28/4/14

El marxismo y la religión

'El marxismo dará salud a los enfermos'
✆ Frida Kahlo, 1954
Alan Woods  |  Los marxistas se basan en el materialismo filosófico que niega la existencia de cualquier ente sobrenatural o de algo externo a la naturaleza. Hoy la propia naturaleza nos proporciona sus propias explicaciones sobre el origen de la vida y el universo. La ciencia ha demostrado que la humanidad ha evolucionado, como el resto de las especies, a lo largo de millones de años y que la propia vida evolucionó a partir de la materia inorgánica. No puede existir el cerebro sin un sistema nervioso central, y no puede existir un sistema nervioso central sin un cuerpo material, sangre, huesos, músculos, etc. Al mismo tiempo, hay que mantener el cuerpo con comida que también procede de un entorno material. Los últimos descubrimientos genéticos conseguidos por el proyecto genoma humano han aportado la prueba indiscutible de la visión materialista.

La revelación de la larga y compleja historia del genoma, durante tanto tiempo oculta, ha provocado discusiones sobre la naturaleza de la humanidad y el proceso de creación. Resulta increíble que en los inicios del siglo XXI las ideas de Darwin todavía sean desafiadas por el llamado movimiento creacionista en EEUU el cual pretende que los escolares estadounidenses piensen que Dios creó el mundo en seis días, al hombre del polvo y a la primera mujer a partir de una de sus costillas.Los últimos descubrimientos finalmente han demostrado lo absurdo que es el creacionismo. Han terminado con la idea de que las especies fueron creadas por separado y el hombre, con su alma eterna, fue creado especialmente para cantar alabanzas al Señor. Ahora es evidente que los humanos no son creaciones únicas. Los resultados del proyecto genoma humano demuestran de una forma concluyente que compartimos los genes con otras especies y estos genes tan antiguos son los que nos han ayudado a ser lo que somos. Los humanos compartimos genes con otras especies que se remontan a las nebulosas del tiempo. 

En realidad, una pequeña parte de esta herencia genética común se puede remontar a organismos tan primitivos como la bacteria. En muchos casos, los humanos tienen exactamente los mismos genes que las ratas, ratones, gatos, perros e incluso la mosca del vinagre. Los científicos han encontrado que los humanos compartimos aproximadamente 200 genes con la bacteria. De esta forma se ha llegado a la prueba final de la evolución. Y sin la necesidad de intervención divina.

¿Vida después de la muerte?

A pesar de todo el avance científico ¿por qué la religión todavía se encuentra tan arraigada en la mente de millones de personas? La religión ofrece a los hombres y mujeres el consuelo de una vida después de la muerte. El materialismo filosófico niega esta posibilidad. La mente, las ideas y el alma son el producto de la materia organizada de una forma concreta. La vida orgánica surge en determinado momento de la vida inorgánica, e igualmente, las formas simples de vida -bacteria, organismos unicelulares, etc.,-evolucionan hacia formas más complejas con una columna vertebral, un sistema nervioso central y un cerebro.

El deseo de vivir para siempre es tan antiguo como la propia civilización ―probablemente más antiguo―. Hay algo en nuestro ser que se resiste a la idea de que “yo” algún día dejaré de existir. Y ciertamente, renunciar para siempre a este maravilloso mundo, a las flores, la luz del sol, el viento en la cara, el sonido del agua, la compañía de los seres queridos - entrar en un reino infinito de la nada- es duro e incomprensible. Los humanos buscaban una comunión imaginaria con un mundo espiritual no material donde -pensaban- una parte de ellos viviría para siempre. Este fue uno de los mensajes más fuertes y duraderos de la cristiandad: “puedo vivir después de la muerte”

El problema es que la vida que la mayoría de hombres y mujeres viven en la sociedad actual es tan dura, insoportable o carente de sentido, que la idea de una vida después de la muerte a veces es la única forma de dar algún significado a la propia existencia. Volveremos más tarde a esta cuestión tan importante. Pero mientras, analicemos el significado exacto de la existencia de la vida después de la muerte.

Se trata de un problema antiguo del que se ocupó entre otros el filósofo neoplatonista griego Plotino que señalaba lo siguiente sobre la inmortalidad: “Ésta es inexplicable, si dices algo de ella la conviertes en particular”. Esta misma idea se puede encontrar en los escritos indios relacionados con el alma. Para los filósofos y teólogos el alma es solo una “noche en la que todas las vacas son negras”, como decía Hegel. Y en la vida cotidiana las personas hablan con confianza del alma y la vida después de la muerte.

Se supone que el alma es inmaterial. Pero, ¿existe vida sin materia? La destrucción del cuerpo físico significa el final del ser individual. Los billones de átomos individuales que forman nuestro cuerpo no desaparecen, sino que reaparecen formando combinaciones diferentes. En ese sentido todos somos inmortales, porque la materia no se puede crear ni destruir.

Es verdad que existen espiritualistas que insisten en que oyen voces aunque no haya presencia de seres físicos. La respuesta es bastante sencilla: si hay voz, debe haber cuerdas vocales ―si no, no podría existir la voz―. No se puede separar ninguna de las manifestaciones de nuestra actividad viviente del cuerpo material.

La idea común de la “vida después de la muerte” es más o menos una continuación de la vida que llevamos sobre la tierra (ya que no conocemos otra). Después el alma abandona el cuerpo y al parecer “despierta” en una tierra maravillosa donde milagrosamente nos unimos a nuestros seres queridos, para una vida de goce eterno en la cual la enfermedad y la vejez desparecerán. Basta con hacer la pregunta de una forma concreta para ver que es imposible. Si consideramos todas las cosas que hacen que merezca la pena vivir: buena comida, buen vino (para los ingleses una buena taza de té cargado), cantar, bailar, abrazos, hacer el amor, etc., rápidamente será evidente que todas estas actividades van inseparablemente unidas al cuerpo y sus atributos físicos. Los pasatiempos más cerebrales como hablar, leer, escribir y pensar están igualmente unidos a nuestros órganos corporales. Lo mismo ocurre con la respiración o cualquier otra actividad de lo que se llama vida.

Una existencia que carezca de todo sufrimiento y dolor sería intolerable para los seres humanos. Un mundo donde todo es blanco sería igual a un mundo en el que todo es negro. Desde un punto de vista estrictamente médico el dolor tiene una función importante. No sólo es un mal, también es un aviso de que algo funciona mal en nuestro organismo. El dolor es parte de la condición humana. No sólo eso: el dolor y el placer están dialécticamente relacionados. El placer no podría existir sin el dolor. Don Quijote explicaba a Sancho Panza que la mejor salsa era el hambre. De la misma forma que descansamos mejor después de un período de intenso esfuerzo.

La muerte es una parte integral de la vida

La vida es inconcebible sin la muerte. Comenzamos a morir en el mismo momento en que nacemos, por que la vida es al mismo tiempo la muerte de billones de células y su sustitución por otros millones de células nuevas, este proceso es el que constituye la vida y el desarrollo humano. Sin la muerte no puede existir la vida, el crecimiento, el cambio o el desarrollo. Al intentar separar la muerte de la vida ―como si las dos cosas pudieran estar separadas― se llega a un estado de absoluta inmutabilidad, inalterabilidad y a un equilibrio estático. Este es sólo otro sinónimo de la muerte. No puede existir vida sin cambio o movimiento.

¿Qué hay de malo en creer en otra vida? Podría parecer que no demasiado. Pero ¿por qué maleducar a hombres y mujeres animándoles a construir su vida alrededor de una ilusión? En la medida que apartamos las ilusiones, vemos el mundo como es en realidad y como somos realmente nosotros, entonces podemos adquirir el conocimiento necesario para cambiar el mundo y a nosotros mismos.

Lo que somos como individuos está íntimamente relacionado con nuestros cuerpos materiales y no con una existencia separada. Nacemos, vivimos y morimos, como los demás organismos vivientes del universo. Cada generación debe vivir su vida y preparar el camino para las nuevas generaciones que están destinadas a ocupar nuestro lugar. La aspiración a la inmortalidad, el derecho imaginario a vivir para siempre, es egoísta y poco realista. En lugar de malgastar el tiempo intentando alcanzar “otro mundo” no existente, es necesario esforzarse por hacer que este mundo sea un lugar mejor para vivir. Para la gran mayoría de hombres y mujeres que han nacido en este mundo la pregunta más correcta no es ¿hay vida después de la muerte? sino ¿hay vida antes de la muerte?

Saber que esta vida es fugaz, que nosotros y nuestros seres queridos no vamos a estar aquí para siempre, lejos de provocar consternación, debería inspirarnos un amor apasionado por la vida y un ardiente deseo de hacer todo lo mejor que podamos. Sabemos que una flor nace sólo para marchitarse, y en cierto sentido, esta transición de la floración es lo que da la flor una belleza trágica. Pero también sabemos que cada primavera la naturaleza florece de nuevo, que el eterno ciclo de nacimiento y muerte es la esencia de todas las cosas vivientes y da a la vida su sabor agridulce, la comedia y la tragedia, la risa y las lágrimas, que convierten a la vida en un rico mosaico de sensaciones. Este es nuestro destino inexcusable como seres humanos. Somos humanos y no dioses, y por lo tanto debemos aceptar nuestra condición humana. Sobre los dioses tenemos la desventaja de ser mortales. Pero también tenemos una gran ventaja sobre ellos, nosotros existimos en carne y hueso, mientras que ellos son un simple producto de la imaginación.
 



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