Karl Marx ✆ Jaime Clara |
Néstor Kohan |
Un curioso cadáver. “Marx ha muerto” repiten con insistencia la
Academia, las ONGs y la literatura de
última moda que se vende en las librerías de shopping. Autoritario, violento,
estatista, verticalista, jacobino, determinista, eurocéntrico, patriarcal,
brutalmente moderno, desconocedor de los pliegues más profundos de la
subjetividad, ciego ante los nuevos movimientos sociales, ignorante ante la
diferencia, despectivo frente al medio ambiente. Sí, tiene prestigio, pero no
nos sirve para pensar el presente. El facebook
lo apuñaló. “¡Doctor! Firme de una buena vez el acta de defunción. No hay
remedio. Está muerto”.
Curioso cadáver al que hay que comprarle un féretro nuevo
cada mes, cada año, cada década. Qué teoría tan rara… necesita ser enterrada
periódicamente. ¿No nos estarán engañando las funerarias posmodernas,
posestructuralistas, autonomistas y posmarxistas para hacer un buen dinerillo?
En la Argentina de 1976 —fecha emblemática de nuestra
cultura política que marca a fuego cualquier debate teórico en nuestro país— se
clasifica al revolucionario marxista como “terrorista”, “extremista”,
“delincuente subversivo”. Una marca
de época. Más tarde, desde 1983 en
adelante, al militante marxista y al simple manifestante se lo rotula como
“activista”. En los ‘90, al piquetero o fogonero se lo marca como “infiltrado”,
al huelguista se lo estigmatiza como “antidemocrático”, al que exige lo que le
corresponde se lo rechaza por su supuesta “irracionalidad”. En las rebeliones
del 2001 el marxista es el extremo opuesto de “la gente” y “el vecino”. Desde
el 2003 hasta la fecha, con ademanes y retórica progresistas, la lucha por el
significado está sujeta al conflicto y la disputa, pero el marxismo continúa
incomodando. Ni el más progre se lo traga. Marx continúa siendo indigerible
para cualquier puesta en escena de la política criolla, ya sea que defienda un
modelo extractivo-exportador, ya sea que vaya a remolque de la patria sojera.
Situarse en la sociedad argentina a partir de una concepción
marxista e intentar vivir cotidianamente a partir de una ética y una escala de
valores inspirada en el pensamiento de Marx sigue siendo anormal. Incómodo,
maloliente, disparatado.
¿A qué llamamos, pues, “normal” hoy en la Argentina? ¿Por
qué la desaparición de 30.000 personas pudo vivenciarse subjetivamente en 1976
como algo “normal” para una parte significativa de la población argentina?
(Porque la dictadura no fue sólo de Videla y Massera. A esta altura de la
historia no podemos hacernos los distraídos). ¿Por qué la actual muerte diaria
por inanición de familias enteras que viven en la calle delante de todo el
mundo, el abandono absoluto de la vejez, la castración del futuro para
muchísimos chicos consumidos por el paco
sin haber aún llegado a la adolescencia se experimenta como “normal”
(cuestionable y discutible, pero… “normal”)?.