6/12/13

Acerca del ‘marxismo nacional’ de Jorge Abelardo Ramos en Argentina

Jorge Abelardo Ramos
✆ Beti Alonso
Rolando Astarita  |  En la entrada anterior [Tiempo Argentino, Kicillof y Ramos] planteé que, según Abelardo Ramos, la contradicción entre el capital y el trabajo, que Marx había considerado fundamental en los países adelantados, no tenía casi vigencia en América Latina, ya que la contradicción fundamental estaba establecida entre los países imperialistas, por un lado, y los coloniales y semicoloniales, por el otro. Luego de publicada la nota, un lector objetó […] que ésa no era la posición de Ramos. En lo que sigue presento de manera más extensa la posición de Ramos, y explico por qué este “marxismo nacional” es funcional al discurso K-izquierdista (aunque, por supuesto, el tema atañe al argumento nacional de izquierda en general).

El planteo

Básicamente, Ramos pensaba que la cuestión nacional no había sido resuelta en América Latina, y que esto se debía, en lo fundamental, al proceso de balcanización que había sufrido el subcontinente. Según Ramos, las raíces históricas de esa balcanización había que buscarlas, primero en el legado colonial español; y luego, en la acción del Imperio Británico, que sostuvo a las oligarquías agrarias, financieras y comerciales, que actuaban como disociadoras. La penetración imperialista se había alcanzado
entonces con la perpetuación del atraso agrario; y la unilateralidad de las economías exportadoras se había expresado política y jurídicamente en la formación de más de veinte Estados inviables y hasta “ridículos”. Éstos mantenían relaciones económicas más estrechas con Europa y EEUU que entre sí; sus economías giraban en torno a uno o dos productos exportables; y las oligarquías comerciales, agrarias o mineras, asociadas al capital extranjero, se oponían a la industrialización. Lo cual determinaba una debilidad “estructural” de la clase obrera.

En Historia de la Nación Latinoamericana Ramos escribía: “Precisamente a causa del atraso de nuestros Estados, del estrangulamiento de su desarrollo industrial por obra de la oligarquía agraria y del imperialismo extranjero, el peso específico de la clase obrera latinoamericana es mucho menor que el de las clases no proletarias en el interior de cada Estado. … En este cuadro la clase obrera no puede resolver por sí misma el triunfo de la revolución, a menos que establezca una alianza con las restantes clases oprimidas. Sólo en esta perspectiva la clase obrera puede encabezar a las grandes mayorías nacionales en la lucha contra el imperialismo” (p. 341). En el mismo sentido, en “Marxismo para Latinoamericanos”, (Izquierda Nacional, enero de 1971), sostenía que los marxistas “debían comprender que el antagonismo de clase puro, típico en los países avanzados, tendía a disminuir en los países atrasados, precisamente porque el imperialismo había impedido su pleno desenvolvimiento y la aparición de clases perfectamente diferenciadas y opuestas, según el modelo ofrecido por Marx en El Capital”. También en “De Mariátegui a Haya de la Torre” (septiembre de 1973) y luego de destacar que Perú y América Latina habían sufrido por escasez de desarrollo capitalista, afirmaba que, “puesto que las masas no proletarias de un país pobre y atrasado no pueden percibir el significado del socialismo, que es la doctrina de la clase obrera industrial”, el reducido proletariado industrial debía tomar en sus manos las reivindicaciones democráticas y nacionales (nacionalización de las grandes propiedades imperialistas, democracia política, liquidación del gamonal, incorporación del indio a la civilización, alfabetización, apoyo a los pequeños comerciantes e industriales), medidas que no eran socialistas, pero debían ser tomadas por la clase obrera.

Una importante consecuencia de estos argumentos era que la lucha de las masas latinoamericanas no tenía, ni debía tener, un carácter anticapitalista. La clase obrera no debía asumir reivindicaciones anticapitalistas, porque podía debilitarse la lucha nacional. 
“En los países históricamente rezagados,… la lucha antiimperialista consiste justamente en que no se trata de una lucha anticapitalista. Pues la acción antiimperialista supone la confluencia de varias clases sociales. Este tipo de lucha adquiere forzosamente un contenido nacional, ya que el imperialismo es extranjero, además de expoliador. La lucha anticapitalista, en cambio, puede suponer un ataque contra capitalistas nativos. Esa circunstancia disminuye peligrosamente el poder de la lucha nacional, que también se integra con capitalistas de las más diversas categorías” (“De Mariátegui…”).
De ahí que la táctica aconsejada era la del Frente Único Antiimperialista; en Inglaterra el FUA sería reaccionario, pero no en los países atrasados, coloniales y semicoloniales (ídem). Dado que la tarea histórica era la unidad latinoamericana, único camino hacia la industrialización, la lucha anticapitalista carecía de sentido y hasta era perjudicial. Por eso también, en la polémica entre Haya de la Torre y Antonio Mella, Ramos se ponía de parte del primero. Mella sostenía que la liberación nacional absoluta solo la obtendrá el proletariado, y será por medio de la revolución obrera. Ramos lo critica porque pasa por alto la tarea de la unidad de América Latina, principal factor de liberación del imperialismo, y en resumir la estrategia revolucionaria en la fórmula “revolución obrera” (véase Historia…). En el mismo sentido, cuando se refiere a sus orígenes, Ramos explicaba que se había distanciado, en los años 1940, del grupo Nuevo Curso, que dirigía Antonio Gallo, porque éste sostenía que “Argentina era ya un país capitalista, razón por la cual la contradicción fundamental era la burguesía y el proletariado” (“Una conversación inconclusa con JAR”). Siempre el conflicto central está planteado en términos ajenos al conflicto capital – trabajo. Por ejemplo, en Revolución y contrarrevolución en Argentina, de 1957, los polos enfrentados son, por un lado, el nacionalismo transformador, el desarrollo industrial y de la clase obrera, y por el otro el afán conservador y el cipayismo.

Su rechazo a alentar el conflicto entre el capital y el trabajo, y su énfasis en que el programa que debía levantar la clase obrera era exclusivamente nacional y democrático, iba de la mano de la idea de que en los países latinoamericanos surgían fuerzas sociales y políticas que, al menos parcialmente, avanzaban en esos objetivos. Estos procesos ocurrían cuando había crisis importantes en los centros imperiales:
“Gracias al resorte propulsor e involuntario de las grandes crisis mundiales (1914, 1939, el crack de 1929) aparecen en los países coloniales o semicoloniales formas embrionarias de capitalismo industrial. Grupos de burguesías locales se vinculan al mercado interno. Por su parte, el gran capital imperialista, estrechamente vinculado a las oligarquías agrarias, mineras o financieras, se opone al desenvolvimiento de estas nuevas burguesías, empleando todos los medios, sean políticos, económicos o militares. Esta lucha de clases se da con frecuencia, pero no se trata de la lucha de clases habitualmente conocida como el duelo entre la burguesía y el proletariado, según el modelo europeo, sino de una lucha menos mencionada en los libros y más vista en la realidad, que es la lucha entre la clase oligárquica y la nueva burguesía” (Historia... p. 460). Podemos observar, una vez más, cómo el conflicto entre el capital y el trabajo no tiene lugar alguno, ya que es desplazado por el existe “entre la clase oligárquica y la nueva burguesía”.
Ramos pensaba también que ante la ausencia de las “nuevas burguesías”, otros grupos sociales podían ocupar su lugar en el enfrentamiento. Es en este punto que otorgaba gran importancia al Ejército. Por caso, refiriéndose a Argentina, sostenía que la burguesía nacional industrial, que se había fortalecido en los 30, carecía sin embargo, de un “comportamiento nacional”. Por eso, el Frente Nacional se había conformado a partir del liderazgo de Perón, surgido del Ejército. En ese frente habían confluido “los restos del yrigoyenismo agrario, algunos débiles sectores empresarios, raros socialistas que rompían con su partido, sindicalistas tradicionales y nuevos sindicalistas, importantes sectores de la Iglesia católica, grandes grupos de la clase media de provincias vinculadas al mercado interno, y detrás, el conjunto del Ejército”. Ese partido de Perón sería así el “factor subrogante de una burguesía demasiado débil y confusa para percibir su verdadero papel” (p. 378); el Ejército era “la única fuerza no vinculada al imperialismo extranjero y que por su profesión está orgánicamente marginada de los intereses agropecuarios” (p. 379). Tanto la clase obrera como la burguesía eran demasiado débiles para asumir su liderazgo, y la institución militar asumía la representación de las fuerzas nacionales impotentes. Por esta vía el peronismo habría avanzado en tareas democráticas, aunque también había evidenciado su limitación. Es que no continuó la industrialización cuando cayeron los precios de las exportaciones agrarias, recurriendo a la expropiación de la oligarquía financiera, ganadera y comercial intacta.

A pesar de estas limitaciones, Ramos sostenía que la burguesía y la pequeño burguesía de esos países, en combinación con el Ejército y otros sectores, podían avanzar en políticas antiimperialistas. Por eso criticaba a los autores de la corriente de la dependencia (Günter Frank, Dos Santos, etcétera), o a los trotskistas, que sostenían que las burguesías latinoamericanas eran socias menores del imperialismo, y coincidían con éste, y con las oligarquías, en mantener y profundizar la explotación del trabajo y de las masas empobrecidas.

Funcional a la explotación y a la burocracia

Un marxismo que sostiene que no hay que azuzar la lucha entre el capital y el trabajo, y que pone el acento en las cuestiones “nacionales”, no puede no ser funcional al dominio del capital, y del control estatal y burocrático de las fuerzas del trabajo. En este respecto, hay que destacar que Ramos jamás cuestionó el control de los sindicatos por la burocracia sindical. Critica a la burocracia sindical por haber debilitado la resistencia del gobierno de Perón frente al golpe de 1955, pero no por su rol en sostener la disciplina del trabajo. Incluso cuando la izquierda puso en peligro, en 1973-76, el dominio de la burocracia en muchos grandes centros de trabajo, Ramos y su partido estuvieron del lado de la burocracia (Izquierda Nacional Nº 28, 1974, criticaba a la juventud peronista por cuestionar a los líderes sindicales). Y en 1990 Ramos defendía la estructura de la Unión Obrera Metalúrgica de Lorenzo Miguel (véase “Intervención…”, 13 de octubre). Más en general, nunca buscó importunar siquiera la conducción verticalista del Justicialismo. En los 1970, decía:
“La propia naturaleza del movimiento nacional peronista, donde la verticalidad fue y es un principio, indica que se trata de un movimiento nacional burgués conducido por un jefe militar. Nosotros lo respaldamos por ese motivo, no porque lo confundiéramos con un movimiento socialista. Es más, está claro que quien tratara de desarrollar una estrategia propia, de carácter socialista, dentro del movimiento de Perón, estaría apuntando contra su jefatura y estructura. Es decir, estaría trabajando de hecho para destruirla” (“Una conversación inconclusa…”).
Dentro de este encuadre global, se comprende que Ramos haya apoyado al menemismo sin realizar la menor consideración acerca de sus medidas anti-obreras (pérdida de derechos sindicales, precarización del trabajo, carta blanca al capital para que aumentara la tasa de explotación). Tampoco la participación de burócratas sindicales en los beneficios de las privatizaciones, y en la administración de empresas privatizadas, parecieron importunar al “marxista-menemista”. Lo “revolucionario” del gobierno de Menem, en su visión, eran la profundización del Mercosur (en camino hacia la Patria Grande), o la estabilización de la moneda (ver “Me voy con Menem…”). Estamos en la estación final de un enfoque que procuró, con argumentos nacionalistas, barrer debajo de la alfombra, la explotación del trabajo.

A la vista de todo esto, es natural que el “marxismo nacional” de Ramos sea muy conveniente para quienes apoyan, con argumentos de izquierda, la política K. No se trata sólo de su posición frente al menemismo (que podría “justificar” por izquierda la participación de los K y de funcionarios K en el gobierno en los 90), sino de un enfoque más general y consistente. ¿Cómo no oponer este “marxismo con ojos nuestros”, de Jorge Abelardo Ramos, a las “abstracciones del marxismo dogmático”, que habla de plusvalía o de independencia de clase? Esto explica también la vigencia del “marxismo a lo Ramos” en las páginas web de la izquierda nacional en general. Obedece, en última instancia, a una lógica de clase profunda.

Fuentes citadas

1 “Marxismo para latinoamericanos”, Izquierda Nacional, enero 1971 (versión on line).
2 “De Mariátegui a Haya de la Torre”, 1973, en http://www.izquierdanacional.org/documentos/articulos/de_mariategui_a_haya_de_la_torre/
3 Revolución y contrarrevolución en Argentina, Buenos Aires, 1965, Plus Ultra, Buenos Aires.
Historia de la Nación Latinoamericana, Buenos Aires, 2011, Continente (existe versión on line)
4 “Una conversación inconclusa con Jorge Abelardo Ramos”, grabadas por Jorge Raventos en los años 1970, enhttp://www.abelardoramos.com.ar/una-conversacion-inconclusa-con-jorge-abelardo-ramos/
5 “Intervención efectuada por Jorge Abelardo Ramos en la Convención Nacional del Movimiento Patriótico de Liberación”, 13 de octubre de 1990, en http://www.abelardoramos.com.ar/intervencion-efectuada-por-jorge-abelardo-ramos-en-la-convencion-nacional-del-movimiento-patriotico-de-liberacion/
6 “Me voy con Menem para que puedan gobernar los criollos”, en
http://www.abelardoramos.com.ar/me-voy-con-menem-para-que-puedan-gobernar-los-criollos/

Título original: “Acerca del ‘marxismo nacional’ de  Ramos”