- “… yo hago una especie de juego. A menudo cito conceptos, textos y frases de Marx, pero sin sentirme obligado a añadir la etiqueta identificadora de una nota al pie de página con una frase laudatoria para acompañar esa cita. Si uno hace eso, es considerado como alguien que conoce y reverencia a Marx, y es honrado en las así llamadas revistas marxistas. Pero yo cito a Marx sin decirlo; sin poner comillas, y como que la gente es incapaz de reconocer los textos de Marx, a mí se me considera como alguien que no cita a Marx. Cuando un físico escribe un texto de física, ¿acaso siente la necesidad de citar a Newton o a Einstein?” | Michel Foucault
Michel Foucault ✆ Gato Teo |
Sebastián Gómez | En el
presente escrito pretendemos realizar una lectura de Foucault, bajo el interés
de indagar y ordenar sus apreciaciones en torno a Marx y el marxismo. Este
emprendimiento lo realizamos bajo tres tópicos: a) Abordaje de la historia; b)
Poder; c) Sujeto y humanismo.
Es sabido
que en las academias de nuestro país especializadas en asuntos filosóficos,
sociales, psicológicos y educativos, la difusión del pensamiento foucaultiano
suele ir acompañado de una deslegitimación de los planteos de Marx y el
marxismo.
Entendemos necesario indagar en la propia obra de Foucault para intentar saldar cuentas con esta difusión y disociación de Foucault respecto a Marx. Para ello, nos parece medular retener la distinción (que el propio Foucault establece) entre Marx y el marxismo. En este sentido, el marxismo con que el autor francés discute es, básicamente, el proveniente de las obras de Althusser, Sartre y el “stalinista”, o sea, la línea oficial de los partidos comunistas por aquellos años (50’ – 70’). El emprendimiento de este escrito parte, parafraseando a Bourdieu (1997:18), de leer a Foucault sorteando el reduccionismo (según la lógica tú no eres marxista, tu no eres más que estructuralista, etc.) como el fetichismo y adoración. Es entre estos márgenes que intentamos caminar. Los tópicos seleccionados son escuetos para una empresa de tamaña envergadura, pero, entendemos que condensan temáticas medulares no sólo de las obra del autor sino también de la difusión del pensamiento foucaultiano en las académicas.
Entendemos necesario indagar en la propia obra de Foucault para intentar saldar cuentas con esta difusión y disociación de Foucault respecto a Marx. Para ello, nos parece medular retener la distinción (que el propio Foucault establece) entre Marx y el marxismo. En este sentido, el marxismo con que el autor francés discute es, básicamente, el proveniente de las obras de Althusser, Sartre y el “stalinista”, o sea, la línea oficial de los partidos comunistas por aquellos años (50’ – 70’). El emprendimiento de este escrito parte, parafraseando a Bourdieu (1997:18), de leer a Foucault sorteando el reduccionismo (según la lógica tú no eres marxista, tu no eres más que estructuralista, etc.) como el fetichismo y adoración. Es entre estos márgenes que intentamos caminar. Los tópicos seleccionados son escuetos para una empresa de tamaña envergadura, pero, entendemos que condensan temáticas medulares no sólo de las obra del autor sino también de la difusión del pensamiento foucaultiano en las académicas.
El método de
indagación de la obra de Foucault es fundamentalmente inductivo. Allí donde el
autor hace referencia a Marx y al marxismo, nos detuvimos, analizamos,
sistematizamos y englobamos.
El
escrito está divido en tres apartados, siguiendo los tópicos seleccionados. A
modo de cierre, planteamos conclusiones en términos de recuento de lo
trabajado, apertura de nuevas líneas de indagación y balance de la obra
foucaultiana en relación a la temática de la revolución y una de las
tradiciones del marxismo que pregonamos: la Filosofía de la praxis. A lo largo
del escrito, a medida que exponemos los planteos de Foucault sobre los tópicos
seleccionados, colocamos sus referencias a Marx y el marxismo. A su vez, también
realizamos balances y articulaciones (en general propias) de la obra de
Foucault con Marx y el marxismo (en general desde la Filosofía de la Praxis).
Entre
los propósitos del escrito, destacamos problematizar la disociación de Foucault
respecto a Marx en la difusión académica de la obra foucaultiana, precisar las
discusiones del autor con el marxismo y retomar sus planteos para (re)pensar la
cuestión de la revolución en el capitalismo avanzado.
1.Abordaje de la historia
“Es
imposible, en el presente, escribir historia sin utilizar
un
conjunto de conceptos vinculados directa o indirectamente
con
el pensamiento de Marx y sin situarse uno mismo dentro
de
un horizonte de pensamiento que ha sido definido y descrito
por
Marx. Se debe incluso preguntar qué diferencia puede haber,
en última instancia, entre ser un historiador y ser un
marxista” | Foucault
La obra de Foucault está atravesada por
la temática de la constitución y producción de la subjetividad. Como sostienen
Álvarez – Uria y Varela (1991:8) el proyecto foucaultiano asume un carácter
genealógico en tres dimensiones: a) una ontología histórica de nosotros mismos
en relación a la verdad a través de la cual nos constituimos en sujetos de
conocimiento; b) una ontología histórica de nosotros mismos en relación al
campo del poder a través del cual nos constituimos en sujetos que actúan sobre
los demás; c) una ontología histórica de nosotros mismos en relación a la ética
a través de la cual nos constituimos en agentes morales. Más allá de la
discusión sobre la periodización o no de la obra foucaultiana a partir de estas
dimensiones, es de interés ligar este proyecto con el escrito del autor
francés, “Qué es la ilustración”. Allí Foucault marca que con el planteo de
Kant acerca de la ilustración se abre e inaugura una tradición crítica que se
pregunta por la actualidad, que desarrolla una ontología del presente y de
nosotros mismos. Sostiene que esta tradición crítica, en la que él se inscribe,
cuenta con antecedentes como Hegel, Nietzche, Weber o la Escuela Frankfurt. Si
bien aquí no hace alusión a explícita a Marx, como veremos éste también
constituye un antecedente de este camino para el autor.
Foucault,
con el proyecto genealógico, prosigue fundamentalmente el legado de Nietzche pero
también continúa planteos de Marx. En las características de la genealogía, se
destaca su compromiso con el presente, esto es, conducir el análisis desde la
situación presente. La genealogía se distancia de la historia de los
historiadores porque más que pretender dar cuenta del pasado, plantea la
necesidad de indagación de los procesos históricos que han hecho posible la
configuración presente (Álvarez Uria, 1996:14). Los temas que aborda Foucault
eran problemas acuciantes del presente. Existe una sintonía respecto al punto
de partida epistemológico con Marx. Éste, además de trabajar sobre asuntos
presentes acuciantes para dar cuenta de sus configuraciones actuales, se ancló
en la perspectiva histórica de los trabajadores que lo habilitó a cuestionar la
naturalización de las condiciones e instituciones capitalistas a las que el
pensamiento burgués, por ejemplo de la mano de Smith y Ricardo, buscaba fijar
en la eternidad (Lukács, 1923/2002:105). Vale marcar que el propio Foucault, en
Nietzche, Freud, Marx (1967 / 1999:40) valora esta ruptura del
pensamiento de Marx con la burguesía, a través de rescatar el concepto de
superficialidad (como se encuentra al comienzo de El Capital) que apunta
a indicar que la profundidad de la concepción de la burguesía no es realidad
sino superficialidad. Es posible sugerir que Foucault también ancla su
perspectiva en los dominados, sometiendo a crítica a las condiciones e
instituciones modernas, exponiendo sus procesos históricos conflictivos y, por
extensión, desnaturalizándolas.
La
genealogía supone el objetivo de desubstancializar los conceptos, descubrir su
carácter ficcional, mostrar los procesos implícitos en ellos, desestabilizando
el concepto tradicional de verdad (Colombani, 2008:99;103). Esto encuentra
antecedentes en la obra de Marx, de modo claro en “El fetichismo de la
mercancía” (Murillo, 1997:38). Esta desubstancialización de los conceptos, se
liga con un modo de abordar la historia en Foucault que busca detectar las
rupturas o interrupciones por debajo de las grandes continuidades, criticar la
persecución de puntos originarios o fundacionales como así también la
proyección de teleologías. Así se distancia de una historia global de las
totalidades (Foucault, 1991b:65). En La arqueología del saber
(1969/1997), Foucault plantea que esta mutación epistemológica respecto al
abordaje de la historia tiene su primer momento en Marx, pero que tardó en
producir sus efectos (1969/1997:19).
Sólo
para ilustrar este abordaje de la historia que Foucault le atribuye a Marx, recordemos
las críticas del autor alemán a las (interpretaciones) robinsonadoas de Smith y
Ricardo que situaban a un pescador o cazador no como un resultado histórico
sino como punto de partida de la historia y de su teoría (Marx, 1857/1967:33).
Para Foucault (1967/1999:41;48) este rechazo de las robinsondas, o sea el
rechazo al comienzo en la historia, se liga, a su vez, con el carácter
inacabado y violento de la interpretación en Marx que, luego el marxismo
suturó. Por otra parte, si bien la cuestión de la teleología en Marx puede
resultar más compleja, adherimos a una lectura que no postula al advenimiento
del socialismo de modo mecánico sino tan sólo como una posibilidad, entre
otras. De hecho Foucault sostiene una lectura semejante cuando afirma que Marx,
al igual que Nietzche, sostienen la apertura y desarrollo incesante de la
historia (1969/1997:24). Por otra parte, en las clases en el Collége de France,
el autor francés sostiene la relevancia en el abordaje de la historia del
concepto de contrahistoria, esto es, el relato de la historia de los oprimidos
y sus luchas. En este punto, cita a Marx que encontraba en la historia de la
razas (en la contrahistoria para Foucault) un antecedente de la historia de la
luchas de clases (1976/2008:79). Así, el autor se apoya en Marx, para dar
cuenta de la relevancia de la contrahistoria en el tratamiento de la historia
en general y, específicamente, del proyecto y la práctica revolucionaria.
Para Foucault, Marx implicó una ruptura (no
proseguida por el marxismo) con el análisis histórico lineal que convertía a la
conciencia humana en el sujeto originario de todo proceso social y suponía una
concepción del tiempo de forma totalizante y globalizadora. El autor alemán
supuso un descentramiento en le tratamiento de la historia, basado en sus
análisis históricos, en las determinaciones económicas y la lucha de clases.
Sin embargo, contra este descentramiento de Marx, Foucault precisa que se
desarrolló, a fines del siglo XIX, una historia global, en la que todas las
diferencias de una sociedad podrían ser reducidas a una forma única, al
establecimiento de un sistema de valores, a un tipo coherente de civilización
(1969/1997:19).
Foucault
realiza abordajes históricos centrados en las condiciones de existencia, en las
prácticas sociales que continúa el descentramiento operado por Marx. De allí
que critique la antropologización de Marx que busca hallar en él al humanismo,
situando al hombre en el centro de anudamiento de la historia. El autor francés
despliega y reivindica un abordaje de la historia en Marx en que se cuestiona
la primacía del sujeto y aboga por el carácter no conciente del devenir
histórico. Esto último en el sentido que la historia supone el enfrentamiento
entre fuerzas que no obedecen a un destino, a una mecánica ni se manifiestan
como las formas sucesivas de una intención sino que están inscritas en el azar
que supone la lucha. Estas fuerzas aparecen en el conjunto aleatorio y singular
del acontecimiento (Foucault, 1992:20). Foucault no hace alusión explícita a
Marx en esta cuestión, pero si retenemos que el nudo en la historia para el
autor alemán reside en la lucha de clases, esto es, en el enfrentamiento entre
fuerzas, observamos continuidades también aquí entre los autores. La historia
en ambos casos es belicosa, aunque claro está, en Marx se encuentra una utopía
(no teleología) donde este carácter se superaría; cuestión que en Foucault no
plantea, entre otras razones, por su concepción del poder.
2. El (carácter relacional del) poder
“Después
de todo ha sido necesario llegar
al
siglo XIX para saber lo que era la explotación, pero
no
se sabe quizá siempre qué es el poder. Y Marx y Freud
no
son quizás suficientes para ayudarnos a conocer esta cosa tan
enigmática,
a la vez visible e invisible, presente y oculta, investida
en todas partes que se llama poder” | Foucault
Es de interés comenzar por tratar el tópico del
poder a través de exponer, el estado de fuerzas y del arte (sobre el tema) con
que Foucault se encontraba, siguiendo su relato. Esto es importante porque
expresa debates con el marxismo. Bajo una mirada retrospectiva en “Verdad y
poder” (1992b:175-177), el autor plantea que en los años 50-55 uno de los
grandes problemas que indagaba era el estatuto político de la ciencia y sus
funciones ideológicas, en otras palabras, la cuestión del saber y el poder
(aunque, por ese entonces, el tópico del poder no estaba explícito en él). Esta
cuestión no lograba el interés ajeno, ya que se consideraba que era un problema
político sin importancia y sin nobleza epistemológica. Foucault atribuye tres
razones a esta negativa.
En primer lugar, los intelectuales marxistas en
Francia buscaban, siguiendo las prescripciones del PCF, ser reconocidos por la
institución universitaria y su establishment. Debían plantearse problemas,
asuntos y dominios en vistas a renovar la tradición liberal universitaria. La
cuestión del saber y el poder no estaban en la agenda académica. En segundo
lugar, el stalinismo posestaliniano reducía el pensamiento marxista a
repetición temerosa de lo dicho, no permitiendo la apertura de nuevos dominios.
A su vez, se continuaba con una concepción del siglo XIX de la ciencia, esto
es, de raigambre positivista. Sólo con el mayo Frances (1968), y pese al PCF,
estas cuestiones adquirieron su significación política y una intensidad
insospechada. Foucault reconoce que con la apertura operada en estos años
realizó balances críticos de sus anteriores producciones y retomó el hilo de
los problemas hacia la penalidad, las prisiones y las disciplinas. En tercer
lugar, Foucault abre el interrogante de si los intelectuales del PCF no
rechazaban el asunto del encierro, la utilización política de la psiquiatría,
la cuadriculación disciplinaria de la sociedad, debido a la experiencia
soviética.
Fundamental
también es considerar la posición de Foucault respecto al concepto de poder que
se encontraba por ese entonces. En parte, Foucault elaborará su concepción del
poder, discutiendo con las perspectivas tradicionales sobre el Estado. El autor
sostiene que en la Historia de la Locura (1961) o en el Nacimiento de la
Clínica (1963), no pudo hablar del concepto de poder por la situación política
– teórica de ese momento. La derecha se planteaba el poder en términos de
constitución, soberanía, etc., o sea, en términos jurídicos. Por la parte
marxista, en clave de aparatos de Estado. Mientras los primeros, denominaban al
poder en la URSS como totalitario, los segundos lo abordaban como dominación de
clase en las sociedades capitalistas. La mecánica y ejercicio del poder en su
especificad y detalle no era analizada. Esto sólo fue posible con posterioridad
al mayo del 68’, es decir, con el despliegue de las luchas cotidianas por la base
que enfrentaban los eslabones más finos de la red del poder (1992b:180). Con
todo, Foucault se centrará pues en el ejercicio del poder.
En la Hermenéutica del sujeto
(1982/1996:110), entre otros escritos, el autor francés precisa el carácter
relacional en que aborda el poder. Por eso cuando se refiere al poder, prefiere
hacerlo en términos de relaciones de poder. Éstas las define como cualquier
tipo de relación en la que uno intenta dirigir la conducta del otro. En este
sentido, el poder para el autor está siempre presente, atraviesa a todas las
relaciones humanas. Además, plantea que, a diferencia de los estados de
dominación, en las relaciones de poder existen necesariamente posibilidades de
resistencia, posibilidades de libertad. El poder en Foucault es inscrito en un
sistema de relaciones de fuerzas, rompiendo con una versión del mismo como
“ente objeto”. En este sentido, no surge después que se estructura el conjunto
social, sino que es parte de su conformación (Acanda, 2000:102). Esta
inscripción del poder en relaciones de fuerzas, se articula con estrategias
globales que reajustan, refuerzan, transforman los procedimientos dispersos y
locales de poder. Por ello para Foucault, no resulta adecuado partir de un
hecho primero y masivo de dominación (una estructura binaria compuesta de
dominantes y dominados) sino más bien considerar la producción multiforme de
relaciones de poder que son parcialmente integrables a estrategias de conjunto.
Las relaciones de poder no apoyan a un interés económico primigenio sino que
son utilizadas y reajustadas en el marco de estrategias generales (1992c:171).
Otra
de las características del poder en Foucault es su carácter productivo,
positivo. El autor se distancia de una concepción jurídica, prohibitiva del
poder que supone una doble “subjetivación”: el poder, del lado en el que se
ejerce, es concebido como una especie de gran Sujeto absoluto que articula la
prohibición (Soberanía del Padre, del Monarca, etc); del lado en el que el
poder se sufre, se determina el punto en el que se dice “sí” o “no” al poder.
Desde los juristas clásicos hasta la actualidad se plantea un poder
esencialmente negativo (1992c:169). Si bien Foucault no alude al Marx y al
marxismo explícitamente aquí, en otros pasajes sostiene respecto al primero que
es necesario su desarrollo para conocer lo que se denomina poder y sobre el
segundo considera que las categorías tales como “dominar”, “aparato de Estado”,
“grupo en el poder”, etc. no aprehenden la productividad y capilaridad del
poder (1992d:83-4). Así, el autor penetra en cómo el poder articulado en
relaciones sociales fabrica cuerpos con determinadas características, en
particular, cuerpos dóciles (Foucault, 1975/2002:141).
Foucault
sostiene que las relaciones entre deseo, poder e interés son más complejas de
cómo ordinariamente se las aborda (en alusión al marxismo, entre otras
corrientes). En particular, sobre el caso del fascismo sostiene que el
esquematismo marxista no hablita a descifrarlo (1992c:168). En contraposición
con el marxismo que reduce poder a interés de clase, Foucault plantea que
aquellos que ejercen el poder no tienen por fuerza interés en ejercerlo y llama
la atención sobre la relevancia del deseo que opera entre el interés y el
poder. Siguiendo el caso del fascismo, afirma que las masas deseaban que
algunos ejerzan el poder, aún cuando el poder se ejercía sobre ellas y a sus
expensas. Este interjuego poder, deseo e interés está poco explorado, según el
autor francés (1992d:85).
El poder, en Foucault, es articulado además con la
temática de la verdad, en rigor con su categoría de régimen de verdad. Cada
sociedad tiene su régimen de verdad, esto es, los tipos de discursos que ella
acoge y hace funcionar como verdaderos, los mecanismos y las instancias que
permiten distinguir los enunciados verdaderos o falsos, las técnicas y
procedimientos que son valorizados para la obtención de la verdad (1992b:187).
Aclara, en debate implícito con el marxismo, que el régimen de verdad no es
ideológico o superestructural (un epifenómeno de un momento estructural) sino
una condición de formación y de desarrollo del capitalismo. No existe, una
verdad a descubrir o mostrar sino un conjunto de reglas que la configuran y
suponen efectos de poder. Así, la luchas no son a favor de la verdad sino en
torno al estatuto de vedad y su papel económico – político. Con esto, Foucault
se distancia del marxismo que sitúa los problemas políticos de los
intelectuales en términos de ciencia - ideología (en clara alusión a Althusser)
y los plantea en clave de Verdad – poder. De allí que el problema político
sustancial no es hacer cambiar la conciencia de la gente, sino el régimen
político, económico, institucional de la producción de la verdad; se trata de
separar el poder de la verdad de las formas de hegemonía en el interior de las
cuales funciona por el momento (1992b:189).
Respecto
a la temática del Estado y las relaciones de poder en Foucault, es preciso
comenzar por sugerir que aunque no sea trabajado de modo sistemático, sus
textos abren preguntas y sugerencias que permiten abordar un análisis del
Estado moderno (Murillo, ob.cit:124). También aquí, la temática del Estado está
vinculada con la producción de subjetividad, con el ejercicio del poder. En las
clases de Foucault en el Collage de France, algunas compiladas en Defender
la Sociedad, se plantea, por así decirlo, una genealogía del Estado. El
autor desarrolla, desde el Siglo XV, las transformaciones que dieron lugar al
Estado moderno. De este desarrollo, señalamos algunos elementos. En los siglos
XVII y XVIII aparecen técnicas de poder centradas en el cuerpo individual que
apuntan a incrementar su utilidad. Se refiere al despliegue de las sociedades
disciplinarias, con la propagación de instituciones que aseguran la
distribución espacial de los cuerpos, su organización, aislamiento y vigilancia
permanente. Esto el autor lo engloba en la tecnología de poder denominada
anatomopolítica (Foucault, 1976/2008: 220). A su vez, Foucault, marca que
durante la segundad mitad del siglo XVIII, aparece una nueva tecnología que sin
excluir a la disciplinaria, la engloba e integra: la biopolítica
(1975-76/2008:221). Esta tecnología se aplica no a un cuerpo individual sino al
hombre especie. Es un ejercicio de poder destinado a una multiplicidad de
hombres en la medida que forman una masa global afectada por procesos de
conjunto como la enfermedad, nacimiento, producción, etc. El objeto entonces es
la población sobre la que se establecen mecanismos reguladores en vistas a
fijar un equilibrio, mantener un promedio, optimizar un estado de vida. La
fórmula se invierte: ya no es, como en el diagrama monárquico, “hacer morir y
dejar vivir” sino, ahora, “hacer vivir y dejar morir”. Más allá de otras
diferencias, tanto en la anatomopolítica como en la biopolítica, se pretende
maximizar las fuerzas, conformar cuerpos dóciles. Esto supone, a su vez, la
articulación del poder con el saber dado que la intervención sobre el cuerpo
individual y hombre especie implica extraer un conjunto de saberes (para un
mayor control), sólo posible bajo ciertas condiciones del ejercicio del poder.
Con
todo, este tratamiento de la cuestión estatal por parte de Foucault es de
nuestro interés, porque, como afirma en La verdad y las Formas jurídicas
(1973/2001:129) en debate implícito con el marxismo, la diferencia entre lo que
es y no aparato del Estado no resulta de importancia dado que lo central reside
en la red que se forma para el ejercicio del poder entre el Estado y aquello no
estatal. Así apela a la categoría de sub poder que refiere no a un aparato de Estado,
ni a una clase en el poder sino el conjunto de pequeños poderes e instituciones
situadas en un nivel más bajo, es decir, a la trama de poder político
microscópico, capilar (1973/2001:139).
Llegado a este punto, pasaremos ahora a realizar un
escueto balance teórico y una articulación desde y con el marxismo acerca del
concepto foucaultino de poder. Entre las críticas del marxismo, se destaca el
problema de su fundamento. Poulantzas, aunque resulte uno de los pocos
marxistas que sostiene no sólo que el autor francés aporte a la tradición sino
que además sólo es comprensible desde el marxismo, arremetió sobre esta
cuestión. Para él, Foucault (y Deleuze) diluyen y dispersan el poder en
innumerables microsituaciones, subestimando la relevancia de las clases
sociales y sus luchas (1979:47). Si bien es cierto que Foucault se centró en
las lógicas del ejercicio del poder en el capitalismo, no profundizó en las
fuentes de este poder, en las relaciones entre la economía y la política,
apareciendo, en algunos pasajes, las relaciones de poder sostenerse por sí
mismas. Sin embargo, consideramos que existen afirmaciones (no desarrolladas en
extenso) de Foucault que claramente plantean el fundamento de su noción de
poder en la explotación capitalista:
“… si el poder se ejerce tal como se ejerce, es ciertamente para mantener la explotación capitalista” (1992d:86);
“… el sistema capitalista penetra mucho más profundamente en nuestra existencia (….) para que haya plusganancia es preciso que haya sub poder, es preciso que al nivel de la existencia del hombre se haya establecido una trama de poder político microscópico, capilar…” (1973/2001:139).
La crítica de Poulantzas parece acertada si la
enmarcamos en el escaso desarrollo en extenso de estas afirmaciones en la obra
de Foucault. De todas maneras, recordemos en que su época el mecanicismo y
economicismo era imperante y, por tanto, no resultaría casual que Foucault en
su intento de torcer la vara, enfatice ciertos elementos, dando por sentado
otros (no exponiéndolos).
El
tratamiento de la cuestión estatal en Foucault, tiene puntos de encuentro con
ciertos planteos de Gramsci. Ambos, critican una visión sustancialista e
instrumentalista del Estado que reduce poder a poder de Estado. Subrayan el
carácter relacional de la dominación estatal, extendiéndose más allá de los
aparatos estatales, involucrando instancias no estatales. Tanto para Gramsci
como para Foucault, es medular la profundidad y capilaridad de la dominación
sobre los cuerpos que comprende un vasto abanico de instancias (aunque en el
autor italiano el carácter centralizado del poder y la identificación de
diferentes grados opera con más claridad que en Foucault). Esto sobre la base
de que en ambos se encuentra una conceptualización relacional del poder en el capitalismo.
En
otro orden de la vinculación de Foucault con Gramsci se encuentra la recepción
de críticas comunes sobre su noción de poder. Respecto al primero, se sostiene
que no aclara la relación entre positividad del poder y su núcleo coactivo
(Poulantzas, ob.cit: 88) mientras que al segundo se le reprocha no dimensionar
con agudeza y precisión la coacción, ante todo en su tratamiento del binomio
Estado – Sociedad Civil. (Anderson,1981). Así, ambos en su afán por alejarse de
una visión jurídica del poder (Foucault) y de comprender la nueva trama del
capitalismo avanzado (Gramsci), no habrían tratado de manera específica el
carácter clásico del poder (el lado coercitivo) y, por tanto, subvalorado su
papel en la manutención del orden.
Otro
de los nudos críticos en torno al poder en Foucault desde el marxismo, reside
en absolutizar la capacidad englobadora y homogeneizadora del poder que
imposibilita explicar la resistencia. Si bien el autor insiste en que las
relaciones de poder, por definición, suponen resistencia, su tratamiento es
general. No ayuda a abordar el problema puntualizado. Además, retengamos que
Foucault analiza el ejercicio del poder y luego, sostiene la categoría de
resistencia, o sea, no parte de ella. Así, en algunas producciones o
conferencias se vio obligado a buscar los agentes de la subversión por fuera de
la modernidad, en la plebe, en sectores marginales (Acanda, 2000: 10-11). En
sus últimos escritos, por ejemplo, la Hermenéutica del sujeto, Foucault
retoma la cuestión de la subjetividad, profundizando en la capacidad de
autonomía individual, pero tampoco logra explicar la fuente de esta capacidad
que habilita la resistencia.
Desde
luego, su concepción del sujeto atraviesa y sostiene este tratamiento del poder
y, por extensión, las críticas que recibió.
3. Sujeto y humanismo
“Podemos ver cómo cierta tradición
universitaria o académica
del marxismo, concepción tradicional
del sujeto desde el punto
de vista filosófico, aún continúa. Esto
es, en mi opinión, lo que debe
llevarse a cabo: la constitución
histórica de un sujeto
de conocimiento a través de un discurso
tomado como un
conjunto de
estrategias que forman parte de las prácticas sociales”. |
Foucault
Para comenzar a abordar el tópico del sujeto en
Foucault en el marco de sus debates o apreciaciones con Marx y el marxismo, es
pertinente esbozar un estado de situación teórica. En los años 50’ y 60’ una
pregunta reiterada era cómo se articula el orden social con la subjetividad, lo
general con lo particular. Esto remitía, por ejemplo, a comprender las
adhesiones de las masas al fascismo o nazismo. Sartre, figura de suma
relevancia en la academia y política francesa, buscará fundir el
existencialismo con el marxismo bajo la intención de abordar la vida cotidiana,
la existencia individual (Poster citado en Murillo, 1997:51). También la
escuela de Frankfurt, a través de autores como Marcuse, Fromm, Horkheimer,
Adorno, intentaba comprender la constitución humana, asimilando elementos del
psicoanálisis y en el marco de los procesos de masificación en las democracias
modernas. Además, por estos años se desarrolla la obra de Althusser (1969/2006)
que crítica los abordajes del Marx en clave humanista o historicista,
postulando la tesis del sujeto sujetado.
Uno
de los nudos que Foucault pretende quebrar en torno al sujeto es su abordaje en
términos esencialistas y, por tanto, con el paradigma antropológico, propio de
cierto marxismo de la época como el existencialismo (Foucault, 1982/1996:107),
que sostiene un ser humano fundante e incondicionado (Acanda, 2000:10). De
allí, las reiteradas criticas a la antropologización de Marx. A contramano,
Foucault enfatiza las condiciones históricas en la constitución del sujeto,
apoyándose en Marx. De todas maneras, en La verdad y sus formas jurídicas,
crítica la tesis de Hegel, seguida por los post – hegelianos y por Marx (en
rigor, aclara, siguiendo a Althusser, de cierto periodo de Marx) de que la
esencia completa del hombre es el trabajo (1973/2001:139). Luego, sostiene que
esta tesis es empleada por el marxismo para dar cuenta que el sistema
capitalista sólo transforma esta esencia en plusvalor. Foucault, en cambio,
plantea que el sistema capitalista penetra con profundidad en la existencia,
siendo necesario para establecer la explotación la elaboración de un conjunto
específico de técnicas políticas.
Como
balance sobre está crítica de Foucault a Marx, sostenemos que es cierto, que en
Marx encontramos esta tesis, como el propio Foucault precisa, en determinado
momento pero en su desarrollo teórico posterior, Marx dará cuenta de las
condiciones históricas que supuso la instauración del capitalismo y, en
particular, los mecanismos empleados para establecer una fuerza de trabajo
“libre”.
En
su crítica al abordaje del sujeto en el marxismo y, específicamente, al lugar
asignado al discurso en dicho abordaje, Foucault sostiene la inexistencia
previa del sujeto. Los sujetos se constituyen al interior de régimenes de
verdad, en los que ciertos discursos tienen un papel medular. No existe para
Foucault discursos inertes, por un parte, y un sujeto todo poderoso que los
invierte, manipula, renueva sino que los sujetos forman parte del campo
discursivo con una posición y función específica (Foucault, 1992b:55). No
existe escisión sujeto y discurso. En este punto, a diferencia del
estructuralismo (por ejemplo, marxista) no hay un momento o posibilidad de
salida del discurso.
Un
elemento destacado del tratamiento de la subjetividad, en Foucault reside en su
descentramiento. Para ello, se apoya en distintos autores, entre ellos:
Nietzche, Freud y Marx. Con el primero, argumenta que el sueño de un hombre
divinizado propio del siglo XIX, esto es, un hombre sujeto de su propia
conciencia y libertad, llega a su fin con la afirmación nietzchiana de la
muerte de dios y el concepto de superhombre. Con estos planteos, Nietzche rompe
la ligazón del hombre con la imagen de dios (y sus atributos) (1991c:40). Con
el segundo, y, en rigor, con el desarrollo del psicoanálisis, Foucault plantea
que se replanteó de la manera más fundamental la prioridad conferida al sujeto,
rompiendo con el pensamiento occidental a partir de Descartes (2001:15-16). Con
el tercero, ya planteamos la ruptura que implicó con el tratamiento de la
historia que colocaba al sujeto como centro de anudamiento. Junto con el
descentramiento del sujeto, Foucault plantea su fragmentación en términos de
que un mismo sujeto es inscripto en diferentes relaciones e interferencias,
articulado con los juegos de verdad (1982/1996:108). En suma, contamos con una
crítica a la filosofía occidental que sitúa al sujeto como fundamento, como
núcleo central (de la historia, del conocimiento, etc.).
Entendemos
que esta concepción del sujeto en Foucault, explica, en parte, la dificultad
para abordar la resistencia en las relaciones de poder. Sin dudas, la muerte
del sujeto moderno tiene implicancias en términos político – teóricos. Como
decíamos, en sus últimos escritos Foucault profundiza en la cuestión del sujeto
y su capacidad de autonomía, de hecho plantea el concepto de prácticas de
libertad y el problema ético de su definición (1982/1996:95-6), pero,
sostenemos, que su resolución e inscripción en las relaciones de poder no
resulta consistente en vistas a trabajar sobre la resistencia, sus fuentes y
alcances.
Conclusiones
Hemos
intentado situar el pensamiento de Foucault sobre algunos tópicos en relación a
Marx y el marxismo. Sin dudas, esta iniciativa supone subsiguientes
profundizaciones como así también la apertura de otros ejes de trabajo, en
particular: la cuestión de la dialéctica, intelectual específico, ideología,
estrategia y táctica.
A
lo largo del escrito, hemos mostrado que el vínculo de Foucault con Marx es
nítido y, en las mayorías de los casos, el autor francés lo retoma para
sostener y desarrollar sus afirmaciones. No existe, como en muchas ocasiones
ocurre en los ámbitos académicos, una escisión o disociación de Foucault
respecto a Marx. Cuestión particular supone el marxismo abordado por Foucault.
En todas las ocasiones que se refiere a esta corriente lo hace de manera
discordante. Básicamente, el marxismo al que alude Foucault remite al
existencialismo, el estructuralismo y la versión del PCF.
Desde
nuestra lectura del legado de Marx y anclados en la Filosofía de la praxis,
entendemos que los planteos de Foucault son de suma relevancia para tratar la
cuestión de la revolución. El autor no discute en sus trabajos con esta
corriente (y sus autores), entre otros motivos porque ella no resultó dominante
en el marxismo y, por tanto, careció (carece) de visibilidad. Ya mostramos
vínculos, por ejemplo entre Foucault y Gramsci. Entendemos que Foucault aporta
a la corriente en cuestión, entre tantos aspectos, la capilaridad y profundidad
del ejercicio del poder. Esto supone aprehender la dificultad de cambios
revolucionarios y comprender las sucesivas derrotas de los oprimidos. Gramsci
en sus cuadernos había comenzado este camino, no desarrollando en extenso por
el marxismo que siguió (aunque en la Escuela de Frankfurt se encuentra aportes
de sumo interés). Al mismo tiempo, llama la atención en torno a que “la toma
del poder”, como tal, además de parecer poco viable como única estrategia
revolucionaria, no trabaja la temática del ejercicio del poder y sus
implicancias en extenso. Por otra parte, el tratamiento del poder en Foucault,
marca la importancia de las luchas locales, singulares, específicas.
Consideramos que esto también resulta medular y abona a las disputas sociales.
Sin embargo, se encuentra el problema en Foucault de establecer mediaciones
entre estas disputas y una estrategia de cambio social general. En otras
palabras, la revolución de la cotidianidad deber ir acompañada de una política
global que socave las condiciones que ordenan y mantienen a esa cotidianidad
opresiva. En este punto, entendemos que es preciso criticar y desarrollar a
Foucault.
La cuestión del sujeto y del humanismo en Foucault,
entendemos que demanda subsiguientes reelaboraciones para un proyecto
revolucionario, al menos en dos planos. Por un lado, es necesario situar e
inscribir de manera activa al sujeto en relaciones de fuerzas. Esto resulta
significativo para abordar las luchas y avanzar con agudeza sobre la capacidad
de resistencia, sin desembocar, claro está, en planteos de orden metafísico.
Por otra lado, en torno a los fundamentos del cambio social. De manera precisa,
el autor crítica a posturas esencialistas del marxismo y discursos sobre la
liberación, que suelen recurrir a la idea de la existencia de una naturaleza
humana que se ha visto enmascarada y alienada por mecanismos de represión
históricos y, por tanto, de lo que se trata es de hacer saltar estos cerrojos
para que el hombre se reconcilie consigo mismo (Foucault, 1982/1996:95). Sin
dudas, esta observación es profunda y pone sobre tablas el problema de la
definición ética de un proyecto de liberación. En este punto, consideramos que
la Filosofía de la Praxis implica un proyecto de desajenación del hombre no en
términos esencialistas sino en la confianza (utopía) de que el hombre es capaz
de controlar y decidir sobre los procesos societales y no viceversa. No se
trata de liberar una esencia reprimida sino de forjar y construir condiciones
en que el hombre controle y decida sobre su entorno. En este sentido (y no en
otro de corte metafísico), reivindicamos una lectura humanista en el marxismo,
apoyados en la VI tesis sobre Feurbarch de Marx acerca de que la esencia del
hombre es en realidad el conjunto de las relaciones sociales. De todas maneras,
y en esto la obra foucaultiana es un aporte nodal, el proyecto de la Filosofía
de la praxis demanda saldar cuentas con las rupturas del sujeto moderno
cartesiano.
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