Rolando Astarita | En
una entrada anterior presenté una explicación de por qué, en la teoría de Marx,
el capital es una relación social, consistente en la escisión entre
propietarios y no propietarios de los medios de producción (aquí) [Ver
también en Ñángara
Marx: N del E.] . En esta nota analizo por qué la mercancía y el
valor son relaciones sociales. Más precisamente, por qué son el resultado
necesario de una sociedad específica, caracterizada por la propiedad privada de
los medios de producción. Este análisis permite también entender la diferencia
sustancial entre la teoría del valor de Marx, y la teoría de Ricardo. Antes de
entrar en el tema, aclaro que no pretendo sustituir la lectura de los textos de
Marx. Simplemente trato de ayudar a la comprensión de algunos apartados del capítulo
1 de El Capital, como los referidos a la forma del valor.
Una primera
aproximación
Empecemos con una primera aproximación a la noción de Marx
de “forma social”. En los pasajes iniciales de El Capital Marx dice que en la
sociedad capitalista la mercancía es “la
forma elemental de la riqueza”, y poco después habla de la “forma social”
de la riqueza material. Con esto quiere significar que, en la sociedad
capitalista, los productos del trabajo humano, además de ser bienes físicos,
tienen una propiedad o forma social, que consiste en ser mercancías. El trigo,
por ejemplo, es mercancía, no por alguna cualidad física que le sea inherente,
sino porque, bajo determinadas relaciones entre los seres humanos, es llevado
al mercado para su comercialización; esto es, se convierte en mercancía. Su
contenido material -y por ende, su utilidad-, es una condición para que sea
mercancía, pero no determina al cereal como mercancía. Así, el trigo que
producía una antigua familia campesina para su subsistencia, no era mercancía,
aunque constituía una riqueza material que satisfacía sus necesidades. El ser
mercancía, entonces,
constituye una propiedad social, que remite a una forma de
relacionarse entre los seres humanos para producir e intercambiar.
De la misma manera, también el valor constituye una cualidad
social. Si digo, por ejemplo, que el trigo tiene tales y cuales propiedades
nutritivas, y además vale x dólares, me estoy refiriendo a dos propiedades distintas.
La primera atañe una cualidad física, que el trigo manifiesta con su cuerpo de
trigo (la cantidad de nutrientes que posee la puedo examinar en el mismo
trigo). La segunda, el hecho de que “vale”, es de otro tipo, es social, y por
eso sólo la expresa el trigo a través de una relación, con el dinero, o con
otra mercancía. Se trata de una propiedad objetiva (es el trigo el que tiene el
valor), pero social, y por esta razón no puede manifestarse a través de alguna
características física (véase Marx, 1999, p. 63, t. 1). Por eso también, el
tener valor es una propiedad históricamente determinada; existieron sociedades
en las cuales los productos del trabajo no eran mercancías, ni poseían valor,
aunque sí valor de uso.
El segundo paso
En la sociedad capitalista los productos del trabajo se
presentan como mercancías, y por lo tanto, como valores. En consecuencia, se
intercambian en determinadas proporciones cuantitativas (x mercancía A por z
mercancía B, etcétera). Esas proporciones son los valores de cambio (o los
precios, si suponemos que hay dinero). Pero para que bienes cualitativamente
diversos puedan compararse, argumenta Marx, debe existir alguna propiedad que
les sea común. Además, cuando estudiamos los intercambios sistemáticos y
repetidos de mercancías que son reproducibles por medio del trabajo, nos damos
cuenta de que las proporciones en que se intercambian no son aleatorias. Tienen
regularidades, esto es, existen ciertas proporciones entre los valores de
cambio que se mantienen. Hegel dice en la Lógica que en estos casos hablamos de
una “razón” que rige esas proporciones, que remite a alguna ley interna que
rige. Esto nos lleva a pasar de la “superficie” (los valores de cambio, o los
precios), a un nivel más esencial, que nos da la propiedad común que permite la
comparación entre bienes cualitativamente distintos en sus valores de uso y
propiedades físicas, y la ley que gobierna esos intercambios.
El análisis entonces demuestra que la única propiedad social
que es común a las mercancías es que todas son productos del trabajo humano,
considerado en su carácter de gasto humano de energía. Una vez hecha
abstracción de los valores de uso -en tanto valores de uso todas las mercancías
son diferentes- y del tipo específico de sus trabajos, queda solo un “residuo”,
a saber, “una misma objetividad
espectral, una mera gelatina de trabajo humano indiferenciado, esto es, gasto
de fuerza de trabajo humana, sin consideración a la forma en que se gastó la
misma” (Marx, 1999, p. 47, t. 1).
Llegamos así al concepto de valor, que podemos definir como
el tiempo de trabajo objetivado, socialmente necesario, para producir la
mercancía. Socialmente necesario porque para generar valor, los productores
deben trabajar con una tecnología social y con una intensidad promedio, y
también deben satisfacer necesidades sociales, que están determinadas
cuantitativa y cualitativamente. De nuevo, vemos que el valor es una propiedad
social: su contenido es tiempo de trabajo social. Aunque ese trabajo social
-ese contenido o sustancia del valor-, aparece como una propiedad objetiva de
las mercancías. Esto es, aparece como “valor” de la mercancía.
La pregunta que no se
hace la economía burguesa
A partir de lo anterior, viene el punto que tal vez sea el
paso crucial del argumento de Marx. El mismo empieza -al tratar la forma del
valor, en el capítulo 1 de El Capital- por preguntarse por las características
de la “objetividad” del valor. “La
objetividad de las mercancías en cuanto valores se diferencia de mistress
Quickly en que no se sabe por dónde agarrarla” (p. 58). Es que por más que
se dé vuelta a una mercancía, no hay forma de aprehender algo que sea
físicamente “valor”. Si volvemos un momento al pasaje en que Marx se refiere al
“residuo” que queda una vez hecha la abstracción de los valores de uso, vemos que
habla de una “objetividad espectral”. Se refiere a que es una propiedad
objetiva, pero que no se manifiesta en alguna característica física, que pueda
ser medible; no hay “coágulos” o “bolitas” de trabajo socialmente necesario
dentro de la mercancía, mediante los cuales ella pueda expresar que tiene
valor. Esto se debe a que estamos ante una objetividad social, y como tal, “sólo puede ponerse de manifiesto en la
relación social con otras mercancías” (p. 58). Solo a través de su
comparación con otra mercancía, una mercancía determinada puede expresar que
contiene valor.
Pero aquí se plantea una pregunta clave, que se hace Marx, y
que nunca se había hecho la economía burguesa: ¿por qué esta forma del valor?
¿Por qué el tiempo de trabajo social tiene que manifestarse a través de esa
propiedad objetiva de las cosas? Esto es, ¿por qué “el trabajo se representa en
el valor”? ¿A qué se debe “que la medida del trabajo conforme a su duración se
represente en la magnitud del valor alcanzada por el producto del trabajo”?
(1999, p. 98, t. 1). En toda sociedad los seres humanos compararon directamente
los tiempos de trabajo empleados en la producción de los diversos bienes, pero
en la sociedad capitalista no comparan directamente trabajos, sino a través de
“cosas que valen” en el mercado. ¿Por qué?
La respuesta es que se debe al tipo particular de trabajo
que produce las mercancías. Es un tipo de trabajo específico, porque
corresponde a una sociedad basada en propietarios privados de los medios de
producción. Esto significa que cada uno trabaja de forma privada e
independiente, pero a su vez forma parte de una división social del trabajo. De
aquí que cada trabajo, que se realiza de manera independiente, tiene siempre
que acreditarse como parte del trabajo social. En otros términos, son
“productores privados de mercancías” (p. 131), que se enfrentan “como
propietarios privados de cosas enajenables”, pero a la vez, integran el
organismo productivo social. Son independientes, y por eso sus trabajos no son
sociales de manera directa. Pero necesitan hacerlos valer en tanto trabajos
sociales. Y esto último ocurre a través del mercado, donde los trabajos son
comparados a través del valor de las mercancías. “Como personas independientes
entre sí”, que están en una “relación de ajenidad recíproca” (p. 107), sus
trabajos privados no son directamente sociales. En consecuencia, sólo se
validan como sociales mediante la venta de sus productos.
Trabajo objetivado y
forma de valor
Con lo anterior tenemos los elementos para comprender el que
posiblemente sea el pasaje clave del análisis de la forma del valor, en que
Marx demuestra por qué, para que haya valor, esto es, para que la mercancía
tenga una propiedad que es a la vez social y objetiva, es necesario que
encuentre la forma de expresarla, en su “lenguaje” de mercancía. Escribe: “Sin
embargo, no basta con enunciar el carácter específico del trabajo del cual se
compone el valor del lienzo” (p. 63). Esto es, no basta con decir que se ha
empleado fuerza de trabajo humana, como gasto de energía. “La fuerza de trabajo
humana, en estado líquido, o el trabajo humano, crea valor, pero no es valor”.
Con esto Marx está diciendo que el trabajo constituye un principio explicativo
del valor independiente, o sea, no remite a otro valor (véase Dobb sobre este
aspecto, aquí) [Ver
también en La
Página de Omar Montilla: N del E.]. Sigue el pasaje: “Se
convierte en valor al solidificarse, al pasar a la forma objetiva”. Podemos ver
entonces que la mercancía tiene que adquirir esa “objetividad espectral” para
que tenga la propiedad de “valer”, y para esto, es necesario que pueda
expresarla como propiedad suya. Es lo que dice a continuación: “Para expresar el valor de la tela como
gelatina de trabajo humano, es menester expresarlo en cuanto 'objetividad' que,
como cosa, sea distinta del lienzo mismo, y a la vez común a él ya otra
mercancía. El problema ya está resuelto” (ídem).
La forma del valor es entonces consustancial a la propiedad
social, que deriva del trabajo realizado en condiciones de propiedad privada de
los medios de producción. Para que el contenido del valor -tiempo de trabajo
socialmente necesario- se plasme como propiedad objetiva de la mercancía, es
imprescindible que ésta encuentre la manera de expresar esa propiedad. Y lo
hace en el lenguaje de las mercancías, a través de los precios. Por eso, se
trata de un mundo generado por los seres humanos, pero que éstos no dominan. Un
mundo que, hasta cierto punto, se independiza de la sociedad: “el lienzo revela
sus pensamientos en el único lenguaje que domina, el lenguaje de las
mercancías” (p. 64). Esto es, la mercancía “dice” que su valor ha sido creado
por trabajo humano abstracto, “diciendo” que otra mercancía, en cuanto es
valor, está constituida por el mismo trabajo. De la misma manera “dice” que se
trata de una objetividad que no es física, sino social, “diciendo” que el valor
tiene el aspecto de otra mercancía (por ejemplo, el aspecto de oro, cuando éste
se convierte en dinero). Por eso, para que haya valor, el trabajo privado debe
ser validado como trabajo social en el intercambio: “es sólo en su intercambio donde los productos del trabajo adquieren
una objetividad de valor, socialmente uniforme, separada de su objetividad de
uso, sensorialmente diversa” (p. 89). Esa objetividad de valor es, por
supuesto, el dinero. En esta concepción, la forma del valor es esencial para
que exista el contenido, trabajo social objetivado; una cuestión que remite a
la relación dialéctica entre forma y contenido, que presenta Hegel en la Lógica.
El apartado sobre el
fetichismo
El apartado dedicado al fetichismo de la mercancía, que
sigue al de la forma del valor, profundiza lo anterior (de hecho, la
explicación del fetichismo ya está contenida en el análisis de la forma del valor).
Al inicio del mismo, Marx se pregunta de dónde devienen las
complejidades que ha mostrado el análisis de la mercancía, y responde que no
pueden derivar del valor de uso, ni del trabajo concreto (destinado a generar
valores de uso). Pero tampoco “del contenido
de las determinaciones del valor” (p. 87), esto es, de las características
que conforman la sustancia del valor. Es que siempre los seres humanos
emplearon energía en el trabajo; también tuvieron que interesarse por los
tiempos de trabajo invertidos, y además, es un hecho que “tan pronto como los hombres trabajan unos para otros, su trabajo
adquiere también una forma social” (p. 88).
Por eso, Marx vuelve a preguntarse de dónde sale ese
carácter enigmático que distingue al producto del trabajo “no bien asume la forma de mercancía”. La respuesta es “de esa
forma misma”. Es que la igualdad de los trabajos humanos, en la sociedad
productora de mercancías, adquiere la igualdad de valores de los productos del
trabajo; la medida del gasto de trabajo humano toma la forma de cantidad de
valor; y “las relaciones entre los
productores... revisten la forma de una relación social entre los productos de
sus trabajos” (ídem). Esto significa que una relación social entre los seres
humanos, adopta “la forma fantasmagórica de una relación entre cosas” (p.
89). Pero ello ocurre porque se trata de un trabajo social particular: son
productores privados, propietarios privados de los medios de producción. En
palabras de Marx: “Si los objetos para el
uso se convierten en mercancías, ello se debe únicamente a que son productos
del trabajos privados ejercidos independientemente los unos de los otros” (1999,
p. 89, t. 1). También: “La división
social del trabajo convierte en mercancía el producto del trabajo, y con ello
torna en necesaria la transformación del mismo en dinero” (p. 132). No es
un capricho, sino una necesidad que deriva de la misma estructura social. Dado
que los trabajos son privados, dado “el
comportamiento puramente atomístico de los hombres en su proceso social de
producción” (p. 113), sólo en el acto de cambio esos trabajos adquieren su
realidad como partes del trabajo social. Por eso también, la venta del producto
es el “salto mortal” de la mercancía, el momento en que el trabajo privado se
sanciona como social. Si por alguna circunstancia, el productor no puede vender
su producto, metamorfosear la mercancía en dinero, significa que su trabajo
privado no ha generado valor, no ha sido validado socialmente.
Asimismo, refiriéndose a la objetivación del trabajo en
tanto valor de la mercancía, Marx escribe: “de
hecho, los trabajos privados no alcanzan realidad como partes del trabajo
social en conjunto, sino por medio de las relaciones que el intercambio
establece entre los productos del trabajo y, a través de los mismos, entre los
productores. A éstos, por ende, las relaciones sociales entre sus trabajos
privados se les ponen de manifiesto como lo que son, vale decir, no como
relaciones directamente sociales trabadas entre las personas mismas, en sus
trabajos, sino por el contrario, como relaciones propias de cosas entre las
personas y relaciones sociales entre las cosas” (p. 89). Los trabajos
privados solo alcanzan realidad como partes del trabajo social conjunto a
través del intercambio. Éste es el punto que Ricardo pasa por alto (también
Sraffa y también algunos marxistas influenciados por el enfoque ricardiano).
Parecen olvidar que en la sociedad mercantil los trabajos “no son directamente
sociales”.
En otras sociedades
El carácter específicamente social del trabajo en la
sociedad productora de mercancías es subrayado por Marx al compararlo con el
trabajo en otras sociedades, donde los hombres no relacionan entre sí los
productos de sus trabajos en tanto valores. Así, en la Edad Media europea, dado
que las relaciones personales constituyen la base social, los trabajos y
productos no asumen la forma de valores y mercancías, y los trabajos son
directamente sociales (véase p. 94). Algo similar ocurre si el trabajo es
colectivo, esto es, si está “directamente socializado”. En las familias
patriarcales rurales, por ejemplo, “los
diversos trabajos... en su forma natural son funciones sociales, ya que son
funciones de la familia y ésta práctica su propia división natural del trabajo,
al igual que se hace en la producción de mercancías” (p. 95). Pero en este
caso, y a diferencia de lo que ocurre en la producción mercantil, el gasto de
fuerzas individuales de trabajo “se pone
de manifiesto desde un primer momento como determinación social de los trabajos
mismos” (ídem). También bajo “una
asociación de hombres libres que trabajen con medios de producción colectivos y
empleen, conscientemente, sus fuerzas de trabajo individuales, como una fuerza
social” (p. 96), los trabajos serán directamente sociales. No necesitarán
validarse como sociales a partir del intercambio de productos con valor.
Trabajo abstracto y
concreto
Lo desarrollado hasta aquí permite comprender la importancia
que tiene el examen crítico, realizado por Marx, de la distinción entre el
trabajo concreto y abstracto. Recordemos que luego de haber reducido, mediante
el análisis, el valor a trabajo socialmente necesario objetivado, Marx explica
que así como la mercancía tiene valor de uso y valor, el trabajo tiene dos
determinaciones: en tanto generador de valores de uso, todos los trabajos son
concretos (reúnen múltiples particularidades, habilidades, etcétera), pero como
generadores de valor, todos se igualan en cuanto gastos humanos de energía. En
este último respecto, hablamos de trabajo abstracto. Pero, ¿cuál es la relevancia
de esta distinción?
Reside en que pone de manifiesto el carácter específico del
trabajo en la sociedad productora de mercancías. Es que en toda sociedad los
seres humanos debieron gastar fuerza de trabajo (energía, músculos, nervios)
para procurarse los bienes de uso. En este sentido, puede decirse que el
trabajo, “considerado como universalidad abstracta”, es una categoría que
expresa “la relación más simple y antigua
en que entran los hombres cualquiera sea la forma de sociedad” (Marx, 1980,
p. 305). Sin embargo, sólo en la sociedad capitalista el trabajo abstracto pasa
a tener generalidad, y adquiere “realidad práctica”. Pasa a ser general porque
solo en la sociedad capitalista se llega a una totalidad muy desarrollada de
géneros de trabajos, ninguno de los cuales predomina sobre los demás. Para
millones de seres humanos, hoy el trabajo cuenta como “simple gasto de
energía”, es “trabajo simple” (y alienante), que sólo les produce un ingreso.
Pero en segundo lugar, y vinculado a lo que acabamos de
explicar, el trabajo abstracto adquiere “realidad práctica” porque el gasto
humano de energía ya no está presupuesto en la particularidad del trabajo, como
sucedía en las sociedades no productoras de mercancías. En aquellas sociedades,
el gasto humano de energía era un rasgo, una determinación, del mismo trabajo,
que “se pone de manifiesto desde un
primer momento como determinación social de los trabajos mismos, puesto que las
fuerzas individuales de trabajo sólo actúan, desde su origen, como órganos de fuerza
colectiva de la familia” (Marx, 1999, p. 95, t. 1). En esas sociedades no
se trabajaba para producir valor, sino valor de uso. Lo que subyace a esta
situación es una relación social: existe una fuerza colectiva -en el ejemplo
citado, una familia- que distribuye el trabajo del conjunto, y cada una de las
partes está asumida, ab initio, como parte de ese todo. El gasto humano de
energía está presupuesto como gasto de la colectividad productiva.
Distinta es la situación en la sociedad mercantil capitalista.
Ahora, los trabajos privados, para validarse, deben ser productores de valores
de uso y de valor, ya que el trabajo concreto (el trabajo en su forma natural)
no es directamente social. Sólo se hace social a través de la generación de
valores, que se sancionan en el mercado, mediante el lenguaje de los precios.
Por eso, el trabajo debe aparecer bajo la forma indiferenciada de trabajo
humano. Es una sociedad en la que se trabaja para producir valores, aunque para
esto haya que crear valores de uso. Esta escisión, este doble carácter del
trabajo, está en la base de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas
productivas -creación de riqueza material- y los problemas derivados de la
valorización del capital (caída de la tasa de ganancia). Es que el capital debe
producir valor y valor de uso, y esta contradicción estalla cuando la
valorización del capital entra en conflicto con la producción material, se
interrumpe la acumulación y se paralizan las fuerzas productivas (véase Marx,
1999, cap. 15, t. 3).
Mercado, propiedad
privada y teoría socialista
Naturalmente, la teoría del valor de Marx encierra una
crítica al mercado. Dado que los trabajos se comparan a través de los precios,
la regulación de los tiempos de trabajo ocurre a posteriori, “como necesidad
natural intrínseca, muda, que sólo es perceptible en el cambio barométrico de
los precios del mercado y que se impone violentamente a la desordenada
arbitrariedad de los productores de mercancías” (1999, p. 433, t. 1)̣. En este ámbito, “la casualidad y el arbitrio llevan a cabo su
enmarañado juego en la distribución de los productores de mercancías y de sus
medios de producción entre los diversos ramos sociales del trabajo” (ídem). Por
eso, en tanto subsista la propiedad privada burguesa, existirán los movimientos
anárquicos de los precios, las subas y bajas abruptas de la producción, con sus
consecuencias de despilfarro de trabajo humano social. Esa “anarquía de la
división social del trabajo” no se puede suprimir con medidas administrativas;
ni con intervenciones del Estado burgués (al estilo de controles de precios, y
similares). Su origen y razón de ser es social, lo que significa que es
consustancial al modo de producción capitalista.
Más en general, podemos decir que este modo de producción se
distingue, en primer lugar, por el hecho de que la producción para el mercado
pasa a ser la forma dominante y generalizada de la producción; y en segundo
lugar, porque tiene como objetivo “directo y determinante de la producción”, la
generación de plusvalía. De ahí que el eje de la crítica marxista es a la
propiedad privada de los medios de producción. Ya en el El Manifiesto Comunista
Marx y Engels plantearon que el rasgo distintivo de la teoría del comunismo (y
de su programa) es la abolición de la propiedad burguesa: “la teoría de los
comunistas puede ser resumida en una sola frase: abolición de la propiedad
privada”. La noción de la mercancía, el valor y el capital como relaciones
sociales, históricamente determinadas, está en la base de esta crítica a la
relación social sobre la que se levanta la civilización burguesa.
Textos citados
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1980): Contribución a la crítica de la economía política, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1980): Contribución a la crítica de la economía política, México, Siglo XXI.