Ricardo Antunes | Desde
2008 entramos en una nueva era de precarización estructural del trabajo en
escala global. Los ejemplos son muchos: el desempleo viene alcanzando las más
altas tasas de las últimas décadas en EE.UU., Inglaterra, España, Portugal,
Italia, Grecia, Francia, Japón ..., siendo la lista interminable, y afecta
también a varios países latinoamericanos, para no mencionar la tragedia
africana, aunque el epicentro de la crisis se halle en los denominados países
avanzados. Hasta el gigante chino, con casi un billón y medio de
habitantes y dotado del mayor ejército de fuerza de trabajo excedente en el
mundo, ha disminuido sus tasas de crecimiento de 12 a 7%, tal como ocurrió
inmediatamente después de 2008, dejando de un solo golpe a millones de
trabajadores sin empleo. En la medida en que la crisis se profundiza, tanto más
se impone el recetario destructivo del capital financiero con u Fondo Monetario
Internacional al frente, más avanza su letalpragmática para el trabajo.
Y cuando la realidad no es la del desempleo directo, avanza
de modo voraz la precarización del tra-bajo resultante de la erosión del empleo
contratado y reglamentado que fue predominante en el siglo XX ‒o
siglo del automóvil, dominado por el taylorismo y el fordismo‒, proliferando las
diversas formas de trabajo tercerizado, cuarterizado, part time, despro-visto
de derechos. Se trata de trabajos disfrazados o