Elmar Altvater
El intercambio metabólico entre naturaleza y sociedad en un modo de producción basado en el valor. En los 150 años transcurridos desde que se publicó por primera vez el Capital
se han formulado tantos reproches contra Karl Marx y, en mayor medida
todavía, contra su amigo y coautor Friedrich Engels, que casi es
imposible enumerarlas. A diferencia de los economistas políticos que le
precedieron, Marx fue supuestamente incapaz de explicar la formación de
los precios. Es más, según sus críticos, la depauperación que predijo de
la clase obrera no se ha producido y el capitalismo no se halla en
proceso de colapso, sino que ha surgido triunfante de la competencia
entre sistemas. También se acusa a Marx y Engels de haber allanado el
camino, con sus escritos teóricos y políticos, a las atrocidades de
Stalin, siendo por tanto autores intelectuales de los crímenes cometidos
en la “edad de los extremos”.
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Estas son duras acusaciones que todavía hoy sostienen no pocos
periodistas. Claro que algunas de las lagunas que Marx sin duda dejó
abiertas en su obra, parecen más bien responder a un prejuicio: Marx, y
especialmente Engels, supuestamente no tenían respuesta alguna a las
cuestiones ecológicas que constituyen nuestra principal preocupación en
nuestros días. Se dice que no tuvieron en cuenta el hecho de que el
valor no solo lo crea el trabajo, sino también la naturaleza; que, en su
edificio teórico, la naturaleza ocupa menos espacio que el que se
otorga a la sociedad y que la noción monoteísta de la dominación de la
naturaleza por los humanos no se cuestiona críticamente. Sin embargo, un
examen de los escritos conjuntos de Marx y Engels, especialmente del
primer volumen del Capital, demuestra que los lectores han dejado
manchas y huellas dactilares, es decir, rastros de su existencia
ecológica. Es imposible leer a Marx sin tener en cuenta la ecología. Uno
lee a Marx con la cabeza y, por consiguiente, con la razón, pero la
experiencia también es táctil y uno gira las páginas con la yema de los
dedos.