“Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el
cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran
gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer
coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre.” | Aldous Huxley
José López | La
“democracia” burguesa es la dictadura casi perfecta. No es perfecta porque
nada lo es, pero la llamada “democracia” liberal es la dictadura más
sofisticada y elaborada que el ser humano haya inventado hasta la fecha.
Cualquier dictadura es el dominio de una(s) minoría(s) sobre la mayoría. En el
capitalismo todo trabajador sabe perfectamente que para prosperar o simplemente
para sobrevivir debe obedecer las órdenes que vienen de arriba. Las grandes
decisiones estratégicas de cualquier empresa vienen de muy arriba. ¿Qué es eso
sino una dictadura? Es cierto que si uno no obedece no es puesto delante de un
pelotón de fusilamiento. Pero se arriesga a ser expulsado de la empresa.
Peligra su sustento. El miedo es la “vestimenta” tanto del obrero manual como
del “obrero mental”. El capitalismo es la dictadura
económica. Dictadura que es posible porque los medios de producción son privados, pertenecen a ciertas personas que, gracias a dicha posesión, ejercen su dictadura y acaparan gran parte de la riqueza generada. Pero es una dictadura descentralizada. Tal vez en esta peculiar característica resida su fortaleza. Es una dictadura no sólo ejercida por la clase empresarial, sino que asumida por gran parte de la población como algo natural e inevitable. Es una dictadura en la que no es tan necesario que unos pocos, muy pocos (ya sea un rey, un caudillo, una burocracia, un partido) repriman al resto, sino que esos pocos tienen muchos colaboradores distribuidos a lo largo y ancho de la sociedad. Toda dictadura necesita una serie de colaboradores. Pero la “democracia” burguesa es la dictadura con más colaboradores. En ella colaboran distintas clases sociales, incluso las oprimidas. En ella no sólo domina cierta minoría, la oligarquía capitalista, sino que dicho dominio es mucho más sutil y logra incluso la colaboración de una gran parte de la mayoría oprimida. En esto radica el verdadero éxito del capitalismo. De aquí proviene la principal dificultad para derrocarlo.
económica. Dictadura que es posible porque los medios de producción son privados, pertenecen a ciertas personas que, gracias a dicha posesión, ejercen su dictadura y acaparan gran parte de la riqueza generada. Pero es una dictadura descentralizada. Tal vez en esta peculiar característica resida su fortaleza. Es una dictadura no sólo ejercida por la clase empresarial, sino que asumida por gran parte de la población como algo natural e inevitable. Es una dictadura en la que no es tan necesario que unos pocos, muy pocos (ya sea un rey, un caudillo, una burocracia, un partido) repriman al resto, sino que esos pocos tienen muchos colaboradores distribuidos a lo largo y ancho de la sociedad. Toda dictadura necesita una serie de colaboradores. Pero la “democracia” burguesa es la dictadura con más colaboradores. En ella colaboran distintas clases sociales, incluso las oprimidas. En ella no sólo domina cierta minoría, la oligarquía capitalista, sino que dicho dominio es mucho más sutil y logra incluso la colaboración de una gran parte de la mayoría oprimida. En esto radica el verdadero éxito del capitalismo. De aquí proviene la principal dificultad para derrocarlo.
La dictadura económica se parapeta tras una aparente
democracia política que intenta evitar que ésta salpique a aquella. La prueba
más palpable de que el capitalismo necesita evitar la verdadera democracia es
que cuando ésta se intenta surgen los golpes de Estado. Cuando el disfraz de
democracia no le vale a la gran burguesía simplemente se lo quita,
temporalmente, para no perder el control de la sociedad. Una vez recuperado el
control las élites vuelven a conceder al pueblo el “poder”. La oligarquía
prefiere otorgarlo (en pequeñas dosis controladas) al pueblo antes que éste ose
tomarlo. La prueba más palpable de que no tenemos verdadera democracia es que
cuando miles de ciudadanos se manifiestan pacíficamente en las calles
reclamando la democracia real, más y mejor democracia, no sólo son ignorados,
sino que reprimidos violentamente. La prueba más palpable de que no tenemos aún
democracia es que el sistema involuciona, empeoran las condiciones de vida de
la mayoría, sus problemas no son sólo crónicos sino que se agudizan con el
tiempo. El pueblo se siente impotente simplemente porque no tiene realmente el
poder.
La “democracia” burguesa es una dictadura inteligente. Las
élites que nos gobiernan y controlan han adquirido experiencia a lo largo de
los siglos. No existe dictadura más eficaz que aquella que aparenta no
serlo. En la “democracia” burguesa los ciudadanos eligen a sus dictadores,
es decir, refrendan en las urnas el sistema que les oprime. Incumpliendo en la
práctica muchos de los postulados teóricos en los que supuestamente se sustenta
la llamada democracia liberal (igualdad, separación de poderes, etc.), la gran
burguesía consigue herir de muerte a su pretendida democracia. Herirla para
salvarse ella, salvarse del pueblo. Pues con una auténtica democracia, tarde o
pronto, toda élite deja de serlo. Los ciudadanos votan sin mucho convencimiento
pero votan, realimentando así el sistema que les impide ser ciudadanos. ¿Por
qué votan? Por inercia, por tradición, por miedo (a lo desconocido), por
comodidad, por engaño, por tranquilizar sus conciencias, por agarrarse a un
clavo ardiendo,… Pero votan, y sobre todo a los partidos que defienden los
intereses de la oligarquía. Así, las minorías dominan a la mayoría con el apoyo
de ésta (al menos de una gran parte). ¿Es posible inventar mejor dictadura?
La mayoría oprimida asume los valores culturales de las
minorías opresoras. Valores que atentan contra sus propios intereses. Así la
mayoría se condena a sí misma. Así las víctimas votan a sus verdugos. Pero,
¿por qué? Porque el capitalismo ejerce su control ideológico a través de los
medios de comunicación de masas, pero sobre todo porque consigue que la gente
lo vea como algo natural e inevitable. El egoísmo es para la mayoría de las
personas una de las principales características que definen al ser humano. Y,
por consiguiente, la feroz competencia, la lucha de todos contra todos, es lo
más natural. De esta manera, la ley de la jungla, es decir, la ley del más
fuerte, del sálvese quien pueda, se traslada a la civilización, se
institucionaliza como la ley de leyes de nuestra sociedad. Es más, y aquí
radica el verdadero peligro, dicha ley parece el paradigma de la libertad,
cuando es realmente justo lo contrario. Pues no puede aplicarse el mismo
criterio de libertad cuando el individuo vive aislado que cuando vive en
sociedad, en la selva que en la civilización. En la vida en sociedad la
libertad es imposible sin la igualdad de oportunidades, sin la igualdad en las
relaciones sociales. En la vida en sociedad la libertad de uno acaba donde
empieza la de los otros, y viceversa. El liberalismo instaura el
libertinaje en la civilización y lo disfraza de libertad y de naturalidad.La
ley que rige la “civilización” capitalista parece natural porque es el traslado
directo de la ley que rige la naturaleza primitiva, salvaje, a la civilización.
“Caza” o serás “cazado”, domina o serás dominado, oprime o serás oprimido,
explota o serás explotado. El capitalismo triunfa en las mentes de los
ciudadanos, no sólo por el monopolio de los grandes instrumentos de
adoctrinamiento ideológico masivo (educación y medios de comunicación), sino
que también por el mensaje transmitido, simple y al mismo tiempo trascendental,
con profundas consecuencias: la ley del más fuerte es la más natural. Cuando,
precisamente, si por algo debe distinguirse la civilización de la jungla es por
el hecho de que se rijan por leyes distintas. La ley del más fuerte puede
conducir, tarde o pronto, a la autoextinción de una sociedad que alcanza cierto
grado de desarrollo tecnológico, como mínimo a su decadencia. Pues la
combinación desarrollo tecnológico y subdesarrollo social es explosiva.
Así, el capitalismo consigue que una de las facetas del ser
humano, la cual debería ir disminuyendo notablemente con el tiempo para que una
especie supuestamente inteligente se haga verdaderamente civilizada, sea la
predominante en su sociedad (y cada vez más). El egoísmo es el motor de la
sociedad capitalista. A muchos seres humanos les parece que el egoísmo es lo
más natural, por tanto el capitalismo es lo más natural y sólo él puede
funcionar. Pero el ser humano también puede ser solidario. “Sólo” hace falta
que el sistema de convivencia humano realimente sus mejores características en
detrimento de las peores, en vez de al revés. “Sólo” hace falta que la
solidaridad sea la norma en vez de la excepción. El ser humano es
contradictorio y es capaz de lo mejor y de lo peor. Sin olvidar que en la
naturaleza salvaje también existe la colaboración, además de la competencia.
No sólo es casi perfecta la dictadura burguesa por sus
apariencias democráticas en su sistema político, sino que también porque muchas
de sus víctimas aspiran a dejar de serlo colaborando con sus opresores, o mejor
aún, convirtiéndose ellos mismos en opresores. En vez de combatir al sistema,
la mayoría lo realimenta. Una vez asumida la ley básica y “natural” de que el
egoísmo es el motor de toda sociedad, de toda especie, una
vez asumida la ley del más fuerte como la más lógica, lo siguiente es aspirar a
ser el más fuerte, o al menos a ponerse de su lado. Una vez asumidas las reglas
del juego, hay que jugar, hay que esmerarse en aplicar dichas reglas, hay que
encomendarse a la diosa Fortuna. El gran triunfo ideológico del capitalismo es
que muchos trabajadores sólo aspiren a cambiar de bando, a convertirse en
explotadores de sus hermanos de clase, en vez de erradicar la explotación que sufren.
Muchos trabajadores sólo protestan (por lo general demasiado tarde) cuando son
afectados grave y personalmente por el juego en el que
participan sin cuestionarlo. La utopía social es negada por la propaganda
capitalista al mismo tiempo que se nos vende la utopía individual. El individuo
corriente piensa que puede huir de su alienación, ya sea jugando a la lotería
(nada mejor que paralizar a las masas vendiéndoles la esperanza de que un golpe
de suerte las salvará), ya sea cambiando de empresa o de país, ya sea rezando a
cualquier dios, ya sea creyendo en un paraíso en otra vida,…, en definitiva,
aceptando las reglas del juego con la esperanza de que éste alguna vez le
beneficie, con la esperanza de que la ruleta rusa a él no le afecte. Al mismo
tiempo que nos oprimen, nos dan esperanzas. ¿Existe mejor manera de evitar la
rebeldía que postergándola indefinidamente en el tiempo?
Y, por si todo lo anterior fuera poco, una parte de la
izquierda anticapitalista asume (inconscientemente) los valores de la burguesía,
los interioriza. Le hace el juego a la burguesía cayendo en un relativismo
extremo y absurdo asumiendo que la “democracia” burguesa es una democracia y
que el proletariado necesita la suya, asumiendo que no sólo el Estado burgués es
la dictadura de una clase (como, sin dudas, lo es) sino que todo Estado
es, por definición, la dictadura de una clase. Incluso, y esto es un gran favor
que se le hizo a la burguesía en la guerra ideológica, llamando al sistema que
beneficiaría al proletariado dictadura. Democracia burguesa vs. Dictadura del
proletariado. Así la burguesía puede proseguir dominando ideológicamente con
demasiada facilidad a las masas. ¡Ella es “democrática” mientras que los
malvados comunistas no! No podía hacérsele mejor favor a las élites
capitalistas. Para dichos izquierdistas la democracia es un concepto totalmente
relativo. Cuando, precisamente, el enemigo público número uno de la burguesía,
de cualquier minoría dominante, es la auténtica democracia, el gobierno de la
mayoría. La alternativa a la dictadura burguesa disfrazada de democracia es la
democracia sin disfraz, sin apellidos, y no ninguna dictadura. Este profundo y
grave error en la guerra ideológica contra el capitalismo la izquierda (y el
proletariado internacional) lo ha pagado muy caro, y todavía lo está pagando.
¿Es posible una verdadera democracia si prescindimos de
algunos de los postulados teóricos de la llamada democracia liberal? ¿Por qué
la burguesía se empeña tanto en incumplirlos en la práctica? ¿No nos damos
cuenta de que eso, precisamente, nos da pistas sobre cómo superar la simbólica
y engañosa “democracia” burguesa? Partiendo de ella y desarrollándola
suficientemente, haciendo la democracia representativa realmente
representativa y mucho más participativa, además de complementándola con la
democracia directa y expandiéndola a todos los rincones de la
sociedad (especialmente a la economía), podemos hacer que deje de ser burguesa,
podemos alcanzar la democracia propiamente dicha. En la “democracia” burguesa
está el germen de la extinción de la sociedad burguesa, clasista en general.
Por esto la gran burguesía se esmera tanto en vaciar de contenido su
“democracia”. Es perfectamente consciente del peligro que supone la democracia,
la verdadera, para ella.
Afortunadamente, nada es perfecto. Pero no debemos
infravalorar al enemigo. La barbarie capitalista sobrevive porque su dictadura
ha alcanzado un grado de sofisticación, de perfección, muy alto. Por ahora, el
mayor enemigo del capitalismo es el propio capitalismo que sucumbe tarde o
pronto, de manera recurrente, ante sus grandes, profundas e irresolubles
contradicciones. El peligro es que el capitalismo sucumba haciendo sucumbir de
paso a la especie humana o a su hábitat. Deberemos hacer todo lo posible para
sustituirlo cuanto antes por un sistema puesto al servicio de la mayoría de la
humanidad. Y ese sistema sólo puede ser la democracia, el gobierno de la
mayoría. Sólo las dictaduras pueden tener apellidos “clasistas”: los de las
clases minoritarias que dominan artificialmente, mediante el uso de
la fuerza. La democracia, por el contrario, no puede tenerlos porque mayoría
sólo hay una. El 99% de la población no necesita los mismos trucos para
dominar, no necesita reprimir al 1%, ni comerle el coco. La verdad necesita la
más amplia libertad, la competencia igualitaria entre todas las
ideas, para abrirse paso, a diferencia de las mentiras. El Estado “proletario”,
es decir, donde domine la mayoría, debe ser radicalmente distinto
al burgués (o de cualquier minoría dominante). La hegemonía del
proletariado se conseguirá con la auténtica democracia, la más amplia y
profunda posible. La lucha por la democracia es la lucha contra el
capitalismo. El desarrollo completo, hasta las últimas consecuencias, de la
democracia es lo que acabará exterminando al capitalismo. Como decía Hugo
Chávez, el socialismo es democracia sin fin.
José
López es autor de los libros Rumbo a la democracia, Las falacias del capitalismo, La
causa republicana, Manual
de resistencia anticapitalista, Los errores de la izquierda, ¿Reforma o Revolución? Democracia y El marxismo del siglo XXI así como de diversos
artículos, publicados todos ellos en múltiples medios de la prensa alternativa
y disponibles en su blog para su libre descarga y distribución.