Los organizadores del presente ciclo de mesas redondas sobre
“Capitalismo mundial y crítica total de la sociedad burguesa. Karl Marx,
1844-1994 a 150 años de los Manuscritos de París”, decidieron generosamente
abrir un espacio, a modo de un homenaje que a la vez me abruma y me honra,
tomando en cuenta —supongo yo— la atención que he prestado desde hace ya más de
treinta años a la obra juvenil marxiana que constituye el hilo conductor de
este ciclo. Los textos míos que tienen que ver más directamente con esa obra (Las
ideas estéticas de Marx, Filosofía de la praxis y Filosofía y economía en el
joven Marx) han sido objeto de las dos exposiciones que hemos escuchado:
por parte de Silvia Duran con respecto al primero de ellos, de Jorge Veraza, en
relación con los dos restantes, antes citados. Ya por el simple hecho de
prestarles semejante atención, expreso a ambos ponentes mi más sincero
agradecimiento. Aunque me referiré más adelante a ambas exposiciones en
cuanto que se ocupan, desde diferentes ángulos de dos campos temáticos que he
cultivado: la estética y la filosofía de la praxis, quiero anunciarles que voy
a hablar, en primer lugar, de mi relación o trato con los Manuscritos de 1844.
Me permito recordar a los presentes, jóvenes en su mayoría, que desde que yo me
ocupé por
primera vez de esta obra juvenil marxiana en un ensayo titulado “Ideas
estéticas en los Manuscritos económico-filosóficos de Marx” han pasado treinta
y tres años. La distancia en el tiempo con los otros textos míos, antes
mencionados es menor, aunque no mucho menos. Desde entonces, ha corrido mucha
agua bajo el puente de la teoría, pero sobre todo bajo el de la práctica. Y
como yo no he querido nadar contra esa corriente, debo advertir que los textos
antes citados no son los mismo para mí (es decir, no tienen una identidad
inmutable), ni yo soy tampoco el mismo en relación a ellos. Lo cual no
significa, como habremos de ver, que deje de reconocer cierta permanencia en el
cambio: justamente la que me permite en estos tiempos de desencantos,
incertidumbres y rupturas sinceras u oportunistas, seguir considerándome
marxista.
Bueno es recordar que fueron precisamente el oportunismo y
la beatería los que hicieron que Marx dijera de sí mismo que él no era
marxista. Con lo anterior quiero decir también que mi trato con los Manuscritos
lo hago pasar ahora a través de las rejillas del presente; de un presente que,
por lo que toca al marxismo es la desembocadura de ese río de la teoría y la
práctica que pasa por el puente y contra el cual pretendían y pretenden nadar
inútilmente los dogmáticos de siempre.
Veamos, pues, cómo se desarrolla mi relación o trato con los Manuscritos
económico filosóficos de Marx.
Debo recordar que fueron escritos entre marzo y agosto de
1844; que permanecieron en estado de borrador por voluntad de su autor hasta
que en 1932 se publicaron, por primera vez, en su lengua original en la edición
de Obras completas de Marx y Engels que se conoce por sus siglas en
alemán: MEGA. Por diversas circunstancias históricas —consolidación del
stalinismo, ascenso de los nazis al poder y Segunda Guerra Mundial— esta
aparición de los Manuscritos pasó inadvertida, con algunas excepciones,
dentro y fuera de los medios intelectuales y políticos marxistas. Por otra
parte, dado el carácter ideologizado que habría de adquirir el marxismo en el
llamado “campo socialista” y en el movimiento comunista mundial, no cabía
esperar que el pensamiento de Marx que vertebra a los Manuscritos pudiera
encajar en un marxismo oficial, institucionalizado, que había soterrado toda
veta crítica y humanista. En ruso, sólo se publicaron en 1956, después del XX
Congreso de PCUS, marginados en un volumen aparte de la nueva edición de Obras
completas de Marx y Engels.
La difusión de los Manuscritos, sobre todo en los
países europeos occidentales, tiene lugar en los años cincuentas y sesentas.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, y con ella la pesadilla de una victoria
posible del nazismo, se descubren los campos de exterminio nazis que muestran
en toda su plenitud el rostro bárbaro, monstruoso, antihumano, del nazismo.
Como reacción frente a este antihumanismo práctico, se despierta una atracción
y reivindicación del hombre que puede ejemplificarse con las concepciones
humanistas, antropológicas, de la época, y, especialmente, con el
existencialismo en boga. El marxismo dominante que, en verdad, justificaba una
práctica política aberrante, se presentaba, a su vez, como un “humanismo
socialista” que su doctrina y su práctica desmentían. Pero la veta humanista
que se abre paso a lo largo de toda la obra de Marx afloraba ya en un texto
juvenil suyo —los Manuscritos de 1844— apenas conocidos hasta entonces. De
ahí la importancia de su redescubrimiento en los años cuarentas y cincuentas.
Ciertamente, no fueron los marxistas dogmáticos quienes los descubrieron ni
eran ellos los que podían valorar su sentido humanista. En contraste con los
que —como Sartre— mostraban una voluntad de enriquecer el marxismo, aunque
existenciándolo, para servir así a un proyecto de emancipación humana, el
marxismo institucionalizado, no sólo reprobaba la atención al joven Marx, sino
que la denunciaba como un intento ideológico de oponerlo al Marx maduro,
científico, revolucionario. Y aunque la reivindicación del joven Marx, así como
su rechazo, no dejaba de tener en gran parte móviles ideológicos, políticos, es
innegable que los Manuscritos de 1844, en los años cincuentas y sesentas,
se convirtieron en el eje en torno al cual giró la apreciación de toda la obra
de Marx y, en cierto modo, del marxismo dentro del proceso de interpretación y
transformación del mundo. Como todo lo que tiene que ver con el marxismo,
esta cuestión no podía reducirse a un plano teórico o académico, sino que tenía
—y tiene— un significado práctico, político. No es casual, por ello la actitud
hacia los Manuscritos: despectiva y hostil en el caso de los filósofos
soviéticos de los que seguían acríticamente en Occidente y América Latina;
tolerante y comprensiva de los existencialistas, hegelianos o neotomistas de la
época, que los valoraban por el rasero del humanismo burgués, abstracto y,
finalmente, reivindicativa y abierta de quienes —como los filósofos yugoslavos
del Grupo Praxis—, procedían de un país que, desde finales de la década de los
cuarentas, se había enfrentado políticamente a Stalin y al stalinismo.
En esta atmósfera polémica y de confrontación en Europa que,
pálidamente, se reflejaba dentro y fuera del marxismo en América Latina, tuvo
lugar mi primer encuentro con los Manuscritos a finales de la década de
los cincuentas. Constituyó para mí —formado políticamente en el marxismo
dominante— un deslumbrante descubrimiento teórico que me condujo, primero, a
tomar cierta distancia respecto de ese marxismo, y, poco después, a una primera
ruptura que tuvo lugar en un campo que me interesaba especialmente. Por
entonces, acababa de hacerme cargo de la cátedra y del seminario de Estética en
la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, al fallecer su titular, Samuel
Ramos. Mi primer encuentro con dicho texto dio lugar al ensayo titulado “Ideas estéticas en los Manuscritos
económico-filosóficos de Marx” publicado en 1961 y que, reelaborado sin
alterar sus tesis cardinales, se incluyó en mi libro Las ideas estéticas de
Marx, con el título de “Las ideas de Marx sobre la fuente y la
naturaleza de lo estético”.
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