15/12/16

El marxismo del siglo XX y la cuestión militar — La imperiosa actualidad de la estrategia

Leon Trotsky
✆ Juan Carlos Rodríguez 
Aquel que piense que es necesario renunciar a la lucha física, debe renunciar a toda lucha, pues el espíritu no vive sin la carne León Trotsky¿A dónde va Francia?
La victoria de ningún modo es el fruto sazonado de la ‘madurez’ del proletariado. La victoria es una tarea estratégica” León TrotskyClase, Partido y Dirección

Emilio Albamonte & Matías Maiello

A principios de la década del 1960, el jurista reaccionario alemán Carl Schmitt, señalaba en su Teoría del Partisano: “Lenin fue un gran conocedor y admirador de Clausewitz. Estudió el libro De la Guerra durante la Primera Guerra Mundial, en el año 1915, de un modo intensivo, extrayendo pasajes en alemán, haciendo notas al margen en ruso con subrayados y signos de admiración que incorporó a su cuaderno de notas, la Tetradka. De este modo, redactó uno de los más extraordinarios documentos de la Historia del mundo y de las ideas.” [1]  Schmitt no es inocente, destaca la relación entre el marxismo y Clausewitz para mostrar el carácter revolucionario del bolchevismo con el objetivo de contraponerle una estrategia conscientemente contrarrevolucionaria. Sin embargo, lo cierto es que la apropiación del pensamiento estratégico será un punto clave para la acción revolucionaria de los bolcheviques y la III Internacional que marcará el curso del siglo XX.

La concepción de lo trágico en Marx y Engels

Karl Marx &  Friedrich Engels
✆ Fernando Vicente 
Adolfo Sánchez Vásquez

Las grandes revoluciones son, a la vez que expresión de agudas contradicciones de clase, un intento radical de resolverlas. Cuando triunfan constituyen un verdadero salto histórico: toda una inmensa tierra humana no labrada hasta entonces se ofrece, de pronto, a la acción creadora del hombre. El tiempo histórico fluye más rápido, y lo nuevo instala su esperado yunque. Locomotoras de la historia, llamó por ello Marx a las revoluciones, en tanto que Lenin veía en ellas verdaderas festividades de los pueblos. No es que se muevan en un lecho de rosas: hay violencia, y dolor, y sufrimiento y muerte, y tanto más cuanto más resistencia oponen las clases dominantes a la irrupción de lo nuevo. Pero lo decisivo es la acción creadora que se inicia desde el momento mismo de la victoria. Una revolución victoriosa, al desatar las energías creadoras de un pueblo, se halla, por tanto, fuera de ese encierro sin salida que es el mundo de lo trágico.

Pero, históricamente, las revoluciones no sólo triunfan sino que se hunden, a veces, en la catástrofe, en la derrota. Y en cuanto una revolución camina inexorablemente hacia su muerte — su fracaso es su muerte — la revolución ingresa en el mundo de lo trágico. Ingresa, por supuesto, con sus diferencias específicas, pero absorbiendo por todos sus poros la sustancia de la tragedia. El fracaso puede darle una coloración trágica, pero, no obstante, toda revolución fracasada no es trágica. Para que lo sea se requiere que el carácter del conflicto revolucionario, la acción de las fuerzas en lucha, las condiciones en que ésta tiene lugar y el desenlace, muestren una serie de características esenciales de la situación trágica y, además, que se estructuren como elementos de una totalidad indisoluble: la tragedia.