Augusto César Sandino ✆ Hervin Antonio Lacayo |
Roberto Herrera
Zúñiga | Este artículo analiza el surgimiento de la
ideología/estrategia comunismo “a la tica” en el contexto de la situación
revolucionaria centroamericana de los años treintas, compara el significado
político del comunismo “a la tica”, el sandinismo de primera época y el
levantamiento campesino salvadoreño.
1. ¿Cuál relación se
establece entre el comunismo “a la tica”
y Centroamérica?
Queremos analizar una serie de problemas sobre la
interpretación histórica y política de los comunistas “a la tica” a saber: ¿Qué papel juega Centroamérica en su análisis? ¿Hay
alguna relación entre la experiencia de la lucha sandinista entre
1928-1935, el levantamiento salvadoreño de 1932 y el surgimiento del
comunismo costarricense? ¿Hay alguna relación entre el aplastamiento de
las dos primeras alternativas y la des-radicalización y criollización de los
comunistas costarricenses?
Es importante señalar primero un problema de método, que
creemos de la mayor importancia. Nuestro criterio metodológico para ingresar a
cualquier análisis de los fenómenos sociales en el área es que: “Centroamérica constituye una realidad
cualitativamente distinta al resto de América Latina. Por razones de unidad y
extensión geográfica, tradición histórica común que arranca de la colonia
unida, cultural e idiomática, forma una sola nacionalidad dividida en seis
estados distintos, donde la tendencia a la conformación de una sola
nacionalidad es fuerte y evidente.” (Moreno, 2003, 33). Evidentemente
esta realidad es contradictoria y desigualmente desarrollada, pero creemos que
es indudable que estamos en presencia de una totalidad concreta (1).
Podríamos decir que mientras que El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua
tienden a marcar en Centroamérica las tendencias hacia la unidad, hacia la
combinación y homologación del proceso social, Costa Rica tiende a representar
el polo desigual del desarrollo, pero que en todo caso sería el elemento
desigual en el marco de un desarrollo de conjunto que se despliega y concreta
justamente a través de estas múltiples y desiguales determinaciones.
Este criterio, por cierto no es novedoso en la tradición del
pensamiento comunista centroamericano, este era el mismo que poseía el
comunismo salvadoreño en sus orígenes, por ejemplo para uno de los pioneros del
comunismo salvadoreño, Miguel Mármol (2): “nuestra
tradición centroamericanista es un hecho y aunque la burguesía y los gringos
siempre han atizado la división, la verdad es que somos una sola nación,
partida en cinco pedazos” (Dalton, 2000, 422).
Nada más falso entonces que interpretar la realidad de los
fenómenos sociales surgidos en alguno de los seis países, o en el conjunto del
área, sumando definiciones locales (3): “El
método adecuado es el contrario: se debe formular una caracterización de
conjunto sobre la situación en Centroamérica, y partir de esa definición para
señalar las diferencias de país a país. (Moreno, 2003, 35).
Este vacío metodológico es por cierto un defecto común en
las obras de los analistas afines a la tradición intelectual del comunismo “a
la tica” (Botey, 1984; Contreras,2006; Cerdas Cruz,1986; De la Cruz, 1980;
Merino, 2006). En todos estos autores, el análisis económico-social, las tareas
y procesos internos de la revolución centroamericana aparecen explicitados como
subcapítulos de la historia del comunismo costarricense.
Para ser más preciso, en esta tradición intelectual la
revolución centroamericana siempre aparece como un elemento exterior y de
segundo orden al desenvolvimiento del comunismo criollo. Centroamérica
siempre aparece como influencia extranjera o comosolidaridad hacia el
exterior, nunca como un movimiento interno, propio, que pueda iluminar desde
adentro el desenvolvimiento de los comunistas costarricenses. En los análisis
de los comunistas “a la tica”, Costa Rica no parece ser parte de Centroamérica.
Por ejemplo, en las explicaciones que dan Cerdas Cruz (1986)
y Merino (2006) sobre la política que desarrollo el Partido Comunista de Costa
Rica en los años treinta y cuarentas, siempre terminan necesitando del recurso
al exotismo y a la excepcionalidad costarricense. Para Cerdas Cruz la política
del comunismo “a la tica” fue la que más se ajustó “a la situación
política y social del país” (1986,352) y para Merino fue que la que le
otorgó una “singularidad” (1996,42) en la región, y lo consolidó
como una alternativa efectiva frente a otras estrategias desplegadas en
Centroamérica, concretamente las desarrolladas por el Ejercito Defensor de la
Soberanía Nacional en Nicaragua y por el Partido Comunista de el Salvador. Es
evidente que el recurso al exotismo también refuerza el principio de
caudillismo y de culto a la personalidad; fue Manuel Mora (en tanto que
individuo excepcional) que teniendo una profunda capacidad de entender la
psicología de su pueblo, pudo elaborar una política excepcional para un país
excepcional (Merino, 2009; Solís, 1985).
El enfoque de los comunistas “a la tica” parece tener
justificación en la medida que las alternativas populares centroamericanas de
los años 30’s (PC`s y EDSN) fueron masacradas y liquidadas por la fuerza y las
democracias liberal-oligárquicas limitadas fueron sustituidas por gobiernos
autoritarios y dictatoriales. Pero en todo caso este hecho político no
soluciona la pregunta que nosotros estimamos como clave para entender el
proceso histórico-social que sucedió en los años 30’s en Centroamérica: ¿Por
qué fueron derrotadas en toda el área, las fuerzas populares durante el ciclo
de rebelión instaurado en 1928-1932?
En los hechos, un poco más tarde que en los años 30’s,
cuando fue liquidado el EDSN y el PCS, el PC CR también fue liquidado como
fuerza política. Si algo es indudable de la guerra de 1948 fue que los
comunistas y las organizaciones sindicales filo comunistas quienes tuvieron que
vivir el rigor de la derrota y nunca pudieron recuperar la influencia política
de los años 40’s. Es decir, algo está perdido en el análisis de los comunistas
costarricenses. Sus enfoques empobrecen la comprensión de las raíces históricas
sociales del comunismo costarricense y también oscurecen su especificidad entre
las respuestas políticas que los sectores obreros y populares centroamericanos
dieron a una crisis política y social que los afectaba de conjunto.
Creemos que hay tres elementos que pueden unificar el
análisis de los fenómenos centroamericanos de este periodo: 1) Los dos mundos
sociales surgidos al calor de las dos principales actividades productivas del
capitalismo centroamericano: la producción cafetalera y el enclave bananero, 2)
El impacto y las características de la crisis económica de 1929 y 3) La
política del imperialismo norteamericano hacia la región. El cuarto elemento
que interviene en este cuadro aportando el elemento desigual fueron las
respuestas políticas de los sectores populares a estos tres elementos.
2. ¿Cómo era el
capitalismo centroamericano de esta época? (4)
2.1. El capitalismo cafetalero
Es conocido que las características de la expansión
cafetalera fueron fundamentales para delinear las formas de acumulación, las
formas de dominio y los estilos políticos de las clases dominantes
centroamericanas. Asimismo comprender el despliegue del capitalismo cafetalero
nos da pistas para comprender el perfil y la agonalidad de las clases
subalternas, sobretodo de los campesinos y los peones agrarios. Así por ejemplo
en Nicaragua: “el desarrollo del cultivo del café se produce en un
contexto [marcado] por la gran hacienda ganadera de corte colonial, y
de las pequeñas parcelas de subsistencia que constituyen su complemento. El
café entonces no origina un reordenamiento sustancial de las actividades
agrícolas y tendrá menos peso en la economía nacional” (Cardoso y Pérez,
1977, 220) que en el resto de Centroamérica.
El peonaje y las distintas formas precarias de tenencia de
la tierra, son las formas fundamentales que se mantienen en el marco de las
relaciones latifundio-minifundio. Estas formas son el fundamento de la agitada
vida política nicaragüense (Junto con dos elementos claves: los intereses
norteamericanos y la posición estratégica de Nicaragua como posible paso entre
los dos océanos). Diferente es la situación en Costa Rica, El Salvador y
Guatemala, donde el inicio del capitalismo agrario cafetalero sí generó una
reconfiguración interna de la tenencia de la tierra y construyó unas
determinadas formas de dominio que fueron fundamentales en la constitución
específica de los distintos comunismos centroamericanos, sobre todo en dos de
sus versiones más peculiares: la salvadoreña y la “tica”.
Según Cardoso y Pérez en: “Costa Rica y El Salvador
[el desarrollo de la producción cafetalera causó] la eliminación total del
sistema de ejidos y tierras comunales, pero en el primer país tales tierras
estaban muy lejos de tener la misma importancia que en el segundo. En
Guatemala, la extensión de las formas comunales de tendencia fundiaria no fue
sino solo parcial y limitada a ciertas áreas” (220)
Y es que por lo menos en Costa Rica, el desarrollo del
capitalismo agrario cafetalero tuvo como eje: “1. La apropiación de
terrenos baldíos; 2. la compra-venta de tierras apropiadas anteriormente, 3. la
disolución de formas comunales de propiedad.” (210).“la gran facilidad
para obtener [tierras públicas] condujo con frecuencia a su ocupación
con fines especulativos, sin que se cumpliera con la obligación de cultivarlos
efectivamente” (211) lo cual evidentemente facilitó el desarrollo de grandes
hacendados. En todo caso es importante señalar que en Costa Rica, a diferencia
de por ejemplo en Guatemala: “la verdadera formación de la propiedad
territorial (…) ocurrió después de la separación de España” (211).
Según Cardoso y Brignoli en las zonas cafetaleras del Valle
Central de Costa Rica la característica más notable fue la existencia de una: “multitud
de pequeñas fincas y la ausencia de propiedades realmente grandes” (216),
aunque este hecho no puede esconder que: “la mayor parte de los
trabajadores agrícolas, aunque a la vez eran propietarios, no escaparon de
volverse dependientes de los cafetaleros más importantes, debido al monopolio
que ejercían estos últimos sobre el beneficio del producto, la comercialización
y el crédito” (226). (5)
Una forma distinta tuvo el capitalismo agrario salvadoreño,
pues la reconfiguración en la tenencia de la tierra que produjo la expansión
cafetalera en El Salvador, a la larga, será fundamental para comprender la
insurrección salvadoreña de 1932 y las tradiciones revolucionarias del
comunismo centroamericano de las que el Partido Comunista de El Salvador y su
dirigente más influyente Farabundo Martí serán unos de los exponentes más
destacados. “En El Salvador, y especialmente en su meseta volcánica
central- la zona más poblada del país y la más propicia para el café (…) en lo
atinente a la tenencia de la tierra [la característica fundamental fue] la
extinción total de ejidos y comunidades” (219).
“La abolición de los ejidos y tierras comunales fue acompañada de una serie de leyes que trataban de controlar a los campesinos, expulsándolos de tierras ocupadas sin título de propiedad y forzándolos a cumplir con sus trabajos en las fincas que los emplean. Sin embargo, al contrario de lo que pasaba en Guatemala. El Estado no reglamentaba el trabajo, ni trataba de establecer sistemas de reclutamiento forzoso de jornaleros, sino que se limitaba a reprimir-duramente- el no cumplimiento de las obligaciones laborales contraídas por los campesinos o los intentos de rebelión” (231).
La forma bastante clásica de expropiación de los
pequeños propietarios y de los pueblos originarios que produjo el capitalismo
agrario salvadoreño, que a la vez se combinaba con una organización política y
estatal, que pese a los intentos de reforma liberal poco había cambiado en su
funcionamiento patrimonial, clientelar y oligárquico, generó una combinación
especial que marcó la lucha de clases salvadoreña de las primeras décadas del
siglo XX.
Una de esas características es que la lucha de clases
salvadoreña fue muy directa, abierta y clásica, en cuanto a los métodos de
lucha por parte de las clases subalternas, y muy cruenta y sanguinaria por
parte de la oligarquía. Por otra parte, en Guatemala, el capitalismo cafetalero
reconfiguró las estructuras económicas y sociales en muchos casos reforzando
desigualdades y opresiones heredadas del capitalismo colonial (6).
Los ejes de la expansión cafetalera fueron: “1 La nacionalización de las
propiedades eclesiásticas; 2. La abolición del censo eufemístico; 3. La
política de venta y de distribución del baldíos” (216). Como el grueso de
la mano de obra eran trabajadores originarios sometidos a sistemas coloniales
de prestación de trabajo fue frecuente la queja de los oligarcas cafetaleros
por la falta de mano de obra, máxime que a diferencia de El Salvador, la
expansión cafetalera no coincidía con las zonas de mayor densidad poblacional
originaria.
Desde finales del siglo XIX, el ejecutivo guatemalteco había
girado instrucciones a los jefes políticos locales señalando que ellos “deberían
proporcionar a los finqueros que lo pidieran, el número de mozos que
necesitaran, hasta una máximo de cien, sacados de las comunidades indígenas de
su jurisdicción, garantizando su relevo por otros trabajadores en intervalos
regulares” (226).
“Los mandamientos, de
corte colonial, o sea la facultad de extraer por la fuerza de las comunidades a
ciertas cantidades de trabajadores temporales; y las habilitaciones, es decir,
anticipos en dinero para obligar a los indígenas aun trabajo posterior”(228)
fueron las formas fundamentales que tuvieron las relaciones de producción en
Guatemala, hasta la revolución de 1944. Sin duda, por estas razones, es en
Guatemala donde el proyecto liberal fracasa de manera más estrepitosa y la
lucha de clases siempre tuvo un importante componente originario en la lucha
por la tierra.
2.2) El enclave bananero
La economía de enclave que existió en las grandes
plantaciones agrícolas en la zona Atlántica de Centroamérica tiene una serie de
características: 1) “la propiedad de la empresa recae generalmente en una
gran corporación internacional”. 2) “el alto grado de integración
vertical de las actividades, es decir, el control por la misma empresa de todas
las fases del proceso de producción y comercialización”. 3) “las tareas de
dirección y supervisión están a cargo de personal altamente especializado,
mientras que los trabajos corrientes emplean una gran cantidad de mano de obra
asalariada, con un grado bajo de especialización.” (275)
Sin embargo la consolidación de la economía de enclave no
tiene que ver solo con esta estructura interna de su dinámica productiva, sino
que, y esto sería lo más importante, es tal vez una de las formas más
agudamente contrastantes del desarrollo desequilibrado que toma el capitalismo
semicolonial, pues la consolidación de las compañías bananeras se realizó a
través de un complejo proceso en el que intervienen: “las concesiones de
tierras por el Estado, la construcción de ferrocarriles y puertos, la
introducción de tecnologías y capitales extranjeros, la habilidad y visión de
algunos empresarios, los conflictos y fusiones entre las propias compañías
bananeras, la usurpación de tierras y bienes de muchos agricultores independientes
y aun los conflictos fronterizos con las naciones vecinas” (278).
Es importante señalar que las economías de enclave generaron
un numeroso proletariado agrícola cuyos: “salarios pagados por la compañía
fueron generalmente más altos que en el resto del país, pero existieron varios
mecanismos de pago que perjudicaban a los trabajadores: así por ejemplo en
Honduras fueron usuales los bonos o los cupones que sólo podían cambiarse en
los comisariatos de las mismas compañías; el pago en dólares con pérdidas para
el trabajador al efectuarse la transferencia en moneda nacional a una tasa
menor que la usual; la regularidad del pago, que los trabajadores preferían
semanal, y que las compañías efectuaban cada 15 días e incluso 40 días” (282).
Las específicas relaciones de producción en los enclaves
marcaron con claridad su impronta en la lucha de clases centroamericana, no
solo en los años 20 y 30, sino hasta ya casi finalizar el siglo XX, cuando se
da un cambio significativo en el modelo de acumulación capitalista centroamericana,
marcado profundamente por el fracaso del proyecto cepalino de modernización
capitalista y la entrada de las formas del capitalismo tardío. La impronta de
estas relaciones quedó plasmada en las obras y el pensamiento político de los
distintos Partidos Comunistas. Aun así fue sobretodo en la literatura, donde
las condiciones subhumanas de explotación de los trabajadores de las bananeras
encontraron su expresión más universal (Fallas, 1984; Amaya, 2006).
3) ¿Cuáles eran
entonces los rasgos fundamentales del capitalismo y de la lucha de clases en
Centroamérica?
La región centroamericana fue incorporada al capitalismo
colonial de forma dependiente, como productora de materias primas, esta
incorporación dependiente del capitalismo centroamericano reconfiguro a todas
las clases y estamentos sociales y la relación de estas con el Estado,
combinando formas capitalistas de explotación y formas previas de sujeción y
dominio.
Las formas y sujeción de dominio imperialista colocaban como
contradicción fundamental el conflicto entre nación oprimida y el centro
imperial Este conflicto tuvo dos manifestaciones fundamentales: una de tipo
estructural (la economía de enclave) y otra como manifestación fenoménica
(la intervención militar estadounidense).
Pese a que el desarrollo del capitalismo agrario tendía a
esconder (a los ojos de las clases subalternas) su carácter dependiente y a que
este se manifestaba fundamentalmente a través del intercambio desigual en el
mercado mundial (hecho que se volverá fundamental y evidente a los ojos de las
clases subalternas durante la crisis de 1929), este capitalismo generó también
una reconfiguración de todas las clases de la nación centroamericana, lo cual
marcó la pauta y los estilos para la lucha anticapitalista en el interior de
nuestras sociedades.
El capitalismo agrario cafetalero, en casos como el
guatemalteco o en el occidente de El Salvador, sumó a su conflictividad
específica los conflictos clasistas y estamentales heredados y no solucionados
del capitalismo colonial. Esta combinación de necesidades postergadas
contribuyó a la aparición de una serie de levantamientos originarios, que
nutriéndose de las tradiciones y los imaginarios de otros levantamientos contra
otras formas de opresión generaron un movimiento, el cual combinaba las viejas
tradiciones de lucha originaria con los estilos organizativos de la clase
trabajadora, dinámica contradictoria que no siempre supo ser pensada
radicalmente.
4. ¿Cómo se organizó
la balcanización de Centroamérica?
Hay una serie de elementos que debemos entender para
diferenciar el unionismo latinoamericano del unionismo centroamericano.
Mientras el proyecto bolivariano de constituir una sola nacionalidad
latinoamericana estaba definitivamente derrotado a mediados de la década de
1820 la Federación Centroamericana no es desmembrada hasta 1838.
Pero este desmembramiento contra natura era
permanentemente puesto en entredicho, sobre todo por sectores
centroamericanistas de los ejércitos “nacionales” (7). Los múltiples intentos fallidos
del unionismo militar centroamericano tenían razones sociales profundas para su
fracaso: sólo una clase social dispuesta a tomar medidas radicales como la
liberación jurídica y social de los pueblos originarios y los mestizos, la
liquidación de las oligarquías post coloniales y sobre todo de la estructura
latifundista del campo, a través de una reforma agraria radical y la
instauración de una dictadura popular centralizada (jacobina) podía realizar el
sueño morazánico.
La década del veinte es el momento cuando se concreta la
balcanización definitiva del istmo centroamericano, y es el último intento de
concretar una Federación Centroamericana. Arturo Taracena Arriola hace una
descripción bastante gráfica en los límites esencialmente superestruturalizantes
que iba a tener esta Federación, la cual se supone: “Sería representativa y
popular, y en ella cada Estado debía de preservar su autonomía en independencia
en asuntos internos. Se comprometían a garantizar el orden interno y a unificar
los ejércitos bajo mando federal, de tal suerte que los estados miembros debían
de reducir sus gastos militares, a fin de orientar recursos hacia los sectores
productivos” (1993,242). Pese a ese intento bastante moderado de
unidad nacional, fue muy evidente que: “Estados Unidos no quería dicho
pacto y que usaba a Nicaragua para impedirlo. Asimismo alentaba la
conflictividad de la cuestión de límites entre Panamá y Costa Rica” (242). Con
el claro aliento imperialista al golpe de estado contra Herrera Luna en
Guatemala, se puso fin a la Federación (8).
Después de la derrota del unionismo militar la bandera de la
unidad centroamericana no volverá a ser levantada más que por los proyectos
políticos populares. La idea de la necesidad de una unidad centroamericana de
raigambre popular ha sido asumida de manera bastante pragmática, casi como una
“intuición natural” de los sectores populares. Esta asimilación pragmática es
acicateada por la evidente pequeñez de nuestros países y la rápida necesidad de
solidaridad económica y política que tiene cualquier proyecto popular
centroamericano que quiera hacerle frente al dispositivo imperial-oligárquico
de dominio, pero esta necesidad política no ha venido acompañada de una
reflexión teórica sistema
5. ¿Cómo fue
organizada la política del imperialismo frente a la crisis de este periodo?
La opresión imperialista y la balcanización semicolonial
iban acompañadas de un aumento en la agresividad de la política imperialista
estadounidense hacia el área. El imperialismo yanqui tenía un claro y ambicioso
programa político que necesitaba de un reforzamiento militar para llevarse
adelante, ¿cuáles eran los ejes de este programa?
a) la defensa de los intereses económicos estadounidenses en [Nicaragua].
b) la necesaria protección de la zona del Canal de Panamá.
c) la preservación de la estabilidad política en el istmo dictada por los Tratados de Washington de 1923; y
d) poner un freno a la influencia de México en Centroamérica, que desde 1920 se venía acrecentando como parte de la política de institucionalización de la gesta revolucionaria de 1910” (247).
Además los años 1927-1932 no solo son los más crudos del
conocido crack de la economía mundial, sino que Bulmer-Thomas señala: “El
colapso de los precios [del café y el banano] la caída de la entrada
neta de capital extranjero y la reducción del ingreso del fisco ejercieron una
presión sin precedentes sobre el modelo exportador. Los disturbios temporales
causados por la fluctuaciones del mercado mundial, al igual que en 1920-1921,
eran un problema ya conocido para el estado de la oligarquía liberal y los
instrumentos de política para hacer frente a la mayoría de las consecuencias ya
habían sido forjados. No obstante, la crisis económica de 1929, fue tan fuerte
que las respuestas tradicionales resultaron totalmente inadecuadas. La reacción
política subsiguiente llevó al modelo oligárquico liberal al colapso en las
cuatro repúblicas del norte y a una severa realineación en Costa Rica misma” (1993,
346).
Desde el punto de vista político el hecho más significativo
del periodo es el fracaso del proyecto de relegitimación, modernización
institucional y ensanchamiento de la base social del régimen
liberal-oligárquico que intentaron llevar adelante distintos gobiernos del área
(Araujo, González Flores, Paz Barahona).
Este fracaso empieza a producir efectos sociales y a renovar
irritaciones populares acumuladas, que fueron claramente expresados, en sus
formas específicas, por el Partido Comunista de El Salvador, el Ejercito
Defensor de la Soberanía Nacional y también a su manera por el Partido
Comunista de Costa Rica.
Estos instrumentos políticos populares lograron articularse
sobre la base del fracaso de este proceso de relegitimación democrática,
logrando canalizar cada uno a su manera los reclamos e irritaciones populares
ampliamente postergados en las sociedades costarricense, nicaragüense y
salvadoreña.
6. ¿Cuál fue la
respuesta del Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional a la crisis general
centroamericana?
Entre los rasgos más universales de la experiencia
sandinista se encuentra haber encontrado: “una base social para su
programa y un programa para su base social” (…) “Sandino da un vuelco a su acción planteando el problema de la
soberanía y la dignidad de Nicaragua y convocando a esta tarea a los sectores
populares” (Acuña, 1993, 317).
“Los rasgos principales de su pensamiento político enfatizan la defensa de la soberanía, proyectada como una cuestión latinoamericana, y el carácter antioligárquico de su gesta militar, con base en una alianza de contenido popular que obligase nacionalmente a respetar los procesos electorales, a democratizar el poder y a abordar la cuestión agraria por medio de la ampliación de la frontera agrícola en Nicaragua” (Taracena, 1993, 242). Para ello “mezcló la reivindicación campesina, la revalorización de la identidad étnica y el rescate de la soberanía nacional” (Acuña, 1993, 315).
La lucha sandinista abarcó todo el país. Este hecho, no debe
hacer olvidar que: “las condiciones específicas de un región tienen un
significado enorme en el análisis de clase, ya que el desarrollo dependiente de
la sociedad nicaragüense implicaba una marcada heterogenidad interna y fuertes
desigualdades regionales” (Wünderich, 1988,14).
La región de Las Segovias sufrió el efecto de
“modernización” que introdujo el capitalismo agrario bastante tardíamente, así
como también, fueron tardíos los devastadores efectos sociales de este modo de
producción. El capitalismo agrario se desarrolló “unos 30 años más tarde que en
los centros del auge cafetalero” (óp, cit.22).
En esta región, además los pueblos originarios resistieron
mejor y más tenazmente el trabajo forzado y semiesclavo en las minas
coloniales. Ésta resistencia tomó la forma de huida masiva y cambio
de identidad. Fue también tardía la resistencia de los campesinos y pueblos
originarios a la explotación generada por la expansión de la producción
cafetalera.
Cuando Sandino lanza su famoso ataque a la Mina de San
Albino la otrora boyante industria minera de la zona había entrado en franca
decadencia. En la mina “las condiciones de trabajo eran miserables y los
salarios no se pagaban en efectivo sino con cupones, que eran aceptados
únicamente en el comisariato de la compañía” (óp., cit., 17). Además esta
decadencia de la producción seguramente dejó a: “gran parte de los mineros
despedidos en una situación difícil e inestable. Es cierto que en tiempos
anteriores, el carácter esporádico de la actividad minera había conducido a una
coexistencia del trabajo asalariado con la economía tradicional de subsistencia.
Sin embargo, con este último ciclo, la economía de enclave había alcanzado
dimensiones nuevas” (óp., cit., 26).
Entonces se encuentra en la zona de asentamiento social del
Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, un acumulado de tensiones e irritaciones,
que combinan una memoria social de la resistencia originaria al capitalismo
colonial, la resistencia campesina y originaria al desplazamiento producto de
la expansión de la frontera agrícola y junto a eso, un proletariado minero
harapiento, sufriendo los efectos sociales de la contracción de la economía de
enclave minera, todo esto en un marco de ocupación militar norteamericana,
permitida y solicitada por la oligarquía conservadora y por sectores del
liberalismo.
Justamente esta suma de contradicciones sociales y
nacionales son las que permiten explicar el éxito militar de Sandino, que logró
librar una Guerra de Todo el Pueblo contra el agresor imperialista y
que por lo tanto, es obligado a generar una ideología nacional-popular, capaz
de aglutinar este bloque de clases y capas subalternas .
Pero, si es irrefutable que estas características son los
aportes imperecederos del sandinismo original, se necesita señalar que es
imposible pensar la solución de una tarea histórico-social, sin tomar en cuenta
también los sujetos sociales y los métodos políticos que estos se dan para
llevar adelante las tareas planteadas. Es allí donde se deben ubicar los
límites trágicos del pensamiento sandinista original.
7. ¿Cuáles fueron los
límites del programa sandinista?
Lo primera debilidad evidente del sandinismo es una
incomprensión del carácter dual de la opresión imperialista, como ocupación
militar y como balcanización centroamericana. El EDSN es una de las
primeras experiencias de un ejército popular multinacional, inclusive previo a
la experiencia de las Brigadas Internacionales de la Guerra Civil Española).
Dos de los diez comandantes sandinistas eran de otros países centroamericanos
(José León Díaz, salvadoreño y José María Jirón Ruano, guatemalteco) y mucha de
la “crema y nata” del activismo antiimperialista latinoamericano luchó o
colaboró activamente por la causa del EDSN (Farabundo Martí, José de Paredes,
Froylán Turcios, Rubén Ardilla Gómez, Esteban Pavlevich, etc.).
Pese a la clara impronta centroamericana del EDSN, Sandino
no planteaba claramente la necesidad de una organización de lucha que rompiera
las fronteras “nacionales” centroamericanas, sino que tendía a ver la temática
de la ocupación militar sobre suelo nicaragüense como una contradicción sobredeterminada,
fundamental y exclusiva de la sociedad nicaragüense, desligada de la lucha
contra el dispositivo imperialista en todo el área, cuya manifestación militar
y de ocupación era solo uno de sus rasgos y no necesariamente el fundamental,
aunque sí el más urgente de solucionar.
Por ejemplo, en el famoso Manifiesto de San Albino,
Sandino tranquiliza al gobierno hondureño, tan cipayo como el de Adolfo Díaz.
Dice Sandino: “Yo quiero justificar (advertir) a los gobiernos de
Centroamérica, mayormente al de Honduras, que mi actitud no debe preocuparle,
creyendo que porque tengo elementos más que suficientes, invadiría su
territorio en actitud bélica para derrocarlo. No. No soy un mercenario sino un
patriota que no permite ultraje a nuestra soberanía” (Ramírez, 1979,89).
Ante la pregunta por la presencia de luchadores
internacionalistas en las filas del EDSN dice: “Tengo oficiales de Costa
Rica, de Guatemala, de El Salvador, de Honduras y aún dos o tres de México, que
llegaron atraídos por la justicia de mi causa, pero están en una minoría. La
médula de mi ejército es nicaragüense y los oficiales que más tiempo han
permanecido a mi lado son nicaragüenses. He recibido muchos oficiales de
afuera, pero en la mayoría de los casos los he despedido” (citado por
Arias, 1996, 131).
El que tal vez es el límite más claro del pensamiento
sandinista, es el interpretar que bastaba con la salida de las tropas militares
estadounidenses, para desactivar el dispositivo imperial, que como sabemos es
muchísimo más complejo y ocupa de colaboradores y estructuras interiores.
A partir de un somero estudio de los textos y la historia de
Ejército Defensor de la Soberanía Nacional, queda claro que Sandino no era una
pensador anticapitalista radical, como señala Wünderich: “Sandino no fue un
enemigo irreconciliable de la propiedad privada. El nunca exigió la
expropiación de la burguesía nicaragüense ni la repartición de los grandes
latifundios. Por el contrario, esperaba que la burguesía cooperara con él con
base en su proyecto nacionalista” (…) “Sandino estableció la diferencia entre
la propiedad “legítima” e “ilegítima”. La encarnación de la propiedad ilegítima
era el capital de Norte América” (1988, 28).
Pese a la extensa base social campesina y originaria del
EDSN, este nunca tuvo una plataforma ni siquiera cercana a la del agrarismo
mexicano. De hecho, lo más significativo del programa agrario sandinista era la
colonización agraria a través de cooperativas, que si bien pueden ser un
importante punto de apoyo en el marco de una transformación radical de las
estructuras económico-sociales de dominación, colocar estos proyectos como eje
de la solución del programa agrario e inclusive del problema laboral
nicaragüense tenía claros ribetes utópicos (en el sentido conservador del
término).
Pese a estas limitaciones, llama la atención encontrar en el
EDSN, casi toda la gama de reivindicaciones laborales del movimiento sindical
de estirpe comunista, más significativo aun durante la toma de la Mina de San
Albino: “El primer paso después de la ocupación de la mina fue anunciar la
expropiación de los propietarios norteamericanos y pagar los salarios debidos a
los trabajadores en oro puro” (Wünderich, 1988, 17). Es decir, en su
primera acción militar el EDSN tomó claras medidas anticapitalistas. á�¿Cómo se puede explicar esta
aparente contradicción? Aquí se puede encontrar un problema no tematizado
suficientemente en el estudio del movimiento sandinista.
El EDSN generó en su organización política y militar interna
una fuerte impronta bonapartista, en la cual el liderazgo carismático de
Sandino jugaba como efecto estabilizador que ofrecía cohesión interna para un
movimiento social muy heterogéneo y fuertemente asentado en trabajadores
acostumbrados a la vida social en el minifundio (lo cual facilitaba la dispersión).
Vemos aquí una contradicción: La acción anticapitalista del
EDSN, es llevada a cabo “desde afuera”, con la participación pasiva de la clase
obrera y sin que se constituya ningún organismo de autodeterminación obrera y
popular siendo el poder dual el propio ejército sandinista.
La ausencia de un claro programa y perspectiva
anticapitalista, un descuido de la dimensión, necesariamente centroamericana de
cualquier lucha contra la ocupación militar imperialista y un fuerte elemento
de sustituismo social temprano son los límites precisos, los
cuales hay que saber señalarle a la experiencia sandinista para poder
apropiarse de ella en las actuales condiciones del pensar radical
latinoamericano.
8. ¿Cuál fue la
respuesta del Partido Comunista de El Salvador?
La segunda gran respuesta popular al proceso de
balcanización definitiva y profundización de las condiciones de dependencia en
Centroamérica fue la insurrección popular salvadoreña y sobre todo la acción
del Partido Comunista de El Salvador en 1932.
Creemos que es importante recordar la importancia actual que
tienen estos hechos para la vida política en el Salvador. Para Héctor Lindo
Fuentes: “Los principales actores políticos del país nunca olvidaron la
Matanza [de 1932]. A través de los años, el recuerdo de un confuso y
complejo conjunto de eventos fue continuamente conformado y reconformado, de
manera que proporcionó categorías y un complejo glosario de símbolos que
identificaron a las principales fuerzas que se enfrentaron durante la guerra
civil de la década de los ochentas” (2004, 288).
En la insurrección salvadoreña, el conflicto social está
menos tamizado por la contradicción nación oprimida/imperialismo que en
Nicaragua, y el eje de la lucha insurreccional más bien tendió a centrarse en
el tema de la propiedad de la tierra y la lucha contra los “barones” del café.
Así describe Lindo Fuentes, la crisis de dominio que 1932 se
instaló en El Salvador: “La crisis mundial que siguió al colapso de la
Bolsa de Valores de Nueva York, en 1929, llevó a la baja de los precios de los
productos prescindibles como el café, que para entonces representaba más del
noventa por ciento de las exportaciones de El Salvador. Los precios eran tan
bajos que muchos cafetaleros decidieron que no valía la pena cosechar el grano
y no contrataron cortadores. La espiral descendente parecía incontrolable, el
desempleo bajaba los salarios, las quiebras de cafetaleros y comerciantes
aumentaban el desempleo y bajaban los salarios, ya no en el campo sino también
en la ciudad. Con menos exportaciones de café, los ingresos del estado también
bajaban y los empleados públicos dejaban de percibir su salario por varios
meses o perdían el empleo. (…) los limitados recursos del estado no dejaban de
disminuir y cualquier reforma social era imposible. Inclusive los soldados del
ejército dejaron de recibir salarios puntualmente.” (2004, 289).
La crisis orgánica del régimen de dominio, sumado a las
características que tuvo el desarrollo del movimiento obrero-artesanal en El
Salvador, permite que las manifestaciones de la lucha de clases aparezcan como
más clásicas y los contornos clasistas del conflicto social menos mediados.
Señala bien en ese sentido Arias Gómez cuando apunta que las leyes y las
conquistas sociales que obtuvo el movimiento obrero y socialista salvadoreño
fueron adquiridas: “’de hecho’ [así como] la facultad de
organizarse en entidades de defensa clasistas de nuevo tipo. No esperaron,
pues, a que el maná jurídico les cayera del cielo estatal” (1996,54)
presentando así el movimiento obrero salvadoreño más elementos de
autodeterminación y auto organización que otros movimientos obreros en el área.
Esta característica identitaria del obrerismo y del
comunismo salvadoreño está también afirmada por uno de sus fundadores Miguel
Mármol: “No forzamos la historia cuando decimos que nuestro Partido
Comunista se hizo de la clase obrera salvadoreña, pues entre nosotros no se dio
el caso, ocurrido en otros países, de que el partido comunista se organizara primeramente
en el medio universitario o entre la intelectualidad pequeño burguesa. Nuestro
Partido Comunista salió de las entrañas mismas de nuestra clase obrera, de
nuestro movimiento sindical, como una forma superior, política, de organización
de clase. Los cuadros intelectuales que dieron los aportes principales en el
aspecto teórico, fueron cuadros ya formados por el movimiento comunista
internacional” (citado por Arias, 1996,181).
Ahora bien, la necesaria comprensión del PCS como la
organización con más raigambre obrera y popular en la Centroamérica de los
treintas, así como la organización pionera en lograr una articulación efectiva
entre el artesanado urbano y la peonada cafetalera (9), no basta para
comprender las características ya no del PCS, sino de la base social que le
acompañó en su heroica y trágica insurrección.
“La insurrección salvadoreña no puede ser entendida exclusivamente solo como reacción a la coyuntura de la represión mundial, ni como resultado de una estrategia suicida de los comunistas, sino que indica el grado de tensión y frustración acumulados en las relaciones sociales agrarias y, en particular el sedimento de agravios depositados en las poblaciones indígenas del occidente del país a lo largo de la era liberal” (Acuña, 1993, 313).
Al igual que con nuestro análisis del movimiento sandinista,
parece fundamental comprender las características de la zona de Sonsonete y
Ahuachapán, que fueron los verdaderos epicentros de la insurrección de 1932.
Es aceptado por todos los militantes comunistas y por el
ejército contrainsurgente que en el oriente del país no hubo levantamiento y en
el centro urbano-artesanal, fue rápidamente dispersado y anulado, en su
intentona.
Al estudiar el testimonio de Miguel Mármol sobre la
insurrección de 1932, parece haber una incomprensión del que probablemente fue
el principal defecto de la insurrección salvadoreña, el error consiste en
pensar el levantamiento del occidente del país como exclusivamente motivado por
las irritaciones de los peones agrícolas, cuando en realidad era una
insurrección popular que combinaba: 1) las tradicionales formas de la revuelta
anticolonial originaria y que por lo tanto, le daba a esta reivindicación
identitaria una importancia fundamental; 2) un programa de lucha clasista
aportado por los comunistas radicales centroamericanos.
9. ¿Cuáles fueron los
límites del levantamiento de 1932 en El Salvador?
Es importante señalar que este empalme entre la ideología
comunista centroamericana de primera época, la cual contenía un marcado
sacrificialismo y un gusto por los ritos y los gestos formales (¿litúrgicos?)
probablemente empalmó con facilidad con la memoria milenarista de los pueblos
originarios. Autores como Arias Gómez (1996) o Cerdas Cruz (1986) señalan entre
los errores que llevaron al fracaso de la insurrección de 1932: el
ultraizquierdismo verbal, el sectarismo, la ausencia de apoyo popular, la
vocación sacrificial. Más allá de que algunos de estos elementos existan, no
los estimamos como los elementos deficitarios fundamentales que le deberían ser
criticados al PCS, para poder reapropiar su gesta en el marco de un pensar
radical asentado en nuestras actuales condiciones. Además, como señala Acuña: “el
mismo [Cerdas Cruz] reconoce la inevitabilidad de la insurrección,
dada la situación interna de El Salvador en aquellos momentos” (1987,173).
Aunque es cierto y evidente que existió un gusto por la pose
sacrificial en los principales exponentes del comunismo radical (10) y que
estos estuvieron indudablemente marcados por la orientación ultraizquierdista,
de “tercer periodo”(11) de la III Internacional, coincidimos con Michael Löwy
cuando señala que pese a que esta orientación estalinista tuvo un rol
perversamente contrarrevolucionario en Europa (donde facilitó el ascenso del
fascismo) y jugó un papel esterilizador en los Partidos Comunistas del Cono
Sur, en Centroamérica y el Caribe los dirigentes y las organizaciones
comunistas “veían en esa corriente de izquierda un estimulante a su propia
tendencia revolucionaria autónoma. Es el caso particular del Partido Comunista
de El Salvador (…) que organizó en 1932 la única insurrección de masas dirigida
por un Partido Comunista en toda la historia de América Latina” (Löwy,
1980, 24).
Ahora, regresamos a lo que malintencionadamente se oscurece
en los análisis sobre el fracaso del auténtico levantamiento obrero-originario
de El Salvador: el problema del fetichismo soviético. Un tema fundamental
que todo pensar radical ocupa precisar, son las formas políticas de transición
en el marco de la transformación revolucionaria.
El pensamiento socialdemocratizante ve la posibilidad de la
transformación social, sin cambiar radicalmente la máquina del Estado, habría
solo que “ocupar” el Estado. Por eso el recurrente fetichismo electoral de
estas corrientes políticas y sobre todo de sus pensadores (12).
Para toda transformación radical de las condiciones de
explotación y miseria, necesariamente se ocupa pensar en cuáles son las formas
políticas por las que se expresarán y se autodeterminarán los sujetos de esa
transformación. La carencia de auténticos organismos de autodeterminación y
autoorganización de las clases subalternas, se constituye en un evidente límite
de cualquier proceso de transformación radical y también en una evidente
tentación burocrática para ahogar el proceso de transformación mismo, de esto
por cierto están cargadas las experiencias revolucionarias de la segunda
posguerra.
Ahora bien, en las organizaciones de inspiración comunista,
sobre todo y media vez fue impuesta la normalización estalinista, ya a mediados
de la década del 30, pero también en el comunismo radical centroamericano
existió un claro fetichismo soviético.
En el caso de la tradición más estalinista, los soviets eran
directamente inventados por orden de alguna dirección superior y estos
“tinglados sectarios” (como los llamó Trotsky) normalmente eran organizaciones
ad hoc de los mismos Partidos Comunistas, solamente había que declararlos como
soviets a través de alguna ordenanza burocrática.
En el caso del comunismo centroamericano de primera época el
fetichismo soviético no tenía nada de ese cinismo burocrático, sino que pasó
por una incomprensión ingenua, que intentó organizar soviets imitando las
estructuras municipales y dejando sin comprensión y sin punto de apoyo el
auténtico organismo de autodeterminación que efectivamente produjo la
insurrección del Occidente del país: las cofradías y las comunidades indígenas.
Y aquí surge una crítica aún más rica y comprensiva al
comunismo radical de primera época que la observación socialdemocratizante
sobre su ultraizquierdismo verbal y es la incapacidad de comprender una forma
específica de resistencia popular y ver solo en las formas de resistencia y
organización popular más clásicas (¿más
europeas?) “Las” formas de la transición política.
El siguiente señalamiento de Acuña es muy agudo (aunque el
autor no saque de él, conclusiones radicales): “La persistencia de la
comunidad [indígena] constituyó una forma de resistencia continua de
los indígenas en contra de los ladinos, el Estado y los distintos agentes de la
economía de exportación. En ausencia de instituciones como las mutuales y los
sindicatos y al margen del movimiento popular urbano, la comunidad funcionaba
como órgano de representación y de articulación de sus intereses frente a los
adversarios. En este sentido, los indígenas tenían alguna ventaja frente al
campesinado pobre ladinizado que ya no disponía de formas comunitarias” (Acuña,
1993, 312).
En ese sentido es sumamente sugerente el estilo del
liderazgo de Feliciano Ama, cacique indígena afiliado al Partido Comunista de
El Salvador y dirigente de las operaciones insurreccionales en Sonsonete.
“Ama, natural de Izalco, era el mayordomo principal de la cofradía del Espíritu Santo que, según versiones, era la más poderosa en 1932. Esta posición le situaba en el pináculo de una jerarquía espiritual indiscutible, lo que unido a su reconocimiento como cacique (aunque este titulo había sino abolido por los conquistadores, seguía, de hecho, reconociéndose entre los indígenas) hacía de Ama un hombre de gran poder en el campo religioso y el político, es decir un caudillo indiscutido. Se ha llegado a asegurar que a través de las cofradías, obedecían a Ama cerca de 30 000 indígenas (prácticamente la población aborigen de Sonsonete)” (Arias, 1996,102).
Más interesante aún que esta sugestiva mezcla de líder
religioso, caudillo originario y cuadro comunista, las cuales son tres formas
bastante distintas de de vivir lo político y que tuvieron una articulación
efectiva en la persona de Feliciano Ama. Es más interesante la determinación
que hace Arias Gómez de las cofradías como auténticos organismos de poder dual
que sin duda fueron las vías por las que se expresaron localmente los pueblos
originarios durante la insurrección.
Arias Gómez señala: “podríamos decir, que las cofradías
los indígenas encontraron, aunque sea a pedazos, parte de su identidad cultural
rota por la violencia del conquistador; ellas fueron una especie de argamasa
social que les mantenía unidos ante un mundo hostil y brutalmente explotador.
La cofradía fue un medio para transmitirse verbalmente su propia historia en
forma de recuerdos, gratos o dolorosos, fue su expediente para guardar su
memoria histórica. La convivencia que se estrechaba durante los días que duran
los festejos del respectivo santo, y de los cuales son excluidos hasta los
propios curas, es una forma de mantener esa identidad” (1996,103).
Estas pinceladas que presenta Arias Gómez sobre las características
de la resistencia originaria, acompañadas de la aceptación por parte de Mármol
de que el PCS tenía una comprensión fetichizada de las formas políticas de la
transición, hacen pensar que probablemente hubo de parte de la dirección
comunista salvadoreña, una frialdad hacia estas formas de resistencia.
Indudablemente, existió un extrañamiento entre los
comunistas salvadoreños y las comunidades originarias acaudilladas por
Feliciano Ama.
Arias Gómez reproduce una entrevista a Modesto Ramírez, donde
describe la reunión en la cual afilió a Feliciano Ama y nos parece que retrata
de cuerpo entero este extrañamiento: “Llegado el momento de proponerle a
Ama su afiliación partidista, cantaba Modesto que le respondió más o menos en
estos términos:
- De
entrar al Partido, debe entrar también toda la gente de mi cofradía.
Modesto le hacía la observación de que la afiliación era una
decisión personal, individual y que no podía hacerse en masa,
indiferenciadamente. A esta observación. Ama respondió:
-De no entrar todos mis compañeros no entro yo tampoco-. La
dirección del PCS, como era lógico, accedió a la demanda” (1996,107).
Muy significativo todo el cuadro que traza Modesto Ramírez.
Por un lado, la demanda de Ama de afiliación colectiva y la consecuente
extrañeza del comunista, mientras Ramírez tiene en mente la afiliación
individual, mediante una acto de conciencia “racional” y “voluntario” de un
individuo a un partido que defiende un programa general para transformar la
sociedad y el Estado, Feliciano Ama en cambio al decidir “su” ingreso a una
estructura que él cree defenderá los intereses de su comunidad originaria,
estima impensable que no se afilie a esta organización toda la comunidad
originaria, “su” comunidad originaria.
Esta racionalidad comunitaria, que obligaría a pensar y
repensar la dialéctica entre participación originaria y partidos populares, se
puede ver aún en nuestra época, por ejemplo, en las experiencias de las
rebeliones obrero-originarias de la ciudad de El Alto en Bolivia durante los
años 2003 y 2005.
10. ¿Qué conclusiones
podemos sacar de la lucha política del Ejercito Defensor de la Soberanía Nacional
y del Partido Comunista de El Salvador?
Se han analizado los rasgos más generales que tuvieron dos
de las respuestas políticas populares a la balcanización de Centroamérica (13).
Por un lado, la respuesta del nacionalismo popular, del cual el sandinismo fue
la experiencia más significativa, pero con una fuerte inercia en cuanto a la
comprensión de los dispositivos internos del orden imperialista, una serie de
problemas significativos por la ausencia de un programa auténticamente
anticapitalista para el campo y la ciudad y una fuerte tendencia al sustituismo
social que le imprimía un rasgo caudillezco a su liderazgo.
Por otra lado, la alternativa del comunismo ingenuo del PCS,
que superaba al sandinismo, al contar con una tosca pero real comprensión
centroamericanista de la lucha de clases y también, una mayor claridad del rol
de los partidos y agrupaciones de la burguesía nativa y sobre todo con una
mayor vocación para poner en pie auténticos organismo de autodeterminación
popular. Aunque apunta en contra de su historial como alternativa popular su
efectivo verbalismo abstracto y sobre todo la incomprensión y la ausencia de
una estrategia para combinar la lucha anticapitalista de los peones agrarios y
la lucha por el reconocimiento identitario de esos mismos peones, que a la vez
eran pueblos originarios.
Como es sabido, estas dos alternativas populares fueron trágicamente
separadas y opuestas por una combinación de la realpolitik de los gobiernos
mexicano y estadounidense y de la realpolitik de la III Internacional (14).
Impidiendo que confluyeran y se entrelazaran sus distintas virtudes
posibilitando así un auténtico proceso regional insurreccional,
antiimperialista y anticapitalista, el trágico desenlace fue que estas dos
alternativas populares fueron finalmente aplastadas de manera independiente,
cuando la democratización de baja intensidad se obturó y se ingresó a la época
de las dictaduras militares, las cuales garantizaron la profundización de la
balcanización, esta vez manu militari.
Esta comprensión de las propuestas políticas populares que
recorrían el istmo en los treintas ayudará a ver mejor los contornos del
comunismo radical costarricense de primera época y su posterior deriva en
comunismo “a la tica”.
11. ¿Se puede
entender la primera época del comunismo costarricense como una alternativa
política a la crisis de dominación centroamericana?
No se quiere ahondar demasiado en los efectos que el crack
económico mundial produjo en la frágil economía semicolonial centroamericana y
en específico, sobre la costarricense. Creemos que hay una abundante
bibliografía, con suficientes e interesantes datos al respecto (15).
La cita de Bulmer-Thomas, vista más arriba invita a entender
la crisis de dominio no de manera determinista, como un producto inmediato del
crack del 29, sino como una situación que se agrava cualitativamente con la
crisis económica y se mezcla con toda otra serie de elementos políticos
acumulados: la actividad creciente de las clases subalternas y sus variados
intentos de dotarse de un instrumento político propio, el desarrollo de una
cultura impresa en los centros urbanos, la cual contribuyó a difundir la
crítica política y cultural más o menos anti-sistémica de la intelectualidad
radicalizada de inicios de siglo XX y el relativo vacío que dejó el intento
fracasado de relegitimación del orden liberal, vacío que a su vez, fue
aprovechado por los comunistas costarricenses.
Dentro de algunos analistas de filiación comunista “a la
tica”, se pretende comprender las alternativas políticas que enfrentaron la
crisis de dominio como comportamientos estancos. La hoz y el machete de
Cerdas Cruz, pese a ser un trabajo muy documentado, tiene esta debilidad, la
cual tiende a oscurecer una de las preguntas claves del proceso histórico-social
que se viene analizando: ¿Por qué fueron derrotadas en toda el área, las
fuerzas populares durante el ciclo de rebelión instaurado en 1928-1932?
Nuestra tesis es que el sandinismo, el comunismo salvadoreño
y el comunismo costarricense eran tres respuestas a una sola crisis de dominio
global del régimen oligárquico en Centroamérica.