Gabriela Esquivada | En
2003, cuando Francia se opuso a la invasión de Irak, el congresista republicano
Bob Ney rebautizó las papas fritas, French
fries, como Freedom fries en el
menú de las cafeterías del Congreso. Algunos restoranes emularon al político de
Ohio (quien dos años después renunció a su banca tras declararse culpable de
conspiración y de haber mentido para favorecer a Jack Abramoff, lobbysta generoso en sus regalos y
donaciones de campaña), y obtuvieron algunos minutos de publicidad gratuita
mientras las cámaras de los canales locales vaciaban en los baños botellas de
vino francés.
Ney y los restaurateurs recordaron un matiz particular del
patriotismo estadounidense: la francofobia. Por ella resulta triplemente
extraño el éxito masivo (está tercero en la lista de más vendidos de The New
York Times y número dos en Amazon.com) de "El capital en el siglo XXI",
libro del profesor de la École D'Économie de Paris Thomas Piketty.
1) Se trata de un volumen académico de casi 700 páginas que publicó -y agotó la
tirada en el primer mes: debió ordenar seis reimpresiones conjuntas- Harvard
University Press. No es la primera vez que el público estadounidense populariza
trabajos académicos: todavía se recuerdan los casos de Allan Bloom y Francis
Fukuyama. Pero su ideología se acomodaba mejor al capitalismo tal como se vive
en este país que la de Piketty, quien propone un impuesto global al patrimonio
para moderar la desigualdad y un impuesto progresivo para los salarios extremos
y las herencias enormes de hasta el 80 por ciento.
2) El argumento central del libro, que desde su título evoca a Karl Marx,
contradice el discurso habitual según el cual el mercado todo lo cura con su
autorregulación: "Cuando la tasa de rentabilidad del capital excede la
tasa de crecimiento del producto y el ingreso, como sucedió en el siglo XIX y
parece muy probable que vuelva a suceder en el XXI, el capitalismo genera
automáticamente arbitrariedades y desigualdades insostenibles que socavan de
manera radical los valores meritocráticos en los cuales se basan las sociedades
democráticas". Con datos de casi tres siglos en más de veinte países, Piketty
muestra que, excepto durante las guerras mundiales y la reconstrucción, el
producto del capital, y no de los ingresos, predomina en el segmento superior
de la distribución del ingreso. En dos generaciones, los herederos de los
supergerentes -como los denomina el autor- de hoy serán los señores en un
capitalismo patrimonial.
3) A los veintidós años, el francés enseñó en el Massachusetts Institute of
Technology pero pronto quiso regresar a Europa: "Lo hice a los veinticinco
años. Desde entonces no he salido de París excepto por algunos viajes cortos.
Una razón importante para mi decisión se relaciona de manera directa con este
libro: no encontré del todo convincente el trabajo de los economistas
estadounidenses". Le parecía que "no
había existido un esfuerzo significativo para recoger datos históricos sobre la
dinámica de la desigualdad desde (Simon) Kuznets, y aun así la profesión seguía
produciendo en masa resultados puramente teóricos".
A pesar de todo eso, durante semanas Amazon.com sólo pudo ofrecer la versión
digital ($ 21,99) de "El capital en el siglo XXI", porque estaba
"temporariamente sin stock" de la impresa. "Pídalo ahora y se lo
enviaremos cuando esté disponible" ($ 24,59, precio de lista: $ 39,95,
ahorre: $ 15,36). Los ejemplares usados llegaron a $ 72,89.
No es la primera vez que un académico accede al centro de la
discusión pública en los Estados Unidos. En 1992, "El fin de la historia y
el último hombre", del politólogo Francis Fukuyama, generó pasiones
locales y mundiales (se tradujo a más de veinte idiomas): argumentaba que el
fin de la Guerra Fría había marcado también el de la disputa ideológica, por lo
cual la historia como lucha se agotaba y el libre mercado se imponía. Cinco
años antes, el filósofo Allan Bloom (el modelo del personaje central de
"Ravelstein", la novela de Saul Bellow) había llegado a la lista de
más vendidos con "El cierre de la mente moderna", una demolición de
la universidad contemporánea que proyectaba el mal de la deconstrucción y el
relativismo cultural al país: la educación universitaria defraudaba a los
estudiantes y ponía en peligro la democracia.
Ambos autores se
ubican a la derecha del espectro político. Piketty, hijo de activistas del Mayo
francés y un analista de la desigualdad desde hace más de una década, no.
Sin embargo, el éxito de "El capital en el siglo
XXI" no asombra porque el país conservador en que se ha dado no es el
mismo que era entonces. "Hace varios años ya que los académicos y los
ciudadanos con conciencia cívica se preocupan por las desigualdades crecientes
en los Estados Unidos y otros lugares", dijo a Viernes el profesor Juan
Díez Medrano, coordinador del Programa de Investigación del Institut Barcelona d'Estudis Internacionals
(IBEI) y catedrático de Sociología en la Universidad Carlos III Madrid.
"El libro de Piketty llega entonces en el momento preciso".
Carol Stievender, profesora del Departamento de Economía de
UNC Charlotte, explicó a este medio que "la noción de desigualdad de
ingresos o patrimonio es más popular que nunca". Ha llegado a la gente
común, hiló, mediante las consignas del 1 por ciento versus el 99 por ciento
del movimiento Occupy Wall Street, el comentario despectivo del candidato
republicano a la presidencia en 2012, Mitt Romney ("el 47 por ciento de la
gente depende del Gobierno, cree que son víctimas, cree que el Gobierno tiene
la responsabilidad de cuidarlos, cree que tienen derecho a la salud, a la
alimentación, a la vivienda, a lo que sea"), el uso cada vez más frecuente
del término entre los columnistas políticos de televisión y el documental
"Desigualdad para todos", del exsecretario de Trabajo de Bill
Clinton, Robert Reich.
"Hemos atravesado una época en la cual todos conocemos
a alguien que debió gastar parte de su patrimonio acumulado cuando su flujo de ingresos
se detuvo. Pero de algún modo, el uno por ciento más rico se las arregló para
recuperar su patrimonio y el de todos los demás: según Oxfam, ese uno por
ciento acaparó más del 95 por ciento del crecimiento posterior a la recesión,
mientras que el 90 por ciento inferior quedó peor", agregó Stievender. "Es
una estadística pasmosa. La gente lo puede ver en sus resúmenes bancarios y en
sus cuentas de retiro jubilatorio. Para la gente es la realidad, no una moda
pasajera".
La crisis de 2008 marcó un punto de inflexión: "La
gente tiene más conciencia de los efectos sobre sus vidas de las fuerzas
económicas abstractas: cada vez es más difícil creer que la riqueza
naturalmente se derrama de los ricos a los pobres", aportó Gavin Mueller,
profesor del New Century College en George Mason University. "Por eso se
buscan explicaciones alternativas al dogma neoclásico del libre mercado. El
libro de Piketty es sólo el más reciente".
La socióloga Stephanie Lee Mudge, profesora de UC-Davis e
investigadora en el Instituto Sheffield de Investigaciones en Economía Política
(SPERI), indicó otro factor: la coyuntura política estadounidense, con las
elecciones legislativas de noviembre tan cerca. "La intelligentsia
demócrata trabaja hace tiempo en presentar la desigualdad como un tema
electoral, de modo tal que el público está preparado. Además, desde el New Deal
los economistas han jugado un papel central dentro de la intelligentsia
demócrata (con muchas contrapartes de influencia en el campo republicano desde
fines de los 60), que ha estado más vinculada con los círculos progresistas o
de izquierda en Europa Occidental" Mudge señaló un catalizador último:
"La extrema polarización de los activistas demócratas y republicanos. Si
uno arroja un argumento controversial sobre un escenario político de consenso,
no recibe mucha atención. Pero si lo arroja sobre un escenario político
altamente polarizado, es más probable que pase algo".
Díez Medrano recuerda los casos de Bloom y Fukuyama: en su
opinión, la popularización de los tres libros tiene en común que reflejan
preocupaciones profundas de sus épocas respectivas. "Su éxito y el de
Picketty surgen de su capacidad excepcional para comunicar conocimientos
eruditos en una prosa extremadamente clara. Todavía esperamos un libro que cuente
la historia complejísima de la crisis financiera y económica de 2008 con tanta
elegancia." The New Yorker recordó que Branko Milanovic, execonomista del
Banco Mundial, lo llamó "uno de los libros parte aguas en el pensamiento
sobre economía" y que The Economist consideró que podría cambiar "el
modo en el que pensamos los dos últimos siglos de historia de la
economía". En The Nation, Jeff Faux, fundador del Economic Policy
Institute, comparó el libro con una granada de mano que se arrojará sobre el
debate de la economía mundial. "Desafía los presupuestos fundamentales de
la política estadounidense y europea sobre el crecimiento económico que
continuará evitando la ira popular por la distribución desigual del ingreso y
el patrimonio", escribió. Sam Tanenhaus, en The New York Times, puso a
Piketty en la línea de Susan Sontag (1960), Christopher Lasch (70), Bloom (80),
Fukuyama (90) y Samantha Power (2000): "El intelectual exitoso de la noche
a la mañana cuyo estrellato refleja las modas y los sentimientos del
momento".
Esa caracterización contrarió a Stievender: "Trivializa
una situación económica muy seria como una especie de moda pasajera o un meme,
y constituye un insulto al consumidor promedio de información. La popularidad
no es algo malo. Cuanto más informado esté el público es menos probable que se
lo influya con retórica e ideología. Mudge sugirió a Viernes que
"probablemente nada le gusta más a The New York Times que una historia
sensacional sobre un intelectual influyente, dados sus lectores". La profesora
discrepó con el enfoque: "La popularidad del libro no refleja modas
momentáneas idiosincráticas: refleja dónde estamos en los ciclos de la política
estadounidense, el hecho de que aún sufrimos las consecuencias de las crisis
financieras".
Los medios promueven a ciertas figuras en ciertos momentos,
recordó Mueller a este suplemento: "Las conferencias accesibles sobre Marx
de David Harvey se han visto miles de veces, y él ha vendido muchos libros.
Pero es un marxista que cree que el capitalismo terminará pronto, así que no lo
veremos en The New York Times con la cobertura de una celebridad intelectual.
Piketty critica el capitalismo tal como existe pero sus recetas, como la del
impuesto global al patrimonio, no son revolucionarias, y sí ayuda a encauzar la
energía disidente en canales reformistas".
Acaso el elogio mayor de Piketty lo haya realizado Paul
Krugman, premio Nobel de Economía, en The New York Review of Books. Desde su
perspectiva, "El capital en el siglo XXI" constituye "una
revolución en nuestra comprensión de las tendencias de la desigualdad en el
largo plazo". Antes de Piketty, "algunos economistas (por no
mencionar a los políticos) trataban de ahogar cualquier mención de la
desigualdad; pero aún aquellos que querían discutir la desigualdad por lo
general se centraban en la brecha entre los pobres o la clase trabajadora y los
meramente acomodados, no los verdaderamente ricos", argumentó.
"Piketty ha transformado nuestro discurso sobre economía; nunca volveremos
a hablar sobre patrimonio y desigualdad como solíamos hacerlo."
Aunque los detractores prefirieron el silencio, hubo
invectivas importantes contra "El capital en el siglo XXI". De modo
previsible, The Wall Street Journal apeló a la misma ideologización que le
reprochó: "Si uno está convencido o no de los datos del señor Piketty -y
hay razones para el escepticismo, dadas las mismas advertencias del autor y el
hecho de que muchas estadísticas antiguas se basan en muestras extremedamente
limitadas de declaraciones patrimoniales y extrapolaciones dudosas- es en el
fondo intrascendente. Porque este libro es menos una obra de análisis económico
que un ladrillo ideológico estrafalario".
En Forbes, Scott
Winship objetó la metodología con que Piketty estima los ingresos y Panos
Mourdoukoutas argumentó: "'El capital en el siglo XXI' ha provisto de
munición a los progresistas de toda clase, que quieren resucitar y promover una
agenda política antigua que mata el crecimiento económico y la prosperidad en
nombre de la igualdad económica". En Foreign Affairs, Tyler Cowen negó que
se pueda afirmar sin más que la rentabilidad del capital será siempre alta,
dado que Piketty ignora el riesgo entre los factores que analiza, y comparó al
francés con el británico David Ricardo, precursor de la macroeconomía y los
estudios de la distribución, quien a comienzos del siglo XIX analizó la
importancia de la propiedad de la tierra: "Piketty es un Ricardo moderno,
que apuesta demasiado a la peso de un valor en el largo plazo. La preocupación
de Piketty por la riqueza heredada también parece extraviada".
Clive Crook objetó en Bloomberg
View: "Hay una tensión persistente entre los límites de los datos que
(Piketty) presenta y la grandiosidad de las conclusiones que extrae. A veces,
bordea la esquizofrenia. Al presentar cada conjunto de datos, es pura cautela y
modestia, como debería, porque los problemas de medición se presentan en cada
tramo. Casi en el párrafo siguiente, saca una conclusión que va más allá de lo
que los datos sostendrían aún si fueran irreprochables".
Criticó en particular la conclusión principal del libro:
"La principal fuerza desestabilizadora -escribió Piketty- concierne al
hecho de que la tasa privada de rentabilidad del capital, R, puede ser durante
largos períodos significativamente más alta que la tasa de crecimiento del
ingreso y la producción, C. La desigualdad R > C implica que el patrimonio
acumulado en el pasado crece más rápidamente que la producción y los salarios.
Esta desigualdad expresa una contradicción lógica fundamental. El emprendedor
inevitablemente tiende a convertirse en un rentista, más y más dominante sobre
aquellos que no poseen sino su fuerza de trabajo. Una vez constituido, el
capital se reproduce más rápido que lo que crece la producción. El pasado
devora al futuro. Las consecuencias para la dinámica de la distribución de la
riqueza en el largo plazo son potencialmente aterradoras".
Crook se aferró a esa línea: "El terror de Piketty ante
la desigualdad creciente es un dato para el lector. Quizá ha influido el juicio
y la lectura tendenciosa de la propia evidencia (del autor)".
Piketty elude, pero alude a ella, la cuestión política
estadounidense. "Me resulta interesante que el hecho de ser un economista
implique aparentemente sobrepasar los prejuicios de toda la vida contra la
importación de cualquier cosa europea, y por cierto francesa, en los debates
públicos aquí", dijo Mudge. "Refleja que la economía se ha
convertido, de modo singular en las ciencias sociales, en una profesión global,
y como tal ejerce una autoridad inusual en los debates sobre políticas".
La socióloga destacó otra razón, acaso no muy visible, para
el interés popular por "El capital en el siglo XXI". "La
desigualdad tiene un significado especial en la cultura política
estadounidense, conocida por su igualitarismo peculiar desde Alexis de
Tocqueville. Las sociedades que dan por sentadas la jerarquía y la desigualdad
no se sorprenden ante la prueba de la existencia de la inequidad. Las
sociedades que creen, o quieren creer, que son el epítome vivo del
igualitarismo y la igualdad de oportunidades se indignan." Muchos
habitantes de este país, cree, tienen un gran sentimiento de injusticia en este
momento, más allá de su posición política. "El libro ha activado ese
sentimiento de injusticia."
Esa injusticia va más allá de que Tim Cook gane 6.258 veces
más que el empleado promedio de Apple (la disparidad mayor), Michael Duke 796
veces más que el de Walmart, o James Dimon, 442 veces más que el de JP Morgan,
según CNN Money. La cultura estadounidense valora la retribución y el dinero,
pero no la idea de una aristocracia (Piketty cita la película para niños
"Los aristogatos"). Sin embargo, desde Roland Reagan los republicanos
han creado un marco legal que beneficia al 1 por ciento (y más aún al 0,1, y al
0,01), cuyos ingresos se basan más en el capital que en la producción. La tasa
impositiva de la renta es inferior que la que se aplica a los ingresos, y
algunos republicanos -el aspirante a la Casa Blanca Ron Paul entre ellos-
proponen eliminar el impuesto a la renta.
Piketty encontró escasa información sobre el patrimonio de
los políticos estadounidenses, que le parecía mucho mayor que el de los
europeos "y en una categoría totalmente distinta del ciudadano promedio,
lo cual podría explicar por qué tienden a confundir sus intereses privados con
el bien común".
Para la economista Stievender, lo más preocupante de la
desigualdad es "la acumulación de poder político que viene con la
acumulación de patrimonio y capital: lo que se llama captura política". En
síntesis: "Si los ricos obtienen más poder político, los no ricos lo
pierden. Y con el poder político viene el poder de influir en las políticas que
permiten la acumulación de más y más patrimonio, lo que lleva a más y más poder
político".
Piketty cree que, sin una intervención radical (como su
propuesta del impuesto global al patrimonio y el impuesto progresivo para los
ingresos gigantescos), el capitalismo estadounidense erosionará sus principios
democráticos. "El ideal igualitario del pionero ha caído en el olvido, y
el Nuevo Mundo puede estar al borde de convertirse en la Antigua Europa de la
economía globalizada del siglo XXI", augura.
Reconoce, sin embargo, que su idea es "utópica".
Título original: “Digiriendo a Piketty”