10/11/13

Introducción al estudio de la Hegemonía en el Estado

Nicos Poulantzas ✆ A.d.
Nicos Poulantzas  |  Es conocido el éxito actual del concepto de hegemonía: hegemonía del proletariado, poder hegemónico, hegemonía en el Estado, clase hegemónica, etc. En realidad, se usa este concepto en un sentido o demasiado amplio o bien demasiado limitado y en cualquier caso impreciso si no delimitamos su status científico.

Ese concepto elaborado por Gramsci, aunque ya había sido expresamente utilizado por Plejanov, puede ser aplicado en dos dominios que, a pesar de sus conexiones, se presentan como diferenciados: en el de la función política objetiva y de la estrategia del proletariado —lo que plantea el problema de sus relaciones con el concepto de «dictadura del proletariado»—, y en el de las estructuras del Estado capitalista y de la constitución política de las clases dominantes en la sociedad moderna. Nos colocaremos en este último terreno a fin de captar la novedad, los presupuestos y las posibilidades operatorias de ese concepto en el análisis marxista del Estado.

El concepto de hegemonía se inserta en toda una problemática particular del materialismo dialéctico concerniente a la vez al problema de las relaciones entre base y superestructura y al de la especificidad del dominio político y estatal en una formación social históricamente determinada. Su aportación no puede limitarse a ningún dominio de la «ideología» en general, como se tiende frecuentemente a hacerlo, en la medida en que indicaría el papel de una clase dirigente que por medio de sus intelectuales, funcionarios de la ideología, llega a hacer aceptar su propia concepción del mundo al conjunto de una sociedad y, de ese modo, dirigir por un consentimiento condicionado más que dominar en el sentido estricto del término. No hay necesidad, en efecto, de introducir un concepto nuevo destinado simplemente a valorar la eficacia específica de las ideologías (en el sentido amplio del término) sobre la base, hecho siempre admitido por el análisis marxista. Si el concepto de hegemonía tiene un estatuto científico propio es porque aplicado al Estado capitalista y a las clases a cuyos intereses corresponde nos permite dilucidar sus características históricas particulares en sus relaciones con un modo de producción históricamente determinado. En una palabra, nos permite el examen de la «lógica específica de un objeto específico», de la relación concreta Estado capitalista-clases dominantes, constituyendo así un concepto científico abstracto-determinado.1

Para calibrar lo que nos aporta el concepto de hegemonía, se debería considerar lo que para los «autores aceptados», con Vyshinsky a la cabeza, fue durante largo tiempo el modelo de análisis marxista del Estado, modelo que estaba regido por la fórmula-clave de Estado= voluntad de la clase dominante. El Estado es considerado, en primer lugar, como un conjunto cuya especificidad institucional estaría reducida a su aspecto normativo (reglas de conducta, leyes, etc.); este conjunto presupondría un cierto sujeto emisor de esas normas personificado por la voluntad de clase. Paralelamente, el Estado es considerado como un instrumento de violencia represiva, lo cual presupone algún agente de la manipulación y ejercicio de esta violencia que no puede ser otro que la voluntad de la clase dominante. En realidad, esta concepción básicamente idealista y voluntarista del Estado que lo identifica con una «máquina» o una «herramienta» inventada y creada únicamente para sus fines de dominación por una «voluntad» de clase, es radicalmente opuesta al análisis científico marxista del Estado. Arriba a numerosas consecuencias que se concretan en definitiva en dos corrientes: por una parte, el Estado es considerado genéticamente como el producto de una voluntad, o sea de una «conciencia» de clase, entidad abstracta y sujeto trascendente de la historia, de la que no se puede dilucidar —en la medida en que constituye un concepto ideológico— las relaciones objetivas que mantiene con las estructuras de un modo particular de producción. Por otra parte, los intereses de clase que constituyen el sustrato del Estado en sus relaciones con el dominio específico de la lucha de clases son considerados paralelamente, según un economismo vulgar y de una manera acrítica, como traspuestos en su expresión política institucionalizada «tal cual son», sin otra mediación. Ninguna relación dialéctica puede ser así establecida entre los «intereses económico-sociales» y la «voluntad política de clase» en la medida exacta en que ese concepto de voluntad no puede constituir el lazo genético del Estado y del conjunto de las relaciones objetivas de un modo de producción en el cual están constituidos esos intereses. Esta estructura invariable «voluntarismo-economismo» se encuentra en todas las consecuencias concretas a las que arriba la fórmula Estado=voluntad de la clase dominante, a saber:
a) El Estado es considerado en tanto que patrimonio exclusivo de «una» clase dominante. La voluntad de clase, principio determinante de mediación y gestación de las superestructuras y de las ideologías a partir de la base, se presenta en efecto como la expresión de una esencia indivisible y abstracta de una clase-sujeto único de la «voluntad» de dominación y del Estado.
b) Esta clase-sujeto del Estado es considerada ella misma en sus relaciones con el Estado, como abstractamente unificada «por» su sola voluntad de dominación. La problemática de un examen científico de las contradicciones internas de esta clase, en su trasposición al nivel del Estado, está diluida en su consideración como unidad de voluntad.
c) La unidad interna propia del Estado correspondiente a su autonomía relativa y a su eficacia específica está inmediatamente referida a la unidad de voluntad de la clase dominante: las relaciones dialécticas entre Estado y las clases dominantes, basadas en su constitución respectiva en unidades políticas particulares, son así llevadas a una reducción de la unidad del Estado a la unidad presupuesta de la clase dominante.
d) El Estado es considerado como el instrumento, la máquina, la herramienta, el aparato inventado y creado por esta clase para sus fines de dominación y en cierto modo como manipulable a voluntad por la voluntad de clase.
e) El Estado es considerado unilateralmente como «fuerza de opresión» y «organización de la violencia», manifestación concreta de la voluntad de clase. El principio de gestación y la eficacia del Estado se cristalizarían en la violencia, considerada como corolario —de factura psicosocial— de la voluntad de clase, lo que nos conduce a toda la serie de teorías voluntaristas del Estado, desde Hobbes a Sorel.
f) La problemática de la especificidad histórica de un Estado determinado es diluida en la consideración abstracta del Estado en general. En la medida en que ese concepto de voluntad de clase no permite establecer el nexo genético histórico entre el nivel político institucionalizado y el conjunto particular de un «tipo» de modo de producción —de fuerzas y de relaciones de producción— que constituye la base de una formación social dada, los diferentes tipos de Estado se caracterizarían, en última instancia, por una simple diferencia, en la clase dominante, de «decir» o de «presentar» la opresión y por una identidad de la voluntad históricamente indiferenciada de dominación y de golpes de garrote que sus órganos distribuyen. Lo que conduce a las concepciones anarquistas del Estado y a la hegeliana de «amo» y «esclavo».
Es evidente que las consecuencias de la concepción teórico-histórica del Estado como «producto» de una «voluntad» de «la clase dominante», conducen a la imposibilidad pura y simple de un análisis concreto de un Estado particular históricamente determinado.

En efecto, esta concepción del Estado está ligada a toda una consideración puramente instrumentalista del estatuto de las superestructuras y de las ideologías, concepción que encuentra su formulación exagerada en Stalin. El dominio superestructural constituiría en su génesis y su eficacia propia, «lo que es útil a la base».2 Y el empleo del término de utilidad que no es, en su sentido equívoco, fortuito, está ligado a toda la concepción «voluntarista» y «subjetivista» de las superestructuras. Los hombres «conocen», «saben», «toman conciencia» de la base por medio de las superestructuras, por lo tanto «quieren» y «hacen» las superestructuras «útiles». Más aún, éstas constituirían el elemento de aproximación y de acción —voluntarismo— de los hombres sujetos sobre una base «opaca» y «obstinada» —economismo— cuya manipulación sólo sería posible por la mediación de unas superestructuras que podrían hacerse o deshacerse a voluntad. La base plantearía problemas que no podría resolver ella misma (economismo) y a los cuales sólo la superestructura podría dar respuesta (voluntarismo). La problemática marxista de una relación objetiva entre estructuras prácticas objetivas de la base y de la superestructura escamoteada en beneficio de una escisión radical de los estatutos respectivos de la base —economismo— y de la superestructura —voluntarismo—, escisión que sólo puede conducir a monismos simplicistas en la medida en que esas dos concepciones antidialécticas, que están necesariamente ligadas, se complementan mutuamente, a fin de constituir una concepción global del proceso histórico. Productos de una voluntad de clase-sujeto de la historia, los dominios de la superestructura no presentarían, dentro de esta visión finalista de la historia, una realidad objetiva propia engendrada a partir de la base. En el proceso histórico de una voluntad sujeto de factura idealista de la historia en su conjunto, sujeto que produciría y totalizaría los diversos niveles de prácticas sociales, las superestructuras revisten el estatuto de una simple objetivación de la conciencia-voluntad de una clase cuya eficacia sobre la base sería explicable por un retorno circular del fenómeno sobre la esencia en el despliegue propio del sujeto. Las superestructuras aparecerían sucesiva e indiferentemente —paralelamente— como simples fenómenos-objetivaciones reductibles a la base, «producto» ella misma de una «praxis» voluntarista; o también como el factor determinante del conjunto de una formación social como en la concepción stalinista del Estado. Ese papel determinante puede, en efecto, ser invertido en la relación unilineal de esos dos dominios constituida por la praxis-voluntad de clase sujeto de la historia. Es que, en realidad, el economismo, corolario invariable del voluntarismo, sólo puede llevar a una concepción voluntarista global del conjunto de las relacionen de una formación social. En una concepción economista del marxismo, correspondiente a un monismo vulgar, la relación objetiva entre los diversos niveles de realidad de las prácticas sociales que funda precisamente el proceso dialéctico histórico, es abandonada en beneficio de un determinismo unilineal: las superestructuras son reducidas a la base, la práctica es diluida en beneficio de una consideración mecanicista de las fuerzas productivas. En ese caso, el proceso histórico puede ser explicado sólo en la medida en que es «actuado», sólo introduciendo una voluntad conciencia-sujeto, totalizante y motora, a la manera del ejemplo hegeliano. Esta voluntad-conciencia no es simplemente un nexo de mediación entre base —en su concepción economista— y superestructura, el principio de gestación de las superestructuras a partir de la base, sino que reviste necesariamente el papel de agente «productor» —y por medio de las superestructuras— de las mismas estructuras objetivas de la base. En una palabra, esta estructura teórica invariable «voluntarismo-economismo» se sitúa globalmente en la lógica de una concepción de la Idea-totalidad hegeliana presentándose la base y la superestructura como indistintamente intercambiables en su papel de instancia determinante del proceso dialéctico, dado que en realidad, dentro de esta voluntad-conciencia-praxis, motor de este proceso esférico y circular, la necesidad de una instancia determinante es inexistente.

De este modo, para situar la problemática marxista original del Estado, convendría volver a las primeras obras de Marx, donde se ocupa del Estado político moderno y ver cuál puede ser su relación con la evolución del pensamiento de Marx referido más particularmente al problema de la relación entre la base y la superestructura. Sólo así podremos delimitar los presupuestos del concepto de hegemonía.

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El presente trabajo ha sido extraído del libro ‘Sobre el Estado capitalista’ de Nicos Poulantzas, Editorial Laia, España, 1ª edición, 1974. Editado y Digitalizado por Ediciones del Centro de Documentación y Análisis Materialista (CDAM-México)