28/3/14

El Partido Comunista de la Argentina ante la Segunda Guerra Mundial y la disolución de la Internacional Comunista [1939-1943]

Víctor Augusto Piemonte  |  La Unión Soviética se vio sumida en la Segunda Guerra Mundial a partir de la invasión alemana en su territorio, a partir de la ejecución de la Operación Barbarroja en junio de 1941. Esto sin duda alguna motivó la parálisis definitiva de la Internacional Comunista, a la que Stalin nunca había dado mayores créditos y que llevaba seis años sin celebrar sus congresos. 

De igual modo, la ruptura del tratado de no-agresión por parte del Tercer Reich, producida en vísperas de la celebración del X Congreso nacional del PCA, influyó en el rumbo que tomó este último en los años subsiguientes. En su congreso de 1941 el PCA volvió a contar con la participación de Victorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi, de regreso en el país tras prolongados períodos de ausencia. La presencia de ambos fue crucial para la elaboración de los materiales que fueron tratados en dicha instancia y para la reestructuración de la dirección partidaria. Proponemos aquí, por lo tanto, que la expulsión de aquella tendencia intrapartidaria que fue denunciada por generar supuestas controversias redundó en una profundización todavía mayor de la ortodoxia stalinista en la praxis del PCA. Es por ello que este artículo recorre temporalmente los primeros años de contradicciones comunistas emergidas con motivo de la Segunda Guerra Mundial, pasando por la eliminación virtual de la IC en 1941 hasta llegar a su disolución formal definitiva dos años más tarde. La dependencia teórica que acompañó al PCA durante la mayor parte de su existencia, así como la autodestrucción del organismo que centralizaba el desarrollo de esta dinámica, conllevó al surgimiento de un período de intensa confusión que perjudicó el efecto de las tareas dirigidas a conquistar políticamente las masas. La recomposición de la dirección del
PCA, tras haber recuperado a sus dos máximas figuras, íntimamente ligadas a los avatares de la dirección soviética, resultó un factor clave dentro de este proceso de anquilosamiento teórico.

Nuestra hipótesis es que, habiendo sido él mismo responsable directo desde 1928 del estado de subordinación a los lineamientos soviéticos para el análisis de la realidad social argentina, el PCA se encontró imposibilitado de realizar una interpretación acorde a los profundos cambios que tuvieron lugar con posterioridad a la disolución de la IC en mayo de 1943. Dentro de este período en que se produjo un distanciamiento de la dirección respecto de las bases del partido, la Segunda Guerra Mundial, con la disolución de la IC y la posibilidad de que sus secciones extintas ganaran autonomía respecto de ella, constituye un momento crucial para analizar la solvencia del PCA a la hora de elaborar claves propias de interpretación sobre la realidad social nacional e internacional.

La historiografía especializada en estudios sobre las posturas adoptadas por las fuerzas políticas de la Argentina en tiempos de la Segunda Guerra Mundial tiene una deuda pendiente con el comunismo argentino. Por mencionar un caso emblemático, Mario Rapoport sitúa a los comunistas como parte del bloque de fuerzas opositoras a la neutralidad defendida por el gobierno argentino,[2]sin establecer distinciones entre la primera fase neutralista del PCA y la segunda fase en que promovió la participación más activa del país con los Aliados. Algo similar ocurre en un trabajo de Leonardo Senkman cuya tesis consiste en demostrar que tanto el bloque neutralista como el bloque aliadófilo conformados en la Argentina se hallaron delimitados esencialmente por factores relativos a la política interna;[3] trabajando sobre colectivos supuestamente homogéneos, Senkman omite aludir a la particularidad del caso comunista, siendo que el PCA se condujo en lo fundamental por razones vinculadas al orden ideológico de la política internacional. Por otra parte, Rapoport consideraba que la lógica impresa en las tesis del VII Congreso de la IC continuó rigiendo la vida de sus secciones hasta después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial.[4] No obstante, la denuncia contra los imperialismos británico y norteamericano por un lado, y la crítica a los socialistas por su supuesta colaboración con aquél, fueron objeto de abierta confrontación para el PCA. Es decir que, según la perspectiva que aquí adoptamos, existió en realidad un relajamiento de la orientación de “frente popular” desde la finalización de la guerra civil de España hasta el ingreso soviético en la contienda internacional. Por tanto, analizaremos los reclamos del PCA hacia el gobierno y la población de Argentina en el período 1939-1943, planteando la imposibilidad de entender su cambiante posición ante la guerra si no es a partir de su relación con las experiencias y las necesidades de la Unión Soviética.

Del pacto Ribbentrop-Molotov a la Gran Guerra Patria

El Pacto de No-Agresión entre Alemania y la Unión Soviética fue firmado el 23 de agosto de 1939 por el presidente del Consejo de Ministros y Canciller de la Unión Soviética, Vyacheslav Molotov, y el ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, von Ribbentrop. Los tiempos que corrieron una vez violentado por el Tercer Reich el pacto de no beligerancia fueron acompañados por la modificación en el neutralismo hasta entonces impartido por los partidos comunistas nacionales. Moscú debió reacomodar las prioridades de su política exterior. Buscando revertir su aislamiento ante la invasión del ejército alemán, la Unión Soviética intentó acercarse a las potencias occidentales democráticas.

El pacto había contribuido a la unificación teórica, bajo un concepto de  totalitarismo que experimentaba así una ampliación, de la Unión Soviética stalinista y la Alemania nazi. Si con la llegada de Hitler al poder se habían incrementado los apoyos masivos a la Unión Soviética, sobre todo entre los intelectuales, el pacto germano-soviético aparecía como la culminación de un proceso de derechización que incluía los procesos de Moscú y la represión comunista en el campo republicano de España.[5] Los cuantiosos esfuerzos volcados a la consecución de la unidad antifascista que había llevado a cabo el comunismo en los años de la guerra española encontraron un límite cuando la Unión Soviética entabló relaciones diplomáticas con la Alemania nazi. De ello resultó el corrimiento de los comunistas, movidos entonces a posiciones de neutralismo ante una guerra a la que se adjudicaban visos de imperialismo ajenos a los intereses del proletariado internacional.[6]  Así, no debieron ser pocos los comunistas y simpatizantes del comunismo que por entonces coincidieron con Trotsky en la consideración de que “La «traición» a las democracias a favor del fascismo privan a la URSS del título de estado obrero”[7]. Esta situación quedó revertida con el ingreso soviético en la guerra y la lucha encarnizada que desató contra las fuerzas invasoras. De hecho, el derrotero de la Segunda Guerra Mundial dejó a la Unión Soviética convertida, a los ojos de Occidente, en una potencia mundial a la que correspondían los mayores méritos en el triunfo sobre el fascismo. Pero además, para gran parte del mundo que simpatizaba con el comunismo, “la victoria se identificó con el nombre de Stalin, así como con la política y la fuerza del Partido Comunista”[8].

Según la historia oficial del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), el país socialista debió entablar relaciones diplomáticas pacíficas con Alemania no por voluntad sino por necesidad. La intención original del país de los soviets había sido la de establecer contactos amistosos con los gobiernos francés e inglés, pero las propuestas recibidas por parte de estos le habían resultado “completamente inaceptables”, ya que consistían, en la perspectiva soviética, en “imponer solamente a la URSS la obligación de participar en la guerra, arrastrarla a la guerra con Alemania y quedar ellos al margen”[9]. No obstante, habiéndose producido la invasión nazi en la Unión Soviética, tuvo lugar un primer acercamiento en firme entre la Unión Soviética e Inglaterra cuando el día 12 de julio de 1941 acordaron emprender acciones conjuntas contra el ejército alemán; al mes siguiente, el gobierno norteamericano manifestó al gobierno soviético su intención de prestar ayuda económica.[10]

En plan de reforzar lo pactado entre Ribbentrop y Molotov, y advirtiendo la necesidad de demostrar la autonomía de cada uno de los partidos comunistas nacionales respecto de la Unión Soviética bajo el propósito de calmar los nerviosismos nazis latentes en los territorios que el Tercer Reich había anexionado en los últimos tiempos, Stalin consideraba en abril de 1941 que “La Internacional se creó en tiempo de Marx con la expectativa de una inminente revolución internacional. La Komintern se creó en tiempos de Lenin en un momento análogo. Hoy, las tareas nacionales emergen para cada país como una prioridad suprema. No hay que aferrarse a lo que fue el ayer”.[11] La disolución definitiva de la IC se produjo como concesión a los Aliados en señal de acallar todo viso de belicosidad por parte del comunismo soviético para la promoción de la revolución proletaria internacional. A partir de entonces, cada partido comunista debía atender en forma casi exclusiva a los problemas propios de sus respectivas naciones. Es decir, la idea de disolver la IC había cobrado fundamento a partir de la necesidad de llevar tranquilidad a la Alemania nazi, pero se había visto materializada como consecuencia de la urgencia por lograr un voto de confianza ante Gran Bretaña y Francia.

La decisión de poner fin a la Tercer Internacional fue transmitida a Dimitrov por Molotov el 8 de mayo de 1943, si bien no fue asumida por el CE de la IC hasta el 15 de mayo y dada a conocer públicamente 22 del mismo mes.[12] Por entonces el líder del PCUS había sostenido que “La disolución de la Internacional Comunista es adecuada y oportuna, porque aliviará la organización de la presión de todas las naciones que aman la libertad contra el enemigo común, el hitlerismo, y revelará la mentira de los hitlerianos de que Moscú supuestamente pretende interferir en la vida de otros Estados y «bolchevizarlos»”[13]. Así como había sucedido en la España asediada, volvía a quedar explicitada la intención soviética de fortalecer el frente Aliado, anteponiendo la urgencia por ganar la guerra contra el nazifascismo a las necesidades socialistas de promover en tal contexto adverso la revolución social. De hecho, la eliminación del “partido de la revolución mundial” parecía postergar indeterminadamente la expansión global del comunismo antes que dejarla supeditada al triunfo sobre las fuerzas internacionales de la reacción.

A partir de la entrada del ejército nazi en suelo soviético la participación bélica de las masas trabajadoras era promovida y organizada por aquel conjunto de naciones y regiones que decían encarnar la conducción de la emancipación de los oprimidos y explotados. No iba a ser fácil para el cuerpo diplomático soviético convencer a sus pares occidentales de la convocatoria soviética para combatir en forma unificada a las fuerzas nazifascistas. No eran menores las argumentaciones dirigidas en aquella dirección que, no obstante, podían esgrimir los políticos y diplomáticos soviéticos. Existía el importante antecedente de los frentes populares. Pero esta experiencia de colaboración pasada no alcanzaba a redefinir las vinculaciones entre comunistas y liberales. A fin de cuentas, en el momento exacto en que el Tercer Reich planeaba el avance de sus tropas en Polonia, la Unión Soviética había procedido, tal como observaba Liborio Justo, a abandonar “a sus antiguos Aliados y se acerca[ba] a los que, aparentemente, eran sus peores enemigos, colaborando con todo cinismo y en la mayor extensión en el plan fascista de atropello y de conquista”[14]. Claro que, de la otra parte, las naciones europeas que se jactaban de poseer gobiernos democráticos habían hecho méritos para granjearse el rechazo del comunismo a partir de la polémica actitud mantenida por medio del control ficticio del Comité de No-Intervención en España. Era necesaria, por lo tanto, la elaboración de nuevos compromisos. Los comunistas de Occidente entendieron pronto que urgía promocionar la identificación de intereses vitales entre el presente de la Unión Soviética y el destino de los países en los que existían partidos comunistas.

A su vez, y tal como quedó plasmado en la conversión de la guerra antifascista en una guerra patriótica, el nacionalismo burgués, tan ardientemente combatido en decenios pasados, se erigía en los mundos del comunismo amenazado como una ideología válida y -sobre todo- eficaz a la hora de movilizar a los trabajadores. Los años de la promoción de los frentes populares y de la Guerra Civil española marcaron en varios aspectos las tendencias de la política internacional y nacionalista que adoptó el PCUS y promulgó la IC para el conjunto de los partidos comunistas miembros, lo que constituía una actualización de esas mismas políticas internacional y nacionalistas tal y como habían sido adoptadas a partir de la consolidación de la estrategia de “socialismo en un solo país”. En este sentido, la Segunda Guerra Mundial, bautizada como “Gran Guerra Patria” por el stalinismo, con todo el despliegue de persecuciones ideológicas tan funcionales a las grandes purgas iniciadas en 1936, encontraba un trazado coherente que sistematizaba el rumbo definido. Así, las modificaciones introducidas en la Constitución de la Unión Soviética adoptada en 1924 por decisión del VII Congreso de los Soviets de la URSS el 6 de febrero de 1935 cerraba la sección sobre “Derechos y deberes fundamentales de los ciudadanos” estableciendo un artículo referido a la cuestión de que “La defensa de la Patria es el deber sagrado de todo ciudadano de la U.R.S.S. La traición a la Patria: la violación del juramento, el pasarse al enemigo, el perjuicio causado a la potencia militar del Estado y el espionaje, son castigados con todo el rigor de la ley como el más grave de los crímenes.”[15]

Este nacionalismo le resultó funcional a la dirección del PCUS en su nueva creación de una política exterior acorde a los cambiantes tiempos que corrieron a la finalización de la Segunda Guerra Mundial.

Al firmar los términos del acuerdo con su par Ribbentrop, Molotov había afirmado por entonces tener la seguridad de que el Reich deseaba la misma paz internacional que repudiaban Gran Bretaña y Francia.[16] A los ojos del canciller soviético, la existencia de una Alemania fuerte era un requisito indispensable para que la paz europea dejara de ser una entelequia y pasara a convertirse en una realidad concreta. El PCA, a diferencia de la concepción oficial del PCUS expuesta a través de su canciller, efectuó un análisis de los intereses que movilizaban la participación de Alemania en el conflicto mundial. En términos muy duros, los comunistas argentinos declaraban que la actividad imperialista del Tercer Reich era de rapiña. Habiendo llegado tarde a la repartición de los mercados coloniales, la actitud alemana hacía gala de una energía “gangsteril”. La caracterización de la Alemania nazi como un imperialismo con el cual no era ni estratégica ni ideológicamente adecuado forjar una alianza orgánica resultaba convincente en el planteo del PCA, partidario de rechazar la ecuación “simplista” que promovía el Partido Socialista Argentino respecto de la obligación de las fuerzas políticas argentinas de tomar posición por el bando Aliado que encarnaba la democracia o por el bando nazifascista que condensaba la reacción. En este aspecto, el PCA fue firme en la identificación de la guerra con la lucha imperialista por la obtención de mercados de materias primas y bienes. La política exterior de Alemania se conducía con la misma lógica:
El régimen fascista, entre otras cosas, es la fusión de los grandes consorcios monopolistas con el Estado; es la supeditación del país entero a las necesidades de conquista de esos grandes consorcios: los Krupp, los Goering, etc. El “nuevo orden”, el “espacio vital”, el “racismo”, constituyen la cobertura ideológica de ese programa de expansión de los nazis, de ese programa de dominio de Europa, de conquista de colonias en Asia y en África y de conquistas de posiciones sólidas en América Latina. En una palabra, los imperialistas nazis se proponen desalojar de sus posiciones a los imperialistas ingleses y yanquis.[17]
A diferencia de lo que ocurría al PCUS, el PCA no tenía la necesidad de centrar sus ataques teóricos contra Gran Bretaña y Francia para justificar el pacto de no-agresión firmado con Alemania. De tal suerte, el PCA fue mucho más ecuánime al momento de denunciar toda convocatoria dirigida a colaborar con uno u otro bando en guerra, lo que de ninguna manera impidió a los comunistas argentinos apoyar en lo esencial los pactos de no-beligerancia que firmaba la Unión Soviética. Esto quedó claro cuando se produjo el acuerdo de neutralidad, mucho menos utilizado por la propaganda anticomunista, entre Moscú y Tokio el 13 de agosto de 1941. En la perspectiva del PCA, este nuevo tratado, firmado en pleno desarrollo de la guerra imperialista, constituía otra muestra del deseo soviético de que triunfara la causa de la paz mundial.[18]

El mismo 22 de junio el periódico del PCA La Hora publicó la noticia acerca del sorpresivo ataque que había lanzado Alemania sobre la Unión soviética. Alentado el nazismo en su desarrollo por la ayuda económica y diplomática que le habían proporcionado los imperialismos de Estados Unidos, Inglaterra y Francia, el ejército nazi era ahora considerado como “la avanzada del imperialismo mundial contra el país del socialismo triunfante”[19]. Teniendo en cuenta esta interpretación, la gran inquietud que surge es acerca de cómo serían catalogados, pues, los ejércitos galo-británicos, que hasta ese momento se habían encontrado atravesados en la lucha entre imperialismos. ¿Serían acaso “la retaguardia del imperialismo mundial”? Definitivamente esto no ocurrió así. Antes bien, la guerra dejó de expresar un conflicto entre intereses imperialistas para pasar a adquirir un nuevo significado más universal y trascendente. Recuperando la fórmula probada en la Guerra Civil española, aunque ahora con verdaderas posibilidades de éxito a partir de la implicación primera de las potencias occidentales en el meollo del conflicto, el PCUS y los demás partidos comunistas agrupados en la IC revivieron la vieja disyuntiva entre la libertad democrática y el autoritarismo reaccionario.

Como si se hubiera tratado de un preanuncio, aunque fuera presentado exactamente como la imposibilidad categórica de que sucediera, una semana antes de que se produjera el ataque  del Tercer Reich a la Unión Soviética, La Hora publicó un análisis de Max Werner, especialista en temas militares, en donde, avalando la justificación stalinista acerca de la funcionalidad de la tregua conseguida en 1939 a los fines de incrementar el arsenal soviético, se dejaba asentado que el poderío del Ejército Rojo se encontraba en una clara posición de superioridad material respecto del ejército alemán desde 1936.[20] Este reconocimiento adquiría mayor relevancia puesto que, por motivaciones de orden político, el crítico militar Werner había desertado de la Unión Soviética dos décadas antes del estallido de la guerra.[21]

Rodolfo Ghioldi dio a conocer un libro de su autoría, Experiencias militares soviéticas, en donde se ensalzaban las virtudes del Ejército Rojo, brazo armado del régimen soviético y, por ende, portador de grandes valores e ideas. Según se afirmaba allí, la finalización de su estudio relativo a las prácticas militares soviéticas había coincidido con el 24° aniversario de la creación del Ejército Soviético, correspondiente al 24 de febrero de 1942. Ghioldi planteaba el desarrollo de una guerra que reducía el enfrentamiento de dos bandos al enfrentamiento entre dos países: Alemania y la Unión Soviética. Con cada aspecto bélico que aborda, Ghioldi establece una comparación constante -de carácter emocional antes que teórico-fáctico- entre el ejército alemán y el soviético, en donde siempre el último supera holgadamente a su adversario. Del resto de las naciones beligerantes no hay ninguna referencia. Apenas se menciona que el ejército del Reich no había encontrado ninguna resistencia significativa dentro de una Europa carente de preparación para el desarrollo de la guerra adaptada a las condiciones técnicas y tecnológicas de la época, así como también de la disponibilidad de oficiales idóneos para conducir la defensa de sus países. Le tocaba a la Unión Soviética poner en práctica el concepto de “guerra moderna” y contrarrestar la blitzkrieg alemana. A los ojos de Ghioldi, Stalin era “la mayor figura militar del mundo”[22]. Contradiciendo su punto de vista, Codovilla afirmó en el mismo mes en que escribió Ghioldi que el alemán era “el ejército más poderoso del mundo dese el doble punto de vista numérico y mecánico”[23]. Su superioridad había sido demostrada mediante la ocupación de gran parte de Europa. Pero si la primacía militar del Reich era tan evidente, ¿cómo podía la Unión Soviética frenar su aparentemente irrefrenable avance? Coincidiendo ahora sí en las excepcionales características de estratega atribuidas a Stalin por Ghioldi, Codovilla agregaba a su explicación de las causas en que se originaba la dura resistencia soviética la tenacidad del Ejército Rojo pero también del pueblo soviético entero. Ambos habían logrado, a través de su experiencia heroica, dar “muestras de un patriotismo fervoroso, jamás superado en la historia de las naciones”[24].

Sin explicar de qué modo se vinculaba con la dialéctica materialista, Ghioldi destacó que era el factor moral presente en los soldados soviéticos lo que garantizaba el uso de la fuerza militar con fines no de opresión, como era el caso del ejército de Hitler, sino de libertad y justicia.[25] Este señalamiento no tenía nada de novedoso. Ya en 1939 había incurrido en la misma operación de elevar metafísicamente el recurso de la violencia la derecha argentina cuando se encargó de situar el “sentido religioso de la existencia”[26]como factor de la superioridad alemana. Pero además, y sobre todo, en el informe presentado por Stalin el 6 de noviembre de 1941 ante el Soviet de Diputados, se había hecho hincapié en la distinción moral que motivaba la defensa nacionalista de la patria soviética contra el invasor, de aquella “infame causa” imperialista que resultaba obligada a llevar a cabo el ejército alemán.[27] En la perspectiva de Codovilla, la moralidad que envolvía el accionar de un ejército soviético que era tomado como un actor más dentro de la sociedad socialista, tenía reservada una acepción más abarcadora.[28] Partiendo del establecimiento de comparaciones generales entre la libertad de culto practicada en la Unión Soviética y las persecuciones padecidas por el clero en la Alemania, Codovilla ponía el foco en el cúmulo de prácticas sociales inmorales que propiciaba el régimen nazi: el trato envilecido dispensado a mujeres y madres, la organización del vicio y la prostitución, la “muerte piadosa” de las personas improductivas. Esto le permitía al líder ítalo-argentino extender el llamado comunista de unidad antifascista a todo el nutrido grupo de católicos de la Argentina. 

Anticipando el nuevo camino de aperturismo ensanchado que empezaba a ensayar el comunismo en la Argentina, Codovilla proponía la incorporación de los católicos, cualquiera fuera su posición en el complejo relacional capital-trabajo asalariado. Repudiando la mala prensa con sus mitos en contra de la tolerancia religiosa desarrollada por los comunistas, Codovilla exponía los casos puntuales de los máximos referentes del comunismo en el plano de la concreción, los de la Unión Soviética y de la España republicana, en los cuales, contradiciendo las intenciones de trotskistas y anarquistas, las políticas impartidas por Lenin, Stalin y la Pasionaria habían estado a favor de la permisión de la libertad en los cultos religiosos.

La colaboración de los esfuerzos de guerra entre la Unión Soviética e Inglaterra finalmente fue dispuesta en los meses de junio y julio de 1942. Los diplomáticos soviéticos acordaron también la ayuda mutua con Estados Unidos. Codovilla veía en ello la consumación de las expectativas trazadas por el canciller británico, Anthony Eden, para que se diera forma a un segundo frente de combate en Europa. Asimismo, notaba que por medio de la celebración de estas alianzas militares quedaban derrotadas las corrientes pro-fascistas dentro de los países democráticos intervinientes. Codovilla rescató el hecho de que Roosevelt hubiera comentado la necesidad de encontrar otra forma de referirse a la llamada “Segunda Guerra Mundial”, puesto que se trataba de una guerra cuya naturaleza inherente era esencialmente distinta respecto de la que había estallado en 1914.[29] La posición del presidente de aquella nación en cuyo seno se desarrollaba a pasos agigantados el movimiento imperialista que hasta junio de 1941 había sido denunciado con intensidad por el comunismo argentino se convertía repentinamente, según la opinión de Codovilla, en un fundamento certero de que el contenido de la confrontación bélica internacional contemporánea no resultaba equiparable con los propósitos que habían originado la guerra interimperialista por la cual tuvo lugar el surgimiento del PCA. Así, la Segunda Guerra Mundial era en realidad la primera en su género, tratándose de una guerra internacional por la liberación de los pueblos contra la esclavitud nazi-fascista.

La posición orgánica del comunismo argentino

Tal como advirtió Jorge Abelardo Ramos, la historia oficial del PCA plasmada en el Esbozo ocultó los dos años en que el partido se mantuvo neutral tras considerar que se estaba ante un segundo conflicto interimperialista.[30] No obstante, las repercusiones que generó la guerra de 1939 dentro del comunismo argentino  no fueron objeto de estudios que trascendieran el tono polemista e ideológicamente sesgado que planteó Ramos.

Cuando el PCA, en consonancia con las denuncias políticas difundidas por la IC abandonó tras la invasión del ejército alemán a la Unión Soviética la interpretación de la guerra “interimperialista” y abrazó la causa por la defensa de la democracia, se encontró con una realidad preexistente en donde las problemáticas internas del momento eran analizadas a la luz de los sucesos internacionales. Esta situación puso al PCA en un lugar de privilegio para promover entre las masas mayormente identificadas con la causa de los Aliados la posición de una Unión Soviética se estaba convirtiendo en el principal bastión de la resistencia contra el nazismo.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, el PCA parecía seguro de que la presencia de partidos obreros fuertes y de vanguardia lograría llevar adelante con éxito la movilización de las masas en favor de una conciencia democrática y antifascista capaz de derrotar al nazifascismo y al imperialismo. La campaña de concientización y movilización que debía impulsar la vanguardia del proletariado debía evitar por todos los medios que se cayera en reduccionismos de esencialismo patriótico. La experiencia histórica había dado muestras contundentes de los efectos negativos a los que conduciría una política dirigida en ese sentido. Por otro lado, las condiciones históricas habilitaban a bregar por el internacionalismo obrero en momentos en que el Segundo Plan Quinquenal -y lo que llevaba de ejecutado el Tercero- situaban a la Unión Soviética en el plano internacional de las potencias económicas con industria de base autosuficiente y el socialismo se consideraba plenamente consolidado a partir de la erradicación total y definitiva de la explotación capitalista. 

Se recurrió una vez más a la fórmula del neutralismo militante no-pacifista. Sostuvo entonces el secretario general del PCA que, a diferencia de lo que había sucedido en agosto de 1914, ya no habría forma de que los pueblos resultaran cooptados por el chauvinismo.[31] Pero cuando Stalin convirtió la lucha contra el ejército alemán en la “Gran Guerra Patria”, PCA se hizo eco de este cambio de situación. El discurso en la prensa comunista hizo a un lado sus anteriores argumentaciones contra los nacionalismos y la dirección del PCA se abocó a realizar la campaña de reclutamiento masiva que lo convirtiera en un partido de masas.[32] Señalando que “Los comunistas argentinos aman a su patria y lucha por su independencia” destacaban, contra el pasado reciente, que “los comunistas son enemigos encarnizados de los reaccionarios de todo pelaje”[33] y que tenían un compromiso práctico para “predicar el amor a la patria argentina y a las instituciones democráticas”[34]. Evidentemente, además de adoptar la postura obvia del PCUS sobre el nazismo, ahora convertido en el principal enemigo a batir, el PCA también proponía la conjugación del principio internacionalista encarnado en el comunismo de 1917 con el espíritu nacionalista desenterrado por Stalin para lograr la movilización de las masas soviéticas.

Desde un principio el PCA intentó enmarcar el significado de la trastienda bélica internacional en un análisis de la situación argentina. Recogió para ello la interpretación que de los hechos daba la Comintern y pretendió moldearla a la realidad nacional. Para la IC estaba claro que la guerra iniciada en 1939 se trataba de la expresión de un nuevo enfrentamiento entre las potencias capitalistas. En su perspectiva, según un manifiesto cominterniano publicado en La Hora, periódico fundado por el PCA para oficiar de defensor de la causa por la paz y la neutralidad, los responsables principales por la nueva escalada en la pérdida de vidas humanas eran Francia y Gran Bretaña, sin que se mencionara de manera particularizada el lugar que le tocaba a Alemania en el asunto. En este último aspecto existió una diferencia sustancial que no ha sido notada anteriormente respecto de la postura del comunismo argentino, bastante más crítica (tal como anticipáramos en el apartado anterior)  que aquella imagen solidaria y benevolente del estado alemán que fue provista por el gobierno soviético.

Por otro lado, los socialdemócratas volvían a ser, como había sucedido en la Primera Guerra Mundial, los grandes traidores de la clase obrera, encargados de servir de enlace entre esta última y las clases acomodadas por las cuyos intereses se combatía:
Los capitalistas desalmados arrastran al mundo y a los pueblos hacia una nueva masacre mundial. La gran tierra del socialismo se opone al mundo capitalista que siente la fiebre de la guerra. Los factores de la guerra franceses y británicos, y sus servidores social demócratas se sienten exasperados al ver a Rusia ocupar una posición natural frente a la guerra imperialista.[35]
La nueva conflagración mundial enfrentaba dos grupos de potencias imperialistas en la carrera por hacerse con la hegemonía del mundo, por lo que una eventual participación argentina en nada podría contribuir a la “causa de la civilización y la cultura”[36]. Esta situación había conducido a La Hora a organizar entre sus lectores un plebiscito para que, individual o colectivamente, llegaran a su redacción votos favorables a la neutralidad argentina en la contienda y los favorables a la intervención.[37] Ninguna consideración crítica recibieron las intromisiones soviéticas que tuvieron lugar entre junio y julio de 1940 en las naciones bálticas, así como tampoco las anexiones de Besarabia y Bukovina del norte. Antes bien, desde la perspectiva brindada por el PCA, los pueblos bálticos habían recibido de muy buen grado la decisión de Stalin de ocupar estos territorios fronterizos en la intención de prevenir cualquier posible agresión por parte de las huestes hitlerianas apostadas en sus inmediaciones tras el golpe de estado promovido por el Tercer Reich en Rumania.[38]

En un artículo de reflexión sobre la guerra de 1914, el Secretariado Sudamericano había proclamado que la pervivencia del imperialismo garantizaba la reproducción de las relaciones asimétricas entre los pueblos, y, por lo tanto, la equidad que planteaba la Sociedad de las Naciones en el terreno internacional no pasaba de ser otro engaño perpetrado por la burguesía.[39] La lucha contra el imperialismo resultaba a mediados de los años ’20 una tarea especialmente urgente para los partidos de América del Sur:
La realidad vista de frente nos hace constatar que la guerra imperialista ha traído como consecuencia en los países sudamericanos un mayor y más intenso desarrollo del imperialismo y de los antagonismos imperialistas. Hoy, mucho más que en 1914, mucho más que antes de la guerra, los países sudamericanos van siendo países coloniales. El imperialismo yanqui ha adquirido un desarrollo creciente y prosigue incansablemente su obra de penetración económica y política en los países sudamericanos.[40]
La guerra era un momento de aparición natural dentro del capitalismo, era parte constitutiva de su lógica inherente. El trabajo de los comunistas consistía, entonces, en descorrer el velo de excepcionalidad con que se pretendía encubrir los conflictos bélicos de origen burgués y alertar a los obreros, afiliados al socialismo y a cualquier otra tendencia, para que confluyeran en la unidad mediante la conformación del “frente único”. Tal era, según se desprendía a partir del caso ruso, la única garantía posible para luchar contra el capitalismo, lo que equivalía a luchar contra las causas de la guerra. Esta premisa volvía a quedar demostrada cuando se produjo el estallido de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, una vez que tuvo lugar la invasión hitleriana en territorio soviético y fueron consumados los acuerdos correspondientes con los Aliados para coordinar defensas y contraataques, las repercusiones en las teorías y tácticas antiimperialistas quedaron profundamente trastocadas.

Como parte de la orientación política del “frente popular”, había comenzado en el PCA un relajamiento hacia las concepciones antiimperialistas tal como habían sido enarboladas en el “tercer período”. De todas maneras, lejos estuvo de producirse un abandono absoluto de las reprobaciones contra el imperialismo inglés y norteamericano. Así, todavía en noviembre de 1940, antes de que tuviera lugar la invasión alemana en la Unión Soviética, Ghioldi aseguraba que las causas del desarrollo y la expansión del nazismo y el fascismo debían buscarse en “la complicidad de la seudodemocracia franco-británica”[41]. Este relajamiento era muy exploratorio todavía y no había entre los dirigentes del partido una posición tomada y compartida al respecto. En el CC del PCA reunido al promediar el año de 1939, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, Ernesto Giudici presentó la moción referida a la necesidad de combatir simultáneamente al nazismo alemán y a los imperialismos estadounidense e inglés. Pero la postura de Giudici fue tan solo apoyada por Luis V. Sommi y Jacobo Lipovetsky, y acabó triunfando la propuesta de Gerónimo Arnedo Álvarez, secretario general desde julio de 1938, quien estimaba la importancia de concentrar toda la atención en la lucha contra el nazismo.[42]

En este régimen teórico laxo imperante en la dirección del PCA, la Unión Cívica Radical (UCR) tenía asignada una tarea de peso para complementar el trabajo que los comunistas se sentían llamados a desempeñar en las circunstancias que se vivían. Si la acción del comunismo a favor de la neutralidad estaba dando sus frutos entre el proletariado y la masa popular, el radicalismo se encontraba haciendo lo propio entre la clase media argentina.[43] En un acto celebrado en Avellaneda que fue organizado por la Comisión por el Derecho de Reunión y Organización, Rodolfo Ghioldi había comentado que en una entrevista mantenida con Marcelo T. de Alvear, ambos habían coincidido en la necesidad de dar un tratamiento nacional a las causas que habían conllevado a la coyuntura bélica internacional. La solución estaba, según afirmaban el referente del radicalismo y el referente del comunismo, en la destrucción del latifundio en todo el país.[44] Esta apreciación de quien había sido el conductor del ala de la UCR más fuertemente vinculada con la oligarquía en los años ’20 era mantenida por el PCA desde la implementación de la política de los frentes populares (los comunistas habían apoyado a Alvear en las elecciones de 1937 en las que terminó imponiéndose por fraude el general Justo) y continuó vigente en el período subsiguiente. Así, cuando tuvo lugar la conmemoración por el primer aniversario de la muerte de Alvear, el extinto líder del radicalismo fue presentado como uno de los más altos promotores de la unidad nacional, tras haber entendido que allí se hallaba la única vía para alcanzar la independencia y el progreso del país.[45] Era en el convencimiento de la justeza de las banderas defendidas conjuntamente con el radicalismo que el CC del PCA decidió editar su folleto “¡Forjemos la Unión Nacional! Fundamentos de la proposición hecha por el C. C. del Partido Comunista a la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical, en relación al movimiento de Unión Nacional”[46]. Se insistía allí en que la unidad de las fuerzas democráticas era el único camino para lograr la derrota de los fascismos tanto interior como exterior.

Distinta era, lógicamente, la consideración que despertaba en el PCA la postura belicista enarbolada por el PSA, el cual intentaba atraer para su causa a la UCR.[47] Habiéndose producido el fracaso de los frentes populares en España y Francia, y haciéndose eco de las prácticas de “quintacolumnismo” tan habituales dentro del bando republicano durante el desarrollo de la Guerra Civil española, el PCA emprendió una campaña de denuncias contra el PSA. Abonando la teoría de que en el país actuaba un grupo de agentes “directos” e “indirectos” del imperialismo, consideraban los comunistas que las posibilidades de que la Argentina abandonara la neutralidad eran mayores que las atravesadas en 1917.[48] En este sentido, Emilio Troise, uno de los directores de La Hora junto a Orestes Ghioldi y Benito Marianetti, manifestaba su repudio a la posición del PSA, la cual, en su opinión, constituía un caso más del fiel reflejo en la práctica del análisis teórico esbozado por Robert Michels a propósito de las tendencias oligárquicas en el Partido Socialdemócrata alemán.[49] Los líderes socialistas habían conducido a su partido por el camino del imperialismo, demostrando por un lado el apego de los partidos suscriptores a la Segunda Internacional y sus centrales obreras nucleadas en la Sindical Internacional de Ámsterdam con aquellas fuerzas que se autoproclamaban democráticas pero en realidad eran regresivas.

Según lo publicado por el periódico socialista La Vanguardia, eran en cambio los comunistas los traidores del pueblo argentino al sostener la posición neutralista. La postura socialista implicaba que quienes no apoyaran la intervención en favor de la lucha contra el nazifascismo eran traidores a la democracia, por lo que “neutralidad” equivalía -tal como lo recibían los comunistas- a “nazismo”.[50]Para el PCA, además de ser los socialistas los verdaderos traidores de la causa del proletariado y el campesinado, eran hipócritas, pues escondían su propósito real, que no era otro sino el de apoyar al imperialismo británico. Los “socialtraidores” de 1930 pasaron a ser los “anglo-yanquis” de 1940. Esta vinculación entre el PSA y el imperialismo inglés era parte de su tradición política que se remontaba a los tiempos de la Gran Guerra: los socialistas identificados con la figura de Juan B. Justo habían sido “los que más se opusieron [en 1914] al imperialismo alemán. En cambio, los socialistas fueron aliadófilos, y ahí se han quedado, pegados a las polleras del imperialismo británico”[51]. Los comunistas pensaban que cuanto más cerca estuviera de producirse la intervención de Estados Unidos en la guerra, mayores serían los esfuerzos de los socialistas para arrastrar a la Argentina a una declaración de hostilidades contra el Eje.[52]

El acuerdo de no-agresión firmado entre la Unión Soviética y el Tercer Reich no se traducía en un apoyo tácito a este último en su enfrentamiento con los imperialismos de Francia y Gran Bretaña. Tratándose de una guerra de carácter netamente imperialista, los comunistas argentinos se veían obligados a repudiar por igual la política exterior alemana, que también se basaba en el intento por incrementar los territorios que se hallaban bajo su dominación económica, política y militar. Era por esto que desde las páginas de La Hora, se manifestaba “plena solidaridad con los heroicos luchadores antifascistas que juegan su cabeza en el Tercer Reich al luchar contra la guerra y para derrocar a Hitler”[53]. Este punto de vista había sido negado por el PSA dirigido por Nicolás Repetto, y al hacerlo había quedado imposibilitado de advertir en su complejidad la totalidad del fenómeno imperialista. No se trataba de apoyar ni al bando Aliados ni a las potencias del Eje. Proceder en tal sentido implicaba, de manera inexorable, tomar posición en favor del imperialismo capitalista. La única salida socialista ante este problema crucial era, entonces, la lucha antiimperialista internacionalista. Movilizado por esta perspectiva, el PCA atacó en duros términos al Comité de Acción Argentina, que llamaba a proclamarse por la democracia y en contra de la reacción nazifascista. Los comunistas señalaron como falaz el argumento del Comité, que planteaba la toma de posición por Gran Bretaña o bien por Alemania. Para el PCA, el dilema no se agotaba en la elección por una de entre dos opciones pro-oligárquicas y pro-imperialistas. Al contrario, el PCA propuso como alternativa popular válida la política del llamado “tercer frente”, que no era otra cosa que la adopción de un neutralismo militante.[54] De tal modo, La Hora perdió su lema, “Diario de los trabajadores”, y ganó en cambio el de “Diario de la Unidad Nacional”. Se convirtió así en “la voz del pueblo, consustanciado con la prédica democrática, antifascista y unionista”. [55

La Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), que había dado por terminada la experiencia de su órganoUnidad al promediar el año de 1938 y redujo sus actividades a la celebración de algunos eventos culturales,[56] cobró nueva fuerza en 1941. A partir de entonces se volvió a plantear la necesidad de establecer una línea política orgánica. Pasó a ocupar su presidencia Emilio Troise, hasta que fue reemplazado en octubre de 1942 por Jorge Thenon.[57] En tanto, Cayetano Córdova Iturburu se desempeñaba como vicepresidente y Héctor Agosti como secretario. La presencia comunista dentro de la organización de intelectuales quedaba así garantizada en los puestos máximos de dirección. Dirigido por Agosti, Raúl Larra, Gerardo Pisarello y Arturo Sánchez Riva,el quincenario que la AIAPE comienza a publicar en mayo de 1941, Nueva Gaceta, concibió también la Segunda Guerra Mundial como un conflicto de naturaleza imperialista. El PCA insistía por entonces en que todo imperialismo encerraba una tendencia hacia la adopción de lógicas fascistas, por lo que debía advertirse correctamente la dimensión real del asunto. El fascismo era definido como toda “política reaccionaria y represiva al servicio del imperialismo”. 

Fascista no era solamente la Alemania nazi, sino que también lo eran Inglaterra y Francia. Por ende, la lucha contra el imperialismo era al mismo tiempo una lucha antifascista. La posición contra la guerra que emprendía el PCA era de neutralismo activo, contraria a la pasividad del pacifismo.[58] Córdova Iturburu afirmaba que la AIAPE promovía, al igual que el PCA, un neutralismo no pasivo, antipacifista, orientado a combatir el imperialismo de toda nación de la única manera en que podía ser plausible: a través de la victoria de los pueblos contra sus opresores.[59] Si bien la Argentina necesitaba deslindarse de toda penetración monopólica extranjera para obtener la liberación económica nacional, era contra el imperialismo inglés antes que contra el imperialismo nazi hacia donde debían dirigirse los ataques políticos. La presencia británica en el país revestía una magnitud que todavía no había sido alcanzada por los grandes capitalistas de ninguna otra nación. Era por esto que Ernesto Giudici escribía: “De la penetración nazi nos defendemos solos: nos basta con libertades democráticas para poder combatir toda forma de fascismo y reacción; pero de quien nos resultará más difícil defendernos va a ser de Inglaterra, porque esta dispone de una fuerza económica mayor y, por lo tanto, de una mayor influencia política”[60]. En este sentido, la obra cumbre de Giudici a propósito de la cuestión de la Argentina y la guerra, consistente en la recopilación temática de una serie de artículos de su autoría publicados en el periódico La Hora y reunidos para su publicación unificada por la editorial comunista Problemas en 1940, llevó originalmente por nombre El imperialismo inglés y la liberación nacional. Fue en una edición posterior de la década de 1970 cuando resultó eliminado el gentilicio en el título de la obra.

Quien más lejos llegó en la interpretación en clave revolucionaria de la Segunda Guerra Mundial fue Benito Marianetti, uno de los principales dirigentes del Partido Socialista Obrero y colaborador asiduo en la prensa del PCA, partido al que finalmente se afilió tras el golpe militar de junio de 1943. Sus opiniones resultan relevantes ya que la autorización para que aparecieran en las páginas del periódico comunista revelan el acuerdo que con ellas tuvo el comunismo. Marianetti recuperaba los planteos revolucionarios que había sostenido el PCA en tiempos del “tercer período” y señalaba que la guerra de 1939 era la consecuencia inevitable de la crisis cíclica del modo de producción capitalista. La guerra era inherente al capitalismo, por lo cual resultaba lógico que chocaran los regímenes de producción de Inglaterra y Francia con el de Alemania. En este sentido, Marianetti llamaba a los dirigentes de la Confederación General del Trabajo (CGT) a tomar distancia respecto de un imperialismo inglés que no haría más que continuar profundizando las causas de la dependencia nacional.[61] Para Marianetti, un triunfo británico implicaría un acrecentamiento en los niveles de explotación habituales exigidos por una nación extranjera ávida de los recursos necesarios para realizar la reconstrucción de su propia economía, en tanto que un triunfo alemán habría de suponer el cambio de explotadores.[62]

Por otra parte, en el plano más operativo de la realidad política argentina, Marianetti entendía que el presidente Ortiz había sabido mantenerse formalmente a distancia de la posición aliadófila, al tiempo que había estado muy lejos de acordar cualquier tipo de apoyo a la Alemania nazi. Desde su punto de vista, el gobierno argentino había actuado con corrección cuando rechazó los planes de defensa norteamericanos que incluían a la Argentina.[63] Pero notaba Marianetti que había cometido un grave error al no haber tomado en cuenta  la experiencia de Hipólito Yrigoyen cuando, en tiempos de la Gran Guerra y debiendo  afrontar las exigencias para que se comprometiera con las demandas de participación efectuadas por Estados Unidos, había adoptado, correctamente, un neutralismo intransigente dirigido a privilegiar los intereses de la “independencia nacional”. Según Marianetti, Ortiz debía adoptar una política internacional más enérgica volcada en esa misma dirección, pero en cambio había dejado ver sus simpatías por los Aliados y, sobre todo, su favoritismo por Gran Bretaña.[64] Al igual que Marianetti, también Rodolfo Puiggrós destacó la necesidad de impulsar la liberación nacional de la única forma en que era posible en una nación de tipo colonial como la argentina: suprimiendo la presencia del imperialismo, cualquiera fuese su nacionalidad. Siendo colonia española, la Argentina recién había logrado transformarse “en un sentido progresista” cuando ganó su independencia respecto de la metrópoli.[65] En tiempos de semicolonialismo, la fórmula era la misma si se buscaba obtener idénticos resultados. El lugar destinado a este tipo de planteos interesados en derivar consecuencias nacionales lógicas a partir del desarrollo variable del orden internacional convulsionado encontró serias limitaciones cuando la Unión Soviética fue forzada a tomar parte en la guerra mundial en el mismo momento en que se producía el retorno al país de Codovilla y Rodolfo Ghioldi, la dupla dirigente más apegada a los lineamientos de la IC.

Desde entonces, el signo de los acontecimientos conducía, según lo explicitaba Augusto Bunge, a revisar la posición comunista respecto de la guerra. Consideraba Bunge que el conflicto interimperialista que había dado paso al estallido bélico pasaba ahora a un segundo plano, al hallarse por entonces en juego “el destino de todos los pueblos del mundo”[66], y no solamente los de la Unión Soviética y Alemania. Si antes daba igual quién ganara la guerra, la situación no era ya la misma. Un triunfo sobre el nazismo provocaría profundos cambios positivos en todo el continente europeo. Una derrota, en cambio, tan solo acrecentaría el terror. Así, los términos puestos en disputa por los cuales se debía optar eran muy distintos: no se elegía ya entre un imperialismo u otro, sino entre la libertad y la opresión. Los comunistas no debían salir del neutralismo, pero las circunstancias eran señaladas como propicias para que en la Casa del Pueblo reconsideraran las acusaciones por colaboracionismo nazi lanzadas contra el PCA y entendieran de una vez que el problema central no pasaba por abrazar la causa inglesa. A este respecto, Benito Marianetti traía a colación la relevancia que adquiría en aquellas condiciones la preparación de la clase obrera mundial para detener el proceso internacional de fortalecimiento del bloque antisoviético, del cual la invasión de las tropas nazis no era más que una primera fase.[67]

Además de utilizar su amplia experiencia en organizar comités de ayuda y solidaridad con el pueblo soviético,[68] los reclamos comunistas se limitaron a demandar el reconocimiento de la Unión Soviética por parte del gobierno argentino y el reestablecimiento de las relaciones comerciales y diplomáticas entre los dos estados.[69] A través del semanario del PCA Orientación, se informaba a los lectores que la Comisión Democrática de Solidaridad y Ayuda de los Pueblos Libres, encargada en 1941 de coordinar la ayuda argentina con la Cruz Roja Soviética, decidía a comienzos del año siguiente ampliar su colaboración con la Unión Soviética, incorporando entre los destinos de sus donaciones de productos a Gran Bretaña, Estados Unidos y China.[70] El PCA puso mucho énfasis en destacar que no se trataba de emprender una colaboración humanitaria. El combate que se llevaba adelante en suelo soviético guardaba implicaciones inmediatas con la lucha por la independencia y la libertad de los pueblos oprimidos, dentro de los cuales se hallaba la Argentina.

El X Congreso del PCA

A comienzos de 1941 vuelve a la Argentina Codovilla tras once años de de ausencia. Poco tiempo después llega también al país Rodolfo Ghioldi, quien acababa de cumplir una condena de casi cinco de prisión (aunque la pena era en realidad de cuatro años y cuatro meses) en la isla brasilera Fernando de Noronha por su colaboración con el movimiento de liberación nacional conducido por Luis Prestes en noviembre de 1935.[71] Codovilla y Ghioldi se pusieron inmediatamente al frente del CE, del CC y del Secretariado del PCA. A partir de entonces se inicia un nuevo proceso de purgas en la dirección, el más importante desde la expulsión del grupo de Penelón en 1927. Así se produce el alejamiento del grupo “sectario-oportunista” que secundaba a Luis V. Sommi.[72] Asimismo, Codovilla y Ghioldi intervinieron activamente en el desarrollo del X Congreso del PCA, que se llevó a cabo del 15 al 17 de noviembre de 1941. El congreso se celebró en la ciudad de Córdoba, puesto que el gobierno de esta provincia, a pesar de las prohibiciones que regían por disposición del gobierno nacional, autorizó las reuniones públicas del partido ilegalizado. La dirección tomó allí en consideración la situación política internacional y estableció la línea política del “frente democrático nacional antifascista”.

Si en la década de 1930 un segmento destacado de la dirección del PCA había considerado conveniente salir de la Argentina por motivos de preservación hasta tanto no se evidenciaran signos de reversión en la reacción anticomunista, no se explicaría entonces porqué los emigrados decidieron volver a comienzos del decenio siguiente. La represión desde el estado fraudulento continuó y alcanzó incluso a los mismos dirigentes que habían regresado. En efecto, en febrero de 1943 tuvo lugar un encuentro entre los líderes del PCA y representantes de la UCR para avanzar en los acuerdos tendientes a crear el frente democrático antifascista. Pero la reunión concluyó con los tres dirigentes más importantes del comunismo detenidos por la policía. Victorio Codovilla pasó por las cárceles de Río Gallegos y La Pampa, Rodolfo Ghioldi fue llevado a la cárcel de Río Gallegos y Juan José Real fue confinado a una cárcel de Corrientes. Codovilla acabó siendo expulsado a Chile, donde permaneció desde abril de 1944 hasta octubre de 1945, en tanto que Ghioldi logró fugarse con la ayuda del partido y vivió un exilio de dos años en Montevideo[73] De igual modo, Emilio Troise, Benito Marianetti y Julio Notta, directores los dos primeros y subdirector el último del periódico comunista La Hora, resultaron intensamente perseguidos por la policía y hasta la publicación sufrió intentos de clausura. Notta fue, de hecho, detenido por la Sección Especial y debió pasar veinte días recluido en la cárcel de Villa Devoto.[74]

El X Congreso del PCA centró la atención contra la política de neutralidad del gobierno de Castillo. El neutralismo pasó entonces a ser considerado una acción “pro-nazi” que atentaba contra la ayuda destinada a los Aliados y constituía un intento por coartar la lucha antifascista llevada a cabo por los activistas argentinos.[75] Una vez que se produjo el ingreso de la Unión Soviética en la guerra, los comunistas argentinos fueron caracterizando de nazistas uno a uno a los distintos gobiernos que desde el renunciamiento a la presidencia de Ortiz, el 24 de junio de 1942, y su reemplazo por Ramón Castillo se fueron sucediendo hasta la elección de Juan Domingo Perón. No se debe olvidar que si había sido popularmente conocida la vinculación entre Ortiz y Gran Bretaña -signada especialmente a través del asesoramiento que había brindado a varias empresas inglesas que hacían negocios en Argentina-, igualmente identificable era a los ojos de la sociedad la relación entre Castillo y la Alemania del Führer -tal como quedaba representado en el reconocimiento explícito de que de este vínculo había efectuado a la prensa el embajador alemán von Thermann-.[76] El ministro de Relaciones Exteriores de Castillo, Enrique Ruiz Guiñazú, fue el encargado de comunicar en la Conferencia de Río de Janeiro de 1942 la decisión del gobierno argentino de mantener la neutralidad, convirtiendo así a la Argentina en el único de los veintiuno allí reunidos que se opuso a romper relaciones con las potencias en pugna. Aunque el gobierno norteamericano rechazó la posición argentina por considerar que representaba un desafío al panamericanismo, el gobierno inglés vio con buenos ojos la decisión de Castillo, puesto que de este modo se “garantizaba la pacífica afluencia de abastecimientos a la isla”[77]. A pesar de esta situación, Luis V. Sommi había efectuado sus proyecciones económicas en función de lo acontecido con el comercio argentino durante la guerra de 1914 y creía que en el corto plazo las exportaciones argentinas de trigo a Inglaterra se verían perjudicadas.[78]Sommi advertía que las compras de trigo realizadas en 1939 por Inglaterra eran pagadas con las ganancias que previamente habían conseguido en la Argentina a raíz de la explotación monopólica.[79] Pero esta realidad era anterior al estallido de la guerra y no una consecuencia de él.

El caso es que, si ante los sucesos que se iban generando en el marco de la Primera Guerra Mundial el PSA había impulsado la ruptura de relaciones con Alemania a los fines de asegurar el desarrollo del libre comercio, la situación era ahora distinta. La Argentina no tuvo en la guerra de 1939 un equivalente del “Monte Protegido”, la embarcación mercante que había resultado víctima de la acción de los submarinos alemanes,[80] dando pie a las controversias que catapultaron el alejamiento de los marxistas internacionalistas dentro del PSA. El principio de libertad de comercio que el PCA también defendía, pero que continuaba ocupando un segundo lugar detrás del internacionalismo (tal como había ocurrido en los momentos del congreso de la Verdi en el cual se produjo la ruptura entre los socialistas parlamentaristas y los marxistas revolucionarios), no se encontraba por entonces amenazado. El PCA no se encontró en la necesidad de teorizar acerca del libre comercio en medio de la coyuntura y pudo concentrar su atención en la necesidad de combatir silenciosamente contra el imperialismo primero y aunar esfuerzos por la defensa de la democracia universal después. El PCA no impulsó la ruptura de relaciones con ninguna de las naciones en conflicto por motivos de tráfico comercial. Al hecho de la inexistencia de una guerra submarina irrestricta que pusiera en peligro a la marina mercante argentina como había sucedido en 1917 se sumó el hecho de que la postura ideológica del PCA fue mucho más endeble, menos definida que la esbozada por el PSA dentro de la Segunda Internacional. Lejos de proponer análisis pormenorizados, los líderes comunistas abogaron por el pragmatismo. De tal manera, Giudici intentaba demostrar que el apego argentino al librecambio era interés de una Inglaterra volcada al proteccionismo[81], así como también de sus “Aliados socialistas” encargados de promoverlo[82]. La solución propuesta por Giudici consistía en recurrir a medidas liberales o proteccionistas según la cuál fuera la ocasión, sin considerar estos dos términos, en consecuencia, ni “absolutos” ni “inmutables”.[83]

La nueva orientación decidida por el CC fue ratificada en 1942 por el primer pleno que se reunió con posterioridad al X Congreso. El papel reservado al sindicalismo para efectuar la unidad de la clase obrera era esencial. Aunque la dirección de la CGT contaba con una fuerte presencia comunista, no fueron extrañas las expulsiones y suspensiones padecidas por los gremialistas más activos. Una vez en el poder, Castillo se había ocupado de dictar el decreto 31.321 que limitaba la libertad sindical; lo mismo había hecho el gobernador de la provincia de Buenos Aires por medio del decreto 111.[84] Su finalidad era la de obstaculizar la actividad del PCA en el mundo sindical. No obstante, ello no impidió que los comunistas tuvieran el control de la mayor parte de las organizaciones sindicales que integraban la central, entre ellas, la Federación Nacional de la Construcción, la Federación Metalúrgica, la Federación Textil, la Federación Gráfica y la Federación de la Alimentación.[85] Con esta composición en su dirección, la CGT exigió en 1942 al gobierno argentino que rompiera relaciones con las potencias del Eje.

Inmediatamente después de producida la invasión nazi en la Unión Soviética, el PCA pasó a reclamar la conformación de un gobierno popular que fuera pasible de reunir los siguientes requisitos: garantizar las libertades democráticas a todas las clases sociales del país, convocar a elecciones transparentes, perseguir los brotes internos de conspiración nazi-fascista, reestablecer los intercambios comerciales y diplomáticos con Moscú.[86] La línea política y táctica trazada por el PCA para este período fue consignada sistematizadamente en un texto que sintetizaba las conclusiones a las que había arribado el X Congreso nacional, publicado  por la editorial del partido que dirigía Carlos Dujovne bajo el extenso título de ¡Por la libertad y por la independencia de la patria! (Frente Democrático Nacional para aplastar al Fascismo y para construir una Argentina, grande, próspera, feliz y respetada en el mundo). Posición de los comunistas argentinos sobre los problemas nacionales e internacionales. Allí se dejaba constancia del hecho de que la Segunda Guerra Mundial ponía al descubierto las limitaciones de un sistema económico y social basado en el predominio de una oligarquía latifundista vetusta. La crisis no era coyuntural sino estructural. El PCA llamaba entonces a las fuerzas políticas progresistas a combatir la reacción oligárquica y reinstaurar el orden democrático en el país a partir de la conformación del Frente Democrático Nacional.[87] Al igual que había ocurrido en los años de “frente popular”, no se hablaba de luchar por un gobierno proletario ni por emprender una defensa anticapitalista, sino que se trata de recuperar las formas constitucionales que le permitan al partido volver a operar en la legalidad.

En la definición que elaboraba Gerónimo Arnedo Álvarez, secretario general del PCA desde que fue designado por un pleno del CC ampliado en julio de 1938, el Frente Nacional Democrático cobraba entidad orgánica al ser pensado como un proyecto de construcción sui generis que no se culminaba en la conformación de una plataforma electoral y en la cual se le reservaba al comunismo, a pesar de verse todavía obligado a operar en la ilegalidad, el rol de vanguardia del proceso:
[…] la unidad de la clase obrera y del pueblo, la unidad de las diversas fuerzas obreras y democráticas, no es una simple combinación entre las direcciones de las diversas organizaciones o la suma mecánica de sus efectivos con fines electorales o de corto alcance político. Si fuese así, sería efímera y superficial. La unidad popular, verdadera, debe realizarse para la lucha por las reivindicaciones inmediatas más sentidas de la clase obrera y del pueblo, para la lucha contra la reacción y por el aplastamiento del nazifascismo en nuestro país y en el plano mundial. Para una tal lucha los comunistas están a la cabeza del pueblo sin escatimar ningún sacrificio, como lo demuestra la experiencia internacional y nacional.[88]
A través de la conservación del neutralismo, el gobierno de Castillo permitía las actividades nazifascistas en el país al tiempo que reprimía las expresiones democráticas antifascistas. Advertía Arnedo Álvarez que convivían dentro del gobierno distintas corrientes, generando fuertes contradicciones que debilitaban su fuerza.[89] Era por ello que la acción coordinada de las fuerzas democráticas organizadas debía servirse de la situación de debilidad que atravesaba la reacción para imponer su voluntad. Hasta entonces esto no se había logrado por haber sido precisamente el campo antifascista quien, fruto de la desconexión reinante, adolecía de la capacidad necesaria para contrarrestar al gobierno. De ahí que, a los ojos del secretario general del PCA, la unidad de las fuerzas obreras y democráticas dispersas constituyera la principal e impostergable tarea del comunismo. No era una tarea nada sencilla, puesto que la mayor parte de las energías populares antifascistas se hallaban concentradas en protestas y declamaciones inorgánicas. Las posibilidades de avance en la organización que permitiera llevar a cabo una acción conjunta de magnitud se hallaban comprometidas en los tres casos esenciales por sus sectores dirigenciales. La dirección de la CGT se hallaba dividida, ocupada como estaba en dirigir una persecución contra sus miembros más activos.[90] La UCR contaba con la presencia de una influyente corriente conciliadora que buscaba negociar con la oligarquía encaramada en el poder. El PSA, por último, no lograba desembarazarse de la primacía otorgada más allá de toda coyuntura especial a la cuestión del electoralismo. La acción de las masas concentradas por estos tres grandes agrupamientos quedaba así severamente limitada a causa de la conducta irresponsable de sus dirigentes. Concluía por ello Arnedo Álvarez que le cabía al comunismo la misión histórica de acordar los términos de una unidad sólida con las direcciones de las fuerzas democráticas para poder, entonces sí, conducir la movilización coordinada de las masas. Pero el PCA también tenía que hacer un paso previo antes de proceder en aquella dirección, pues debía primero “terminar con la subestimación del papel del Partido como fuerza dirigente de la clase obrera y del pueblo en las luchas por las reivindicaciones tanto inmediatas como mediatas”[91], luchando para ello al mismo tiempo por recuperar la legalidad perdida. En la opinión de Codovilla, este trabajo de revalorización del comunismo como fuerza rectora del proceso de concientización sobre el error que significó el pacto de Munich y el peligro creciente generado a partir de él, se encontraba en la segunda mitad del año 1942 dando sus primeros pasos en cada uno de los países democráticos en los que existían partidos comunistas.[92]

El programa de acción del PCA era presentado como un plan de liberación nacional en respuesta a los problemas que planteaba una oligarquía latifundista aliada al imperialismo trasnacional que mantenía dividas las fuerzas políticas y sociales del país. El PCA aseguraba que existían en su texto “todas las condiciones para aunar en torno a la realización de ese, o parte de ese, Programa, a todos los Partidos populares, a todas las organizaciones sindicales, a todas las organizaciones campesinas, en fin, a todo el pueblo argentino”[93]. A continuación eran señalados los puntos programáticos coincidentes con aquellos que eran promovidos por el PSA, la CGT, la UCR, el Partido Demócrata Progresista, los partidos provinciales y el Partido Socialista Obrero,[94] para terminar rematando la necesidad imperiosa de romper con la fragmentación del campo democrático que constituía la única garantía para el predominio de la oligarquía. Llegado este punto, el PCA se ponía a sí mismo en un lugar de la mayor importancia, al establecer que la unidad del pueblo argentino en el Frente Nacional antioligárquico y anti-fascista debía ser necesariamente consecuencia de la unidad del movimiento obrero, tarea en la cual los comunistas, junto con los socialistas y los cegetistas, eran los encargados “naturales” de conducir el proceso.

Así como había sucedido durante el traspaso de la táctica de “clase contra clase” a la orientación de “frente popular”, nuevamente tenía lugar un giro sustancial, ahora dentro de la misma política frentepopulista encarnada en la “unidad nacional”, en su percepción del socialismo. Otra vez, el PSA dejaba de ser una fuerza traidora de la clase obrera para pasar a ser un aliado fundamental en la lucha por las necesidades más elementales de los trabajadores. A partir del curso de las experiencias nacionales e internacionales, los dirigentes socialistas habían comprendido que la lucha contra el fascismo debía congregar a todas las fuerzas democráticas. El PCA dejaba atrás la larga ola de acusaciones cruzadas que entre él -por medio, especialmente, de la pluma de Ernesto Giudici- y el PSA habían animado las páginas del periódico socialista La Vanguardia, tildado de antinacional y pro-británico, y el comunista La Hora, considerado un instrumento del nazismo en la Argentina.

Según lo acordado por el X Congreso del PCA, las urgencias de los ciudadanos argentinos pasaban por organizar internamente la resistencia contra la infiltración nazifascista y por colaborar en la lucha internacional a favor de la democracia. El PCA denunció de manera orgánica el espíritu “pro-nazi” de la política internacional pergeñada por el Poder Ejecutivo nacional y pasó a reclamar el cese de una neutralidad que resultaba cada vez más forzosa a medida que las agresiones nazis proliferaban contra toda América Latina. Cualquier paralelismo entre la Segunda Guerra Mundial y su predecesora era ahora completamente negado por los líderes del PCA y denunciadas como el recurso retórico de un gobierno fraudulento desesperado por conservar los intereses de la oligarquía ante la evidencia de los múltiples acontecimientos de desaprobación popular:
El precedente de Irigoyen no es válido para esta guerra del nazismo contra el mundo, como lo muestra el hecho de que uno de los más rabiosos enemigos de Irigioyen, -el ya mencionado Fresco- se haga ahora el abanderado de la neutralidad. Esta es la bandera de los nazis. Aquellos que de buena fe encuentran analogías inexistentes entre esta guerra y la del 14, deben revisarse cuanto antes, porque peligran de caer en el campo del fresquismo, que es la nueva etiqueta parda en el país.[95]
Las críticas al  neutralismo alcanzaron un punto álgido cuando tuvo lugar el ataque  de las bases militares que Estados Unidos tenía en Hawai, Manila y Singapur. El CC del PCA realizó con tal motivo una reunión de emergencia en donde apeló al ideal panamericanista y estableció que las agresiones japonesas alcanzaban a la Argentina por haberse desarrollado en contra de un país del continente americano. El PCA manifestaba su solidaridad con Estados Unidos y con “su gran presidente Roosevelt”. Afirmando que “Un Japón militarista vale por una Alemania nazi” y “un 7 de Diciembre vale por un 22 de Junio”[96], el PCA entendía que la declaración de guerra de Japón hacia los pueblos norteamericano e inglés, empeñados en la lucha por la libertad, era un nuevo llamado a abandonar el neutralismo. Conservar la postura neutral implicaba acordar tácitamente con las potencias del Eje, lo que suponía a la vez el peligro creciente contra la libertad y la independencia de la Argentina. El PCA planteaba la necesidad de tomar partido ante la diatriba que, en la opinión de su dirección, aquejaba al continente: o  se cooperaba activamente con “la gran nación del Norte”, o bien el país se preparaba para ser esclavizado “por las bandas criminales del imperialismo pardo”[97]. Siguiendo la declaración de la Convención de La Habana de julio de 1940 a la que había suscripto la Argentina, la agresión contra cualquier país americano no-beligerante debía ser considerada como una agresión en contra de todos los miembros signatarios, por lo que los comunistas creían factible un ingreso de la Argentina en el conflicto.[98] La dirección del PCA esperaba que el Poder Ejecutivo nacional diera cumplimiento al compromiso asumido. No obstante, por medio del trabajo del Ministerio de Relaciones Exteriores que encabezaba Ruiz Guiñazú el gobierno se mantuvo fiel a la neutralidad durante el período aquí abordado, razón por la cual los comunistas no dejaron de hostigarlo para que diera satisfacción a aquellas que en su opinión eran las expectativas de la sociedad argentina: la ruptura de relaciones con las potencias nazifascistas.

Así como había ocurrido entre la elite política dentro de la misma Unión Soviética, poco importó para los máximos dirigentes del comunismo argentino buscar una argumentación idónea para fundamentar el abandono de la idea de que no era posible acabar con la ideología nazi por medio de la fuerza. Molotov había sostenido incluso que “no sólo es insensato, sino incluso criminal hacer una guerra como la guerra por la «supresión del hitlerismo», que se cubre con la bandera falsa de la lucha por la «democracia»”[99]. En otras palabras, la misma torpeza conceptual que se le había adjudicado a Francia e Inglaterra en su combate contra Alemania tras la ocupación de Polonia, fue la misma fórmula que abrazó, imitando el molde aplicado por el PCUS, la dirección del PCA. Desde junio de 1941 los comunistas argentinos pretendieron presentar el  conflicto bélico mundial como una reedición de la vieja antinomia entre “civilización” o “barbarie” que había aflorado en los años previos del “frente popular”. Desde la presidencia de la AIAPE, Troise suscribía a la interpretación de que la guerra perdía su carácter interimperialista al producirse la agresión nazi a la Unión Soviética.[100] Sin acudir de ningún modo al arsenal teórico revolucionario, el PCA hacía constar que la guerra se realizaba por la defensa de la democracia y que, por su intermedio, el nazifascismo en tanto sistema ideológico debía quedar reducido a cenizas. Era esta una misión inmediata. De hecho, Agosti sostuvo que, desde su constitución el 28 de junio de 1935, la AIAPE nunca había sentido tanto la necesidad de unir a los intelectuales argentinos como en aquellos momentos en que esperaban el pronto desenlace de la derrota nazi, “porque entiende que frente al enemigo común toda división de capilla estética debe postergarse, todo rencor pasado debe olvidarse”[101].

Sobre la disolución de la Tercera Internacional que tuvo lugar en medio de estas exigencias no se dijo en el PCA nada de importancia. Para Rodolfo Ghioldi, la implosión de la IC era la etapa final de su desarrollo natural. Habiendo dado el gran salto cualitativo al interpretar el signo de los tiempos a mediados de la década de 1930 y al haber acertado en la solución propuesta, consistente en la unificación de la clase obrera con todas las fuerzas antifascistas, cuya expresión era por entonces el combate contra el Eje y por la independencia de las naciones, la IC moría por causas naturales.[102] De esta manera, quedaba evidenciado el hecho de que el comunismo internacional reforzaba la postura adoptada en la convulsionada República española, al aceptar la liquidación temporaria (cada vez más permanente) de la revolución fuera de la Unión Soviética. Todos los grandes acontecimientos que involucraron al PCUS permiten dar cuenta de la pertinencia que en realidad tenían sus posicionamientos, por encima de aquellos efectuados por el Comité Ejecutivo de la IC, para decidir las acciones y los compromisos que asumía el PCA. Había estado claro desde un principio que a Stalin no le preocupaba demasiado conservar la IC. Si algo pudo haber funcionado como preanuncio de su disolución debió haber sido esta razón.

Nadie en la dirección del PCA se preguntó cómo era posible que si a la hora de denunciar los atropellos de la avanzada de la barbarie nazifascista a mediados de la década de 1930 y clamar por la unidad de las fuerzas democráticas para defender la civilización y la Unión Soviética había cumplido un rol fundamental la Tercera Internacional en la organización de los frentes solidarios y la coordinación de sus actividades, en mayo de 1943 la función que le tocaba a la organización comunista internacional era la de desorganizarse. La IC había demostrado ser una eficiente correa de transmisión entre las secciones nacionales que la integraban toda vez que se había aludido a la necesidad de forjar el “frente único” por la democracia. Así había ocurrido cuando la IC propuso a la Segunda Internacional emprender acciones conjuntas en las distintas circunstancias claves de la historia política en el decenio de 1930: en febrero de 1933 ante el ascenso al poder de Hitler en Alemania; en octubre de 1934 con la Revolución de Asturias; en abril de 1935 ante el peligro de que estallara una nueva guerra provocada por el fascismo; en septiembre de 1935 a causa de la invasión italiana en Abisinia; en octubre de 1936 a causa del levantamiento fascista en España; en junio de 1937 tras producirse la caída de Bilbao a manos de los sublevados; en mayo de 1938 para redoblar la lucha antifascista; antes y después de los acuerdos de Munich para contrarrestar el golpe fascista en Checoslovaquia.[103] Por más que Ghioldi intentara presentar un panorama favorable al desarrollo de la solidaridad internacional, en donde solamente cambiaban “las formas” al primar los “contactos directos entre partidos, encuentros circunstanciales (en ocasión de algún congreso, por ejemplo), y otros”[104], no lograba explicar de qué manera podía esta suerte de “espontaneísmo estructurado” reemplazar de un día para el otro el entramado de instituciones y el complejo relacional centralista que había dirigido la orientación del movimiento comunista mundial desde 1919. En todo caso, podía resultar menos problemático a tal propósito el planteo de la disolución con posterioridad a la derrota final del fascismo. A fin de cuentas, si se proponía la necesidad de superar a la IC como forma de organización de los partidos comunistas a escala nacional en una serie de contextos nacionales diferentes a los que había encontrado cada uno de ellos cuando fue creado y adhirió al partido comunista mundial, por el contrario su organización había sido defendida con énfasis a la hora de enfrentar los embates fascistas y había demostrado tener un alto poder de eficacia a tales efectos. Tanto era así que en el PCA destacaban el hecho de que en el mundo fuera recordada la IC especialmente por su papel en “la etapa de la lucha mundial contra el fascismo”[105].

Del antibelicismo a la guerra, del padrinazgo a la orfandad

Nuestro interés estuvo puesto en analizar el modo en que se realizó el cambio de posición frente a la guerra y en qué medida dejó o no el PCA de tratar a los aliados ocasionales de la Unión Soviética como enemigos estructurales en la lucha por el socialismo. Es decir que nos preguntamos cómo fue posible que argumentaciones como las efectuadas por Marianetti -dirigidas a advertir la naturaleza imperialista y antifascista de la guerra capitalista- desaparecieran sin dejar rastros del discurso comunista en la Argentina. Por todo lo expuesto, podemos afirmar que una vez más quedaban relegados los intereses nacionales en detrimento de las necesidades urgentes del campo internacional. Gran Bretaña no fue más cuestionada en tanto duró el conflicto con la participación de la Unión Soviética y el capital británico dejó de ser señalado como el principal agente del sometimiento económico de la Argentina. Eludiendo siquiera justificar la reciente complicidad con los imperialismos británico y norteamericano, el PCA daba a entender que la liberación nacional podía esperar, siempre que fuera necesario contribuir prioritariamente a la salvaguarda del bienestar de la república de los soviets. Las aspiraciones de las que habían dado cuenta los comunistas argentinos para situar el análisis de la coyuntura internacional en función del análisis de las necesidades nacionales no pretendían quedar así truncas, sino antes bien ser promovidas en forma adecuada. Y es que la política de liberación nacional quedaba indisolublemente supeditada a la lucha antifascista por la liberación universal.
Mediante la invasión hitleriana a la Unión Soviética, la guerra dejó de ser vista como una oportunidad impar para la ruptura de las relaciones de subordinación que la economía argentina tenía con el capital imperialista foráneo. La liberación económica nacional sobre el imperialismo pasó a ser reemplazada entonces por la liberación política mundial sobre el nazifascismo. Aunque Mario Rapoport ha arrojado la posibilidad de que el carácter monolítico adjudicado por años en la literatura militante y académica a la IC haya sido más aparente que real,[106] hemos visto que para el caso del PCA queda claro que se hacía de aquella construcción idealizada del partido mundial una condición necesaria en las acciones que componían su realidad cotidiana por la consolidación de la dirección y la legitimación frente al movimiento obrero. Ante los hechos de junio de 1941 no fue ya necesario esperar a la celebración de un nuevo congreso de la Tercera Internacional para definir la estrategia y la táctica del momento, sino que los partidos comunistas se lanzaron en forma más automática a corregir la política internacional en la resistencia antiazi.[107] Los reflejos comunistas ante la nueva avanzada reaccionaria que ponía en peligro la existencia de la Unión Soviética fueron deudores de la experiencia del “frente popular”.

Tampoco es que el PCA hubiera podido hacer otra cosa más que apoyar a la Unión Soviética. Pero si hubiese seguido un plan revolucionario a mediano plazo bien podría haber hecho hincapié en el cambio de signo de la guerra y la importancia de la alianza estratégica con los Aliados hasta superar la coyuntura. No obstante, ni reconvirtió su teoría de la guerra interimperialista en una explicación marxista acorde a la situación, ni cuestionó la decisión unilateral tomada por el PCUS de disolver la Tercera Internacional. Su apego a la explicaciones que de los vaivenes brindada Moscú fue total, y así fue como la lucha entre imperialismos colonialistas se transformó de la noche a la mañana en una lucha por la democracia y contra la reacción fascista.

Asimismo, hemos llegado en este artículo a conclusiones divergentes respecto de aquella idea que concibe en el enfoque igualador de los efectos de las potencias imperialistas para la Argentina -tal como lo fue la política neutralista enarbolada por el PCA- una intención de favorecer la política alemana. En este sentido, discrepamos con la postura de Alejandro Horowicz cuando, basándose exclusivamente en el libro clásico de Giudici, propone que
Si se quiere, esta igualación política de las potencias y prácticas imperialistas aplana el problema en beneficio de Alemania. El razonamiento funciona así: puesto que todas las potencias imperialistas son iguales, da lo mismo pactar con cualquiera de ellas. Si la Unión Soviética puede pactar con Alemania y desentenderse de los polacos y su destino, ¿porque la liberación de la Argentina no puede ser el subproducto de una victoria del Eje?[108]
Reflexionando tres décadas después de concluida la contienda y conociendo la experiencia registrada con posterioridad a la incorporación soviética en el campo Aliado, el ex secretario general del PCA en la década de 1940, Juan José Real, entendía que, por el contrario, era la victoria sobre el Eje lo que había de llevar automáticamente a un relajamiento del sistema mundial de dominación, resultando de ello un relajamiento de la dependencia argentina respecto de la metrópolis.[109] Pero lo que importa destacar es que, según hemos advertido a partir del análisis de los escritos comunistas de la época, desde septiembre de 1939 hasta junio de 1941 el PCA en ningún momento planteó la conveniencia de un triunfo alemán. Antes bien, fueron muy repetidas las argumentaciones indicadoras de la reproducción del sistema internacional de dominación que devendría de la destrucción de uno solo de los bandos enfrentados. En el número inicial de Nueva Gaceta, Rodolfo Puiggrós observaba: “Las acusaciones que se hacen mutuamente son exactas en absoluto y llevan implícita una definición del carácter de la guerra que corresponde tanto a los nazis como a los angloyanquis”[110]. Localmente salía peor posicionado, incluso, el imperialismo anglonorteamericano, responsable de “la conformación agropecuaria de la economía de América Latina y su adaptación como apéndice a las exigencias de las grandes potencias”. El imperialismo nazi presentaba, por su parte, altos niveles de peligrosidad vinculados más a su potencialidad que a su acción concreta en la región. Según Puiggrós, la diferencia entre ambos imperialismos parecía residir, para la situación latinoamericana, en que los imperialistas norteamericanos y –sobre todo- ingleses habían consumado su proyecto de dominación económico-social en la argentina, en tanto que la amenaza nazi no pasaba de ser una posibilidad, si bien se hacía más plausible cada día.

Por otra parte, se coincide aquí con las apreciaciones vertidas por Darío Macor cuando, tras mencionar los efectos generados a gran escala por las tensiones cada vez más explosivas entre las direcciones política y sindical dentro del PSA en un contexto signado sucesivamente por la guerra civil en España y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, advierte que el comunismo encontró “un espacio de desarrollo político sobrevaluado en relación con sus fuerzas electorales efectivas”[111]. El crecimiento del PCA iniciado en la etapa de “frente popular” continuó en aquellos años, resultando crucial a partir de junio de 1941 el acercamiento a algunas de las banderas propias de la tradición liberal a partir de la promoción de la línea antifascista que tomaba partido por los Aliados.[112] No obstante, en Argentina la retórica antifascista pro-aliada demostró haber alcanzado su límite cuando la Unión Democrática fue derrotada en los comicios. El prestigio que le otorgaba al PCA la pertenencia a la IC se perdió definitivamente tras su disolución en 1943, lo que coincidió con el comienzo de un proceso signado no por el desgaste sino por el distanciamiento práctico que se produce en la relación entre el comunismo y los obreros desde los inicios mismos del peronismo otorgador de mejoras sociales. Más allá de los componentes locales, este reflujo parcial fue un fenómeno general registrado en varios partidos comunistas occidentales. [113]Negando el carácter conciliatorio que realmente la motivó, Dimitrov adujo que la disolución de la IC se debía a razones de orden práctico.[114] El dirigente búlgaro decía esperar que de la nueva individualidad otorgada permitiera a cada partido comunista desenvolverse con mayor soltura para así ganar en fortalecimiento de cada estructura partidaria. Este estudio demuestra que con el PCA ocurrió justamente lo contrario. Dentro de la lógica de la dirección argentina, la libertad de acción se tradujo en aislamiento antes que en autonomía.

Luis Sommi advertía la desaparición de relaciones fluidas entre el PCUS y el PCA desde la disolución de la IC hasta 1951.[115] ¿Pero qué significaba exactamente esta afirmación? En realidad, era evidente que durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría el PCUS había abandonado todo interés inmediato de coordinar los esfuerzos llevados a cabo por cada partido comunista en los diversos escenarios políticos nacionales. Sin embargo, este distanciamiento unilateral no implicó una aceptación a rajatabla por parte de la dirección comunista argentina, cuya brújula siguió encontrando su norte en la Unión Soviética. Efectivamente, desde el PCA se continuó cultivando la imagen de un PCUS monolítico con propiedades de alcance internacional. Este punto parece ser central para establecer de manera amplia la conexión entre las causas endógenas y las causas exógenas que impidieron al PCA responder con las herramientas adecuadas al desafío planteado ante las masas por el movimiento peronista en ciernes. Vale recordar que, mediante términos duramente peyorativos y analogías furiosas, un intelectual como Ernesto Giudici, uno de los más renombrados especialistas del partido en el análisis teórico, coincidía con Codovilla en advertir en el peronismo el resultado otoñal en Argentina de manifestaciones nazis mantenidas durante largo tiempo en estado de latencia.[116]

Notas

[1] Víctor Augusto Piemonte es profesor de Historia por la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Actualmente se encuentra finalizando estudios de doctorado, con el apoyo de una beca otorgada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Sus estudios analizan la relación entre el PC de la Argentina y el PC de la Unión Soviética en tiempos de la Tercera Internacional. Es docente en la materia Historia de Rusia de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Email:augusto.piemonte@gmail.com
[2] M. Rapoport, “Argentina y la Segunda Guerra Mundial: mitos y realidades”, en Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, vol 6, N° 1, enero-junio 1995, s/p [Recuperado de http://www1.tau.ac.il/eial.old/VI_1/rapoport.htm. Ultimo acceso: 8/3/2013].
[3] L. Senkman, “El nacionalismo y el campo liberal argentinos ante el neutralismo: 1939-1943”, en ídem, s/p [Recuperado de http://www1.tau.ac.il/eial.old/VI_1/rapoport.htm. Ultimo acceso: 8/3/2013].
[4] M. Rapoport, “Argentina and the Soviet Union: History of Political and Commercial Relations (1917-1955)”,  in The Hispanic American Historical Review, vol. 66, N° 2, May, 1986, p. 244.
[5] Horacio Crespo, “Para una historiografía del comunismo. Algunas observaciones de método”, Revista Sociedad, N° 26, p. 4 [Tomado de: http://www.sociales.uba.ar/wp-content/uploads/5.-Para-una-historiograf%C3%ADa-del-comunismo-N%C2%BA-26.pdf. Ultimo acceso: 31/7/2013]; Enzo Traverso, El totalitarismo. Historia de un debate, Buenos Aires, Eudeba, 2001, p. 64.
[6] El campo cultural acompañó el realineamiento planteado por esta nueva situación política, repercutiendo, en el caso argentino, en el abandono de la Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores  (AIAPE) de la casi totalidad de sus miembros no comunistas. Pese a ello, el organismo que nucleaba a los intelectuales antifascistas continuó manifestando su apoyo abierto a la Unión Soviética. Cf. Andrés Bisso, “La comunidad antifascista argentina dividida (1939-1941). Los partidos políticos y los diferentes grupos civiles locales ante el pacto de no agresión entre Hitler y Stalin”, en Reflejos, N° 9, Departamento de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, 2000-2001, pp. 88-99.
[7] L. Trotsky, “La URSS en la guerra” [Coyoacán, México, 25 de septiembre de 1939], en AAVV: Guerra y Revolución. Una interpretación alternativa de la Segunda Guerra Mundial, tomo I, Buenos Aires, CEIP, 2004, p. 238.
[8] Así lo recordaba varios años después, una vez ya aplicadas por completo las reformas contenidas en la perestroika, el georgiano Edvard Shevardnadze, ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética durante el gobierno de Gorbachov, en El futuro pertenece a la libertad, Barcelona, Ediciones B, 1991, p. 37.
[9] Boris Ponomariov (dir.), Historia del Partido Comunista de la Unión Soviética, Buenos Aires, Fundamentos, 1964, p. 533. Esta misma línea es apoyada con cuantiosa documentación diplomática por Geoffrey Roberts, “The Soviet Decision for a Pact with Nazi Germany”, in Soviet Studies, vol. 44, N° 1, 1992, pp. 57-78.
[10] Historia del Partido Comunista de la Unión Soviética, op. cit., p. 575.
[11] Reproducido en Robert Service, Camaradas. Breve historia del comunismo, Barcelona, Ediciones B, 2009, p. 311.
[12] Estuvieron implicados en la firma de la disolución Zhdanov y Manuilsky por la Unión Soviética, y un conjunto de importantes líderes de los partidos comunistas correspondientes a algunas de las naciones dominadas por las potencias del Eje que por entonces se hallaban en Moscú: Dimitrov y Kollarof por Bulgaria, Pieck y Florin por Alemania, Togliatti por Italia, Thorez y Marty por Francia, Kuusinen por Finlandia, Gottwald por Checoslovaquia y Koplenig por Austria. Günther Nollau, International communism and World revolution. History and methods, London, Hollis & Carter, 1961, p. 202. Por su parte, el especialista en estudios sobre la Unión Soviética y Europa oriental Rudolf Schlesinger adelantaba la fecha de la disolución “real no-formal” de la IC al notar que “con la victoria de Mao sobre la concepción ortodoxa -y aunque esa victoria se insertara positivamente en el marco general de la lucha antimperialista- había perdido su importancia específica, así como la había perdido en Europa al aceptar la política de los frente populares en el VII Congreso mundial”. R. Schlesinger, La Internacional Comunista y el problema colonial, Buenos Aires, Cuadernos de Pasado y Presente, N° 52, 1974, p. 131.
[13] Reproducido en Susan Butler (ed.), Querido Mr. Stalin. La correspondencia entre Franklin D. Roosevelt y Josef V. Stalin, Barcelona, Paidós, 2007, p. 175.
[14] Liborio Justo, “Comunistas rusos contra el comunismo?”, en La Vanguardia, 25/8/1939, p. 8. Reproducido en A. Bisso, El antifascismo argentino, Buenos Aires, Buenos Libros-CeDInCI Editores, 2007, p. 453.
[15] Constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Buenos Aires, Anteo, 1945, p. 59.
[16] Viacheslav Molotov, Sobre la política exterior de la Unión Soviética (31 octubre 1939), Moscú, Lenguas Extranjeras, 1939, p. 7.
[17] “No tiene que participar la Argentina en la guerra”, La Hora (en adelante LH), año II,  N° 450, 7/4/1941, p. 1.
[18] “Han firmado un pacto de neutralidad la Unión Soviética y el Japón”, LH, año II,  N° 457, 14/4/1941, p. 8; “Los pueblos acogen con entusiasmo los éxitos de la U.R.S.S. Sobre el pacto soviético-Nipón”, LH, año II,  N° 459, 16/4/1941, p. 1.
[19]  “El imperialismo mundial usa a Hitler para atacar a la URSS. El pueblo argentino se solidariza con el país del socialismo”, LH, año II,  N° 525, 22/6/1941, p. 1.
[20] “Una respuesta categórica a los que sueñan con una guerra germano-rusa”, LH, N° 518, año II,  15/6/1941, pp. 3, 7.
[21] R. Ghioldi, La política en el mundo, Buenos Aires, Futuro, 1946 [conferencia pronunciada por R. Ghioldi el 26 de octubre de 1943], p. 166.
[22] R. Ghioldi, Experiencias militares soviéticas, Buenos Aires, Edición del autor, 1942, p. 126. La fundamentación de esta afirmación es desarrollada por el autor en pp. 181-189.
[23] V. Codovilla, Hacia la victoria. Alcance histórico de la alianza entre la Unión Soviética, Gran Bretaña y los Estados Unidos, Buenos Aires, Anteo, 1942, p. 9.
[24] Idem, p. 16.
[25] R. Ghioldi, Experiencias militares soviéticas, op. cit., pp. 43-48.
[26] Ronald H. Dolkart, “La derecha durante la Década Infame, 1930-1943”, en Sandra McGee Deutsch y R. H. Dolkart (eds.): La derecha argentina: nacionalistas, neoliberales, militares y clericales, Buenos Aires, Ediciones B, 2001, p. 186.
[27] J. Stalin, La Gran Guerra Patria de la Unión Soviética, Moscú, Lenguas Extranjeras, 1946, pp. 21, 25.
[28] V. Codovilla, “Los comunistas, los católicos y la unión nacional. Extracto de la intervención en el X Congreso del Partido Comunista, realizado en Córdoba los días 15, 16 y 17 de noviembre de 1941”, Una trayectoria consecuente en la lucha por la liberación nacional y social del pueblo argentino: trabajos escogidos, Buenos Aires, t. I, Anteo, 1964., pp. 47-63.
[29] V. Codovilla, Hacia la victoria, op. cit., p. 19.
[30] J. A. Ramos, Breve historia de las izquierdas en la Argentina, tomo II, Buenos Aires, Claridad, 1990, pp. 55, 63-64.
[31] Gerónimo Arnedo Álvarez, “Ha que liberar a la humanidad del peligro constante del nazismo agresor”, Orientación, año III, N° 118, 28/9/1939, pp. 2-4.
[32] Cf. “Solicitada. Llamado del Partido Comunista”, Orientación, año IV, N° 209, 26/6/1941, p. 10.
[33] Comité Central del Partido Comunista de la Argentina, ¡Por la libertad y por la independencia de la patria! Posición de los comunistas argentinos sobre los problemas nacionales e internacionales!, Buenos Aires, Problemas, 1941, p. 60.
[34] Idem, p. 61.
[35] “Dio un Manifiesto la Internacional Comunista para el Día 1o.”, LH, año I, N° 111, 1/5/1940, p. 2. Cf. también Benito Marianetti, “La Casa del Pueblo en su triste rol de entregadora servil”, LH, año II,  N° 512, 9/6/1941, p. 7; “Los jefes «socialistas» arrecian su furiosa campaña por la guerra”, LH, N° 514, año II,  11/6/1941, p. 7.
[36]  “Tres actitudes, dos perspectivas”, LH, N° 132, año I,  23/5/1940, p. 1.
[37]  “Afírmase el repudio a la actual guerra imperialista de Europa”, LH, año I,  N° 132, 23/5/1940, p. 5.
[38] “Los pueblos de Besarabia y Bucovina, como los bálticos, reciben con alborozo las medidas de la Unión Soviética”, Orientación, año IV, N° 158, 4/7/1940, p. 2. Cf. R. Service, Historia de Rusia en el siglo XX,  Barcelona, Crítica, 2000, p. 246.
[39] “Semana de Agitación contra la Guerra y el Reformismo y por la Unidad Proletaria”, La Correspondencia SudamericanaS, año I, N° 8, 31/7/1926, p. 6.
[40] Idem, p. 12.
[41] R. Ghioldi, “Nuestro camino”, Escritos, tomo IV, Buenos Aires, Anteo, 1977, p. 90 [originalmente publicado en R. Ghioldi, Nuestro camino. El rol de la clase obrera en la unión nacional, Buenos Aires, Problemas, 1941].
[42] Cf. Néstor Kohan, “Herejes y Ortodoxos. E. Giudici y las diversas tradiciones culturales del comunismo argentino”, Periferias, Nro. 2, 1997, p. 87; E. Corbière, “Scalabrini Ortiz-Giudici: el otro neutralismo”, en Todo es Historia, N° 148, septiembre de 1979, pp. 24-25.
[43] Benito Marianetti, “La Neutralidad Argentina y la Convención Radical”, LH, año II,  N° 491, 19/5/1941, p. 7. El radicalismo, afirmaba el periódico del PCA, constituía una “tremenda valla democrática opuesta a sus objetivos reaccionarios [de la oligarquía argentina]”, “Obreros y radicales serían víctimas de una ley represiva”, LH, año II,  N° 512, 9/6/1941, p. 1.
[44]  “Ni un soldado para la inicua matanza interimperialista”, LH, año II,  N° 496, 24/5/1941, p. 5.
[45]  “Imponente acto de unidad será el homenaje a Alvear”, LH, año IV,  N° 1092,  22/4/1943, p. 1.
[46] Comité Central del Partido Comunista, Buenos Aires, 1943.
[47] Cf. “La cuestión internacional se usa como señuelo para llevar al radicalismo al compromiso con la reacción”, LH, año II,  N° 492, 20/5/1941, p. 1.
[48] “El pueblo está contra la guerra”, LH, año I,  N° 130, 21/5/1940, p. 1.
[49] E. Troise, “Los socialistas y la guerra”, LH,  año I,  N° 133, 24/5/1940, p. 7.
[50] “Nueva teoría «social-imperialista»”, LH, año II, N° 454, 11/4/1941, p. 1; “Las mistificaciones y la superchería de «La Vanguardia»”, LH, año II,  N° 452, 9/4/1941, p. 3; “Es odio al socialismo el odio antisoviético de «La Vanguardia»”, LH, año II,  N° 456, 13/4/1941, p. 3.
[51] “Socialistas que están por la guerra”, LH, año I, N° 130,  21/5/1940, p. 1.
[52] “«Socialistas» de «su» Imperialismo”, LH, año II,  N° 449, 6/4/1941, p. 1.
[53] “La tercer perspectiva”, LH, año I, N° 131, 22/5/1940, p. 1.
[54] “Respondemos al llamado del Comité «Acción Argentina»”, LH, año I,  N° 167, 27/6/1940, p. 1.
[55] “De nuevo en la calle”, LH, año IV,  N° 1093,  1/4/1943, p. 1.
[56] Cf. R. Pasolini, Los marxistas liberales. Antifascismo y cultura comunista en la Argentina del siglo XX, Buenos Aires, Sudamericana, 2013, p. 75.
[57] Cf. Nueva Gaceta, “La demostración al Doctor Emilio Troise”, N° 20, noviembre de 1942, pp. 6-7.
[58] “¿Y si triunfara Alemania?”, LH, año I,  N° 135, 26/5/1940, p. 1.
[59] “Democracia imperialista y nuevo orden”, Nueva Gaceta, N° 2, 2° quincena de mayo, 1941, p. 1. Cf. también Nueva Gaceta, “La actitud frente a la guerra”, N° 2, 2° quincena de mayo, 1941, p. 2.
[60] E. Giudici, Imperialismo y liberación nacional, Buenos Aires, Granica, 1974, p. 54.
[61] Benito Marianetti, “La C.G.T. y la Guerra Interimperialista”, LH, año I,  N° 143, 3/6/1940, p. 7.
[62]  “Buitres sobre la nación”, LH, año I,  N° 153, 13/6/1940, p. 5.
[63] Una comisión dependiente del Departamento de Defensa de Estados Unidos había arribado al buenos Aires en junio de 1940 con tal propósito. Su presentación ante la cancillería argentina incluía una eventual instalación de bases militares norteamericanas en las islas Malvinas. M. Rapoport, “Argentina y la Segunda Guerra Mundial: mitos y realidades”, op. cit.
[64] “Resolvamos como argentinos, los problemas argentinos, afirmó Marianetti en Mendoza”, LH, año I,  N° 164, 24/6/1940, p. 7.
[65] “El imperialismo inglés y el progreso nacional”, LH, año I,  N° 202, 1/8/1940, p. 7.
[66] “Sentido del viraje”, LH, año II,  N° 528, 25/6/1941, p. 4.
[67] Benito Marianetti, “La reacción imperialista internacional contra la U.R.S.S. y el socialismo”, LH, año II,  N° 529, 26/6/1941, p. 4.
[68] Las noticias que llegaban del frente de Stalingrado  despertaron con especial sensibilidad el interés de la población argentina, que con motivo de a dicha ocasión participó intensamente en la campaña para recaudar cinco millones de pesos a beneficio de los combatientes de aquella ciudad. Organizada por la Confederación Democrática Argentina de Ayuda a los Pueblos Libres, la campaña solidaria había logrado enviar a la Unión Soviética tabletas de alimento concentrado, medicamentos compuestos por cuatro millones ampollas de inyectables, y vestimentas consistentes en 10.000 prendas de abrigo y 15.000 pares de zapatos. “En el próximo embarque incluirán 10.000 instrumentos quirúrgicos”, LH, año II,  N° 678,  22/11/1941, p. 7; “Vibra en todo el país un sentimiento fervoroso de solidaridad democrática”, LH, año IV,  N° 1087, 17/4/1943, p. 5; “El próximo primer embarque de la campaña de los cinco millones será una demostración de entusiasmo inmenso”, LH, año IV,  N° 1090,  20/4/1943, p. 5; “Hombres y mujeres vuelcan su fervor en la campaña de los cinco millones”, LH, año IV,  N° 1093,  1/4/1943, pp. 1, 5; “La solidaridad democrática del pueblo instaló la fábrica de alimento para los heroicos combatientes”, LH,  año IV,  N° 1113,  21/4/1943, p. 5.
[69] “El deber de los amigos de la Unión Soviética”, LH, año II,  N° 527, 24/6/1941, p. 3.
[70] “Llamamiento de la C.D. [Comisón Democrática] Argentina”, Orientación, año V, N° 242, 12/2/1942, p. 3; P. González Alberdi, “Ayudar a la U.R.S.S. y a sus aliados para salvar a la humanidad”, Orientación, año V, N° 215, 7/8/1941, p. 6.
[71] Esbozo de historia del Partido Comunista de la Argentina. (Origen y desarrollo del Partido Comunista y del movimiento obrero y popular argentino), Buenos Aires, Anteo, 1947, p. 90, nota 157; “Hoy corresponde que el Gobierno de Brasil ponga en libertad al líder obrero argentino, Ghioldi”, LH, año I, N° 132, p. 7; LH,  “Reclaman se permita volver a su patria al ciudadano argentino Rodolfo Ghioldi”, año I, N° 165, 25/6/1940, p. 4; “Víctima de un procedimiento improcedente Rodolfo Ghioldi sigue en Fernando de Noronha”,LH, año I, N° 181, 11/7/1940, p. 5. “¿Qué pasa con Rodolfo Ghioldi”, LH, año I, N° 207, 6/8/1940, p. 7; “¡Hace 86 días! El retorno de Rodolfo Ghioldi es una cuestión de honor para el país”, LH, año I, N° 218, 17/8/1940, p. 1. La Alianza Nacional Libertadora de Brasil pretendió ser, “como el Kuomintang chino de 1925, un partido de un bloque de varias clases representantes por sus organizaciones respectivas, ligadas en un frente unificado contra el imperisliasmo, el latifundismo y el fascismo”. Lacerda, “El frente popular antimperialista en el Brasil”, 1936. Revista de orientación marxista, año I, N° 3, junio de 1936, p. 29. La diferencia entre la experiencia china y la experiencia brasilera residía, según Lacerda, en que la clase fundamental que tomó la iniciativa en el primer caso había sido la burguesía nacional, mientras que en el segundo caso le había correspondido conformar la alianza al PC de Brasil junto con el movimiento obrero tras el proceso de oleadas huelguísticas de 1934 y 1935.
[72] Es por ello que en la historia oficial del partido Luis Sommi aparece como el responsable ideológico de la interpretación del radicalismo como partido de la reacción. Comisión del Comité Central del Partido Comunista, Esbozo de Historia del Partido Comunista de la Argentina,  p. 77, nota 26. De igual manera, se dejaba constancia que Sommi ya había cometido errores ideológicos al abrazar, aunque transitoriamente, la causa de José Penelón. Idem, p. 64, nota 103.
[73] Cf. H. Tarcus (dir.), Diccionario biográfico de la izquierda argentina. De los anarquistas a la “nueva izquierda” (1870-1976), Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 139 y 254.
[74] Algunas de las notas publicadas con el objeto de denunciar la situación por que pasaban la dirección de La Hora son: “Legisladores y entidades periodísticas gestionaron el levantamiento de la clausura de «La Hora» y la libertad del Dr. J. Notta”, LH, año IV, N° 1086,  16/4/1943, p. 1; Benito Marianetti, “La libertad de prensa”, LH, año IV, N° 1086, 16/4/1943, p. 1; “A pesar de las promesas de libertad, continúa detenido nuestro subdirector”, LH, año IV,  N° 1087, 17/4/1943, pp. 1, 5; “Continúa detenido nuestro subdirector Julio A. Notta; debe decidirse su libertad”, LH, año IV,  N° 1090, 20/4/1943, p. 1; “Al recibir jubilosamente a su sub-director, LA HORA agradece el apoyo popular”, LH, año IV, N° 1093, 1/4/1943, p. 1.
[75] G. Arnedo Álvarez, “Cinco años de lucha. Entre el X° y el XI° Congreso” [Informe presentado al XI° Congreso Nacional del Partido Comunista, agosto de 1946], Cuatro décadas de los procesos políticos argentinos. Selección de trabajos, Buenos Aires, Fundamentos, t. I, 1977, p. 122.
[76] Horacio Sanguinetti, “Política y Estado”, en Todo es Historia, N° 108, mayo de 1976, p. 38.
[77] Félix Luna, El 45, Buenos Aires, Sudamericana, 1971, pp. 23-.24.
[78] “Las compras inglesas de trigo argentino disminuirán este año”, Orientación, año III, N° 133, 11/1/1940, p. 4.
[79] “A bajos precios Inglaterra se lleva nuestra producción triguera”, Orientación, año III, N° 135, 25/1/1940, p. 6.
[80] El buque mercante “Monte Protegido” había abandonado las costas argentinas con anterioridad a la disposición unilateral de guerra submarina irrestricta, por lo que el derecho internacional amparaba la legalidad de sus últimas actividades; sin embargo, fue atacado por los submarinos alemanes el 4 de abril de 1917. Ricardo Weinmann, Argentina en la Primera Guerra Mundial. Neutralidad, transición política y continuismo económico, Buenos Aires, Biblos-Fundación Simón Rodríguez, 1994, pp. 114-115.
[81] E. Giudici, op. cit., p. 95.
[82] Idem, p. 115.
[83] Idem, p. 106.
[84] R. Iscaro, Historia del movimiento sindical, tomo IV, Buenos Aires, Ciencias del Hombre, 1973, pp. 53-54.
[85] Cf. V. Codovilla, El movimiento sindical y la unión nacional. Primera parte del informe rendido al Comité Central del Partido Comunista el 12 de Septiembre de 1942, Buenos Aires, Anteo, 1942, pp 13-16.
[86] “El país necesita un gobierno distinto: un gobierno popular”, LH, año II,  N° 527, 24/6/1941, p. 1.
[87] CC del PCA, ¡Por la libertad y por la independencia de la patria!, op. cit., pp. 67-81.
[88] G. Arnedo Álvarez, “La unión nacional, garantía de la victoria” [Informe rendido al X Congreso del Partido Comunista], op. cit., pp. 91-92.
[89] LH, “El gran Frente Democrático Nacional contra el fascismo y la reacción ya está en marcha”, N° 679,  año II,  23/11/1941, p. 9.
[90] Un año más tarde, el principal problema de la CGT no era su falta de unidad en la dirección, sino su inoperancia. No sorprendía por tanto a Codovilla el hecho de que la central obrera más grande del país no tomara en consideración los intereses fundamentales propuestos por el PCA para el cambio de política exterior, puesto que no se ocupaba siquiera de elaborar un plan económico propio para enfrentar el encarecimiento en el costo de vida de los obreros. V. Codovilla, La crisis económica y sus repercusiones políticas.Primera parte del informe rendido al Comité Central del Partido Comunista el 12 de Septiembre de 1942, Buenos Aires, Anteo, 1942, pp. 36-24
[91] Idem, p. 10.
[92] V. Codovilla, Esta es la guerra de los pueblos. Primera parte del informe rendido al Comité Central del Partido Comunista el 12 de Septiembre de 1942, Buenos Aires, Anteo, 1942, p. 38.
[93] CC del PCA, ¡Por la libertad y por la independencia de la patria!, op. cit., p.199.
[94] Idem, pp. 199-209.
[95] “Gran contribución democrática”, LH, año II,  N° 676,  20/11/1941, p. 9.
[96] “Con Estados Unidos”, LH, año II,  N° 694,  8/12/1941, p. 10.
[97] “Ante la agresión nadie puede alegar suicida neutralidad”, LH, año II,  N° 694,  8/12/1941, p. 1.
[98] “Deben ser exterminados como ratas los agresores”, LH, año II, N° 695, 9/12/1941, p. 1.“La Cancillería ha declarado a EE.UU. «no-beligerante»”, LH, año II, N° 695,  9/12/1941, pp. 1-2; “Ni esclavos ni rehenes”, LH, año II,  N° 698,  12/12/1941, p. 1; V. Codovilla, “¡Listos para defender a la Patria! Extracto de la intervención en el X Congreso del Partido Comunista realizado en Córdoba los días 15, 16 y 17 de noviembre de 1941”, en La Unión Nacional es la victoria. Escritos y discursos, Buenos Aires, Problemas, 1943, pp. 100-105.
[99] V. Molotov, op. cit., p. 8.
[100] “La nueva guerra”, Nueva Gaceta, N° 5, 1° quincena de julio, 1941, pp. 1, 7.
[101] “Vida de la A.I.A.P.E. Memoria del ejercicio 1941-1942”, Nueva Gaceta, N° 19, octubre de 1942, p. 10.
[102] Crítica, “Según R. Ghioldi, no tiene aquí efectos prácticos”, año XXX, N° 10.488  26/5/1943, p. 5. En dicha entrevista Ghioldi comentó que el PCA ya se había desafiliado de la IC en 1939. Resulta extraña su afirmación, puesto que no hemos encontrado ninguna otra referencia a este supuesto hecho ni en las publicaciones periódicas, ni en bibliografía primaria ni secundaria. El ex jefe de la Agencia TASS en Buenos Aires, Isidoro Gilbert, señala incluso lo siguiente: “Una de las últimas colaboraciones de la Internacional Comunista antes de su disolución en 1943 fue instalar una red de transmisores y receptores que mantenían un contacto (no del todo fluido) entre Buenos Aires y Moscú”. I. Gilbert, El oro de Moscú. Historia secreta de la diplomacia, el comercio y la inteligencia soviética en la Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, p. 120. Dado que proponemos aquí que la preocupación central del PCA pasaba por fortalecer su vínculo con el PCUS antes que con la IC (la cual operaba dentro de esta lógica como una suerte de “correa de transmisión entre las direcciones argentina y soviética), la comprobación de lo dicho por Ghioldi no modificaría en lo sustancial nuestra hipótesis. Sería interesante de todos modos responder al interrogante respecto de por qué Ghioldi hace su comentario sobre la desafiliación del PCA a la IC casi cuatro años antes de la disolución de esta última. No obstante, la única mención encontrada al respecto es esta que traemos a colación, por lo que concentrarnos en su análisis implicaría limitarnos al terreno de la conjetura.
[103] G. Dimitrov, “El frente único del proletariado internacional y de los pueblos contra el fascismo”, en Selección de trabajos, Buenos Aires, Estudio, 1972, pp. 342-344 [7 de noviembre de 1938].
[104] R. Ghioldi, “Aniversario de la Internacional Comunista, en Escritos, tomo IV, op. cit., p. 130” [publicado originalmente en Nueva Era, N° 6, julio de 1959].
[105] “De la Primera a la Tercera Internacional”, año VII, N° 297, Orientación, 27/5/1943, p. 4.
[106] M. Rapoport, “Argentina and the Soviet Union”, op. cit., p. 248.
[107] Cf. D. Sassoon Cien años de Socialismo, Buenos Aires, Edhasa, 2001. p. 116. Fernando Claudín, no obstante, atribuía todavía el viraje mecánico a la dirección de la IC. F. Claudín, La crisis del movimiento comunista. I. Del Komintern al Kominform, París, Ruedo Ibérico, 1970. pp. 247-248.
[108] A. Horowicz, “Influencia liberal en el análisis histórico del Partido Comunista Argentino. Los casos de Puiggrós, Giudici y Agosti”, en Revista Sociedad, N° 28, 2010, p. 6 [http://www.sociales.uba.ar/wp-content/uploads/10.-Influencia-liberal-en-el-an%C3%A1lisis-hist%C3%B3rico-del-Partido-Comunista-Argentino-Los-casos-de-Puiggr%C3%B3s.pdf. Ultimo acceso: 12/9/2013].
[109] J. J. Real, Treinta años de historia argentina, , Buenos Aires-Montevideo, Ediciones Actualidad, 1962, p. 75.
[110] “La guerra en América Latina”, Nueva Gaceta, N° 1, 1° quincena de mayo, 1943, pp. 1.
[111] D. Macor, “Partidos, coaliciones y sistema de poder”, en Alejandro Cattaruzza (dir.): Nueva Historia Argentina. Crisis económica, avance del Estado e incertidumbre política (1930-1943), tomo VII, Buenos Aires, Sudamericana, 2001, p. 82.
[112] Laura Prado Acosta, “Concepciones culturales en pugna. Repercusiones del inicio de la Guerra Fría, el zdhanovismo y el peronismo en el Partido Comunista argentino”, en Nuevo Mundo. Nuevos Mundos, Paris, 2013 [Recuperado en: http://nuevomundo.revues.org/64825?lang=en#ftn7. Ultimo acceso: 2/9/2013].
[113] En este sentido, el historiador británico David Priestland afirmó que Tras la derrota de los nazis, el comportamiento agresivo de la Unión Soviética y los comunistas locales en Europa central y oriental, y el aparente surgimiento en Occidente de una nueva forma de capitalismo, más dispuesto a hacer concesiones a los trabajadores, el comunismo no parecía ni tan necesario ni tan atractivo. No es, pues, sorprendente que los frentes populares no sobrevivieran mucho tiempo a la guerra mundial. D. Priestland, Bandera roja. Historia política y cultural del comunismo, Barcelona, Crítica, 2010, p. 193.
[114] Daniela Spenser, “Las vicisitudes de la Internacional Comunista”, en Desacatos, México D.F., Centro de investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, otoño, N° 7, 2001, p. 134.
[115] Isidoro Gilbert, El oro de Moscú, 1994, p. 49
[116] Cf. E. Giudici, “Contenido y forma del naziperonismo”, Antinazi, año 2, N° 53, 21/2/1946, p. 7, reproducido en A. Bisso, El antifascismo argentino, op. cit., pp. 248-253. El mismo Giudici se había mostrado disgustado diez años antes por lo consideraba era una eclosión de artículos periodísticos y de opinión reducidos al repudio del fascismo, en tanto que se carecía de análisis medianamente profundos. E. Giudici, “Fascismo mundial y argentino”, Contrafascismo, año 1, N° 2, agosto-septiembre de 1936, p. 3, reproducido en A. Bisso, ídem, p. 270. El escrito más importante de Codovilla a propósito de la primera interpretación brindada por el PCA sobre el peronismo es Batir el nazi-peronismo, Buenos Aires, Anteo, 1945.