29/10/13

Fenomenología de la conciencia proletaria

Cornelius Castoriadis ✆ A.d. 
1. El «en sí» puramente económico del proletariado                                                            Cornelius Castoriadis

«El proletariado en sí, escribía Trotsky, no es más que objeto sometido a la explotación.» Este momento originario del ser del proletariado aparece históricamente durante la primera fase de su existencia en el seno de la sociedad capitalista, y pese a quedar suprimido por su inclusión en un conjunto más vasto en el curso de la evolución ulterior, no deja por ello ,de seguir constituyendo el momento fundamental del proletariado a través de todas las fases del desarrollo. En cada momento de su existencia y en cada fase de la sociedad de clases, el proletariado será en primer lugar ese «en sí», objeto sometido a la explotación. Ese «en sí» va a constituir el fundamento de su ser activo, y ello hasta cuando intente superarlo, hasta cuando logre superarlo efectivamente elevándose a otro plano, el plano del «para sí» político: ya que ese «para sí» político sólo adquiere su pleno significado mediante su relación con el «en sí» económico cuya negación constituye (negación que contiene lo que así niega). Sólo la negación de esa negación y de aquello que ésta niega, o sea la superación tanto del «en sí» económico como del «para sí» político, la abolición de toda explotación y de todo Estado, y en definitiva la supresión en el seno de la totalidad comunista de la condición misma de proletariado como ser específico, podrá acabar con esa determinación de objeto
sometido a la explotación que tiene el proletario, determinación que ha de conservar mientras tanto.

Pero durante la primera fase del desarrollo ese «en sí» sólo nos interesa en la medida en que agota la determinación del proletariado, en la medida en que ser proletariado sólo significa esto: ser objeto sometido a la explotación. En esa medida, el «en sí» ciego agota el ser proletario, y ese «en sí» está desprovisto de toda conciencia. Su «ser en sí» no es por consiguiente más que un «ser para otro», un ser para el capitalista. Si el capitalista es mediante el proletario, el proletario es para el capitalista durante esa primera fase, y ese «ser para otro» seguirá siendo un momento constitutivo del ser proletario mientras éste continúe existiendo como tal. Insistir en el «en sí» del proletariado, intentar en todo momento reducir totalmente el ser proletario a ese «en sí» ciego, hacer de él pura y simplemente un objeto sometido a la explotación: esa será la orientación general del proceso económico y político en la sociedad capitalista.

2. La totalidad inmediata de la conciencia proletaria primitiva. El «para sí» inmediato de la rebelión

Pero ese «en sí» inmediato no es más que una abstracción. El proceso de la producción capitalista tiende a reducir cada vez más al proletario a esa abstracción pero nunca lo consigue plenamente. En primer lugar porque están contenidos (negados y conservados) en el ser proletario todos los elementos del proceso que ha conducido a esa forma, y ante todo el momento de la conciencia, el «para sí» de lo humano. Pero también porque el proletariado ve en su «ser en sí» un «ser para otro», comprende la negación de su ser que constituye ese ser para otro y se alza a la negación de esa negación mediante la rebelión.
a) El punto de partida de ese proceso se encuentra en la negación implicada en el «ser para otro» del proletario. En esa contradicción está ya contenido desde el principio el fracaso del capitalismo como reducción absoluta del proletariado a su «en sí». Por un lado, el capitalismo intenta convertir al proletario en simple materia bruta de la economía: el proletario ha de convertirse en una pieza más de la máquina. Pero lo que constituye el valor del proletario para el capitalista es precisamente que el proletario es más que una simple pieza de la máquina; el fundamento de la existencia del capitalista es la plusvalía y sólo hay plusvalía porque hoy oposición absoluta entre el hombre y la máquina, entre la repetición y la creación en el proceso de producción. La máquina es el momento de la identidad en ese proceso; sólo hay desarrollo porque hay intervención de lo que se opone fundamentalmente a la máquina o sea del hombre. Por lo tanto, ese «ser en sí» del proletariado sólo puede ser un «ser para el capitalista» en la medida en que contiene un «para sí» elemental. Ahora bien, el capitalismo se ve obligado a afirmar y negar a la vez ese «para sí». A negarlo con su continuo esfuerzo de reducción del proletario a un mero «en sí»; a afirmarlo no sólo por cuanto se ve obligado a conservar la esencia biológica del proletariado como clase, sino también porque se ve obligado a conservar en cierta medida la esencia humana de esa clase, sin la cual pierde precisamente el valor que tiene para él.
b) A partir de ese momento, el capitalismo suscita su propia negación social. Ese «para sí» elemental, ese núcleo de conciencia mantenido a pesar suyo en el proletariado, capta como primer objeto el «en sí» que lo sostiene; adquiere así la certeza inmediata y sensible de su explotación. Pero esa certeza no va más allá de la cosidad; como el «en sí» captado por esa primera conciencia es únicamente el « en sí» físico, la enajenación de ese «en sí» aparece en un plano físico y el «ser para otro» del proletario es captado por su conciencia como un «ser para una cosa»; y esa cosa es la cosa que está ahí en el proceso de producción, esto es: la máquina. La primera negación de la enajenación se afirma pues como negación de la máquina, como intento de destrucción de la máquina. Pero esa conciencia que niega a la máquina está doblemente mistificada; en primer lugar por cuanto hace de una cosa su propio otro ?y el otro de la conciencia sólo puede ser otra conciencia? y se rebaja así al nivel de la cosa; mas también en la medida en que su objetivo se presenta como una vuelta atrás, o sea quiere no ya superar la condición de proletario sino reducir de nuevo esa condición a su expresión más primitiva. Hay pues una doble imposibilidad, interna y externa, en esa primera negación; hay además ignorancia de lo que constituye la fuerza propia del proletariado. El naufragio ante esa doble imposibilidad, la comprensión de lo que es la fuerza propia del proletariado y el paso a la conciencia de la enajenación. como enajenación en provecho no de la cosa sino del capitalista como persona, determinan la negación de esa primera negación y el paso a la totalidad de la rebelión.
c) La rebelión es la primera totalidad a la que llega la conciencia proletaria. La rebelión supone que la enajenación es captada como explotación total, como tentativa de reducir tanto el «en si» físico como el «para sí» consciente del proletario a un «ser para otro»; un otro precisamente determinado de ahora en adelante como capitalista. La rebelión alcanza una comprensión de la totalidad tanto por lo que respecta a su propio sujeto, afirmado no va como sujeto individual o particular sino como totalidad de la clase desposeída, como por lo que respecta a su objeto, por cuanto esa totalidad de la clase se opone a la totalidad de la otra clase y a su expresión más general que es el Estado. Su contenido mismo es total puesto que exige la supresión de la particularidad, la realización de una igual participación en lo universal económico y la atribución a cada individuo de una fracción real del poder político mediante el pueblo en armas x la Comuna política. En ese sentido, la rebelión constituye la primera exteriorización completa del «para sí» proletario.
Pero ese «para sí» de la rebelión sigue siendo un «para sí» inmediato; la totalidad que pone es una totalidad inmediata por cuanto la realización total de la negación del otro se refiere todavía al otro exterior, a todo lo que se opone al proletariado fuera del proletariado mismo. La clase es afirmada aquí como unidad inmediata, simple y directa, o sea en definitiva como abstracción que ha de conducir forzosamente a la derrota. La derrota de la rebelión es la derrota de la abstracción ante lo concreto negativo del capitalismo como opuesto al proletariado. .Es la derrota de la inmediatez ingenua frente a la mediación desarrollada contenida en lo concreto negativo. El carácter forzoso de esa derrota significa el carácter forzoso del paso a través de una serie de mediaciones durante el cual la conciencia proletaria se profundiza volviendo sobre sí misma, desarrollando su propio otro en el interior de sí misma, para captar y superar su negación no sólo como negación exterior realizada por el capitalismo, sino también como negación interna, oposición intrínseca que tiene primero que llegar a ser explícita, ser captada después como tal, y en definitiva suprimida en la totalidad concreta de la conciencia revolucionaria absoluta.

3. La particularidad de la conciencia reivindicativa La mistificación de la mediación infinita y el «ser para otro» del reformismo

La derrota de la rebelión no suprime el «para sí» activo de la conciencia proletaria, mas significa la caída en la mediación; pero esa caída es también un ahondar. La totalidad inmediata del primer «para sí» se fragmenta en una serie de momentos particulares. Esa reducción a lo particular se efectúa de dos modos: en primer lugar como fragmentación del objetivo final que se había dado la rebelión (y que parece ahora inmediatamente inaccesible) en una serie de objetivos particulares. Así se constituye la reivindicación como momento central del «para sí» proletario durante esa fase. En segundo lugar como división del trabajo en el seno de la propia clase, una clase que parece haber sido convencida por la derrota de la rebelión de que su acción total es vana y peligrosa y que permite pues que de su acción se haga cargo una de sus partes. Así se constituye la burocracia obrera ?sindical y política? como base real del «para sí» proletario durante esa fase.
Da así la conciencia proletaria un gran paso adelante. Realiza parte de los objetivos que se proponía alcanzar primitivamente y que parecen ahora no poder ser realizados en su totalidad. Esa realización aleja a su ser de ese nudo «en sí» al que quería reducirle el capitalismo. Limita cuantitativamente su enajenación, tanto por lo que respecta a la magnitud de la plusvalía como por lo que respecta a la jornada de trabajo. Se alza por último en una de sus partes ?esa burocracia obrera que surge y se desarrolla sobre el terreno de la reivindicación? por encima de la condición proletaria, y parece llegar a un «para sí» absoluto.

Pero bajo esa positividad exterior aparece cada vez más claramente el engaño contenido en germen. La base de ese engaño es la presentación de lo particular como idéntico a lo universal: la reivindicación se presenta como la mediación necesaria entre la enajenación presente y la libertad futura, y es efectivamente esa mediación; comienza el engaño a partir del momento en que esa mediación se presenta como un fin, o mejor dicho, a partir del momento en que el paso de la enajenación a la libertad se presenta como una serie infinita de mediaciones que parecen no tener término («el objetivo no es nada, el movimiento lo es todo»). La totalidad del objetivo sería pues el resultado de una simple adición aritmética de los fragmentos particulares de ese objetivo. A1 descomponer así una totalidad cualitativa en partes cuantitativas, la conciencia reivindicativa se mistifica a sí misma, por cuanto cree que un movimiento en sentido inverso es igualmente posible, sin tener en cuenta la cualidad del todo, irremediablemente perdida en sus fragmentos cuantitativos. El reformismo es en el fondo esa imposible substitución de trozos sucesivos de enajenación suprimida por trozos sucesivos de libertad conquistada. Esa concepción cuantitativa se hace añicos ante la realidad de la libertad, que es totalidad o no es nada.

El reformismo implica además una mediación personal entre el proletario y el capitalista: el burócrata obrero. La burocracia se presenta también a sí misma como una mediación necesaria. La mistificación contenida en esa mediación consiste, por lo que se refiere al propio proletariado, en que se pretende suprimir una enajenación substituyéndola por otra. En la medida en que el burócrata se presenta como un elemento necesario de la liberación, y en la medida en que su existencia implica que la liberación sólo es posible gracias a él, una parte de la clase se substituye al conjunto de la clase, presentándose como ese conjunto. Verdad es que la burocracia está ahí efectivamente en lugar de ese conjunto, puesto que localiza y concentra el «para sí», la conciencia y la dirección de la clase; puesto que, en definitiva, se pone a sí misma como un «para sí», como un fin de sí mismo en la historia. El proletariado se enajena de nuevo, y esa enajenación se añade a la enajenación fundamental a la que le somete el capitalismo.

Pero el «para sí» del burócrata es un falso «para sí», y el propio burócrata está mistificado. Como la razón de ser del burócrata es la reivindicación, y que el único resultado objetivo de la reivindicación es alejar, mediante lo particular que puede ser inmediatamente captado, lo universal constantemente postergado, la conservación del capitalismo se convierte en razón de ser objetiva del burócrata reformista; luego el «ser para sí» del reformista se convierte en «ser para el capitalista», y los propios mistificadores son mistificados. Cuando toma conciencia de esa situación, el burócrata reformista se transforma subjetivamente en agente del capitalismo en el seno del proletariado; y se realiza así completamente la enajenación del propio burócrata, por cuanto se separa de su propia clase. La mistificación reformista se convierte en algo totalmente explícito y visible, como tal, para el proletariado.

4. La singularidad de la conciencia anarquista

Al mismo tiempo que cae con una de sus partes en lo particular, la conciencia proletaria se alza, a través de otra parte, hasta el momento de la singularidad. Si la conciencia reformista significa la reducción del fin histórico a una serie de objetivos particulares y la particularización real de la base humana del movimiento (al substituirse la burocracia a la clase), la conciencia anarquista parece mantener la totalidad del objetivo al reducir el sujeto del movimiento al individuo, a lo singular, donde parece haberse refugiado la vitalidad de la clase vencida. En realidad la conciencia anarquista permite mantener durante ese período la totalidad inmediata del objetivo de la rebelión, totalidad ocultada por el reformismo, al presentarse como oposición constante a éste; pero en ese mantenimiento, que no es más que repetición, hay un doble engaño: engaño porque substituye a la clase por el individuo y hasta afirma que el objetivo puede ser ya realizado individualmente en el seno de la enajenación capitalista; pero también porque, aun cuando se despoje de su individualismo (en el «anarco?comunismo»), presenta el objetivo como objetivo inmediato en su totalidad sin tener en cuenta la mediación, o sea en definitiva intentando saltar por encima de ese «para sí» que todavía no se ha alcanzado. Y ese salto no es en realidad más que una vuelta hacia atrás, hacia la rebelión inmediata.

5. La síntesis imperfecta de la rebelión revolucionaria y el «partido revolucionario»

El mantenimiento de una oposición cada vez más radical entre el proletariado y la burocracia reformista y la supresión de la oposición entre la burocracia reformista y el capitalismo determinan a la larga una identificación entre capitalismo y burocracia reformista. A partir del momento en que esa identificación es captada como tal por la conciencia proletaria, la mistificación reformista aparece explícitamente, y se impone la necesidad de la destrucción del reformismo al mismo tiempo, y por los mismos motivos, que el capitalismo. Surge de nuevo la voluntad de negación de la enajenación contenida en la reivindicación, pero sin la mistificación de esa mediación infinita que ha resultado ser mediación para el capitalismo. Surge la reivindicación revolucionaria como concretización de la negación del capitalismo, negación incompatible exteriormente con éste, negación cuya realización supone la supresión de éste. Surge el «partido revolucionario» como concretización, en el seno del proletariado, de la voluntad de supresión del capitalismo y de la conciencia revolucionaria.

De ese modo el proletariado «llega al poder» y destruye exteriormente el capitalismo. Y cuando no «llega al poder», se agrupa en torno al «partido revolucionario», dándose como objetivo explícito la destrucción del capitalismo. Ese momento aparece pues como lo que es en realidad: una victoria de la conciencia revolucionaria.

Pero esa victoria contiene su propia negación; ya que mantiene, en el plano del sujeto de la revolución, el momento de la particularidad como momento no suprimido. Ese momento de la particularidad está constituido por el «partido revolucionario», que se diferencia de la totalidad de la clase tanto desde el punto de vista de la estructura como desde el punto de vista del contenido. Esa particularización está fundada además en el mantenimiento de un principio eminentemente alienante, el principio de la división del trabajo: división fija y estable entre la «dirección» y la «ejecución», entre el trabajo intelectual y el trabajo físico, distinción y división a la postre entre la «conciencia del proletariado», localizada ahora en el «partido revolucionario», y un cuerpo del proletariado privado de conciencia; privación continuamente agravada por esa «conciencia» que es el partido, que se afirma así ella misma como conciencia irreemplazable. La distinción se convierte en división, la división en oposición, y la oposición, por último, en contradicción entre el proletariado y su propio «partido revolucionario».

Por otro lado, la reivindicación revolucionaria que anima durante esa fase la toma de conciencia revolucionaria no es más que una negación exterior del capitalismo; no hay todavía verdadera síntesis, ya que no sólo lo que se niega así es únicamente la exterioridad de la enajenación, sino que, además, esa negación no es todavía la afirmación propia del proletariado por sí mismo; lo que se reivindica es la abolición del poder capitalista; el poder propio del proletariado sólo se afirma como poder del «partido revolucionario», o sea a la postre como negación del poder propio del proletariado.

6. La universalidad abstracta del burocratismo. Engaño universal de la abstracción burocrática. El «ser para sí» absoluto de la burocracia es en definitiva un «ser para nadie»

Partiendo de la enajenación de la conciencia, la burocracia revolucionaria realiza rápidamente la enajenación total; ya que para el proletariado no hay otra alternativa: conciencia total y poder universal o enajenación total y mistificación universal. La expropiación de la conciencia en provecho de la burocracia y la expropiación física corren parejas, ya que el monopolio de la conciencia sólo es posible sobre la base del monopolio de las condiciones de la conciencia. Como esas condiciones son esencialmente materiales, vuelve a aparecer la explotación y con ella la tendencia a reducir al proletariado a su pura materia física. Esa tendencia puede obrar ahora de modo más profundo que en el marco del capitalismo. La explotación capitalista contiene una contradicción a la que ya hemos aludido (2). Esa contradicción está determinada en último término por la búsqueda de la ganancia en su forma capitalista. Pero con la dominación de la burocracia, la ganancia se convierte en ganancia universal abstracta, desaparece la competencia, al menos en su forma económica, y en la producción, que ya no está determinada por su ganancia concreta, puede desarrollarse ahora libremente el intento de reducir al proletariado a una simple pieza de la máquina. De ahí que el paso del «en sí» al «para sí» sea infinitamente más difícil para el proletariado en este caso.

Como la burocracia surge en el terreno mismo de la destrucción del capitalismo y mediante ésta; como la aparición de su oposición al proletariado no significa la supresión de su oposición al capitalismo (como con el reformismo) sino al contrario, agudiza esa oposición; como su llegada al poder, por último, implica la lucha física del proletariado contra el capitalismo y la eliminación de éste, la burocracia aparece como la negación del capitalismo. Pero esa negación no es más que una negación abstracta y el poder de la burocracia no es más que la forma abstracta del pode del proletariado; puede decirse que la burocracia es, en ese sentido, la síntesis negativa del capitalismo y del proletariado. Es la síntesis negativa en la medida en que mantiene (en tanto que no suprimidos) la negatividad total del contenido capitalista como enajenación y la negatividad del momento de la conciencia proletaria que es su fundamento, o sea de la universalidad abstracta. La forma en la que esa universalidad abstracta aparece en primer lugar es la forma de la economía, con la supresión de la posesión singular o particular de las formas productivas y la aparición del Estado como poseedor universal. Pero como el Estado no es más que una abstracción, esa posesión estatal es una universalidad abstracta que oculta la posesión de la burocracia y al mismo tiempo la domina. La universalidad abstracta aparece también en la política, puesto que el Estado o el «pueblo» es presentado como sujeto del poder siendo en realidad ese poder el de la burocracia.

La mistificación que engendra así la burocracia es pues universal. Es un engaño de proporciones infinitamente mayores que la mistificación reformista, que puede ser fácilmente descubierta y denunciada puesto que el reformismo no es de hecho más que una expresión del capitalismo y que esa identidad puede ser ya percibida en la vida en el seno de la sociedad capitalista. Como, por definición, el objeto y el propio ser del reformismo sólo pueden ser parciales, la mistificación que representa sólo puede ser parcial. Pero el objeto de la burocracia es objeto universal, es el Estado y la sociedad en su conjunto; la propia burocracia se afirma como sujeto universal para sí. Su mistificación sólo puede ser universal, engaño de todos y en todo. La esencia de ese engaño es la abstracción, y la presentación de lo universal abstracto, que por cuanto abstracto cubre forzosamente un concreto determinado, como idéntico a lo universal concreto, la presentación de la negación abstracta como idéntica a la negación concreta, única posición positiva. La burocracia presenta pues al proletariado la supresión de la enajenación capitalista como idéntica a la supresión de la enajenación en general y de toda enajenación; presenta la «nacionalización» y la «planificación estatal» de la economía como idénticas a la colectivización y a la planificación comunista; la destrucción del poder capitalista como idéntica a la destrucción del poder de clase; al «pueblo» abstracto como idéntico al pueblo concreto, y el terror como idéntico a la libertad.

Pero si en ese estadio la enajenación es total, y universal el engaño, eso significa que son también enajenación y mistificación de la propia burocracia. La burocracia se pone ante sí misma como «ser para sí» absoluto; mas ese «para sí» se hunde en la abstracción que constituye la esencia de la burocracia. La burocracia se pone como conciencia de la historia, separada del cuerpo de ésta; pero esa conciencia sin cuerpo no es más que una conciencia fantasmagórica que se desvanece por sí misma; privada de cuerpo, la burocracia pierde también rápidamente la «conciencia» a partir de la cual se formó. Se convierte en cuerpo empequeñecido y parcial, y lo que le queda de conciencia se pone al servicio de ese cuerpo; se enajena así ella misma en provecho de su nuda corporeidad, y enmudece. Su intento de reducir al proletariado a no ser sino una pieza más de la máquina de producción se vuelve contra ella misma; ya que la continuidad de lo social, de lo social hecho de abstracciones, hace que todos los medios empleados contra el proletariado tengan un efecto en el seno de la propia burocracia; el terror utilizado contra el proletariado se convierte rápidamente en terror universal; a la expropiación física del proletariado, a su reducción a un «ser explotado», corresponde como antítesis simétrica la expropiación del burócrata por su propio cuerpo, su reducción a un «ser para la explotación», su destino de parásito social e histórico; y la expropiación intelectual a la que es sometido el proletariado se convierte por último en cretinismo e imbecilidad de la propia burocracia. La propia burocracia se convierte a la postre en simple pieza de la máquina social al servicio de la abstracción; ya que su propia corporeidad, a cuyo servicio cree estar, se convierte en pura abstracción a medida que se descubre su total ausencia de significación histórica; ya que resulta que tras esa corporeidad no hay nada, y hasta que, en el marco de la enajenación total, ni siquiera es para sí misma. El «ser para sí» de la burocracia resulta ser un «ser para la abstracción», o sea en definitiva un «ser para nadie».

Diríase pues que la sociedad misma llega a ser algo totalmente vano, y que la historia se hunde en la nada de la abstracción universal. Y es que la ambigüedad que determina todo momento de la conciencia llega a ser aquí totalmente explícita: o la conciencia revolucionaria volverá a afirmarse para pasar a la universalidad concreta, para suprimir la abstracción burocrática y realizar el comunismo; o será vencida por la abstracción y la historia se hundirá en lo monstruoso, del que sólo podrá entonces salvarse tras nuevas mediaciones y nuevos avatares. Hasta aquí puede llegar el conocimiento; en lo que viene después no se trata ya de conocimiento sino de voluntad histórica, voluntad que acepta como supuestos la ambigüedad de todo conocimiento, la victoria y el fracaso, y que ha suprimido unilateralmente esa ambigüedad en su identificación total con su objetivo pensado.

7. El paso a la universalidad concreta. La conciencia revolucionaria absoluta
a) El burocratismo tiende a realizar mucho más completamente que el capitalismo la reducción del proletariado a su pura materia física. La base de esa posibilidad es la supresión de la competencia, que es en definitiva la supresión del motor de la acumulación, y por tanto la reducción de la plusvalía a una función puramente estática: el mantenimiento de la clase parásita. De ahí que, en esa medida, la clase burocrática no esté ya obligada a mantener la creatividad del trabajo. Pero la contradicción que contiene la enajenación de la fuerza de trabajo vuelve a surgir, aunque sea con distinta forma: el intento de suprimir el «para sí» del trabajador (que se manifiesta de modo elemental como creatividad) y de insistir en el «en sí» (o sea de aumentar continuamente la explotación), contiene una contradicción patente que se traduce aquí por la disminución del producto de la fuerza de trabajo y por consiguiente de la propia plusvalía; cuanto más pesa la burocracia sobre el nivel de vida del proletariado, más baja globalmente el valor de los productos, debido al descenso brutal de la productividad cuantitativa. A ese descenso, la burocracia sólo puede responder con un aumento del número de obreros, con una proletarización aún más completa del conjunto de la sociedad.
b) Si el paso del «en sí» al «para sí» se convierte en esas condiciones en algo subjetivamente más difícil, es sin embargo muchísimo más fácil objetivamente. Mucho más fácil objetivamente: esto quiere decir que todos los datos del problema y hasta su solución están ahí, puestos explícitamente. El papel parásito de la burocracia aparece claramente; de todas las oposiciones, suprimidas, sólo queda una: la oposición entre explotadores y explotados; toda falsa mediación ?como por ejemplo una reivindicación reformista o una «burocracia obrera» especial? es ahora radicalmente imposible; hasta la forma misma de la solución está puesta ahí; puesto que toda relación individual con los medios de producción ha sido suprimida, al ser el Estado el sujeto de toda propiedad, basta con suprimir ese Estado y substituirlo por el propio proletariado. La sociedad burocrática plantea al proletariado este dilema en sus términos más desnudos, más sencillos y más profundos; le grita a cada recodo: o lo serás todo o no serás nada; entre tu propio poder y los campos de concentración no hay término medio; de ti depende que en la sociedad seas amo o esclavo.
c) La realización del poder de la burocracia, al presentar la forma más brutal y más total de la explotación, es al mismo tiempo el fin del engaño burocrático. La esencia de la burocracia como negación propia del proletariado se pone al descubierto. En la medida en que el proletariado capta esa negación, la capta como conclusión y síntesis de toda la evolución anterior. El proletariado puede ahora liberarse de todo engaño, no sólo exterior sino también interno. Puede comprender que de lo que se trata ahora es, no sólo de oponerse exteriormente a otro, de destruir todo poder fuera de él, sino de realizar positivamente su propio poder. Tiende por tanto a suprimir desde el primer momento en su propio seno toda distinción fija, tanto respecto al poder como en lo que se refiere a los ingresos. Esa conciencia del proletariado, que es conciencia de sí, afirmación de sí misma como objetivo propio, que ha llegado a afirmar todo lo otro, tanto dentro como fuera de sí misma, bajo la forma del sí mismo, y cuyo único objetivo es ahora llevar al poder su propio «sí mismo», es la conciencia revolucionaria absoluta, que sólo ha podido realizarse tras la serie de mediaciones y extrañamientos que supone. Pero una vez realizado su objetivo exterior, la conquista del poder, lo suprime y se suprime así a sí misma como conciencia revolucionaria del proletariado; se convierte así en conciencia absoluta a secas, en humanidad comunista, universalidad concreta infinitamente diferenciada en el seno de sí misma.
Escrito en marzo de 1948 y publicado por vez primera en francés en La société bureaucratique: 1, Les rapports de production en Russie, París, UGE, 1973. Versión castellana incluida en La experiencia del movimiento obrero (Vol. 1. Cómo luchar, Barcelona, Tusquets, 1979). Traducción de Enrique Escobar