se trata de una cuestión social, no técnica.
          b) Con capital constante y tasa de beneficio
Veamos ahora qué sucede si introducimos capital constante y tasa de beneficio. En el primer estadio los 2 capitalistas emplean 5 obreros cada uno, con un salario de $2 y tasa de plusvalía del 100%; y el capital constante fijo por obrero es $24. La relación K/Y (de nuevo conservamos la variable de Piketty, esto es, K = capital fijo) es 240/40 = 6. B/Y es 50%, como antes. La tasa de ganancia, r = B/K (también la calculamos “a lo Piketty”) es 8,3%.
Supongamos luego que en un segundo estadio aumenta la contratación de obreros, por reinversión de plusvalía acumulada. Cada capitalista contrata 2 nuevos obreros, el salario sigue en $2, y el capital constante por obrero en $24. De manera que ahora los 14 obreros producen un valor agregado de $56, y reciben un salario de $28. La relación K/Y, 336/56, sigue siendo 6; B/Y sigue en 50%; y r en 8,3%. Puede verse que el producto (o el ingreso total) creció un 40%; r, en cambio, permaneció constante, así como la partición del ingreso. En el esquema de Piketty debería disminuir la concentración del ingreso; sin embargo, aumentó la concentración. Antes de la contratación de los 4 obreros nuevos el 16,7% de la población (los 2 capitalistas), tenía el 50% del ingreso; luego de la contratación, el 12,5% (de nuevo, los 2 capitalistas) tiene el 50%. La propiedad del capital, por supuesto, sigue en manos de los capitalistas, y de forma cada vez más concentrada. Subrayo, esto ha sucedido a pesar de mantenerse constantes las variables claves de Piketty, r, α y ß, y haber crecido significativamente el ingreso. El resultado se explica por la centralidad que tiene la tasa de explotación, una variable más fundamental que la tasa de ganancia (ver más abajo). La cuestión se ve aun con más claridad si variamos la tasa de plusvalía.

          c) Con aumento de la tasa de plusvalía

Supongamos ahora que los capitalistas del ejemplo anterior al momento de contratar los 4 nuevos trabajadores han logrado bajar el salario a $1,9. La baja puede deberse, por ejemplo, a la mayor oferta de mano de obra desocupada proveniente de la formación precapitalista; o a que un cambio tecnológico haya abaratado el costo de reproducción de la fuerza de trabajo (aumenta la plusvalía relativa, en términos de Marx). Debido a la baja del salario, la tasa de plusvalía es 110,5%; B/Y es ahora 52,5%; y la tasa de ganancia sube al 8,75%. Lógicamente, el proceso de concentración de los ingresos se acentuó con respecto al escenario anterior, cuando B/Y permanecía constante. Pero esto ocurrió, de nuevo, al margen de que haya crecido de manera importante el ingreso.

La conexión interna de las variables

A partir de lo anterior puede advertirse la relevancia que tiene establecer una correcta vinculación entre las variables, fundada en la naturaleza de la plusvalía, y el rol del trabajo humano. “La base, el punto de partida para la fisiología del sistema burgués -para la comprensión de su coherencia interna y sus procesos vitales- es la determinación del valor por el tiempo de trabajo”, dice Marx en Teorías de la plusvalía (t. 2, p. 141). Inevitablemente por eso, dependiendo de la explicación fundamental –el origen de las plusvalías, o beneficios del capital- las secuencias causales se pueden alterar completamente. Por ejemplo, en la perspectiva de Piketty, la tasa de ganancia depende de la productividad marginal y la escasez del capital, pero en una explicación poskeynesiana “a lo Kaldor” -bajo la idea de que “los empresarios ganan lo que gastan”- la tasa de rentabilidad depende positivamente de la tasa de crecimiento del ingreso, y tiene poco que ver con la productividad marginal o la escasez relativa del capital. Estas cuestiones teóricas no se pueden eludir a la hora de explicar la distribución del ingreso y su dinámica. Por eso también tienen consecuencias en el análisis de las diferencias entre el enfoque de Marx y Piketty.
Por ejemplo, en la primera ecuación de Piketty, las variables independientes son r y β (recordamos que la ecuación es α = r ×β). Es que dado que Piketty hace depender la tasa de beneficio de la productividad marginal y la cantidad de capital, r es, en principio, independiente de la distribución del ingreso. Esta se resuelve en el problema técnico de las productividades de los factores y las elasticidades de sustitución, como hemos visto. Aunque Piketty también, por otra parte, hace intervenir factores culturales y políticos; pero los mismos no logran articularse con el análisis económico, de manera que terminan operando como “período de excepción” (véase más abajo).
En cambio, si se adopta el enfoque de Marx, surge que la partición entre tiempo de trabajo excedente y tiempo de trabajo necesario -esto es, la tasa de plusvalía- constituye una relación más esencial que la tasa de beneficio. No se puede entender la segunda sin la primera. Además, en la realidad del capitalismo, la tasa de beneficio depende de la tasa de plusvalía, y no al revés. Por eso, en procura de aumentar su tasa de beneficio, los capitalistas intentan aumentar la tasa de plusvalía (o B/Y), afectando por esta vía la distribución del ingreso. En consecuencia, la primera ecuación de Piketty, expresada -con licencias- “a lo Marx”, pasa a ser r = α/β. Por otra parte, también se ha demostrado (véase los casos analizados más arriba) que sin suponer evolución alguna de la tasa de beneficio, puede darse la creciente concentración del capital y de los ingresos, solo a partir de la relación capitalista de explotación. Puede verse, además, que en este enfoque el conflicto social -y por lo tanto, la economía política- es inherente a la naturaleza del beneficio, y de la participación relativa del capital y el trabajo en el ingreso, o en la riqueza. Esta es la base también para articular en el análisis la dimensión económico-social con el análisis político del conflicto; una cuestión que en Piketty queda desarticulada (véase más abajo).

Algo similar se puede decir de la segunda ecuación fundamental de Piketti, β = s/g. Se trata de una relación mecánica que explica muy poco; de hecho, en ese modelo no existe siquiera una función de inversión (el ahorro fluye de manera tranquila y constante a la inversión), los mercados funcionan de manera perfecta, y el conflicto social está desaparecido. Pero en la realidad, las variaciones de la acumulación inciden en las relaciones entre las clases sociales, y la forma en que se distribuye el ingreso.
La articulación de lo político con las leyes económicas
Uno de los problemas centrales del trabajo de Piketty es que en su análisis se superponen las leyes económicas de raigambre neoclásica, que en principio explicarían la creciente desigualdad partiendo de los principios de la productividad marginal, pago de factores y elasticidades sustitución, con los factores políticos o incluso culturales, que discurren por un canal completamente distinto de lo económico. Este último ámbito parece obedecer a una lógica mecánicamente determinista que, como vimos, carece en última instancia de fundamento científico; y a su lado, aparecen fuerzas políticas y sociales, que acuden como caídas del cielo para llenar los vacíos de la explicación. La cuestión se puede ver con meridiana claridad en la remuneración de los CEO de las grandes corporaciones. Piketty admite que no son pagados según su productividad marginal, sino por el poder de que disponen para establecer sus remuneraciones. Pero, ¿por qué y en dónde se fundamenta ese poder? ¿Cómo encaja, además, con la idea de que los altos ingresos de la minoría más rica proviene de la simple propiedad de K, que da un rendimiento B, a una tasa r? No parece haber respuestas a estas preguntas.

En la teoría de Marx, en cambio, las remuneraciones de los altos ejecutivos no tienen que ver con la productividad marginal, ni con el carácter productivo de su trabajo, sino con su rol social en tanto encarnan el capital en funciones, el capital en tanto relación de explotación. Por eso los CEO son acreedores a una parte de la plusvalía, de la misma manera que los accionistas o prestamistas, en tanto propietarios del capital, son acreedores a otra parte. Las diversas proporciones en que se dividen el botín de la explotación no alteran, por supuesto, la relación básica B/Y, que es objeto del estudio de Piketty. Más en general, la cuestión se entiende si se deja de lado la idea de que “K” rinde un beneficio por el simple hecho de que es “capital”. A pesar de los consejos de Vautrin a Rastignac, que cita Piketty de Père Gorriot -le dice que la riqueza heredada es más rentable que el trabajo-, el acrecentamiento del capital no puede ser obra mecánica de la riqueza heredada: hay que organizar la explotación, y este es el rol del capitalista empresario. Por esta razón el poder de los CEO tiene un fundamento social, que establece los marcos en que se desenvuelven los conflictos con los accionistas.

De la misma manera, Piketty considera que el mercado laboral es una construcción social con sus reglas y compromisos específicos; pero esto no se compagina con su hipótesis de que la elasticidad de sustitución de los factores explicaría lo esencial de la evolución de la distribución del ingreso. Por eso, y de nuevo, puede verse la distancia que separa ese análisis del marxismo. En el enfoque de El Capital la determinación, del salario (del valor de la fuerza de trabajo) incluye un componente histórico y social, ya que los que venden su fuerza de trabajo son seres humanos, esto es, seres socialmente condicionados. De ahí que, dentro de la tendencia hacia la creciente desigualdad y polarización social, haya sin embargo un margen relativamente grande para la modificación de la tasa de plusvalía y del valor de la fuerza de trabajo. En otros términos, el nivel salarial, o la relación B/Y, no es el mero resultado de fuerzas mecánicas, ya que el conflicto entre clases es inherente a la misma relación capitalista. Por eso los resultados en cuanto a la participación de los beneficios y salarios en el ingreso pueden ser variados, ya que son múltiples los factores que inciden en la determinación de la tasa de plusvalía.

A pesar de su importancia, este análisis que opera con múltiples determinaciones orgánicamente conectadas, parece ausente en Piketty. Al no establecer un nexo interno entre la tesis de que el ingreso se determina según las leyes neoclásicas y la idea de que el mercado laboral es una construcción social con reglas y compromisos “específicos” (¿cuáles?), se desemboca en una explicación dicotómica. El problema aparece de forma diáfana cuando Piketty aborda la “Gran Compresión”, esto es, el achicamiento de las desigualdades a mediados del siglo XX y hasta los 1970. En este punto de la historia, lo político-cultural irrumpe en el texto sin conexión coherente con las “dos leyes fundamentales” del capitalismo. Es que en esos años de excepción habría operado, siempre según Piketty, una lógica política y cultural muy distinta de la mecánica económica “autónoma” que habría prevalecido durante los siglos XVIII y XIX, y hasta comienzos del siglo XX, y que volvería a regir ahora. Por eso, en este marco teórico, la instancia política y económica explica la “excepción”, pero nada más; en tanto que lo económico mecánico explica todo el resto de la historia, pero parece interrumpirse en la excepción. En otras palabras, la explicación está desarticulada. La dificultad surge porque el análisis económico de la distribución del ingreso se aborda desde un enfoque neoclásico que por definición es asocial y ahistórico. Por esta vía no hay forma de vincular orgánicamente el conflicto social ni la evolución histórica con las categorías económicas. Por eso, muchas de los valiosos datos y observaciones que presenta Piketty deberían leerse en un contexto distinto, capaz de integrar ambos aspectos, ya que lo económico es social, y por lo tanto inescindible del conflicto de clases.

III

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Tendencia y contratendencias

Desde el punto de vista de la teoría marxista, el análisis de la evolución de la distribución del ingreso y la riqueza en el largo plazo exige articular la acumulación -vinculada a la lógica del capital- con la lucha de clases, que es inherente a la relación antagónica entre el capital y el trabajo. Acicateado por la competencia, cada capital tiende a aumentar la tasa de plusvalía, por medio del cambio tecnológico, o mediante el aumento de la plusvalía absoluta (prolongación de la jornada de trabajo, incremento de los ritmos de producción). El cambio tecnológico, a su vez, está en la base de las plusvalías relativas; sin embargo, la fuerza relativa de la clase obrera puede obligar a que al menos una parte de los avances de productividad redunde en aumentos del salario real. Con esto ya se puede ver que la dinámica de la distribución del ingreso no es lineal, ni tiene nada de mecánico. Además, el proceso en el largo plazo está mediado por el ciclo económico, y las variaciones en la distribución del ingreso asociado al mismo.
El proceso de acumulación es contradictorio, operan tendencias y contratendencias. Así, la misma dinámica de la acumulación da lugar a la formación de ejércitos de trabajadores, lo que abre la posibilidad -en la medida en que se agudice la lucha de clases- de poner frenos al impulso a la mayor explotación. Por eso cuando Marx presenta la ley de la acumulación capitalista -su tendencia a aumentar el despotismo del capital sobre el trabajo, a la concentración de la riqueza y el empobrecimiento relativo de los obreros- señala que los trabajadores intentan, mediante los sindicatos y la organización de ocupados y desocupados, “anular o paliar las consecuencias ruinosas” de la ley natural de la producción capitalista (capítulo 23 de El Capital). Por otra parte, el grado de concentración del capital está afectado por los procesos de centralización (fusiones de empresas), pero también por las desvalorizaciones que ocurren durante las crisis, y por la aparición de nuevos capitales que desafían a los ya establecidos. Por este motivo también el movimiento hacia la polarización es tendencial. Estas determinaciones, que actúan muchas veces simultáneamente, deben ser tenidas en cuenta a la hora de explicar la evolución de la distribución del ingreso.

Caída tendencial de la participación del trabajo en el ingreso

La caída de la participación de los salarios en los ingresos de los países desarrollados y no desarrollados, a partir de los años 1970 y hasta el presente, parece ser un fenómeno bien constatado. Dado que globalmente no se redujo la masa de trabajadores, la caída de la razón W/Y estaría indicando un aumento de la tasa de plusvalía. De conjunto, se trata de una ofensiva del capital contra el trabajo, disparada en respuesta a la crisis de rentabilidad y de acumulación de mediados de los años 1970. Este movimiento revirtió así la tendencia al aumento de la participación de los salarios en el ingreso, que se había registrado hasta fines de los años 1960: según Kristal (2010), en la primera mitad del siglo XX la relación W/Y en Gran Bretaña se elevó desde el 56% en 1913 al 72% en 1964; y en EEUU habría aumentado 5 puntos porcentuales desde el fin de la Segunda Guerra hasta fines de los 1960. Aunque los datos no son precisos, todo indicaría que la relación también aumentó en la mayoría de los países. De hecho, durante las décadas de los 50 y 60 la remuneración salarial aumentaba por encima de los aumentos de la productividad. Pero la situación se revirtió a partir de los 1970, en coincidencia con la crisis y el intento del capital de recuperar la rentabilidad.
La crisis de 1974-1975 dio lugar al aumento del desempleo en los países desarrollados, y luego en amplias zonas del Tercer Mundo (por ejemplo, América Latina durante los 1980). Además, y a diferencia de lo que sucedió durante la Gran Depresión, la respuesta frente a la crisis fue de tipo expansiva, esto es, hacia una mayor internacionalización de las fuerzas productivas. De manera que las aperturas comerciales, la deslocalización de empresas y los renovados flujos migratorios pusieron presión sobre los salarios y condiciones de trabajo en la mayoría de los países en que la clase obrera había estado relativamente protegida. A ello se sumó la persecución política a los sindicatos y al activismo gremial; la reducción de los beneficios para protección social y de desempleo; y la creciente división de la fuerza laboral entre trabajadores precarizados (compuestos en muchos casos por inmigrantes, mujeres, minorías étnicas) y formalizados, lo cual aumentó la competencia entre los mismos asalariados. El capital también impuso medidas de “racionalización” (despidos, desregulación en las plantas laborales, multiplicidad de tareas). Puede verse que todo esto no tiene nada de mecánico (tampoco se relaciona con “elasticidades sustitución”); ni se trata de un “cambio cultural” que haya venido del aire.
Estas medidas dieron lugar entonces a la recuperación de los beneficios, a partir de 1982-1983 en EE.UU, y en menor medida en otros países adelantados. A la par que continuó el impulso a una mayor internacionalización de la economía, las privatizaciones de empresas estatales sometieron a mayores porciones del aparato productivo a la lógica del mercado, aumentaron los despidos, debilitaron más a los sindicatos y profundizaron las medidas de “racionalización”. El movimiento fue mundial, acompañado en todos lados por un retroceso de las formas más tradicionales de capitalismo estatal y de los regímenes burocrático estatistas (“socialismos” de todo tipo). Además, a partir de los 1990 en EE.UU hubo un renovado aumento de la productividad, por cambio tecnológico (las nuevas tecnologías informáticas y comunicacionales) y desplazamiento de mano de obra.
Datos sobre la evolución W/Y
Al margen del libro de Piketty, existe mucha evidencia acerca de la caída de la relación W/Y, con el consiguiente aumento de B/Y. Obsérvese que la caída de W/Y no se puede explicar por una reducción en términos absolutos de la fuerza laboral global; por lo tanto, el aumento de la relación B/Y está expresando, en términos marxistas, un aumento de la tasa de plusvalía. Presentemos entonces algunos estudios.
Según Kristal (2010), y para 16 países industrializados, la relación W/Y aumenta en promedio en la posguerra y hasta los 1970, pero baja desde el 73% en 1980 al 60% en 2005. Sostiene que en las dos últimas décadas los aumentos de productividad superaron a los aumentos salariales.
Por otra parte, de acuerdo a Karabarbounis y Neiman (2013) la participación de los salarios ha estado declinando a nivel global desde 1980: tomando su participación en el valor bruto añadido de las corporaciones, habría caído un 5% en los últimos 35 años, desde el 64% al 59%. De 59 países con al menos 15 años de datos entre 1975 y 2012, 42 muestran tendencias decrecientes en la participación del trabajo. La tendencia se verifica también en China, India y México. Blanchard y Giavazzi (2003) también encuentran la caída de la participación de los salarios en los países desarrollados en las últimas décadas. Otra manera de ver el aumento de la participación de los beneficios en el ingreso es a través de la distancia entre los ingresos de los CEO de las grandes corporaciones (plusvalía) y los salarios promedio. En EEUU, en 2013, la paga de los altos ejecutivos es 343 veces mayor que la de la media de los empleados y 774 veces mayor que la de aquellos que menos cobran. En 1983 la diferencia con la media era 46 veces (Executive Paywatch, de la AFL-CIO).
También el “Informe mundial sobre salarios 2012-2013” de la OIT muestra la esta dinámica. En 16 economías desarrolladas la proporción media del trabajo disminuyó del 75% del ingreso nacional a mediados de los 1970 a 65% en los años previos de la crisis de 2007. En Japón la participación del salario en el ingreso pasó del 68,4% en 1970 al 79,93% en 1977, para bajar al 54,5% en 2010. En EEUU pasó del 71,98% en 1970 al 63,27% en 2010; y en Alemania fue del 69,75% en 1970 al 63,66% en 2010. A su vez, en 16 economías en desarrollo y emergentes, disminuyó del 62% del PBI en los primeros años de los 1990 al 58% justo antes de la crisis.
Por otra parte, la evolución de la plusvalía relativa parece clara. Según la OIT, el índice de productividad del trabajo (producto por trabajador) en las economías desarrolladas, con base 100 en 1999, se había elevado a 114,6 en 2011; en tanto que el índice de los salarios, en el mismo período, había aumentado a 105,9. En EEUU la productividad real por hora en el sector empresarial no agrícola aumentó 85% desde 1980 a 2011, y la remuneración salarial lo hizo el 35%. En Alemania, en las dos últimas décadas, la productividad se incrementó cerca del 25%, pero los salarios reales permanecieron sin cambios. Esto está indicando que la tasa de plusvalía aumenta, aun cuando aumenta la canasta de bienes salariales. Incluso en China, a pesar de que los salarios se triplicaron en la última década, el PBI aumentó a una tasa superior, de manera que W/Y disminuyó.

Explicaciones alternativas

Dado el fenómeno objetivo, la cuestión entonces es explicar sus razones y perspectiva. En Piketty, como vimos más arriba, se superpone la mecánica económica neoclásica -productividades marginales, elasticidades de sustitución- con lo político y cultural, sin que estas instancias queden articuladas. Algo similar ocurre en Blanchard y Giavazzi (2003), un paper muy citado en la literatura reciente sobre el problema. Aunque en este caso, para sacar una conclusión favorable a la liberación de los mercados y la pérdida de poder de negociación de los trabajadores, por disminución de la sindicalización. Para esto, Blanchard y Giavazzi dejan de lado cualquier explicación basada en la productividad marginal, para abordar la cuestión desde la óptica del poder de negociación y la competencia monopolista (pero sin teoría alguna de valor). Si baja el poder de negociación de los trabajadores, argumentan, el efecto en el corto plazo es que baja el salario real, sube la rentabilidad de las empresas y se mantiene el desempleo, que se postula independiente del poder de negociación de los trabajadores. Pero en el largo plazo, las mayores rentas para las empresas permiten la entrada de más empresas, baja el desempleo y aumenta el salario real; el efecto global de la desregulación y quita del poder de negociación de los trabajadores es entonces beneficioso para estos últimos. Sin embargo, la realidad es que han transcurrido cuatro décadas desde que se pusieron en marcha los programas pro mercado y debilitamiento del poder del trabajo, y los resultados, en el campo de la distribución de ingresos y riqueza, han sido sistemáticamente favorables al capital, en detrimento del trabajo.
La tesis de Kristal (2010), en cambio, es más realista: la caída de la participación de los salarios en el ingreso la explica por el debilitamiento de los partidos socialdemócratas, por la presión de los bajos salarios del Tercer Mundo, el desplazamiento de capitales y los flujos inmigratorios, y la mayor competencia intra clase, factores todos que debilitaron el poder de negociación de la clase trabajadora.
Desde la perspectiva marxista, los fenómenos que describe Kristal se ponen en el marco de la crisis capitalista de los 1970 y de la consiguiente contraofensiva de largo plazo del capital. En este proceso se combinan el aumento estructural de la desocupación; la internacionalización del capital; el retroceso político de la clase obrera; la caída de la URSS y la imposición del discurso “no hay alternativa”; y el aumento de la plusvalía, tanto absoluta como relativa. De esta forma, las tendencias económicas ancladas en la naturaleza del capital se articulan con el conflicto de clases, inherente a la relación capitalista. Por un lado, existe un impulso del sistema hacia la concentración de ingresos y riqueza, que se deriva de la reproducción ampliada y del “hambre” incesante por el plustrabajo, y por otra parte, una resistencia mayor o menor del trabajo a la explotación. En la medida en que la oposición del trabajo se debilita, el impulso a la polarización (aumento de la tasa de explotación) tiende a imponerse. Es lo que habría sucedido en los últimos 35 o 40 años. De esta manera se revirtió la situación establecida en la segunda posguerra, caracterizada por el fortalecimiento del movimiento comunista internacional, de los sindicatos reformistas y la socialdemocracia. Si bien estas organizaciones ayudaron a estabilizar la situación en la posguerra, la clase capitalista debió ofrecer en contrapartida, mejoras a la clase trabajadora de conjunto. Debería tenerse presente que durante la Segunda Guerra uno de los temores de la clase dominante fue que se repitiera un ascenso revolucionario similar al ocurrido al terminar la Primera Guerra.

Combinado con un sólido ascenso de la acumulación, lo anterior explicaría por qué a mediados del siglo XX pudo mantenerse una distribución del ingreso menos desigual que en las primeras décadas del siglo, y relativamente estable. Sin embargo, en el largo plazo operó la tendencia al aumento de la composición orgánica del capital que, junto a una mayor presión sindical, llevaría a la baja de la tasa de ganancia en los 1970 y a la crisis. Desde entonces, la desigualdad entre el capital y el trabajo no ha dejado de aumentar.
Una cuestión preocupante para el capital
Marx era consciente de las consecuencias que tiene a largo plazo la tendencia a la polarización social: “La concentración de los medios de producción y la socialización del trabajo alcanzan un punto en que son incompatibles con su corteza capitalista. Se la hace saltar. Suena la hora postrera de la propiedad privada capitalista” (Marx, 1999, p. 953, t. 1). Esto significa que el desarrollo de las fuerzas productivas genera las condiciones para el cuestionamiento revolucionario del capitalismo (ver aquí).

Todo parece indicar que estas cuestiones subyacen a la preocupación de sectores del establishment y la clase dominante. De alguna manera se intuye que la creciente desigualdad entraña peligros para el sistema, aunque sea un producto genuino del capital. La desigualdad no solo encierra la posibilidad del estallido social, sino también cuestiona, de hecho, el discurso sobre la democracia capitalista y el gobierno “del pueblo”. Esa preocupación explicaría la acogida que tuvo “El capital en el siglo XXI” en muchos sectores del poder. Martin Wolff del Financial Times lo describió como “extraordinariamente importante”. The Economist, en una nota que lleva por título “A modern Marx”, dice que el éxito del libro tiene mucho que ver con que trata el tema correcto en el momento correcto. Joseph Stiglitz y Paul Krugman lo elogiaron sin reservas; también fue bien recibido en círculos del FMI y el Banco Mundial. La preocupación por la desigualdad figura asimismo en otros documentos. Por ejemplo, el “Informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial”, que se publicó para la reunión anual de Davos 2014 “identifica la severa disparidad en los ingresos como el riesgo mundial más propenso a manifestarse en la próxima década” (The Wall Street Journal Americas, 22/1/14). Y en encuentros al más alto nivel: Obama y el papa Francisco consideraron que la desigualdad es el problema “que define nuestro tiempo”. Muchos conectan las protestas de Occupy Wall Street y de los movimientos europeos de indignados, con la tendencia que señala Piketty. Y cuestionan las “diferencias obscenas” entre los súper ricos y las inmensas mayorías.

Sin embargo, esta gente, a igual que Piketty, solo trata de atenuar la desigualdad. Para esto, Piketty propone un impuesto del 80% a los ingresos superiores al millón de dólares anuales. Es, en última instancia, el viejo programa keynesiano de atenuar las diferencias sociales -sin siquiera poder decir quién va a aplicar semejante impuesto a nivel mundial- a fin de preservar lo esencial. En otras palabras, quitar lo que “ofende el sentido común”, para continuar con el sentido común de la explotación del trabajo.
Lo cierto es que, dado que la dinámica de la distribución del ingreso deriva de la lógica de la explotación, poco va a cambiar con un cambio de impuestos. El achatamiento de la desigualdad en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra tuvo como causa última un cambio de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo; cuyo origen, a su vez, se encuentra en la ofensiva revolucionaria de 1917. Alguna vez Lenin dijo, con razón, que las grandes conquistas reformistas en el sistema capitalista son subproductos de las luchas revolucionarias. En el mismo sentido, Tony Negri señaló que el Estado de bienestar keynesiano fue una respuesta de la burguesía a la Revolución de Octubre. Todo parece indicar que la clase dominante cede algo cuando teme perderlo todo. En consecuencia, la clave política -para los socialistas- está en el grado de conciencia y organización de los explotados. Lo que decide es la lucha de clases, precisamente porque el capital implica una relación social antagónica.
Por eso es vital comprender la lógica que está detrás de la creciente desigualdad, y cómo se articula con el conflicto social. De lo contrario, la propuesta práctica frente al problema (poner impuestos) queda en una receta sin trascendencia. Vale el diagnóstico del libro de Piketty -contra lo que dicen los apologistas vulgares del capitalismo, el sistema genera desigualdad creciente- pero son extremadamente endebles sus explicaciones, y por ende sus soluciones se deslizan por la superficie.
Textos citados

Blanchard, O. y F. Giavazzi, (2003): “Macroeconomic Effects of Regulation and Deregulation in Goods and Labor Markets”, Quarterly Journal of Economics, vol. 118, pp. 879-907.
Karabarbounis L., y B. Neiman (2003): “The Global Decline of the Labor Share”, NBER Working Paper Nº 19.136, junio.
Kristall, T. (2010): “Good Times, Bad Times: Postwar Labor’s Share of National Income in Capitalist Democracies”, American Sociological Review, vol. 75. pp.729-763.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.