9/1/14

El comunismo ‘a la tica’ y la primera ola de la revolución centroamericana

Augusto César Sandino
✆ Hervin Antonio Lacayo
Roberto Herrera Zúñiga  |  Este artículo analiza el surgimiento de la ideología/estrategia comunismo “a la tica” en el contexto de la situación revolucionaria centroamericana de los años treintas, compara el significado político del comunismo “a la tica”, el sandinismo de primera época y el levantamiento campesino salvadoreño.

1. ¿Cuál relación se establece entre el comunismo “a la tica” y Centroamérica?

Queremos analizar una serie de problemas sobre la interpretación histórica y política de los comunistas “a la tica” a saber: ¿Qué papel juega Centroamérica en su análisis? ¿Hay alguna relación entre la experiencia de la lucha sandinista entre 1928-1935, el levantamiento salvadoreño de 1932 y el surgimiento del comunismo costarricense? ¿Hay alguna relación entre el aplastamiento de las dos primeras alternativas y la des-radicalización y criollización de los comunistas costarricenses?

Es importante señalar primero un problema de método, que creemos de la mayor importancia. Nuestro criterio metodológico para ingresar a cualquier análisis de los fenómenos sociales en el área es que: “Centroamérica constituye una realidad
cualitativamente distinta al resto de América Latina. Por razones de unidad y extensión geográfica, tradición histórica común que arranca de la colonia unida, cultural e idiomática, forma una sola nacionalidad dividida en seis estados distintos, donde la tendencia a la conformación de una sola nacionalidad es fuerte y evidente.” (Moreno, 2003, 33). Evidentemente esta realidad es contradictoria y desigualmente desarrollada, pero creemos que es indudable que estamos en presencia de una totalidad concreta (1). Podríamos decir que mientras que El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua tienden a marcar en Centroamérica las tendencias hacia la unidad, hacia la combinación y homologación del proceso social, Costa Rica tiende a representar el polo desigual del desarrollo, pero que en todo caso sería el elemento desigual en el marco de un desarrollo de conjunto que se despliega y concreta justamente a través de estas múltiples y desiguales determinaciones.

Este criterio, por cierto no es novedoso en la tradición del pensamiento comunista centroamericano, este era el mismo que poseía el comunismo salvadoreño en sus orígenes, por ejemplo para uno de los pioneros del comunismo salvadoreño, Miguel Mármol (2): “nuestra tradición centroamericanista es un hecho y aunque la burguesía y los gringos siempre han atizado la división, la verdad es que somos una sola nación, partida en cinco pedazos” (Dalton, 2000, 422).

Nada más falso entonces que interpretar la realidad de los fenómenos sociales surgidos en alguno de los seis países, o en el conjunto del área, sumando definiciones locales (3): “El método adecuado es el contrario: se debe formular una caracterización de conjunto sobre la situación en Centroamérica, y partir de esa definición para señalar las diferencias de país a país. (Moreno, 2003, 35).

Este vacío metodológico es por cierto un defecto común en las obras de los analistas afines a la tradición intelectual del comunismo “a la tica” (Botey, 1984; Contreras,2006; Cerdas Cruz,1986; De la Cruz, 1980; Merino, 2006). En todos estos autores, el análisis económico-social, las tareas y procesos internos de la revolución centroamericana aparecen explicitados como subcapítulos de la historia del comunismo costarricense.

Para ser más preciso, en esta tradición intelectual la revolución centroamericana siempre aparece como un elemento exterior y de segundo orden al desenvolvimiento del comunismo criollo. Centroamérica siempre aparece como influencia extranjera o comosolidaridad hacia el exterior, nunca como un movimiento interno, propio, que pueda iluminar desde adentro el desenvolvimiento de los comunistas costarricenses. En los análisis de los comunistas “a la tica”, Costa Rica no parece ser parte de Centroamérica.

Por ejemplo, en las explicaciones que dan Cerdas Cruz (1986) y Merino (2006) sobre la política que desarrollo el Partido Comunista de Costa Rica en los años treinta y cuarentas, siempre terminan necesitando del recurso al exotismo y a la excepcionalidad costarricense. Para Cerdas Cruz la política del comunismo “a la tica” fue la que más se ajustó “a la situación política y social del país” (1986,352) y para Merino fue que la que le otorgó una “singularidad” (1996,42) en la región, y lo consolidó como una alternativa efectiva frente a otras estrategias desplegadas en Centroamérica, concretamente las desarrolladas por el Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional en Nicaragua y por el Partido Comunista de el Salvador. Es evidente que el recurso al exotismo también refuerza el principio de caudillismo y de culto a la personalidad; fue Manuel Mora (en tanto que individuo excepcional) que teniendo una profunda capacidad de entender la psicología de su pueblo, pudo elaborar una política excepcional para un país excepcional (Merino, 2009; Solís, 1985).

El enfoque de los comunistas “a la tica” parece tener justificación en la medida que las alternativas populares centroamericanas de los años 30’s (PC`s y EDSN) fueron masacradas y liquidadas por la fuerza y las democracias liberal-oligárquicas limitadas fueron sustituidas por gobiernos autoritarios y dictatoriales. Pero en todo caso este hecho político no soluciona la pregunta que nosotros estimamos como clave para entender el proceso histórico-social que sucedió en los años 30’s en Centroamérica: ¿Por qué fueron derrotadas en toda el área, las fuerzas populares durante el ciclo de rebelión instaurado en 1928-1932?

En los hechos, un poco más tarde que en los años 30’s, cuando fue liquidado el EDSN y el PCS, el PC CR también fue liquidado como fuerza política. Si algo es indudable de la guerra de 1948 fue que los comunistas y las organizaciones sindicales filo comunistas quienes tuvieron que vivir el rigor de la derrota y nunca pudieron recuperar la influencia política de los años 40’s. Es decir, algo está perdido en el análisis de los comunistas costarricenses. Sus enfoques empobrecen la comprensión de las raíces históricas sociales del comunismo costarricense y también oscurecen su especificidad entre las respuestas políticas que los sectores obreros y populares centroamericanos dieron a una crisis política y social que los afectaba de conjunto.

Creemos que hay tres elementos que pueden unificar el análisis de los fenómenos centroamericanos de este periodo: 1) Los dos mundos sociales surgidos al calor de las dos principales actividades productivas del capitalismo centroamericano: la producción cafetalera y el enclave bananero, 2) El impacto y las características de la crisis económica de 1929 y 3) La política del imperialismo norteamericano hacia la región. El cuarto elemento que interviene en este cuadro aportando el elemento desigual fueron las respuestas políticas de los sectores populares a estos tres elementos.

2. ¿Cómo era el capitalismo centroamericano de esta época? (4)
2.1. El capitalismo cafetalero
Es conocido que las características de la expansión cafetalera fueron fundamentales para delinear las formas de acumulación, las formas de dominio y los estilos políticos de las clases dominantes centroamericanas. Asimismo comprender el despliegue del capitalismo cafetalero nos da pistas para comprender el perfil y la agonalidad de las clases subalternas, sobretodo de los campesinos y los peones agrarios. Así por ejemplo en Nicaragua: “el desarrollo del cultivo del café se produce en un contexto [marcado] por la gran hacienda ganadera de corte colonial, y de las pequeñas parcelas de subsistencia que constituyen su complemento. El café entonces no origina un reordenamiento sustancial de las actividades agrícolas y tendrá menos peso en la economía nacional” (Cardoso y Pérez, 1977, 220) que en el resto de Centroamérica.

El peonaje y las distintas formas precarias de tenencia de la tierra, son las formas fundamentales que se mantienen en el marco de las relaciones latifundio-minifundio. Estas formas son el fundamento de la agitada vida política nicaragüense (Junto con dos elementos claves: los intereses norteamericanos y la posición estratégica de Nicaragua como posible paso entre los dos océanos). Diferente es la situación en Costa Rica, El Salvador y Guatemala, donde el inicio del capitalismo agrario cafetalero sí generó una reconfiguración interna de la tenencia de la tierra y construyó unas determinadas formas de dominio que fueron fundamentales en la constitución específica de los distintos comunismos centroamericanos, sobre todo en dos de sus versiones más peculiares: la salvadoreña y la “tica”.

Según Cardoso y Pérez en: “Costa Rica y El Salvador [el desarrollo de la producción cafetalera causó] la eliminación total del sistema de ejidos y tierras comunales, pero en el primer país tales tierras estaban muy lejos de tener la misma importancia que en el segundo. En Guatemala, la extensión de las formas comunales de tendencia fundiaria no fue sino solo parcial y limitada a ciertas áreas” (220)

Y es que por lo menos en Costa Rica, el desarrollo del capitalismo agrario cafetalero tuvo como eje: “1. La apropiación de terrenos baldíos; 2. la compra-venta de tierras apropiadas anteriormente, 3. la disolución de formas comunales de propiedad.” (210).“la gran facilidad para obtener [tierras públicas] condujo con frecuencia a su ocupación con fines especulativos, sin que se cumpliera con la obligación de cultivarlos efectivamente” (211) lo cual evidentemente facilitó el desarrollo de grandes hacendados. En todo caso es importante señalar que en Costa Rica, a diferencia de por ejemplo en Guatemala: “la verdadera formación de la propiedad territorial (…) ocurrió después de la separación de España” (211).

Según Cardoso y Brignoli en las zonas cafetaleras del Valle Central de Costa Rica la característica más notable fue la existencia de una: “multitud de pequeñas fincas y la ausencia de propiedades realmente grandes” (216), aunque este hecho no puede esconder que: “la mayor parte de los trabajadores agrícolas, aunque a la vez eran propietarios, no escaparon de volverse dependientes de los cafetaleros más importantes, debido al monopolio que ejercían estos últimos sobre el beneficio del producto, la comercialización y el crédito” (226). (5)

Una forma distinta tuvo el capitalismo agrario salvadoreño, pues la reconfiguración en la tenencia de la tierra que produjo la expansión cafetalera en El Salvador, a la larga, será fundamental para comprender la insurrección salvadoreña de 1932 y las tradiciones revolucionarias del comunismo centroamericano de las que el Partido Comunista de El Salvador y su dirigente más influyente Farabundo Martí serán unos de los exponentes más destacados. “En El Salvador, y especialmente en su meseta volcánica central- la zona más poblada del país y la más propicia para el café (…) en lo atinente a la tenencia de la tierra [la característica fundamental fue] la extinción total de ejidos y comunidades” (219).
“La abolición de los ejidos y tierras comunales fue acompañada de una serie de leyes que trataban de controlar a los campesinos, expulsándolos de tierras ocupadas sin título de propiedad y forzándolos a cumplir con sus trabajos en las fincas que los emplean. Sin embargo, al contrario de lo que pasaba en Guatemala. El Estado no reglamentaba el trabajo, ni trataba de establecer sistemas de reclutamiento forzoso de jornaleros, sino que se limitaba a reprimir-duramente- el no cumplimiento de las obligaciones laborales contraídas por los campesinos o los intentos de rebelión” (231).
La forma bastante clásica de expropiación de los pequeños propietarios y de los pueblos originarios que produjo el capitalismo agrario salvadoreño, que a la vez se combinaba con una organización política y estatal, que pese a los intentos de reforma liberal poco había cambiado en su funcionamiento patrimonial, clientelar y oligárquico, generó una combinación especial que marcó la lucha de clases salvadoreña de las primeras décadas del siglo XX.

Una de esas características es que la lucha de clases salvadoreña fue muy directa, abierta y clásica, en cuanto a los métodos de lucha por parte de las clases subalternas, y muy cruenta y sanguinaria por parte de la oligarquía. Por otra parte, en Guatemala, el capitalismo cafetalero reconfiguró las estructuras económicas y sociales en muchos casos reforzando desigualdades y opresiones heredadas del capitalismo colonial (6). Los ejes de la expansión cafetalera fueron: “1 La nacionalización de las propiedades eclesiásticas; 2. La abolición del censo eufemístico; 3. La política de venta y de distribución del baldíos” (216). Como el grueso de la mano de obra eran trabajadores originarios sometidos a sistemas coloniales de prestación de trabajo fue frecuente la queja de los oligarcas cafetaleros por la falta de mano de obra, máxime que a diferencia de El Salvador, la expansión cafetalera no coincidía con las zonas de mayor densidad poblacional originaria.

Desde finales del siglo XIX, el ejecutivo guatemalteco había girado instrucciones a los jefes políticos locales señalando que ellos “deberían proporcionar a los finqueros que lo pidieran, el número de mozos que necesitaran, hasta una máximo de cien, sacados de las comunidades indígenas de su jurisdicción, garantizando su relevo por otros trabajadores en intervalos regulares” (226).

“Los mandamientos, de corte colonial, o sea la facultad de extraer por la fuerza de las comunidades a ciertas cantidades de trabajadores temporales; y las habilitaciones, es decir, anticipos en dinero para obligar a los indígenas aun trabajo posterior”(228) fueron las formas fundamentales que tuvieron las relaciones de producción en Guatemala, hasta la revolución de 1944. Sin duda, por estas razones, es en Guatemala donde el proyecto liberal fracasa de manera más estrepitosa y la lucha de clases siempre tuvo un importante componente originario en la lucha por la tierra.
2.2) El enclave bananero
La economía de enclave que existió en las grandes plantaciones agrícolas en la zona Atlántica de Centroamérica tiene una serie de características: 1) “la propiedad de la empresa recae generalmente en una gran corporación internacional”. 2) “el alto grado de integración vertical de las actividades, es decir, el control por la misma empresa de todas las fases del proceso de producción y comercialización”. 3) “las tareas de dirección y supervisión están a cargo de personal altamente especializado, mientras que los trabajos corrientes emplean una gran cantidad de mano de obra asalariada, con un grado bajo de especialización.” (275)

Sin embargo la consolidación de la economía de enclave no tiene que ver solo con esta estructura interna de su dinámica productiva, sino que, y esto sería lo más importante, es tal vez una de las formas más agudamente contrastantes del desarrollo desequilibrado que toma el capitalismo semicolonial, pues la consolidación de las compañías bananeras se realizó a través de un complejo proceso en el que intervienen: “las concesiones de tierras por el Estado, la construcción de ferrocarriles y puertos, la introducción de tecnologías y capitales extranjeros, la habilidad y visión de algunos empresarios, los conflictos y fusiones entre las propias compañías bananeras, la usurpación de tierras y bienes de muchos agricultores independientes y aun los conflictos fronterizos con las naciones vecinas” (278).

Es importante señalar que las economías de enclave generaron un numeroso proletariado agrícola cuyos: “salarios pagados por la compañía fueron generalmente más altos que en el resto del país, pero existieron varios mecanismos de pago que perjudicaban a los trabajadores: así por ejemplo en Honduras fueron usuales los bonos o los cupones que sólo podían cambiarse en los comisariatos de las mismas compañías; el pago en dólares con pérdidas para el trabajador al efectuarse la transferencia en moneda nacional a una tasa menor que la usual; la regularidad del pago, que los trabajadores preferían semanal, y que las compañías efectuaban cada 15 días e incluso 40 días” (282).

Las específicas relaciones de producción en los enclaves marcaron con claridad su impronta en la lucha de clases centroamericana, no solo en los años 20 y 30, sino hasta ya casi finalizar el siglo XX, cuando se da un cambio significativo en el modelo de acumulación capitalista centroamericana, marcado profundamente por el fracaso del proyecto cepalino de modernización capitalista y la entrada de las formas del capitalismo tardío. La impronta de estas relaciones quedó plasmada en las obras y el pensamiento político de los distintos Partidos Comunistas. Aun así fue sobretodo en la literatura, donde las condiciones subhumanas de explotación de los trabajadores de las bananeras encontraron su expresión más universal (Fallas, 1984; Amaya, 2006).

3) ¿Cuáles eran entonces los rasgos fundamentales del capitalismo y de la lucha de clases en Centroamérica?

La región centroamericana fue incorporada al capitalismo colonial de forma dependiente, como productora de materias primas, esta incorporación dependiente del capitalismo centroamericano reconfiguro a todas las clases y estamentos sociales y la relación de estas con el Estado, combinando formas capitalistas de explotación y formas previas de sujeción y dominio.

Las formas y sujeción de dominio imperialista colocaban como contradicción fundamental el conflicto entre nación oprimida y el centro imperial Este conflicto tuvo dos manifestaciones fundamentales: una de tipo estructural (la economía de enclave) y otra como manifestación fenoménica (la intervención militar estadounidense).

Pese a que el desarrollo del capitalismo agrario tendía a esconder (a los ojos de las clases subalternas) su carácter dependiente y a que este se manifestaba fundamentalmente a través del intercambio desigual en el mercado mundial (hecho que se volverá fundamental y evidente a los ojos de las clases subalternas durante la crisis de 1929), este capitalismo generó también una reconfiguración de todas las clases de la nación centroamericana, lo cual marcó la pauta y los estilos para la lucha anticapitalista en el interior de nuestras sociedades.

El capitalismo agrario cafetalero, en casos como el guatemalteco o en el occidente de El Salvador, sumó a su conflictividad específica los conflictos clasistas y estamentales heredados y no solucionados del capitalismo colonial. Esta combinación de necesidades postergadas contribuyó a la aparición de una serie de levantamientos originarios, que nutriéndose de las tradiciones y los imaginarios de otros levantamientos contra otras formas de opresión generaron un movimiento, el cual combinaba las viejas tradiciones de lucha originaria con los estilos organizativos de la clase trabajadora, dinámica contradictoria que no siempre supo ser pensada radicalmente.

4. ¿Cómo se organizó la balcanización de Centroamérica?

Hay una serie de elementos que debemos entender para diferenciar el unionismo latinoamericano del unionismo centroamericano. Mientras el proyecto bolivariano de constituir una sola nacionalidad latinoamericana estaba definitivamente derrotado a mediados de la década de 1820 la Federación Centroamericana no es desmembrada hasta 1838.

Pero este desmembramiento contra natura era permanentemente puesto en entredicho, sobre todo por sectores centroamericanistas de los ejércitos “nacionales” (7). Los múltiples intentos fallidos del unionismo militar centroamericano tenían razones sociales profundas para su fracaso: sólo una clase social dispuesta a tomar medidas radicales como la liberación jurídica y social de los pueblos originarios y los mestizos, la liquidación de las oligarquías post coloniales y sobre todo de la estructura latifundista del campo, a través de una reforma agraria radical y la instauración de una dictadura popular centralizada (jacobina) podía realizar el sueño morazánico.

La década del veinte es el momento cuando se concreta la balcanización definitiva del istmo centroamericano, y es el último intento de concretar una Federación Centroamericana. Arturo Taracena Arriola hace una descripción bastante gráfica en los límites esencialmente superestruturalizantes que iba a tener esta Federación, la cual se supone: “Sería representativa y popular, y en ella cada Estado debía de preservar su autonomía en independencia en asuntos internos. Se comprometían a garantizar el orden interno y a unificar los ejércitos bajo mando federal, de tal suerte que los estados miembros debían de reducir sus gastos militares, a fin de orientar recursos hacia los sectores productivos” (1993,242). Pese a ese intento bastante moderado de unidad nacional, fue muy evidente que: “Estados Unidos no quería dicho pacto y que usaba a Nicaragua para impedirlo. Asimismo alentaba la conflictividad de la cuestión de límites entre Panamá y Costa Rica” (242). Con el claro aliento imperialista al golpe de estado contra Herrera Luna en Guatemala, se puso fin a la Federación (8).

Después de la derrota del unionismo militar la bandera de la unidad centroamericana no volverá a ser levantada más que por los proyectos políticos populares. La idea de la necesidad de una unidad centroamericana de raigambre popular ha sido asumida de manera bastante pragmática, casi como una “intuición natural” de los sectores populares. Esta asimilación pragmática es acicateada por la evidente pequeñez de nuestros países y la rápida necesidad de solidaridad económica y política que tiene cualquier proyecto popular centroamericano que quiera hacerle frente al dispositivo imperial-oligárquico de dominio, pero esta necesidad política no ha venido acompañada de una reflexión teórica sistema

5. ¿Cómo fue organizada la política del imperialismo frente a la crisis de este periodo?

La opresión imperialista y la balcanización semicolonial iban acompañadas de un aumento en la agresividad de la política imperialista estadounidense hacia el área. El imperialismo yanqui tenía un claro y ambicioso programa político que necesitaba de un reforzamiento militar para llevarse adelante, ¿cuáles eran los ejes de este programa? 
a) la defensa de los intereses económicos estadounidenses en [Nicaragua].
b) la necesaria protección de la zona del Canal de Panamá.
c) la preservación de la estabilidad política en el istmo dictada por los Tratados de Washington de 1923; y 
d) poner un freno a la influencia de México en Centroamérica, que desde 1920 se venía acrecentando como parte de la política de institucionalización de la gesta revolucionaria de 1910” (247).
Además los años 1927-1932 no solo son los más crudos del conocido crack de la economía mundial, sino que Bulmer-Thomas señala: “El colapso de los precios [del café y el banano] la caída de la entrada neta de capital extranjero y la reducción del ingreso del fisco ejercieron una presión sin precedentes sobre el modelo exportador. Los disturbios temporales causados por la fluctuaciones del mercado mundial, al igual que en 1920-1921, eran un problema ya conocido para el estado de la oligarquía liberal y los instrumentos de política para hacer frente a la mayoría de las consecuencias ya habían sido forjados. No obstante, la crisis económica de 1929, fue tan fuerte que las respuestas tradicionales resultaron totalmente inadecuadas. La reacción política subsiguiente llevó al modelo oligárquico liberal al colapso en las cuatro repúblicas del norte y a una severa realineación en Costa Rica misma” (1993, 346).

Desde el punto de vista político el hecho más significativo del periodo es el fracaso del proyecto de relegitimación, modernización institucional y ensanchamiento de la base social del régimen liberal-oligárquico que intentaron llevar adelante distintos gobiernos del área (Araujo, González Flores, Paz Barahona).

Este fracaso empieza a producir efectos sociales y a renovar irritaciones populares acumuladas, que fueron claramente expresados, en sus formas específicas, por el Partido Comunista de El Salvador, el Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional y también a su manera por el Partido Comunista de Costa Rica.

Estos instrumentos políticos populares lograron articularse sobre la base del fracaso de este proceso de relegitimación democrática, logrando canalizar cada uno a su manera los reclamos e irritaciones populares ampliamente postergados en las sociedades costarricense, nicaragüense y salvadoreña.

6. ¿Cuál fue la respuesta del Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional a la crisis general centroamericana?

Entre los rasgos más universales de la experiencia sandinista se encuentra haber encontrado: “una base social para su programa y un programa para su base social” (…) “Sandino da un vuelco a su acción planteando el problema de la soberanía y la dignidad de Nicaragua y convocando a esta tarea a los sectores populares” (Acuña, 1993, 317).
“Los rasgos principales de su pensamiento político enfatizan la defensa de la soberanía, proyectada como una cuestión latinoamericana, y el carácter antioligárquico de su gesta militar, con base en una alianza de contenido popular que obligase nacionalmente a respetar los procesos electorales, a democratizar el poder y a abordar la cuestión agraria por medio de la ampliación de la frontera agrícola en Nicaragua” (Taracena, 1993, 242). Para ello “mezcló la reivindicación campesina, la revalorización de la identidad étnica y el rescate de la soberanía nacional” (Acuña, 1993, 315).
La lucha sandinista abarcó todo el país. Este hecho, no debe hacer olvidar que: “las condiciones específicas de un región tienen un significado enorme en el análisis de clase, ya que el desarrollo dependiente de la sociedad nicaragüense implicaba una marcada heterogenidad interna y fuertes desigualdades regionales” (Wünderich, 1988,14).

La región de Las Segovias sufrió el efecto de “modernización” que introdujo el capitalismo agrario bastante tardíamente, así como también, fueron tardíos los devastadores efectos sociales de este modo de producción. El capitalismo agrario se desarrolló “unos 30 años más tarde que en los centros del auge cafetalero” (óp, cit.22).

En esta región, además los pueblos originarios resistieron mejor y más tenazmente el trabajo forzado y semiesclavo en las minas coloniales. Ésta resistencia tomó la forma de huida masiva y cambio de identidad. Fue también tardía la resistencia de los campesinos y pueblos originarios a la explotación generada por la expansión de la producción cafetalera.

Cuando Sandino lanza su famoso ataque a la Mina de San Albino la otrora boyante industria minera de la zona había entrado en franca decadencia. En la mina “las condiciones de trabajo eran miserables y los salarios no se pagaban en efectivo sino con cupones, que eran aceptados únicamente en el comisariato de la compañía” (óp., cit., 17). Además esta decadencia de la producción seguramente dejó a: “gran parte de los mineros despedidos en una situación difícil e inestable. Es cierto que en tiempos anteriores, el carácter esporádico de la actividad minera había conducido a una coexistencia del trabajo asalariado con la economía tradicional de subsistencia. Sin embargo, con este último ciclo, la economía de enclave había alcanzado dimensiones nuevas” (óp., cit., 26).

Entonces se encuentra en la zona de asentamiento social del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, un acumulado de tensiones e irritaciones, que combinan una memoria social de la resistencia originaria al capitalismo colonial, la resistencia campesina y originaria al desplazamiento producto de la expansión de la frontera agrícola y junto a eso, un proletariado minero harapiento, sufriendo los efectos sociales de la contracción de la economía de enclave minera, todo esto en un marco de ocupación militar norteamericana, permitida y solicitada por la oligarquía conservadora y por sectores del liberalismo.

Justamente esta suma de contradicciones sociales y nacionales son las que permiten explicar el éxito militar de Sandino, que logró librar una Guerra de Todo el Pueblo contra el agresor imperialista y que por lo tanto, es obligado a generar una ideología nacional-popular, capaz de aglutinar este bloque de clases y capas subalternas .

Pero, si es irrefutable que estas características son los aportes imperecederos del sandinismo original, se necesita señalar que es imposible pensar la solución de una tarea histórico-social, sin tomar en cuenta también los sujetos sociales y los métodos políticos que estos se dan para llevar adelante las tareas planteadas. Es allí donde se deben ubicar los límites trágicos del pensamiento sandinista original.

7. ¿Cuáles fueron los límites del programa sandinista?

Lo primera debilidad evidente del sandinismo es una incomprensión del carácter dual de la opresión imperialista, como ocupación militar y como balcanización centroamericana. El EDSN es una de las primeras experiencias de un ejército popular multinacional, inclusive previo a la experiencia de las Brigadas Internacionales de la Guerra Civil Española). Dos de los diez comandantes sandinistas eran de otros países centroamericanos (José León Díaz, salvadoreño y José María Jirón Ruano, guatemalteco) y mucha de la “crema y nata” del activismo antiimperialista latinoamericano luchó o colaboró activamente por la causa del EDSN (Farabundo Martí, José de Paredes, Froylán Turcios, Rubén Ardilla Gómez, Esteban Pavlevich, etc.).

Pese a la clara impronta centroamericana del EDSN, Sandino no planteaba claramente la necesidad de una organización de lucha que rompiera las fronteras “nacionales” centroamericanas, sino que tendía a ver la temática de la ocupación militar sobre suelo nicaragüense como una contradicción sobredeterminada, fundamental y exclusiva de la sociedad nicaragüense, desligada de la lucha contra el dispositivo imperialista en todo el área, cuya manifestación militar y de ocupación era solo uno de sus rasgos y no necesariamente el fundamental, aunque sí el más urgente de solucionar.

Por ejemplo, en el famoso Manifiesto de San Albino, Sandino tranquiliza al gobierno hondureño, tan cipayo como el de Adolfo Díaz. Dice Sandino: “Yo quiero justificar (advertir) a los gobiernos de Centroamérica, mayormente al de Honduras, que mi actitud no debe preocuparle, creyendo que porque tengo elementos más que suficientes, invadiría su territorio en actitud bélica para derrocarlo. No. No soy un mercenario sino un patriota que no permite ultraje a nuestra soberanía” (Ramírez, 1979,89).

Ante la pregunta por la presencia de luchadores internacionalistas en las filas del EDSN dice: “Tengo oficiales de Costa Rica, de Guatemala, de El Salvador, de Honduras y aún dos o tres de México, que llegaron atraídos por la justicia de mi causa, pero están en una minoría. La médula de mi ejército es nicaragüense y los oficiales que más tiempo han permanecido a mi lado son nicaragüenses. He recibido muchos oficiales de afuera, pero en la mayoría de los casos los he despedido” (citado por Arias, 1996, 131).

El que tal vez es el límite más claro del pensamiento sandinista, es el interpretar que bastaba con la salida de las tropas militares estadounidenses, para desactivar el dispositivo imperial, que como sabemos es muchísimo más complejo y ocupa de colaboradores y estructuras interiores.

A partir de un somero estudio de los textos y la historia de Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, queda claro que Sandino no era una pensador anticapitalista radical, como señala Wünderich: “Sandino no fue un enemigo irreconciliable de la propiedad privada. El nunca exigió la expropiación de la burguesía nicaragüense ni la repartición de los grandes latifundios. Por el contrario, esperaba que la burguesía cooperara con él con base en su proyecto nacionalista” (…) “Sandino estableció la diferencia entre la propiedad “legítima” e “ilegítima”. La encarnación de la propiedad ilegítima era el capital de Norte América” (1988, 28).

Pese a la extensa base social campesina y originaria del EDSN, este nunca tuvo una plataforma ni siquiera cercana a la del agrarismo mexicano. De hecho, lo más significativo del programa agrario sandinista era la colonización agraria a través de cooperativas, que si bien pueden ser un importante punto de apoyo en el marco de una transformación radical de las estructuras económico-sociales de dominación, colocar estos proyectos como eje de la solución del programa agrario e inclusive del problema laboral nicaragüense tenía claros ribetes utópicos (en el sentido conservador del término).

Pese a estas limitaciones, llama la atención encontrar en el EDSN, casi toda la gama de reivindicaciones laborales del movimiento sindical de estirpe comunista, más significativo aun durante la toma de la Mina de San Albino: “El primer paso después de la ocupación de la mina fue anunciar la expropiación de los propietarios norteamericanos y pagar los salarios debidos a los trabajadores en oro puro” (Wünderich, 1988, 17). Es decir, en su primera acción militar el EDSN tomó claras medidas anticapitalistas. á¿Cómo se puede explicar esta aparente contradicción? Aquí se puede encontrar un problema no tematizado suficientemente en el estudio del movimiento sandinista.

El EDSN generó en su organización política y militar interna una fuerte impronta bonapartista, en la cual el liderazgo carismático de Sandino jugaba como efecto estabilizador que ofrecía cohesión interna para un movimiento social muy heterogéneo y fuertemente asentado en trabajadores acostumbrados a la vida social en el minifundio (lo cual facilitaba la dispersión).

Vemos aquí una contradicción: La acción anticapitalista del EDSN, es llevada a cabo “desde afuera”, con la participación pasiva de la clase obrera y sin que se constituya ningún organismo de autodeterminación obrera y popular siendo el poder dual el propio ejército sandinista.

La ausencia de un claro programa y perspectiva anticapitalista, un descuido de la dimensión, necesariamente centroamericana de cualquier lucha contra la ocupación militar imperialista y un fuerte elemento de sustituismo social temprano son los límites precisos, los cuales hay que saber señalarle a la experiencia sandinista para poder apropiarse de ella en las actuales condiciones del pensar radical latinoamericano.

8. ¿Cuál fue la respuesta del Partido Comunista de El Salvador?

La segunda gran respuesta popular al proceso de balcanización definitiva y profundización de las condiciones de dependencia en Centroamérica fue la insurrección popular salvadoreña y sobre todo la acción del Partido Comunista de El Salvador en 1932.

Creemos que es importante recordar la importancia actual que tienen estos hechos para la vida política en el Salvador. Para Héctor Lindo Fuentes: “Los principales actores políticos del país nunca olvidaron la Matanza [de 1932]. A través de los años, el recuerdo de un confuso y complejo conjunto de eventos fue continuamente conformado y reconformado, de manera que proporcionó categorías y un complejo glosario de símbolos que identificaron a las principales fuerzas que se enfrentaron durante la guerra civil de la década de los ochentas” (2004, 288).

En la insurrección salvadoreña, el conflicto social está menos tamizado por la contradicción nación oprimida/imperialismo que en Nicaragua, y el eje de la lucha insurreccional más bien tendió a centrarse en el tema de la propiedad de la tierra y la lucha contra los “barones” del café.

Así describe Lindo Fuentes, la crisis de dominio que 1932 se instaló en El Salvador: “La crisis mundial que siguió al colapso de la Bolsa de Valores de Nueva York, en 1929, llevó a la baja de los precios de los productos prescindibles como el café, que para entonces representaba más del noventa por ciento de las exportaciones de El Salvador. Los precios eran tan bajos que muchos cafetaleros decidieron que no valía la pena cosechar el grano y no contrataron cortadores. La espiral descendente parecía incontrolable, el desempleo bajaba los salarios, las quiebras de cafetaleros y comerciantes aumentaban el desempleo y bajaban los salarios, ya no en el campo sino también en la ciudad. Con menos exportaciones de café, los ingresos del estado también bajaban y los empleados públicos dejaban de percibir su salario por varios meses o perdían el empleo. (…) los limitados recursos del estado no dejaban de disminuir y cualquier reforma social era imposible. Inclusive los soldados del ejército dejaron de recibir salarios puntualmente.” (2004, 289).

La crisis orgánica del régimen de dominio, sumado a las características que tuvo el desarrollo del movimiento obrero-artesanal en El Salvador, permite que las manifestaciones de la lucha de clases aparezcan como más clásicas y los contornos clasistas del conflicto social menos mediados. Señala bien en ese sentido Arias Gómez cuando apunta que las leyes y las conquistas sociales que obtuvo el movimiento obrero y socialista salvadoreño fueron adquiridas: “’de hecho’ [así como] la facultad de organizarse en entidades de defensa clasistas de nuevo tipo. No esperaron, pues, a que el maná jurídico les cayera del cielo estatal” (1996,54) presentando así el movimiento obrero salvadoreño más elementos de autodeterminación y auto organización que otros movimientos obreros en el área.

Esta característica identitaria del obrerismo y del comunismo salvadoreño está también afirmada por uno de sus fundadores Miguel Mármol: “No forzamos la historia cuando decimos que nuestro Partido Comunista se hizo de la clase obrera salvadoreña, pues entre nosotros no se dio el caso, ocurrido en otros países, de que el partido comunista se organizara primeramente en el medio universitario o entre la intelectualidad pequeño burguesa. Nuestro Partido Comunista salió de las entrañas mismas de nuestra clase obrera, de nuestro movimiento sindical, como una forma superior, política, de organización de clase. Los cuadros intelectuales que dieron los aportes principales en el aspecto teórico, fueron cuadros ya formados por el movimiento comunista internacional” (citado por Arias, 1996,181).

Ahora bien, la necesaria comprensión del PCS como la organización con más raigambre obrera y popular en la Centroamérica de los treintas, así como la organización pionera en lograr una articulación efectiva entre el artesanado urbano y la peonada cafetalera (9), no basta para comprender las características ya no del PCS, sino de la base social que le acompañó en su heroica y trágica insurrección.
“La insurrección salvadoreña no puede ser entendida exclusivamente solo como reacción a la coyuntura de la represión mundial, ni como resultado de una estrategia suicida de los comunistas, sino que indica el grado de tensión y frustración acumulados en las relaciones sociales agrarias y, en particular el sedimento de agravios depositados en las poblaciones indígenas del occidente del país a lo largo de la era liberal” (Acuña, 1993, 313).
Al igual que con nuestro análisis del movimiento sandinista, parece fundamental comprender las características de la zona de Sonsonete y Ahuachapán, que fueron los verdaderos epicentros de la insurrección de 1932.

Es aceptado por todos los militantes comunistas y por el ejército contrainsurgente que en el oriente del país no hubo levantamiento y en el centro urbano-artesanal, fue rápidamente dispersado y anulado, en su intentona.

Al estudiar el testimonio de Miguel Mármol sobre la insurrección de 1932, parece haber una incomprensión del que probablemente fue el principal defecto de la insurrección salvadoreña, el error consiste en pensar el levantamiento del occidente del país como exclusivamente motivado por las irritaciones de los peones agrícolas, cuando en realidad era una insurrección popular que combinaba: 1) las tradicionales formas de la revuelta anticolonial originaria y que por lo tanto, le daba a esta reivindicación identitaria una importancia fundamental; 2) un programa de lucha clasista aportado por los comunistas radicales centroamericanos.

9. ¿Cuáles fueron los límites del levantamiento de 1932 en El Salvador?

Es importante señalar que este empalme entre la ideología comunista centroamericana de primera época, la cual contenía un marcado sacrificialismo y un gusto por los ritos y los gestos formales (¿litúrgicos?) probablemente empalmó con facilidad con la memoria milenarista de los pueblos originarios. Autores como Arias Gómez (1996) o Cerdas Cruz (1986) señalan entre los errores que llevaron al fracaso de la insurrección de 1932: el ultraizquierdismo verbal, el sectarismo, la ausencia de apoyo popular, la vocación sacrificial. Más allá de que algunos de estos elementos existan, no los estimamos como los elementos deficitarios fundamentales que le deberían ser criticados al PCS, para poder reapropiar su gesta en el marco de un pensar radical asentado en nuestras actuales condiciones. Además, como señala Acuña: “el mismo [Cerdas Cruz] reconoce la inevitabilidad de la insurrección, dada la situación interna de El Salvador en aquellos momentos” (1987,173).

Aunque es cierto y evidente que existió un gusto por la pose sacrificial en los principales exponentes del comunismo radical (10) y que estos estuvieron indudablemente marcados por la orientación ultraizquierdista, de “tercer periodo”(11) de la III Internacional, coincidimos con Michael Löwy cuando señala que pese a que esta orientación estalinista tuvo un rol perversamente contrarrevolucionario en Europa (donde facilitó el ascenso del fascismo) y jugó un papel esterilizador en los Partidos Comunistas del Cono Sur, en Centroamérica y el Caribe los dirigentes y las organizaciones comunistas “veían en esa corriente de izquierda un estimulante a su propia tendencia revolucionaria autónoma. Es el caso particular del Partido Comunista de El Salvador (…) que organizó en 1932 la única insurrección de masas dirigida por un Partido Comunista en toda la historia de América Latina” (Löwy, 1980, 24).

Ahora, regresamos a lo que malintencionadamente se oscurece en los análisis sobre el fracaso del auténtico levantamiento obrero-originario de El Salvador: el problema del fetichismo soviético. Un tema fundamental que todo pensar radical ocupa precisar, son las formas políticas de transición en el marco de la transformación revolucionaria.

El pensamiento socialdemocratizante ve la posibilidad de la transformación social, sin cambiar radicalmente la máquina del Estado, habría solo que “ocupar” el Estado. Por eso el recurrente fetichismo electoral de estas corrientes políticas y sobre todo de sus pensadores (12).

Para toda transformación radical de las condiciones de explotación y miseria, necesariamente se ocupa pensar en cuáles son las formas políticas por las que se expresarán y se autodeterminarán los sujetos de esa transformación. La carencia de auténticos organismos de autodeterminación y autoorganización de las clases subalternas, se constituye en un evidente límite de cualquier proceso de transformación radical y también en una evidente tentación burocrática para ahogar el proceso de transformación mismo, de esto por cierto están cargadas las experiencias revolucionarias de la segunda posguerra.

Ahora bien, en las organizaciones de inspiración comunista, sobre todo y media vez fue impuesta la normalización estalinista, ya a mediados de la década del 30, pero también en el comunismo radical centroamericano existió un claro fetichismo soviético.

En el caso de la tradición más estalinista, los soviets eran directamente inventados por orden de alguna dirección superior y estos “tinglados sectarios” (como los llamó Trotsky) normalmente eran organizaciones ad hoc de los mismos Partidos Comunistas, solamente había que declararlos como soviets a través de alguna ordenanza burocrática.

En el caso del comunismo centroamericano de primera época el fetichismo soviético no tenía nada de ese cinismo burocrático, sino que pasó por una incomprensión ingenua, que intentó organizar soviets imitando las estructuras municipales y dejando sin comprensión y sin punto de apoyo el auténtico organismo de autodeterminación que efectivamente produjo la insurrección del Occidente del país: las cofradías y las comunidades indígenas.

Y aquí surge una crítica aún más rica y comprensiva al comunismo radical de primera época que la observación socialdemocratizante sobre su ultraizquierdismo verbal y es la incapacidad de comprender una forma específica de resistencia popular y ver solo en las formas de resistencia y organización popular más clásicas (¿más europeas?) “Las” formas de la transición política.

El siguiente señalamiento de Acuña es muy agudo (aunque el autor no saque de él, conclusiones radicales): “La persistencia de la comunidad [indígena] constituyó una forma de resistencia continua de los indígenas en contra de los ladinos, el Estado y los distintos agentes de la economía de exportación. En ausencia de instituciones como las mutuales y los sindicatos y al margen del movimiento popular urbano, la comunidad funcionaba como órgano de representación y de articulación de sus intereses frente a los adversarios. En este sentido, los indígenas tenían alguna ventaja frente al campesinado pobre ladinizado que ya no disponía de formas comunitarias” (Acuña, 1993, 312).

En ese sentido es sumamente sugerente el estilo del liderazgo de Feliciano Ama, cacique indígena afiliado al Partido Comunista de El Salvador y dirigente de las operaciones insurreccionales en Sonsonete.
“Ama, natural de Izalco, era el mayordomo principal de la cofradía del Espíritu Santo que, según versiones, era la más poderosa en 1932. Esta posición le situaba en el pináculo de una jerarquía espiritual indiscutible, lo que unido a su reconocimiento como cacique (aunque este titulo había sino abolido por los conquistadores, seguía, de hecho, reconociéndose entre los indígenas) hacía de Ama un hombre de gran poder en el campo religioso y el político, es decir un caudillo indiscutido. Se ha llegado a asegurar que a través de las cofradías, obedecían a Ama cerca de 30 000 indígenas (prácticamente la población aborigen de Sonsonete)” (Arias, 1996,102).
Más interesante aún que esta sugestiva mezcla de líder religioso, caudillo originario y cuadro comunista, las cuales son tres formas bastante distintas de de vivir lo político y que tuvieron una articulación efectiva en la persona de Feliciano Ama. Es más interesante la determinación que hace Arias Gómez de las cofradías como auténticos organismos de poder dual que sin duda fueron las vías por las que se expresaron localmente los pueblos originarios durante la insurrección.

Arias Gómez señala: “podríamos decir, que las cofradías los indígenas encontraron, aunque sea a pedazos, parte de su identidad cultural rota por la violencia del conquistador; ellas fueron una especie de argamasa social que les mantenía unidos ante un mundo hostil y brutalmente explotador. La cofradía fue un medio para transmitirse verbalmente su propia historia en forma de recuerdos, gratos o dolorosos, fue su expediente para guardar su memoria histórica. La convivencia que se estrechaba durante los días que duran los festejos del respectivo santo, y de los cuales son excluidos hasta los propios curas, es una forma de mantener esa identidad” (1996,103).

Estas pinceladas que presenta Arias Gómez sobre las características de la resistencia originaria, acompañadas de la aceptación por parte de Mármol de que el PCS tenía una comprensión fetichizada de las formas políticas de la transición, hacen pensar que probablemente hubo de parte de la dirección comunista salvadoreña, una frialdad hacia estas formas de resistencia.

Indudablemente, existió un extrañamiento entre los comunistas salvadoreños y las comunidades originarias acaudilladas por Feliciano Ama.

Arias Gómez reproduce una entrevista a Modesto Ramírez, donde describe la reunión en la cual afilió a Feliciano Ama y nos parece que retrata de cuerpo entero este extrañamiento: “Llegado el momento de proponerle a Ama su afiliación partidista, cantaba Modesto que le respondió más o menos en estos términos:
- De entrar al Partido, debe entrar también toda la gente de mi cofradía.

Modesto le hacía la observación de que la afiliación era una decisión personal, individual y que no podía hacerse en masa, indiferenciadamente. A esta observación. Ama respondió:

-De no entrar todos mis compañeros no entro yo tampoco-. La dirección del PCS, como era lógico, accedió a la demanda” (1996,107).

Muy significativo todo el cuadro que traza Modesto Ramírez. Por un lado, la demanda de Ama de afiliación colectiva y la consecuente extrañeza del comunista, mientras Ramírez tiene en mente la afiliación individual, mediante una acto de conciencia “racional” y “voluntario” de un individuo a un partido que defiende un programa general para transformar la sociedad y el Estado, Feliciano Ama en cambio al decidir “su” ingreso a una estructura que él cree defenderá los intereses de su comunidad originaria, estima impensable que no se afilie a esta organización toda la comunidad originaria, “su” comunidad originaria.

Esta racionalidad comunitaria, que obligaría a pensar y repensar la dialéctica entre participación originaria y partidos populares, se puede ver aún en nuestra época, por ejemplo, en las experiencias de las rebeliones obrero-originarias de la ciudad de El Alto en Bolivia durante los años 2003 y 2005.

10. ¿Qué conclusiones podemos sacar de la lucha política del Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional y del Partido Comunista de El Salvador?

Se han analizado los rasgos más generales que tuvieron dos de las respuestas políticas populares a la balcanización de Centroamérica (13). Por un lado, la respuesta del nacionalismo popular, del cual el sandinismo fue la experiencia más significativa, pero con una fuerte inercia en cuanto a la comprensión de los dispositivos internos del orden imperialista, una serie de problemas significativos por la ausencia de un programa auténticamente anticapitalista para el campo y la ciudad y una fuerte tendencia al sustituismo social que le imprimía un rasgo caudillezco a su liderazgo.

Por otra lado, la alternativa del comunismo ingenuo del PCS, que superaba al sandinismo, al contar con una tosca pero real comprensión centroamericanista de la lucha de clases y también, una mayor claridad del rol de los partidos y agrupaciones de la burguesía nativa y sobre todo con una mayor vocación para poner en pie auténticos organismo de autodeterminación popular. Aunque apunta en contra de su historial como alternativa popular su efectivo verbalismo abstracto y sobre todo la incomprensión y la ausencia de una estrategia para combinar la lucha anticapitalista de los peones agrarios y la lucha por el reconocimiento identitario de esos mismos peones, que a la vez eran pueblos originarios.

Como es sabido, estas dos alternativas populares fueron trágicamente separadas y opuestas por una combinación de la realpolitik de los gobiernos mexicano y estadounidense y de la realpolitik de la III Internacional (14). Impidiendo que confluyeran y se entrelazaran sus distintas virtudes posibilitando así un auténtico proceso regional insurreccional, antiimperialista y anticapitalista, el trágico desenlace fue que estas dos alternativas populares fueron finalmente aplastadas de manera independiente, cuando la democratización de baja intensidad se obturó y se ingresó a la época de las dictaduras militares, las cuales garantizaron la profundización de la balcanización, esta vez manu militari.

Esta comprensión de las propuestas políticas populares que recorrían el istmo en los treintas ayudará a ver mejor los contornos del comunismo radical costarricense de primera época y su posterior deriva en comunismo “a la tica”.

11. ¿Se puede entender la primera época del comunismo costarricense como una alternativa política a la crisis de dominación centroamericana?

No se quiere ahondar demasiado en los efectos que el crack económico mundial produjo en la frágil economía semicolonial centroamericana y en específico, sobre la costarricense. Creemos que hay una abundante bibliografía, con suficientes e interesantes datos al respecto (15).

La cita de Bulmer-Thomas, vista más arriba invita a entender la crisis de dominio no de manera determinista, como un producto inmediato del crack del 29, sino como una situación que se agrava cualitativamente con la crisis económica y se mezcla con toda otra serie de elementos políticos acumulados: la actividad creciente de las clases subalternas y sus variados intentos de dotarse de un instrumento político propio, el desarrollo de una cultura impresa en los centros urbanos, la cual contribuyó a difundir la crítica política y cultural más o menos anti-sistémica de la intelectualidad radicalizada de inicios de siglo XX y el relativo vacío que dejó el intento fracasado de relegitimación del orden liberal, vacío que a su vez, fue aprovechado por los comunistas costarricenses.

Dentro de algunos analistas de filiación comunista “a la tica”, se pretende comprender las alternativas políticas que enfrentaron la crisis de dominio como comportamientos estancos. La hoz y el machete de Cerdas Cruz, pese a ser un trabajo muy documentado, tiene esta debilidad, la cual tiende a oscurecer una de las preguntas claves del proceso histórico-social que se viene analizando: ¿Por qué fueron derrotadas en toda el área, las fuerzas populares durante el ciclo de rebelión instaurado en 1928-1932?

Nuestra tesis es que el sandinismo, el comunismo salvadoreño y el comunismo costarricense eran tres respuestas a una sola crisis de dominio global del régimen oligárquico en Centroamérica.