- “Debemos reconocerle al materialismo su entusiasta esfuerzo por trascender el dualismo que postula dos mundos diferentes igualmente sustanciales y verdaderos, [y] anular este desgarramiento en pedazos de lo que es originalmente Uno” | Hegel, 1971: 34
Jason Moore | El
surgimiento del capitalismo en el «largo» siglo XVI (c. 1450-1640) marcó un
punto de inflexión en la historia de la relación de la humanidad con el resto
de la Naturaleza. A pesar de toda la atención prodigada en los años recientes
al concepto de Antropoceno (Crutzen y Stoermer, 2000; Steffen, et al., 2007),
las relaciones que produjeron la era de la humanidad como agente geológico,
jamás se han perdido de vista. Pregunta a cualquier historiador y te contará
que el acto de periodización de la historia conforman de manera decisiva la
interpretación de los eventos. Si iniciáramos el reloj en 1784 con la invención
de la máquina de vapor de James Watt, tendríamos un punto de vista muy
diferente de la historia –y a su vez de las decisivas relaciones que forman los
patrones modernos de la evolución, desarrollo cíclico y crisis global– del que
tenemos si comenzamos con la revolución agrícola inglesa y holandesa, con la
conquista de las Américas y el descubrimiento de la misma por parte de Colón o
con los primeros signos de una transición epocal en la transformación
del paisaje. ¿Estamos realmente viviendo en el Antropoceno -con su retorno a un punto de vista curiosamente eurocéntrico de la humanidad y su confianza en nociones y recursos bien establecidos y consolidados además de su determinismo tecnológico o estamos viviendo en el Capitaloceno, una era histórica formada por unas relaciones que privilegian la acumulación interminable de capital? Según como uno responda a la pregunta, así se formulará la respuesta a la crisis del siglo XXI.
del paisaje. ¿Estamos realmente viviendo en el Antropoceno -con su retorno a un punto de vista curiosamente eurocéntrico de la humanidad y su confianza en nociones y recursos bien establecidos y consolidados además de su determinismo tecnológico o estamos viviendo en el Capitaloceno, una era histórica formada por unas relaciones que privilegian la acumulación interminable de capital? Según como uno responda a la pregunta, así se formulará la respuesta a la crisis del siglo XXI.
El concepto de Antropoceno apenas era conocido mientras yo
escribía «La Naturaleza y la Transición del Feudalismo al Capitalismo» (Moore,
2003a). Pero sí apunté a su predecesor –el concepto de sociedad industrial–
como la fuente de nuestros problemas socio-ecológicos. La industrialización
–entonces como ahora– sigue siendo pobremente entendida, especialmente en los
estudios ambientales. Está claro que el auge de la industria a gran escala a lo
largo del siglo XIX representó en efecto un punto de inflexión en la historia
del capitalismo... ¡y ahí está precisamente la cuestión! Fue un punto de
inflexión en un proceso histórico ya en marcha, no la culminación de un patrón de
desarrollo premoderno. Para los materialistas históricos, nuestro método se
mueve desde las relaciones que envuelven al cambio histórico hacia las
consecuencias (y luego, por supuesto, en sentido contrario). El punto de
inflexión de la llamada Revolución Industrial fue un conjunto globalizador de
relaciones – relaciones de valor, como explicaré más adelante – que se formaron
durante los tres siglos siguientes a 1450. Estas relaciones – en las que yo
interpreto el valor «como una forma de organizar la naturaleza» – fueron las
primeras en manifestarse y las que lo hicieron más espectacularmente, en dos
campos: primero, en una serie extraordinaria y en cascada, de transformaciones
de los paisajes y cuerpos en todo el mundo atlántico y más allá; y en segundo
lugar en un conjunto emergente de ideas y perspectivas sobre la realidad que
permitieron a los estados y capitales europeas ver el tiempo como lineal, el
espacio como plano y homogéneo, y la «naturaleza» como algo externo a las relaciones
humanas.
Mi objetivo en «La Naturaleza y la Transición» se centró
sobre el primero de estos campos. Es difícil sobreestimar la importancia como
hito histórico de estas transformaciones en cascada, centradas en e
influenciadas por las mercancías. Desde los albores del largo siglo XVI hasta
el amanecer de la Revolución Industrial, podemos identificar lo siguiente:
1) La revolución agrícola de los Países Bajos (c. 1400-1600)
(Brenner, 2001); 2) la revolución minera y metalúrgica centrada en las mercancías
de la Europa Central (Nef, 1964); 3) los primeros signos de los nexos de la
esclavitud moderna asociada al cultivo de la caña de azúcar en Madeira y luego
en Santo Tomé (1452- 1520s, 1540s-1590s) (Moore, 2009, 2010d); 4) el
surgimiento del noreste de brasileño como líder de la economía azucarera
mundial, desplazando a Santo Tomé después de 1570, de lo cual se derivó la
primera gran oleada de tala de selva atlántica de Brasil (Schwartz 1985; Dean,
1995); 5) el desplazamiento de la «frontera esclavista» africana del golfo de
Guinea a Angola y el Congo (Miller, 1988); 6) el ascenso del Potosí después de
1545, y su dramática reestructuración después de 1571, siguiendo los pasos del
agotamiento de las minas de plata sajonas y bohemias (Moore, 2010e); 7) en el
sureste asiático, la destrucción de los árboles de clavo, nuez moscada y macis,
que resultaron bajas en la batalla de la Compañía Holandesa de las Indias
Orientales por el control del lucrativo comercio de las especias en las
primeras décadas del siglo XVII; 8) el drenaje de los pantanos en Inglaterra, y
de los humedales a lo largo de todo el mundo atlántico, desde Pernambuco hasta
Varsovia, desde Roma a Gotemburgo; 9) el agotamiento relativo de los bosques
mediterráneos, especialmente por la industria naval, a comienzos del siglo
XVII (Braudel, 1972; Moore, 2010a); lo que dio como resultado 10) la
relocalización de los astilleros españoles a Cuba, donde un tercio de la flota
fue construida hacia 1700 (Funes Monzote, 2008); 11) la aparición de centros
astilleros importantes, y fronteras significativas para la extracción de
madera y «almacenes navales» en Norte América durante el siglo XVIII (Perlin,
1989; Williams, 2003); 12) el desplazamiento de las fronteras de los productos
forestales de Polonia a Lituania y sur de Noruega en la década de 1570, seguido
por movimientos de renovación en el interior de Danzig (de nuevo), Königsberg,
Riga y Viborg (Moore, 2010b); 13) el surgimiento del granero del Vístula en la
década de 1550, seguido del 14) agotamiento de la agricultura polaca de
orientación mercantil y de la revolución agrícola inglesa del siglo VXII, la
cual hizo a Inglaterra el granero del norte de Europa por el 1700; 15) el
desplazamiento del centro de la producción de cobre y hierro a Suecia, comenzando
a finales del siglo XVI, desplazando a los centros húngaros y alemanes que
florecieron en el «primer» siglo XVI (Hildebrand, 1992); 16) las incursiones
cada vez más amplias de las flotas pesqueras del arenque, bacalao y ballenas en
toda la amplitud del Atlántico Norte Global (Richards, 2003); 17) el implacable
avance de las fronteras del comercio de pieles en Norte América (McCracken,
1971); 18) la deforestación de Irlanda (McCracken, 1971); 19) las sucesivas
revoluciones azucareras de las Indias Occidentales, desde Barbados en la
década de 1640 a Jamaica y Santo Domingo, dejando un sendero de tumbas de
africanos y paisajes desnudos a su paso (Watts, 1987); 20) la fuertemente
desigual «cerealización» de las dietas de los campesinos – y la «carnificación»
de las dietas de la aristocracia y de la burguesía – dentro de Europa; 21) el
incremento de la producción mexicana de plata en el siglo XVIII
(Studnicki-Gizbert and Schechter, 2010); 22) el relativo agotamiento de los
bosques ingleses y las reservas de turba holandesas como energía barata (de
Zeeuw, 1978; Perlin, 1989); y, quizás lo más significativo, 23) el «intercambio
colombino» que hizo historia, al fluir las enfermedades del Viejo Mundo hacia
el Nuevo Mundo, y los cultivos del Nuevo Mundo fluyeron al Viejo, como lo
fueron la papa y el maíz (Crosby, 1972, 1986).
Estos son simplemente algunos de los episodios más obvios,
hitos históricos, que movieron la Tierra, inmanentes al auge del capitalismo:
el listado está lejos de ser exhaustivo. Como explicaré, el movimiento de la
Tierra no es sino un momento crucial en los más amplios procesos de
conformación del medio ambiente (Moore, 2013a). Yo propongo que, si tomamos los
«procesos de conformación del medio ambiente» como el análogo civilizatorio del
proceso del trabajo (Braverman, 1974), esta lista sólo comprende la «ejecución»
del movimiento de la Tierra y no sus concepciones: en la conformación de la
guerra, la conformación del estado, la conformación del dinero, la conformación
del mercado y así sucesivamente. En el núcleo de la alienación histórica del
capitalismo entre la concepción y la ejecución de la conformación del medio
ambiente, está la relación de valor, en la que las contradicciones antagónicas
entre la generalidad y la particularidad socio-ecológica, la burguesía y el
proletariado, el trabajo social abstracto y la naturaleza social abstracta, son
unificadas dialéctica e históricamente.
Por razones que tienen mucho que ver con la influencia
duradera del «modelo de los dos siglos» de modernidad – del que el Antropoceno
es simplemente vino viejo en botellas nuevas – la totalidad de esas
transformaciones como expresión de una nueva cristalización humana/extra-humana
queda mal entendida. Es por supuesto verdad que estos cambios – incluso si los
reconocemos como hitos históricos – no dirán nada directamente sobre las nuevas
relaciones de clase, capital, e imperio que emergió después de 1450. Pero la
extraordinaria escala, alcance y velocidad de las tempranas transformaciones
de la tierra y del trabajo (naturaleza humana y extra-humana) de principio de
la modernidad pone en tela de juicio cualquier periodización de la historia
humana que comience con las consecuencias solas, en lugar de las relaciones
constitutivas de un conjunto dado de naturaleza humana y extra-humana. Tales
conjuntos son numerosos, pero sobre el terreno recorrido por el Antropoceno,
nosotros podemos empezar con esos grandes conjuntos que ocupan e indudablemente
producen un tiempo histórico largo y espacios geográficos vastos – eso que
llamamos civilizaciones, sistemas históricos, o modos de producción dependiendo
del punto de vista que cada uno prefiera.
En lo que sigue, no reconstruiré esta historia – lo que he
hecho en otros sitios, aunque de una manera fragmentaria – sino más bien
intentaré excavar y mostrar las relaciones que impulsaron tal salto de época en
los patrones de conformación del medio ambiente de la humanidad. Quiero
resaltar mi camino desde la perspectiva de la crisis dual del binomio
ecología/economía hacia una teoría unificada del capitalismo como
ecología-mundo, uniendo la acumulación de capital, la búsqueda del poder y la
producción de la naturaleza en una unidad dialéctica.
>> Texto completo | PDF: 18 pp.
Jason Moore escribe frecuentemente sobre la historia de la ecología-mundo capitalista, recursos naturales y sobre la agricultura, también sobre la crisis del siglo XXI. Muchos de sus escritos se pueden encontrar en su página web: www.jasonwmoore.com. También escribe regularmente en su blog: https://jasonwmoore.wordpress.com/
El auge de
la ecología-mundo capitalista | Las fronteras mercantiles en el auge y
decadencia de la apropiación máxima - II
Debemos recordar los 23 puntos de las transformaciones de la
tierra y el trabajo con las que comenzábamos el artículo. Mi deseo, en lo que
sigue, es desarrollar las relaciones y condiciones subyacentes al origen del
capitalismo desde una perspectiva ecológico-mundial. Podría comenzar por
afirmar lo que puede ser obvio después de leer nuestro listado: las
transformaciones del movimiento de la Tierra correspondientes al periodo
1450-1750 sobrepasaron la escala, la velocidad y la capacidad de las
civilizaciones premodernas, frecuentemente por un orden de magnitud. Lo que le
tomó a las centurias de civilización feudal lograr en regiones particulares –
como sería la Europa del Este del Elba (Bartlett, 1993)- el orden capitalista
emergente lo cumplió en unas cuantas décadas. ¿Cómo se explicaría este
extraordinario cambio ecológico-mundial? Volvamos a la sobresaliente
observación de Marx, que la fertilidad del suelo puede actuar como un
incremento en capital fijo. El genio del capitalismo fue a privilegiar una forma
mercantilizada de la naturaleza humana (la productividad del trabajo) como
indicador de riqueza, y por lo tanto, tratar al resto de la naturaleza como una
vasta zona de apropiación. Suelos, bosques, arroyos -¡por no hablar también de
las sociedades campesinas del Nuevo y Viejo Mundo!- pueden ser movilizados al
servicio del los proyectos de desarrollo de la productividad del trabajo y
asimismo aumentar la masa de plusvalías.
Tal interpretación nos conduce directamente al valor como
una manera de organizar la naturaleza. Esta cuestión ha sido tratada teóricamente
(Burket, 1999) – pero casi nunca puesta a trabajar históricamente – en la
ecología marxista. Aunque eliminada, aparentemente, de la cuestión del
movimiento de la Tierra, la teoría del valor de Marx ilumina la lógica
subyacente del la tendencia histórica del capitalismo hacia la simplificación
radical de la tierra y el trabajo. Esta tendencia de simplificación radical ha
sido identificada por los investigadores de historia ambiental (e.g. Worsters,
1990), pero mal reconocida como una consecuencia de la creación de mercados en
lugar de una expansión de la reproducción de las relaciones de valor.
http://laberinto.uma.es/ |