- “La investigación debe apropiarse pormenorizadamente de su objeto, analizar las distintas formas de desarrollo y rastrear su nexo interno. Tan solo después de consumada esa labor, puede exponerse adecuadamente el movimiento real.” | Karl Marx. Epílogo a la segunda edición de El Capital
Jesús Albarracín &
Pedro Montes | Durante las décadas posteriores a la Segunda
Guerra Mundial, el capitalismo adquirió unos perfiles sensiblemente diferentes
a los que había tenido no sólo en la época de Marx, sino también en la
preguerra. Los cambios que había experimentado el sistema exigían un análisis
global de la forma concreta que había adquirido el modo de producción
capitalista, pero la parálisis de la teoría provocada por el estalinismo y los
errores en que había incurrido el marxismo occidental impedían tal tarea.
Ernest Mandel cambió esta situación.
Retomando la metodología y las categorías fundamentales
utilizadas por Marx e incorporando los avances teóricos y la experiencia
práctica producidos hasta entonces realizó una interpretación del capitalismo
posterior a la Segunda Guerra Mundial, el «capitalismo tardío», que sin duda ha
supuesto un avance considerable para el marxismo. En las páginas que siguen, se
analizarán las características fundamentales de la economía política marxista
de Ernest Mandel y los aspectos más importantes de su teoría del capitalismo
tardío.
Los cambios producidos en el capitalismo posterior a la
Segunda Mundial no deberían haber sido un obstáculo insalvable para el
marxismo, pues este disponía del método y del arsenal teórico suficientes para
comprenderlos. Sin embargo, en la práctica, el marxismo no estaba en buenas
condiciones para realizar tal tarea. Por un lado, desde los años treinta del
presente siglo, había sido hegemonizado por el llamado «marxismo soviético»,
la variante dogmática y apologética del mismo construida por el estalinismo.
Por otro, también desde los años treinta, el eje fundamental del análisis
marxista se había desplazado desde la economía política a la filosofía.
Finalmente, la economía política marxista se había ido separando del método de
Marx antes incluso de que sobreviniera la hegemonía del estalinismo. El
resultado fué que el marxismo, en general, y la economía política marxista, en
particular, se habían esclerotizado, mostrándose incapaces de comprender en
su totalidad la forma que estaba adquiriendo el capitalismo en la segunda
mitad del siglo XX.
En esta brecha abierta entre los orígenes del marxismo y su
evolución posterior, Ernest Mandel levantó un puente que conectó con el marximo
clásico, colocando a la economía en el centro del análisis y recuperando el
método y las categorías fundamentales de la economía política de Marx para
explicar la evolución y situación del capitalismo. Ello le permitió sentar las
bases para analizar la forma concreta que había adquirido el sistema después de
la Segunda Guerra Mundial.
1.1. El marxismo abierto
El marxismo no es un sistema inmutable y dogmático, sino que
aprende de la práctica, se ve influido por ella y está en contínuo desarrollo.
Es el producto de una síntesis múltiple que es necesario realizar en cada
momento del tiempo.
En primer lugar, es una síntesis de las principales ciencias
sociales. Marx y Engels le concibieron como una síntesis de la filosofía
alemana, la economía política inglesa y la política francesa pero, como todo
cuerpo no dómatico y en desarrollo, debe incorporar continuamente los avances
de todas las ciencias sociales que puedan contribuir a conocer el mundo y
transformarlo para liberar a la humanidad de la explotación y la opresión.
En segundo lugar, es una síntesis de los principales
proyectos emancipadores existentes. Marx y Engels le deben mucho al socialismo
utópico que encontraron en su época, pero lo superaron con el socialismo
científico. En cada época histórica hay que hacer lo mismo, porque el marxismo
no tiene el monopolio de la emancipación ni de la crítica. La dominación
sexual, la crisis ecológica o la liberación nacional, por ejemplo, temas que
han sido insuficientemente tratados por el marxismo, deben tener cabida en él.
Debe integrar todas las aportaciones emancipatorias existentes en un
diálogo constante en el que debe haber una influencia en las dos direcciones.
En definitiva, el marxismo es un punto de encuentro y no un sistema acabado.
Finalmente, es una síntesis de los movimientos emancipatorios
realmente existentes en cada momento del tiempo. Marx y Engels partieron del
movimiento obrero que existía en su época, lucharon por su autoorganización,
su independencia de la burguesía y por dotarle de un programa revolucionario
y aprendieron de sus experiencias. En un mundo más complejo, como es el del
capitalismo de la segunda mitad del siglo XX, no es posible ahorrarse esa
tarea. El marxismo debe aprender de la experiencia y preocupaciones de los
diferentes movimientos sociales, no sólo del movimiento obrero, y someter sus
propuestas al veredicto de la práctica.
Con esta triple síntesis, Marx y Engels edificaron un
sistema que, conservando sus características fundamentales, debería
evolucionar a lo largo del tiempo conforme lo hiciera el sistema social que se
trataba de analizar y combatir. El marxismo debería tener siempre presente el carácter
histórico de la sociedad capitalista y la concreción de las leyes de su
movimiento. En definitiva, la búsqueda de fórmulas mágicas que lo explicaran
todo es ajena al marxismo y nada ahorra el análisis de la realidad en cada
momento histórico.
Sin embargo, esta concepción del marxismo como un sistema
abierto se vió truncada a partir de la década de 1930 como consecuencia de la
hegemonía del llamado «marxismo soviético». Durante casi seis décadas, esta
variante dogmática y apologética asentada en el estalinismo ha sido la
doctrina oficial de los países del llamado «socialismo real» y ha dominado casi
por completo a los partidos comunistas de los países occidentales. El resultado
ha sido una parálisis de la teoría y una separación creciente de esta respecto
a la práctica.
El marxismo descuidó su tronco económico y se desplegó por
los ventanales filosóficos que abría el conocido párrafo del prefacio de la
Crítica de la economía política:
«En la producción real de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se eleva la superestructura jurídica y política y a la que le corresponden formas sociales determinadas de conciencia. (...) Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productoras de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no es más que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución social» [1]
De este modo, estructura económica, superestructura, modo
de producción, etc y las relaciones entre todos estos conceptos se
convirtieron en fundamentales. Incluso cuando aparecía alguna disidencia,
como en el caso de Althuser, aunque no fue el único, se situaba en este
terreno. Pero este enfoque no servía para analizar la realidad del capitalismo
que había delante, sino para desarrollar una cultura y un pensamiento marxista
cada vez mas alejados de las necesidades de la lucha de clases. A lo sumo
servía para dar satisfacción moral a la izquierda, por las potencialidades
que el marxismo aportaba, y para reconfortarse con la idea de que el socialismo
era inevitable. En los países imperialistas, el desarrollo del Estado del
Bienestar restaba urgencia a la lucha anticapitalista, tanto más cuanto que el
fin del sistema, teórica e históricamente, estaba garantizado.
La economía marxista ocupó siempre un papel subordinado en
esta concepción del marxismo. La teoría del valor y la explotación se
convirtieron en dogmas de vigencia universal, pero en su generalidad nada
aportaban para comprender la complejidad que había adquirido la economía
capitalista (creciente intervención del Estado en la economía, sociedad de
consumo, expansión del sector de servicios, cambios tecnológicos y en la
organización del trabajo, neocolonialismo e intercambio desigual, etc) ni la
concreción de sus leyes del desarrollo (baja tendencial de la tasa de
beneficio, crecimiento de la composición orgánica del capital, etc). Los
conceptos fundamentales del marxismo se esclerotizaron, y solamente servían
para demostrar el fin inevitable del capitalismo, nuevamente, por un lado, para
satisfacción de la izquierda y, por otro, para distanciar el pensamiento de
las tareas de la lucha de clases. Los enormes avances que se estaban produciendo
en las ciencias sociales, particularmente en la teoría económica, se consideraban
burgueses y como tales se despreciaban. Solamente se salvaron de esta tendencia
aquellos autores que habían venido de la economía convencional (Sweezzy, Baran,
la New Left, los provenientes de la escuela de Cambridge, etc) pero, por parte
de los partidos comunistas, siempre fueron mirados con cierta sospecha. Igual
suerte corrieron los avances que se estaban produciendo en la sociología, en
la política o en el resto de las ciencias sociales. Este marxismo era
impermeable a la realidad social que no fuera la visión de los partidos
comunistas occidentales, adaptados a la versión esclerótica del estalinismo.
Con estos mimbres era muy difícil comprender las características
que había adquirido el capitalismo en la segunda mitad del siglo XX y mucho
menos combatirle. Ernest Mandel le dió un giro a esta situación. En 1962, fecha
de publicación de la primera edición francesa del Tratado de economía marxista[2], retomó la economía política marxista
clásica, desaparecida de la literatura durante décadas, la enriqueció con
las aportaciones posteriores, tanto del campo del marxismo como de fuera de él,
la aplicó al capitalismo que tenía delante y extrajo enseñanzas políticas de
ello. Por el Tratado sólamente, Mandel puede ser considerado como un teórico
clásico del marxismo, que entronca directamente con los fundadores Marx y
Engel, aunque la importancia de esta obra no fue sólo teórica, pues el
Tratado conoció ediciones en muy diferentes idiomas y se convirtió en el libro
de cabecera de luchadores marxistas en muchos rincones del Planeta. Pero es a
partir de El capitalismo tardío[3], cuya primer edición alemana apareció en
1972, y de los múltiples artículos y libros que le siguieron, cuando Mandel
desarrrolla plenamente y moderniza la economía política marxista y, con ella,
realiza un análisis profundo del capitalismo posterior a la Segunda Guerra
Mundial.
Su marxismo abierto le permitió incorporar no sólo todo el
arsenal teórico de la economía marxista que estuvo a su alcance, sino también
lo que podía ser utilizable del desarrollo que ha tenido la economía convencional.
En las páginas del Tratado de Economía Marxista, de El Capitalismo Tardío y de
muchos de sus artículos y libros, puede encontrarse la exposición exhaustiva
de una buena parte de los debates que han recorrido a la economía académica
durante las últimas décadas, su posición ante los mismos y lo que el marxismo
podía obtener de positivo de ellos. En este sentido, muchos de los profesores
de teoría económica de las universidades occidentales se sorprenden del vigor,
riqueza y profundidad con que aborda muchos de los porblemas que les ocupan
cuando se asoman a su obra, y lo mismo ocurre cuando el tema del debate es la
validez de la teoría económica marxista. Las introducciones a la edición de
El Capital de Pengüin[4] muestran que no hubo discusión alguna
sobre la economía marxista, dentro o fuera de la familia (ricardianos,
sraffianos, keynesianos, etc) que le fuera ajena. En particular, son
esclarecedoras sus posiciones sobre la teoría del valor en el debate con los
ricardianos[5]. Sorprende la forma como integró los
mayores avances de la economía convencional en la economía marxista para
demostrar la validez de esta última y, al mismo tiempo, utilizar dichos avances
para desarrollarla. Y la teoría siempre estuvo vinculada a la práctica de la
lucha de clases en la que, como dirigente de la IV Internacional, no dejó
nunca de estar presente. Con la teoría del capitalismo tardío, no trató tanto
de realizar un ejercicio académico como de comprender y desentrañar el sistema
para mejor combatirlo. Su internacionalismo le llevó a no limitarse al
horizonte de un sólo país y una sóla cultura, implicándose en la lucha política
de muchos de ellos, pagando un precio personal elevado, pero las ganacias para
el marxismo fueron enormes: vinculó los análisis y la teoria a las vicisitudes
de la lucha de clases, recuperó el papel de la economía política dentro del
materialismo histórico y contribuyó decisivamente al conocimiento del
capitalismo de la segunda mitad del siglo XX.
Sin duda, en la obra de Mandel, con la perspectiva actual,
pueden encontrarse algunas carencias, en el sentido de que en la síntesis que
realizó no llevó hasta las últimas consecuencias la integracion de algunos
fenómenos sociales. Esto es particularmente cierto en lo que se refiere al
análisis detallado de los factores subjetivos que pueden afectar a la fuerza,
organización y combatividad de la clase obrera, tema en el que siempre tuvo
una posición excesivamente optimista, al feminismo, que trató muy insuficientemente,
y al ecologísmo, respecto al que no pasó de las contradiciones más generales
entre capitalismo y bioesfera. Pero ello no puede ser una crítica, sino más
bien un reconocimiento del ingente trabajo teórico que emprendió, de la
complejidad que ha adquirido el sistema social actual y de las tareas que le
quedan por desarrollar al marxismo. Lo importante es que su método, el marxismo
abierto, permite como ningún otro el análisis y la comprension del capitalismo
en la actualidad, tarea a la que tendremos que dedicar la suficiente atención
todos aquellos que nos reclamamos del pensamiento y la obra política de Ernest
Mandel.
1.2. La economía política, eje central del análisis
La comprensión del capitalismo exigía un cambio radical en
los enfoques y objetivos del marxismo hegemónico en su época. Promoverlo con
éxito y en profundidad es, sin duda, una de las principales aportaciones de
Mandel.
La economía política desempeña un papel fundamental en el
marxismo. En un principio, Marx abordó el análisis del capitalismo utilizando
todos los elementos de su formación intelectual de que disponía, en los que la
filosofía alemana y la política francesa ocupaban un lugar central y hegemónico.
Pero este arsenal no era suficiente para comprender un sistema económico, en el
que son cruciales el mercado, la formación de los precios, la distribución del
producto entre trabajadores, burguesía y propietarios de la tierra, la
evolución económica de la sociedad, etc, esto es, problemas dificilmente
abordables utilizando sólo la filosofía o la política. Después de los Manuscritos
de París, de 1844[6], Marx comprendió el enorme potencial que
tenía la economía política inglesa para analizar todos estos fenómenos.
El primer producto de la incorporación de la economía
política al análisis del capitalismo fueron los manuscritos elaborados entre
1857 y 1858, publicados en 1939 por el Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú con
el nombre de Grundisse der Kritik der politischen Ökonomie[7]. A los Grundisse, que pueden ser
considerados como un primer borrador de El Capital, le sucedieron una serie de
manuscritos en los que Marx fué analizando los hechos económicos y construyendo
su explicación del capitalismo: los de 1861-1863, de los que Kautsky extrajo
las Teorías de la plusvalía[8]; los de 1864-1865, que contienen los
temas que aparecen en el Libro III de El Capital, y los de 1865-1870, de los
que Engels extrajo el material para el Libro II de El Capital. Finalmente, en
1966-67, se publicó el Libro I de El Capital.
Así pues, a partir de la década de 1850, Marx concentró su
trabajo en la economía política. En sus manos adquirió una dimensión totalmente
distinta a la que había tenido en los economistas clásicos y, a partir de
entonces, pasó a ser el elemento fundamental de su análisis del capitalismo. Es
en torno al eje conductor del funcionamiento económico del capitalismo en donde
se produce la integración de la filosofía alemana y la política francesa. Se
podría decir que los Grundisse y, sobre todo, El Capital suponen una cierta
ruptura con la obra anterior de Marx, en la que solo se había producido una
integración entre filosofía y política. Lo que hace que el Libro I de El
Capital sea el escrito revolucionario más importante de todos los tiempos no
reside en discursos filosóficos o en proclamas políticas, sino en la forma como
desvela el funcionamiento de la económía capitalista, como se produce la
explotación de los trabajadores, cuáles son sus contradicciones internas y
como no es posible acabar con la injusticia social dentro del sistema.
Sin embargo, en la historia reciente del marxismo, la
economía política no siempre ha desempeñado el papel que le corresponde. Perry
Anderson[9] sostiene que los cambios en la lucha de
clases explican el desplazamiento del marxismo desde la economía política hasta
la filosofía. Como consecuencia de las derrotas del movimiento obrero después
de la revolución rusa (aplastamiento de los levantamientos en Europa Central entre
1918 y 1922, derrotas en España y Francia en la década de 1930, incapacidad
para que la lucha contra el fascismo durante la Segunda Guerra mundial se
transformara en una hegemonía política duradera), el desarrollo del marxismo se
desplazó desde los sindicatos y los partidos políticos a las universidades,
hasta el punto de que, a partir de la Segunda Guerra Mundial, apenas ha habido
teóricos marxistas que no hayan contado con un puesto en la academia, mientras
que han sido muy pocos los que han estado comprometidos directamente en la
lucha política. Esta separación del marxismo y la lucha de clases se habría
reflejado en un cambio de enfoque. Mientras que en Marx la economía política
era la espina dorsal en el que se insertaba la filosofía, la sociología y la
política, en el marxismo posterior a la década de 1930, ha sido la filosofía la
que ha desempeñado un papel preeminente.
La parálisis del marxismo provocada por la degeneración
estalinista también explica la pérdida de centralidad de la economía política.
En un contexto en el que el marxismo soviético era hegemónico, muchos autores
quisieron desmarcarse de la doctrina oficial de los partidos comunistas y
buscaron una versión más sutil del marxismo en los escritos del joven Marx, lo
que les llevó a centrarse en los problemas de método. La teoría del valor y de
la explotación, las leyes del desarrollo del capitalismo y los conceptos
fundamentales de la economía marxista se fueron convirtiendo en dogmas que
se tomaban tal cual habían sido formulados por Marx, sin ninguna posibilidad
de incorporar avances teóricos nuevos, cuando no se despreciaban por inútiles.
El punto de partida del análisis del capitalismo ya no era la producción
material a la que están condicionadas la distribución y la demanda, sino
problemas como el sujeto, la estructura económica, la relación con la
superestructura, la formación de la conciencia de clase, etc. Esto es, la
economía política de Marx se quedó esclerotizada y su lugar fue ocupado por un
desarrollo filosófico que, si bien enriqueció el arbol frondoso del marxismo y
supuso un avance considerable en algunos de sus aspectos fundamentales, no
entraba en la quintaesencia del sistema que se trataba de combatir. Ejemplos
de ello son el marxismo existencialista de Sartre[10], el marxismo estructuralista de
Althusser[11] y otra tanto podría decirse de los
trabajos de Adorno, Marcuse, Habermas y Bloch. por ejemplo. En general, el pensamiento
marxista se plasmó en libros que, en correspondencia con los puestos que los
autores ocupaban en la academia, respondían más a las necesidades de un número
reducido de individuos ligados a los ambientes intelectuales que a los
requerimientos de la lucha de clases.
Esta situación comenzó a romperse con el Tratado de economía
marxista de Mandel, publicado en 1962, pero la restauración definitiva del papel
de la economía política en el marxismo no ocurrió hasta que, bien avanzada la
década de 1960, se recuperaron los Grundisse.
Los Grundisse se publicaron por primera vez en 1939, pero el
mundo occidental no pudo conocerlos hasta que no se realizó una reimpresión en
Berlín en 1953 y, de esta forma, una de las piezas fundamentales para
profundizar en la economía política desarrollada por Marx en El Capital no
estuvo disponible hasta casi un siglo después de ser escrita. Sin embargo, en
un periódo en el que el marxismo soviético era hegemónico y en el que la
filosofía se había convertido en el eje vertebrador del marxismo, como ocurrió
después de la Segunda Guerra Mundial, todavía deberían pasar algunos años desde
su publicación para que comenzaran a tener influencia en el marxismo.
Esto no ocurrió hasta 1968, con la aparición de la primera
edición en alemán del libro póstumo de Roman Rosdolsky (1898-1967)[12]. Rodolsky, que no era economista sino
historiador, se propuso reconstruir el pensamiento económico maduro de
Marx, a partir de un extenso análisis de los Grundisse y su relación con El
Capital para sentar las bases de un desarrollo posterior de la economía marxista
que permitiera un análisis profundo del capitalismo de la postgerra mundial.
Cuatro años más tarde, en 1972, se publica la primera edición alemana de El
capitalismo tardío de Mandel quien, utilizando todo el cuerpo teórico que había
desarrollado Rodolsky y los avances que se habían producido en la economía
marxista y la economía convencional, realiza el análisis más profundo del
capitalismo contemporáneo que se conoce. Es necesario señalar que en la
edición inglesa, aparecida en 1975, se puede encontrar tan tempranamente un
análisis de la crisis económica en el contexto de la onda larga del capitalismo
tardío que, en lo sustancial, sigue siendo correcta ¡a pesar de que El
capitalismo tardío está escrito antes de la recesión de 1975!
Así pues, El capitalismo tardío ha desempeñado un papel
fundamental en la recuperación de la economía política marxista. Pero no hay
duda de que incluso hoy, un cuarto de siglo después de iniciada la crisis
económica, por lo que respecta al marxismo, la filosofía sigue ocupando una
posición preeminente respecto a la economía y la política. Si se exceptúan las
publicaciones de Mandel y de sus seguidores o de los autores que se podrían
incluir en ese «cajón de sastre» genérico que se denomina «escuela de la
regulación», el volumen de literatura que aborda el desarrollo del marxismo
desde el ángulo filosófico es abrumador.
1.3. El análisis concreto de la situación concreta
Marx utilizó la economía política no para construir un
edificio teórico, sino para comprender el sistema que tenía delante y buscar
así los medios para combatirlo. Para él, el capitalismo no era un sistema
abstracto, sino una forma social concreta, con diferencias entre unos países y
otros, cuyas leyes de evolución era preciso desentrañar a lo largo del tiempo.
El objetivo del sistema, la producción generaliza de mercancías para la venta,
sería el mismo por mucho que el sistema evolucionara, la ley del valor o las
leyes del desarrollo capitalista también serían las mismas en sustancia
mientras el sistema perviviera, pero la forma que adquirirían en cada momento
del tiempo habrían de ser sin duda diferentes en la medida en la que el modo de
producción capitalista cambiara. Comprender el sistema y combatirlo exigía
no separar el análisis teórico y los datos empíricos, esto es, exigía integrar
teoría e historia. Cuando se lee El Capital hoy se tiene la sensación de que
el sistema que se analiza en él se corresponde más con el capitalismo de
finales del siglo XX que con el de la época en la que le escribió[13], y en este sentido el marxismo no es un
conocimiento del siglo XIX, pero esto solo muestra la potencia de su análisis
y el carácter premonitorio que tiene El Capital. Lo importante es que Marx
concebía al capitalismo como un sistema en evolución y que, por consiguiente,
la teoría no podía quedarse parada, sino que era necesario que en cada momento
del tiempo se adaptara a la forma concreta que iba adquiriendo el sistema.
Esto es, para Marx, teoría e historia eran inseparables.
Sin embargo, la integración entre el análisis teórico y los
datos empíricos no se ha producido despues de Marx más que en contadas
ocasiones y esto ha impedido una correcta comprensión de las sucesivas etapas
por las que ha atravesado el modo de producción capitalista. En parte, ello se
ha debido a la parálisis temporal de la teoría que provocaron el marxismo
soviético y el desplazamiento de la economía a la filosofía. Pero la economía
política marxista también tiene su cuota de responsabilidad, pues se ha desarrollado
según con una lógica interna que le ha impedido formular las teorías adecuadas
que le sirvieran para explicar los fenómenos concretos. En el capítulo primero
de El capitalismo tardío y en las introducciones a la edición de los tres
libros de El Capital de Penguin Books[14], Mandel señala cuales han sido los
aspectos específicos de esa lógica interna de la economía política marxista
que, a su juicio, han sido fundamentales para que la economía marxista fuera
incapaz de integrar correctamente teoría e historia. Los más significativos
han sido los siguientes.
Por un lado, la utilización abusiva de los esquemas de
reproducción para explicar las leyes del movimiento del capital. La función de
los esquemas de reproducción es probar que el modo capitalista de producción
puede existir. Muestran como un sistema basado en la anarquía del mercado
puede funcionar normalmente, como se producen los equilibrios periódicos, etc.
Pero ni siquiera las crisis pueden explicarse solamente por la desproporcionalidad
del valor entre las diferentes ramas de la producción, mucho menos pueden
inferirse las leyes del desarrollo del capitalismo de los esquemas de
reproducción. Este error ha dominado gran parte de la literatura marxista desde
los primeros momentos. En él cayeron de una u otra forma Rudolf Hilferding[15], Rosa Luxemburgo[16] o Nicolai Bujarín[17], por ejemplo. Es un error característico
del marxismo soviético. Y los esquemas de reproducción fueron profusamente
utilizados en el marxismo occidental para determinar las leyes del capital,
fundamentalmente por parte de todos aquellos autores que provenían de las
filas del keynesianismo. En suma, durante mucho tiempo, el Libro II de El
Capital opacó completamente a los Libros I y III.
Por otro, el análisis monocausal del desarrollo del modo de
producción capitalista. En demasiadas ocasiones, la dinámica del capitalismo se
ha deducido fundamentalmente de una sola variable, de modo que todas las demás
leyes de Marx serían función de esa única variable. Esa única causa que movía
todas las leyes del desarrollo capitalista ha sido diferente según los autores
(por ejemplo, la superacumulación es el motor fundamental de la dinámica
capitalista en Henryk Grossman, la dificultad de realizar la plusvalía lo es en
Rosa Luxemburgo[18] o en Paul Sweezy[19], la competencia en Rudolf Hilferding[20], etc) pero no hay duda de que, al
contrario de lo que pensaba Marx, la economía marxista ha practicado un
reduccionismo excesivo, producto quizá de la influencia del método de análisis
cartesiano de la teoría económica convencional. Incluso hoy, es corriente
reducir el análisis mandelista del capitalismo tardío a las ondas largas, que
estarían determinadas por una sola variable, la tasa de beneficio. Mandel no
se cansó de repetir que el capitalismo tardío era un fenómeno complejo que no
se podía reducir a las ondas largas, que estas eran fenómenos históricos
concretos y, como tales, también complejos, que la tasa de beneficio no era más
que un indicador que resumía otros muchos fenómenos, etc. Volveremos más
adelante a este punto.
Así pues, la economía marxista ha sido incapaz de formular
teorías más complejas adecuadas a la realidad que tenía delante porque ha
comprendido mal las leyes de desarrollo del capital y ha dedicado todos sus
esfuerzos a una búsqueda inutil de una respuesta universal que explicara todo
el curso de la historia. Romper con esta situación exigía un cambio de enfoque
radical y esto es lo que hizo Mandel. El sistema objeto del análisis no es un
capitalismo abstracto, sino la forma concreta que ha adquirido el sistema
después de la Segunda Guerra Mundial. La naturaleza del capitalismo era la
misma que la que había descrito Marx, pero se habían producido transformaciones
profundas: la correlación de fuerzas entre las clases se había alterado como
consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y el fascismo previo; una nueva
revolución tecnológica, la tercera en la historia del capitalismo, había
incorporado procesos productivos y productos nuevos y, con ella, la
organización del trabajo también había cambiado; el estado liberal mínimo había
dado paso a un estado mixto que intervenía crecientemente en la economía; la
economía mundial se había reestructurado (caída de los precios de las materias
primas, cambio de estructura del capital monopolista, cambios en el intercambio
desigual, acentuación de las diferencias en las tasas de plusvalía entre
centro y periferia, etc) y el sistema monetario internacional estaba basado en
tipos de cambio fijos y en la hegemónia de una potencia, Estados Unidos, que lo
hacía posible; la ideología dominante habia cambiado de modo que el liberalismo
y las ideas de la escuela neoclásica habían dado paso al keynesianismo, y el
pleno empleo, el crecimiento de los salarios, el volumen de mercancías puestas
a disposición de los trabajadores y el estado del bienestar le daban al sistema
una cierta legitimidad que antes no tenía.
En su análisis del capitalismo tardío, la economía política
vuelve a ser el eje vertebrador en torno al cual se integran la política y la
filosofía. Los esquemas de reproducción desempeñan el papel que les debe
corresponder, esto es, mostrar como funciona el sistema capitalista, en el que
los gastos armamentistas estan adquiriendo una importancia creciente, y como se
producen los equilibrios periódicos. El desarrollo del modo de producción
capitalista no es el resultado de la evolución de una sola variable, sino de la
interacción de muchas: la evolución de la composición orgánica del capital y
su distribución sectorial, la evolución de la distribución del capital
constante entre capital fijo y circulante, el desarrollo de las tasas de
explotación y acumulación, el ciclo de rotación del capital, las relaciones de
intercambio entre los sectores I y II, etc. La lucha de clases desempeña un
papel clave a través de sus efectos sobre la tasa de explotación y la tasa de
beneficio. No se produce una nivelación efectiva de las tasas de beneficio, lo
que es decisivo no solamente para algunos debates teóricos, como el relativo a
la transformación de los valores en precios de producción, sino también para
comprender algunos aspectos fundamentales del sistema, como el cambio en la
estructura del capital monopolista, la acentuación de las diferencias entre el
centro y la periferia, etc.
1.4. La dinámica del capitalismo: avanzar a partir de Marx
[1]En la literatura marxista tradicional, la
dinámica del capitalismo estaba definida por dos movimientos diferentes. Por
un lado, el ciclo vital como regimen social, determinado por las leyes del
desarrollo del modo de producción (crecimiento de la composición orgánica
del capital, formación del ejército industrial de reserva, descenso tendencial
de la tasa de beneficio, avance tecnológico). Por otro, los movimientos a corto
plazo, determinados por las crisis industriales periódicas. Para Marx, ambos
movimientos no eran independientes y, sobre todo, no se podían concebir como
fenómenos mecánicos.
A largo plazo, el descenso de la tasa de beneficio era
inevitable pero una serie de factores (el aumento de la tasa de explotación,
el imperialismo, el aumento de la velocidad de rotación del capital, etc)
podían contrarrestar dicho descenso durante algún tiempo, de forma que las
leyes del desarrollo capitalista no podían ser utilizadas como una «piedra
filosofal» para comprender al capitalismo en cada momento histórico.
Nuevamente, el análisis concreto de la realidad concreta se hacía inevitable.
En este contexto, los ciclos coyunturales, esto es, las
crisis industriales periódicas, serían una expresión de la forma que habían adquirido
esas leyes del movimiento del capital en cada momento del tiempo, pero también
de otros muchos factores que si bien podían no ser determinantes en el
análisis de la tendencia del capitalismo, podían tener repercusiones muy
acusadas en cada periódo histórico. No era posible, pues, formular una «teoría
general de las crisis industriales periódicas» que sirviera tanto para el
capitalismo de la primera mitad del siglo XIX, por ejemplo, como para el
posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, a lo largo de la historia del marxismo, la
utilización rígida de los conceptos y análisis de Marx ha llevado a cometer
errores importantes al estudiar la dinámica del desarrollo del capitalismo.
Por un lado, la ley del descenso tendencial de la tasa de beneficio
se ha utilizado abusivamente para justificar la «teoría del derrumbe del
capitalismo», esto es, para demostrar que el modo de producción socialista
sucederá inevitablemente al capitalista. Pero lo verdaderamente importante para
comprender y combatir al sistema no es esta deduccción general y ahistorica,
sino que, como consecuencia de las causas contrarrestantes de dicha ley,
descritas por Marx en el libro I de El Capital, pueden existir largos periodo
en los que la tasa de beneficio se recupera. Partir de que el capitalismo se
derrumbará tarde o temprano, haciendo abstracción de las características
concretas que adquiere el sistema en cada periodo historico, es totalmente
contrario al método de Marx.
Por otro, con los ciclos a corto plazo ha ocurrido algo
similar. Se han formulado al menos tres versiones diferentes de las crisis
periódicas según cual fuera la causa que las determina: la desproporcionalidad
entre los sectores I y II (Tugan Baranovski, Rudolf Hilferding), el subcosumo
de las masas (Rosa Luxemburgo, Paul Sweezy) y la superacumulación. Y en muy
escasas ocasiones se ha partido de que dichas crisis hay que enmarcarlas en
cada periódico histórico, que viene determinado no sólo por la forma que
adquieren las leyes del movimiento del modo de producción capitalista, sino
también por otros muchos factores: ideología dominante, potencia hegemónica,
grado de desarrollo de la tecnología, grado de organización y conciencia de
las clases en conflicto, estructura del mercado mundial capitalista, sistema
monetario, etc.
Y es que entre la tendencia y las crisis periódicas hay que
intercalar un tercer movimiento: las ondas largas del desarrollo capitalista.
Marx no pudo formular una teoría de las ondas largas, porque cuando se publicó
El Capital solamente se había producido la onda larga de la primera mitad del
siglo XIX, pero no hay ninguna razón para no ir más allá de sus análisis, a
partir de las bases y el método que había sentado.
Las ondas largas habían despertado interés ya en el siglo
pasado, tanto entre autores marxistas, como neoclásicos. Jevons (1884),
Wicksell (1894), Casel (1918) y von Gelderen (1913), entre otros, aceptaron la
existencia de estos ciclos largos. Pero fue Kondratiev[21] en la década de los años veinte, quien
hizo el primer estudio estadístico con datos de Francia, Inglaterra y Estados
Unidos. Dichos datos, que abarcaban desde finales del siglo XVIII hasta 1920,
sugerían la existencia de "ondas largas" con una extensión media de
50 años. Kondratiev consideraba las ondas largas como una expresión de las
fuerzas internas del capitalismo, esto es, según sus propias palabras, «surgen
de causas inherentes a la propia esencia de la economía capitalista». Su
funcionamiento sería «endogeno» y no «exógeno», esto es, el comportamiento
cíclico de la economía capitalista estaría determinado por fuerzas internas y
no por el concurso de ningún factor externo. Para Kondratiev, por tanto, no es
la innovación tecnológica la que crea las ondas largas, sino que estas vienen
determinadas por fuerzas mas profundas, que configuran el desarrollo de la
economía capitalista. Además, Kondratiev observaba un abanico amplio de
fenómenos económicos y sociales que se configuran endogenamente: guerras y descubrimientos
de yacimientos de oro, expansión geográfica de los mercados, etc. Las
innovaciones tecnológicas ejercen una gran influencia sobre el desarrollo
capitalista, pero se producen como respuesta a los factores endogenos, no son
su causa. Como es evidente, los conceptos de endogeneidad y exogeneidad no
deben serlo en referencia a la sociedad capitalista en su conjunto, pues en
este caso todo sería endogeno, sino respecto al mecanismo económico básico
de su funcionamiento. En este sentido, la explicación de Kondratiev no es
correcta y así lo dejó claro Trotsky en un breve pero sustancioso artículo que
escribió en el momento en el que Kondratiev formuló su teoría de las ondas
largas[22].
El carácter exógeno de las ondas largas ha sido defendido
posteriormente desde dos puntos de vista muy diferentes. El primero, cuyo
representante más destacado es Schumpeter[23], parte de la idea de que los ciclos
largos son causados por los procesos innovadores. El segundo, parte de la idea
de que las ondas largas están determinadas por factores externos, pero no por
las innovaciones tecnológicas, sino por fenómenos extraeconómicos no
sistemáticos y no periódicos que, además, habrían sido diferentes en las
distintas fases del capitalismo. Es en esta segunda posición en la que hay que
situar a autores como Rostow. Sin embargo, durante las décadas de 1950 y 1960,
la hegemonía que habían adquirido el keynesianismo, en el campo de la economía
convencional, y el marxismo soviético, en el de la economía marxista, hicieron
que el estudio de las ondas largas desapareciera de la literatura económica.
En este contexto, Ernest Mandel[24] retoma la teoría de las ondas largas y
la desarrolla, convirtiéndola en la pieza que faltaba entre la ley de descenso
tendencial de la tasa de beneficio y las crisis industriales periódicas. La
tasa de beneficio desciende tendencialmente pero lo hace oscilando durante
largos periodos de tiempo. Cada una de estas oscilaciones determina una onda
larga, con sus correspondientes fases ascendente y descendente, y en su inicio
y desarrollo intervienen múltiples factores externos que son los que determinan
como funcionan las leyes del desarrollo capitalista en cada periodo histórico.
La evolución de la tasa de beneficio resume todos estos fenómenos internos y
externos, pero cada onda larga debe ser considerada como un periodo diferente, con
sus características propias. Además, las ondas largas no son movimientos que
pueden explicarse mecánicamente, al modo en que lo hace, por ejemplo, la teoría
de los ciclos de la economía convencional, ni por mecanismo endógenos del
propio sistema capitalista, como lo hicera Kondratiev o, en la actualidad, los
regulacionistas. En el inicio de una fase expansiva de larga duración, deben
intervenir factores externos, el más importante de los cuales es la lucha de
clases. Por tanto, con la teoría de las ondas largas no se trata de construir
un modelo teórico abstracto, sino de facilitar un instrumento para analizar la
evolución de las leyes del desarrollo capitalista y, en este sentido, todas las
ondas largas han sido diferentes porque dichas leyes se han concretado de forma
diferente.
2. La onda larga del
capitalismo tardío
La teoría de las ondas largas del desarrollo capitalista de
Ernest Mandel ha sido considerada, no sin razón, como su principal aportación
al marxismo contemporaneo. Facilita un marco conceptual que permite
interrelacionar multiples variables y factores económicos, políticos,
tecnológicos y sociales en el contexto de la dinámica interna del capitalismo
en cada periodo histórico, entroncando con las preocupaciones y objetivos del
marxismo clásico. Sin embargo, la importancia de la teoría de las ondas largas
de Ernest Mandel no reside tanto en su capacidad de explicar la evolución
pasada del capitalismo, con ser un instrumento inapreciable para esta tarea,
como en la forma en que esta teoría clarifica la dinámica del capitalismo
posterior a la Segunda Guerra Mundial.
En el capitalismo tardío, las leyes del desarrollo del modo
de producción capitalista toman una forma concreta que se separa de la
tendencia del ciclo vital de este sistema social. Las causas que determinan
esta separación son múltiples y desempeñaron un papel muy diferente en las
décadas de expansión posteriores a la Segunda Guerra Mundial y en las que
siguieron a la crisis económica desencadenada en los primeros años setenta.
Durante las décadas de expansión, todas estas causas se tradujeron en un
aumento de la tasa de beneficio que se sostuvo durante largo tiempo, pero dicho
aumento no fue más que el reflejo de lo que sucedía en toda una época
histórica. De la misma forma, la fase recesiva se inició por un descenso de la
tasa de beneficio, pero dicho descenso y los acontecimientos que han
acontecido posteriormente son el resultado del juego de múltiples factores.
Así pues, analizar la onda larga del capitalismo tardío exige
analizar el capitalismo tardío pieza por pieza. Ernest Mandel desmenuza cada
una de estas piezas, critica los errores mecanicistas en los que ha incurrido
el marxismo al analizarlas, aplica el método de Marx a cada aspecto concreto de
un capitalismo más evolucionado como es el que se dió después de la Segunda
Guerra Mundial, incopora los avances teóricos que se hayan podido producir en
las ciencias sociales convencionales y, con todo ello, compone los cuadros que
describen cada aspecto concreto del capitalismo tardío. Después, articula
todos estos cuadros en el marco conceptual de la onda larga y del conjunto
resulta la teoría del capitalismo tardío, la interpretación marxista que hace
Mandel del capitalismo contemporaneo. En síntesis, la explicación es la
siguiente.
En los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial,
confluyeron dos procesos que sentaron las bases para que la economía capitalista
iniciara una fase expansiva sin precedentes históricos. Por un lado, la
debilidad y, en parte, la atomización de la clase obrera, provocadas por las
sucesivas derrotas sufridas tras el ascenso del fascismo y el final de la
Segunda Guerra Mundial, permitieron una elevación formidable de la tasa de
explotación en la mayoría de los países industriales, que se expresó en una
reducción de los salarios reales respecto a los que había antes de la guerra,
pero también, en una ampliación de la jornada laboral, sobre todo en un primer
momento. Esto provocó un aumento extraordinario de la tasa de beneficio, lo que
unido a la necesidad de reconstruir el aparato productivo que se había
destruido en la guerra, favoreció considerablemente la acumulación de capital.
Por otro lado, los avances tecnológicos que, en un principio, se habían
desarrollado en la industria militar (electrónica, energía atómica, materias
primas sintéticas, plásticos, etc) se extendieron al conjunto de la industria,
generando lo que se ha llamado Tercera Revolución Tecnológica. Como
consecuencia de la misma, aparecieron masivamente nuevos procesos productivos
con los que se fabricaban nuevos productos que rápidamente sustituían a los que
existían previamente, cambió la organización del trabajo aumentando
notablemente la productividad del mismo, se redujo el coste de la maquinaria
y de las materias primas respecto al valor de la producción, etc. En suma, la
recuperación de la tasa de beneficio inducía una nueva acumulación de capital
que incorporaba unos avances tecnológicos que a su vez reforzaban el
crecimiento de los beneficios.
A partir de aquí, se generó un «circulo virtuoso» que
favoreció la expansión económica en general. Por un lado, la Tercera Revolución
Tecnológica supuso la aparición de nuevos mercados, pero esta vez no geográficamente,
sino mediante la sustitución de unos productos por otros: el vidrio y la madera
por el plástico, las fibras naturales por las artificiales, etc. Por otro lado,
los aumentos de la producción permitieron un cierto crecimiento de los salarios
reales sin que la tasa de beneficio se viera afectada, lo que supuso la
creación de una demanda para esos nuevos productos. Los salarios crecían
impulsando la demanda y con ella la producción y, en este contexto, los grandes
sectores industriales se articularon en torno al consumo de masas. La expansión
generaba un crecimiento de la renta, el crecimiento de la renta provocaba una
mayor recaudación impositiva y esta mayores posibilidades de financiar los
gastos del Estado que pasó a desempeñar un papel importante en la satisfacción
de las necesidades colectivas y, así, se extendieron la sanidad y la enseñanza
públicas, se instauró un sistema generalizado de pensiones y el seguro de
paro pasó a cubrir a todos los desempleados existentes, es decir, se instaló lo
que se conoce como «estado del bienestar». Esta mayor intervención del Estado
en la economía se utilizó para poner en práctica una política de sostenimiento
de la demanda que, al amortiguar las crisis periódicas, favoreció considerablemente
el crecimiento económico. Y como resultado de todo ello, el pleno empleo, que
figuraba como un objetivo fundamental en los programas de todos los partidos
políticos, ya fueran de izquierda o de derecha, era en la práctica el punto de
funcionamiento de todas las economías capitalistas desarrolladas.
En este contexto expansivo, el keynesianismo pasó a ser la
ideología que inspiraba la política económica y social de los gobiernos de
todos los países industriales, desplazando de los despachos oficiales y de los
organismos internacionales a las ideas de la escuela neoclásica que habían
sido el fundamento teórico del liberalismo hegemónico antes de la Gran
Depresión. Fue la ideología que se correspondía con las necesidades de la
expansión capitalista y con el hecho de que, por primera vez para el
capitalismo, había aparecido un competidor ideológico y material muy poderoso
en el llamado «socialismo real». Dado que las crisis que periódicamente
golpeaban al capitalismo se debían a una demanda insuficiente, la política
económica se debía dirigir a evitarlas para conseguir, de esta forma, el pleno
empleo. Por un lado, los salarios reales deberían crecer como la productividad,
lo que garantizaría un crecimiento del consumo sin que la tasa de beneficio se
viera afectada. Por otro, el Estado debía intervenir en la economía gestionando
la demanda y que mejor forma de hacerlo que ampliando el estado del bienestar
si esto servía al mismo tiempo para hacer frente al poder de atracción que
tenía el «socialismo real» sobre los trabajadores de los países occidentales.
El empleo, por su parte, no dependía de las características del mercado de
trabajo, sino del funcionamiento de la economía en su conjunto, por lo que era
inútil, cuando no perjudicial, que las leyes del mercado determinaran
completamente las relaciones laborales.
Esta política pasó a ser el fundamento de lo que se ha
conocido como «pacto keynesiano». El estado garantizaba el pleno empleo y un
crecimiento de los gastos sociales para atender a las necesidades colectivas
(sanidad, educación, pensiones, etc), esto es, el llamado «estado del
bienestar». La negociación colectiva conseguiría que los salarios reales
crecieran como lo hacía la productividad, mejorando el nivel de vida de los
trabajadores y manteniendo la demanda sin que los beneficios se vieran
afectados. Y las relaciones laborales estarían basadas más en una regulación de
los derechos laborales que en los mecanismos del mercado. A cambio de todo
ello, lo único que tenían que hacer las organizaciones de los trabajadores,
políticas o sindicales, era garantizar la paz social y, sobre todo, no poner en
cuestión el funcionamiento del sistema. Este «pacto keynesiano» fue la base
sobre la que se sustentó la socialdemocracia durante las décadas posteriores a
la Segunda Guerra Mundial.
La consecuencia fue una mejora considerable del nivel de
vida de la mayoría de la población de los países industriales. El pleno
empleo, el aumento de los salarios, la enorme masa de bienes de consumo que se
ponía a disposición de los trabajadores y la extensión del «estado del
bienestar» en la mayoría de los países desarrollados le dieron al capitalismo
una cierta legitimidad, a pesar de que la explotación, la pobreza, la
desigualdad y la exclusión social seguían existiendo. Pero todo ello se
consiguió con un coste ecológico muy elevado. Las tecnologías sucias e
intensivas en energía y residuos que introdujo la Tercera Revolución
Tecnológica y la generalización de unos patrones de consumo basados más en la
absorción de la producción capitalista que en la satisfacción de las
necesidades humanas supusieron un salto cualitativo en las agresiones a la
ecoesfera y son las principales responsables de la crisis planetaria en la que
se encuentra sumida la Humanidad.
La fase recesiva de la onda larga se inició a finales de la
década de 1970. En ese momento habían madurado una serie de factores que se
fueron gestando durante la fase de expansión precedente y que provocarían un
descenso acusado de la tasa de beneficio. El pleno empleo y la creciente
organización del movimiento obrero en los principales países industriales
bloquearon el aumento de la tasa de explotación. La Tercera Revolución
Tecnológica se generalizó, pasando de ser una fuente de beneficios a una fuente
de sobreproducción y aumento de la competencia. La aplicación deliberada de
las técnicas keynesianas anticrisis acentuó la inflación y terminó provocando
la crisis del sistema monetario internacional, con sus repercusiones negativas
respecto al comercio y a la circulación de capitales. Por último, la época de
materias primas y energía baratas concluyó, provocando graves problemas en el
funcionamiento del sistema capitalista. Siguiendo la terminología convencional,
no se trataba de una «crisis de demanda», porque el mencionado cambio de
tendencia de la producción y la acumulación no estaba originado por ninguna
dificultad para que el capital pudiera vender sus mercancías, sino de una
«crisis de oferta» determinada por el hecho de que la producción no era rentable
para el capital porque los costes eran demasiado elevados.
En un primer momento, la mayoría de los gobiernos respondió
con políticas de demanda de corte keynesiano, como las que habían practicado
durante las décadas de expansión posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Pero
tal política no abordaba la causa fundamental de la crisis[25]. El crecimiento del consumo o del gasto
público, por ejemplo, no llevarían a que los empresarios aumentaran su producción,
porque el problema no era que la demanda fuera insuficiente, sino que la tasa
de beneficio era muy reducida. En tales condiciones, una mayor demanda solo
provocaría una elevación de los precios. Por las mismas razones, la inversión
no crecería ante el aumento de la demanda, porque sería muy difícil encontrar
proyectos que fueran rentables. Si no aumentaba la inversión no lo haría el
empleo y, por el contrario, los empresarios se podían ver obligados a reducir
sus plantillas para restaurar una rentabilidad que estaba comprimida por los
altos costes.
Como consecuencia, las políticas económicas basadas en el
impulso de la demanda no servían para remontar la crisis, porque no
favorecerían la recuperación de la tasa de beneficio y, por tanto, no tenían
ningún efecto positivo sobre la producción y la inversión. Por el contrario,
serían inflacionistas y no evitarían el descenso del empleo y el aumento del
paro, sino que lo agravarían, Así pues, con la crisis económica, el
«keynesianismo» también había entrado en crisis. La clase dominante miró al
pasado para buscar una solución a sus problemas y el capital encontró en el
neoliberalismo la ideología que le podía permitir instrumentar una política
económica y social favorable a sus intereses. Con el paso del tiempo, el
neoliberalismo ha terminado haciéndose hegemónico y todos los gobiernos de los
países industriales, sea cual sea su etiqueta política, aplican la política
económica neoliberal. Pero la salida de la fase recesiva de la onda larga no se
producirá mecánicamente ni por causas endógenas. La organización y grado de
conciencia de las clases en conflicto y su evolución futura, esto es, la lucha
de clases, serán decisivos.
3. El capitalismo
tardío y la fase recesiva actual
La primera edición de El capitalismo tardío se publicó cuando
ya estaban sentadas las bases para el inicio de la fase recesiva, pero la
crisis todavía no había aparecido con toda su virulencia. Desde entonces, ha
transcurrido un cuarto de siglo de fase recesiva en el que el capitalismo y la
propia clase obrera han sufrido transformaciones considerables. En
consecuencia, la transposición mecánica de la teoría del capitalismo tardío al
mundo de hoy supondría caer en uno de los errores de la tradición marxista que
Ernest Mandel criticó: la disociación entre el análisis teórico y los datos
empíricos. Pero esto no significa que haya que empezar nuevamente de cero, sino
solamente que hay que adaptar la teoría a los cambios que se han producido. La
propia teoría del capitalismo tardío facilita los instrumentos necesarios para
comprender dichos cambios y la situación que recorre el capitalismo bajo la
hegemonia de la doctrina neoliberal.
3.1. La producción, la acumulación y la organización del trabajo
Durante los años de expansión, la industria fue el motor
fundamental de la economía, empujando la actividad del resto de los sectores,
pero a principios de los años setenta el panorama se modificó drásticamente.
Por un lado, la generalización de la Tercera Revolución Tecnológica y la
acumulación de capital terminaron provocando un aumento desorbitado de la
capacidad de producción respecto a lo que justificaba la demanda, por otro, el
crecimiento de los salarios y de los precios de las materias primas y la
energía elevaron los costes considerablemente y, como consecuencia,
aparecieron los excedentes de producción y las pérdidas en la mayoría de los
sectores industriales. A partir de aquí, la crisis industrial se transmitiría
al resto de la economía[26].
Los capitalistas pusieron en marcha medidas para restaurar
la rentabilidad de sus empresas y el objetivo último de la política económica y
social fue en la misma dirección. Esto significaba romper los «círculos
virtuosos» que habían mantenido la expansión: si antes el crecimiento de los
salarios servía para mantener la demanda, ahora había que reducirlos para
recuperar los beneficios; si antes la acumulación expandía el empleo, ahora
había que reestructurar el aparato productivo con cargo a las plantillas; si
antes el aumento de los gastos del Estado había servido para mantener la
demanda, ahora había que reducirlos para facilitar la disminución de los
impuestos sobre el excedente, etc. Es decir, se puso en marcha una política
recesiva que, mientras no consiguiera su objetivo final de restaurar la tasa de
beneficio, reduciría la demanda de los productos industriales. Y de esta forma,
la crisis industrial se exportaba al conjunto de la economía.
Todos los sectores industriales no se vieron afectados de la
misma forma. En primer lugar, el peso de los salarios en el conjunto de los
costes era muy diferente, dependiendo de la mayor o menor intensidad de la mano
de obra en la producción y del nivel salarial que los trabajadores del sector
hubieran conseguido, por lo que el descenso de la tasa de beneficio se tradujo
muy desigualmente de unos sectores a otros. Así, mientras que en algunos la
reducción de los beneficios fue muy poco significativa, en otros, como la
siderurgia, la construcción naval o el textil, las pérdidas rápidamente se
volvieron cuantiosas haciendo que su situación se volviera insostenible. En
segundo lugar, el peso de los costes de las materias primas y de la energía
también era muy distinto. La expansión de la industria se había edificado sobre
la base de una energía barata. El enorme crecimiento que se produjo en el coste
de la misma, como resultado de la subida de los precios del petróleo, hizo que
los sectores que la utilizaban más intensamente perdieran rápidamente su
significado económico. En tercer lugar, la crisis económica supuso un parón en
la acumulación de capital, viéndose afectados los sectores productivos de
bienes de capital tradicionales. Finalmente, la reducción en el crecimiento del
consumo afectó a los sectores que se dedicaban a abastecerle, porque ahora se
enfrentaban a una demanda menor y porque el paro, el menor crecimiento de los
salarios y el cambio en los precios relativos que supuso el aumento del precio
de la energía alteraron la estructura del consumo.
Durante la fase de expansión industrial, el rápido
crecimiento de la producción unido a la incorporación de avances tecnológicos y
a la generalización de la organización «fordista» del trabajo -trabajo en
cadena, semiautomatización del proceso productivo, etc- produjeron un rápido
crecimiento de la productividad industrial. Esto permitió el mantenimiento de
una tasa de beneficio elevada y, a la vez, un crecimiento de los salarios que
empujaba la demanda. Con la llegada de la crisis, el crecimiento de la
producción se redujo y, como consecuencia, también lo hizo el de la
productividad. La recuperación de la tasa de beneficio exigía que la
productividad volviera a crecer de nuevo pero, en un contexto de mercados
estancados, esto sólo se podía conseguir mediante la racionalización del
aparato productivo e introduciendo cambios en la organización del trabajo.
Desde entonces, como sucede en todas las fases recesivas de
larga duración, la mayoría de las inversiones no se han dirigido al aumento de
la capacidad productiva, sino a la racionalización de los procesos de producción
existentes. Durante una primera etapa, se produjo una reestructuración del
aparato productivo con cargo al empleo. En sectores como la siderurgia, el
textil, la construcción naval, el automóvil, etc., se realizó una reconversión
con la que se buscaba reducir la capacidad de producción excedentaria y, a la
vez, intensificar la utilización de la fuerza de trabajo con el objetivo de
aumentar la productividad. Pero después, a lo largo de toda la fase recesiva,
las inversiones en racionalización han dominado el panorama industrial. La
automatización, la informática y la microelectrónica se han introducido
crecientemente en las industrias de proceso continuo -química, ciertas ramas
de la alimentación, etc- y en las que están basadas en la cadena de montaje
-cuyo exponente más claro es el automovil-, pero también en aquellas otras
industrias de procesos discretos -como la producción de grandes transformadores
o la construcción naval- en las que dicha introducción es mucho más difícil.
El resultado ha sido que, en general, los aumentos de la producción que se han
registrado se han visto acompañados por paralelas reducciones del empleo y,
aunque de forma muy desigual, la mayoría de los sectores industriales se ha
visto afectada por la misma[27].
En cuanto al modelo de organización del trabajo, el modelo
"fordista" era muy útil para mantener fuertes ritmos de producción
con los que abastecer a unos mercados crecientes, pero, sobrevenida la crisis,
el problema era elevar la productividad con unos mercados estancados. El
desarrollo de la robotización, la informática y de las redes de transmisión de
datos era un instrumento valioso para conseguirlo. En primer lugar, permitía
la descentralización de la producción entre países, entre regiones de un
mismo país, entre los distintos establecimientos de una empresa, etc. El
capital podía huir de las concentraciones industriales tradicionales, en
general más conflictivas, e instalarse en zonas rurales o en otros países donde
los salarios fueran más bajos y las posibilidades de explotación de la mano de
obra mayores, descentralizar parte de la producción en contratistas, potenciar
el trabajo a domicilio, etc. En segundo lugar, ya que los mercados estaban
estancados, las nuevas tecnologías permitían competir en el terreno de la
diversificación de los productos y, así, se pasó de la famosa afirmación de
que Ford podía satisfacer la demanda de los clientes, siempre que el automovil
que quisieran fuera negro, a combinar carrocerías, motores, colores, etc,
ofreciendo en el mercado una amplia gama de productos. Finalmente, la
informática y la microelectrónica permitían una mejor y mas barata gestión de
los stock, lo que supone una mejor utilización de las materias primas y un
mayor abastecimiento de los mercados potenciales, sea cual sea el lugar donde
se produzca la mercancía correspondiente. Todo esto exigía un empleo más
flexible, la movilidad funcional y geográfica, el cambio en las condiciones
laborales, etc. El cambio en la organización del trabajo se impuso en la
práctica durante una primera etapa, pero, después, ha tendido a reflejarse en
las normas laborales, siendo, sin duda, una de las fuentes más importantes
del aumento de la productividad.
Los efectos objetivos sobre la clase obrera de los países
industriales han sido considerables: la tasa de ocupación se ha reducido, el
empleo se ha estancado, el paro no ha cesado de crecer, la poblacíón ocupada se
ha redistribuido en contra de la industria y a favor de los servicios, la
precariedad se ha extendido, etc. Si a todo ello se le unen los cambios
producidos en la organización del trabajo, hay que concluir que la división y
segmentación de la clase obrera es muy importante[28].
3.2. El Estado, la ideología y la «economía política del capitalismo tardío
Durante la fase de expansión posterior a la Segunda Guerra
Mundial, la ideología y la propia «economía política capitalista» desempeñaron
un papel crucial en la determinación de la tasa de explotación y en el propio
funcionamiento del sistema, hasta el punto de que Ernest Mandel los señalaba
como unos de los elementos más característicos del capitalismo tardío. Este es
uno de los terrenos en el que el cambio producido a lo largo de la fase
recesiva ha sido más considerable.
Desde el principio de la crisis, la ideología keynesiana,
que animó la política económica durante el periodo de expansión, fué perdiendo
terreno en beneficio del neoliberalismo, porque este aparecía a los ojos de la
clase dirigente como la mejor forma de hacer efectiva una política que
condujera a remontar la fase recesiva. Para imponer tal política, era necesario
que retrocedieran las ideas fundamentales que se habían instalado sólidamente
en el movimiento obrero[29].
Por un lado, la idea del socialismo, como forma de organización
social alternativa al mercado, debería perder terreno en la conciencia de los
trabajadores, porque solo se podía conseguir que estos aceptaran medidas
lesivas a sus intereses si aceptaban que la economía de mercado es el único
sistema posible y la crisis un problema que exige sacrificios de todos. Era
necesario presentar a la economía de mercado como el único sistema eficiente
de organización social. Para el neoliberalismo, el mercado es un mecanismo
casi perfecto que permite asignar los recursos productivos escasos de forma
que la producción sea la máxima posible y la mas adecuada a las necesidades
de la sociedad. Si el mercado funciona libremente, cualquier perturbación que
se produzca tenderá a ser corregida. Si un empresario se equivoca en sus
decisiones de producción, ofreciendo un producto para el que no existe una
demanda suficiente en el mercado, obtendrá una perdida y, o corrige su
actuación, o desaparecerá; si existe paro, solo se debe a que los trabajadores
se empeñan en demandar un salario superior al que determina el pleno empleo,
etc. La economía de mercado es, pues, un mecanismo casi perfecto que permite
combinar la máxima eficiencia en la satisfacción de las necesidades con la
máxima libertad de los individuos[30].
Por otro, también deberían arrumbarse las ideas keynesianas
que habían animado la política económica durante el período de expansión
posterior a la Segunda Guerra Mundial, porque la recuperación de la tasa de
beneficio exigía un retroceso acusado del estado del bienestar. Para el
neoliberalismo, la hegemonía del keynesianismo durante los años de expansión
posteriores a la Segunda Guerra Mundial ha llevado a que el Estado adquiera un
peso en la economía -en la mayoría de los países industriales el gasto público
se sitúa entre el 40% y el 50% del PIB-, y a una protección social excesiva,
que desincentiva a los trabajadores y que exige impuestos elevados. Si se
quiere salir de la crisis económica, es necesario remover esta situación y
devolver al mercado lo que debe ser del mercado. La política económica debe de
dejar de ser intervencionista y limitarse a garantizar las condiciones para un
funcionamiento eficiente del mercado (mantenimiento de los equilibrios básicos,
eliminación de las trabas al funcionamiento eficiente del mercado de trabajo,
etc). Es preciso devolverle al mercado su papel, reduciendo el peso de la
actividad estatal en la economía mediante la privatización de los servicios
públicos y las empresas públicas rentables. Finalmente, el estado del bienestar
debe reducirse a niveles mínimos, pero que garanticen que los conflictos sociales
no estallarán[31].
El neoliberalismo y la economía neoclásica no eran la única
alternativa y, de hecho, no lo fueron durante los primeros años de la onda
larga recesiva, pero se impusieron con la elección de Reagan, en 1980, y la
llegada al poder de Tatcher en Gran Bretaña, y hoy anima la política económica
y social de todos los gobiernos cualquiera que sea su etiqueta política. La
crisis del llamado «socialismo real» vino después a reforzar el proyecto
neoliberal. El resultado ha sido que la ideología dominante, la «economía
política capitalista» y el papel que se le quiere dar al Estado después de 25
años de fase recesiva son muy diferentes a los que caracterizaron a la fase
expansiva posterior a la Segunda Guerra Mundial. Las consecuencias que esto
está teniendo en todos los terrenos son enormes, a escala de los países y a
nivel internacional.
3.3. La globalización
Durante la fase de expansión posterior a la Segunda Guerra
Mundial, la búsqueda de espacios económicos más amplios que los que se
corresponden a los mercados internos de cada país fue incesante[32]. Las sucesivas rondas negociadoras del
GATT, el nacimiento y posterior evolución del Mercado Común y la creación de la
Asociación Europea de Libre Cambio son pruebas de ello. Por un lado, la intensa
expansión de la posguerra puso rápidamente de manifiesto los límites que la
existencia de estados nacionales imponía al desarrollo capitalista. La estrechez
de los mercados internos de cada país impedía la producción a gran escala, al
tiempo que las inversiones necesarias para hacer frente a tal competencia y
atender a unos mercados ampliados requerían de unos desembolsos de capital e
implicaban unos riesgos que escapaban a las posibilidades de los países
aislados. Por otro, esto era lo que convenía a las multinacionales, la forma
organizativa hegemónica del gran capital en el estadio actual del
capitalismo. A las multinacionales, cuyo marco de actuación va mucho mas allá
del mercado interno de cada país, les interesa poder organizar su actividad en
el mercado real en el que actúan y esto requiere derribar las fronteras
económicas que dificulten la circulación internacional de mercancías y
capital. Pero este proceso encontraba el límite que imponía la hegemonía del
keynesianismo en todos los gobiernos. A ninguno de ellos les interesaba
hipotecar las posibilidades de actuación de la política económica interna y
esto hacía necesario restringir los movimientos internacionales de capital,
mantener protecciones aduaneras, etc. Con la crisis económica y la hegenemonía
del neoliberalismo, las cosas han cambiado drásticamente.
El neoliberalismo concibe el mercado como la mejor forma de
organizar la actividad económica de la sociedad y esto tiene una traducción en
el ámbito internacional. Para el neoliberalismo, el comercio libre entre todos
los países es la base de la prosperidad económica, pues permite que cada uno
de ellos pueda especializarse en lo que produce mejor y obtener lo que le falta
al menor coste. Todos los países pueden beneficiarse de él, pero la condición
es que no exista ningún obstáculo al comercio internacional, lo que significa
que deben eliminarse todos los aranceles y restricciones cuantitativas que se
opongan al funcionamiento libre del mercado mundial. De la misma forma, hay
que liberalizar todos los movimientos de capital, para que los recursos productivos
puedan asignarse eficientemente sin ninguna dificultad.
El neoliberalismo, pues, concibe el mundo como un gran
mercado en el que las mercancias y el capital se puedan mover sin
restricciones, y a promoverlo se dedica la Organización Mundial de Comercio y
los múltiples acuerdos entre países y áreas económicas -Mercado Único y el
Tratado de Maastricht en Europa y el NAFTA (Tratado de Libre Comercio entre
Estado Unidos, Canadá y México), etc.-.
El juego combinado de la eliminación de las barreras arancelarias
y la libertad de movimientos de capital tiene consecuencias decisivas sobre las
políticas económicas de cada país. Dado que ninguna barrera resguarda los mercados
interiores de cada uno de ellos y que la competencia se convierte en el
regulador supremo del sistema, se desata una lucha entre todos por mejorar la
competitividad y ofrecer las mejores condiciones de rentabilidad al capital.
Esto reduce la capacidad de maniobra de todos los gobiernos para responder a
los problemas económicos de sus respectivos países y les obliga a la adopción
de políticas económicas basadas en el acoso a las condiciones de vida y
laborales de los trabajadores que tienden a deprimir la demanda.
En efecto, la competitividad depende de muchos factores
-capitalización de la economía, nivel del desarrollo tecnológico, formación de
los trabajadores, dotaciones de infraestructuras y servicios sociales,
empresas multinacionales, penetración en los mercados extranjeros, etc.-, pero
ninguno de ellos es modificable a corto plazo. De modo que a los gobiernos,
admitida la «aldea global» y empapados como están de ideología neoliberal,
solo les queda reducir los salarios -directos y diferidos, porque las
prestaciones sociales también forman parte de los costes a través de las cuotas
a la seguridad social y los impuestos- y aumentar la productividad, mediante
la flexibilización del mercado de trabajo. Se refuerza así la necesidad de la
política neoliberal, a la vez que la competencia sirve como chantaje para que
los trabajadores la acepten y como arma para enfrentar a los trabajadores de
todo el mundo entre sí. Pero tal política tiende a deprimir la demanda y, dado
que este proceso se repite país a país, se entra en una espiral depresiva que
tiende a agravar la crisis (este aspecto se verá con más detalle en el apartado
3.6).
La liberalización tiene también consecuencias sobre los
demás aspectos de la política económica. Los países menos competitivos verán
aparecer un déficit en su balanza de pagos por cuenta corriente, lo que les
llevará a políticas monetarias y fiscales recesivas para que la reducción de la
inflación y el descenso en la actividad económica frenen las importaciones y
aumenten las exportaciones. Mientras estas políticas surten efectos,
necesitarán financiar dichos déficits y, en un mundo de libertad casi absoluta
de movimientos de capital, estos solo entrarán si los tipos de interés son mas
altos que en otros países, si el tipo de cambio es estable y si reciben un
trato fiscal favorable, esto es, si el gobierno del país correspondiente
mantiene una política económica recesiva y un sistema fiscal regresivo.
Nuevamente este proceso se repite país a país y el resultado es que las
depresiones competitivas tienden a reducir la demanda de todos ellos. Nadie
puede salirse de la norma, porque una política económica distinta que
favoreciera el crecimiento generaría problemas insostenibles: aumentaría la
inflación y el déficit exterior, huirían los capitales, se reduciría el empleo,
etc., convirtiéndose la globalización en una trampa sin escape para los países
débiles y los trabajadores.
3.4. El dinero y la inflación permanente
La inflación permanente es una característica del
capitalismo tardío que contribuye a explicar tanto la intensidad y duración de
la fase ascendente de la onda larga como rasgos de la fase recesiva.
Mandel coincide con Marx en que la ley del valor no queda
invalidada ni interrumpida por las características del dinero en circulación.
Los precios relativos entre las mercancías (incluido el oro, la mercancía que
se utiliza como dinero) están determinados por el valor o tiempo de trabajo
socialmente necesario para su producción. Sin embargo, la expansión del papel
moneda no convertible en oro y el crecimiento del dinero crediticio, o dinero
bancario, hacen que la expresión monetaria de los precios de las mercancías y
servicios tienda a elevarse, dando lugar a un fenómeno de inflación permanente.
Esta tendencia a la elevación continua de los precios por factores monetarios
es anterior al surgir del capitalismo tardío en la posguerra, pero cobró carta
de naturaleza con él, manifestándose el fenómeno inflacionista incluso en
períodos de recesión, al contrario de lo ocurrido en otras etapas del
capitalismo cuando las crisis iban acompañadas de caídas de los precios
monetarios de las mercancías. Mandel sitúa su origen a partir de la Gran
Depresión, cuando por una parte, el Estado empieza ejercer un papel activo en
la economía para amortiguar la crisis, incurriendo en déficits que al
monetizarse aumentaban el dinero en circulación, y, por otra, se empieza a
hacer caso omiso de ortodoxia monetaria en lo que respecta a la cantidad
emitida de papel moneda.
Los defensores de la ortodoxia monetaria, mas preocupados
por la ruptura de sus moldes teóricos que por los peligros que atravesaba el
capitalismo, rechazaban como una irresponsabilidad no respetar las reglas de
la creación del dinero sobre la base del patrón-oro (la cantidad de dinero en
circulación dependía del volumen de las reservas de oro del banco emisor) y
alterar las leyes inmanentes del sistema, esto es, impedir los ajustes
impuestos por las fuerzas libres del mercado. Consideraban que modificar
«artificialmente» el proceso real de la producción mediante las facilidades de
crédito y la expansión monetaria tendría graves repercusiones en los
equilibrios del sistema y en la sana recuperación de la actividad y el empleo.
Con ello se obstaculizaría el saneamiento del sistema, impidiendo la
depuración del capital que las crisis desencadenan cuando se deja actuar los
mecanismos puros del mercado (en lo que Mandel concede un gramo de razón). El
combate entre los neoclásicos y el keynesianismo dio comienzo entonces, en
unas condiciones muy adversas para el capitalismo que explican el arrumbamiento
de una teoría que no supo prever, ni evitar, ni combatir su mayor crisis en la
historia.
Durante el período bélico, se siguió ahondando la brecha con
los postulados ortodoxos -fuerte intervención económica- e impulsándose el
crecimiento de la cantidad de dinero con la monetización de los déficits
públicos para cubrir gastos militares.
Acabada la guerra mundial, el nuevo papel económico y social
desempeñado por el Estado, objetivo de pleno empleo, actuación anticíclica,
desarrollo del Estado del Bienestar, asunción de actividades productivas de
baja rentabilidad, largos períodos de maduración o de interés estratégico, etc.-,
dió lugar a una presión continua para la creación de dinero, en unas condiciones
de ruptura con cualquier criterio o disciplina a la hora de determinar su
cantidad por la autoridad monetaria, fuera de los compromisos impuestos por el
sistema monetario internacional de Bretton Woods de mantener el tipo de cambio
fijo con respecto al dólar. Hasta su bancarrota en 1971, con la declaración de
la perdida de la convertibilidad del dólar en oro, este sistema representó a
escala internacional lo que el modelo interno del sistema crediticio: la
posibilidad de aumentar la liquidez sin sujección a las reglas del patrón-oro
y de facilitar por tanto la expansión de la economía y el comercio internacional[33].
La nueva situación y la nueva orientación de la política
económica, ajustadas al keynesianismo dominante, se dejaron sentir
profundamente en la fase ascendente de la onda larga, estimulando el
crecimiento, amortiguando las recesiones, reteniendo la tasa de ganancia y
postergando, por tanto, su caída y la aparición del cambio de tendencia. El
impulso de la demanda por parte del Estado y los estimulos de la demanda
privada por el crecimiento del crédito al sector privado facilitaron un
fuerte ritmo y una larga duración de la expansión y la realización de la
plusvalía. Pero como contrapartida, y este es un punto a favor de los
ortodoxos, perturbaron la función depuradora de las crisis, permitiendo
sobrevivir a un capital que en otras condiciones mas estrictas se habría
desvalorizado. El impacto de la inflación permanente condujo a que la crisis de
sobreproducción que originó el cambio de tendencia de la onda larga fuese mas
aguda y traumática, en la medida en que a lo largo de la expansión no tuvo
lugar un «saneamiento» del capital tan profundo como el que se habría impuesto
con una política mas ortodoxa, lo que es equivalente a afirmar que la crisis
posterior se ha visto agravada por los rasgos inflacionistas del período
precedente.
Sin embargo, no puede afirmarse que una vez desatada la
crisis, ni incluso una vez que los neoclásicos se han tomado la revancha frente
a Keynes al ser el sosten teórico del neoliberalismo, se haya recuperado la
ortodoxia monetaria reclamada por los santones como Hayek o Friedman. En primer
lugar, la puesta en cuestión del papel del Estado no implica mas que un intento
de rebajar sus cotas de regulación e intervención, manteniendo unos niveles
que no tienen parangón con los existentes al comienzo de la onda larga, con la
diferencia ahora de que se están registrando unos déficits públicos intensos,
lo que hace muy difícil cualquier intento de aplicar una ortodoxia monetaria
estricta. En segundo lugar, la desregulación de los sistemas financieros
internos e internacional, promovida por el neoliberalismo, facilita de modo
extraordinario la multiplicación del crédito y el dinero y la financiación
tanto de los sectores público como privado, lo que vuelve a chocar con la
ansiada disciplina para reforzar la depuración del capital y la elevación de la
productividad del sistema. Ni siquiera existe un sistema monetario internacional
de tipos de cambio fijo al que tener que someterse y ajustar la evolución monetaria
interior, sin perjuicio de que la estabilidad de la moneda sea un objetivo
económico altamente ponderado, por los servicios internos que rinde a la
política reaccionaria y sin perjuicio de los múltiples intentos por recuperar
la estabilidad cambiaria, aunque sea limitada, siendo el mas ambicioso de todos
representado por el proyecto de Maastricht de implantar una moneda única en el
ámbito de la Unión Europea. Por último, hay que reseñar que el afán por
restablecer la ortodoxia o la conveniencia por mantener políticas monetarias
restrictivas no ha llevado a la burguesía perder de vista sus intereses
superiores. Como en los años treinta, antes que satisfacer a los doctrinarios,
actúa respondiendo a los problemas políticos y sociales, y no cabe llevar la
ortodoxia hasta sus últimas consecuencias con el paro existente y las
tensiones sociales generadas por la crisis. Ante cualquier incidente grave,
como fue por ejemplo el «crash» de las Bolsas en el otoño de 1987, se modifican
los criterios de la política monetaria, convencida la burguesía con buen
criterio que más valen unos puntos mas de inflación que una crisis financiera
incontrolable.
La persistencia por unas u otras razones de un sistema
financiero capaz de multiplicar el crédito y el dinero al margen de cualquier
criterio objetivo es lo que esta determinando que durante la actual fase
recesiva se haya seguido manteniendo en todos los países una inflación
rampante, cuando no galopante en algunos de ellos, dando cauce a las tensiones
sociales, amortiguando las consecuencias de la crisis e impidiendo que esta se
exprese con la insensata crudeza que tendría en caso de aplicarse los vieja
ortodoxia de los padrinos del neoliberalismo. La contrapartida, como ocurrió
antes durante la onda larga expansiva pero en otras circunstancias, es la
prolongacion de una situación de fuertes desequilibrios económicos y de alta
inestabilidad financiera.
3.5. Los salarios y la lucha de clases
En El capitalismo tardío, Ernest Mandel críticó el
mecanicismo sobre el que se había construido la teoría de los salarios
dominante en el marxismo. Según dicha teoría, el crecimiento del ejército
industrial de reserva conduce a la reducción de los salarios reales y al
aumento de la tasa de explotación; por el contrario, la reducción del mismo
induce un aumento de los salarios y el descenso de la tasa de explotación. Esto
no se puede deducir de los escritos de Marx y mucho menos se corresponde con la
realidad.
La evolución de los salarios se realiza entre dos límites.
Por un lado, el límite fisiológico por debajo del cual no pueden caer sin
grandes reacciones sociales. Por otro, el límite histórico social, por encima
del cual no pueden subir porque harían desaparecer a la plusvalía y al
capitalismo. Es cierto que los salarios oscilan entre estos dos límites según
la fase del ciclo y la onda larga en que se encuentre el capitalismo, de modo
que en la expansión, la reducción del ejército de reserva empuja al
crecimiento de los salarios y, en la recesión, a su reducción. Pero lo decisivo
no es esto, sino el grado de organización y el nivel de conciencia de las dos
clases fundamentales en conflicto y las características de la división del
trabajo. Por tanto, los salarios pueden crecer, a pesar de que el paro aumente,
y descender, aunque el ejército de reserva disminuya. Todo dependerá de la
lucha de clases, como un factor externo al propio mecanismo económico central
de funcionamiento de la economía capitalista.
Mandel entró en el debate de la curva de Phillips que dominó
la literatura económica convencional durante la última década de la fase
expansiva de la onda larga. La teoría económica convencional, anclada en las
ideas de la escuela neoclásica en lo que respecta a los salarios, no era capaz
de explicar por qué los salarios continuaban creciendo cuando el paro
aumentaba. La existencia del paro por encima del friccional suponía que la
demanda de trabajo era inferior a la oferta y, según el modelo neoclásico, este
exceso de oferta debería traducirse en una reducción de los salarios. Phillips
trató de reestablecer la teoría afirmando que no existía una relación entre
los salarios y la tasa de paro, sino un trade-off entre el crecimiento de los
salarios y la tasa de paro, de modo que, cuando la tasa de paro se reducía, los
salarios aceleraban su crecimiento y, cuando aumentaba, lo reducían, pero
los salarios siempre crecían. Para Mandel, los partidarios de la curva de Phillips
cometían un error análogo al del mecanicismo marxista. El crecimiento de los
salarios no solo dependía de la tasa de paro, sino también del grado de
organización y conciencia de los contendientes, de modo que la curva de
Phillips no explicaba nada porque se desplazaba continuamente según o avatares
de la lucha de clases.
Esta teoría de los salarios en el capitalismo tardío cumple
un papel fundamental en la explicación de la onda larga. La fase de expansión
se inició por el aumento de la tasa de explotación que supuso la derrota del
proletariado antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. A lo largo
de la expansión, el pleno empleo, pero también el aumento en el grado de
organización de los trabajadores, bloqueó primero e hizo descender después la
tasa de explotación. En la fase recesiva ha ocurrido lo contrario. La tasa de
explotación ha aumentado porque el paro ha crecido, pero las causas objetivas
no pueden explicar por sí solas este fenómeno. La ofensiva ideológica
desencadenada por el neoliberalismo y el retroceso en el nivel de conciencia y
en el grado de organización de los trabajadores han sido tan decisivos como el
aumento del paro y la segmentación de la clase obrera que se han producido.
La lucha de clases, como un factor externo al mecanismo
económico fundamental del capitalismo, será decisiva en la salida de la fase
recesiva, pero ha intervenido durante toda la onda larga y hay que considerar
que fue un dato significativo cuando se analiza el paso de la fase expansiva a
la recesiva, lo que lleva a la conclusión que este no se produjo exclusivamente
por causas endógenas. Hay un componente subjetivo en el desencadenamiento de
la crisis económica actual que Mandel posiblemente no valoró en toda su
importancia, aunque estaba implicito en su teoría del capitalismo tardío al
reconocer la importancia de la lucha de clases. Los conflictos sociales que
estallaron en los últimos años de la década de 1960 tuvieron tal amplitud y
profundidad que no se puede descartar que la crisis económica tenga uno de sus
orígenes en la reacción de la burguesía a la situación social que había acabado
generando la expansión.
3.6. La debilidad estructural de la demanda
La política neoliberal ha introducido un componente de
demanda a la crisis actual, pero esto no es nuevo en la historia del
capitalismo. Hasta la crisis de los años treinta, la economía neoclásica,
fundamento último del liberalismo económico, había sido hegemónica en el
seno de la burguesía. El mercado era la institución perfecta por excelencia,
pues garantizaba que cualquier aumento de la producción se traduciría en un
aumento equivalente de la demanda que haría frente a la misma. Como dijeron
von Misses y von Hayek en 1929, no podia haber depresión si la competencia
perfecta funcionaba sin trabas.
La estructura neoclásica había sido montada sobre el
supuesto de que el pleno empleo era el nivel al que trabajaba la economía, que
todo alejamiento de él sería coyuntural y que la propia economía generaría
los remedios necesarios para volver a la normalidad. Se producían crisis
periódicas, pero cumplían un papel objetivo de adaptar la capacidad productiva
al poder adquisitivo existente. Hacian desaparecer a las empresas menos
productivas o mas anticuadas, provocaban con ello un aumento de la
productividad del trabajo y, en consecuencia, creaban las condiciones de una
nueva recuperación. Solo bastaba con dejar que actuaran las libres fuerzas
del mercado para conseguir que la economía se saneara a largo plazo.
Pero esto no tenía nada que ver con la realidad de los años
treinta: el paro alcanzaba niveles inusitados, una gran capacidad productiva
ociosa era la norma y nada indicaba que esta situación se fuera a corregir
por si sola. Y los peligros de tal situación se empezaron a considerar superiores
al no saneamiento del aparato productivo y la estabilidad monetaria. Los grupos
mas importantes del capital y los gobiernos de los principales países optaron
por un cambio en la política económica como medio de mitigar los efectos de la
crisis. La llamada "revolución keynesiana" y el cambio del papel
que del Estado en la gestión de la economía que supuso, no fueron sino la
expresión ideológica consciente de este cambio de prioridades por parte de la
clase dirigente. Desde entonces, el Estado ha jugado un papel prominente en
el funcionamiento de la economía capitalista, la ideología keynesiana ha
sido dominante y los gobiernos han utilizado sus recetas con el doble
propósito de mantener la demanda efectiva y evitar las crisis, y extender el
gasto público de carácter social para integrar las reivindicaciones de la clase
obrera.
En la actualidad, el capitalismo ha caído en una situación
similar a la de la década de 1930 en lo que respecta a la debilidad de la
demanda[34]. La crisis económica hacía necesario el
retroceso de los salarios para que se recuperase la tasa de beneficio, tanto
más intenso cuanto que tambien se ha producido un descenso en el crecimiento de
la productividad. El aumento del paro, el deterioro de las condiciones
laborales y la segmentación de la clase obrera han deteriorado la capacidad de
resistencia de los trabajadores y la política neoliberal y sus continuas campañas
de culpabilización de los salarios han hecho el resto. El resultado ha sido que,
en los principales países industriales, desde principios de la década de los
ochenta, el poder adquisitivo de los trabajadores ha crecido menos que la
producción, provocando una debilidad relativa del consumo salarial que ha
acabado convirtiéndose en estructural. Con su insistencia en la reducción de
los salarios, el neoliberalismo ha olvidado su papel como motor de la demanda
y ha provocado una debilidad estructural del consumo que ahora está
dificultando la recuperación.
La debilidad del consumo privado no tendría importancia si
el gasto público, las exportaciones, la inversión o varios de estos componentes
de la demanda a la vez crecieran lo suficiente como para desempeñar el papel
motor de la demanda efectiva. Pero los obstáculos que se oponen al crecimiento
de los mismos son considerables.
En el caso del gasto público, el impacto de la crisis en los
ingresos y gastos públicos y la política de reducción de impuestos al capital
que ha practicado el neoliberalismo, junto al crecimiento de los intereses de
la deuda, han provocado un agravamiento acusado del déficit público en todos
los países industriales. La financiación ortodoxa de dichos déficit ha
provocado un crecimiento del endeudamiento público de tal magnitud que, desde
el punto de vista del funcionamiento del capitalismo, se ha acabado
convirtiendo en uno de los problemas más graves (en el conjunto de los países
de la OCDE la deuda pública ha pasado 20,2% del PIB en 1980 al 42,4% en 1994).
Como consecuencia, la reducción del déficit público es un objetivo prioritario
de todos los gobiernos, que tienden a practicar una política fiscal
contractiva.
Los obstáculos que encuentra la inversión no son menos
importantes. Al descenso de la tasa de beneficio y a la reducción de los ritmos
de crecimiento de la demanda agregada, fenómenos característicos de fase
recesiva, se les ha unido la subida de los tipos de interés reales a largo
plazo. Dichos tipos, que llegaron a ser muy elevados durante la década de los
ochenta, se han reducido durante los últimos años, pero en 1994, todavía se
situaban en torno a los 4,5 puntos en la Comunidad Europea y en Estados Unidos
en un porcentaje notablemente superior al que se registró antes de la crisis
económica. Los altos tipos de interés reales son una consecuencia lógica de la
política monetaria que se aplica en la mayoría de los países con los objetivos
de reducir la inflación y estabilizar los tipos de cambio, pero también son un
producto de la enorme hipertrofia financiera que ha tenido lugar (como se verá
en el partado siugiente). Se ha generado un enorme volumen de capital financiero
que se mueve de un país a otro en busca de los beneficios de la especulación o
de una rentabilidad mayor, lo que unido a la existencia de un problema de
financiación por el alto endeudamiento general, fuerza a unos tipos de
interés reales altos. No es previsible que esta situación cambie en el próximo
futuro, por lo que los tipos de interés reales seguirán siendo elevados. Si a
ello se une la debilidad del consumo y la insuficiente recuperación de la tasa
de beneficio, se concluirá que no es posible esperar que la inversión pase a
convertirse en un motor de la demanda capaz de mantener una recuperación
sostenida.
Para el neoliberalismo, el crecimiento de la demanda
efectiva debe ser impulsado fundamentalmente por las exportaciones. La
liberalización del comercio mundial, la búsqueda constante de aumentos en la
competitividad, los ataques a los salarios y a las condiciones laborales, las
rigurosas políticas monetarias internas, etc, no tienen otro objetivo que
facilitar la exportación. Si las exportaciones crecen, ya lo harán después la
inversión, el consumo y la renta. En apariencia, el éxito de esta política ha
sido indudable pues, durante la fase recesiva, las exportaciones de bienes y
servicios han crecido por encima del PIB en todos los países industriales y,
como consecuencia, su peso en la demanda total ha aumentado. Pero el problema
es que, con la internacionalización de las economías, las importaciones también
han crecido tan intensamente, mostrando la incoherencia que supone el que todos
los paises traten de superar la crisis a costa de los demás, invadiendo sus
mercados. El modelo de crecimiento que ha tratado de levantar el neoliberalismo,
ha fracasado. Las políticas depresivas de la demanda interna no han servido
para impulsar la demanda externa. La llamada «aldea global» no ha llevado a más
crecimiento ni a más beneficios en los países imperialistas, por la sencilla
razón de que cada uno de ellos ha intentado ganar la carrera de la
competitividad y, en consecuencia, ninguno de ellos ha conseguido una ventaja
decisiva.
El resultado es que ningún otro componente de la demanda ha
podido sustituir la debilidad estructural del consumo privado que han provocado
la crisis económica y la política neoliberal y, en consecuencia, a la «crisis
de oferta», que se desencadenó durante los primeros años de la década de los
setenta, se le ha venido a añadir una «crisis de demanda» con el paso del
tiempo. La tasa de beneficio se ha recuperado en alguna medida, pero ha
aparecido un problema nuevo que también dificulta la salida de la crisis: la
insuficiencia de la demanda efectiva. Superar esta contradicción requiere que
aparezca una demanda exterior neta sostenida en el tiempo, lo que a su vez
exige la apertura de nuevos mercados, cuya aparición no se vislumbra.
3.7. La hipertrofia financiera
El neoliberalismo es el responsable de que el capitalismo
haya desarrollado una esfera financiera, basada en una economía de papel, que
sólo guarda una relación mínima con la economía real. Esto no es un rasgo
específico de la onda recesiva actual, pues ha sido común en la historia del
capitalismo el que en las fases de prolongado estancamiento, ante la
dificultad de rentabilizar el capital en la esfera productiva, se desarrollaran
actividades especulativas, que implican un mecanismo de explotación adicional
de los trabajadores. Pero en la actualidad, la hipertrofia financiera ha
adquirido unas dimensiones insólitas.
Durante los últimos años, los elevados déficits públicos y
la financiación ortodoxa de los mismos han llevado a un endeudamiento público
que no tiene precedentes en la historia del capitalismo. En 1993, la deuda
pública bruta de los doce países de la Unión Europea suponía el 66% del PIB
conjunto, lo que equivale a una cifra superior a los 4 billones de dólares. En
ese año, la deuda neta del gobierno de los Estados Unidos equivalía al 39,6%
del PIB, lo que suponía otros 2,7 billones de dólares. Si a ello se le suma las
deudas de los gobiernos del resto de países de la OCDE, cuyos porcentajes
respecto al PIB son también muy elevados, no es aventurado afirmar que los
mercados de capitales se han visto engrosados por una deuda pública que se
acerca a los 10 billones de dólares. De esta forma, los Estados han absorbido
un elevado volumen de los capitales que se liberaban de la esfera productiva,
otorgándoles una rentabilidad que no podían encontrar fácil en inversiones
reales como consecuencia de la sobrecapacidad productiva y el descenso de la
tasa de beneficio. Piénsese que en la Unión Europea los intereses de la deuda
pública se elevaron en 1993 al 5,6% del PIB conjunto, una cifra próxima a los
350.000 millones de dólares.[35]
A la deuda pública hay que sumarle la creciente de las
empresas y familias y, sobre estos cimientos, se ha levantado un enorme
edificio financiero producto de la multiplicación del crédito: los Estados
emiten deuda, las empresas o los fondos de inversión los compran financiándolos
con su propia deuda, y así sucesivamente, en una cadena que puede no tener y
que alimenta un proceso continuo de «innovación financiera». El resultado es
una enorme montaña de papel, lo que Marx denominó «capitales ficticios», que
descansa en el capital directamente productivo y aspira a participar en el
reparto de la plusvalía por él generado, introduciendo una gran inestabilidad
en el funcionamiento del capitalismo.
La hipertrofia financiera ha favorecido el auge de las
cotizaciones prácticamente en todos los mercados de capitales. Desde el «crash»
bursátil de 1987, salvo en Japón, los índices de bolsa han aumentado en todos
los países industriales: más de un 25% en Italia y Canada, más de un 50% en
Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido y más de un 100% en Francia. Los
elevados niveles de las cotizaciones se traducen en bajas rentabilidades, pero
el capital financiero no espera obtener los beneficios por la vía de los
dividendos que pagan las empresas, sino por la de las ganancias de capital
producto de la especulación. En suma, los niveles de cotización tienen poco que
ver con la situación real de las empresas. Lo que lleva a invertir no es tanto
la rentabilidad real esperada como los beneficos del acierto en la
especulación. El resultado es que los mercados de capitales, sometidos a una
actividad desenfrenada, se encuentran sobrevalorados, estando pendiente un
ajuste de las cotizaciones en bolsa a la situación real del capitalismo que
cualquier acontecimiento puede desencadenar.
En un contexto de libertad absoluta para los movimientos
internacionales de capitales, la hipertrofia financiera se ha reflejado
también en las cuentas exteriores. Entre 1981 y 1993, los pasivos exteriores de
los 7 grandes países industriales se han multiplicado por 4, al pasar de 2,3
billones de dólares a 9,2 billones. Aunque los activos exteriores han hecho
otro tanto, lo cierto es que un enorme volumen de capitales se mueve internacionalmente
buscando rentabilizarse, ya sea en los mercados de capitales ya sea especulando
en los mercados de cambios. El resultado es que la inestabilidad de los tipos
de cambio es manifiesta, que su evolución no se corresponde necesariamente con
la situación real de las balanzas de pagos y que los gobiernos muchas veces no
pueden para controlarlos, dado el volumen y actividad de los fondos especulativos.
A todo ello hay que añadir el problema de la deuda externa
de los países del tercer mundo que, lejos de resolverse, se agrava cada vez
más, con consecuencias desoladoras para ellos (en 1994, el servicio de la deuda
externa se elevaba a 203.000 millones de dólares, el 4,3% del PIB de estos
países). En 1986, dicha deuda ascendía a un billón de dólares, en 1994 se había
elevado hasta 1,5 billones, esto es, había crecido casi un 50%, a los que
habría que sumar 215.000 millones de los países del Este. Más de la mitad de la
deuda corresponde a países con dificultades para hacer frente a su pago, por
lo que "el problema de la deuda" continua siendo una bomba adosada al
sistema financiero internacional. Méjico, uno de los países más afectados, pero
no el único, ha dado avisos contundentes.
La magnitud cobrada por la esfera financiera supera
cualquier otra etapa histórica, incluida los años que precedieron a la gran
depresión del 29. Si junto a ello se toman en consideración las condiciones
específicas actuales internacionalismo del capital, descomposición del
sistema monetario internacional, desregulacion de los mercados-, el castillo
de naipes que se ha levantado con la expansión financiera y crediticia es
altamente inestable y corre un riesgo no desdeñable de derrumbamiento. Antes de
que se inicie otro ciclo expansivo como el de los años ochenta y sobre todo
antes de que se emprenda una nueva fase expansiva de larga duración, parece
imprescindible un saneamiento del sistema que destruya parte del capital
financiero. Ninguna recuperación firme puede desarrollarse con la rémora de la
hipertrofia y la degeneración financiera que han tenido lugar.
Mandel siempre insistió en los cambios profundos económicos
y sociales que serán necesarios para que el capitalismo pueda salir de la onda
larga recesiva. A favor de sus aportaciones y el análisis marxista está el
hecho de que después de casi un cuarto de siglo la salida no se vislumbra por
parte alguna. Por otro lado, a pesar de la hegemonía lograda por el
neoliberalismo, el examen de los distintos aspectos del «nuevo orden» mundial
permite todo menos afirmar que existe una situación estabilizada. Decisivos
hechos económicos y profundos conflictos de clase estan por acontecer.
Notas
[1]Karl Marx, «Introducción» a Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, Siglo XXI, México, 1971.
[2]Ernest Mandel, Traité d’économie marxiste, París, 1962 (Tratado de economía marxista, México, 1969)
[3]Ernest Mandel, Der Spätkapitalismus, Frankfurt, 1972 (El capitalismo tardío, México 1979)
[4]Publicadas en castellano por Siglo XXI con el nombre de Cien años de controversia en torno a El Capital de Marx, México, 1985
[5]Veasé a este respecto Ernest Mandel and Alan Freeman (editors) Ricardo, Marx, Sraffa. Londres, 1982
[6]Karl Marx, The Economic and Philosophical Manuscripts of 1844, Foreign Languages Publishing House, Moscú (Manuscritos de Filosofía y Economía, Alianza, Madrid)
[7]Karl Marx. Líneas fundamentales de la crítica de la economía política, Obras de Marx y Engels nº 21, Barcelona 1977.
[8]Karl Marx, Teories of Surplus Value, Foreign Languages Publising Haouse, Moscú. (Teorías de la plusvalía, Comunicación, Alberto Corazón, Editor, Madrid).
[9]Perry Anderson In the tracks of historical materialism, Verso, Londres, 1983 (Tras las huellas del Materialismo Histórico, Madrid, Siglo XXI, 1986),
[10]Sartre, J.P., Critique de la raison dialectique, París, Galimard, 1960 (Crítica de la razón dialéctica, Buenos Aires, Losada, 1968)
[11]Althusser, L. Pour Marx, François Masperó, París 1965 (La revolución teórica de Marx, México, Siglo XXI, 1968) y Althusser, L et Etienne Balibar, Lire le capital, François Masperó, París 1969 (Para leer «El Capital», México, Siglo XXI, 1969.
[12]Roman Rosdolsky, Zur entstehungsgeschichte des marxschen "kapital" (Génesis y estructura de El Capital de Marx, México, Siglo XXI, 1978).
[13] Se ha convertido en un tópico que el marxismo es una ideología del siglo XIX, pero esto no es cierto porque el capitalismo que analizó Marx no era tanto el que tenía delante como el de ahora. En la segunda mitad del siglo XIX, la economía capitalista se reducía a Europa Occidental hasta el Danubio, América del norte y algunas ciudades o Estados en el sur de Africa u Oceanía. La mayoría del mundo conocido no era capitalista y en los países industriales la inmensa mayoría de la población se dedicaba a la agricultura, de forma que la clase obrera era muy minoritaria. Las diferencias de riqueza entre los países capitalistas y los no capitalistas no eran muy grandes (con los parámetros actuales, de 1 a 1,8) y, por ejemplo, ningún observador inteligente habría considerado a China como una economía y una civilización inferiores a la europea. El sistema que se analiza en El Capital es mas parecido al capitalismo de la actualidad que al del siglo XIX. Véase a este respecto E. J. Hobsbawn, La era del Imperio (1875-1914), Madrid, 1989.
[14]Ernest Mandel, Cien años de controversia en torno a la obra de Karl Marx, op. citada
[15]Rudolf Hilferding, El capital financiero, México, 1973.
[16]Rosa Luxembrugo, La acumulación de capital, La Habana, 1970
[17]Ver Nicoali Bujarín, El imperialismo y la acumulación de capital, en Rosa Luxemburgo y Nicolai Bujarin, El imperialismo y la acumulación de capital, Cuadernos de Pasado y Presente, Cordoba, 1975.
[18]R. Luxembrugo,op citado
[19]Baran, P. y Sweezy, P. Monopoly Capital, Penguin, 1970 (El capital monopolista, Siglo XXI) y Sweezy, P. The theory of capitalist development, Dobson (Teoría del desarrollo capitalista, Fondo de Cultura económica)
[20]R. Hilferding, op. citado
[21]Kondratiev, N.D. Long Economics cycles. The Review of Economic Statistics, noviembre de 1935. (Los ciclos económicos largos», en M. P. Izquierdo editor, Los ciclos económicos largos. ¿Una explicación de la crisis?, Madrid, 1979) .
[22]Trotsky, La curva del desarrollo capitalista, en M. P. Izquierdo editor, Los ciclos económicos largos. ¿Una explicación de la crisis?, Madrid, 1979
[23]Joseph Schumpeter, Business Cycles, Nueva York, 1939, y Capitalism, socialism and democracy, Nueva York, 1962 (Capitalismo, socialismo y democrácia, Madrid, 1971).
[24]Ernest Mandel, El capitalismo tardío,op. citado y Long waves of capitalist development. The marxist interpretation, Cambridge, Cambridge University Press, 1980 (Las ondas largas del desarrollo capitalista. La interpretación marxista, Madrid,. Siglo XXI, 1986).
[25]La crisis no se debía a que hubiera un problema de demanda insuficiente, sino a que la tasa de beneficio se había reducido y la producción no era rentable. Pero no se hizo patente hasta que la OPEP subió el precio del petróleo en 1973. Esto empujó a la economía capitalista a una recesión que no tenía precedentes desde la guerra mundial y así, en 1975 la producción industrial descendió el 6,7% en la Unión Europea, el 10% en Estados Unidos y el 11% en Japón. En la mayoría de los sectores industriales, comenzaron a aparecer excedentes de producción y pérdidas voluminosas y el clima de optimismo que había imperado durante décadas se tornó en pesimismo.
[26]Sobre el análisis de los primeros años de la onda larga recesiva, veasé Mandel, Ernest. La crise 1974-82. Les faits, leur interpretation marxiste. Flamarion. París, 1982.
[27]Sobre las características de la inversión y la organización del trabajo en la fase recesiva, véase Albarracín, Jesús. La onda larga del capìtalismo español. Economistas Libros. Madrid 1987 y OCDE, Changement technique et politique économique, París, 1980.
[28]En estas páginas se evita entrar en un debate que recorre a la izquierda, pero hay que señalar que, a menudo, sin datos objetivos que lo respalden, se tiende a exagerar los cambios producidos para justificar una pérdida de centralidad de la clase obrera. Tómese, por ejemplo, las cifras de la Unión Europea. Entre 1965 y 1991, el empleo total ha pasado de 123 millones de personas a 135, lo que significa que ha crecido menos que la población, pero ha crecido. El empleo industrial, que representaba el primer año el 40% del total, se ha reducido hasta el 31%, pero continúa siendo un colectivo muy importante. La estructura interna del empleo industrial prácticamente no ha sufrido cambios: textil, confección y calzado sigue siendo el sector industrial que más empleo ocupa seguido de maquinaria eléctrica, alimentación, maquinaria no eléctrica, química, etc. Esto es, por encima de las apariencias, la estructural sectorial de la clase obrera industrial sigue siendo parecida. Véase, Comisión Europea, Panorama de la industria comunitaria 1993.
[29]Sobre la aparición, contenidos y consecuencias del neoliberalismo, véase, Montes, Pedro. El desorden neoliberal, Editorial Trotta, Madrid, 1996.
[30]Albarracín, Jesús. La economía de mercado. Editorial Trotta. Madrid, 1994
[31]Véase Albarracín, Jesús. Ideología, errores y malas intenciones, en Varios autores, La larga noche neoliberal, ISE/Icaria, Madrid 1993.Miliband, y R., Panitch, L. y Saville, J.: El neoconservadurismo en Gran Bretaña y Estados Unidos: retórica y realidad, Edicions Alfons el Magnànim, Valencia, 1992.
[32]Véase Montes, Pedro. La integración en Europa. Del Plan de Estabilización a Maastricht. Editorial Trotta, Madrid, 1993.
[33]Mandel previó la crisis del sistema monetario internacional antes de que ocurriera. El sistema estaba atravesado por la contradicción fundamental del doble papel del dólar: como moneda de un país, con tendencia a despreciarse por la inflación permanente y las circunstancias que concurrían en la economía de Estados Unidos, y como moneda de reserva y pivote del sistema por su vinculación al oro, que requería ser una moneda sólida y estable.
[34]Las analogías con la situación de los años treinta y la explicación de las razones por las que la situación no es tan «dramática» ahora como entonces están sintéticamente expuestas en la entrevista a J. K. Galbraith que publicó el diario EL PAIS el 14 de enero de 1993. En dicha entrevista, Galbraith sostiene: «en la actualidad, la economía estadounidense se encuentra en lo que yo llamo equilibrio de desempleo, semejante al que se experimentó durante la Gran Depresión de la década de los treinta, con la salvedad de que ahora hemos introducido en el sistema toda una serie de redes de seguridad, entre las que se encuentra no solo la Seguridad Social y similares, sino también, y sobre todo, el apoyo del Gobierno a la economía, sin el cual ahora nos encontraríamos ante un absoluto desastre bancario. De modo que hoy, al igual que en la década de los treinta, contamos con un equilibrio semejante de bajo rendimiento, pero a un nivel alto gracias a las salvaguardias posdepresión del Gobierno». De continuar la profundización en la política neoliberal, este «salvaguardias» podría desaparecer.