IdZ: Su libro The event of literature plantea que la teoría literaria ha estado en declinación durante los últimos 20 años, y que históricamente existe una relación entre las vicisitudes de la teoría y determinados momentos de conflictividad social. ¿Por qué cree que la teoría se desarrolla y alcanza sus picos más altos en períodos en que la conflictividad social es mayor?
En nuestra época, la teoría literaria alcanzó su punto más
álgido, a grandes rasgos, en un momento en el
cual la izquierda política se encontraba en ascenso. Hubo un auge de dicha teoría en el período que abarca aproximadamente, desde 1965 hasta mediados o finales de la década de 1970, lo que coincide más o menos con el momento en el que la izquierda era mucho más militante, y tenía mayor confianza en sí misma, que en la actualidad. De 1980 en adelante, con el endurecido control del capitalismo postindustrial avanzado, estas producciones teóricas empezaron a ceder lugar al posmodernismo, que entre otras cosas es –como lo ha señalado Fredric Jameson– la ideología del capitalismo tardío.
cual la izquierda política se encontraba en ascenso. Hubo un auge de dicha teoría en el período que abarca aproximadamente, desde 1965 hasta mediados o finales de la década de 1970, lo que coincide más o menos con el momento en el que la izquierda era mucho más militante, y tenía mayor confianza en sí misma, que en la actualidad. De 1980 en adelante, con el endurecido control del capitalismo postindustrial avanzado, estas producciones teóricas empezaron a ceder lugar al posmodernismo, que entre otras cosas es –como lo ha señalado Fredric Jameson– la ideología del capitalismo tardío.
La teoría radical no se ha desvanecido, es cierto, pero fue
empujada hacia los márgenes, y gradualmente se fue volviendo menos popular
entre los estudiantes. Las grandes excepciones a esto fueron el feminismo, que
continuó atrayendo una gran cantidad de interés, y el poscolonialismo, que se
convirtió en algo así como una industria en crecimiento, y aún sigue siéndolo.
Uno no debería concluir, de esto, que la teoría es inherentemente radicalizada.
Hay muchas formas de teoría literaria y cultural que no son radicales.
Pero la teoría como tal plantea algunas cuestiones fundamentales
–más fundamentales que la crítica literaria de rutina–. Donde la crítica se
pregunta “¿Qué significa la novela?”, la teoría se pregunta “¿Qué es una novela?”.
Hace que la pregunta retroceda a un paso previo. La teoría es también una
reflexión sistemática sobre las suposiciones, procedimientos y convenciones que
gobiernan una práctica social o intelectual. Es, para decirlo de algún modo, el
punto en el cual la práctica es empujada a una nueva forma de
autorreflexividad, tomándose a sí misma como objeto de su propia indagación.
Esto no tiene necesariamente efectos subversivos, pero puede significar que la
práctica esté obligada a transformarse, habiendo examinado algunas de sus
consideraciones subyacentes, en una nueva forma crítica.
IdZ: En el mismo libro comenta que el concepto de “literatura” es relativamente reciente, surgido durante un período de turbulencias sociales, y que reemplazó a la religión como refugio de valores estables. Pero también señala que la literatura puede ser vista como una actividad capaz de desmitificar las ideas dominantes. En La estética como ideología, planteaba también que la estética ha sido tanto una forma de interiorización de valores sociales –y en este sentido un elemento de disciplinamiento social–, así como también un vehículo de utopías y cuestionamientos a la sociedad capitalista. ¿Sigue cumpliendo el arte ese papel doble y contradictorio?
Desde un punto de vista político, tanto el concepto de
literatura como la idea de la estética son, sin duda, conceptos de doble filo.
Hay sentidos en los que se ajustan a los poderes dominantes, y otras formas en
las cuales los desafían –una ambigüedad que es también verdad para muchas obras
artísticas individuales–. El concepto de literatura data de un período en el
cual había una sentida necesidad de proteger ciertos valores creativos e
imaginativos de una sociedad que era cada vez más filistea y mecánica. Está
relativamente hermanada con la llegada del capitalismo industrial. Esto luego
permitió que esos valores actúen como una crítica poderosa a dicho orden
social, pero al mismo tiempo los distanció de la vida social cotidiana y
algunas veces ofreció una compensación imaginaria por ello. Lo que quiere decir
que se ha comportado de una manera ideológica. La estética encontró un destino
similar.
Por un lado, la así llamada autonomía del artefacto estético
brindó una imagen de autodeterminación y libertad en una forma autocrática, a
la vez que desafió su racionalidad abstracta con su naturaleza sensorial. En
este sentido puede ser utópica. Al mismo tiempo, sin embargo, esa
autodeterminación era, entre otras cosas, una imagen de un sujeto de clase
media, que no obedecía a la ley sino a sí mismo. Creo que esas ambigüedades
permanecen en la actualidad. En las sociedades capitalistas avanzadas, donde la
idea misma de las Humanidades está bajo amenaza, es vital promover actividades
como el estudio de las artes y la cultura precisamente porque las mismas no
tienen ningún propósito pragmático inmediato, y en este punto cuestionan la
racionalidad utilitaria e instrumentalista de tales regímenes. Esta es la razón
por la cual el capitalismo en realidad no tiene tiempo para ellas, y por la
cual las universidades, actualmente, quieren desterrarlas. Por otra parte, todo
socialista tiene claro que el arte y la cultura no son, en última instancia,
los escenarios de lucha más importantes. Tienen su importancia, en particular
porque la cultura, en el sentido cotidiano de la palabra, es el lugar donde el
poder se sedimenta y reposa. Sin esto, es muy difícil y abstracto ganar la
lealtad popular. Sin embargo, el culturalismo posmoderno está equivocado en
creer que la cultura es lo básico en los asuntos humanos. Los seres humanos son
en primer lugar naturales, animales materiales. Son el tipo de animal que
necesita de la cultura (en el sentido amplio del término) para sobrevivir; pero
eso se debe a su naturaleza material como especie –lo que Marx llama “ser
genérico”–.
IdZ: En el libro propone la noción del trabajo literario como “estrategia”, esto es, una estructuración determinada por una funcionalidad, propuesta como un especial tipo de “respuesta” a una pregunta planteada en la realidad social. ¿Cómo se lleva esta definición con la idea de autonomía de la obra, en tanto un fenómeno autorregulado?
No creo que exista necesariamente una contradicción entre
estrategia y autonomía. Una estrategia puede en sí misma ser autónoma, en el
sentido que es una pieza distintiva de una actividad cuyas reglas y
procedimientos son peculiares e internos a sí misma. La paradoja de la obra artística,
al respecto, es que de hecho va a trabajar en algo que está fuera de sí misma,
concretamente, problemas en la realidad social, pero esto lo hace
“autónomamente”, en el sentido de que “reprocesa” o “retraduce” estos problemas
en sus propios y sumamente peculiares términos. En este sentido, lo que empieza
como algo externo o heterónomo a la obra, termina como algo interno a la misma.
Una obra realista debe respetar la lógica heterónoma de su material (no puede
decidir que Nueva York esté en el Ártico, como una obra modernista o
posmodernista podría), pero al hacerlo simultáneamente arrastra este hecho a su
propia estructura autorregulada.
IdZ: Varias veces en este libro señala que las teorías posmodernas y posestructuralistas terminan en un fundamentalismo antiesencialista simétrico a aquellos “fundamentalismos” que se pretendían minar. ¿Siguen siendo estas definiciones posmodernas las dominantes en la discusión cultural e ideológica, o la nueva situación de crisis capitalista y cierto reemerger de la lucha de clases han dado pie a nuevos intentos teóricos que no sean teórica y socialmente escépticos?
El posmodernismo es, supuestamente, antifundamentalista, pero se
podría afirmar que simplemente sustituye ciertos fundamentos tradicionales por
uno nuevo: concretamente, la cultura. Para el posmodernismo, la cultura es la
base más allá de la cual no se puede excavar, dado que para ello se necesitaría
recurrir a la cultura (concepto, métodos y demás). En este punto, cabría
sostener entonces que este antifundamentalismo es bastante falaz. En cualquier
caso, todo depende de lo que se considere por “fundamento”. No todos los
fundamentos necesitan ser metafísicos. Existe, por ejemplo, la posibilidad de
un fundamento pragmático, como podemos encontrar, pienso, en el último
Wittgenstein. Respecto de la cuestión de si el discurso posmoderno sigue siendo
dominante o no en nuestros días, me inclino a pensar que mucho menos. Desde el
11/9 hemos presenciado el despliegue de una nueva –y bastante alarmante– gran
narrativa, justo en el momento en el que se decía con complacencia que las
grandes narrativas habían terminado. Una gran narrativa –la de la Guerra Fría–
se había de hecho acabado; pero, por razones relacionadas sutilmente a la
victoria de Occidente en dicha lucha, ni bien terminó esa narrativa, se desató
otra. El posmodernismo, que juzgaba la historia como posmetafísica,
posideológica, incluso en un sentido poshistórica, fue tomado por sorpresa. Y
no creo que se haya recuperado realmente.
Idz: A lo largo del libro repasa, en lo que considera sus aportes y debilidades, diversas teorías literarias desarrolladas en del siglo XX y más contemporáneamente. La perspectiva marxista parece haber tenido en esta historia un importante peso. ¿Cuáles son en la actualidad los nuevos aportes que se ubican desde esta perspectiva? ¿Sigue siendo fructífera hoy esta tradición en este terreno como lo es en otros, según plantea por ejemplo en ‘Por qué Marx tenía razón?’
La respuesta breve a la pregunta sobre cuáles son las nuevas contribuciones
marxistas críticas es: son casi inexistentes. Simplemente, el contexto
histórico no es el adecuado para este tipo de desarrollos. La obra de quien,
desde mi punto de vista, es el crítico más eminente del mundo –Fredric Jameson–
sigue en curso. Produce un libro brillante tras otro en una época en la que
muchos críticos muy reconocidos han caído en el silencio. Pero no hay un nuevo
cuerpo de crítica marxista, y dado que no se dan las circunstancias históricas
propicias, uno casi no esperaría que lo haya. Al mismo tiempo, indudablemente
el marxismo no ha desaparecido, como sí ha ocurrido con el posestructuralismo
(de manera bastante misteriosa), e incluso quizá con el posmodernismo. Ello se
debe en gran medida a que el marxismo es mucho más que un método crítico. Es
una práctica política, y si lo que tenemos es una grave crisis del capitalismo,
es inevitable que de algún modo éste se encuentre en el aire. Lo mismo puede
afirmarse del feminismo, cuyo momento culminante está unas décadas atrás, pero que
ha sobrevivido de manera modificada, porque las cuestiones políticas que
plantea son vitales. Las teorías van y vienen; lo que persiste es la
injusticia. Y mientras esto sea así, habrá siempre alguna forma de respuesta
intelectual y artística a ello.
Terry Eagleton es un destacado teórico marxista, crítico literario, escritor y
Profesor Distinguido de Literatura Inglesa en el Departamento de Literatura
Inglesa y Escritura Creativa de la Universidad de Lancaster, Inglaterra. Nacido
en una familia de clase obrera irlandesa de tradición católica y republicana, y
formado teóricamente con Raymond Williams, es en la actualidad uno de los más
destacados críticos literarios. Su perspectiva marxista le ha valido una
importante influencia en el panorama de debate ideológico y político marxista,
así como enconados ataques de conservadores y liberales, entre ellos el mismo
Príncipe Carlos, quien ha recomendado evitar el “terrible Terry Eagleton”. Ha
publicado diversos artículos en la New
Left Review desde la década
de 1970 hasta la actualidad.
Periódicamente también, publica artículos de crítica cultural y
política en The Guardian,
periódico inglés de tradición izquierdista. Entre sus más de cuatro decenas de
libros escritos sobre teoría marxista, crítica y teoría literaria, y abundantes
polémicas (es conocido por sus irónicos y fundamentados argumentos en el debate
ideológico), se encuentran algunos de los más influyentes en el panorama marxista
de las últimas décadas. Algunos de ellos, publicados en castellano son: Walter Benjamin o hacia una crítica
revolucionaria, Las
ilusiones del posmodernismo, La
estética como ideología, Después
de la teoría, Por qué Marx
tenía razón, Introducción
a la teoría literaria, y el reciente El
marxismo y la crítica literaria –que
reseñamos en IdZ 1–. Ha publicado sus memorias con el
título de El portero.
Entrevistaron:
Alejandra Ríos y Ariane Díaz | Traducción del inglés por Alejandra Ríos.
http://ideasdeizquierda.org/ |