2/1/14

Leer El Capital | Algunos intelectuales tolerantes con el psicoanálisis tacharon al marxismo de seudociencia, cuando no de seudorreligión

  • Einstein se tragó vivo a Newton; y, análogamente, nosotros tenemos que tragarnos vivo a Marx, no consultarlo como a un oráculo
  • El Capital es de obligada lectura para quienes intentamos reflexionar sobre los fundamentos del comunismo, pero no para los militantes de izquierdas en general
Karl Marx ✆ Atilla Atala
Carlo Frabetti  |  Hace unos días participé en la presentación en Madrid de Nuestro Marx, de Néstor Kohan (un libro esclarecedor cuya lectura recomiendo sin reservas), recientemente publicado por la editorial La Oveja Roja con un excelente prólogo de Belén Gopegui, y durante el coloquio alguien dijo que un texto sobre marxismo solo es válido si nos lleva a leer El Capital. Y aunque manifesté mi desacuerdo con esta afirmación, no hubo tiempo para profundizar en el asunto, de modo que intentaré hacerlo ahora.

Creo que a ningún biólogo se le ocurriría decir que un texto sobre evolucionismo solo es válido si nos lleva a leer El origen de las especies, y, desde luego, ningún físico diría que la validez de un trabajo de física teórica depende de que nos remita al Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo de Galileo o a los Principia Mathematica de Newton. Y sin embargo, siendo muchísimo lo que las ciencias sociales le deben a El Capital, es aún más lo que las ciencias naturales les deben a cualquiera de los otros tres libros citados. ¿Por qué la relación con los clásicos (aunque en este caso habría que hablar más bien de libros fundacionales) no es la misma en uno y otro campo? ¿Por qué en el marco de las ciencias sociales cabe una afirmación tan esquemática como la antes citada? Si tuviera que dar una respuesta igualmente esquemática, diría: por puro fetichismo (y aprovecho para señalar que uno de los
principales méritos del libro de Kohan es el de situar la cuestión del fetichismo en el centro de su argumentación). Pero intentaré dar una respuesta más matizada.

Si bien la lectura de los libros de Galileo, Newton o Darwin es fundamental para un epistemólogo o un filósofo de la ciencia, no es ni mucho menos imprescindible para un científico actual (y hasta me atrevería a añadir que es inadecuada para el profano que desea acercarse a la física o a la biología). Y, análogamente, considero que El Capital es de obligada lectura para quienes intentamos reflexionar sobre los fundamentos del comunismo, pero no para los militantes de izquierdas en general.

Alguien podría objetar que establezco un paralelismo abusivo entre ciencias sociales y naturales. La relación entre teoría y praxis no es la misma en ambos campos, y el método experimental, base de la ciencia moderna, solo es aplicable de forma muy limitada en el ámbito de la economía o la sociología; de hecho, las llamadas “ciencias sociales” son, en el mejor de los casos (y algunos consideramos que el mejor de los casos es precisamente el marxismo), protociencias. Pero en la medida en que el marxismo es científico (es decir, en la medida en que dialoga permanentemente con la cambiante realidad), no necesita remitirse a sus textos fundacionales, que, precisamente en esa medida, ya han sido incorporados al discurso y a la praxis de la izquierda genuina (es decir, del genuino anticapitalismo). Es más, buscar la respuesta en El Capital cuando surge una duda (a no ser que la duda sea sobre El Capital mismo) es tan ocioso como consultar los Principia para evaluar la teoría de supercuerdas. Como dijo el gran escritor de ciencia ficción James Blish, Einstein se tragó vivo a Newton; y, análogamente, nosotros tenemos que tragarnos vivo a Marx, no consultarlo como a un oráculo.

He de admitir, sin embargo, que hay poderosas razones circunstanciales para propugnar la lectura de El Capital, como las hubo en su día para incitar a leer los libros de Galileo y de Darwin (el de Newton fue aceptado sin reservas desde el principio), y esas razones tienen que ver con el empeño de los poderes establecidos y sus intelectuales a sueldo en desprestigiar al marxismo.

Es interesante, ahora que ya podemos hacerlo, contemplar con cierta perspectiva histórica la distinta suerte corrida por los tres pilares de la nueva visión del mundo surgida en la segunda mitad del siglo XIX: el evolucionismo, el marxismo y el psicoanálisis. Tras una oposición feroz por parte de la Iglesia y de los sectores más conservadores de la burguesía, el evolucionismo acabó imponiéndose de forma incuestionable, y hoy solo algunos fundamentalistas obtusos se atreven a impugnarlo. Por el contrario, el psicoanálisis gozó de un gran prestigio intelectual durante varias décadas, para acabar siendo desestimado por quienes estudian el funcionamiento de la mente humana de forma más acorde con los principios de la ciencia.

En cuanto al marxismo, desde el primer momento conoció a la vez el prestigio intelectual, la aceptación multitudinaria y la impugnación más feroz. Pero en los años sesenta (sobre todo a partir de Mayo del 68) se puso en marcha una nueva y bien orquestada ofensiva antimarxista que podríamos llamar “filosófica”, si no fuera por temor a ofender a la filosofía. Posmodernos, relativistas culturales y “nuevos filósofos” arremetieron contra la supuesta pretensión marxista de explicar la compleja realidad socioeconómica en función de unas cuantas variables elementales, y algunos prestigiosos intelectuales sospechosamente tolerantes con el psicoanálisis (sobre todo en su vertiente lacaniana) tacharon al marxismo de seudociencia, cuando no de seudorreligión.

En estos momentos críticos en los que las herramientas teóricas son tan necesarias como la lucha organizada, es imprescindible contrarrestar la campaña de desprestigio del marxismo -que sigue siendo nuestra mejor herramienta- orquestada desde el poder. Y, para ello, hemos de tener muy en cuenta que cada vez que los propios marxistas incurrimos en el fetichismo de los clásicos, el culto a la personalidad o la sentenciosidad doctrinaria, les damos argumentos a nuestros detractores.