Jacques Lacan ✆ Gustavo López Cháves |
David Pavón-Cuéllar |
Un análisis de discurso es lacaniano cuando se inspira en las
elaboraciones teóricas e indicaciones metodológicas del psicoanalista francés
Jacques Lacan. Si consideramos que Lacan era seguidor de Freud, podemos prever
que haya una cierta coloración freudiana en todo análisis lacaniano de
discurso. Lo que parece menos probable es que el análisis lacaniano involucre
una tonalidad marxiana o marxista. Sabemos que Lacan se inclinaba por la derecha, que no tenía
una orientación marxista y que más de una vez dirigió críticas a Marx y
especialmente a sus seguidores. Podríamos suponer entonces que Marx y el
marxismo no deberían de tener una presencia e influencia considerables en la
perspectiva lacaniana. Lo cierto, sin embargo, es que toda la obra de Lacan
está penetrada, impregnada, empapada hasta su médula por sutiles sustancias
conceptuales marxianas y marxistas.
El propio Lacan reconoce abiertamente a Marx una serie de
aportaciones fundamentales que forman parte esencial del psicoanálisis
lacaniano. Según Lacan, Marx inauguró el estructuralismo, descubrió que no hay
metalenguaje, refutó la concepción clásica del conocimiento e inventó el
síntoma del que se ocupa el psicoanálisis, esto es, el síntoma como revelación
de la verdad en la falla de un saber. Lacan también piensa que Marx fue el primero
en comprender que no hay realmente ni sociedad ni relación sexual. Por si fuera
poco, Lacan parece tener la convicción de que Marx presintió el objeto causa de
deseo, rectificó del discurso constitutivo de la
política y desenmascaró los
verdaderos motivos de la filosofía europea en sus veinticinco siglos de
historia.
Sin las aportaciones que Lacan atribuye a Marx, el
psicoanálisis simplemente no habría podido existir. ¿Cómo Freud habría podido
siquiera concebir la histeria tal como lo hizo si no hubiera dispuesto del
síntoma inventado por Marx, de la falta de relación sexual comprendida por
Marx, o del objeto de deseo presentido también por Marx? ¿Y cómo Lacan habría
podido elaborar su propia versión del psicoanálisis sin el estructuralismo
inaugurado por Marx o sin la falta de metalenguaje que Marx habría descubierto?
Sin Marx, no hay ni Freud ni Lacan. Esto es algo que Lacan
reconoce casi forzado, muy a pesar suyo, y entre fatigosos titubeos que siempre
terminan dándole la razón a Marx. Al final, siempre nos encontramos con Marx
dentro de Lacan. El psicoanalista francés está literalmente habitado por el
filósofo y revolucionario alemán. Esto puede explicarse por el entorno
intelectual de Lacan, por su ambiente cultural y su momento histórico, por la episteme
o la formación discursiva que determina y condiciona su discurso, pero también
por sus propias lecturas de Marx ya desde su juventud, cuando leía El Capital
en el metro de París.
El caso es que Lacan es mucho más marxista de lo que él
mismo quisiera. También es mucho más marxista de lo que sus seguidores pueden
aceptar, en lo cual, por cierto, muestran un conservadurismo que será
desastroso en la lectura de la obra de Lacan, en su transmisión y en sus
efectos políticos en la actualidad. Una vez que hacemos abstracción de las
diversas implicaciones del marxismo de Lacan, el psicoanálisis lacaniano pierde
una fracción muy significativa de su potencial crítico, subversivo y
revolucionario, y puede ser más fácilmente recuperado por la psicología y por otros
dispositivos disciplinarios y mecanismos ideológicos del mundo moderno.
Para preservar toda la fuerza disruptiva de la propuesta
lacaniana, debemos admitir su marxismo, el marxismo lacaniano. Esto es
particularmente importante cuando retomamos a Lacan en reflexiones o
investigaciones sociales y culturales en las que el aspecto político adquiere
una mayor centralidad y se torna ineludible e inocultable. Tal es el caso de la
mayor parte de aplicaciones de lo que se ha dado en llamar análisis lacaniano
de discurso. Este método no deja de incursionar en terrenos en los que no
podemos ignorar la herencia marxista de Lacan sin traicionar también al propio
Lacan.
Entre las aportaciones de Marx a Lacan a las que el análisis
lacaniano de discurso no puede renunciar, están el síntoma entendido como
irrupción de la verdad en la falla del saber, y la estructura de los
estructuralistas, con su implicación de falta de metalenguaje. Me referiré
ahora por separado a cada una de estas contribuciones de Marx al análisis lacaniano
de discurso.
Empecemos por la estructura. Si Marx inauguró el
estructuralismo, es porque se percató de dos circunstancias que son
fundamentales en cualquier análisis lacaniano de discurso. Lo primero de lo que
Marx se dio cuenta, precediendo en esto a Saussure, fue que la realidad está
constituida como una estructura en la que las distinciones, relaciones y
oposiciones entre los elementos preceden a los elementos y los constituyen. Es
así, por ejemplo, como las relaciones económicas, y particularmente la
oposición básica entre el trabajo y el capital, predeterminan las cualidades,
capacidades y conductas propias de sujetos y objetos en el capitalismo, tal
como éste es descrito por Marx en los Manuscritos de 1844, en El Capital y en
otras obras económicas. Es así también, en términos althusserianos, como las
relaciones ideológicas sobredeterminan a los mismos sujetos y objetos en la Cuestión
judía o en la Ideología alemana. Y es exactamente de la misma forma que el
análisis lacaniano de discurso debe examinar los significantes en función de
una organización discursiva compuesta de relaciones, distinciones y oposiciones
de las que depende el valor simbólico de cada significante, su función
estructural, lo que dice, lo que es y lo que hace.
Si Lacan atribuye a Marx la inauguración del
estructuralismo, esto es también por otra circunstancia crucial de la que Marx
se habría percatado, a saber, la identidad de la estructura con su entorno, el
hecho de que el discurso es lo mismo que sus condiciones, la indistinción entre
el texto y el contexto, la falta de metalenguaje, la ausencia de un Otro del
Otro. Marx habría descubierto, en otras palabras, que la estructura engloba
todo lo pensable, y que no hay nada pensable fuera de ella, de tal modo que su
ámbito estructural constituye un universo lógico del que no se puede salir para
pensarlo desde afuera. Es por esto que los filósofos de los siglos XVIII y XIX,
según Marx, no pueden salirse del mundo histórico moderno para estudiarlo de
modo neutro y objetivo desde afuera.
Las consideraciones filosóficas serán emanaciones
ideológicas de la estructura. El sistema capitalista emanará filosofías
burguesas cuya estructura será la misma del sistema, una estructura no pudiendo
separarse de su entorno, ni un discurso distinguirse de sus condiciones. Debido
a la continuidad entre el texto y el contexto, el individuo en el que pensaba
Stirner, por ejemplo, era un individuo burgués. Y no podía ser de otro modo,
pues en la época de Marx, en virtud de la hegemonía de la ideología de la clase
dominante burguesa, esta ideología era la de toda la sociedad. El mundo entero
era el ambiente de la burguesía, y todo era burgués, como bien lo decía
Flaubert.
La hegemonía de la ideología burguesa y la globalización
imperialista del capitalismo no son más que las dos caras de un mismo fenómeno
típicamente moderno. Este fenómeno habría permitido que Marx descubriera que no
hay metalenguaje, que sólo hay el lenguaje capitalista burgués, y que no hay
otro de este Otro. El materialismo de Marx consiste precisamente en reconocer
que no hay un Otro espiritual diferente del Otro material, que no hay
significados más allá de los significantes, que no hay pensamiento exterior al
lenguaje de la existencia, que no hay interioridad diferente de la exterioridad,
que no han un metalenguaje científico afuera del lenguaje histórico y social,
que no hay ideología que pueda llegar a disociarse de la economía.
Debido a la falta de metalenguaje que Marx descubre y que
resulta central en Lacan, no podemos pensar en el lenguaje desde un
metalenguaje fuera del lenguaje, sino que debemos dejar que el lenguaje sea el
que se piense a sí mismo. Debemos dejar que el lenguaje se explique mediante
significantes, y eventualmente participar en esta explicación al agregar otros significantes,
en lugar de pretender comprenderlo desde afuera al captar los significados de
sus significantes. De este modo, en el análisis lacaniano de discurso, no hay
ninguna tentativa de comprensión de los significados del discurso. El análisis
no pretende ser un metalenguaje para comprender el lenguaje del discurso
analizado, sino que aparece como otro discurso en el que se prolonga, se
explica un lenguaje sin metalenguaje.
Tanto el discurso analizante como el analizado están en un
mismo lenguaje sin metalenguaje. De ahí la imposibilidad de neutralidad o de
imparcialidad en el análisis lacaniano de discurso. Este análisis ya ocupa una
posición parcial en el lenguaje, ya está políticamente comprometido en la
estructura, y no puede sino luchar a favor o en contra de lo que analiza.
Como cualquier buen análisis marxista de la ideología, el
análisis lacaniano de discurso es un análisis crítico y realiza lo que
Althusser llamaba crítica inmanente, discutiendo con el discurso analizado en
los mismos términos del discurso. Lo explica y lo contradice en sus mismos
términos. Se debate en él y le opone sus propias armas. Se relaciona con él en
posición de igualdad y horizontalidad, en un mismo campo de batalla, sin
manipularlo ni pretender penetrar en sus motivaciones internas o en lo que
supuestamente quiere decir.
En ruptura con el idealismo de la comprensión hermenéutica y
de los análisis psicológicos de contenido, el materialismo del análisis
lacaniano de discurso lo hace lidiar con la armadura literal de significantes
de lo que analiza. Lo más que intenta es traspasar esta armadura material de la
estructura discursiva. Con este propósito, busca los síntomas: las
inconsistencias del discurso analizado, sus contradicciones o paradojas, las
fallas o fisuras de su armadura. Es aquí, en estas hendiduras, en donde el
analista espera ver irrumpir un cuerpo detrás de la armadura material, un
cuerpo igualmente material, el cuerpo de la verdad del discurso.
Aunque la verdad corporal del discurso analizado sea tan
material como el mismo discurso, no por eso deja de ser irreductible a la
armadura del saber inherente al discurso. Es por esto que sólo se revela, como
síntoma, en las fallas del saber discursivo. Pongamos un ejemplo que resulta
desconcertante desde varios puntos de vista. Me refiero a la Crítica de la
Filosofía del Derecho de Hegel, en la que Marx realiza un auténtico análisis
lacaniano de discurso 60 años antes del nacimiento de Lacan y veinte años antes
del nacimiento de Freud. En el análisis de Marx, la verdad corporal, carnal y
sexual de cualquier monarquía hereditaria, sólo mantenida por las copulaciones
de los progenitores de los monarcas, es lo que se revela sintomáticamente en un
discurso hegeliano caracterizado por su armadura de saber espiritual y asexuado.
Marx descubre un resquicio en esta armadura y es así como consigue acceder al
cuerpo de la verdad.
¿Así que el Espíritu hegeliano, personificado por el
Monarca, sólo ha podido perpetuarse por la sucia copulación de sus padres?
¡Hegel vencido! ¡Touché! Nuestro idealista cae al suelo de la vida real,
material y corporal, carnal y sexual, al recibir la estocada marxista en su
punto más débil, paradójico, sintomático. Y Marx, para vencer a Hegel, no ha
necesitado ni siquiera comprender su discurso. Ha bastado con explicarlo y
hacer ver su verdad en la falla del saber. Este gesto es otro de los
aprendizajes de Lacan en la escuela de Marx. Tenemos aquí también otra de las
valiosas contribuciones de Marx al análisis lacaniano de discurso.
Para hacer adecuadamente el análisis lacaniano de discurso,
no podremos rechazar las mencionadas contribuciones de Marx y otras muchas a
las que no nos hemos referido. Marx no puede faltar en un análisis lacaniano de
discurso. Este análisis, para ser verdaderamente lacaniano, tendrá que ser
también marxista.
Conferencia dictada en la
Universidad de Manchester, Reino Unido, el 9 de diciembre de 2013