6/1/14

La Crítica de Marx al concepto de Igualdad | Apuntes sobre las Glosas Marginales al Programa de Gotha

Karl Marx ✆ Koichiro Suzuki
Ariel Mayo  |  El mundo está dominado por los estereotipos y los clichés. Los estereotipos consisten en atribuir un conjunto de características a un grupo social determinado; los clichés, por su parte, son afirmaciones consideradas como propias de un estereotipo determinado. El mecanismo de construcción de los estereotipos es sencillo. Se asocia a una persona o a un grupo una determinada característica y/o comportamiento, y a partir de allí el matrimonio entre comportamiento y  personaje es hasta que la muerte los separa. Hace ya mucho tiempo que la teoría sociológica demostró que el proceso de generación de estereotipos no es aleatorio, sino que obedece a causas sociales, derivadas de la distribución del poder en la sociedad. No obstante, el dominio al que hice referencia al comienzo de este párrafo se mantiene incólume.

Desde el punto de vista del conocimiento de lo social, los estereotipos ahorran el trabajo de informarse y pensar. Constituyen una de las manifestaciones más concretas del poder de la ideología. Como en la sociedad existen diversas ideologías, y puesto que estas ideologías se encuentran entre sí en una relación de desigualdad, los estereotipos nos ofrecen una ilustración de los rasgos centrales de la ideología dominante. En otras palabras, los estereotipos más difundidos expresan la visión del mundo de la clase dominante o
la forma en que las clases subordinadas decodifican dicha visión.

En este ensayo no me propongo formular una teoría de los estereotipos. El objetivo es mucho más limitado. Consiste en ilustrar, mediante un ejemplo, la función de los clichés. Para ello me remitiré al tratamiento de la noción de igualdad en la obra de Marx, Crítica del Programa de Gotha. (1).

El cliché sostiene que Marx (y por extensión todo militante socialista) era un fanático de la igualdad. Por ende, su propuesta política gira en torno a la igualación de los seres humanos, hasta llegar a convertirlos en una especie de copias idénticas desprovistas de iniciativa propia. La diversidad y la diferencia de opiniones, preferencias y gustos serían, siempre según el Marx cliché, manifestaciones del pensamiento burgués, impropias del proletariado. De este modo, el marxismo queda reducido a una teoría tosca, que atenta contra la libertad.

La concepción de Marx en lo referente a la cuestión de la igualdad se encuentra en las antípodas de lo que dice el cliché. En la Crítica, para horror de los amantes de los lugares comunes, aparece defendiendo el derecho desigual frente a la noción de igualdad. Veamos el argumento completo.

El proyecto de programa criticado por Marx sostenía lo siguiente:
“1. El trabajo es la fuente de toda riqueza y de toda cultura, y comoel trabajo útil sólo es posible dentro de la sociedad y a través de ella, todos los miembros de la sociedad tienen igual derecho a percibir el fruto íntegro del trabajo.” (p. 329).
“3. La emancipación del trabajo exige que los medios de trabajo se eleven a patrimonio común de la sociedad y que todo el trabajo sea regulado colectivamente, con un reparto equitativo del fruto del trabajo.” (p. 331).
Marx somete estos dos puntos a una discusión minuciosa. En primer término, pone en cuestión el significado de la noción de “equidad”.

 “¿Qué es «reparto equitativo»?

¿No afirman los burgueses que el reparto actual es «equitativo»? ¿Y no es éste, en efecto, el único reparto «equitativo» que cabe, sobre la base del modo actual de producción? ¿Acaso las relaciones económicas son reguladas por los conceptos jurídicos de las relaciones económicas? ¿No se forjan también los sectarios socialistas las más variadas ideas acerca del reparto «equitativo»?” (p. 332).

La noción jurídica de igualdad aparece subordinada a las relaciones de producción. La igualdad jurídica se da, por tanto, en el marco de determinadas condiciones económicas, que establecen los límites de esa igualdad. Pretender instalar la igualdad social a partir del derecho, sin tomar en consideración dichas condiciones, equivale a construir castillos en la arena. (2).

Los progresistas se caracterizan por criticar las injusticias sociales, tales como la pobreza, el hambre, la creciente destrucción de la naturaleza, etc. Su indignación es sincera y muchas veces conduce a la acción militante. Sin embargo, consideran que estas injusticias son producto del egoísmo de las personas y no de la organización social capitalista. El capitalismo debe ser perfeccionado para evitar o mitigar las consecuencias del egoísmo. Por supuesto, existen numerosas variantes del progresismo, algunas más radicales que otras, pero todas tienen en común la convicción de que es imposible un sistema social alternativo al capitalismo. Para la temática abordada en este trabajo resulta especialmente interesante un grupo de progresistas, quienes piensan que el problema de la sociedad está en las leyes. Por ello, atacan la igualdad jurídica existente en el capitalismo con el argumento de que es formal y no real. Para volver concreta a la igualdad, abogan por la sanción de leyes que promuevan la reducción de la desigualdad material, en el convencimiento de que por este camino puede llegarse a una sociedad en la que rijan a la vez la economía mercantil y la igualdad en las posibilidades. En este punto corresponde retomar el análisis de Marx.

Al criticar de este modo al derecho burgués, los progresistas pasan por alto que dicha igualdad se corresponde con las relaciones económicas capitalistas; decretar la igualdad, o pretender avanzar hacia la igualdad con medidas jurídicas que mantienen intocado el régimen de producción capitalista, lleva a una acumulación de contradicciones. Tomemos, por ejemplo, el caso de la emancipación de la mujer. La legislación actual asegura la plena igualdad entre los hombres y las mujeres..., en la medida en que son propietarios. Si una mujer es obrera, sirvienta, jornalera, difícilmente tenga las mismas oportunidades que las mujeres de la alta burguesía o las profesionales. Una hija de obreros asiste, por regla general a peores colegios que una hija de profesionales, acumula menos relaciones (o, como diría Bourdieu, menos capital simbólico), se ve obligada a entrar al mercado laboral a una edad más temprana que las chicas de clase media. Todo ello en medio de la plena vigencia de la igualdad jurídica.  Para gozar plenamente de los derechos es preciso tener dinero, el equivalente universal que puede ser cambiado por cualquier mercancía. Pero aún teniendo dinero, la emancipación de una persona se realiza a costa del cercenamiento de la libertad de otras. Por ejemplo, .una mujer profesional o empresaria puede gozar plenamente de los derechos que le garantiza el derecho burgués; sin embargo, para poder concretar plenamente su emancipación es preciso que alguien haga por ella las tareas del hogar (por más progresista que es el mundo actual, los quehaceres hogareños siguen a cargo, fundamentalmente, de las mujeres). Esa tarea queda a cargo de otra mujer, contratada muchas veces en condiciones de precariedad; dicha mujer, luego de limpiar, cocinar y planchar en la casa de la mujer emancipada, debe ir a realizar las mismas tareas a su hogar. ¡Bonita emancipación, que requiere del sobretrabajo de otras personas!

El derecho no construye a piacere las relaciones sociales; por el contrario, expresa el carácter contradictorio y complejo de dichas relaciones. El derecho es el resultado de la lucha entre las clases y grupos sociales, no el producto de la reflexión de los juristas y/o los legisladores.

“Para saber lo que aquí hay que entender por la frase de «reparto equitativo», tenemos que cotejar este párrafo con el primero. El párrafo que glosamos supone una sociedad en la cual los «medios de trabajo son patrimonio común y todo el trabajo se regula colectivamente», mientras que en el párrafo primero vemos que «todos los miembros de la sociedad tienen igual derecho a percibir el fruto íntegro del trabajo».

¿«Todos los miembros de la sociedad»? ¿También los que no trabajan? ¿Dónde se queda, entonces, el «fruto íntegro del trabajo»? ¿O sólo los miembros de la sociedad que trabajan? ¿Dónde dejamos, entonces, el «derecho igual» de todos los miembros de la sociedad?

Sin embargo, lo de «todos los miembros de la sociedad» y el «derecho igual» no son, manifiestamente, más que frases. Lo esencial del asunto está en que, en esta sociedad comunista, todo obrero debe obtener el «fruto íntegro del trabajo» lassalleano.” (p. 332).

Transcribí los pasajes anteriores para que el lector pueda juzgar en detalle la forma en que Marx se burlaba de los lugares comunes de la izquierda progresista de su época y a la liviandad con que ésta planteaba sus consignas. La referencia de Marx “a los que no trabajan” sirve para hacer notas las inconsistencias del “derecho igual”.  Su afirmación de que las consignas planteadas en el proyecto no son más que “frases” debe interpretarse como una crítica general a estos progresistas, quienes formulaban sus reivindicaciones sin analizar previamente las condiciones de la producción capitalista.

A continuación, Marx pone la formulación abstracta del programa en la tierra de los hechos económicos. El “fruto del trabajo” es el producto social global. Antes de poder realizar el reparto del mismo, es preciso deducir de producto lo siguiente: 1) una parte para reponer los medios de producción consumidos; 2) una porción destinada a inversión, es decir, a ampliar la producción (imprescindible tanto para satisfacer las necesidades del crecimiento de la población como para dotar de más bienes a la población existente); 3) un fondo de reserva para compensar el efecto de accidentes, catástrofes, etc.

Luego de las deducciones mencionadas, lo que resta del producto constituye la parte destinada a servir de medios de consumo. Sin embargo, todavía no es posible iniciar el reparto individual, pues de dicha parte hay que deducir: 1) los gastos generales de administración; 2) la parte destinada a la satisfacción colectiva de las necesidades (por ejemplo: escuelas, hospitales, etc.); 3) los fondos para las personas no capacitadas para el trabajo.

Sólo a partir de aquí se puede efectuar la distribución del producto “parcial” (ya hemos visto que no puede tratarse del producto “íntegro” del trabajo) entre los productores individuales. Marx demuestra a continuación, tomando el caso de una sociedad recién salida del capitalismo (a ella se refiere el punto 3 del proyecto de programa citado más arriba), que el derecho igual preconizado por los socialistas alemanes se transforma en su contrario. Veamos el argumento en toda su extensión.
“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede. Congruentemente con esto, en ella el productor individual obtiene de la sociedad – después de hechas las obligadas deducciones – exactamente lo que le ha dado. Lo que el productor ha dado a la sociedad es su cuota individual de trabajo. Así, por ejemplo, la jornada social de trabajo se compone de la suma de las horas de trabajo individual; el tiempo individual de trabajo de cada productor por separado es la parte de la jornada social de trabajo que él aporta en su participación en ella. La sociedad le entrega un bono consignando que ha rendido tal o cual cantidad de trabajo (después de descontar lo que ha trabajado para el fondo común), y con este bono saca de los depósitos sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que ha rendido. La misma cuota de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la recibe de ésta bajo otra forma distinta.
Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el intercambio de mercancías, por cuanto éste es el intercambio de equivalentes. Han variado la forma y el contenido, porque bajo las nuevas condiciones nadie puede dar sino su trabajo, y porque, por otra parte, ahora nada puede pasar a ser propiedad del individuo, fuera de los medios individuales de consumo. Pero, en lo que se refiere a la distribución de éstos entre los distintos productores, rige el mismo principio que en el intercambio de mercancías equivalentes: se cambia una cantidad de trabajo, bajo una forma, por otra cantidad igual de trabajo, bajo otra forma distinta.” (p. 333-334).
Una breve interrupción en el argumento de Marx. El lector atento habrá notado que Marx refuta al pasar otro de los clichés que los críticos le atribuyen al pensamiento socialista. Éstos sostienen que el socialismo se propone abolir toda propiedad (o la propiedad en general). Marx repite algo que aparece en todos sus textos: el socialismo consiste en la propiedad colectiva de los medios de producción, pero debe mantener la propiedad privada de los medios individuales de consumo. Más allá de las afirmaciones de los críticos malintencionados, en ningún momento Marx propuso la abolición de la propiedad privada de los calzoncillos o de los ejemplares de la Biblia.

A continuación, Marx plantea la cuestión en términos del derecho:
“Por eso, el derecho igual sigue siendo aquí, en principio, el derecho burgués, aunque ahora el principio y la práctica ya no se tiran de los pelos, mientras que en el régimen de intercambio de mercancías no se da más que como término medio, y no en los casos individuales.
A pesar de este progreso este derecho igual sigue llevando implícita una limitación burguesa. El derecho de los productores esproporcional al trabajo que han rendido; la igualdad, aquí, consiste en que se mide por el mismo rasero: por el trabajo.” (p. 334).
Interrumpo otra vez la argumentación de Marx para enfatizar la relación que éste establece entre el derecho igual y el derecho burgués, a partir de la constatación de que el derecho igual se manifiesta, ante todo, en el intercambio de las mercancías. Simplificando con fines didácticos la cuestión, en el mercado se intercambian las mercancías por su precio, medido en el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción.
“Pero unos individuos son superiores física o intelectualmente a otros y rinden, pues, en el mismo tiempo, más trabajo, o pueden trabajar más tiempo; y el trabajo, para servir de medida, tiene que determinarse en cuanto a duración o intensidad; de otro modo, deja de ser una medida. Este derecho igual es un derecho desigual para trabajo desigual. No reconoce ninguna distinción de clase, porque aquí cada individuo no es más que un obrero como los demás; pero reconoce, tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales aptitudes de los individuos, y, por consiguiente, la desigual capacidad de rendimiento. En el fondo, es, por tanto, como todo derecho, el derecho de la desigualdad. El derecho sólo puede consistir, por naturaleza, en la aplicación de una medida igual; pero los individuos desiguales (y no serían distintos individuos si no fuesen desiguales) sólo pueden medirse por la misma medida siempre y cuando que se les mire solamente en un aspecto determinado; por ejemplo, en el caso concreto, sólo en cuanto obrero, y no se vea en ellos ninguna otra cosa, es decir, se prescinda de todo lo demás. Prosigamos: unos obreros están casados y otros no; unos tienen más hijos que otros, etc., etc. A igual rendimiento y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, unos obtienen de hecho más que otros, unos son más ricos que otros, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual.” (p. 334-335; el resaltado es mío).
Marx parte del reconocimiento de que los seres humanos somos desiguales. Esto significa que tenemos distintas habilidades, preferencias, gustos. El derecho burgués, en la medida en que está dirigido a plasmar la igualdad, sólo puede igualar en la medida en que toma un aspecto unilateral de la personalidad de los individuos; la igualación se logra, pues, mediante una operación de negación de la diversidad existente entre los individuos. De modo que colocar el “derecho igual” como el eje de las reivindicaciones del socialismo implica adoptar el punto de vista de la burguesía, que construye una igualdad formal (unilateral), pasando por encima de la multiplicidad de facetas de la individualidad de la persona. Como puede observarse, el pensamiento de Marx se encuentra, en esta cuestión, a años luz de las toscas exposiciones que formulan algunos de sus críticos.

Marx tenía en mente una forma de organización social capaz de garantizar el desarrollo pleno del individuo. En su crítica de la economía política planteó que la división del trabajo capitalista conduce a una personalidad unilateral, empobrecida, despojada de la posibilidad misma de seguir distintos caminos de expansión de sus capacidades. En ningún momento hizo un reclamo de originalidad en esta cuestión, pues autores como Adam Smith también habían alertado sobre los peligros de la división del trabajo para la personalidad del individuo. Pero Marx fue más allá de la advertencia. Sostuvo que la unilateralidad generada por la división del trabajo no es una maldición divina ni un efecto colateral e inevitable del progreso (al estilo de la consideración de la burocracia en la obra de Max Weber). Es el resultado de determinadas relaciones de producción, históricas y, por tanto, transitorias.
“En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades!” (p. 335).
El comunismo para Marx debía ser la forma de organización social capaz de asegurar el desarrollo pleno de la individualidad, donde cada persona podría dar riendo suelta a sus preferencias y habilidades sin tener que pagar el precio de la miseria y/o la persecución. En vez de aplastar la individualidad, el comunismo marxista busca potenciar al máximo dicha individualidad. A diferencia del pensamiento liberal, Marx considera que esa potenciación de la persona sólo es posible en un marco colectivo, es decir, requiere para su plena realización que en el individuo se encuentre plenamente integrado en la comunidad, que vea en ella una parte indisoluble de su persona.

Notas

(1) En este ensayo utilicé la siguiente traducción española: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1981). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 325-353). La obra está constituida por una serie de manuscritos y cartas en los que Marx y Engels discuten con la dirección del Partido Socialdemócrata Alemán. Los socialistas alemanes estaban divididos en dos corrientes: una de ellas, liderada por August Bebel (1840-1913) y Wilhelm Liebknecht (1826-1900), se encontraba cercana a los planteos de Marx; la otra reunía a los seguidores de Ferdinand Lassalle (1825-1864). Lassalle, además de ser un personaje pintoresco, abogaba por la colaboración entre el movimiento obrero y el Estado prusiano para obtener mejoras en la condición de los trabajadores. Lassalle y sus seguidores (Lassalle murió muy joven en un duelo) preferían negociar con el Estado y conseguir concesiones antes que desarrollar un movimiento obrero políticamente autónomo. Hay que decir, para complicar un poco las cosas,  que Lassalle cumplió un papel significativo en el desarrollo del movimiento obrero alemán luego de la derrota de 1848-1849. En 1875 ambos grupos del socialismo alemán, marxistas y lassalleanos, emprendieron negociaciones tendientes a la unificación. En este marco, los marxistas elaboraron un proyecto de programa para el partido unificado; en el documento estaban contempladas muchas de las posiciones de los lassalleanos. Marx, quien no participó ni de las negociaciones ni de la redacción del proyecto, se indignó ante lo que consideró una claudicación inconcebible e inútil frente a los lassalleanos.
(2) En la Crítica, Marx formula la siguiente observación sobre el derecho: “El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado.” (p. 335).