3/5/14

Ideas cruzadas entre Karl Marx y Pierre-Joseph Proudhon

Karl Marx & Pierre-Joseph Proudhon
✆ Ufuk Suçsuzer
Manuel Taibo  |  Las ideas cruzadas entre Marx y Proudhon dejan situadas históricamente sus actitudes. Marx, siguiendo una línea ascendente, fue agigantando su obra, mientras que Proudhon, con su decadente ideología, fue hundiéndose en sus contradicciones. Su famosa frase “la propiedad es un robo” y la de que el mejor gobierno es “el gobierno de la anarquía”, no significaron nada. Marx había precisado sus nuevas teorías, en principios que, sin ser un dogma, serían inconmovibles porque prenderían cada vez con más fuerza en las masas. Marx señalaba “que el modo de la producción de la vida material determina, de una manera general, el progreso social, político e intelectual de la vida.” “Que no es la conciencia del hombre quien determina su manera de ser, sino su manera de ser quien determina su conciencia…” “Que una teoría se transforma en potencia material sí ella prende en las masas.” “Que la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos.” Marx enfilaba el porvenir, Proudhon marchaba hacia atrás.

Proudhon empezó considerando que “la propiedad es un robo” y que el mejor gobierno es “el gobierno de la anarquía” para terminar visitando a Luis Bonaparte, dedicándole sus mejores elogios, pidiéndole permiso para publicar su obra La revolución social demostrada por el golpe de Estado, combatiendo la acción sindical de los trabajadores. Son discípulos de Proudhon los que, recordando tal vez la célebre frase de su maestro “la propiedad es un robo”, se constituyeron en 1870 en guardianes del Banco de Francia.

Para establecer la igualdad entre los hombres —había dicho Proudhon— “basta generalizar el principio de las sociedades de seguros, de explotación y de comercio”. De contradicción en contradicción, Proudhon termina renegando de todo principio revolucionario. Pero el anarquismo español seguía apegado a sus definiciones: “la propiedad es un robo”; el mejor gobierno es “el gobierno de la anarquía”. Si al anarquismo no le caracteriza la paradoja, la contradicción, no es anarquista.

La década de 1860 a 1870 es la que ofrece en el orden internacional todo el proceso de formación del movimiento obrero en torno a la Asociación Internacional de los Trabajadores, de la Primera Internacional. Culmina este período con la gloriosa Comuna de París. En España, este proceso registrase con algún retraso. En 1847, Ramón de la Sagra tiene una entrevista con Engels, pero Sagra está ganado por las ideas de Proudhon. Dos estudiantes, Gaspar Viñas y Gaspar Santiñón, viajan por Francia, Bélgica, Austria, Alemania y establecen contactos con elementos anarquistas. Hasta el III Congreso de la Internacional (Bruselas, 1868) las organizaciones de España, las pocas que existen, no habían establecido contacto con la Asociación Internacional de los Trabajadores. Es en este Congreso donde aparece por primera vez una agrupación secreta anarquista que envía al Congreso a Antonio Marsal, un maquinista naval que, para evitar las represalias de la policía, utilizó el seudónimo de Sarro Magallan. El primer delegado, pues, de España en un Congreso internacional es un anarquista que representa una organización de Barcelona. Al III Congreso asistía por primera vez Miguel Bakunin, que había ingresado a la Internacional dos meses antes. Ni Marx ni Engels asisten al Congreso. Bakunin, que no lleva otro propósito que el de apoderarse de la dirección de la Internacional, por medio de Antonio Marsal, deja establecido un contacto directo con el anarquismo catalán. Los anarquistas catalanes mantendrán relaciones directas con Ginebra, es decir, con los elementos bakuninistas y no con el Consejo General de la Internacional establecido en Londres y cuyo secretario para España y Portugal era Pablo Lafargue, y más tarde, Engels. He ahí una de las razones de la influencia de Bakunin en el seno del Movimiento obrero español por medio del anarquismo. Muerto Proudhon, Bakunin en ciertos aspectos venía a dar continuidad a su obra.

Un mes más tarde del Congreso de Bruselas, en octubre, constitúyese en Ginebra la Alianza Internacional de la Democracia Socialista (anarquista) de Bakunin, como fracción secreta internacional en el seno de la Internacional. A finales del mismo año, Bakunin envía a España su colaborador, el italiano José Fanelli, con la misión de organizar en España las secciones de la Alianza escudándose en que va a constituir las de la Internacional. Fanelli deja tendidos todos los hilos. Establece el “núcleo” dirigente en Barcelona en mayo de 1869. Al margen del Consejo General, por medio de claves secretas, queda establecido la ligazón entre Ginebra y los grupos anarquistas de España, convertidos en secciones de la Alianza y actuando como fracción en el seno del movimiento internacionalista hispano. En septiembre de 1869 celebrase en Ginebra el IV Congreso de la Internacional, al que asisten como delegados de las organizaciones de Barcelona Rafael Farga Pellicer y Gaspar Santiñón, los dos elementos más representativos del anarquismo español y de más valía. El Congreso recibe un mensaje de saludo de la Legión Ibérica. El resto de España, Madrid, no juega ningún papel en estas actividades internacionales. En el IV Congreso de la Internacional aparece el primer informe de carácter internacional de una organización española, del Centro de Sociedades Obreras de Barcelona. Desde este momento el anarquismo español juega un papel de primer orden en las actividades de la Alianza internacional y en todas las maniobras de Bakunin en contra de la Asociación Internacional de los Trabajadores, como podrá apreciarse a través del desarrollo de los diferentes congresos de la Internacional.

Los anarquistas españoles, catalanes, monopolizan completamente el movimiento nacional “internacionalista”, sus Congresos, su prensa, sus actividades, lo mismo en el orden nacional que en sus relaciones internacionales. El primer Congreso de la sección española celebróse en Barcelona en 1870. Esta situación no fue modificada hasta 1871-1872 con la llegada de Pablo Lafargue a España, huyendo de la represión en contra de los participantes en las jornadas de la Comuna de París. Pero Lafargue llegaba tres años más tarde que Fanelli. El anarquismo había ganado, como se dice vulgarmente, la partida por la mano. Lafargue da a conocer al grupo de Madrid los documentos principales de la Internacional que habían silenciado los anarquistas; descubre el carácter faccioso de la Alianza; da a conocer las ideas de Marx y Engels y abre unas nuevas perspectivas: las perspectivas del verdadero socialismo. En el V Congreso de la Internacional, el famoso Congreso de La Haya, estaría representado el movimiento obrero español, no sólo por los anarquistas aliancistas, sino también por Pablo Lafargue, que por primera vez expresaría internacionalmente la voz del socialismo español y de los verdaderos internacionalistas representados por la Nueva Federación Madrileña.

La hegemonía, el monopolio de los grupos anarquistas de Cataluña en las relaciones internacionales, entre el movimiento obrero español y la Internacional, había terminado. No obstante los aspectos negativos de este período, es obligado reconocer que Cataluña es la cuna del movimiento obrero español. Allí nació la primera organización de clase; allí se celebró el primer Congreso obrero, el primer Congreso campesino; de allí salieron los primeros delegados a los congresos internacionales, los primeros mensajes internacionales; allí se fundó la Unión General de Trabajadores de España; allí celebró su Congreso constituyente el Partido Socialista Obrero Español. Allí estaba y está la principal concentración proletaria de España. Allí está un puntal fundamental de la Revolución Española y de la futura España socialista. En toda esta labor de forja, sus antecedentes se confunden con la obra de esos hombres que, no obstante sus concepciones en oposición con el desarrollo histórico del proletariado, consagraron su vida, su inteligencia plena de abnegación y sacrificio al ideal tal y como lo comprendían en su época, siguiendo a los que consideraban sus maestros.

Durante su estancia en España, Lafargue había echado las bases del socialismo. Después de 1870, José Mesa vive en París; mantiene relaciones directas con Lafargue, Marx, Engels y Guesde, Mesa dando continuidad a la labor realizada por Lafargue, sería el animador fundamental del marxismo en España. El Congreso de La Haya fue la escisión. El anarquismo, viéndose derrotado en sus propósitos de adueñarse de la Internacional, la escindía. Con ello quedaba dividido el movimiento obrero internacional y nacionalmente. Las fuerzas reaccionarias de la contrarrevolución habían ganado una batalla. El anarquismo, enfrentado históricamente con los intereses del proletariado, iniciaba su decadencia ideológica bajo la presión de las teorías de Marx y Engels.

El anarquismo y todos los enemigos de Marx trataban de justificar sus ataques en contra de él diciendo que por su “autoritarismo” “imponía” sus puntos de vista; que tenía un carácter insoportable. En los escritos de Bakunin, así como en los de James Guillaume, los dos elementos que con más saña le atacaron durante el período de la primera Internacional, además de utilizar esos argumentos, mostraban constantemente su fobia antijudía y antigermánica, acusando a Marx constantemente de ser judío y alemán. Faltos de razones políticas, imposibilitados para enfrentarse con sus teorías, acudían a los argumentos más bajos.

El análisis de cómo se desarrolló el proceso de organización de la Liga Comunista y, más tarde, de la Internacional, muestran con toda elocuencia que Marx no era un “autoritario”, sino todo lo contrario. Cuando en la Liga Comunista surge la ruptura y la minoría trata de imponerse a la mayoría, es Marx quien para cortar la escisión propone que la dirección se establezca en Colonia y que los dos grupos de Londres, el mayoritario y el minoritario, independientes de sí, sigan perteneciendo a la Liga en relación directa cada uno de ellos con el Comité Central de Colonia. La minoría rechaza la fórmula y se separa.

En los trabajos preliminares para la creación de la Internacional aparecen dos criterios: el de Guillaume Wolf, que considera que la Internacional debe ser centralista, imponer a sus secciones una rígida disciplina, y el de Marx, que estima que la Internacional debe tener un sentido más bien federalista, para que cada sección conserve un cierto grado de independencia, de autonomía, que facilite su acción, que le permita realizar una labor orientada hacia todas las corrientes que se manifestaban en el seno del proletariado.

Los primeros documentos de la Internacional elaborados por Marx ponen de relieve sus esfuerzos por abarcar, por ganar a todas las fuerzas, a todos los pensamientos políticos susceptibles de participar en la grandiosa obra que trataba de forjar un movimiento obrero moderno.

Más tarde, en el seno de la Internacional aparece el problema religioso. Los “revolucionarios” verbalistas planteaban la necesidad de que esta cuestión fuera discutida en el seno de la Internacional, que ésta se definiera ante el problema religioso. Marx se opuso, sosteniendo la tesis de que este problema no debía ser planteado ni discutido en la Internacional. Sin duda mantenía esta posición por consideraciones tácticas y de conveniencia en aquellos momentos para la propia obra de unidad de los trabajadores. Marx demostraba, una vez más, su espíritu de comprensión frente a toda actitud “autoritaria” e intransigente.

Marx, para evitar con su presencia coaccionar a los congresos, había adoptado la resolución de no asistir a ellos. Los congresos se reunieron y discutieron los problemas sin la participación directa de Marx. Sus resultados no complacían plenamente a Marx, pero él no veía las resoluciones que se adoptaban como la cuestión fundamental, sino el hecho de los congresos en sí; que cada uno de ellos era un peldaño más en la edificación de la Internacional y que poco a poco, según fuera desenvolviéndose, ella misma iría rectificando su propia obra. No cabe duda que si Marx hubiese asistido a todos los congresos, éstos registrarían en sus decisiones las consecuencias de la colaboración directa de quien era el pensamiento más vigoroso, más capaz, de cuantos asistieron a ellos. Esta es otra prueba de cómo los ataques de que le hacían objeto los anarquistas diciendo que “imponía” su pensamiento a la Internacional era completamente falso.

Al único Congreso a que asiste Marx es el de La Haya en 1872, el que se divide en mayoría y en minoría. La mayoría coincidía con las posiciones marxistas; la minoría obedecía a las orientaciones de Bakunin y de sus actividades fraccionales. En el Congreso de La Haya quedó demostrado, con todas las pruebas, la existencia de la Alianza y sus actividades en el seno de las organizaciones de la Internacional. El Congreso, por mayoría, acuerda la expulsión de Bakunin y de Guillaume.

Marx hizo toda clase de esfuerzos por evitar la escisión. Como los anarquistas seguían manteniendo la acusación de que el Consejo General, que residía en Londres, actuaba bajo la acción “autoritaria” de Marx, éste propuso que el Consejo se trasladase a Nueva York; así nadie podría decir que estaba bajo su influencia directa. El Congreso aprobó esta fórmula y decidió que, en lo sucesivo, el Consejo residiera en Estados Unidos; pero la minoría rechazó las decisiones mayoritarias del Congreso y provocó la escisión.

Marx demostraba, una vez más, su espíritu de conciliación situando por encima de todas las cosas los intereses supremos del proletariado, de su unidad.

El Congreso de La Haya revelaba dónde estaba el verdadero “autoritarismo”, colocando en su verdadero lugar a los que, tomando como bandera la lucha contra él, no aceptaban nunca las decisiones democráticas de la mayoría. Tras esa bandera se escondían todas las maniobras del anarquismo en contra de la Internacional; escondíanse las actividades de la Alianza que determinaron la escisión de la Internacional y de los movimientos obreros nacionales. Fue la bandera de la división frente a la unidad; fue la piqueta demoledora en el seno del movimiento obrero.