Razmig Keucheyan | El
capitalismo creó desde sus orígenes un mundo de una gran complejidad. Pero en
su base se encuentra un conjunto de mecanismos sencillos que se adaptan
fácilmente a la adversidad. Es una especie de “gramática generativa” en el
sentido de Chomsky: un juego de reglas reducido puede generar un número
infinito de resultados. El contexto actual es muy diferente al de los años 60 y 70.
Pero la izquierda, a escala mundial, corre el riesgo de cometer el mismo error
de subestimar una vez más el capitalismo. El catastrofismo esta vez se concreta
en un nuevo objeto: el cambio climático y la crisis ecológica de forma más
general.
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En los círculos de la izquierda, efectivamente, existe la
creencia, extendida de forma inquietante, de que el capitalismo no sobrevivirá
a la crisis medioambiental. Según esta teoría, el sistema habría alcanzado sus
límites absolutos: sin recursos naturales, entre ellos, el petróleo, no sabría
funcionar y sus recursos se agotan rápidamente, el creciente número de
desastres ecológicos haría aumentar el coste de las infraestructuras hasta un
nivel insostenible y el impacto del cambio climático sobre el precio de los
alimentos desencadenaría revueltas que harían las sociedades ingobernables.
La atracción del catastrofismo, hoy en día como en el
pasado, es que si el sistema está en situación de hundimiento bajo el peso de
sus contradicciones, la debilidad de la izquierda deja de ser un problema. El
fin del capitalismo dependería de un suicidio, más que de un asesinato. De esta
forma, la ausencia de un asesino, bajo la forma de un movimiento revolucionario
organizado, no tendría importancia verdaderamente.
Pero la izquierda haría mejor en aprender de sus pasados
errores. El capitalismo bien podría ser capaz no solo de adaptarse al cambio
climático sino incluso de aprovecharse de él. Se oye que el capitalismo tendría
que hacer frente a una doble crisis: la crisis económica que empezó en 2008 y
una crisis ecológica que convertiría la situación en doblemente peligrosa. Sin
embargo, a veces una crisis puede ayudar a resolver otra.
El capitalismo responde al desafío de la crisis con dos de
sus armas preferidas: la financiarización y la militarización. En tiempos de
crisis, por ejemplo, los mercados exigen al mismo tiempo que los salarios se
reduzcan y que la gente siga consumiendo. La apertura de líneas de crédito permite
la conciliación de dos mandatos contradictorios, al menos hasta la siguiente
crisis financiera.
Como Costas Lapavitsas ha demostrado recientemente, la banca
ha penetrado hasta el más recóndito rincón de nuestra vida cotidiana, vivienda,
salud, educación, incluso la naturaleza. Los mercados del carbón, los productos
derivados ligados a la meteorología o a la diversidad, pertenecen entre otros,
a una nueva variedad de productos del “mundo financiero y el medio ambiente”.
Cada uno de ellos tiene su propia forma de funcionar, pero su objetivo general
es el de aligerar o repartir los crecientes costes del cambio climático y de la
sobreexplotación del medio ambiente.
Los “bonos de catástrofe””-llamados bonos CAT- no están
vinculados a inversiones futuras , como los bonos gubernamentales o privados
tradicionales, sino a la posible ocurrencia de una catástrofe, por ejemplo, un
terremoto en Japón o las inundaciones en Gran Bretaña, cuyo coste para el
sector de seguros se estimó en 3.000 millones de libras. Un gobierno emite
bonos CAT para acumular fondos. A cambio paga un interés interesante para los
inversores. Si la catástrofe se produce, el gobierno cuenta con el dinero para
reconstruir las infraestructuras o compensar a las víctimas. Si no se produce,
los inversores recuperan al final del plazo su dinero (y se quedan con los
intereses).
Con el creciente número de catástrofes naturales debidas al
cambio climático, las cantidades gastadas por los gobiernos para la gestión de
las catástrofes han alcanzado niveles sin precedentes. En algunas regiones, han
puesto en peligro los presupuestos gubernamentales. La financiarización de los
seguros catástrofe debe permitir equilibrar los presupuestos. Queda por ver si
es una respuesta sostenible para la amenaza en cuestión. Pero desde el punto de
vista del sistema, es posible que lo sea.
Con la financiarización viene la segunda respuesta
capitalista a la crisis ecológica: la militarización. Desde la segunda mitad
del último decenio, todos los grandes ejércitos del mundo publicaron detallados
informes sobre las consecuencias militares del cambio climático. Entre los
diferentes sectores de las clases dominantes, los militares son quienes toman
más en serio el cambio climático., en efecto, el medio ambiente es un parámetro
crucial para hacer la guerra. En su obra, De la guerra, Clausewitz explica la
importancia del “terreno”. Por eso, la cuestión de saber en qué medida
comienzan a cambiar los parámetros medio ambientales preocupa mucho a los
militares.
Un informe publicado en Estados Unidos en 2007 titulado
Seguridad nacional y cambio climático, entre cuyos autores se incluyen a 11
generales y almirantes de tres y cuatro estrellas, define el cambio climático
como un “multiplicador” que intensificará las amenazas existentes. Por ejemplo,
al debilitar más a los “Estados fallidos”, permitirá que los terroristas
encuentren refugio en ellos más fácilmente. O al provocar migraciones
climáticas, desestabilizará las regiones a las que lleguen los migrantes y se
exacerbarán los conflictos étnicos. El informe concluye que el ejército de USA
debía adaptar sus tácticas y su equipamiento a un medio ambiente que cambia.
Nada en la lógica del sistema le hará desaparecer. Un mundo
de desolación medioambiental y de conflictos permitirá funcionar al capitalismo
siempre y cuando reúna condiciones de inversión y beneficio. Y en ese sentido,
la buena vieja banca así como los militares están dispuestos a ser útiles. Así
pues, no podemos o librarnos de construir un movimiento revolucionario capaz de
poner fin a esta lógica delirante. Porque si el sistema puede sobrevivir, esto
no significa que otras vías que valgan la pena de ser vividas, sobrevivan.
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